Capitulo XV (Final)

Luego de la avasalladora pasión, bálsamo para el horror que vivían, volvieron a sumergirse en la tristeza.

El funeral de Phidias era un melancólico adiós. Tanto dolor en Ryu y Lía, palpable y desgarrador, Karan podía entenderlo. Aún con lo poco que conoció al vampiro se daba cuenta por qué los hermanos lo amaban.

En lo alto de la colina, rodeado de antorchas, esperaba el guerrero caído. Con su espada y su atuendo que lo honraba como alguien importante dentro del clan, Phidias aguardaba que los buitres lo llevaran en su último viaje, directamente con los dioses.

Abajo algunas doncellas entonaban cantos tristes mientras Lía tocaba la lira. El corazón del cazador se apretó, a su lado Ryu permanecía con la mirada fija en la lejanía, en el cuerpo de su amigo.

—Malditos druidas, pagarán con sangre lo que han hecho.

Karan, que tantos años después todavía padecía por la muerte de su madre, entendía su rabia y su dolor. En ese momento se preguntó cuántas pérdidas habría sufrido el vampiro en su larga existencia. No soportaba verlo triste, su aflicción le dolía. Era extraño, nunca antes sintió algo así por alguien, esa necesidad de cambiarle las lágrimas por risas. Deseó jamás llegar a ser una causa de sufrimiento para él.

Después del banquete funerario de Phidias, en aquella noche perenne, Melifer, Ryu y Karan se pusieron en marcha para buscar el templo donde Amergin se ocultaba.

Con ellos iban algunos vampiros, los sobrevivientes del enfrentamiento contra los hombres lobos. Lía se había quedado resguardando el castillo con otro puñado de aliados.

«Son muy pocos», pensó Karan al mirar atrás y ver a quienes les seguían. Tanto él como Ryu contaban con que las fuerzas de los cambia formas estuvieran tan diezmadas como las de ellos. No podían aliarse con Hywel, rey de todo Gwynedd, pues tal como había dicho Ryu, su reino, debilitado por las luchas internas, había caído víctima del asedio de la manada del alfa. Estaban solos contra los lobos.

Se adentraron profundo en el bosque dónde les había dicho Melifer, estaba el templo. Pronto tuvieron que dejar atrás los caballos pues la espesura de los árboles hacía difícil la cabalgata.

No era frecuente encontrar templos, los druidas solían realizar sus ceremonias en los bosques sagrados, pero este recinto era diferente.

Según les explicó Melifer, ese templo estaba consagrado a una, casi extinta orden de druidas que se dedicaban a la adivinación. Se habían alejado de la vida pública y no ejercían más que los aspectos religiosos del druidismo. Amergin escogió ese templo por su conexión con los dioses, pues estaba firmemente convencido de que realizaba su voluntad.

Después de una larga y difícil caminata, se detuvieron. Melifer les hizo señas, el templo estaba frente a ellos. Avanzaron hasta que el grupo se dividió para rodearlo.

Karan, Ryu, Melifer y unos cuantos vampiros más avanzaron por el frente, el resto lo hizo por detrás. Varios cambian formas custodiaban la entrada. El cazador desenvainó la espada y de inmediato el intenso brillo de su hoja alertó a los guardias.

A pesar de que los cambia formas los superaban en número, tal como decía la leyenda, Claimh Solais, no fallaba. Cada vez que le asestaba a un enemigo era como cortar grasa de cerdo, la espada rebanaba tan fácil cuellos y miembros que el cazador estaba perplejo ante su poder.

Pronto acabaron con quienes se les oponían. Ryu y Melifer avanzaron a la entrada, sin embargo, no pudieron atravesarla, algo la bloqueaba.

Tal cómo pasó en samhain y en la cueva, "El nudo del druida" sellaba el recinto. La bandrui tocó su medallón y comenzó a murmurar palabras en voz baja a las que esta vez el cazador prestó atención, por estar más cerca de ella pudo oírlas. Al poco tiempo un cambio sutil en el ambiente les indicó la ruptura del hechizo.

Los tres entraron con paso pausado, en guardia, manteniendo en alto las espadas.

La amplia construcción era iluminada por velas y lámparas de aceite, en el centro, la mesa dispuesta para un banquete. Los guerreros miraron a su alrededor, desconcertados. La cantidad de guardias armados afuera les hizo creer que custodiaban al alfa o al gran druida, pero no había nadie allí.

De pronto, de todas partes se abrieron amplias redes de metal sobre ellos cubriéndolos, apresándolos.

Y entonces, de las sombras, emergió el alfa con aspecto humano. Sus ojos amarillos se posaron sobre ellos, en su rostro una sonrisa lobuna de complacencia.

Por más que intentaban, Ryu y Karan no podían quitarse de encima las redes de metal, pero Melifer, con un movimiento grácil la mandó a volar lejos de su cuerpo. El joven cazador en ese momento se dio cuenta que las redes también estaban encantadas y ella había roto el hechizo del nudo para librarse de la suya.

Cuando la druidesa giró y extendió su mano queriendo hacer lo mismo con ellos, el alfa le saltó encima, la capturó y con una sola mano le rompió el cuello. El terrible crujido sacudió el espíritu del cazador.

Habían caído en una trampa.

Ni siquiera la espada de la luz era capaz de romper las cadenas que les aprisionaban. Ryu, a su lado, intentaba en vano zafarse del amarre, pero mientras más luchaba, más humo salía donde el metal tocaba su piel.

El alfa caminó hacia ellos mirándolos con una expresión hambrienta, el brillo sádico en sus ojos le erizó la piel al cazador. El hombre lobo, en su aspecto humano, se inclinó sobre Ryu, cuando intentó meter los dedos por dentro de la red, los retiró con un pequeño gesto de dolor. Karan lo comprendió, era plata, la red estaba hecha de plata, un material dañino tanto para el cambia formas como para el vampiro.

Karan miró a su otrora enemigo, debía estar sufriendo con el metal envolviendo su pálida piel. Sin embargo, apretaba los dientes y supo al verlo que no era por el dolor sino por la intensa rabia que crispaba su rostro atractivo.

Varios druidas, incluyendo Amergin, salieron de puertas ocultas en las paredes laterales del recinto. Entre todos levantaron a Ryu y lo colocaron en una mesa adyacente a la del gran banquete. Debajo de la mesa reposaba una vasija de oro bruñido y sobre esta el cuchillo ceremonial del gran druida.

A Karan se le secó la boca al entender lo que planeaban hacer. Ellos persistían en su empeño de obtener la sangre, toda la sangre, del rey vampiro.

Ryu sobre la mesa gruñía, en vano trataba de levantarse, pero lo único que conseguía era hacerse más daño.

—¡Maldito Merlock! —se dirigió el rey vampiro al hombre lobo—. Libérame y enfréntame. ¡Gánate el derecho a usar mi sangre, asqueroso cobarde!

El cambia formas, a pocos pasos de él, le propinó un manotazo que estrelló su cabeza contra la superficie de madera y se echó a reír. Luego se giró hacía Amergin:

—¿Qué haremos con este? —preguntó en torno a Karan. Su voz rasposa sonaba más a un gruñido que a palabras humanas. El cazador tuvo la impresión de que no estaba acostumbrado hablar.

El druida elevó los hombros con indiferencia.

—Para lo que queremos él no sirve de nada. La sangre del rey vampiro es la que necesitamos. —El druida dirigió sus ojos al cuerpo de la bandrui. Había un dejo de pena en ellos—. Fue Melifer la que insistió en que el chico debía ser el enviado de los cazadores. No le di importancia, después de todo esa nueva alianza no era más que una farsa, el pretexto para hacernos con la sangre de este, el vampiro más antiguo que existe.

Karan pensó para sí que aquello de la necesidad de la sangre de Ryu de seguro era otro engaño que el druida usaba sobre el lobo. Probablemente más sangre no tuviera mayor efecto en el alfa. Lo único que había querido Amergin desde el principio, como les dijo Melifer, era desencadenar la guerra entre las especies. Si Ryu moría, el resto de los vampiros de Britania se alzarían buscando venganza. Lobos y vampiros se enfrentarían, se exterminarían los unos a los otros. Y justo ese era el plan de Amergin

—Muy bien —gruñó Merlock—, si te es indiferente se lo daré a mis chicos. Deben estar hambrientos allá afuera.

Un par de druidas le quitaron la red, lo tomaron y lo sacaron del recinto. El cazador deseaba resistirse, pero el hechizo del nudo del druida sobre él limitaba sus movimientos. Ryu desde el suelo comenzó a gritar.

—¡Déjalo en paz! Lo que quieres es mi sangre, él nada tiene que ver en esto. ¡Déjalo ir Merlock!

Por toda respuesta el cambia formas solo se rio.

Afuera, antes de que ellos entraran al templo, dejaron a los aliados vampiros de Ryu luchando contra los cambia formas. El cazador confiaba en que hubiesen vencido y acudieran en su auxilio.

Pero sus esperanzas se rompieron cual jarrón de barro. Al sacarlo del templo pudo ver multitud de cuerpos desperdigados en el suelo, la mayoría de vampiros. Los hombres lobos, que eran más, habían ganado. Ryu adentro y él afuera estaban perdidos, sería devorado por los lobos y el rey vampiro desangrado por el gran druida.

En sus rostros los druidas tenían expresión de asco cuando llamaron a los cambia formas sobrevivientes para que se hicieran cargo de él. A los sacerdotes parecía no gustarles tratar con sus monstruosos aliados.

Karan tembló al comprender que su vida estaba por llegar a su fin. En medio de la oscuridad nocturna lo veía todo como si estuviera en un sueño aterrador: druidas que se disponían a abandonarlo en el suelo, cambia formas que se acercaban deseosos de devorarle.

Lo que vivió tan solo momentos antes con Ryu le pareció un sueño lejano, la felicidad en sus brazos se le antojó irreal. Sin embargo, sabía que no era así, se llevaría sus besos al otro mundo para que le acompañaran en la eternidad porque esa noche sin fin no había futuro. De lo único que se lamentaba era de no poder ver sus ojos una vez más.

Cuervos graznaron en medio de la atroz oscuridad y revolotearon sobre él. En la distancia le pareció ver a una mujer hermosa, su cabello negro ondeando en el viento, paseándose entre los muertos. Morrigan acudía a su encuentro para llevarlo a su destino final.

Cuando ya se entregaba a lo inevitable, sintió un cálido aliento soplar en su rostro, la ira germinó en su interior. Karan se llenó de una fría resolución: ¡No moriría allí, no sin hacer el intento de liberarse y liberar a Ryu! Morrigan y sus cuervos no venían a llevárselo al más allá, sino a incentivarlo a luchar.

El peso del medallón de su madre en el pecho, la determinación tomando forma dentro de él. Recordó las palabras del encantamiento que le oyó susurrar a la bandrui cuando abrió la barrera en la entrada del templo. Cerró los ojos y esperó que funcionara.

Los druidas lo lanzaron como un saco de desechos sobre el suelo cubierto de restos y sangre. De inmediato varios lobos se abalanzaron sobre él, quien continuaba restringido de movimientos por el hechizo.

Sintió las garras y los dientes amenazadores cernirse sobre sí. A medida que recitaba las palabras mágicas, el medallón en su pecho se calentaba. Antes de que el primer cambia formas pudiera tocarlo, Karan se levantó con la espada de Nuada en la mano. Había logrado romper el nudo del druida.

Los hombres lobos no esperaban aquello. Estupefactos lo miraron sin comprender, hasta que Claimh Solais cosechó la primera cabeza y la sangre que salpicó, los sacó de la sorpresa.

Karan empezó a moverse con una agilidad renovada, aquella que da el peligro inminente y las ganas desesperadas de sobrevivir. La ira infundiéndole fuerzas. Amputó brazos, abrió vientres, cortó cabezas hasta que ya no quedó nadie más con quien luchar. En medio del charco de sangre y partes de monstruos miró a su alrededor, solo permanecía él de pie.

Se apuró a entrar al templo. El pánico se apoderó de su corazón al contemplar la posibilidad de que fuese tarde para el vampiro.

Se acercó sigiloso, por fortuna el nudo del druida no había sido renovado y pudo cruzar la entrada sin problema.

Adentro Amergin sostenía el cuchillo ceremonial. El hombre lobo, todavía en su forma humana, se erguía a su lado mientras Ryu permanecía sobre la mesa. Karan se horrorizó al ver gotear de sus muñecas un delgado riachuelo carmesí. La sangre del vampiro caía en un recipiente de oro.

Ryu tenía quemaduras en su piel producto del roce con la plata de la red que lo cubría. Lo más terrible de todo era ver que no hacía nada por evitar su profanación, parecía resignado a morir.

El cazador se movió rápido entre las sombras del templo, pero el enorme alfa comenzó a olfatear el aire. Entonces Karan se apuró. Corrió hacia la mesa ceremonial a medida que sus labios recitaban el hechizo que rompería el nudo del druida sobre Ryu. El vampiro giró la cabeza hacia el alboroto que su actuar producía y la esperanza volvió a sus ojos. El cazador también le miró, en ese instante solo el brillo violeta le importaba.

Justo cuando terminó de recitar la última palabra, un potente manotazo lo devolvió a la realidad al estrellarlo contra una de las paredes. Karan sintió como varias costillas se le rompieron, cayó de rodillas escupiendo abundante sangre. Cuando levantó la cabeza, frente a él se transformaba el alfa en un enorme lobo de pelaje gris plateado.

La espada de Nuada se le resbaló de las manos para ir a dar a unos pies de distancia de él. Giró justo a tiempo de evitar la gran garra que iba directo a su pecho. No podía respirar bien debido al imponente golpe que le dio el hombre lobo. Aun así, continuó esquivándolo mientras el alfa le gruñía enfurecido. Tenía que alcanzar la espada.

En uno de sus intentos por alejarse del cambia formas, Karan miró hacia el fondo del recinto donde Ryu se levantaba. Jamás había visto en su rostro atractivo una expresión tan amenazadora como aquella. En un parpadear el vampiro tuvo entre sus brazos al gran druida, sin darle siquiera un momento para luchar, clavó profundamente los colmillos en su cuello. Igual a aquella vez en la cueva, gracias al poder de la sangre, las heridas de su piel y muñecas sanaron de inmediato.

El cazador giró de nuevo para encontrarse al enorme lobo que saltaba sobre él. Rodó quedando cerca de Claimh Solais. Karan extendió la mano y la sujetó mientras el alfa lo jalaba por el otro brazo para acercarlo a su hocico. El joven guerrero giró y en un solo movimiento hundió la espada en el vientre de su agresor, el lobo se tambaleó hacia atrás pero no le soltó.

El agarre era tan intensó que Karan sintió como se rompían los huesos de su brazo. Sacó la pesada espada del interior del monstruo justo cuando este lo acercaba de nuevo a él. El cambia formas hundió los dientes en su hombro y el cazador gritó de dolor antes de que una fuerza descomunal se lo quitara de encima.

El lobo se estrelló contra una de las paredes laterales. Ryu miró a Karan con el ceño fruncido, un brillo de preocupación cruzó sus ojos violetas al contemplar la mordida. El rey vampiro apretó los dientes antes de darse la vuelta para enfrentarse de nuevo contra el alfa.

Vampiro y lobo chocaron en la mitad del recinto. El golpe poderoso hizo temblar las paredes del lugar. Una garra del alfa hizo tres profundos arañazos en el rostro de Ryu mientras esté, de un potente golpe, lo envió hacia atrás. Ambos se enfrentaban en una lucha encarnizada haciéndose daño.

El cazador, atravesado por el dolor, sentía varias costillas rotas, no podía respirar y el brazo izquierdo se le doblada en una posición extraña. Miró hacia la mesa ceremonial donde el gran druida yacía muerto en el suelo. La locura de aquel hombre era la culpable de todo. Karan se determinó a ponerle fin. Haciendo un esfuerzo sobrehumano se levantó sosteniendo la brillante espada. Sabía que sus heridas no le permitirían luchar, estaba demasiado maltrecho para eso. Sería un estorbo más que ayuda si intentaba pelear junto a Ryu. Sin embargo, a pesar de que su vida ya estaba perdida debido a la mordida, todavía había algo que podía hacer.

Se acercó con paso tambaleante donde vampiro y lobo se enfrentaban, solo para distraer a la bestia. El cazador con mucha dificultad levantó la espada y le asestó un golpe en el lomo. El lobo se giró, su gran garra se apretó alrededor de su cuello, si fue fácil romperle el brazo, era cuestión de tiempo que lo volviera a hacer ahora con sus vértebras.

—¡Ríndete vampiro! —dijo el cambia formas con voz gutural apretando cada vez más el cuello de Karan.

Antes de que la vista se le nublara por completo, el cazador alcanzó a ver los ojos horrorizados de Ryu. Con su último aliento levantó el brazo que sostenía la espada de la luz y se la arrojó al vampiro. Cuando el licántropo se dio cuenta de la jugada, lo soltó. Se giró en un intento de atrapar la espada, Karan tuvo miedo de que lo lograra, que su último esfuerzo fallara.

Pero un brillo deslumbrante cegó al cazador. El monstruo se derrumbó, cuando Claimh Solais, empuñada por Ryu, se deslizó por su cuello. La cabeza rodó hasta quedar cerca de él. Solo el rey vampiro quedaba en pie. Su rostro manchado de sangre, mancillado por los rasguños del alfa mientras los ojos violetas brillaban victoriosos.

Habían ganado, el sacrificio valió la pena. Ryu vivía, la noche eterna llegaría a su fin, ahora podía entregarse al dolor y al cansancio.

—¿Qué intentabas demostrar? —le reprendió el vampiro con la angustia tiñendo su voz mientras corría hacia él— ¿Por qué te expusiste así? ¡Creí que no eras un mártir, cazador!

Karan no pudo más y se desplomó. Antes de tocar el suelo unos brazos fuertes le rodearon. Miró el hermoso rostro herido de Ryu y esos ojos que lo veían con una mezcla de tristeza y desesperación.

—Lo que importa es que vencimos —le dijo con voz trémula el cazador en sus brazos—. Ha llegado la hora de descansar, mi madre me aguarda en la isla del más allá.

—Parece que quien dice tonterías ahora eres tú.

—Ryu, debes matarme.

El rostro del rey vampiro se crispó de dolor, sus ojos se dirigieron a la enorme mordida en su hombro. El vampiro negó.

—¡No lo haré!

En medio del sufrimiento, Karan sintió la rabia germinar en su pecho cuando escuchó su negativa. ¿Acaso el vampiro no lo entendía? Él no podía terminar así.

—¡No seré un lobo! ¡No mataré inocentes! —Las lágrimas empezaron a correr quemándole el rostro—. ¡Mátame!

El vampiro lo estrechó contra su pecho y apoyó la barbilla en su cabeza. Dentro de sus brazos Karan le escuchó llorar.

Nunca le había tenido miedo a la muerte, sabía que había honor en ella. Siempre creyó que cuando le alcanzara él moriría como un guerrero. Pero ahora su pecho dolía, el corazón se le constreñía. Deseaba seguir sintiendo, junto a Ryu, esas maravillosas cosas que nunca antes había experimentado. Anhelaba conocer más del ser que lo estrechaba como si él fuera parte importante de su vida.

Se odió por ocasionarle sufrimiento.

El vampiro se separó ligeramente de él y le miró con los ojos cristalizados por las lágrimas. Negó de nuevo.

Entonces Karan recordó su determinación de evitarle sufrimientos, no podía obligarlo a asesinarle, no era justo. Pero él tampoco viviría cebándose de inocentes. Tomó de la mano de Ryu la espada y la llevó a su cuello. Antes de que pudiera cortarlo con su filo, los dedos de Ryu se apretaron alrededor de los suyos. Suave pero firme, alejó la espada de su cuerpo.

—No voy a perderte —le dijo con voz quebrada el vampiro—, no dejaré que te alejes. Hay algo que no conoces de mí. —Se acercó a su oído, el aliento cosquilló en su oreja, una caricia que le estremeció el alma—. ¡Soy muy egoísta!

El dolor le atravesó cuando sintió la mordida en su cuello. Ryu lo apretaba contra sí mientras bebía su sangre. Los sentidos de Karan enloquecieron. El placer más exquisito era el que Ryu le estaba proporcionando antes de llevarse su última gota, antes de enviarlo a la isla de la muerte, tal como se lo pidió. En medio del extremo goce, el cazador pensó que esa también era una buena forma de morir, en brazos de su amor, dándole su sangre, ofreciéndole su vida.

Cuando Ryu se separó de él, alcanzó a ver sus hermosos ojos violeta que le sonreían compungidos. Después todo fue oscuridad.

Ansia incontenible se apoderó de su vientre. Deseo puro. Avasallador. Llameante. Extremo. En su boca delicioso sabor como jamás probó en su vida, luminoso, energizante. ¡Quería más! Apoderarse de todo lo que goteaba en su garganta.

Se abrazó a la fuente de donde brotaba la vida misma y pegó la boca para deleitarse en ese manantial. Suave pero firme, una poderosa fuerza lo alejó. Quejidos lastimeros brotaron de su garganta cuando ya no pudo beber más.

Entonces el placer y el anhelo irrefrenable donde yacía envuelto terminaron. En su lugar lo acogió el dolor. Sentía que todo su cuerpo se quemaba en agonía. No podía respirar. Se llevó las manos a la garganta que se le cerraba, cortándole el aire. De pronto se convirtió en un manojo de fibras y todas vibraban en profundo tormento.

Le pareció sentir una caricia sobre su pelo, una voz grave y profunda le susurraba en el oído, pero no alcanzaba a escuchar qué le decía. Todo cuanto quería era que aquel sufrimiento inconmensurable terminara de una vez.

Volvía a tener una vaga consciencia de sí mismo sin llegar a comprender donde estaba o que había sido de él. Giró sobre una mullida superficie y vació su estómago de un líquido negruzco y maloliente que cayó en el piso de madera. De nuevo el dolor acudía a poner sus garras sobre él. Se ovilló y pegó las rodillas de su pecho. No quería llorar y sin embargo las lágrimas corrían en tropel. En su mente vio el dulce rostro de su madre, resplandeciente de gozo, que le sonreía.

"Lo hiciste muy bien".

De nuevo la oscuridad. Vagaba en un limbo donde no existía espacio ni tiempo. Pero tampoco sufrimiento. Tranquilidad, calma, la nada.

Una voz desesperada llegaba desde muy lejos. Una voz quebrada por el dolor. No reconocía las palabras, pero esa voz lo agitaba. El dueño de ella sufría y él no quería eso. Tenía que regresar, volver a esa voz y calmar su tormento.

La voz tiraba de él como si se tratara de un anzuelo. Entonces recordó. La espada, el alfa plateado, la pelea. Ryu. Los brazos de Ryu. La mordida.

Abrió los ojos, aun su cuerpo atravesado por mil espadas. Se encontró en una habitación conocida, las paredes adornadas por colgaduras azul ultramarino y oro. En una de las esquinas, en un sillón forrado por vellones de piel, el dueño de la voz. La figura adorada se encontraba tumbada, profundamente dormida.

Karan se levantó tambaleante y avanzó hacia él. Todos sus músculos dolían, sin embargo, se obligó a caminar. Cuando lo miró, un sentimiento inefable se apoderó de su corazón. El cabello negro con algunas delgadas trenzas sujetas por broches de bronce y oro; la piel del rostro, tan pálida, surcada ahora por tres delgadas cicatrices y los párpados ocultando los irises que amaba. Extendió la mano y acarició su mejilla. Ante el toque, Ryu le sujetó la muñeca.

Karan se estremeció cuando él finalmente le miró. Dos gruesas lágrimas partieron de los ojos violeta y rodaron por sus mejillas demacradas. Solo una exhalación, un suspiro que dejaba ir tanta desesperación.

El vampiro se levantó y aun sin decir palabra lo abrazó. En ese momento Karan escuchó su corazón latir con fuerza.

Cuando se separaron lo miró. El rostro de Ryu lucía mustio, cansado, más pálido de como lo recordaba. Otra lágrima surcó su mejilla y Karan la barrió con el pulgar.

—Creo que también soy muy egoísta —le dijo mirándolo a los ojos con una ligera sonrisa —, tampoco pude dejarte.

El vampiro abrió sus ojos violetas con sorpresa y lo abrazó de nuevo, no hizo caso al quejido del joven encerrado en sus brazos. Luego lo besó, pero el roce, al contrario del abrazo fue suave, tierno y delicado al tiempo que aflojaba el agarre.

Cuando finalmente se separaron, el corazón del muchacho latía desaforado.

—Tu voz me trajo de regreso, en el otro mundo era cuanto podía escuchar.

Ryu le sonrió y acarició su cabello rubio.

—Siempre supe que regresarías, por más tiempo que pasara, yo no iba a dejarte. Si fuera necesario habría ido al otro mundo, me habría enfrentado a Arawn para traerte de regreso, mi hermoso cazador.

Las palabras de Ryu lo aturdieron ¿Cómo podía decir ese tipo de cosas? Antes de que continuara hablando lo calló con un nuevo beso, uno más pasional y necesitado.

—¿Todo ha terminado? —preguntó el joven rubio cuando sus labios dejaron de tocarse.

—Todo. Se ha restablecido el orden. Dagda y Morrigan están complacidos. Afuera de nuevo brilla el sol —De pronto el vampiro se entristeció—. Perdóname. Ahora te he encadenado a mi noche perpetua.

Karan sonrió y le levantó el mentón para mirarlo a los ojos de nuevo.

—No puede existir una noche perpetua mientras estemos juntos.

De nuevo Ryu hizo caso omiso al leve quejido de dolor y le besó con pasión, dejando filtrarse algunas gotas de su propia sangre en la boca del nuevo vampiro. El deseo se apoderó de Karan. Pero junto con él, otro sentimiento le calentaba el pecho, uno que hacía tiempo lo embargaba y al que no había daba crédito hasta ese momento: amor.

No era solo pasión arrolladora, era confianza y gratitud; entrega y posesión.

Con una fuerza que antes no tenía, arrastró al rey hasta la cama. Se olvidó del malestar, quería fundirse de nuevo en ese otro ser y ahora tendría la eternidad para ello, para continuar allí con su nueva alianza de sangre. 

Fin.  

***Infinitas gracias si has llegado hasta aquí***

Me encantaría saber que te pareció esta novela corta.

Quiero agradecer a @MLSandoval @RosaAlbaJasso @noranemhed; mis hermosas lectoras, he disfrutado un mundo con sus comentarios, le dieron otra dimensión a esta historia. A ustedes se las dedico.


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