Capítulo 7
El cambio del clima los tomó por sorpresa después de haber almorzado.Toda la tarde, tras los fuertes vientos y truenos ensordecedores, una lluvia torrencial e implacable descendió sobre Garcún. La cabaña, rústica y pintoresca, parecía no ser tan ideal en los tiempos de lluvia. El techo dejaba filtrar algunas gotas de agua de tal manera que la estancia dejó de ser acogedora.
Ambos esperaban que Andrew no se hubiera empapado de vuelta a la posada de Los Tres Palos. A cada instante vaciaban a fuera los cántaros de aguas que las goteras habían llenado siendo una labor incesante durante horas.
Cuando la lluvia había mermado su intensidad al fin pudieron darse un descanso. Se acercaron a la biblioteca, se sentaron en un mueble junto a la mesa y guardaron silencio.
—¿No vas a escribir la carta a tus padres? —Damián preguntó a Rosé al visualizar la pluma, la tinta y los papeles que reposaban en la mesa.
—Lo haré —contestó ella. Tomó una hoja de papel, pero cuando estaba a punto de escribir, se detuvo.
—¿Qué sucede?
—Nunca he escrito una carta.
—¿De verdad? ¿Qué solías escribir?
—Pequeños recados. La mayor parte del tiempo me dedicaba a leer.
—Es fácil escribir una carta: primero saluda a tus padres, diles cuánto los amas y que estás bien. Luego diles dónde te encuentras y pídeles que vengan a buscarte.
—¿A un pueblo maldito como Garcún? —preguntó ella—. Quisiera no pedirles demasiado y defenderme sola como tú lo haces, así me iría a mi hogar sin depender de nadie.
—Yo creo que tú haces un excelente uso de un arma para defenderte que muy pocos suelen poseer.
—¿A sí? ¿Cuál es?
—La inteligencia. Te has defendido sola con ella y nadie te ha hecho mayor cosa por la misma causa.
—¿De verdad? —dijo Rose con una sonrisa—. Me alagas, creí que tú eras el arma que yo usaba para mí defensa.
—Muy graciosa —sonrió de vuelta— ¿por qué no empiezas a escribir?
Tras una corta espera, un breve silencio y un suspiro, Rose dio inicio a su carta. Al principio parecía dudar cada palabra pero luego no paraba de escribir. Aunque Damián se encontraba a su lado, ella no permitía que leyera el contenido. Tres páginas le parecieron suficientes, dobló cada una de ellas y las introdujo en un sobre que Damián selló.
—En cuanto vengan los hijos del señor Simmons mandaremos a buscar al mensajero —dijo Damián y Rose asintió— ¿Te gustaría defenderte por tí sola?
—¡Claro que sí! ¿Crees que yo pueda hacerlo?
—No mucho en poco tiempo, pero creo que puedo ayudarte en algo. Este pueblo tiene muy mala reputación y es bueno que aprendas a defenderte si alguien quiere hacerte daño y yo no estoy presente. Espérame aquí.
Damián se levantó y se dirigió al cuarto de herramientas; el lugar donde guardaba aquel baúl inmenso y misterioso. Al poco tiempo regresó con un arco, un carcaj lleno de flechas y una pequeña funda con un cuchillo dentro. Colocó las armas sobre la mesa y Rose, ansiosa, se aproximó al arco acariciando la madera; era un arma que siempre le había llamado la atención.
—Para poder disparar a la perfección con un arco se necesitan dos años de entrenamiento —le informó Damián
—¿Tanto tiempo? —preguntó impresionada.
—Sí, pero creo que si entrenas arduamente y tienes talento, podrías disparar decentemente en menos tiempo.
—¿Y ese cuchillo?
—Es pequeño, pero tiene el tamaño perfecto para que puedas ocultarlo entre las piernas; un poco más arriba del tobillo. La idea es que evites usarlo, a menos que sientas que tu vida corre peligro y no tienes otra opción. Tu agresor no debe saber que estás armada, y cuando menos se lo espera tomas el cuchillo y se lo clavas en el cuello.
—Haces que suene tan fácil cuando lo dices.
—Si de verdad quieres defenderte tienes que ser capaz. Quizás ahora te parezca difícil pero cuando sientes que tu vida está en peligro no lo piensas dos veces. Ponte la funda para que la pruebes y practiques a desenfundar el cuchillo.
Damián apartó la mirada para que Rose se agachara, levantara su falda y se colocara la funda. Luego le pidió que tratara desenvainar el cuchillo estando de pié, pero cuando ella lo intentó, tras la incomodidad que resultaba lidiar con el vestido para alcanzar la funda mientras levantaba la pierna, perdió el equilibrio y él la sujetó.
—Ya sabemos por qué los vestidos no están diseñados para la guerra —bromeó Damián.
—No puedo con ésto. ¿No es más sencillo agacharse?
—Lo es, pero sería lo más fácil y evidente. Solo pretendo ver qué se te hace difícil. Es bueno que aprendas a desenfundar de distintas maneras.
»Hagamos una cosa, yo fingiré atacarte como si fuese un agresor y tú tratarás de desenfundar el cuchillo sin que me de cuenta.
Ella aceptó la propuesta y Damián se abalanzó sobre Rose tomando sus manos para inmovilizarla, arrastrándola al mueble y cayendo sobre ella.
—¡Para! No me has dejado ni siquiera moverme —se quejó Rose entre jadeos.
—¿Y qué crees que harán los hombres de intentar aprovecharse de tí?
—No lo sé, pero no creo que está sea la mejor manera de enseñarme —expresó sonrojada ante la cercanía de ambos.
Cuando Damián notó su expresión, y al percatarse del contacto entre los dos se separó de ella y la ayudó a levantarse.
—Debes disculparme —mirarla a los ojos se le hacía difícil. No podía negarse que aquella chica le resultaba atractiva—. Nunca he enseñado a nadie a defenderse. Tal vez hace falta pagarle a alguien para que te enseñe.
—Sí, pero tal vez no sea necesario usar el cuchillo de esta manera.
—¿Y cómo lo usarías?
—Sería más fácil intentar seducir a mi agresor ¿no crees?, y cuando él crea que levantaré mi vestido para dejar ver mis piernas, desenfundó el cuchillo y lo sorprendo.
—No es una mala idea pero creo que hay un problema con eso.
—¿Qué problema? ¿Tan fea te suelo paracer?
—No es lo quiero decir.
—A puesto que sí. La primera vez que nos conocimos me rechazaste sin siquiera pensarlo.
—Porque no sabes seducir. ¿Crees que sentarte al lado de un hombre llorando como una mujer que acaba de enviudar, es una forma de seducir?
—No seas malo, yo estaba desarmada, asustada y nunca lo había intentado.
—¿Y crees que ahora será diferente?
—Sí, lo será.
—¿Por qué no lo intentas? —preguntó Damián con picardía— Yo te diré si eres buena.
—¿Ahora? —la petición de Damián la tomó por sorpresa haciendo que se sonrojara de nuevo— ¿Por qué no me dejas intentarlo después? —preguntó tartamuda y desviando la mirada.
—Sabía que te negarías.
—Es porque tal vez tienes razón, no se seducir para nada —exclamó cabizbaja.
—Déjame ver —Damia tomó su mejilla para hacer que Rose le mirara a los ojos—. Si ya eres bonita, te ves hermosa cuando te sonrojas. Así de seguro logras seducir a cualquiera.
La cercanía de ambos y sus miradas cruzadas, aceleraron los latidos de su corazón. Hacía mucho que no probaba los labios de una mujer, que no sentía su calor, ni el rose de su piel. Rose despertaba esos deseos y estaba dispuesto a besarla. Pero justo cuando se disponía a tal labor el resplandor de un rayo iluminó todo el lugar y el trueno que lo secundaba los sobresaltó.
Damián no sabía lo que sucedía, pero cuando la luz de aquel rayo se hizo presente, habría jurado que a quien vio frente de si no era Rose sino a April. Triste, apenado y confundido, se apartó de Rose y le ofreció disculpas. Ella extrañada le preguntó qué le ocurría pero él no contestó.
Miró hacia el cuarto de herramientas, el lugar donde el cuerpo de April yacía dentro de un baúl. Sentía que le había traicionado o que estaba a punto de hacerlo. Luego miró a Rose y le dijo:
—Ya ha oscurecido bastante, será mejor que descansemos y mañana practicaremos con el arco.
Rose asintió, y al ver que Damián no le acompañaba a la habitación para dormir como lo habían hecho en la posada de Los Tres Palos le pregunto el por qué, pero Damián, alegando que ya no tenían que fingir estando solos y que no eran una pareja, le dijo que lo correcto era que él durmiera en el mueble del recibidor.
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