Capítulo 4 La noche, el muñeco y el mito
Capítulo 4 "La noche, el muñeco y el mito"
Lo habían decidido, a partir de ese momento se moverían en la dirección que el cumplir su sueño los llevara.
Cada uno con su cometido de esa noche, por un lado, el capitán Ritter volvería a sus aposentos por su característica chaqueta y regresar a su puesto de vigilancia bajo el enorme árbol.
Iba seguido de cerca por la vicecapitán, Amrita, quien parecía esperar con ansias la llegada al dormitorio del primero, por aquella expresión de ansiedad mezclada de nerviosismo.
La cabellera rubia un tanto por debajo de los hombros se movía con suavidad al viento al quedarse parada afuera de la cabaña.
Hasta que sintió pasar a gran velocidad al lado de su cabeza un objeto que había salido despedido, aparentemente aventado por Ritter.
— ¡No te acerques! ¡Encontré ese muñeco horripilante sobre mi cama! ¡Parece un pedazo de madera que bien podría estar embrujado!
Ritter lo tiró con tal fuerza que el rostro horrorizado que le mostró a Amrita, la sonrojó sin entenderse a si misma si era a causa del enojo por su sobrerreacción o la vergüenza de que aquello hubiera salido tan mal.
— Lo había tallado para ti...
Mencionó casi en susurro, pero sin duda él alcanzó a escuchar y mirándola incrédulo se movió de su posición sin quitarle los ojos de encima para salir en la búsqueda de aquel ser espeluznante.
Amrita suspiró al verlo alejarse sin dejar de verla, creía en realidad imposible que pudiera encontrar aquel trozo en medio de la oscuridad, pero tratándose de ella... tal vez...
Caminó tras él, esperando saber el final de aquella peripecia.
Por su lado, Alistair apenas había regresado a su cabaña, la cual compartía con tres más, el pequeño de la brigada y 2 niños un tanto mayores que él.
—¡¿Pero qué rayos es ese olor, Alistair?!
La voz que el príncipe escuchó lo asustó, al pensarlos ya dormidos.
—¿Olor? ¿Apesto?
Se sacó la manta que le cubría y se olfateó.
—Eres un exagerado Rowan, solo es el olor del caballo...
Respondió el pequeño, quien salió de entre sus cobijas para llegar a abrazar a Alistair.
—Te extrañé, hoy no estuviste en todo el día. Pero te perdono porque nos trajiste pan.
Sonrió verdaderamente, Alistair se agachó a su altura y le sacudió el cabello.
—Lo lamento... prometo que cuando seas un poco mayor, irás conmigo a explorar.
—¡De verdad?
—¡Claro que sí! Pero de momento debes volver a la cama.
Estaba por encaminar a Richi hacia el colchón envuelto en sábana al que llamaban cama, cuando el sonido de tres toques a la puerta llamó la atención de los 3.
—¡Alistair vino tu madrina!
El sonido de la risa de Ritter tras mencionar aquello, enrojeció el rostro del joven de cabellos negros. ¡Ya le había dicho muchas veces que no la llamara de esa manera! Ella no era su madrina... ella era...
Y ahí estaba esa sensación nuevamente.
No pudo evitar que las palabras que había escuchado de la conversación de aquellas mujeres tras el muro le vinieran a la mente en un segundo, cual estuviera escondido tras la roca en ese mismo instante.
El amor, por supuesto que sí, cuando sientes que al ver a esa persona te quedas sin aliento y se te aprieta la barriga, es sin duda enamoramiento.
No estaba seguro de cuando había empezado, pero últimamente ver a la diosa le llenaba de nerviosismo, a pesar de los muchos años que llevaba de conocerla, habían sido tan pocas las ocasiones que habían podido departir que era como si cada vez que podía gozar de su presencia fuera una nueva cada cientos de años.
Sabía que el vínculo que los unía era enorme, pero al mismo tiempo se sentía sumamente distanciado, tenía que decírselo, aquel sentimiento de querer verla más...
Pero... ¿justo ahora?
—¡Noooo! ¡Huelo a caballo!
Gritó tratando de excusarse con el capitán, sin tener la más remota idea de que la diosa estaba afuera y le había escuchado, lo que le sacó una sonrisa.
—¡No seas tonto! ¡Tú siempre hueles a caballo!
—¡¿Qué?!
Abrió rápidamente esperando encontrar el rostro de su mentor, para gritarle que no era su culpa si pasaba el día completo montado en su pegaso, cuando el rostro de la diosa se antepuso, desarmándolo por completo.
—La verdad que creo que no le importa oler a caballo... sino quien lo huela...
Mencionó en un susurro Ritter a Amrita que los acompañaba.
—Di... dio...sa...
Apenas y articuló el príncipe por la presencia de la niña.
—No me importa que huelas a caballo, Alistair...
Por un momento el príncipe sintió el corazón subirle hasta la garganta.
—Solo quería ver cómo estabas...
—Estoy bien... ¡Muy bien!
Quiso mostrarse atento y llegó a ella con rapidez, notando de inmediato como la expresión en sus ojos le decía que ella no podía compartir el mismo sentir.
Tal vez la visita no era precisamente para constatar su bienestar, sino para expresar algo que a ella le perturbaba, después de todo, aunque a sus ojos y a los de la gente que le seguía fuera magnánima, no dejaba de ser una señorita de sociedad, situación que lo inquietaba bastante.
La respiración agitada y el color carmín sobre sus mejillas que acompañaban a aquel gesto perturbado lo preocupó, por lo que sin dudar le tomó de la mano y despidiéndose con un gesto de responsabilidad sobre el acto que estaba por cometer, se fue con ella ante los ojos del capitán que solo les siguió con la mirada, mismo que entonces miró a Amrita y le hizo señas de seguir con la búsqueda que había sido interrumpida por la llegada de la diosa.
Una vez Alistair y su invitada caminaron hasta casi llegar a la gruta de la entrada, se detuvieron, no sabía en realidad por qué no se había detenido hasta llevarla tan lejos, pero lo mejor era pasar lo más desapercibidos posible para no exponerla.
Se acercó rápido hasta ella, que parecía no poder sostenerse en sus piernas y terminó por ceder al sentarse.
A pesar de que, en un inicio por la diferencia de edad entre los dos, la diosa siempre le pareció mucho más madura y acertada que él, había ocasiones como esa, en la que observarla de tal modo le afligía el pecho y el deseo de protegerla emergía como la espuma.
Comúnmente el joven Alistair era elocuente, pero ver sus ojos llenarse de lágrimas llevó a su sonrisa a desaparecer, cual sufriera de pensar en la angustia que podía acunar en el interior de su pecho, y sin saber si cualquiera de las cosas que se le ocurrían en realidad podrían ayudar de momento ya que era consciente que no entendía nada del mundo al que ella pertenecía.
No quería darse por vencido, esa no era su forma de ser o por lo menos esa era su verdad, quería crecer creyendo que podría intervenir en las adversidades, como los héroes legendarios de los antiguos libros que desde pequeño le encantaron. Pero, sobre todo, por aquello que la vida le había destinado a ser. Un rey, aunque de momento no fuera capaz de aspirar a ello.
—Sonríe.
la palabra menos esperada y tal vez menos efectiva para la situación por la que pasaban, apareció cual flotara en una burbuja en el aire entre los dos, acompañada de una sonrisa improvisada pero no fingida en el rostro del príncipe, quien parecía sosegarse a sí mismo con aquellas palabras, cual se obligara a animarla, pero al mismo tiempo la invitara a ella a dejar todo aquel dolor al menos momentáneamente atrás.
Fue así como entonces tomó las manos de la diosa entre las suyas y llevándolas hasta el límite frente a sus labios sopló con cuidado para brindarle calor.
—Estás helada...
La miró buscando el gesto con que respondería, pero solo se encontró con aquella estampa de gratificación que se había apoderado de su rostro blanco, cual batallara por no dejar salir las lágrimas en vano, al derramarlas frente a él, pero con la seguridad de que no estaría sola de ahí en más, aquel gesto lo decía todo, si era capaz de poner esa expresión en su rostro aún en medio de la propia desdicha que debería estar sintiendo, sus intenciones debían ser las más puras.
—Tú... estás tibio.
—Digamos entonces que ahora es acreedora de un abrigo humano.
la animó con tales palabras, aun cuando su aliento se divisaba a la intemperie al pronunciarse. Él sería lo que ella necesitase.
—Si es así, ven, siéntate un poco más cerca.
Tocó con delicadeza el lugar al lado suyo.
—¿Está segura?
La pregunta la sorprendió, a decir verdad, había tantas cosas que por primera vez las había experimentado junto a él, que todo le parecía normal, sin embargo, era cierto que entre los mandatos divinos yacía el respetar el lugar de las jerarquías y más aún si se trataba de un nivel divino, sentarse a su lado sería ser tratado como su igual, pero era precisamente eso lo que se preguntaba en esos momentos... ¿Acaso su ser divino en verdad existió alguna vez?... Porque no sentía poder alguno en ella y todo para con ella eran meros actos de palabrería.
Incluso la misma promesa que le hizo a Alistair, el hecho de permanecer a su lado por completo no había podido ser cumplido ni dos días consecutivos, pero él nunca le reprochó y siempre que le visitaba era igual... Esa sensación de enorme calidez que le envolvía, deseaba no dejar su lado jamás.
—Por favor. —ratificó.
Las palabras salieron despedidas de entre sus labios, esperando que su deseo fuera concedido, quería ser normal... sentirse normal.
Y Así lo sintió cuando lo vio pararse con diligencia para cumplir su cometido y se sentó a su lado, casi cayendo de golpe, quizás al punto de dolerle un poco, pero su acompañante no hizo más que sonreírle al verse buscado por ella, mientras el aura armoniosa los envolvía.
Sin la menor malicia buscó entonces apoyar el peso de su cabeza en el hombro recién colocado a su lado, lo que condujo al aumento de temperatura en los pómulos del príncipe, quien no hizo más que apretar su propio puño buscando soportar el nerviosismo de aquel acercamiento tan íntimo y puro a sabiendas que lo que necesitaba era precisamente su apoyo y él debía estar dispuesto para ella, por lo que inspiró con profundidad, logrando tranquilizar quizás un poco el andar de su pecho.
Ella era una diosa... y lo entendía, pero en su mente, para sí mismo... desde ese momento más que una diosa del mundo se convertiría en su diosa con todo lo que eso conllevara. Y es que el sentimiento que crecía en su interior era difuso, pero a la vez tan cálido, pero no podía tratarse de nada malo, cuando toda ella representaba al mismo amor.
Vio entonces la mano que con cierto temor a realizar lo incorrecto levantó para él y la tomó sin dudar, en un inicio suave y delicado como siempre que se le acercaba, casi solo rozándole la palma, pero el apretar de ella sobre su piel lo llevó a comprender que aquello no se trataba de formalismos, era la prueba innegable de la confianza infinita que depositaba sobre su ser, con lo cual decidió en un impulso que le demostraría que lo que buscaba en él lo tendría, enlazó entonces sus dedos a los suyos, gesto con el que la diosa sonrió. Era la primera persona con la que se había tomado de la mano de esa manera y se sentía realmente reconfortante.
—¿Puedo decir algo, que tal vez suene un poco extraño?...
—Creo que no...
Respondió el príncipe mientras sus párpados se cerraron tratando de pasar aquella felicidad que exteriorizaba en abundancia seguramente.
—No creo que sea correcto que me preguntes si puede hablar, diosa... debe solo hacerlo.
Volvió a abrir los ojos para ella.
—¿Sin pedir la palabra?... Eso... sería muy grosero de mi parte si se tratara de algo que tú no quisieras escuchar.
La risita que le acompañó mientras la escuchaba, la dejó fría, sin saber cómo interpretar aquello.
—Me arriesgaré.
—Bueno yo...
Inició, pero en vano, ya que las palabras que le precedían jamás lograron ser escuchadas por el príncipe.
El nerviosismo había hecho nido entre su pecho y labios, quizás no estaba segura siquiera de qué era eso que deseaba expresar.
—Cuando... esas palabras que buscas finalmente aparezcan, recuerde que yo estaré aquí esperando escucharlas, no importa lo que sean...
Con la mano que tenía libre, la diosa tomó la tela de la manga del brazo izquierdo con que se sujetaban entre sí.
—¿Por qué eres tan bueno?...
—No sé si lo mío podría considerarse bondad...
—Por supuesto que sí... la bondad hace referencia a apoyar al desprotegido, brindándole de lo que es de tu pertenencia... ya sea tus palabras, materiales o tu tiempo... del que ninguno sabemos de cuánto disponemos.
—¿Aún si se hace por beneficio propio?
Preguntó casi susurrado hacia el piso, Alistair, si le pedía le repitiera estaba seguro de no poder hacerlo.
—¿Y cuál sería ese?...
Le sonrío y miró intrigada sin imaginar de lo que podría estar refiriéndose. Hasta el momento lo único que había conocido en él era la entrega sin estimación de su ser hacia ella, estaba segura de que no podía ser diferente con los demás.
—No... ninguno, solo lo decía hipotéticamente.
Respondió controlando su ímpetu al ver que dentro del repertorio de ideas que ella podía concebir no había nada parecido a lo que él pensaba. La pequeña diosa, en verdad que era pura.
—Siento... que esa respuesta... no es cierta. Tu sonrisa se fue.
Buscando satisfacer su curiosidad sobre lo que le ocurría en realidad, lo soltó de la manga y tomó su rostro de lado para que la mirara. El color de sus ojos perlados siempre le pareció hermoso, pero en esos momentos, se lo parecieron aún más cual si viera la luna reflejada en ellos que compartía con aquella expresión taciturna que le figuraba.
—No, es solo que decidí que será mi secreto, al menos por un tiempo.
—¿Si es un secreto, significa que no puedes compartirlo conmigo?
—Solo por un tiempo... —sonrió más animoso para ella y consigo mismo.
Debemos movernos, pronto empezará a nevar.
En contra de su propia voluntad de permanecer sentado junto a ella, buscó posición para ponerse en pie, quedando de cuclillas al impulsarse para entonces halarla hacia arriba consigo y llegar ambos a la posición.
No debía olvidar su objetivo, la protección de la deidad era lo más importante en esos momentos, por lo que se quitó el abrigo y en una ronde de vuelo de la tela, lo colocó sobre los mechones largados y lacios de aquel cabello sedoso y con pinta de terciopelo.
—¿Puedes caminar?
Sintiéndose protegida dentro de la investidura que recién le realizó, tardó un par de segundos en contestarle, cual buscara el estado real de su ser y darse cuenta de que, aunque su pecho doliera por la situación externa por la que pasaba, la calidez que la rodeaba en esos momentos y con anterioridad le había tomado de la mano era más que suficiente para sentirse repuesta.
—Sí. —Asintió con gentileza, para entonces tomar de nuevo la mano del niño, quien no dudo en recibirla.
Junto a ella dio un par de pasos, pensando que, si bien no le había dicho con exactitud que le pasaba, por lo menos había podido tranquilizarla. Cuando pareció recordar el comentario que le realizaron sus compañeros de cabaña.
—¡Huele a caballo! ¡No!
Gritó al caer en cuenta que le había cobijado con una tela que seguramente mantenía el olor por el que se habían mostrado disconformes los demás y se dispuso a acercar su rostro para olerla por él mismo, pero aquel acercamiento terminó en un abrazo propiciado por la diosa.
Con el paso del tiempo había crecido hasta tener dos dedos por arriba de la altura de ella, haciéndoles prácticamente iguales de estatura por lo que sus rostros quedaron uno al lado del otro.
—Pensé mucho en venir o no... porque comúnmente cuando vengo a verte es para identificar tu crecimiento con los cuidados de Ritter... y cuando eso sucede me doy cuenta de lo mucho que has progresado, sin necesidad de mí... a pesar de que yo... te dije que no te dejaría... siempre me termino yendo...
Alistair deshizo el abrazo para poder observarla con calma.
—Mi diosa... eso es algo que yo puedo comprender perfectamente...
—¿Cómo dices?...
—Que no debe preocuparse por eso...
—No... lo... primero...
—¿Lo primero?... ah...
Comprendió que se refería a la forma de llamarla, por lo que se armó de valor para contestarle.
—A decir verdad, lo pensé justamente hace algunos minutos, mientras hablábamos... que usted es una diosa... para el mundo, pero mi muy egoísta ser... también reclama lo que según él le pertenece, el hecho de poder permanecer a su lado... lo que brinda un don especial de íntegro respeto y contacto de admiración... haciéndola, mi diosa...
No era incomodidad lo que las palabras del príncipe habían despertado en ella, porque no deseaba deshacer el agarre que apenas les quedaba al haberse separado del abrazo, pero sin duda fueron palabras que alteraron su corazón.
A pesar de que, por las palabras del conjuro del ritual del contrato, había recitado que él era de su propiedad desde aquella noche donde la bestia quedó sellada bajo su poder, ahora él debía algo parecido, él se sentía con el derecho de permanecer a su lado...
Nunca había escuchado tales palabras más que de su hermano.
Pero con Alistair era diferente... porque no era por naturaleza que podía disfrutar de su compañía... era por elección.
El primer copo de nieve cayó sobre su nariz, por lo que la diosa levantó la mirada al cielo, las palabras de Alistair presagiaban la verdad, estaba por nevar.
El camino de vuelta a las cabañas de la brigada parecía decorado por burbujas de colores tenues.
—Hay algo que no le comenté...
Mencionó el príncipe al caminar.
—Lo lamento, solo nos dedicamos a hablar de mí.
—En lo absoluto...
Sonrió para ella.
—Me gustaría que el capitán nos dijera qué viene ahora... ya que me enseñará a tramar la batalla en verdad y con vehemencia.
—¿A pelear?...
Se detuvo en seco, aún cuando la brisa de la nevada empezaba a acrecentarse. Y sin soltarle la mano la apretó sin pretenderlo.
—Es parte del camino que a partir de ahora debo tomar... y quería que lo supiera... ya que sin duda dentro del camino que debo recorrer para encontrar a mi hermano, habrá muchas luchas por ganar.
—El problema... es que si tú levantas una espada... otro la levantará contra ti...
—Es... justamente de esa forma...
—Alistair...
—Pero prefiero mil veces ser yo quien reciba las navajas afiladas de los adversarios a que lo hagan las personas importantes para mí... como el capitán, la vicecapitán... Richi... o usted... así como sucedió con Lesath... por lo que le pido por favor que no me juzgue... y si está dentro de sus posibilidades me comprenda...
La diosa le soltó la mano ante la petición del príncipe. Dejándolo un tanto decepcionado al según él haberle causado disgusto.
Pero en el corazón de la deidad había algo que no cuadraba en su esquema de pensamiento. Esa sensación opresiva de pensar que podría perderlo en batalla.
Al caminar, se habían adentrado a la zona de las viviendas, y entre la plática se acercaron a la pareja que parecía llevar una charla bajo la nevada recién iniciada.
La deidad se quedó a un par de pasos de los responsables del campamento de la brigada. Ritter y Amrita que al verlos dejaron de hablar.
—¿Qué sucede mi diosa?...
El sofoco que subía desde el interior de su pecho no podía detenerse, verlos... se sentía como una increíble necesidad de brindarles amor o más bien, de unir ese gran amor que vivía en cada uno, pero sin poder juntarse cual hubiera sido cortado a la mitad como una cortina.
—Están sufriendo tanto... que duele...
Las palabras de la diosa llamaron rápidamente la atención de ambos aludidos, quienes fijando su mirada en ella reaccionaron con el dolor que mencionaba. Mientras él bajó la mirada y apretó uno de los puños, las manos de Amrita se juntaron sobre su pecho cual buscara calmar la sensación.
—No deben ocultarse de esa manera...
—Es inevitable.
La voz tajante de Ritter la detuvo.
—¡Por favor perdónelo su divinidad! Estoy segura de que es el momento el que le hizo responder de esa manera...
Intercedió por él, Amrita.
Cual comprendiera la situación, la diosa guardó silencio. No era su jurisdicción el juzgar a otros sin saber los motivos de sus actos, pero estaba segura de que algo muy poderoso compartían que los había llevado al punto de ocultarlo casi sin recordarlo... o tal vez, recordándolo tanto que solo la idea de pensar en eso dolía.
Todo parecía indicar que Ritter había encontrado el muñeco de madera esculpido, ya que fue apretado con la otra mano, para luego meterlo dentro del bolsillo de su chaqueta. No tenía intenciones de seguir hablando del tema, por lo que solo bajó la mirada, obligándose a si mismo a levantarla al sentir la extraña emanación de energía que llevó a temblar la tierra bajo sus pies.
La mirada que compartió entonces con la diosa, lo retornó al momento en que la recibió como visitante esa noche.
Se encontraban agachados ambos: capitán y subcapitán en la grama en la búsqueda del muñeco de madera, cuando la presencia de la deidad, les llevó a levantarse.
—Buenas noches... lamento interrumpir... pero supongo que saben por qué estoy aquí.
—Usted jamás interrumpe...
La recibió Amrita, sacudiéndose para luego acercarse y tomándola de la mano, besarle.
—Estaba seguro de que no era mi imaginación... y la Esencia está increíblemente dispersa esta noche.
—No quiero que Alistair esté solo...
Las últimas palabras mencionadas por la diosa en aquel momento lo llevaron a actuar rápidamente, arrojándose sobre el joven príncipe cubriéndole ojos y oídos cuanto pudo para que no tuviera contacto con la energía dispersa.
Apenas esa tarde cuando le siguió se dio cuenta que, al hacer contacto con aquel fenómeno luminoso con efecto esmeralda, los estigmas de la maldición habían aflorado en él por un segundo, por lo que un oleaje como el que se aproximó de improvisto probablemente tendría un efecto más marcado.
La ventisca no duró mucho y la sensación de resonancia que provocó se disipó rápidamente, pero no lo soltó.
Sabía que desde pequeño, aquella misteriosa ventisca luminosa le llamaba con gran ímpetu, creando en el príncipe una extraña devoción por encontrarla, en una ruta de nunca acabar.
—Ritter...
El llamado de Amrita hizo volver a la realidad al capitán, el niño seguía cegado bajo su mano.
—Ca...capitán...
Lo llamó el mismo príncipe, quien apretaba con fuerza los dientes y al ser liberado de las manos de su mentor, cayó al piso sosteniéndose en brazos contra la tierra. Para momento seguido ante los ojos de los 3 presentes tratar de recuperar la compostura y pararse por su propia fuerza de voluntad.
—Alistair...
—Te dije que no debías preocuparte más por mí...
—¡Pero mírate!
Trató de rebatir el mayor.
—¡Por favor! Yo sé que puedo...
Era difícil darle la razón al ver los caminos de sangre que recorrían sus mejillas, tras haber perdido el control por la presencia de aquella entidad lumínica conocida como esencia. Desde pequeño, Alistair había despertado una necesidad mezclada con fascinación por ella, creándole un deseo imparable por comprenderla y alcanzarla, muy probablemente debido a la reacción que provocaba en él sus apariciones. Ya que, aunque sus poderes yacían sellados con el amor de la diosa y las manifestaciones de su maldición no se desataban por completo, el hecho que aquello pudiera controlarle era aterrador y al mismo tiempo fascinante.
Amrita le colocó una mano en la espalda a Ritter, buscando aprobara la petición del muchacho, después de todo había estado en todas aquellas ocasiones donde la pérdida inminente de control del niño les había asustado en buena medida a ambos. Pero debían interiorizar que ellos mismos le habían pedido que retomara su postura de príncipe heredero, por lo que su obligación además de protegerlo era en verdad apoyarlo en el crecimiento que el luchaba por tener.
—Está bien...
El niño que se había dedicado a proteger había quedado muy atrás a los ojos de Ritter, la emoción que le embargó era sin duda el orgullo que un miembro de la familia podría expresar. No quería ser soberbio y considerarse su padre... y tal vez el lugar de hermano era demasiado ostentoso para lo que él había sido, pero... la verdad es que así lo sentía, cual la voluntad de Lesath hubiera sido traspasada hacia él.
—Está bien que desees ser independiente... pero no debes despreciar la protección que alguien más experimentado que tú puede darte.
La reflexión de la diosa le llevó a comprender que valerse por si mismo no significaba alejarse por completo, quizás había actuado demasiado seguro de si mismo cuando en realidad no lo estaba.
—A partir de mañana la práctica será totalmente diferente, para que realmente pueda sentirme seguro de dejarte en paz.
Sonrió el capitán.
—¡Lo esperaré con ansias!
—Serán todos unos hombres rudos y todo lo que quieran, pero el hecho de estar fuera de la cama a estas horas no beneficiará a nadie.
Cerró la conversación Amrita, a lo que ambos aludidos levantaron los brazos en son de paz.
—¿Se quedará con nosotros, diosa? O si desea puedo acompañarla a su casa
Se dirigió a la deidad, Alistair. Con la curiosidad a flor de piel, al darse cuenta de que no tenía idea desde donde le visitaba.
—¡Es una grandiosa idea! ¡Noche de chicas! ¡tengo tanto tiempo sin poder hablar con alguien coherente y de buena plática!
—¡Oye!
La recriminación de Ritter no se hizo esperar, a lo que ella sonrió con malicia.
—Es verdad que no hay más mujeres en nuestra brigada...
Analizó Alistair.
—¡Sí, diga que sí!
—Pues...
—¡Pero un momento! ¡Si la diosa se queda, yo me quedaré con ustedes! Es que sería la primera vez que podemos estar en su compañía tan tarde...
Terminó por explicar su emoción en voz baja.
—Claro... dormirás con nosotras.
Aunque las palabras que debió pronunciar fueron las de dormir en la misma cabaña, y comúnmente eso le hubiera tornado al nerviosismo extremo, la emoción de poder pasar más tiempo con la deidad lo tenía tan ensimismado que no lo notó.
Sin esperar la respuesta afirmativa de la diosa, lo tomaron como una afirmación y esa noche se quedó a compartir sábanas con Amrita, dándose cuenta de que jamás en la vida había hecho algo como eso, se sentía feliz y nerviosa.
Y aunque el plan de Alistair de pasar más tiempo con ella fallara al quedarse dormido por el exhausto día casi al instante de acostarse, la plática de chicas si tuvo lugar.
—Pues... una vez más bienvenida, creo que... lo primero que quería era darle las gracias, estando en más confianza y a solas.
Ambas acostadas sobre las almohadas se miraban iluminadas por la luz tenue de la vela, mientras Alistair yacía dormido al otro lado de la diosa.
—¿Las gracias?...
—En realidad... pasó hace tanto tiempo que parece tonto decirlo hasta ahora... pero siempre que venía, era solo a ver a Ali, y rápido... Por eso nunca me había sentido con la confianza...
—¿Solo... a verlo a él?...
Parecía que la diosa nunca había notado su comportamiento.
—Tal parece que, así como yo creía... venir a verlo no es solo un cumplimiento o seguimiento de sus desvalidos... es decir no es una obligación.
—¡Claro que no es una obligación!
Respondió alterada de pensar que sus acciones pudieran reflejarse de esa forma cuando para ella era todo lo contrario, verlo era parte de su felicidad...
—Me alegro... porque Ali la quiere mucho, y seguramente se sentiría defraudado si él fuera solo una obligación para usted, por favor perdóneme por la intromisión...
—Al contrario, me agrada saber que Alistair tiene personas que se preocupen así por él...
No pasó mucho que entre otras preguntas y plática la vela se apagara dándole fin a la velada, por lo que la diosa en un descuido de volteó, encontrando el rostro durmiente del joven de cabellos negros.
Estaba segura de que todo lo que tenía que ver con él era demasiado importante para ella, desde aquella primera vez que le vio, el sufrimiento que le compartió al tomar su mano le hizo comprender que, aunque ella fuera una diosa, nada podría hacer para protegerlo de si mismo si no creía en su propia fuerza. La llegada de Alistair a su vida la hacía cuestionarse demasiado sobre si misma y lo que representaba su verdadero ser, le daba un sentido que antes no tenía.
Sonrió al pensar en eso y una inminente necesidad de volver a sentir su piel la inundó, pero se quedaría con ese deseo porque era demasiado vergonzoso pensar en buscar su mano bajo las sábanas, por lo que decidió solo mirarlo dormir.
Sus negros cabellos lacios caían desordenados sobre su frente confundiéndose entre las pestañas finas y largas que tenía, de pequeña nariz respingada y labios delgados. Su respiración era acompasada y suave, hipnotizándola a caer presa de su propio sueño y sin notarlo se quedó dormida.
La oscuridad de la noche parecía ir desapareciendo poco a poco, dándole paso a un cielo marmóreo, con varias nubes dispersas y neblina residual de la recién pasada tormenta de nieve.
El sonido de la tabla siendo golpeada poco a poco, hasta subir un tanto en intensidad, retrajo al príncipe para ayudarlo a despertar. Encontrándose entonces con el rostro pulcro, suave, hermoso y atrayente de la diosa frente a él, estuvo a punto de dejarse llevar por la emoción y el susto de tenerla tan cerca que seguramente pudiera haberse caído de la cama, pero logró controlarse ante la insistencia del llamado a la puerta.
Se bajó tratando de hacer el menor ruido y abrió, sintiendo de inmediato el ambiente gélido de afuera.
—¿Capitán?... ¿Qué pasó? ¿Estás bien?
—¿Qué son todas esas preguntas? ¿Se puede saber por qué no te has vestido? ¡Te dije que hoy empezaría un entrenamiento totalmente diferente!
Estaba por replicar, pero era verdad, lo había hablado con gran vehemencia el día anterior, si quería dejar de ser una carga debía someterse a todo lo que Ritter dijera, después de todo nadie había como él en el control de la espada.
—Solo un minuto.
Respondió y cerrando dejó al maestro con una sonrisa en el rostro.
Su campo de actividad de siempre parecía más amplio y lúgubre de lo normal, tal vez se debería a que no pasaban de las 4:00 am.
—¿Pudiste dormir con la diosa al lado?...
Preguntó identificando si se distraía mientras caminaba, pero el muchacho jamás le quitó la vista de encima.
—Fue una lástima, pero me quedé dormido como todo un perdedor...
—Alistair... la mujer que uno ama debe saber que es amada, justamente de los labios de uno.
—¡¿Amar?!
El corte de su defensa se notó al instante, perdió la postura y su expresión se relajó para luego cambiar al nerviosismo.
—No hemos ni empezado y ya me diste la oportunidad de acabar contigo.
—Lo lamento, me dejé llevar...
Retomó la postura de defensa.
—Entiendo muy bien, estás creciendo y ese tipo de sensaciones ya te embargan, además no soy ciego, algo hay entre ustedes, aunque no estoy seguro de lo que sea, porque ella es...
—Ella es una diosa...
Respondió comprendiendo a la perfección a lo que se refería.
—Y cual sea la mujer de uno... se convierte sin duda en la mayor debilidad... porque te mueves por ella, actúas por ella... y hasta vives por ella... Y es por eso, que se vuelve también tu mayor fuerza.
La mirada del príncipe se iluminó con las últimas palabras mencionadas, definitivamente no quería pensar en la diosa como una debilidad.
—Si piensas en que lo que haces es por ella...todo saldrá por sí solo.
Terminó un tanto lúgubre retomando la posición de ataque, fue una sucesión de 3 golpes con la espada de madera, que el joven Alistair logró interceptar, pero sin posibilidad de eludir o contraatacar.
Ritter parecía concentrado en el momento cuando de un segundo a otro, la impresión de un llamado a la distancia lo perturbó, siendo alcanzado por uno de los golpes del príncipe sobre el hombro, por lo que se detuvo y tras mirar a Alistair salió corriendo sin explicar nada.
Alistair dudo entre seguirlo sin más o avisar a Amrita, pero si lo perdía de vista y algo sucedía podría ser peor. Corrió con todas sus fuerzas, llevando consigo la espada de madera.
Parecía una carrera sin fin, en la que prefería sostener la respiración para mantener el ritmo a gritarle en busca de su atención sin efecto.
A una distancia de un poco más de 3 kilómetros, entre los recovecos del pueblo, finalmente se había detenido, por lo que el príncipe bajó la velocidad también.
Alistair no alcanzaba a ver muy bien tras el capitán, lo que lo había llevado hasta ahí y ahora parecía tenerlo completamente preocupado.
Frente a Ritter un muchacho cuyo cansancio abrumador era tan evidente que se deslizaba desde su frente a pequeños chorros en medio de la sensación fría que adquirió su piel, por un momento pensó que estaba por desmayarse, pero no podía darse ese lujo. Entre sus manos agarraba con fuerza a su posesión más preciada y no podía perderla de vista.
Apretó los dientes y con un grito empujando fuerza a su interior se apoyó sobre el metal para tomar impulso y pararse. Tal vez su espíritu había abandonado su cuerpo, pero llegó a sentirse tan ligero que no le costó en lo más mínimo blandir la hoja, mientras las salpicaduras del corte recién hecho le bañaron el rostro.
El otro cuerpo cayó de golpe hacia atrás.
La sangre se escurría sobre la afilada arma y el sentimiento entremezclado de culpa y de libertad lo invadieron en compañía de las lágrimas y aquella sonrisa que no sabía cómo había aparecido en su rostro, pero no podía borrar.
—Para ahí...
La voz firme del hombre que le llamó entre las sombras a espalda lo molestó de sobremanera, no tenía derecho a entrometerse ¡Él era libre de hacer lo que quisiera! ¡Se había ganado ese derecho!
Alistair que veía todo desde atrás, trató de abrirse un poco más al campo de visión y observó el cuadro bizarro.
—La espada... apenas ha sido manchada...
Con el brazo extendido en la dirección del muchacho, Ritter parecía querer detenerlo, pero este apenas y había volteado la cabeza en su dirección aun de espaldas. Los cabellos castaños goteaban aún el carmesí que recién dispersó.
—No se meta.
—Aunque lo digas... ya estoy aquí y no me moveré.
Mencionó tranquilo el capitán, mientras Alistair al haber adelantado pasos, había logrado pararse al lado de su mentor.
Hacía tiempo que no veía tan de cerca la crueldad de la violencia y aunque conocía el olor de la sangre muy bien, era difícil no pensar en el sufrimiento que derramarla de esa forma debía acarrear.
El rostro del otro niño parecía conectado con los pensamientos del príncipe, la mandíbula apretada y el sudor agobiante de sus ojos entrecerrados daba la impresión de ser un animal acorralado, y aun así... peligroso.
Movió solamente un pie.
—¡No!
La interrupción del capitán llamó de inmediato su completa atención hacia él.
—Eso que tiene entre las manos... es una espada criada.
El adjetivo que usó para describir el arma le pareció imposible. Cuando era pequeño y podía reunirse con su hermano en aquellas noches donde los reyes yacían fuera en reuniones, muchas veces le había contado historias de cosas fantásticas que en realidad quien sabía si fueran ciertas. Entre ella el mito de la espada criada, forjada a la incandescencia de un alma humana.
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