Capítulo 8

A diferencia del día anterior, el cielo estaba totalmente despejado. El ambiente prometía ser soleado y a pesar del frío, Rose se levantó entusiasmada para comenzar el día. Escuchó voces a las afueras y cuando se asomó por la ventana observó a Damián conversar con varías personas sobre las labores que debían realizar en la hacienda.

Esta vez no portaba su ropa habitual sino que estaba ataviado como cualquiera de los demás campesinos. Sin embargo, para Rose, aún le parecía que por su porte y seriedad seguía infundiendo respeto, y tampoco se podía negar que aquél hombre le resultaba atractivo.

Pensó en lo que ocurrió en el anochecer del día anterior. Por la forma en que la miraba y por lo cerca que se encontraban, sentía que podría jurar que él estaba a punto de besarla. Sin embargo, no lo hizo. Pudo darse cuenta, como justo después de que aquel rayo interrumpiera lo que ella creía pudo haber ocurrido, Damián observó el cuarto de herramientas como si algo importante allí lo tuviera encadenado.

Rose bajó la escalera y se dirigió a la cocina. Por suerte tenían una despensa bien equipada con la que podría cocinar. Solo le faltaba los huevos para preparar el pan por lo que tomó una canasta y salió a buscarlos. Culminó la tarea luego de una ardua batalla contra las gallinas del lugar que protegían sus huevos como unas fieras.

—¿Quién ganó? —le preguntó Damián sonriente al verla llegar mientras prendía fuego a la leña.

—Por supuesto que yo —exclamó victoriosa.

—Por tu aspecto puedo jurar que fue la gallina.

—Si fuera así no habría conseguido estos —mostró la canasta exhibiendo los huevos que había obtenido—. Por cierto ¿Quienes eran los hombres con quiénes hablabas?

—Agricultores que trabajan para el señor Simmons. La lluvia fue repentina y demasiado fuerte así que temen que haya podido afectar las cosechas. Me pidieron ayuda para inspeccionar las tierras y ver que se puede hacer. Por suerte, tengo conocimientos que les podría ser de ayuda.

—Espero que les sea de utilidad.

—Iré con ellos y cuando regrese practicaremos con el arco, ¿te parece? —le ofreció una vez que había encendido los leños.

Después de haber comido y partido, Rose permaneció en la cabaña para encargarse de las labores y una vez culminadas las tareas se tomó un descanso. Se dirigió a la biblioteca e inspeccionó los libros.

Tal como Andrew les había dicho, había mucha variedad para leer en aquella biblioteca tan pequeña. Tomó uno de los libros y se sentó a leer, una actividad que resultaba para ella reconfortante y más en aquella pequeña y rústica cabaña. Pensó que si fuera suya, tal vez se acostumbraría a vivir allí.

Se sumergió en las historias de Las Crónicas de Ofradía, las cuáles narraba las leyendas de todo el continente ofradiano.

Una vez cansada de leer, esperó junto a una ventana la llegada de Damián; anhelaba con ansias practicar con el arco. Entonces recordó que las armas se hallaban en el cuarto de herramientas. Caminó hasta allí para buscarlas pero al intentar abrir la puerta, encontró que estaba cerrada con llave.

Entonces regresó a su memoria la imagen de aquel baúl pesado y misterioso que Damián guardó en aquel lugar. Se preguntaba el por qué de tanto misterio y el pensar que Damián no tuviese la confianza de contarle o peor aún, que se asegurase de cerrar el cuarto de herramientas con llaves para que ni ella tuviese acceso, le daba tristeza y aumentaba al mismo tiempo su intriga por saber lo que él ocultaba.

Quizás esperaba demasiado de él; no hacía mucho que se habían conocido. Rememoró las veces que se había portado extraño desde que se conocieron en la posada. Recordó la vez que el brujo impostor mencionó la muerte de una mujer, el interés y la tristeza que se reflejaron en los ojos de Damián, le hizo pensar que aquella chica era de gran importancia para él.

Recordó la ocasión en la que durmiendo en la posada de los tres palos, Damián se levantó de madrugada y no volvió hasta que salió el Sol. Recordaba cuántas veces se inquietaba por no perder de vista su carruaje, pero después que había sacado aquel inmenso baúl, ahora no se preocupaba por saber dónde estaba. Todo su secretismo y cuidado pasó a estar dentro del cuarto de herramientas.

Sintiéndose triste y sola, se recostó en el mueble y se quedó dormida hasta que Damian llegó.

—Rose, Despierta —le llamó Damián insistentemente hasta que despertó. Cargaba consigo una pierna de cordero que trajo de regreso.

—Hola, no me di cuenta cuando me quedé dormida.

—Pues no creo que hayas dormido demasiado ya que regresé muy rápido.

—Para mí tardaste mucho.

—¿Me extrañaste?

—Bueno, yo... yo estoy ansiosa por aprender a usar el arco, por eso te esperaba.

—Está bien, pero primero vamos a preparar algo de comer. Nos encontramos al señor Simmons en el camino y me trató muy cordialmente. Me dijo que descansara hoy, que más tarde nos visitará y pasado mañana me podré incorporar a las labores del campo. Nos regaló está pierna de cordero.

Después del almuerzo Damián sacó los armamentos y saliendo de la cabaña escogieron un árbol grueso sobre el que disparar las flechas. Colgaron en el árbol una diana y a una distancia de diez yardas iniciaron con los entrenamientos. Damián realizó el primer disparo mientras le daba a Rose todas las instrucciones que debía saber.

No era mucho lo que a Rose le parecía que debía recordar para hacer un buen disparo, pero al intentarlo, el tener que mantener la postura correcta, la debida inclinación del arco, la concentración y la respiración adecuada, le hizo ver que no era una tarea nada fácil de lograr.

—Tienes los dedos muy tenso, debes relajarte —las instrucciones constantes de Damián no le ayudaban sino que la hacían sentirse más nerviosa—. Recuerda que debes...

—¡Auch! —Exclamó Rose. Se le había disparado la flecha y la cuerda del arco golpeó fuertemente su brazo.

—Sí, suele pasarle a los aprendices en sus primeros disparos.

—¿Por qué no me advertiste?

—Lo siento, cometiste varios errores al sostener el arco.

—Eso es evidente. Mira, ni siquiera le di al árbol.

—No te sientas triste, es normal. Puede que hayas apuntado bien, pero cuando sueltas la cuerda debes mantener el arco en la misma posición; el más mínimo movimiento causa un desvío demasiado grande.

Rose intentó muchos disparos sin éxito alguno, pero persistía. Aunque se desesperaba por no poder darle a la diana, su deseo de lograrlo era más fuerte que su impotencia.

—Levanta más el codo —dijo ayudándola con la mano—. permíteme —se posicionó tras ella y con su mano izquierda le ayudó a sostener el arco mientras acercó su rostro al de Rose para ver el blanco desde su perspectiva.

El tener a Damián tan cerca, hasta el punto de sentir su respiración acariciarle el cuello, causó que se le erizara la piel. No sentía que era ella la que apuntaba con el arco, sino que era él quién tenía todo el control se su cuerpo. El susurro de aquella voz que le daba instrucciones, le brindaban una calma de la que no quería escapar y al mismo tiempo le turbaba el corazón que aceleraba el ritmo de su palpitar.

Cuando soltó la cuerda no recordaba haber visto la trayectoria de la flecha, pero al ver que habían dado en el blanco le había causado tal satisfacción que gritó de alegría, mas al notar que Damián se veía nervioso le pregunto confundida que le pasaba.

—¡Pero que tonta! —escuchó a una voz aguda detrás de ellos, cuando volteo vio a un niño con un pequeño arco en su mano, erguido con una expresión pedante— Yo fuí quien le dio a la diana, no ustedes. ¿Acaso no saben que para darle al blanco no pueden disparar una flecha dos personas con un mismo arco?

La actitud grosera de aquel muchacho la tentaron a responderle pero su pregunta le pareció lógica. Al mirar al Damián para ver que respondía este desvío la mirada.

—Eh... El niño tiene razón. Sabía que no le daríamos a la diana —habló tartamudo mientras se rascaba la cabeza—. Solo pensé que, tal vez, si te guiaba a tomar la postura correcta entenderías mejor el concepto de lo que deberías hacer.

—Pues yo creo que usted debería tener un maestro que de verdad sepa disparar y no uno que le quiera seducir.

—¿Cómo? —Para Damián las palabras del niño no fueron de su agrado, pero para Rosé resultaron de mucha gracia.

—¿Y tú me enseñarás como es que sí debo hacerlo? —preguntó Rose mientras se burlaban de Damián.

—Sí, mira y aprende —contestó el niño haciendo un disparo perfecto justo al centro de la diana.

—Eres bueno pero ¿se puede saber de dónde apareciste? —le preguntó Damián al chico con aspereza— Aquí no haces falta. Deberías regresar por donde viniste. Tus padres deben estar preocupados por ti.

—Estas son las tierras de mis padres y las puedo recorrer como quiera. Él me mandó a buscarlos. No creo que le guste saber que mientras él les visita ustedes están jugando a disparar flechas.

—¿Eres hijo del señor Simmons? —Rose le preguntó impresionada.

Tras la afirmación del niño regresaron con prontitud a la cabaña. Se habían entretenido tanto con las prácticas de disparo que olvidaron que Simmons los visitaba aquella tarde.

El recibimiento por parte del hombre más poderoso en Garcún, fue mucho más agradable de lo que esperaban. Se encontraba con su esposa y todos sus hijos. La mayoría de los niños salieron a entretenerse en el terreno y los más pequeños se quedaron con Rose y la esposa de Simmons a leer en la biblioteca.

Una vez que habían comido y bebido Simmons los invitó a participar en la festividad del día bisiesto que se celebraba en la plaza principal. Ambos aceptaron y pocos después Simmons se despidió de ellos junto a su familia. 

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