Capítulo 9.
Cada vez que podía, Damián apartaba un tiempo para descender al pueblo. Debía buscar los carteles que ofrecían una recompensa por su captura y arrancarlos para que nadie los viera. Dicha tarea le traía preocupaciones. Lo que más anhelaba era subir a las montañas, pero Rose no había recibido respuesta de su familia y le preocupa tanto llevarla con él como el hecho de dejarla sola en el pueblo.
Esperaba que los tres días de entrenamiento con el arco y el cuchillo, fueran suficientes, pero él sabía que tan poco tiempo no era para nada significante.
El ambiente festivo en Garcún se sentía en el aire. Las calles estaban abarrotadas de pueblerinos como nunca preparándose para la celebración del día bisiesto que se avecinaba. Eso hacía que fuera casi imposible para Damián encontrar todos los carteles que anunciaban la recompensa por su captura, y mucho más en un pueblo cuyas calles torcidas hacían de aquella aldea un laberinto.
Sabía que los mejores lugares para colgar los carteles serían los más concurridos, así que se dirigía a las tascas, a los burdeles, las plazas importantes, los templos religiosos o cualquier lugar que fuera popular según lo que escuchaba en las calles.
Tanta afluencia de personas hacía más difícil la tarea. Se vería sospechoso que un encapuchado estuviera por allí rompiendo anuncios en los negocios. Tal vez estaba siendo demasiado imprudente, pues de seguro Rodrick Kensenter estaría consciente que un fugitivo intentaría eliminar los carteles de captura y por lo tanto su antiguo amigo montaría vigilancia en algunos de ellos.
Si no fuera porque se veía obligado a quedarse en Garcún mientras Rose esperaba respuesta de su familia, hubiera ignorado a sus perseguidores y hubiera marchado a la cima del pináculo de Dorencar para encontrar a Esra.
Era el quinto anunció que había arrancado aquel día cuando el llanto de una mujer llamó su atención.
—¡Por amor a los dioses, tenga compasión de nosotros y devuélvanos el dinero! —suplicaba ella acompañada por un joven adolescente.
—¡Entiendalo de una vez señora, su hijo apostó el dinero y lo perdió limpiamente! —se quejaba un hombre alto y delgado que estaba acompañado de otros más fornidos y armados.
—Mi hijo tan solo tiene catorce años, no sabía lo que estaba haciendo. ¡Sin dinero no podremos comer esta noche!
—Sus necesidades no son problema mio, y me parece que su hijo ya está grandecito para ser responsable de sus actos. ¿Tiene dinero para apostar? Porque si no es así, váyase ahora o haré que mis hombres los saquen de aquí a patadas.
Damián, que había escuchado suficiente, decidió intervenir aunque quería evitar problemas.
—Me puede explicar, señora ¿cómo perdió el dinero?
—Ese mocoso creyó que podría acertar dónde estaba la moneda y perdió —Fue el hombre quién contestó.
—¿Por qué hiciste eso? —se dirigió al joven— ¿No te enseñaron que es malo apostar? —El joven no contestó— ¿Cuánto dinero perdiste?
—Cuarenta dikanos de plata —contestó la madre del chico.
Era mucho dinero y pensó que debía hacer algo al respecto, pero enfrentarse a aquellos hombres no era prudente, tanto porque eran demasiados o porque sencillamente llamaría mucho la atención.
—Oiga señor —el hombre reclamó impaciente—, si usted no va a apostar, es mejor que se vayan. Hay muchas personas que quieren participar.
Damián observó la mesa que se encontraba entre ellos. Sobre ella había tres pequeños vasos de bronce y una moneda. Conocía el juego: Lo había jugado muchas veces cuando vivía con los Kensenters. Recordaba que la primera vez que conoció a April lo habían jugado. Ella era tan buena que fue la única que pudo vencerlo. Por su experiencia pensó, que si jugaba ese día, podría recuperar el dinero de aquella mujer.
Intentando que los hombres no lo vieran, sacó de su bolsa de cuero unas monedas y contó sólo diez dikanos. No podía arriesgar perder todo su dinero, así que si probaba con cinco monedas y salía vencedor, conocería la habilidad de aquellos hombres y sabría si valía la pena continuar.
—Solo tengo cinco monedas, si pierdo serán suyas, pero si gano usted me dará los cuarenta dikanos que perdió el chico.
—¡Eso no es justo!
—Es justo, todo lo que tengo por todo lo que usted tiene.
Aquel hombre y sus acompañantes armados comenzaron a reír mientras se preparaban para sacar sus armas.
—¿Me toma por tonto? Entienda que usted no pone las reglas aquí. Si usted arriesga diez dikanos, pues con diez dikanos vamos a arriesgarnos nosotros.
No le quedó de otra que aceptar el desafío. Aquel hombre cubrió la moneda con uno de los vasos y la fue rotando con los otros lo más rápido que pudo. Para Damián, era demasiado lento y no perdía de vista en cuál de los vasos estaba la moneda. Una vez que el hombre culminó tocó el recipiente que estaba a su derecha acertando en su primera apuesta.
Los hombres parecían asombrados tras la seguridad con que Damián había acertado. Ahora con diez dikanos aumentaría la apuesta y en la segunda ronda, si ganaba, tendría veinte monedas, y así, a la tercera, ya habría recuperado todo el dinero que aquella familia había perdido.
Tras el éxito y la celebración de la mujer y su hijo, las personas se acercaban para ver qué estaba ocurriendo en el lugar.
Una vez más afrontó el reto y al igual que la primera ocasión tocó uno de los vasos acertando el lugar donde estaba la moneda. Todo parecía salir de acuerdo al plan. Su oponente era demasiado lento rotando los vasos por lo que no tuvo en ningún momento necesidad de adivinar o depender de suerte alguna.
Era el tercer turno y esta vez se apostaban veinte dikanos. Las personas aglomeradas ahora le incomodaban. Su adversario ocultó la moneda y deslizó los vasos tan rápido como pudo pero para Damián seguía siendo demasiado lento. Tocó uno de los vasos seguro de que acertaría de nuevo, pero para su sorpresa, falló. Había perdido, tal cual como el chico, todas sus monedas. Se sentía inútil, enojado, impotente, decepcionado y, por alguna razón, estafado, mientras los hombres se burlaban de él y la mujer entraba en llanto.
—¡Te sentías confíado pero por esto es que dicen que a la tercera va la vencida! Supuestamente las cinco monedas con que iniciaste era todo lo que tenías ¿cierto? Si no posees más con que apostar puedes retirarte.
En realidad aún le quedaban cinco dikanos, pero no podía arriesgar más. La tentación a quitarles el dinero por la fuerza lo llevó inconscientemente a amagar con desenvainar la espada, pero repentinamente un hombre de unos treinta años lo detuvo.
—Peter Lagreit, ¿qué haces? Las cosas no se solucionan por la fuerza. Deja que yo me encargué: apostaré por ti.
El desconocido lo había llamado por su nombre falso con el que se daba a conocer en Garcún, sin embargo, no recordaba haberlo visto nunca. ¿Por qué razón le hablaba con tanta confianza y ofrecía ayuda?
—No te conozco.
—Silencio —susurró en su oído—. Te conviene confiar en mí o les diré a todos que eres Damián Jolstein —amenazó sonriente y relajado—. Ya que no es justo que solo yo conozca quién eres, me llamo Gasper.
Escuchar su nombre por parte de aquel desconocido le causó escalofríos. ¿Lo habría descubierto mientras retiraba los carteles? Pero, si fuera así ¿cómo sabía que se hacía llamar Peter Lagreit? ¿Acaso había sido espiado sin darse cuenta durante todo el tiempo que estuvo en Garcún?
Gasper, al igual que él, sacó de su bolsillo cinco dikanos de plata e inició la apuesta, y la historia parecía repetirse de la misma manera. Ganó las dos primeras rondas e iba por la tercera para ganar los veinte dikanos que le faltaban para conseguir los cuarenta que la familia necesitaba. Pero antes de tocar por tercera vez uno de los vasos, Gasper, sonriente, se cruzó de brazos y se negó a hacerlo.
—Apuesto que la moneda no está en ninguno de los tres vasos — dijo sorprendiendo así a sus adversarios.
—¿De qué estás hablando?
—Hablo de que eres un estafador, dejas que tus contrincantes ganen las primeras rondas y cuando han subido las apuestas, aprovechas la distracción que produce el apretujar de la multitud para sacar la moneda sin que tú retador se de cuenta. Así no importa a cuál de los vasos escoja resultas ganador porque no está en ninguno de los tres.
—¡Eso es mentira, me estás difamando!
—Si tienes razón levanta los tres vasos, y si la moneda se encuentra en uno de ellos habrás ganado la ronda y te daré tu dinero. ¿Qué esperas? ¿Acaso tengo razón?
Tras el letargo de aquel hombre, Damián sabía que sacarían sus armas antes que admitir la estafa y entregar el dinero, pero sin darle tiempo a reaccionar una vez que los hombres procedieron a atacarlos, Gasper tenía un cuchillo puesto en el cuello del estafador. Fue tan rápido que apenas tuvieron tiempo de asimilar lo sucedido.
—Me haces el favor y ordenarle a tus hombres que bajen sus armas si no quieres que corte tu cuello. Ahora, levanta los vasos y muéstrales a todos que la moneda está en uno de ellos.
El estafador no tuvo otra opción que desistir y entregó en las manos de la pequeña familia el dinero que les pertenecía. La mujer y su hijo les dieron las gracias una vez que ellos le custodiaron a un lugar seguro y se despidieron. Damián y Gasper caminaron un tiempo más juntos para conversar.
—No te preocupes por los hombres que no tomarán venganza contra nosotros. Amenacé a ese idiota si lo hacía.
—¿Qué le dijiste?
—Revelé detalles de su vida privada que solo él conoce. Le dije que su patrón estaba a punto de enterarse porque envié a hombres para acusarle y que en vez de ensancharse contra nosotros, era mejor que se apresurara y evitara que su capataz supiera la verdad. Obviamente lo último que le dije era mentira, pero para cuando se de cuenta ya estaremos muy lejos.
—Quiero saber de dónde me conoces y por qué me has ayudado.
—Te conozco porque soy un vidente.
—U otro estafador que ha estado espiandome al llegar aquí.
—¿Y qué ganaría con eso?
—La recompensa o algo mejor.
—A ver, piensas que estoy hablando contigo en vez de entregarte porque busco un beneficio mayor. Por favor ¿es en serio? Antes eras un escudero a punto de convertirte en caballero, y ahora eres un fugitivo que no tiene nada. Cualquier cosa que me puedas ofrecer por mí silencio no es mejor que la recompensa.
—Si quieres que te crea debes...
—... revelar un detalle de tu vida que solo tú conoces. No soy como ese brujo estafador con quién te encontraste al llegar aquí y te lo puedo demostrar.
—Hazlo.
Para Damián aquél hombre parecía saber mucho de él, sin embargo podría ser por haberlo espiado e investigado. No se dejaría convencer hasta que le revelara algo que solo él podría saber. En ese momento deseaba que Rose le estuviera acompañando, pues era más astuta para descubrir las artimañas. Tal vez si hubiera apostado con ella, Rose hubiera descubierto la trampa como aquel hombre lo había hecho.
—Se te acusa de haber matado a tu padre y a la mujer con la que habías escapado. Incluso se te culpa de cargar con su cadáver para hacer magia negra en las montañas aledañas a este pueblo. Bueno, en realidad insinúan que haces cosas pervertidas con ese cuerpo.
—¡No es cierto!
—Pero es lo que dicen, y estoy seguro que estás pensando que todo lo que te he dicho es un rumor que cualquiera de tus perseguidores ha regado en tu búsqueda. Sin embargo, yo sé algo que los demás no saben.
»Un brujo entregó en tu poder el collar de Dorencar. Ese collar evita la descomposición del cuerpo de April, y esto hace posible que ella pueda ser resucitada si encuentras a Esra.
—¿Cómo lo sabes? —Damián estaba aterradamente impresionado.
—Te lo dije: soy un vidente. Puedo ver en ti el amor que tenías por esa mujer, y si estás aquí intentando revivirla ¿Cómo puedo pensar que tuviste razón para matarla? No eres de las personas que mataría sin motivo cuando intentas ayudar a una familia que ni siquiera conoces. Así como hiciste con Rose ¿Cierto? La salvaste siendo una total desconocida.
Damián solo afirmaba moviendo su cabeza. Estaba totalmente convencido de la habilidad de aquel hombre. No sólo parecía saberlo todo de él, sino que leía sus pensamientos y no se sentía juzgado. Pocas veces había tenido el valor de contarle esas cosas a alguien pero nadie lo comprendía y creían que estaba loco. Qué ese vidente revelará los secretos de su vida sin reprocharle sus actos lo hacía sentir aliviado.
—No te creas, yo también pienso que estás loco. ¿En verdad planeas revivirla a toda costa? Eso es falta de cordura, pero me agradas y eso es porque entre locos nos entendemos.
—¿Por qué me estás ayudando?
—A decir verdad, no lo sé. Siempre he tenido sueños extraños y confusos en donde estoy en una montaña oscura ayudándote a lograr tu cometido. Si es mi destino tengo que saber que ocurre al final de la historia. Nunca está totalmente claro y me despierto justo en la mejor parte.
»Como soy un hombre curioso, debo averiguarlo, y en vista de que soy una buena persona estoy seguro que si en mis sueños futuros te estoy ayudando es porque tú también debes ser de los buenos.
Damián no se fiaba de nadie y le costaba creer en los intereses de aquél supuesto vidente. Pensaba en la posibilidad que lo que quería era robarle el collar de Dorencar. Sin embargo le era difícil no hacer el intento de averiguar si sabía algo de Esra.
—Ya que ves el futuro ¿sabes cómo encontraré a Esra?
—Los videntes no vemos el futuro; vemos muchas probabilidades. Mientras más acertadas sean las visiones es porque el nivel del vidente es mayor. Cuando un vidente llega a un nivel de predicción en el que no puede errar es lo que llamamos un profeta, pero son contados aquellos que han alcanzado ese nivel en la historia.
»En la mayoría de las visiones que vi lograste encontrar a la bruja, pero lo que no me queda muy claro es si el hechizo que buscas funcionará. Este pueblo tiene algo que me impide ver las visiones con la destreza con que lo hacía antes de llegar hasta aquí.
»Lo que sí te advierto es que mientras más tiempo te quedes, las probabilidades de lograr tu objetivo se acaban. Te aconsejo que te vayas de una vez. Llegué a este lugar acompañado de dos curanderos y tu viejo amigo, el caballero Rodrick Kensenter, junto a veinte hombres armados, pero me escapé cuando llegué al castillo de Marcus Findergrey para tomar ventaja y advertirte. Si no te vas pronto, te capturarán.
Damián sabía que tenía razón, y lo que más anhelaba era ascender a las montañas lo más rápido posible para revivir a April, pero no podía dejar a Rose sin saber nada de su familia o al menos estar seguro que ella estaría bien.
—Ya que dices querer ayudarme ¿Qué posibilidades hay de que puedas encontrarte con ellos y hacer tiempo?
—Lo haré, pero debes jurar que después de la festividad del día bisiesto, no estarás aquí.
—Lo juro.
—Espero que sea verdad. Sé que nunca te has planteado esa probabilidad, pero Rose es un obstáculo para tí si de verdad quieres revivir a April. Entiendo que te estés enamorando de ella...
—Yo no me estoy...
—Sí lo estás, pero te niegas a creerlo porque no aceptas la muerte de April y temes romper la promesa que le hiciste en el río hace dos años atrás.
»Rose te preocupa demasiado porque temes que no encuentre a alguien que la proteja como tú lo harías. Déjame decirte que ella estará bien, no es tan débil como crees.
—Pero ella está sola en este lugar.
—¿Has escuchado el dicho que dice: Nada es lo que parece?
—Sí.
—Pues óyeme bien, es lo único que puedo decirte de ella pero Rose no es lo que parece.
—¿Qué sabes de ella?
—Casi nada, solo que está perdida como tú. No te diré nada más porque creo que hay cosas que debes descubrir por ti mismo y no aconsejo que intentes indagar.
»Aquí nos despedimos. Me encontraré con los otros y haré tiempo, pero recuerda, debes irte cuanto antes.
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