Capitulo 2.


Al contrario de lo que habían pensado, los hombres de la taberna no persistieron en perseguirlos mucho tiempo. Era extraño, ya que los caballos libres de carga, más allá de aquel que los monta, corren más rápido que los que deben llevar una carreta, por lo que tarde o temprano pudieron haber sido alcanzados.

Ambos no habían vuelto a pronunciar palabras desde entonces. La razón de Rose se debía a las emociones que había sentido aquella mañana. No podía concebir cómo en un momento se veía sin esperanzas, atrapada y esclavizada en un lugar desconocido, por lo que creía sería su destino por el resto de su vida, pero luego, de un momento a otro, en lo que para ella había sido como un pestañear, se encontraba huyendo en el carruaje de un desconocido. Tuvo miedo pero se sintió libre y viva por primera vez en mucho tiempo.

La razón por la que Damián no hablaba era un misterio para ella; ni siquiera la miraba, salvo algunas ocasiones en la que sus ojos se movían hacia ella de forma furtiva. Creía que tal vez era un estorbo para él, quien se había portado con frialdad desde la primera ocasión que se dirigieron palabras, pero de alguna forma él siempre terminó ayudándola.

Recordó que cuando lo vio entrar por la taberna la noche anterior, percibió en él algo distinto que no podía explicar. Tal vez era su forma de caminar firme y elegante, tal vez era su atuendo, el acento o el hecho de que no hubiese prestado atención a ninguna de las vanidades que todos los que se encontraban a su alrededor, disfrutaban. Se sorprendió cuando fue rechazada con fuerza, pero algo en su voz y en su mirada le hacía sentir que su aparente enojo era una gruesa cortina que escondía un triste pasado.

—Señor Damián, lamento molestarle pero me gustaría hacerle una pregunta —dijo Rose pero Damián parecía no escucharle — ¿Damián? —le llamó con más fuerza— ¡Señor Damián!

—¿Perdón? —Contestó sobresaltado y un tanto irritado deteniendo el paso de los caballos.

—Lamento molestarle pero tengo un problema y me gustaría saber si usted podría ayudarme.

—¿Cuál es el problema?

—Mire cómo estoy vestida; no quiero que todos en el pueblo me vean de esta forma.

Damián la observó detenidamente; algo que no había hecho desde que la vió por primera vez en la taberna. Estaba ataviada con un vestido de pronunciados escotes, y que estaba ceñido al cuerpo por un corpiño fuertemente ajustado a la cintura que realzaba sus pechos.

Fue un breve momento de observación, pero lo suficientemente largo como para que Rose se sonrojara y cubriera su escote con los brazos.

—Lo siento, debes comprarte algo de vestir —se disculpó Damián mientras volvía su mirada al frente.

—No tengo dinero y aún si lo tuviera tendría que cruzar medio pueblo para llegar a las primeras tiendas de ropa. Quisiera saber si podrías abrirme el carruaje para viajar atrás como pasajera; allí no estaría a la vista de todos.

—Lo siento, pero no tengo espacio.

—Por favor, yo busco acomodo —suplicó Rose—. No me gustaría que la gente del pueblo me vea así.

Después de pensar un rato y soltar un gruñido, Damián se desprendió de su capa y cubrió con ella a la joven mujer. Rose le dio las gracias y observó con más detenimiento la indumentaria de aquel joven. Podía jurar que su armadura era de cota de malla cubierta con un jubón negro que le daba una apariencia distinguida. Su vestir parecía demasiado común como para ser un caballero, pero al mismo tiempo muy elegante como para ser un simple mercenario.

Si no fuera por la ausencia de símbolos o decorados que lo identificase con algún estatus social elevado, podría jurar que pertenecía a la nobleza. Quizás participó en alguna batalla por el reino de Ástergon y robó tal armadura de algún caballero caído, pero vestir no acordé a la clase social a la que se pertenecía era considerado un acto ilegal. En el peor de los casos pudo haber asesinado a algún guardia para robarle, lo que explicaría porque terminaría huyendo al pueblo de Garcún. Aquella última posibilidad le daba miedo, además que no quería pensar así de la persona que le había salvado. ¿Por qué habría hecho algo así por una simple chica desconocida?

***

Una vez en el pueblo Damián no dejaba de murmurar maldiciones. La condición de las calles era paupérrima: tenía tantas rocas que el carruaje solía temblar mientras avanzaba. Garcún parecía un laberinto lleno de incómodas pendientes y confusas direcciones.

«¿Cómo fue que llegué a parar aquí con una chica tan joven?». Se preguntaba. Tenía que averiguar cómo enviarla de vuelta a su hogar sana y salva.

El centro del pueblo, como era de esperarse, estaba abarrotado de tiendas y compradores. Pero el negocio que más prosperaba en aquel lugar era la prostitución y el manejo de especias prohibidas. Al contrario de lo que se rumoraba, Damián no había encontrado el primer indicio de algún negocio relacionado con la magia negra.

Los precios eran exorbitantes, y comprar un vestido para Rose, por más sencillo que fuera, significa un gasto considerable de dinero.

—¿Cuánto cuesta este vestido? —preguntó Damián al ver a Rose entusiasmada con un conjunto que consistía en una túnica blanca y una clycla color púrpura que podía ajustar a su talle con un cinturón azul celeste.

—¿Qué ha dicho? —preguntó la anciana que les atendió aquella mañana. Había perdido capacidad de audición debido a la avanzada edad y escuchar a sus clientes en medio de la algarabía comercial que le rodeaba se le hacía casi imposible.

—¡¿Qué cuánto cuesta este vestido?! —preguntó Damián con más fuerza.

—No puedo escucharte, habla más fuerte.

—Déjeme a mí y vea cómo se hace —le dijo Rose a Damián y dirigiéndose a la anciana le hizo señas mientras le hablaba con mayor lentitud logrando que ella comprendiera.

—¡Son veinte dikanos de plata!

—¡¿Cuánto?! —preguntó Rose con incredulidad.

—No me digas que ahora eres tú la que tiene sordera —dijo Damián—. Escuchaste bien: veinte dikanos.

—Busquemos otro más barato —dijo Rose decepcionada.

—Compraremos este.

—¿Por qué? Hay otros vestidos más económicos.

—Los otros si no son muy feos son demasiado vulgares.

—Has hecho mucho por mi en muy poco tiempo y yo solo te he metido en problemas. Yo no puedo aceptar que sigas haciendo esto por mi.

—¿De verdad? Yo no lo hago por ti; lo hago por mí. La señorita que me acompañe debe destacarse sobre las otras si desea mi compañía.

—¿Aceptaría dieciocho? —regateó Rose dirigiéndose a la anciana.

—¿Qué ustedes son novios? —respondió confusa la mujer.

—Nooo, somos amigos —Intervino Damián—. Preguntó qué si aceptaría dieciocho.

—Ahhh... ¡Qué van a ser esposos! —contestó la anciana felizmente sorprendida, mientras Damián se llevaba la mano a la frente y Rose se reía sonrojada— ¡Felicidades! Como regalo de matrimonio se los dejaré en dieciocho dikanos.

—¡Gracias! Es usted muy amable —agradeció Rosé después de haber gritado de felicidad abrazando a Damián.

Luego de haber efectuado la compra siguieron su camino para buscar un lugar donde residir durante aquellos días. Conseguir una posada decente para él y Rose no era una misión tan fácil de lograr. Al igual que su primera parada, cada posada tenía tasca y burdel.

Durante el camino por las calles de Garcún, observaron a lo lejos una fila larga de hombres y mujeres para ingresar a un pequeño local que se ocultaba al final en una calle sin salida. Rose, movida por la curiosidad le preguntó a una niña que pasó cerca de ellos a qué se debía, porque cuando se trataba de hablar con desconocidos, le parecía más fácil dirigir la palabra a los ancianos y niños.

—Es el brujo del pueblo —contestó la niña—. Te dice el futuro y te ayuda a conseguir tu destino. No sé qué significa esa palabra pero así siempre lo dice mi abuela.

—¿Cuánto hay que pagar para hablar con él? —preguntó Damián con interés.

—No lo sé pero deja que le pregunté a mi...

—¡Marie! —la interrumpió la voz gruesa de una mujer—. Te he dicho que no hables con desconocidos. —Culminó dedicándole una mirada de desprecio a cada uno de ellos mientras alejaba a la niña.

Damián y Rosé se incorporaron a la fila para esperar su turno y escuchaban con interés el testimonio de cada uno de los pueblerinos, de cómo Shajit, el brujo, había predicho tantos aconteceres que se habían cumplido. A uno le presagió una buena cosecha que un año después recogió. Una mujer aseguraba haber concebido su primer hijo luego que este le vendiera una pócima que haría fértil su matriz. Otro aseguraba que tenía la capacidad de leer las mentes y así cada uno manifestaba estar complacido con los servicios de aquel hombre prodigio.

Después de una larga espera al fin les tocó el turno. Unos hombres que custodiaban la puerta les cedieron el paso. Luego de cruzar varias cortinas de huesos un fuerte olor a incienso los impregnó. Las paredes adornadas con imágenes abstractas y runas antiguas le daban una apariencia misteriosa al lugar que se encontraba escasamente iluminado por velas negras.

Se sentaron en un banco que tenía al frente una mesa cubierta con un mantel rojo escarlata y en medio una bola de cristal. Después de una corta espera un hombre calvo con una chiva larga y una túnica extraña, apareció ante ellos tras despejar una gruesa cortina de lana, y se sentó.

—Enamorados —exclamó con una voz gruesa y poco sorprendido—. Son mis preferidos.

—No estamos enamorados —aclaró Damián mientras Rose se sonrojaba ante el hecho—. Apenas nos estamos conociendo. Me sorprende que teniendo el don de la videncia se equivoque de esa manera.

—Estaba viendo vuestro futuro —se excusó Shajit a lo que Damián rió con sarcasmo—. Si quieren que los ayude deben cancelar y responderé a sus dudas.

—Primero muestreme de lo que es capaz de revelar y después hablaremos de precio.

—Está bien —dijo aquél brujo con cara de malos amigos.

Después de cerrar sus ojos y murmurar un canto mal entonado mientras que con sus manos rodeaba el cristal, Shajit, declaró sus visiones.

—Veo que ambos esconden un oscuro pasado. Los persiguen. Llegaron aquí bajo circunstancias distintas que los unen. Usted, joven guerrero, ha perdido algo muy valioso en su vida; a alguien, ¿No es así? —Damián afirmó impresionado por las palabras del brujo—. Parece que lo invade un sentimiento de culpa y está buscando la forma de redimirse.

—Pero como lo...

—Espera... no interrumpas. —habló Shajit mientras se estremecía su cuerpo— Esa persona especial quiere hablar contigo. Ella es... ¿Una chica?

—Así es.

Tras la respuesta de Damián, el brujo abrió los ojos con un repentino grito que los sobresaltó a ambos.

—Comunicarse con los muertos no es nada fácil —exclamó jadeando y sudando frío— He perdido el contacto con ella. Imagino que ya no tienes dudas de mis capacidades como vidente. Voy a tomar un sorbo de vino, y una vez que regrese quiero ver quince dikanos en la mesa si quieres que continúe con el servicio. ¿Está bien? —Damián asintió.

Una vez que Shajit los dejó sólo Damián sacaba dinero de su bolsa de cuero. Tenía la esperanza de que al fin podría saber sobre la bruja de los perdidos.

—Yo creo que deberíamos irnos y no pagarle nada —siseó Rose a Damián.

—¿Por qué dices eso?

—No lo sé, me da mala espina.

—Ha acertado, y quiero saber más.

—Se qué puedo parecer ingenua pero no lo soy. Si analizas bien lo que ese hombre te ha dicho no es nada sorprendente.

—¿Cómo que no fue nada sorprendente?

—En primer lugar, nuestra apariencia nos delata como extranjeros, y siendo que la mayoría que llegan a este pueblo son fugitivos es muy fácil deducir que llegamos aquí con un oscuro pasado. En segundo lugar, todos hemos perdido a alguien en nuestra vida por lo que es muy fácil acertar en algo así. Y, para finalizar, las posibilidades de que nos sintamos culpables tras la muerte de un ser querido es algo que le pasa a muchas personas.

—Todo eso está bien ¿Pero cómo supo que se trataba de una chica?

—No lo supo, él se lo preguntó y usted le dió la respuesta. Al principio desconfió de él y de repente se ha dejado convencer tan fácil. Debes ser un poco más taimado.

—Eres bastante lista para ser tan joven —dijo Damián dedicándole una leve sonrisa.

En ese momento Shajit regresó a ellos, pero apenas vio la mesa vacía reclamó su dinero.

—Pensándolo bien, aún no estamos convencidos de sus habilidades como vidente. Prometo pagarle el doble de lo que pide si logra revelar con detalles algo que solo yo pueda saber. Sorpréndenos y le daré su dinero.

—El negocio no funciona así.

—¿No? Mi trato es justo. ¿Estoy pidiéndole algo que no puede lograr? Creo que ese es el problema: Si fuera un vidente de verdad al menos habría intuido desde que llegamos que no íbamos a pagarle. Usted es un estafador.

—Y cómo explicas el buen testimonio que tuvieron antes de entrar.

—Imagino que les paga para eso. —Y dirigiéndose a Rose continuó—: ¡Vámonos!

Ambos se levantaron y Damián, desembainando su espada, amenazó a Shajit con rebanarle el cuello si intentaba hacer algo estúpido. Una vez que cruzaron la salida, los dos hombres que custodiaban la entrada al ver a Damián con la espada en mano, le ordenaron detenerse.

—Ve al carruaje y espérame allí —ordenó Damián.

Sin cuestionar la petición se subió a la carreta. Se sentía culpable si algo podría sucederle a su amigo. No se atrevió a mirar, pero escuchó el sonido de las espadas al chocar, la algarabía de las personas que presenciaban el encuentro, y el gemido de dolor que fue secundado por murmullos y silencio. Fue entonces cuando decidió voltear, temerosa por la la vida de Damián, mas por fortuna lo vio regresar totalmente ileso. El joven guerrero subió al carruaje y tomando las riendas, como si nada hubiera sucedido, emprendió la marcha.

—¿Les has matado? —preguntó Rose.

—No había necesidad.

—Lamento haberle metido en problemas de nuevo —dijo Rose después de dar un suspiro de alivio.

—No tienes por qué lamentar nada. Dicen que siempre he sido muy fácil de engañar con la superstición. Me has ahorrado quince dikanos de plata.

—Pero pudieron haberle matado.

—Me gustaría que no me trates como señor —dijo Damián con una leve sonrisa que fue igualmente correspondida—, puedes tutearme si quieres. 

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