Capitulo 4
Rodrick Kensenter jamás pensó que su búsqueda para vengar la muerte de su hermana, April, lo llevaría tan lejos. Garcún era una región hostil que no se sostenía a las leyes de la corona. Consideraba que el reino de Ástergon nunca hacía nada por someter a dicho pueblo. Decían tener controlada la región pero no era cierto. Rara vez un fugitivo que llegaba a ese lugar lograba ser capturado. Todos se unían y repelían a cualquier tropa que intentase entrar.
Siempre se había preguntado por qué un pueblo tan pequeño podía resistir a un reino entero, pero al aproximarse cada vez más a ese lugar despreciable se daba cuenta que las excusas parecían ser certeras. El terreno rocoso y empinado ofrecía al anfitrión una ventaja bélica muy difícil de superar. Todo ejército que ascendiera por aquellos caminos angostos eran blanco fácil para cualquier lluvia de flechas que dispararan sus enemigos.
Garcún era el paraíso de los malhechores y fugitivos de la ley y, según los rumores, un lugar poseedor de una magia oscura que maldice a todo aquel que se rebela contra el libertinaje de aquel lugar.
Había cabalgado hasta allí acompañado de dos curanderos: Carol y John; un vidente llamado Gasper y veinte hombres a caballo. Pero al llegar al fuerte de la familia noble que gobernaba aquellas tierras, Gasper desapareció repentinamente.
Se sentía seguro hasta que hizo parada en el fuerte de la familia Findergrey. Odiaba a estos nobles cuyo estandarte lucía un puño de hierro. Si de verdad dieran honor a lo que proclamaba su estandarte, habrían controlado la situación de Garcún, pero lo único que hicieron fue bloquear el acceso de dicho pueblo al resto del reino, con la excusa de que antes de morir de hambre, estos se someterían a la leyes de Ástergon, pero lo que en realidad los Findergrey hacían era controlar el negocio ilícito de especias prohibidas y alimentar a esa gente.
—Entiendo que no haya sido de tu agrado dejar a tus hombres en el fuerte de mi familia —dijo Marcus Findergrey a Rodrick por tercera vez—, pero debes comprender que los únicos hombres leales al rey que el pueblo de Garcún acepta en sus tierras son los de mi familia.
—¿Y hasta cuándo no vas entender que mi molestia va mucho más allá de eso? —respondió—. Eres un hombre que pretendía a mi hermana, que custodia estás tierras y dejaste que Damián, de la casa Jolstein, el hombre que la asesinó, se colara por este camino hasta ese maldito pueblo.
—Todos los que cruzan estos caminos usan identidades falsas...
—Y también sobornan con dinero.
—¡¿Insinuas que soy corrupto, caballero?! Vuelvo a escuchar eso y...
—Dejen de discutir —Carol, la curandera, los interrumpió suplicándoles—. Lo importante es que logremos capturar a Damián y que pague por todo lo que hizo. No ganamos nada quejándonos unos con otros.
—Yo quiero que Damián pague tanto como tú lo deseas —Dijo Marcus Findergrey al caballero Rodrick Kensenter—. No creas que yo no lamento lo que sucedió y que no me avergüenza que se haya infiltrado hasta Garcún.
Rodrick no respondió, pero estaba seguro que si había un diminuto deseo de venganza en el corazón del Findergrey no era por amor a su difunta hermana, sino por defender su honor y así rescatar su maldito orgullo. Tampoco había mostrado mucho interés por capturar a Damián hasta que se enteró que la persecución era una orden por decreto real y que se pagaba una recompensa por ella.
Llegaron al fin a una posada que se encontraba próxima a Garcún y decidieron hacer parada en ese lugar. Parecía concurrido a pesar de estar a las afueras del pueblo y ninguno de los que estaban allí se veían contentos con la llegada de todos ellos.
—Si hubiéramos llegado aquí con tus hombres, la bienvenida hubiera sido más hostil —dijo Marcus a Rodrick.
—¡Entremos! —ordenó el segundo que poca importancia le daba a los argumentos de Marcus y que se encontraba hastiado de ellos—, ya quiero interrogar a los presentes.
Todos desmontaron dejando sus caballos en los establos y Marcus les ordenó a sus guardias esperar afuera. Cuando entraron a la taberna el ambiente se tensó en todos los presentes.
—¡Gordon! ¿Cómo estás? —Saludó Marcus al posadero que los esperaba detrás de la barra—. Hace tiempo que no vengo por estos lugares. ¿Por qué esa cara?
—Nunca vienes para nada bueno.
—¡Vamos! No seas tan negativo —dijo Marcus golpeando levemente su hombro—, no voy a pedirte nada complicado.
—Suéltalo de una vez y déjate de rodeos.
—Pero no seas tan mal anfitrión y ofrécenos algo, vamos a pagar por ello.
Gordón, el posadero, sin decir una sola palabra tomó cuatro vasos y vertió cerveza en ellos para servirle a sus nuevos clientes.
—¿Y las prostitutas? —presionaba Marcus con gesto divertido— ¿No vas a ofrecernos prostitutas?
—Marcus, no hemos venido a eso, y estamos aquí en presencia de una dama —refutó John, el curandero, señalando con la mirada a su compañera.
—Yo sólo pretendo pedir chicas para Rodrick y para mí. Quizás así este caballero deje de estar tan amargado —Dijo dándole una palmada. Más Rodrick negó con la cabeza soltando un bufido.
Al caballero de la casa Kensenter no le gustaban las bromas ni andar con rodeos por lo que miró fijamente al posadero y le dirigió la palabra.
—Estamos aquí buscando a un fugitivo del reino de Ástergon —dijo mientras sacaba un pequeño pergamino y lo desplegaba sobre la barra mostrando un retrato de Damián Jolstein.
—No lo conozco —mintió declinando su mirada después de un breve silencio.
—Debe haber pasado por aquí. Siempre está solo manejando un carruaje. ¿Está seguro que no lo ha visto?
—Rodrick, amigo, así no lograrás que hable —intervino Marcus—. Toda esta gente aunque se odian unos a otros cuando se trata del reino de Ástergon se unen para luchar contra él. Aquí se sienten seguros de hacer lo quieren y en total libertad.
—Mira la recompensa —Señaló Rodrick con el dedo al posadero—. Todo aquel que colabore de buena fe con el reino para la captura de este malhechor, recibirá Díez dikanos de oro y le será perdonado sus delitos. Imagina que tú y tu familia podrán salir de aquí a cualquier parte del reino con total libertad y comerciar en un mercado más abierto.
Después de pensarlo un poco Gordon, el posadero, escupió al suelo y maldiciendo se negó a dar cualquier información. Hastiado, Rodrick saltó la barra y tomando con fuerza el brazo de Gordón lo extendió en la encimera. Marcus le pidió que se detuviera pero sus súplicas fueron inútil. John, el curandero, le había clavado a Gordon una daga en la mano haciendo que este gritara y llorará de dolor.
—¡Basta! ¡Tranquilos! —suplicaba Marcus desesperado a los presentes al ver cómo cada cliente de los que disfrutaban en aquel bar se preparaban para atacarlos.
—¡Pides calma, pero mira lo que hacen contra uno de nosotros! —le gritó uno de los hombres de aquel lugar—. A Simmons no le gustará eso.
—Les prometo que esto no pasará más, pero si no bajan sus armas llamaré a mis hombres para que entren. Son veinte soldados con armadura pesada y muy bien armados que no tendrán problemas en hacer una masacre en este lugar.
Por otro lado, Gordon se retorcía del dolor. Y John retiró con brusquedad su daga, haciendo que la mano del posadero comenzará a sangrar. Este gritó con fuerza y Carol se acercó a él colocando su mano en la herida. Una Luz blanca emanó de ella logrando sanar por completo a aquel hombre. Un murmullo de asombro recorrió todo el lugar seguido de un expectante silencio.
—Como puedes ver podríamos herir tu mano mil veces y volverla a curar mil veces también. No creo que quieras eso, ¿verdad? —Advirtió la curandera—. Como en ningún momento negaste saber de quién estábamos hablando podríamos suponer que tienes información.
—¡No sé de quién hablan! —Negó el posadero muerto de miedo.
—¿Ah no? —John, incrédulo, extendió de nuevo su daga cuando uno de los presentes lo interrumpió.
—¡Espere! ¿Cuál es la recompensa por ayudarles a capturar a dicha persona?
—Diez dikanos de oro más un perdón real de la corona —respondió Marcus.
—Yo colaboraré con ustedes siempre y cuando me ofrezcan protección y veinte dikanos de oro.
—Hecho —respondió Marcus mientras Rodrick liberaba a Gordon y saltaba de nuevo la barra.
—Hace un par de días un hombre encapuchado llegó a este lugar. Pagó por una prostituta y a la mañana siguiente cuando unos amigos y yo queríamos los servicios de la chica, nos atacó y se llevó a la muchacha a la fuerza. Aún me duele el costado por la herida que me propinó que por suerte no fue mortal; quiero venganza.
—¿Cómo era su transporte? —preguntó Rodrick.
—Iba solo en una carreta.
—¿Se parece a la ilustración de este cartel? —preguntó extendiéndole el pergamino con el retrato de Damián Jolstein.
—Estaba encapuchado siempre, por lo que no pude observarlo bien, pero por lo poco que vi de él, sí, se parece.
Las respuestas fueron convincentes para todos, le brindaron de beber y comer mientras preguntaban por el atuendo que llevaba y la apariencia de la chica. Poco después, Gordon, al ver que aquel hombre colaboraba, les dió el nombre de Rose con la esperanza de recuperarla.
—¿Cómo se llama el vidente que estaba con ustedes cuando llegaron al fuerte Tarrenbend? —preguntó Marcus a los otros.
—Gasper —contestó John.
—Por un momento pensé que su predicción de que nos iría bien fue una mentira. No pueden interrogar a los maleantes de aquí como lo hacen en cualquier parte del reino.
—Yo no confío en un vidente que nos abandonó en esta misión sin dar aviso alguno —comentó Rodrick—. Creo que tiene sus propios intereses en está misión y quiere tomar ventaja.
—Como sea, al final nos fue bien ¿seguro Rodrick, que no quieres una prostitutas?
—No venimos a eso.
—Ustedes no, pero yo sí. Y dependen de mí si quieren atravesar este pueblo a salvo. Mientras anden conmigo yo si voy a disfrutar de los placeres que da la vida. ¡Gordón! —llamó al posadero— ¡Dame una habitación y envíame a dos chicas más hermosas que tengas! ¡Te pagaré por ellas!
Se levantó bebiendo de su jarra de cerveza mientras la bebida chorreaba por su barba. Rodrick, por su parte, se esforzaba por ignorarlo. Concentraba todo su odio en Damián e imaginaba constantemente como vengaría la muerte de su hermana.
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