Capítulo 1. El terror en Overland.

Capítulo 1. El terror en Overland.

El joven Lesath pensaba que las nubes podrían llegar a romperse si las rozaba con los dedos de la mano. 

¿Qué sensación le transmitirán al tacto si en verdad pudiera acercarse tanto a ellas como para tocarlas? ¿Se cortarían como la espuma? ¿O serían como el viento que se estrellaba con furia contra sus ropas, haciéndose sentir, pero sin poder ser divisado o sostenido?

Algún día sería capaz de volar tan alto para poder descubrirlo.

La mano que extendía en dirección al cielo terminó por apretarse al realizarse aquella promesa tácita a sí mismo, algún día las tocaría. Mientras tomando las riendas del animal alado sobre el que se conducía apuntó la vista afilada hacia el frente bajo aquella protección que recubría sus ojos, mientras la capucha se batía con fuerza contra el aire y sus cabellos escarlata.

Era común para aquella familia campesina cuyas tierras cultivadas se encontraban en las afueras del territorio de los dioses ver pasar aquel pegaso negro a gran velocidad sobre la zona, reflejado en la sombra que se proyectaba desde los cielos iluminados de Apolo y dibujaba las alas extendidas sobre el pasto, tan rápido que no duraba más que unos pocos segundos su rastro.

Cualquiera pensaría que aquel paisaje pintado por la oscuridad sobre la tierra se vería siempre y con la misma pregunta en mente ¿De dónde venía y a dónde se dirigía? Pero tal vez nadie era poseedor de esa respuesta más que el jinete de aquel majestuoso animal alado que soltó un grito de júbilo con la velocidad.

Pero aún más allá de su propio asombro ante la imponencia de la naturaleza, estaba la de aquel pequeño que llevaba fuertemente abrazado contra las riendas, a sabiendas que tal vez no había sido la mejor idea sacarlo a escondidas de su casa, pero su hermano menor —al que así sentía, aunque se le negara— era lo más valioso que tenía en el mundo y le dolía demasiado pensar que no pudiera disfrutar siquiera del sol y menos de una sesión de piruetas celestiales como las que él gozaba día a día.

Sin embargo, pronto todo parecería lo contrario de sus vuelos placenteros, las piruetas en el aire no eran más que demostración de la huida temeraria de la que estaba siendo protagonista y debió sin dudar darse por vencido más rápido de lo que le hubiera gustado, pero la presencia del pequeño príncipe a quien prácticamente había secuestrado era ineludible, no podía comportarse de manera temeraria al estar junto a él y sobre todo debía entregarlo por el bienestar del menor.

Sabía que al llegar nuevamente al castillo se lo arrebatarían, pero no había nada que pudiera hacer aún. Se sintió más pequeño de lo que era, al haber pensado tontamente que podría luchar para defenderlo. No quería perderlo, pero tal vez ya sería demasiado tarde para el momento en que finalmente se le ocurriera una forma de rescatarlo de la prisión que su propia casa representaba, a la cual llegaron y recibido con un reclamo por su acción vagabunda, el niño se le fue arrebatado.

— ¡Nunca vuelva a pensar en hacer una tontería como esta! Es un irresponsable, ¿Acaso no se da cuenta que el príncipe podría recaer o enfermarse de mayor gravedad? ¡Tiene una muy frágil condición!

Lo perdió de vista al verlo cruzar el pasillo junto a la institutriz, mientras nuevamente parecía repelido como el apestado que se sentía.

No importaban los años que pasaron desde aquel primer día en que fue recogido por su padre para habitar junto a él en el palacio, nadie le reconocía ni permitía deambular con libertad dentro del castillo, por lo que desde muy joven se había hecho uno con su pegaso. La yegua de nombre Andrómeda que tanto amaba, no solo por ser el transporte a su libertad, sino quizás su única amiga y el único regalo que su padre le había brindado.

La sujetó de las riendas y con una caricia la encaminó hacia los establos.

Y aunque para Lesath había sido un fracaso su intento de un paseo con su hermano, la realidad era que la libertad momentánea que Alasdair había disfrutado a límite parecía suficiente para haber creado una sonrisa que costaría se desprendiera de sus labios, mientras era desvestido por las mucamas para ser debidamente aseado y continuar con la rutina prevista para él desde su llegada al mundo, al punto que esa tarde, se la pasó dibujando con los carboncillos a aquel animal negro de enormes alas, mismo que por la emoción que le generaba, deseaba agradecer lo más pronto posible con su obra dedicada a su hermano mayor, quien lo había llevado de paseo.

Ubicó el momento en que se quedó solo, mientras iban por su té de la noche, para escaparse de la habitación y correr escaleras abajo. Se había prendido el horario en que su hermano se sentaba en las escaleras que conducían a la cocina, donde con sus palabras le explicó que era el mejor lugar para esperar el pan recién horneado, ya que se inundaba de los olores característicamente esquicitos de ese manjar, cual esperar en la oscuridad fuera una aventura grandiosa en lugar de un refugio para no ser despreciado por esperar con ansias los frutos del horno de hierro.

Al encontrar a su objetivo donde lo planeó, el pequeño lo rodeó por el cuello desde la espalda, en medio de una risita juguetona y angelical que rápidamente fue silenciada por un susurro.

— Nos van a descubrir 

Le recordó el motivo de su escondite mientras lo abraza y ayudaba a sentar a su lado.

— Perdón, estaré callado.

— No exageres, con que hables suavecito es suficiente. 

Sonrió ampliamente. 

—¿Aún no te llevaron la cena?

— No, me escapé.

— Segundo escape del día. 

Colocó la mano sobre los cabellos oscuros del pequeño y los sacudió en una caricia fraterna. 

—¿Me buscas a mí?

— Sí, es que te hice esto.

Extendió ante él, el pedazo de papel, que no logró apreciar en contenido, al ver que dos personas entraron a la cocina, con lo que llevó un dedo sobre sus labios en señal que tanto él como el niño debían permanecer en silencio para no ser descubiertos. El pequeño imitó el gesto de su hermano indicándole que había comprendido.

Para sorpresa del mayor de los menores, una de las figuras que se hizo presente en aquel lugar infrecuentemente visitado por la realeza, era precisamente su padre, su rostro denotaba una molestia abrumadora.

— Si señor, pero tal vez el mismo poder de la bestia hace qué sus injurias no progresen, su capacidad de regeneración es mayor que la de cualquier ser normal. 

La persona que le acompañaba, un clérigo parecía querer decir lo que fuera para borrar ese gesto en el rostro del monarca.

— No podemos permitir que su crecimiento continúe, podría llegar un momento en que no seamos capaces de controlarlo...

— Pero hacerlo de otro modo sería demasiado evidente. Al momento se han gastado dos frascos a gotas del veneno del árbol de corteza dorada.

— Mientras no nos extralimitemos creo que podríamos aumentar la dosis. Con esto que salió esta mañana por los alrededores, podría aprovecharse para hacer pasar su debilidad como resultado de ese paseo, después de todo el ambiente ha estado frío toda la semana y Alasdair suele tener problemas de respiración con el cambio brusco de temperatura.

Ante las palabras mencionadas por el padre de ambos, Lesath apretó el abrazo con que mantenía junto a él al pequeño de cabellos lacios y oscuros

— Así se hará, señor. Falta poco para la hora de la cena y la leche caliente, siempre la bebe toda.

— No quiero detalles... y tampoco quiero que pienses tanto el asunto, solo que se ejecute y ya. Es terrible para mí la idea de pensar en una taza de aguamiel envenenada para mi hijo.

El hermano mayor sintió que su respiración se detuvo, le costaba pasar el aire al pensar que su padre deseara premeditadamente hacerle daño a su amado hermano. Sabía a la perfección que nada en el castillo era normal, que iba a llegar el día en que todo lo que conocía en la frágil armonía en que habían ido creciendo se rompería. Quizás... muy dentro de su corazón guardaba la esperanza que nada iniciara, pero la realidad es que todo había dado comienzo desde aquella noche, la noche de la que no se hablaba en el palacio.

Tomó al pequeño por la muñeca y le dirigió fuera del lugar, llegando hasta la puerta de sus aposentos, sabedor que no le era permitido permanecer dentro con él, por lo que se agachó a su altura para captar su atención.

— ¿Tienes hambre?

— Un poco, pero ya casi es hora de cenar.

— No, es precisamente por eso que te pregunto. Más tarde vendré a dejarte algo de comer, pero no debes recibir o beber nada de lo que nadie más te dé, quien sea, ni de padre...

— ¿Por qué?

La extraña petición no pudo completarse ni erguirse con más explicaciones al respecto, ya que los pasos acercándose que se escucharon en el momento llevaron al mayor de los hermanos a echarse a correr para no ser encontrado en la escena.

La velocidad de sus pasos ágiles lo había llevado rápidamente hacia las afueras del palacio, mientras su rostro consternado exteriorizada todo el horror que los recientes hechos habían despertado en él, mientras la débil imagen de estabilidad familiar que había conseguido dentro de su mente se esfumaba. Estaba en lo correcto, siempre lo estuvo, debía como sea llevarse al pequeño de ese lugar.

Sus ojos se aguaron ante la desesperación. Si esa mañana había logrado llevárselo eludiendo a cada guardia que encontró en su camino y aun así fueron rápidamente descubierto por la armada alada. ¿Por qué si contaba con aquellos poderes no era capaz de utilizarlos a voluntad?... Sus rodillas tocaron el pasto al perder la fuerza para sostenerse.

Si tan solo pudiera ver lo que el futuro le tendría deparado. Podría tomar una pista de ese destino y hacerla realidad o revertirla... Aunque sus visiones no fueran de gran ayuda, tal vez solo una pequeña luz de esperanza. ¿Acaso debía rezar a los dioses para saber si su hermanito se salvaría? ¡¿Cuál era la forma en que debía actuar para poder salvarlo?!

Su mirada permanecía ida a la nada, cuando el mismo pensamiento levantó su rostro hacia el cielo, en busca del poder superior, observando con incredulidad entonces aquel cielo nocturno tenía un color naranja de atardecer, brillante y profundo.

Tras la visión perdió la conciencia en los jardines.

Mientras el manto de la noche continuaba con su recorrido placentero y de descanso para muchos y se había convertido en el interrogatorio nocturno para el príncipe, que obedecía el mandato de su hermano.

— No, es inútil, no desea beber nada.

La reina quien hace unos momentos se encontraba con él dentro de los aposentos, salió solamente para dar la noticia y ordenar se les dejara descansar.

— ¿Pero por qué no quiere comer, mi hijo?

La expresión del rey, que recién parecía enterarse del estado del niño era la total angustia, llegó y entró con ella.

— A ver, la leche caliente por lo menos...

— Perdón, padre... no tengo apetito.

— Pero no puedes irte a la cama con el estómago vacío, estas creciendo y debes ser un hombre fuerte.

Aunque debía cumplirle a su hermano, era demasiado difícil negarse a las peticiones de su padre, su sola presencia le resultaba demasiado imponente y cada una de sus palabras debía ser acatada, como todo lo que él comandaba en el reino, por lo que al asentir tomó la bebida entre sus manos.

No podía dejar de mirarla con culpabilidad, no estaba seguro del por qué no debía beberla, pero sentía que fallaría en la encomienda que se le había dado.

— Quizás ya está fría. Voy a ordenar que te traigan más, no, yo misma iré a traerla y le pondré miel como te gusta.

— Aún tiene buena temperatura. —Insistió el padre. —Lo consientes demasiado.

— Es mi hijo.

Sonrió para ambos y salió, dejando cerradas las puertas tras de sí. El recorrido de los escalones la llevó hasta la cocina, cuyos sonidos metálicos de los instrumentos siendo utilizados, llegaron a los oídos del niño que se encontraba inconsciente en las afueras del castillo, a pocos pasos del último adorno del piso de la cocina de piedra, regresándolo a la realidad.

Al ubicarse despacio, tardó un par de segundos en recuperar el último recuerdo, mientras la aflicción subía como humo hacia sus pulmones nuevamente y poniéndose de pie entre temblores y jadeos entró a la cocina, encontrándose de frente con la reina.

— Lesath, estaba sirviéndole un poco de leche a Alasdair. ¿Quieres?

— Ma... Majestad.

Pareció retractarse de la primera forma en que se le ocurrió llamarla.

—¿Alasdair no ha bebido nada aún?

— ¿Qué sucede?

Pudo notar de inmediato la expresión afligida del niño de cabellos escarlata, quien parecía querer contestar buscando en ella la aliada que siempre tuvo, pero conteniéndose al apretar los puños. Después de todo lo que él dijera de poco servía contra los mandatos del rey y tal vez... la misma reina estaba por envenenar a su hijo.

— ¿Tú sabes algo de eso?

— No... es solo que...

Ya una vez había sido exiliado del castillo, muy probablemente se exponía a algo como eso o peor, por el mismo motivo.

— Alasdair aún no había nacido... ­—la miró finalmente para que le comprendiera. —Y lo que le dije entonces... se está haciendo realidad...

Corrió con todas sus fuerzas escaleras arriba, dejándola absorta por la mención. El recuerdo que le rememoró no tardó en acudir a ella.

Aparentemente había logrado acomodarse hasta terminar perdida dentro de lo profundo de su sueño, mismo que necesitaba con premura, ya que a pesar de que acariciar su crecido vientre la hacía sentir maravillada por la pureza de la vida, también era manifestación del cansancio asiduo que le secuestraba casi la totalidad del día, sin embargo, los movimientos dentro de su nido interno podían llegar a ser muy bruscos y hasta dolorosos, lo que había terminado despertándola.

La realidad no dejaría de sorprenderla, notando la habitación fresca por las cortinas que ondeaban con suavidad, cual la invitara a continuar con aquel acto junto a el cual sucumbió y que parecía destinada a llevar a cabo siempre que pudiera, porque le encantaba, tal vez por eso su marido le había apodado como "su pequeña ave".

El tarareo de la delicada melodía que se escapaba de entre sus labios, era la combinación perfecta para sus manos nuevamente apoyadas sobre su vientre. Sin duda esperaba a su hijo con entusiasmo desmedido, había llegado a preguntarse si toda mujer en espera pasaría por lo mismo... o solamente ella que se pensaba estaba seca por dentro se regocijaba de tal modo a saberse poseedora de fruto. Era imposible pensarlo de manera distinta.

La cunita adornada con frazadas delicadas y exquisitas se lo decía, aunque no se sintiera lista, iba a hacer lo mejor que pudiera, ya que muy en su interior... el miedo seguía vigente, aunque se había decidido a no pensar en todo aquello, entendía que con solo no pensarlo no significaba que aquello no hubiera ocurrido. Una maldición sobre un niño no nato de sangre real.

Había pasado los primeros meses de la espera con la angustia visitante sin intenciones de marcharse, esperando ver manifestarse la impureza de la pérdida de su impregnación, pero por la bendición de los dioses su vientre había crecido con el pasar del tiempo mientras lidiaba con los malestares propios de la espera, todos esos temores parecían en esos momentos ya muy lejanos.

Su amor había protegido a la criatura y continuaría siendo su escudo por todo lo que le restara de vida.

Ya quiero que vengas... te esperamos con mucha ilusión...

Hablaba a su abdomen con ternura, cuando el movimiento en respuesta a sus palabras la maravilló.

Él puede escuchar con claridad, pero tal vez no entienda las palabras, aunque si el significado tras los sentimientos con que se mencionan.

La llegada del pequeño pelirrojo y las palabras que expresó no la sorprendieron, por el contrario, lo invitó a pasar.

¿Al decir él, te refieres al bebé? Como es costumbre referirse a la criatura en camino de esa forma, creo que es normal la confusión, pero la realidad es que no sabemos si es un niño o una niña.

Es un niño... lo he visto. Así como he visto tu dolor... — la angustia en medio de la desesperación por no poder hacer nada más que ver lo que sucede frente a sus ojos se apoderó de su semblante, asustándola. – sufrirás mucho... de tantas formas distintas...

Las palabras fueron escuchadas por el rey que arriba a los aposentos en el momento.

¿De qué estás hablando? ¿Acaso es otra patraña de Underland? ¿Por qué te prestas para semejante atrocidad? ¡Sal de aquí!

Pero padre...

No... un hijo mío no utiliza su lengua como arma del enemigo... Fuera...

La puerta se cerró de golpe, con el respirar agitado del rey como saldo.

Lo lamento muchísimo... te prometo que mañana a primera hora me desharé de su presencia en castillo.

Dijo... que lo vio... que era un niño...

Cualquiera con medio seso sabría que la criatura que llevas es un varón, mi príncipe, ya que es el primero. Así que detén tu pensamiento... no hay nada de hechicería absurda dentro de nuestro reino.

¿Hechicería absurda?... —sus palabras parecieron afectarla.

Sabes... a lo que me refiero... los que se llaman así mismos videntes no son más que mensajeros de la magia negra.

La reina no dijo más, el hecho de discutir que le auguraba sufrimiento era tal vez lo peor de esa visión.

¿Qué clase de dolor sería?... ¿Dolor físico? Estaba segura de que debería enfrentarlo en el momento de traerlo al mundo, pero todas las mujeres pasaban por aquello al convertirse en madres... entonces, debía referirse a algo más allá... algo que sucedería cuando el príncipe ya respirara el aire del reino.

Con aquello en mente subía rápidamente los escalones, mientras llevaba la taza de leche preparada con diligencia y amor. Terminando por encontrar a Lesath frente a la puerta de los aposentos del príncipe.

— No te preocupes por él... yo voy a cuidarlo. —le sonrió y entró donde el niño no podía y mientras veía como se cerraba la puerta frente a él, decidió creer en las palabras de la reina. Ella era su madre... ella lo amaba como a nadie ni nada en el mundo...

Inspiró profundo y dando un último vistazo a la puerta, se retiró despacio.

Mientras en el interior, la reina se acercó con cuidado a su pequeño.

— Está caliente. —le sopló con suavidad a la bebida y se lo pasó a su hijo, pero la taza no llegó a las pequeñas manos.

— Lo mejor será entonces combinarlo, no es bueno que esté ni frío ni muy caliente, de lo contrario no podrá dormir.

La mezcla de ambas tazas atravesó por entre los labios del príncipe, quien terminó siendo cobijado por ambos padres y tras cerrar los ojos, se relajó por completo contra la almohada, no sin antes tener el último pensamiento sobre el dibujo que hizo para su hermano, esperaba que le gustara mucho. Mañana le preguntaría.

Sin embargo, ese deseo podría verse truncado con aquel despertar exabrupto que tuvo durante la noche. Como si hubiera caído de una larga altura, aquella sensación de gravitar a gran velocidad le llevó a sostener la respiración, misma que finalmente dejó escapar de entre sus labios al sentirse golpear contra la firmeza de la cama bajo su espalda, obligándolo a abrir los ojos aún asustado. No había terminado de ubicarse en el lugar donde se encontraba cuando su cuerpo pareció reaccionar antes que su razón.

Estaba aterrado, tenía demasiado dolor en muchas partes de su cuerpo a la vez.

— Madre... —llamó con la voz suave que apenas le salió.

Estaba empapado de sudor y su mandíbula tiritaba al compás con sus pequeños hombros.

— ¡Madre! ­­­ —se esforzó más al empezar a sentir la angustia apabullante. Y pronto ante la dificultad de pronunciar las sílabas inició a proferir quejidos graves que llegaron rápidos a los oídos cercanos.

El ala derecha del palacio, donde se encontraban los aposentos del príncipe heredero encendió luces y el sonido de los pasos lo inundó todo.

Para la reina, las noches como esa siempre resultaban demasiado perturbadoras... la sensación de una lanza atravesando su corazón era poco decir... porque, aunque deseara detenerlo, aunque se opusiera... Por dinastía, linaje, nobleza, y otro poco más de parafernalia de la que ella no compartía en lo absoluto, porque en realidad no pertenecía a esas costumbres... a esa manera de vivir que con el pasar de los años había tenido que aceptar, por amor. En momentos como ese repudiaba y deseaba no haberse convertido en reina jamás...

No si iba a verse obligada a cargar con su pequeño en brazos por aquellos enormes pasillos, mientras sucumbía a la angustia y al temor desgarrador de perderlo a causa de aquellas fiebres provocadas.

Sus gritos cual alma en pena inundaban los pasillos oscuros, aclarados por el baile tenue de las llamas encendiéndose a su paso, por los sirvientes que salían de sus aposentos espantados a socorrerla.

Hasta llegar, prácticamente escoltada a aporrear la puerta del médico de la corte que, por órdenes directas del rey, no debía dejarla pasar.

Pero terminaba una y otra vez... compadeciéndose de la madre que clamaba por su más preciado tesoro.

Su hijo, el príncipe Alasdair segundo que no había cumplido aún los cinco años, al que había evidenciado sacudirse cual poseso en medio de la altísima fiebre y quedar dormido luego del suceso.

— ¡¿Cuál fue esta vez?! —urgió la respuesta mientras recibía al niño en su apartado y empezaba la inspección inicial.

—No lo sé, no... pero... tengo conmigo los escritos... —buscó dentro de su vestido, lugar seguro en que nadie osaría tocar a la reina o a ninguna mujer noble para revisión. El escote que se desabrochó con premura. —Siempre están escribiendo en este manuscrito, ¡la tinta estaba fresca por lo que debe ser ese! —se lo pasó.

—Sí... en otras ocasiones los registros nos han ayudado... esperemos que también lo logremos con este... —develó las letras a su mirada borrosa, aún con aquellos cristales que le vislumbraban un poco, pero su esperanza pareció disiparse con el avance de la lectura. — ¿Cuánto tiempo hace que se le administró?... —la preocupación con la pregunta resultaba evidente.

—Pues... —se llevó ambas manos al rostro ofuscada. —No lo sé... yo no tenía idea de que se le administraría toma de veneno esta noche... qué importa eso ahora... ¡se ha despertado torturado por el dolor! ¡Se los he dicho tantas veces, pero nunca me escuchan! ¡Es un niño! ¡Un niño! ¡Mi hijo! —cayó arrodillada frente al canapé donde yacía el príncipe palideciendo.

—No es solo un niño... y lo sabes... —la voz y presencia implacable de su marido la alertaron, sabedora de haberlo desobedecido y molesta por su falta de sensibilidad.

— ¡Majestad! —lo recibieron todos los plebeyos presentes que, ante la mirada molesta del poderoso, lo reverenciaron y caminando hacia atrás sin darle la espalda un segundo, desaparecieron de su presencia. Mientras el Clérigo mayor que venía con él sonrió por la forma en que se había defendido su cometido.

— ¡¿Qué hace este hombre aquí?! ¡No lo quiero aquí! —se levantó con brusquedad refiriéndose al representante de la iglesia, la reina.

—La reina... tiene razón... espere afuera... —lo miró de reojo el rey a lo que el Clérigo asintió. Bastante molesto con la forma en que dirigió su propia mirada a la reina, que pasó de él, para volver a reunirse con su hijo, quien entre delirios febriles alcanzó a escuchar la llegada de su padre, por lo que intentó abrir los ojos para encontrarlo, sabía que todo lo que le ocurría era por su culpa... su decisión... pero con las palabras que se lo había explicado, también sabía que cargaba sobre sus hombros un destino difícil al que debía someterse, por lo que solo buscaba su aprobación. Pero no pudo más que escuchar la discusión que una vez más se armó entre ellos por su debilidad.

—No tienes derecho Alasdair... quiero... quiero que tú también te vayas... —pronunció armándose de valor contra su marido.

Al escuchar las palabras de la reina, el rey cerró con fuerza los párpados, mientras el médico, se volteó cual buscara alguna cosa que hacer.

—Reina... no debes tomarlo de esa manera... sabes perfectamente que lo hacemos por su propio bienestar... por el suyo y...

—Por el reino... —completó su frase, cual se la hubiera aprendido de memoria. —Overland no va a devolverme a mi hijo si tú y tu Clero siguen empeñados en arrebatarlo...

—Nadie está haciendo esto por su mal... Y es verdad... Overland necesita que su futuro rey sea un hombre fuerte... ¡No un niño enfermizo que se le sea en verdad arrebatado por un mal de pecho! O un envenenamiento fortuito... es por eso por lo que se le practican estas tomas de venenos... no sé cuántas veces tengo que explicártelo.

— ¡Sabes que él no es un niño enfermizo! ¡Pero no por eso debes someterlo a semejante tortura! ¡Solo porque creas que sobrevivirá!

—Todos los reyes pasamos por eso... lo sabes muy bien... los rituales de la realeza son horrendos, pero precisamente porque su divinidad les permite afrontarlo... y dentro del cuerpo de mi hijo corre mi sangre... ¡La sangre de un rey!

Ante su voz alzada no pudo más que callar, sus palabras acreedoras de poderío la doblegaban. ¿Quién era ella para contradecirlo?... Pero las lágrimas fungieron la vez de voz y se revelaron ante su marido como su clamor de terror a perder a su pequeño. ¿Qué quién era?, era su madre, la que debía protegerlo, incluso de su padre, del rey; el reino mismo perdía para ella importancia si eso significaba perder a su hijo.

Sus propias lágrimas hablaban por ella, pero no iba a temerle al rey; y antes de que de su boca salieran las palabras con dolor, un ligero quejido que pareció sonar en su mente la hizo cerrar los ojos.

—¡No... padre! —la joven voz temblorosa tras de ellos, los obligó a mirar. Lo habían despertado, encontrando a su pequeño, sentado, mirándolos, tratando de mantenerse estoico, aun cuando la sangre de los pequeños cuernos rompiendo su piel, se regaba sobre sus mejillas. Estaba tan exhausto que había tenido que recurrir a aquel poder interior para afrontarlos. El secreto que todo Overland debía callar.

— ¡Alasdair! —llegó rápido con él, la reina, rodeándolo con sus brazos y trayendo el pequeño rostro ensangrentado a su pecho.

—No más... —miró a su padre, que no podía quitarle la mirada de encima. Su pequeño era justo lo que deseaba criar... tan pequeño... pero tan fuerte. —No harás llorar a madre nunca más... — la reina se apartó ante las palabras de su pequeño, sus ojos estaban difuminados con el llanto, pero no fue impedimento para ver el semblante de su pequeño hijo, con su mirada fija en su padre, como un desafío con el que comenzaba, a sus cortos años, a cargar sobre sus hombros.

Ver llorar a su madre cada vez que aquellas pruebas comenzaban le devastaba, más que su propio dolor.

Sabía que las pruebas de veneno eran practicadas de manera esporádica, pero nunca le habían afectado como esta última ocasión, de la que ni siquiera se le advirtió, por lo que el reproche hacia su padre se volvió evidente en su mirada perlada.

El rey dejó de mirarlo y se dirigió a la salida.

El veneno había despertado a la bestia que dormía dentro de su pequeño, no era ese el resultado que esperaba. No podía retractarse de sus propias palabras al respecto, estaba de acuerdo en las tomas de venenos... pero no en que se realizara sin su consentimiento, debía hablarlo con el Clero.

El pensamiento lo acompañó hasta la salida donde se encontró con su primer hijo, que lo miraba angustiadísimo.

— El príncipe está bien, vete a descansar.

— ¿Descansar? ¡¿Cómo te atreves a decirme qué me vaya a descansar?! ¡No después de lo que hiciste!

Con el pensamiento trastornado se echó encima del soberano. Los gritos de su pequeño hermano le parecieron el preludio de la agonía y quizás para esos momentos ya lo hubieron acabado.

— ¿De qué demonios estás hablando?

Lo detuvo por los hombros.

— ¡Querías matarlo! ¡Yo escuché cuando le dijiste al Clérigo!

— ¡No digas estupideces!

— ¡Se lo dijiste! ¡Y él te dijo que se lo daría en la leche!

— ¡Lesath! —de una cachetada lo tiró al piso.

Su actuar estaba completamente controlado por el horror que había presenciado, se quedó inmóvil ante el rey que lo observó e inicio nuevamente camino.

— Vete a tus aposentos... y ni se te ocurra repetir tales tonterías... Te has desquiciado, tanta palabrería sobre ver o no las cosas que están por venir han hecho que pierdas el sentido de la realidad.

No era así, y estaba seguro de eso. Pero más le valdría controlarse, respiró profundo y se levantó. Caminó entonces la pequeña distancia que le separaba de la puerta de los aposentos del médico y juntó su oído a la tabla tallada que ejercía de puerta, empujándola un poco notó que no estaba cerrada, así que deslizó un tanto la cabeza hacia el interior y observó los vendajes que estaban siendo colocados en la cabeza de su hermano, mientras otros más ensangrentados yacían al lado. ¿Tanto había sido el daño que le había propiciado una reacción de esa índole? No veía un suceso como ese desde la noche en que nació, aunque para ese momento los cambios no le afectaron a nadie más, no como en aquella noche de la que era prohibido hablar en el reino.

Tal vez lo mejor sería esperar un tiempo a que por lo menos se recuperara un poco, antes de volver a intentar la huida, porque, aunque lograran escapar no se sentía seguro de poder hacer algo si su salud física se veía comprometida a tal grado, nunca había considerado ese punto, sin duda era un completo inútil y un soñador tonto si pensaba solo en el momento de salir del palacio, pero Alasdair era un niño todavía, necesitaba cuidados, comida...

Su propio desánimo lo llevó a retirarse.

Adentro de los aposentos del médico, la madre yacía arrullando el sueño del príncipe, pensando tal vez exactamente lo mismo que el pequeño de cabellos rojizos como el fuego.

Y cual ese día hubiera sido el inicio de su padecimiento, los días venideros no fueron mejores.

La mirada de perla brillante que el príncipe poseía parecía un sueño lejano que en algún momento se esfumó.

Siempre era la misma excusa, luego de aquel desenfreno se pensaba que sus poderes sobrenaturales podrían haber exacerbado la condición de sus cambios físicos y lo mejor para que nadie sospechara era mantener aquellos cambios controlados y la única forma de realizarlo eran aquellas infusiones que lo mantenían fuera de sí, en aquel estado en el que ningún infante debería jamás encontrarse. Aunque los designios de los dioses eran inciertos, se sabía de casos aislados donde aquello podría ocurrir; niños sin la capacidad de moverse o de hablar; incluso retraídos en su propio mundo; sin embargo, no es algo que se espere de un niño tan alegre y gentil como siempre había sido él.

Esa mañana, la reina le había sacado al jardín con el propósito de brindarle un poco de aire fresco, sin embargo, su actuar debía ser cuidadoso, si quería que efectivamente fuera aquel propósito el que se pensara, ya que debía ocultar sus propias lágrimas al no poder siquiera mantener una conversación con su hijo en aquel estado.

A la distancia logró divisar al pequeño de cabellera escarlata, al que llamó con el sutil movimiento de su mano.

Al verlo acercarse la mirada perla de su hermano pareció reaccionar en la necesidad imperiosa de recibirlo. Y así lo hizo, el abrazo que su ser tan querido le brindó fue suficiente para sacarle un par de lágrimas y sollozos. No había podido verlo en todo ese tiempo, días que le parecieron eternos.

— No te preocupes. Aquí estoy... siempre lo estoy...

Se separó para verlo al rostro, encontrándolo sonrojado por el llanto inminente.

— Te prometo que no voy a dejar que esto continúe.

La mirada entre ambos era de un alto compromiso.

— Andrómeda te extraña mucho... y tiene una sorpresa para ti.

— Tal vez otro día puedas mostrárselo, o esta noche.

Acotó rápido y suave mientras se ponía en píe la reina.

Sus movimientos le parecieron extraños al pequeño recién llegado, por lo que volteó en la dirección en que la soberana veía. Una de las criadas de la cocina se acercaba con una charola de té preparado.

Aquellas infusiones se volvieron la fuente de la mayor desconfianza de Lesath desde hace ya mucho tiempo, además de aquel sabor que parecía marchitar las papilas en su lengua, siempre que las veía presentes significaba que alguien se encontraba en malestar.

— Por favor, Majestad. No deje que la beba...

Profirió casi en susurro.

— No te preocupes.

Apenas y se escuchó la voz en respuesta cuando con el gesto agradeció a la mujer que había llegado hasta ellos.

— Si gusta... puedo esperar a que el príncipe beba su té, para retirar las tazas y que no les estorben.

— ¿Desde cuándo las criadas nos apresuran en la degustación de los alimentos?

Respondió digna.

— No... no es eso, en lo absoluto.

La voz temblorosa que expresó la criada de inmediato llevó a la reina a razonar y cansada la despidió con la mano, en el gesto de sujetarla en el último momento apretándole la muñeca.

— Dile al clérigo que el príncipe ha disfrutado de su bebida.

— ¿El clérigo?...

La miró cual no comprendiera la relación de informar a aquel hombre con el mandado que se le había impuesto de hacer beber aquella agua al príncipe.

Por la duda, la reina le soltó. ¿Si no era asunto del Clero... entonces de quién?... pensó al verla marcharse.

Para ese momento de los labios del niño de cabellos rojizos no había salido palabra alguna que expresara lo que escuchó a su padre decir aquella noche, tal vez, en su interior le resultaba una situación imposible, pero ante la mirada de la criada, no pudo evitar remembrarlo.

— No fue el Clero... bueno, sí... pero ellos recibieron la orden de otra persona.

— ¿Cómo?

Se había abstenido todo ese tiempo de mencionar aquello, porque, aunque contaba con las pruebas de sus propios ojos para testiguarlo, el dolor de pensar en la cruenta verdad era demoledor.

— Mi padre...

— No, no juegues con eso...

— Créame que es lo último en lo que pensaría hacer...

La controversia en su mirada era notoria, después de todo si había logrado llegar a conocer a su pequeño hermano era justo porque el rey tuvo piedad de él y aunque era un hijo reconocido por él, jamás tendría la importancia del príncipe del reino, entonces cómo era posible que deseara el mal a tal punto para él.

— ¿Pero por qué lo dices?

La narración sobre aquella noche donde le escuchó mencionar el plan de envenenamiento contra su hermano aterró a la reina, quien se sentó al lado de su pequeño y lo arrulló contra su pecho sin notar que lo hacía.

— La única persona en la que podemos contar es usted, majestad. Siempre ha sido así...

El impacto que le causó la primera vez que la vio, anidaba como un recuerdo dulce en medio de su pasado opaco.

El castillo de Overland le parecía inmenso, como si cada paso de sus pequeños pies no lograra avanzar más que medio azulejo del piso, haciendo ver ante sus ojos como el camino inmenso de aquel pasillo se extendía entre sombras danzarinas amenazadas por desaparecer al soplido del viento que entre susurros le brindaba escalofríos.

Era la primera noche, la primera vez en realidad que visitaba aquel lugar. Sabía únicamente que viviría con su padre a quien había visto solo una vez hace casi dos años atrás. Su capucha de cuero escurría aún las gotas que habían aterrizado sobre su cabeza al bajar del carruaje.

Mismas que en el exterior resonaban contra el techo en un estrepitoso sonido que aumentó en intensidad de un momento a otro con el acrecentar de la tormenta. Daba miedo.

Sus párpados cayeron ocultando su mirada con el sonido del primer trueno, pero continuó avanzando, hasta el momento en que se vio obligado a abrir sus orbes color de rubí ante la luz con la que trataba de enfocar.

Tardaron demasiado...

La voz que conoció una vez estrujó su pecho al ver la figura del a sus ojos enorme ser acercándose y sin ninguna anticipación le corrió la capucha hacia atrás y tomó entre sus dedos un mechón de sus cabellos.

— ¿Siempre fue tan escarlata?...

Alasdair... ¿Acaso eso importa?...

La voz dulce de la persona que yacía unos pasos tras del hombre, llevó a este a soltarlo y con una mirada imperativa indicó a la persona que lo escoltó hasta ante ellos a retirarse. Estaba solo frente a esas personas en las que no podía confiar.

Sin embargo, cual las palabras pronunciaran pesaran sobre el que recordaba haber conocido al presentarse ante él como su padre, le llevó a abrir espacio para que la mujer pasara y llegara ante él.

No pudo evitar que lo primero que vio de ella fuera el vientre sobresaliente escondido bajo las frondosas telas finas, lo que significaba que en algún momento esa mujer dejaría de ser lo que tenía enfrente para convertirse en el puente que uniera a la nueva vida con este mundo. Aunque no comprendía en lo más mínimo cómo tal acto se llevaría a cabo, había sido testigo en varias ocasiones como los gritos de las mujeres en aquel mismo estado en aquella casa donde vivía, terminaban por traer a la vida a pequeños seres. No quería...

...Estaba cansado de los gritos. La preocupación por tal futuro lo retrajo un tanto al punto de bajar la mirada ante ella.

No debes temer...

El temor visible en la expresión corporal del niño la llevó a sentir el dolor que todas aquellas nuevas vivencias podían estar acarreándole, por lo que buscó colocar la mano en la pequeña mejilla para levantarle el rostro y hacer contacto visual, lo que, entre reacios movimientos leves del menor, logró.

La angustia aún continuaba fresca bajo sus ojos en forma de lágrimas o tal vez el rezago de la tormenta se había colado hasta sus pómulos, no estaba segura.

Eres bienvenido...

Las palabras de la reina en sus pensamientos le llevaron a sonreír, mientras se sentía comprometido con ella por haber sido su cuidadora y ser la madre del niño al que amaba como su hermano, aunque existieran tantas diferencias entre ellos.

— Por favor, ven esta noche a los aposentos del príncipe, para que puedas mostrarle esa sorpresa que le tiene Andrómeda. — La mirada agradecida de la reina, le brindó esperanza.

Esa noche por la debilidad aún generalizada del niño, aunque con mejor ánimo y más aún al estar en compañía de su hermano, era llevado sobre la espalda del mayor, cruzando con cuidado por donde parecía haber gente en los pasillos del castillo y pasando por la cocina notaron que no había nadie cerca, por lo que con la seguridad que todo lo que se encontraba ahí estaría sano, tomaron dos piezas de pan y agua, para arribar finalmente a las caballerizas.

Dejó al príncipe sobre la hierba, mientras sacaba con cuidado a la yegua negra del establo, los cascos sonaban con los pasos suaves.

— Vamos hermanito, esto es lo que quería mostrarte.

Ayudó a que llegara al lado de Andrómeda y guiado por el ejemplo de su hermano, colocó su mano sobre el abdomen del animal.

— ¿Puedes sentirlo?

La emoción que sentía se multiplicó al ver la genuina alegría del pequeño por la nueva experiencia.

— ¿Es un bebé? —La dulce voz del niño le sacó una pequeña risa tímida.

— Lo es. Es como eras tú cuando te conocí.

— ¿Yo era así?

— Sí, tuve que esperar un par de meses para poder estar contigo, pero estuve junto a mamá, junto a la reina todo ese tiempo.

— Entonces yo estaré junto a Andrómeda y el bebé será mi hermano. —Explicó por la lógica utilizada.

— ¿Hermano de un pegaso? —se cruzó de brazos.

— ¿Por qué no?...

— Pues, me pondré celoso, porque él es una bestia.

— Igual que yo...

La respuesta lo dejó un tanto frío. No tenía idea de que su hermano se viera a sí mismo de tal forma.

— Lo lamento, no fue mi intención.

— ¿Lo lamentas? ¿Por qué? ¿En verdad es algo tan malo ser así?

— En lo absoluto...

Ante la seriedad de la conversación, lo ayudó a sentarse sobre la grama nuevamente, para poder verlo a los ojos con tranquilidad.

— Lo que sea que una persona sea en este mundo no importa, es decir, si es un ser humano sin algún poder, si existe algún tipo de magia dentro de él o si tiene características propias de las bestias... lo que todos ellos deben tener en común es que el amor debe ser lo más importante.

— Gracias.

— No me des las gracias... bobo...

Aunque le dijo eso, sintió que se arrepintió, al ver que el niño no dijo más, cual se guardara otra cosa que hubiera querido decirle. Pero no estaba seguro de que seguir con ese tema fuera lo mejor.

— Vamos al castillo. Mañana podemos venir a estar con Andrómeda y el bebé.

Lo cargó nuevamente sobre su espalda y así como lograron bajar, volvieron a subir hacia los aposentos.

Lo dejó en aquel lugar y fue a la cocina a dejar la jarra de agua que había tomado con el propósito de volver con un vaso con agua para su hermano.

Nunca había deseado ser el primogénito, pero ante el sufrimiento de su pequeño hermano desearía con todas sus fuerzas poder intercambiarse con él, que como príncipe heredero al trono se veía envuelto en la ira de un huracán constante llamado responsabilidad de la corona.

Desde hace algunos meses atrás en el cuarto cumpleaños del Príncipe había dado inicio el camino de frustraciones por el que le seguía con cuidado desde las sombras, debido a que, en los momentos de descuido de la reina, quien no estaba de acuerdo con los métodos utilizados en su hijo, eran utilizados para hacerlo participe de las actividades atroces a las que el Clero llamaba entrenamiento de resistencia.

Hasta el momento había sido letalmente envenenado dos veces.

Y parecía ante sus incrédulos ojos que se encontraba ante una tercera.

Lo había encontrado jadeante en el lecho mientras se retorcía entre el dolor y la fiebre. Sin embargo, al acercarse un tanto más adentro de los aposentos, observó horrorizado como aquel malestar se trataba de algo más.

Sentado sobre el respaldo de la cama y colocándole un pie sobre la cabeza al niño yacía el príncipe de las tierras bajas, Underland. Aquel quien era acusado de la maldición que aquejaba a su hermano desde el día de su nacimiento.

El escalofrío que le recorrió pareció congelar a su paso cada poro de su piel, llevando a temblar sus piernas y acelerar la respiración. Había jurado proteger a ese pequeño, pero qué podría hacer un ser tan insignificante como él contra un dios...

Se había quedado inmóvil y sintiéndose patético al punto de pensar que había llegado el final para ambos.

No sabía siquiera si le era permitido mirarlo de frente por lo que bajo la mirada al piso ante su presencia.

Al verlo en tal estado el joven de claros cabellos no dudó en dejar de ocultar el humor que le causaba y estalló en una carcajada que no era más que vil provocación para verlo reaccionar.

— Anda... sin timidez, acércate. ¿Acaso no venías por eso? ¿A verlo? ¿Quién es él?...

— Es... El príncipe Alasdair segundo... heredero al trono de Overland.

— Heredero... lo que significa que tengo a Overland a mis pies... puedo patear a Overland cuando me plazca... ¡Puedo aplastar a Overland en el siguiente segundo! Vamos Overland... defiéndete... pero no puedes, no eres más que la esperanza muerta en un niño debilucho e insignificante.

La presión que ocasionó al apoyar su pie con más fuerza hizo gritar al pequeño de cabellos oscuros.

— ¡Vamos Overland!

— ¡No... no por favor!

Gritó aún sin poder moverse, pero repleto de ira por lo que sus ojos presenciaban.

—Overland morirá a mis pies y no fuiste capaz de hacer nada...

Se detuvo, sin dejar de mirarlo, cual su verdadero objetivo no hubo sido precisamente el niño bajo su talón. Sonrió al notar los cuernos asomado entre los cabellos rojizos.

—Hermano... no... tú no...

Un pequeño susurro de aquella vocecita lo llevó a buscar con desespero al proveniente, encontrando de inmediato al joven príncipe con los ojos escurridos en lágrimas mirándolo, aún presionado contra el colchón por el pie del venido de Underland.

La desesperación del momento se compartía entre ambos.

–No debes preocuparte... Tu hermano mayor está aquí...

Sonrió hacia el pequeño, aún y cuando al cerrar sus ojos en señal de confianza, un par de lágrimas se derramaron sobre sus mejillas.

Lo único que sabía con certeza sobre la persona que yacía frente suyo, era que se trataba del causante de la maldición de las cabezas de ganado de su gente... aquel que hacía correr la sangre desde sus cabellos con cada asomo de los cuernos que resultaron la expresión de sus emociones más fuertes.

— Lo sabía...

Acotó el dios venido de las tierras bajas. Y parándose sobre el piso caminó hasta él, mientras era seguido con la mirada por ambos hermanos.

—Era verdad que la maldición se había extendido... deseaba verlo por mi mismo, ya que nadie reporta avistamiento de los habitantes de este reino con esas características, pero aquí hay uno. Y uno muy especial, el vidente Lesath...

Al escuchar su nombre de los labios del príncipe de cabellos dorados, la angustia se resumió en su joven rostro.

— Vine por ti.

— ¿Qué?

Respondió ante el horror que le planteaba.

— ¡No! ­

Aún sin poder moverse con normalidad, con la voluntad implacable que siempre tenía, logró llegar hasta su hermano mayor, el príncipe Alasdair.

Lesath abrazó con fuerza a su hermano y cargándolo salió corriendo de los aposentos.

Los jadeos del esfuerzo eran notorios, pero no iba a detenerse, no podía. ¡No debía! Y llegando a los establos, sacó con premura a Andrómeda.

Volaron toda la noche.

Los leños aún crepitantes producían el calor que necesitaban para no sucumbir ante el imponente clima, cuyos cambios se volvían demasiado notorios en las dunas. Los días calurosos y las noches frías como solo se expresaba en los relatos.

Y a pesar del fuego, parecía ser él mismo quien se hubiera convertido en un témpano de hielo, al no poder conciliar el sueño mientras el frío le recorría la espalda, por lo que se abrazó a su hermano menor, encontrándolo de igual forma tiritante entre temblores.

— Alasdair...

En seguida la culpabilidad lo consumió. Justamente esa tarde había pensado que no sería lo correcto escapar con él porque no tendría como cuidarlo de manera correcta, pero la verdad era que no se le había ocurrido nada más que tomarlo y huir.

Su situación era delicada, pero sin duda lo había visto mejor esa tarde... ¿Entonces por qué?

Se levantó mientras soplaba sus propias palmas de las manos buscando calentarse y se asomó fuera de la cueva, recordaba haber visto un pozo en el sobrevuelo.

Pasados algunos minutos estuvo de vuelta.

La fiebre no parecía fuera a ceder, por lo que recorría la frente del niño con el paño de agua recién extraída del pozo, pero el sufrimiento no se iba del rostro de su pequeño hermano.

El sudor frío se deslizaba sobre su nariz y bajo sus párpados, de continuar en aquel estado iba a terminar por deshidratarse.

Al mismo tiempo que toda esa humedad a su alrededor llevaba a Alasdair a sentir cual estuviera derrumbado sobre un charco ruin y pegajoso del que no podía liberarse. Dolía demasiado como para siquiera intentarlo, pero no quería dejarse sumergir en aquella oscuridad, finalmente lo habían conseguido, salir del castillo de su padre y dejar aquello atrás, deseaba ver, sentir y oler todo lo que nuevo que el mundo en el exterior tenía para brindarle.

Intentó abrir los ojos, pero le pesaban demasiado los párpados.

— Hermano...

— Tranquilo...

— ¿Estoy... muriendo?

— De ninguna manera...

— Quiero, que deje de doler... por favor...

— ¿Dónde?, ¿Qué te duele?...

— La espalda...

— ¿Puedo ver?...

Con sumo cuidado se movió mientras apoyaba las extremidades sobre las telas del piso, los botones de su camisa fueron sacados de los ojetes por su hermano, quien lo observó volver a recostarse con el mismo cuidado que se levantó.

Fue solo un segundo, cuando la mirada del hermano mayor se desenfocó cual observara adelantos o retrocesos en el pasar de la luz del día o de los años. El horror que le recorrió la piel lo llevó a tratar de pararse, pero inmediatamente caer sentado, entre los relámpagos de ilusión óptica que le llevaron a ver aquella pequeña espalda desfigurada entre bosquejos de sangre.

Las lágrimas bañaron su faz en el mismo segundo. No entendía porque aquellas visiones que ya hasta parecían haber desaparecido en el poder que era posible fuera un engaño de su imaginación, ahora regresaran tan vividas.

Una gota tras otra de aquel líquido espeso cayó sobre su mano apoyada en la pierna y fue entonces cuando notó que sangraba de la nariz.

—¿Tan... poderosa es la energía causante de todo esto?...

Sintió como sus miembros temblaban al darse cuenta de su situación, pero de ninguna manera iba a mostrar aquel estado a su pequeño hermano que en todo ámbito dependía de él.

Apretó los párpados y se levantó tratando de no pensar en nada, hasta llegar a él y tomarle de la mano, calor que, al sentir, los ojos del niño se abrieron en medio del dolor, alentados por su compañía.

— No se ve nada malo, creo que es por la misma fiebre.

— Bueno...

Trató de asentir, pero apenas pudo mantenerle la mirada, evidenciando la agudeza de su padecimiento.

— Pero... voy a ponerte paños húmedos en la espalda para que te refresque.

— Sí...

Pasó en aquel acto un gran lapso, ya que se calentaban con mucha rapidez y aunque no veía nada sobre la piel, aquel dolor que lo tenía sufriendo algo debía significar, debía conseguir ayuda... pronto.

¿Pero qué explicación iba a dar?... No tenía idea de su situación. Habían volado sobre la yegua solamente y antes de eso... el hecho de ser pisoteado por el dios de Underland no podría hacerlo enfermado... ¿o sí?...

Haber visitado las caballerizas y...

Entonces lo comprendió, en su paso por la cocina, cuando creía que todo era seguro...

Se llevó ambas manos al rostro al sentirse terriblemente culpable de haber tomado aquellos panes y agua; agua de la que no había tomado ni un sorbo, salvo Alasdair.

Era otra trampa más... se levantó lo más rápido que pudo y corrió fuera de la cueva a una distancia en la que esperaba no poder ser escuchado.

Necesitaba gritar todo el horror que trepaba por su garganta o estallaría.

Las lágrimas brotaron de sus ojos a borbotones de desesperación.

Hasta el agua se transformaba en veneno en el reino de su padre y ahora su hermano estaba muriendo lejos del castillo, lejos de su madre...

Tal vez su destino estaba marcado realmente por esa maldición... y así como lo trajo al mundo se lo llevaría...

No... esos no podían ser sus pensamientos en ese momento...

Regresó a la cueva y lo encontró en la misma posición que lo había dejado.

— No llores...

Mencionó el niño al verlo llegar.

— ¿Eh?... ¿Por qué dices eso? Claro que no estoy llorando...

Respondió sin poder contenerse.

— Tus lágrimas... me caen en la cara... ­

Sonrió.

— Ya lo pensé mejor... y vamos... a ir a buscarla...

— ¿A quién?...

La debilidad le ganó. No pudo escuchar la respuesta al perder la conciencia.

— A la diosa... la única que puede devolverte la salud... la diosa del Equilibrio, todos hablan de lo maravillosa que es... seguramente ella podrá hacer algo...

Continuará...

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