2. Locura

El muchacho se levantó, asustado y sorprendido y salió a toda prisa de
la sala. No me dio tiempo a decir nada más. Estaba decepcionada, dolida y confusa.
Llevaba años esperándole, y después de todo lo que tuve que pasar por su culpa... no me podía creer que me hubiera olvidado. Él me dijo que lo buscara y que tarde o temprano, aparecería, y todo volvería a ser como antes.
Se había vuelto más joven, pero sabía que era él, lo reconocería en cualquier parte. Pero supongo que él a mí no. Lo cierto era que tenía sentido, él era más joven que cuando lo conocí, por aquel entonces yo era menor, y ahora él era menor y yo era mayor, por lo que explicaría el por qué yo lo reconocía y él a mí no, ¡porque aún no me había conocido! Eso lo explicaba absolutamente todo. Claro que él nunca me olvidaría, "¿Es que acaso el estar tanto tiempo encerrada me ha afectado realmente al cerebro?" Pensé. Tampoco importaba, él siempre amó mi locura.
Sonreí y me tumbé boca arriba en el suelo acolchado y miré el techo, también acolchado, de un color que en el pasado fue blanco, ahora era una especie de color tostado, como los cacahuetes o como un vestido de novia embarrado. Me reí ante la idea de un vestido de boda sucio, era ridículo, realmente ridículo. Recuerdé que antes del accidente, cuando estaba en un cuarto normal compartido con otra mujer, teníamos una televisión, a ella le encantaba poner programas de moda, y en uno de ellos era sobre novias, todas llevaban vestidos de un blanco que hacía daño a la vista, iban muy limpias y arregladas y fantaseé con la idea de que una de ellas se cayera en un charco de barro. Tenía curiosidad por ver como reaccionaría al ver sus sueños rotos. Pero para mi disgusto, nunca llego ha ocurrir. Así que, después de tragarme dos horas de felicidad absoluta con una traducción nefasta, me harté y rompí la televisión en mil pedazos. Mi compañera no paraba de gritar así que me abalancé sobre ella y empecé a golpearla con un trozo de televisor triturado.
Ella no sufrió daños graves, un diente partido y un ojo morado, pero yo acabé aquí, en el módulo de máxima seguridad. Después me encerraron en una sala acolchada. Y allí me metían cada vez que me portaba mal. Cuando estaba fuera de esa sala aislada, tenía una especie de habitación que consistía en un pequeño cubículo de cemento gris con una puerta metálica, en la parte inferior de las paredes laterales había unas rejillas, como unos pequeños respiraderos con los que me comunicaba con mis vecinos de cautiverio.
Por un lado tenía a un hombre enamorado de los peluches, y por otro a una anciana senil que hacía macramé.
A simple vista no parecía estar mal, los nuevos siempre preguntaban por qué acabó en ese módulo lleno de psicópatas y sociópatas. Al principio yo también me lo preguntaba, hasta que Osito, el señor-de-los-peluches (como yo le llamaba) me dijo que mató a su marido con las agujas para hacer ganchillo, (no me pregunteis cómo, sigue siendo un verdadero misterio).
La había pillado acostándose con un vecino, y para que no se lo contara a nadie, lo asesinó. La encontraron sentada en una mecedora tejiendo. Había sentado a su marido a la mesa y le había puesto un plato de comida y una cerveza. Cuando los enfermeros y policías llegaron avisados por los vecinos que habían denunciado el hedor que provenía de la casa, la comida estaba cubierta por moho y el cuerpo del hombre estaba en las últimas fases de descomposición. La mujer se mecía tranquilamente, a su lado había una pila de jerseys, bufandas, calcetines y de toda clase de prendas hechas de ganchillo. La mandaron directamente a este módulo. Aún cree que su marido está vivo, y le sigue haciendo calcetines y bufandas con sus iniciales (esta vez de macramé, puesto que le confiscaron las agujas de hacer ganchillo, solo por precaución). Pero, dejando de lado su parte psicópata a mi me gusta hablar con ella. Se sabe la historia entera del arte de hacer ganchillo y macramé, incluso creo que está escribiendo un libro. Osito muchas veces se une a la charla sobre macramé, a él le encantan las cosas hechas de tela. Muchas veces he bromeado con ese tema delante de él, por lo visto no parece importarle. Sinceramente algunas veces creo que no le importa nada. Fue su madre quien lo encerró aquí. Estaba encerrado en su cuarto solo y su madre lo oyó. Cuando entró a su habitación la madre lo encontró desnudo, rodeado de peluches mientras lloraba viendo los osos amorosos, de ahí su mote de "Osito". Al principio también me preguntaba por qué un hombre tan sensible acabó aquí, no es tan grave enamorarte de los peluches ¿no? Así que un día se lo pregunté. Por lo visto había estrangulado a un guardia por intentar arrebatarle uno de sus ositos. El hombre no murió, pero su voz se volvió ronca y entrecortada, a mí personalmente, me gustó el cambio, pero creo que al hombre no le hizo gracia.
La puerta se entreabrió, seguía tumbada boca arriba, con las piernas apoyadas a lo largo de la pared.
-¡Eh, lunática!- Doblé el cuello hacia atrás, apoyándo todo el peso del cuerpo en mi cabeza.- Hazme un favor y no hagas eso. No me haría ni pizca de gracia que murieras durante mi turno por romperte el cuello.
-Vaya, vaya... ¿Cómo has acabado aquí?- Reí.- Creí que eras el preferido de la jefa, ¿Qué ha pasado? ¿Te han quitado el puesto de debajo de su mesa?- Le dediqué mi mejor sonrisa infantil, e incluso me mordí el labio.
-¿Hoy que personalidad has adoptado? ¿La niña buena calentorra?.- Se rió de su propio chiste.- Nunca creí que te gustara el rollo Brittney Spears.
-Ni yo sabía que me vieras como una niña buena calentorra...- Alcé una sola de la comisuras de mis labios.
-Claro... Me pone mucho tu camisa de fuerza...- Se carcajeó.- Anda, sé buena. Te voy a llevar a tu habitación.
-¿Acaso no te has enterado?- Entrecerró los ojos y alzó la ceja.- He tenido un malentendido con la jefa. Creo que pasaré la noche aquí.
Suspiró.
-Iré a consultarlo.
Desapareció rápidamente por la puerta, sabía que no volvería, hoy me he quedado sin cena, pensé.
Moví los hombros un poco y arrugué la nariz, odiaba esa camisa, me picaba la nariz y no podía rascarme. ¿Pero a quién le importaba eso en un momento como aquel?¿A quién le podía importar eso en un sitio como ese?
Cerré los ojos y me imaginé en la casa de campo de la abuela, sentada entre la hierba, mirándo al cielo, en ese momento hubiera dado cualquier cosa por tal de que me diera el aire en la cara. Lo perdí todo, lo perdí todo por ese maldito conejo blanco. Nunca debí seguirlo, nunca debí entrar en esa madriguera...
Todo hubiese sido distinto de no haber conocido jamás el País de las Maravillas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top