Capitulo VII (II/II)

La densidad en la oscuridad nocturna era agobiante y más porque todas las casas de los súbditos de sangre, como era costumbre en samhain, se encontraban a oscuras, esperando el fuego proveniente de la gran hoguera destinado a espantar los Sluagh que esa noche vagarían en la tierra.
Cabalgaban para salir de los predios del clan vampírico. Eoghan iba al frente, con su capa azul ultramarino ondeando al viento, Karan y Gwyddeon a uno de sus costados, Phidias en el otro. Un gran fuego brillaba en lo alto de la colina. Allí los druidas llevaban a cabo la ceremonia de samhain para los habitantes de la aldea.
Continuaron al galope, atravesaron la muralla y bordearon los pantanos. Ellos también participarían de samhain, pero en otra colina, una reservada solo para la alianza de sangre.
En el cielo la luna casi completaba su círculo de plata, la noche siguiente sería luna llena y noche de la gran cacería lobuna donde los cambia formas de nuevo, como en cada ciclo, atacarían las aldeas que no estaban bajo la protección de los vampiros. Esa sería la primera cacería en la que Karan no participaría desde que se uniera a la Orden de Dagda.
El joven miró a su alrededor, la niebla baja los envolvía. Al igual que aquella noche multitud de fuegos fatuos danzaban en el camino, solo ellos alumbraban la oscuridad. Las lechuzas y los búhos ulularon uniéndose al silbido del viento, se sentía un ambiente pesado, casi escalofriante.
—Me parece que ya los puedo oír susurrar en la oscuridad —le gritó Gwyddeon para hacerse oír por encima del rugir del viento—, a los Aos sí mientras salen de sus sídhe.
Karan no le respondió, Gwyddion hablaba sobre otra de sus fantasías referente a las hadas y los espíritus del bosque que, según la tradición, esa noche de samhain acercan su mundo al de los vivos.
Luego de galopar varias leguas, el cazador empezó a ver el fuego de la hoguera donde sería la reunión.
Estaba dispuesta sobre una colina y la delimitaba un amplio círculo formado por multitud de grandes piedras gris claro. Algunas rocas, de varios palmos de altura, se erguían hacia el cielo y otras descansaban a lo largo sobre el suelo cubierto de verde grama. Frente a la hoguera había una gran mesa de piedra con toda clase de frutas en bandejas de plata y bronce, jarras repletas de vino e hidromiel y una daga de oro resplandeciente, el cuchillo ceremonial.
Hacía mucho que Karan no participaba de una celebración como aquella, la última vez que lo hizo fue su madre quien la presidió en la aldea donde vivían.
Los vampiros y él desmontaron, dejaron los corceles atados afuera y entraron al círculo. Además de ellos estaban el gran druida Amergin, vestido con una túnica de lino blanco al igual que las bandrui Cordelia y Melifer. Pero él, a diferencia de ellas, llevaba el rostro pintado con símbolos de su magia, en la cabeza el cráneo de un venado del cual sobresalía su gran cornamenta. Otros hombres y mujeres que el cazador no conocía, también estaban en la reunión.
Apenas ellos llegaron una de las mujeres tomó un gran carnix de bronce con cabeza de jabalí y sopló a través de él. Notas suaves y dulces, contrarias al áspero chillido que solía anunciar batalla, danzaron dentro del círculo. El toro blanco que sería sacrificado, mugió inquieto en respuesta al clamor del carnix. La música ceremonial dio inicio.
Cada uno de ellos rodeó la gran hoguera, las bandruis empezaron los rezos mientras el toro blanco se debatía del agarre de los druidas. Amergin tomó el cuchillo sagrado y procedió a degollar al animal en el altar. La sangre se derramó hasta formar un pozo negruzco a los pies de la mesa. Luego el druida tomó el cuchillo y le abrió el pecho. Las manos del hombre se hundieron, hurgaron y cortaron. Hasta que después de un momento emergieron sosteniendo un gran corazón, el cual todavía se contraía entre sus últimos espasmos.
Entre varios hombres tomaron el cuerpo del toro y lo arrojaron a las llamas. De inmediato estás se elevaron al cielo, el resplandor rojizo brilló contra la oscuridad e iluminó a los presentes.
Por fuera del círculo de piedra los fuegos fatuos brillaban con su luz azulada y fantasmal; parecían inquietos, deseosos de penetrar los límites. Miles de susurros llenaron la noche uniéndose a los cánticos de las sacerdotisas y al silbido del carnix.
Karan, aturdido, creyó ver a su madre en lugar de Melifer. Tuvo que parpadear con fuerza para sacudirse la imagen irreal. Volteó a ver a Eoghan, quien a su lado lucía, ¿molesto? Phidias, en cambio, miraba los ritos con su habitual expresión afable. Uno de los hombres desconocidos se acercó a la hoguera, miraba con unos ojos amarillos y ansiosos el cuerpo del toro quemarse; la grasa escurría de la piel hasta derretirse en medio de las llamas. Las fosas nasales del hombre fornido se dilataban de una manera extraña, aspirando las virutas de humo que llevaban el olor de la carne chamuscada.
—¿Quién es? —le preguntó Karan a Phidias, señalando con la cabeza al hombre desconocido.
El vampiro vaciló, antes de contestar miró un instante a Eoghan.
—Es el alfa.
—¡¿Qué?! —preguntó Karan. ¿Había escuchado mal?
Antes de que Phidias pudiera contestarle, Melifer tomó la daga ceremonial y se plantó frente al cazador ofreciéndosela. Karan la miró sin comprender. Ella entonces agarró su mano y deslizó el filo por su antebrazo. El joven siseó, tanto de dolor como de sorpresa, debido al corte que le había hecho la sacerdotisa. La bandrui colocó una copa de oro repujada bajo su mano para recoger la sangre que empezó a brotar de la herida. Hizo lo mismo con Eoghan.
La bandrui dejó caer algunos polvos dentro de la copa, la colocó sobre el altar y recitó palabras que, desde donde Karan se hallaba, le eran imposible discernir. Luego tomó de nuevo la copa. En medio del dulce aullido del carnix volvió a acercarse a ellos, pero esta vez se colocó frente al hombre de los ojos amarillos.
Eoghan dio dos pasos adelante, furioso.
—¡¿Qué significa esto?! —preguntó el vampiro con voz potente— ¡No pienso asociarme con lobos!
El desprecio en la pálida cara de Eoghan era notable. Karan también se hallaba sorprendido. Se suponía que la alianza era solo entre vampiros y cazadores, justamente para hacerle frente a los cambia formas. ¿Qué significaba entonces lo que sucedía? ¿Por qué el alfa de los licántropos participaba en la ceremonia?
Por toda respuesta, el de ojos amarillos le arrebató la copa de las manos a la sacerdotisa y de un trago bebió todo su contenido. Eoghan lo contempló estupefacto, cuando reaccionó e intentó apartarle la copa de las manos, era demasiado tarde, ya se había bebido la sangre de ambos en el recipiente.
Los ojos violetas de Eoghan se desplazaron desconcertados por sobre todos los presentes, parecía asustado.
—¡Esto es una traición! —gritó el vampiro —¡¿Qué habéis hecho, malditos druidas?!
Karan miraba la escena sin comprender, hasta que algo terrible sucedió.
El de ojos amarillos comenzó a reír de manera desquiciada y luego, casi de inmediato, sus miembros se retorcieron, su rostro se crispó, todo él empezó a crecer y ¡horror! Pelo. Su cuerpo se cubrió de espeso pelaje animal gris plateado.
Karan retrocedió aun sin entender muy bien qué sucedía. Giró hacia atrás y vio a Gwyddeon, tan desconcertado como él. Ambos habían entrado al círculo sin armas, al igual que los vampiros. Sus ojos se desplazaron en una frenética búsqueda recorriendo a todos cuantos estaban allí. No veía lo que buscaba, nada que le ayudara a defenderse de lo que parecía inminente.
De un momento a otro se desató el caos. La festividad de samhain, además de celebrar la vida y la muerte, buscaba alejar a los malos espíritus que por esa noche acercaban su mundo al de los vivos. Pero ellos estaban atrapados en un círculo mágico, precisamente con el peor de los monstruos que alguna vez ha caminado sobre la tierra.
Los músicos gritaron aterrorizados. El carnix lanzó al viento un estruendoso grito, ya no era la melódica y dulce tonada ritual, sino otra de auxilio. Incluso Melifer y Cordelia parecían asustadas, solo Amergin lucía sereno detrás del altar. Sus manos pintarrajeadas de símbolos mágicos se levantaban hacia el cielo, sostenían una bandeja de plata que escurría gotas de espesa sangre oscura. Antes de saltar atrás, Karan vio su contenido cuando el druida lo depositó en la mesa: era el corazón del toro que habían sacrificado.
El enorme hombre lobo se giró hacia la mesa y un potente rugido quebró el aire. De un salto tomó la bandeja y se hizo con el corazón del animal; arrojó a un lado el plato y engulló completo el órgano. Luego de eso, el cambia formas empezó a atacar.
Cada uno, hombre y mujer intentaban escapar del círculo de piedra, pero no lograban hacerlo.
—¡Vamos! —le gritó Gwyddeon haciendo un ademán para salir de allí.
Karan no quería huir, sentía que sería un deshonor abandonar la lucha, pero no tenían armas, el único cuchillo reposaba en las manos del gran druida, así que corrió hasta Gwyddeon y saltó para atravesar el circulo de piedra. Tanto él como su compañero chocaron con algo y rebotaron hacia atrás. Una pared invisible les impedía salir de allí: el nudo del druida.
Conocía el hechizo del nudo del druida gracias a su madre quien, en alguna ocasión, utilizó esa barrera mágica durante una celebración en su aldea natal. Sabía que era impenetrable a menos que un druida levantara el encantamiento.
El cazador se giró y el pánico lo invadió al ver otros tres licántropos completar la transformación. Ahora eran cuatro los cambia formas dentro del círculo.
Las bestias atacaron a los presentes. Enormes garras abrían surcos sangrientos en el abdomen de los participantes a la ceremonia. Los cambia formas se arrojaban sobre ellos para devorarles, mientras el resto intentaba, sin éxito, escapar.
Desde el altar, Amergin mantenía sus manos hacia arriba, los dedos extendidos, murmuraba en trance algo ininteligible.
Uno de los cambia formas levantó su enorme cabeza con el hocico chorreando sangre y miró al cazador. A Karan se le heló la sangre. ¿Cómo se suponía que pelearía sin armas con esa enorme bestia?
El cambia formas de pelaje marrón saltó hacia él y lo derribó con su gran pata delantera, la ropa se le rompió en el pecho debido al zarpazo. El cazador cayó tendido de espaldas, todo cuanto podía ver era las enormes garras del animal afianzarse en el suelo y caminar hacia él. Cerró los ojos ante lo inevitable, pero un rugido le hizo abrirlos de nuevo. Eoghan se había interpuesto entre él y la feroz criatura.
Frente al enorme lobo, el vampiro lucía pequeño, delgado, indefenso, sin embargo, su fuerza sobrehumana fue suficiente para enzarzarse con él y detenerlo momentáneamente. Phidias hacía lo mismo con otro de los cambia formas.
Las dos especies sobrenaturales trataban de hacerse daño. Las filosas garras del hombre lobo rasgaron la cota de malla que llevaba Eoghan y junto con ella se llevó también pedazos de piel. El vampiro gritó de dolor mientras su sangre salía a borbotones de su pecho. Para asombro del cazador, el lobo lo tomó con ambas manos en un descuido y comenzó a lamer la sangre de sus heridas.
Siempre creyó que los vampiros y los lobos se repudiaban. Los vampiros no los atacaban y los lobos los evitaban; en parte pensó que se debía a que ninguno de los dos se encontraba en las preferencias gastronómicas del otro, pero parecía que eso no era del todo cierto.
Eoghan lo alejó de sí con un potente golpe que lo tumbó en el suelo. Se inclinó sobre el cambia formas con su mano diestra muy rígida, a semejanza de una lanza o una espada; las largas uñas brillaron como cristales, iluminadas por el resplandor de la hoguera. El vampiro enterró profundamente su mano en el pecho de la bestia a lo cual esta gruñó en agonía. Pero cuando Eoghan quiso sacar su brazo, el cambia formas lo sujetó impidiéndoselo. Fuertemente asido lo jaló hacia él, a la altura de su monstruoso hocico.
Karan miró a su alrededor, desesperado. A un lado vio una bandeja de plata en el suelo, la misma dónde había reposado el corazón del toro, se hallaba a unos pasos de ellos. El joven corrió hasta la bandeja y la sujetó con fuerza; la blandió como si fuera el último de sus escudos contra la cabeza peluda del hombre lobo, antes de que pudiera morder al vampiro. Por un momento el licántropo se aturdió. Lo impactó de nuevo y otra vez y otra hasta que soltó el brazo de Eoghan. La bestia giró la enorme cabeza y gruñó dispuesto a atacarlo a él.
El vampiro aprovechó la distracción y sacó su mano. Iba a rematar a la criatura cuando otra lo tomó desprevenido por la espalda. Le dio un manotazo y después le sujetó del pelo levantándolo unos tramos del suelo.
Karan dejó de prestarle atención a lo que le sucedía a Eoghan. La bestia frente a él aún yacía en el suelo, pero hacía el intento de levantarse. Debía aprovechar que aún estaba herido y algo aturdido. Sujetó con fuerza la bandeja de plata y agarró impulso, la incrustó fuertemente en su cuello, cercenándolo parcialmente. La bestia abrió los ojos y el hocico, sorprendido. Un gorgoteo de sangre salió de sus fauces, se ahogaba. El cazador apoyó todo su cuerpo para que la bandeja entrará todavía más profundo, buscaba separar la cabeza del resto del cuerpo, pero aquello se le hacía imposible, el monstruo era enorme y la bandeja no era una filosa arma.
Aun así, era efectiva, al menos sacó de combate a una de las amenazas.
Karan se levantó, con gran dificultad y sosteniéndola con ambas manos, sacó la bandeja incrustada del cuello del cambia formas. Miró a su alrededor. Gwyddeon persistía en su empeño de cruzar el círculo. Phidias esquivaba con su asombrosa velocidad los ataques de uno de los lobos y Eoghan intentaba evitar que otro le clavara los dientes.
En medio del caos una voz gutural se alzó "su sangre" gritó el cambia formas plateado, señalando a Eoghan. De inmediato, el resto de licántropos que quedaban en pie abandonaron lo que tenían entre las garras y se giraron donde Eoghan luchaba.
Karan agarró con fuerza su improvisada arma y comenzó a golpear al enorme cambia formas para que soltara al vampiro. Eoghan de nuevo extendió su mano y con las uñas, como si fuese una filosa cuchilla, cortó el brazo del cambia formas que lo apresaba del cuello. La sangre salió en un chorro y bañó su rostro. El vampiro cayó al suelo. El hombre lobo restante y el alfa gris plateado se acercaban a ellos.
Melifer salió de la nada. Tenía su cabello rojo en un revoltijo lleno de sangre y ramas, los ojos desorbitados por el pánico.
—¡Pronto, majestad! —apremió tomando la mano de Eoghan y la haló hacia ella —Vos también, cazador —dijo girando hacia Karan.
El cazador volteo desconcertado hacia Eoghan "¿majestad?". El vampiro tenía la mirada dirigida hacia Phidias, que se había interpuesto como un escudo y trataba de evitar que los cambia formas llegaran a ellos.
—¡Phidias! —gritó el vampiro zafándose del agarre de la druidesa.
—¡No, majestad, lo quieren a vos, Debéis iros!
Phidias giró y sonrió, luego se enfrascó más en la lucha que sostenía para evitar que los cambia formas llegaran a Eoghan.
Estaban en los lindes del círculo. La bandrui extendió su mano y un brillo dorado apareció en el aire.
—¡Rápido, salid! —gritó ella abriendo una abertura en la barrera del nudo del druida.
El primero que lo hizo fue Gwyddeon, a él le siguieron algunos otros de los asistentes que estaban cerca. Karan miró a Eoghan, era obvio que no deseaba dejar atrás a Phidias.
—Debéis iros, si los cambia formas os atrapan, todo estará perdido —apremió de nuevo la bandrui.
Karan no entendía muy bien lo que sucedía, pero comprendía, por la desesperación en la voz de la mujer, que debían obedecerle. Tomó la mano del vampiro y jaló de él para cruzar el círculo.
—¡Phidias! —volvió a gritar Eoghan.
Cuando este volteo, de un manotazo el cambia formas con quien se enfrentaba lo derribó y aplastó su tórax con una de sus enormes patas. De inmediato el lobo volvió su gran cabeza a ellos y saltó para alcanzarlos.
Karan tiró más fuerte del vampiro y cruzó la abertura junto con él, les seguía Melifer.
—¡Daos prisa! —gritó la druidesa mientras levantaba el largo de su túnica para empezar a correr —Amergin notará que hemos huido y desatará el nudo.
—¡¿Qué está sucediendo?! —preguntó Karan corriendo detrás de ella, adentrándose en el bosque— Esta celebración era para forjar la nueva alianza y en su lugar le habéis dado nuestra sangre a esos monstruos. ¡Ni siquiera es luna llena y han logrado transformarse!
—¡Corred más rápido! —Fue cuanto dijo la druidesa.
Se adentraron más profundo en el bosque donde parecía que todo rastro de vida había huido. Solo las ramas que se quebraban bajo el peso de sus pasos presurosos rompían el silencio. Era difícil ver a donde se dirigían en tamaña negrura. Adelante, Melifer los guiaba con una pequeña flama, que de nuevo Karan no se explicaba su procedencia. Luego le seguía Eoghan en un tenso silencio y después él.
La densa vegetación en medio de la oscuridad nocturna le impedía ver el trayecto. Tropezó con la raíz sobresaliente de un gran roble y cayó al suelo. En ese momento varios aullidos escalofriantes se escucharon a sus espaldas. Eoghan lo tomó por las axilas y lo levantó, luego sujetó su mano y comenzó a correr sin soltarle. Ambos seguían a Melifer. A pesar de lo rápido que corrían, los aullidos se escuchaban cada vez más cerca.
La druidesa los llevó a los pies de una pequeña colina rocosa desde donde se podía oír el rumor del agua. Al acercarse más vieron una pequeña entrada excavada en la piedra blanca cubierta de musgo y maleza. A sus espaldas los aullidos se escuchaban casi junto a ellos. La bandrui los miró con el terror marcando cada uno de sus rasgos.
—Mi señor —le dijo al vampiro—, debéis entrar allí, haré todo lo posible porque estéis protegidos.
Luego tomó la mano del cazador. Una horrenda visión, como aquella en la orden de Dagda, lo golpeó de nuevo. Cuerpos ensangrentados apilados por doquier, chozas en llamas, oscuridad, sombras moviéndose entre los vivos, gritos y aullidos, él y Eoghan. Luego una pared blanca con enredaderas y musgo trepando por ella, una enorme espada cubierta de un resplandeciente brillo y la voz de su madre «Karan, la espada. Busca la espada.» La sensación de aflicción y miedo fue tan grande, que Karan debió sujetarse de la roca para no caer.
La druidesa le entregó al vampiro la antorcha con la que había estado alumbrando el camino y los empujó a ambos al interior de la cueva. Luego levantó sus manos y susurró algunas palabras ininteligibles, de inmediato un resplandor dorado cubrió la entrada. Karan intentó cruzar de nuevo y ya no le fue posible, el nudo del druida bloqueaba la salida al igual que lo había hecho en el círculo de piedra durante la nefasta celebración. Cuando volvió a mirar al frente, la bandrui había desparecido.

Segunda parte de este, muy largo capitulo, espero me disculpen.
Alianza de sangre: la alianza de sangre era una costumbre arraigada en las civilizaciones indoeuropeas, pero los celtas la hicieron un rito. Los jefes irlandeses sellaban las alianzas entre tribus bebiendo unas gotas de sangre que brotaban de un corte hecho en sus brazos. La sangre era depositada en una copa de la que bebían los jefes en un rito establecido por los druidas. La sangre le confería a la alianza un carácter solemne.
Aos si: aes sidhe en su forma mas antigua, se refiere a una raza de criaturas sobrenaturales comparables a las hadas y a los elfos. Vivían en los Sidhe o montículos de tierra en donde tenían sus palacios subterráneos.
En Gales, los Aos si son las deidades y ancestros deificados de la mitología irlandesa. Algunas fuentes los describen como los supervivientes de los Tuatha Dé Danann ( esto es la raza de los dioses celtas) que se retiraron allí cuando huían de los mortales. Por tanto, los dioses celtas también forman parte de este "otro mundo" en donde viven en palacios subterráneos".
Para esta novela los Aos sí son todos aquellos seres sobrenaturales que habitan el "otro mundo" o el inframundo. Los dioses viven también allí. Por lo tanto, para esta historia, las hadas son seres primigenios, mas bien oscuros aunque bellos, relacionados con los primitivos Aos si y no la versión romántica y medieval más popular.
Nudo del druida: Esto realmente me encantó descubrirlo. Era un hechizo que practicaban los druidas donde formaban una barrera aislante que protegía a quienes estaban dentro.
Sluagh sidhe: huestes feéricas. Son también hadas o Aos si. Entre los celtas eran una multitud de espíritus en el aire, acaso muertos malditos, malvados o inquietos que han sido rechazados por los dioses celtas y por la tierra misma. Algunos creen que son la representación irlandesa de la cacería salvaje (de esto hablaremos mas adelante).
Y bueno me despido esperando que les haya gustado toda esta adaptación de costumbres y mitología celtas llevadas a la fantasía oscura. A mí realmente me ha encantado escribir e imaginar todo esto. Me declaro fanática de los celtas.

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