Capítulo 1

Cada vez tenía la sensación de estar más cerca de alcanzar su gran propósito. La certeza de lograr vencer al destino, someter a la muerte y de hacer justicia la sentía latente. Muchos podrían decir que estaba loco; que sus objetivos eran producto de una obsesión demoníaca por un amor que nunca pudo ser, porque hay sucesos que no se pueden controlar y se debe aceptar el pasado. Pero él sentía que el pasado lo tenía maniatado, lo perseguía y jamás lo dejaría en paz hasta que él hiciera algo al respecto.

Garcún, ese maldito pueblo del que tanto se hablaba en las leyendas, sería su última parada. Más tarde debía subir a sus temidas montañas para encontrar a Esra, la gran bruja de los perdidos, y revivir así a su amada.

Estacionó su carruaje a las afueras de la taberna que antecedía a aquel pueblo. Cómo siempre se aseguró de que sus puertas estuvieran cerradas y apoyando sus manos sobre el pomo de su espada entró alerta al bodegón. Se sorprendió que a pesar de encontrarse a las afueras de Garcún, aquel recinto se hallaba lleno de toda clase de gentes. No era de sorprenderse, aquél pueblo era famoso por ser el hogar de ladrones, asesinos, traidores a la corona y de personas como él: fugitivos de la ley. Por tal motivo siempre viajaba encapuchado y cubierto hasta los pies. Aunque su apariencia misteriosa levantaba sospecha, por lo que podría ser perjudicial, también infundía miedo e imponía respeto.

No se sentía culpable de sus pecados, y estaba dispuesto a seguir adelante con ellos hasta lograr su cometido. Él tenía que haber muerto; no ella. Ella jamás merecía haber sufrido lo que los Dioses le habían preparado. Recordar toda su desgracia le ayudaba a mantener su misión de venganza sin tener ningún temor de perder la vida en el intento.

Muchas miradas furtivas y otras amenazantes le daban una curiosa y desagradable bienvenida. No obstante estaba acostumbrado a tal recibimiento e ignorando los ojos de los presentes se aproximó con pasos firmes y serenos a la barra.

—Bienvenido a nuestra humilde taberna —dijo el posadero quien también era el dueño de aquel lugar— Estamos todos a su orden. Aquí podrá comer y beber lo que quiera, pedir una habitación para pasar la noche y hasta una dama de compañía si así lo desea —culminó su bienvenida dándole una nalgada a una de las jóvenes camareras que se dirigía con una bandeja de copas a sus comensales, tras una gran risotada.

—¿Qué tienen de comer? —preguntó frío y poco interesado, ignorando totalmente las ofertas de su desdeñable anfitrión.

—Tenemos un estofado de cerdo que está delicioso y toda clase de bebidas.

—Quiero el estofado y una cerveza.

Escogió una mesa apartada y sola a un rincón que le permitía observar todo el lugar y al lado de una ventana para poder vigilar su carruaje con facilidad.

Todo el lugar era un caos. Por un lado, un grupo de hombres apostaban dinero probando fuerzas pulseando entre ellos, otros apostaban jugando a las cartas, unos bebían y algunos cantaban o disfrutaban de las camareras prostitutas que servían de las mesas. Tanta algarabía ya no era para él nada atrayente. Aquél joven que amaba las fiestas y recorría las naciones en busca de aventuras era cosa del pasado.

Poco antes de terminar con su comida, una hermosa jovencita ataviada con pronunciados escotes se acercó dubitativa a su mesa y se sentó a su lado.

—Vete —ordenó el recién llegado, pero la chica no le hizo caso— ¡Te dije que te fueras! —gritó.

A pesar de haberle gritado aquella joven no se movió sino que con su cabeza gacha comenzó a llorar con disimulo.

—Escúchame, no sé cuáles son tus problemas pero hay muchos lugares a los que podrías irte a llorar. No he venido aquí para ser confidente de nadie.

—Por favor, si quiere no le molesto —contestó la joven— pero si usted me rechaza ahora me culparán de no ser de su agrado y me golpearán. Puedo acompañarlo si quiere a su habitación para pasar la noche...

—No pretendo pasar la noche en este lugar y tus problemas no me conciernen en lo absoluto —interrumpió el desconocido mientras observaba nuevamente a su carruaje desde la ventana, pero al mirar nuevamente a la joven vio que no tenía intenciones de levantarse de su mesa. —No veo por qué habrían de golpearte, si yo te rechazo, otro hombre podría darte la aceptación que yo te he negado, pero no lograrás seducir a ninguno con llantos y súplicas.

—Usted no entiende. El patrón dice que soy lo suficientemente bonita como para atraer a los hombres sin esfuerzo y si usted me rechaza ahora me castigarán por considerar que no pongo de mi parte. Están cansados de que me niegue tanto a dar este servicio que cada vez me golpean más fuerte y me han amenazado con violarme entre varios hombres. Entienda que aún soy una señorita.

—Nunca has hecho esto, ¿verdad? —Ella negó con la cabeza— ¿Sería tu primera vez?

—Así es, me conservan virgen para cobrar mucho más dinero en mi primer servicio —contestó.

—Debes entender que aun si hago lo que me pides mañana ningún hombre tendrá compasión de tí. Tienes que aceptar que lo que te exigen aquí es inevitable, y sobrevivir.

—Entiendo —contestó decepcionada y se levantó de la mesa derramando lágrimas.

El hombre no le quitó la vista a la joven y observó cómo al cruzar la barra y encontrarse con el posadero, este la abofeteó mientras le profesaba insultos que no podía escuchar. Se levantó de la mesa y se acercó a ellos.

—¿Se puede saber por qué ha golpeado a la joven a la que he contratado su servicio? —reclamó al posadero.

—Disculpe señor, creí que usted la había...

—Le pedí que me trajera una copa de vino y que me buscara una habitación con vista a los establos para pasar la noche.

—No se preocupe, ella hará lo que usted le pide —contestó nervioso el posadero mientras el forastero tomaba el rostro de la chica y observaba la sangre en sus labios.

—¿Cuánto cuesta la noche con ella?

—Cincuenta dikanos señor.

—Pide demasiado.

—Es lo que se pide por una jovencita virgen.

—Pues que sea la mitad; no quiero pagar cincuenta dikanos por una mercancía a la que le destruyen su belleza —exigió señalando el moretón en el rostro de la chica y la sangre en sus labios— veinticinco dikanos aún es mucho dinero.

Tras la aceptación del posadero la chica logró conseguir una habitación en la planta alta que cumplía con las exigencias del cliente. Este le permitió acostarse sola en la cama, tomó una silla de madera y la colocó en el balcón de la ventana que le permitía tener una vista hacia el carruaje. Cuando se quitó la capucha de su rostro la chica notó que aquel hombre era mucho más joven y apuesto de lo que pensaba, a pesar que su cara estaba ligeramente cubierta por cabello largo y una barba descuidada

—Mi nombre es Rose, ¿puedo saber cuál es su nombre? —preguntó la chica.

—Damián —contestó.

—¿No piensa dormir, señor Damián?

—Dormiré en esta silla.

—¿En serio? He notado que no quita su mirada de su carruaje. ¿Tiene allí algo importante? ¿Un tesoro?

—Me pareces que haces muchas preguntas —interrumpió con sequedad— No lo hagas.

—Yo solo quería brindarle conversación como agradecimiento por lo que hizo por mí.

—Con tu silencio serás mejor agradecida; no he hecho nada por tí.

—Para mí ha sido mucho, señor —dijo Rose mientras recostaba su cabeza en la almohada y se quedaba dormida.

A la salida del sol, Damián realizó sus preparativos para marcharse pronto de aquel lugar y continuar con su camino. Rose, preocupada de saber que no tendría protección una vez que el joven forastero se fuera de la posada, le suplicó que al bajar a la planta baja, le permitiera estar junto a él tomados del brazo para evitar que algún otro cliente la contratara por sus servicios.

—No estaré mucho tiempo en este lugar, solo prolongas en vano lo inevitable —advirtió Damián.

—Pero yo no quiero este trabajo; es indignante para una señorita. Mientras pueda prolongar mi dignidad cada segundo valdrá la pena.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Tres días.

—¿Y cómo llegaste a este lugar?

—No lo sé. Yo pertenezco al pueblo de Galean; viajaba con mi madre y mi hermano a las fiestas de otoño que se celebraban en la Casa Tarrenbend cuando un grupo de hombres armados atacó a la caravana donde marchábamos. En medio del asalto fui golpeada y perdí el conocimiento. Horas después desperté atada y encerrada en una carroza que me trajo hasta aquí.

—No creo que sea buena idea. Por cada minuto que pase contigo debo pagar más dinero.

—¡Por favor! —suplicó Rose con un susurro.

Conmovido por la situación de la chica Damián accedió y descendieron a la planta baja cruzados de brazo. Una vez en la barra el posadero les atendió cordialmente. Damián le pidió pan y vino para los dos.

—¿Qué tal le ha parecido la chica? ¿Cumplió con sus expectativas? —preguntó el posadero.

—Así es.

—Me alegra... Por su atuendo es fácil deducir que es nuevo en este lugar. ¿Qué lo trae por aquí?

—Quiero subir a las montañas.

—¡Por los dioses! No he conocido al primer hombre que haya subido y regresado de allí. ¿Qué quiere hacer en ese lugar?

—Estoy buscando a Esra.

—¿La bruja de los perdidos? —cuestionó Rose sorprendida y temerosa.

—¿Qué sabes sobre ella? —preguntó Damián a la chica.

—Todo lo que pides a un brujo tiene precio —fue el posadero quien contestó— y no estoy hablando solo de dinero. El precio a pagar por una bruja tan poderosa como ella es muy alto.

—¿Qué clase de pago piden por un conjuro?

—Sangre, sacrificios. Tu beneficio por la pena de alguien más. Si pides algo de valor para ti debes sacrificar otra cosa que también sea de tu importancia.

—Dudo mucho que algo pueda importarme hoy en día.

—Todos los que quieren verse con ella la buscan con el mismo argumento; después se dan cuenta que estaban equivocados.

Terminada la conversación Damián y Rosé se dirigieron a los establos para dar de comer y beber a los caballos. El forastero hizo entonces una revisión a su carruaje mientras la chica le observaba ensimismada en sus preocupaciones. Poco después vio como su patrón se acercaba a ella acompañado por otros tres hombres.

—Rose, este hombre te ha visto y le has cautivado —dijo su patrón señalando a un hombre alto, fornido, calvo y con una cicatriz que le cubría el rostro cuya expresión lujuriosa la desvestía con la mirada—. Ha pagado por tus servicios y ha tenido un largo viaje, así que trátalo bien.

Rose, temerosa, se negó ante la petición que enfureció a su señor.

—¡¿Acaso ya no has complacido a un cliente para que vuelvas a negarte como todo una primeriza?!

—Ella aún se encuentra a mi servicio —intervino Damián.

—¿De verdad? Pues yo no veo que haya pagado más por ella después que ya cumplió sus servicios con usted mientras que cada uno de ellos ya ha pagado por adelantado—reprochó aquel hombre—. Llévensela y enseñen a esa chica a abrir las piernas como debe ser.

Aquellos hombres tomaron con fuerza del brazo a la chica entre risas e insultos, mas Rose entre inútiles forcejeos y llantos, gritaba el nombre de Damián para que le ayudara, pero el joven forastero, que sabía conveniente evitar problemas en su viaje, se rehusaba a ello.

Pero la escena le era imposible ignorarla. Los gritos de Rose le sumergieron en las profundidades de su oscuro pasado, recordando la razón por la que había llegado hasta allí y por la que debía conseguir a Esra en las montañas de Garcún. Ya no eran los gritos de Rose lo que escuchaba, sino los de April, y la imagen que presenciaba eran las de su amada doncella mientras que sus captores le hacían lo que querían delante de sus ojos. Atado a sus cadenas no había logrado hacer nada hasta que era demasiado tarde.

La impotencia se convertía en ira y la ira en venganza. Salvar a Rose era una forma de salvar a April, o al menos así podía sentirlo. Sabiéndose superado en números y que aquellos hombres se percataron de sus intenciones de actuar, entendió que debía sorprenderlos y atacar primero. Golpeó con destreza al más fuerte con la intención de hacer temer a los más débiles y habiéndolo dejado inconsciente, desenvainó con agilidad su espada. Aunque sus contendientes sacaron también sus armas Damián ya los envestía.

—¡Sube al carruaje pronto! —Le gritó a Rose una vez que vió que le habían soltado.

La joven obedeció con premura y Damián, tras recibir un ataque, esquivó a su agresor y propinándole un tajo lo hirió de gravedad. El siguiente hombre, al ver la destreza del forastero, reculó. Pero el patrón de aquella taberna llamaba a gritos a los mercenarios que trabajaban para él. Damián subió al carruaje y dando rienda suelta escapó junto a Rose rumbo al pueblo de Garcún.  

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