Capitulo VI
Corría detrás de ella, podía ver la larga cabellera rojiza danzar en el viento. A medida que se adentraba en la campiña, las libélulas espantadas alzaban el vuelo junto a las mariposas. Pronto Karan se encontró envuelto en una nube de alas tornasoladas intentando darle alcance.
Gritaba queriendo hacer que se detuviera, pero ella giraba su cuello hacia él y lo miraba, juguetona, con una espléndida sonrisa, incitándolo a seguirla a través de la maleza y las flores. A medida que más se internaba, más desasosiego sentía, estaban muy próximos al bosque.
Ella, presa de su inocente alegría, continuó corriendo y se perdió entre los gruesos troncos de los árboles.
El corazón de Karan se hundió en un pozo de desesperación. Su sonrisa cambió por una mueca de pánico al no encontrarla. La llamaba y ella no acudía. Hasta que vio el blanco de su vestido ondear más adelante. Se aproximó a ella con la mano extendida queriendo sujetarla y sacarla de allí. Ella se volteo y lo miró radiante, con los brazos abiertos, esperando para estrecharlo en ellos.
Y él quería ir.
Quería sentirla de nuevo. Envolverse en su calor, en su protección, creer que todo estaría bien.
Un terrible rugido hizo graznar a las aves que huyeron en desbandada. El bosque se oscureció envuelto en una noche donde solo resplandecía el blanco de su vestido y sus cabellos rojizos.
Karan corrió más rápido queriendo alcanzarla, salvarla, pero por más que lo intentaba, sus piernas no avanzaban. Una garra enorme la sujetó de la cintura. Vio las fauces abiertas cerrarse en su hombro en una brutal mordida. Su madre cayó al suelo, la sangre manchando el blanco impoluto de su vestido.
El grito de horror quiso salir de sus labios, pero nada se escuchaba en el bosque excepto los quejidos de su madre, herida por el enorme cambia formas.
Se acercó a ella y la sujetó en sus brazos. Su sonrisa intentaba alegrarle, pero traía con ella una tristeza infinita.
«Karan, la espada. Busca la espada.»
Él la estrechó contra su pecho hasta que sintió que el cuerpo que abrazaba no era el de su querida madre. El enorme lobo era quien le sujetaba entre sus brazos. Apretándolo con sus garras, podía incluso sentir el filo de los colmillos, la saliva caliente chorrear en su piel y su apestoso aliento golpearle la cara.
Se separó de él. Huyó hacia atrás. Tomó la espada y la hundió en el enorme pecho hirsuto de la bestia. Entonces vio que en él resplandecía el medallón de bronce con el trisquel de su madre, el mismo que la identificaba como druidesa.
El cazador despertó en la enorme cama de madera en medio de la fría habitación de piedra. La flama de la antorcha se meció dando un juego de luz y sombras en la recámara. Cuando se incorporó tenía el cuerpo bañado en sudor y el rostro en lágrimas. Aun sentía los rápidos latidos de su corazón y el amargo sabor de la desesperanza en la boca.
Ansiedad, inconmensurable dolor, culpa.
Dejó caer la cabeza hacia adelante mientras las lágrimas continuaron resbalando por sus mejillas. Un nudo atenazaba su garganta, quería gritar. Hacía mucho que su madre no lo visitaba en sueños, que aquella horrible pesadilla no se repetía.
Cuando su cuerpo tembloroso se hubo recuperado, Karan se levantó de la cama y caminó hacia la mesa donde reposaba una vasija de barro. Bebió el agua que contenía y luego se meció hacia atrás el largo cabello rubio. Necesitaba salir y respirar aire fresco.
Se envolvió en la capa de lana oscura, se calzó y se dispuso a salir de la habitación.
Los pasillos permanecían iluminados por las antorchas y en el aire flotaba el murmullo de risas, música y voces que charlaban. Todavía debía ser de noche y los residentes vampiros del castillo seguramente realizaban lo que sea que hace un vampiro cuando está despierto.
Por un momento se cuestionó el descuido que supuso dormirse en la guarida de sus enemigos, pero el agotamiento del viaje venció su humanidad y sucumbió al sueño.
Karan continuó caminando, seguía la música y las risas, se detuvo donde estas eran más fuertes. Delante de él se encontró con una gran puerta de madera bellamente tallada entre abierta. Dudó de si entrar era lo más conveniente, así que solo se asomó.
Adentro se reunían varias personas. Doncellas con túnicas largas, pendiendo de sus cuellos collares de cuentas; iban y venían llevando jarras de bronce y vasos entre los presentes. Desde donde Karan espiaba podía ver el perfil de una mujer de larga cabellera negra como el cielo nocturno. Sentada, sus pálidas manos iban y venían por sobre las cuerdas de un arpa, arrancándole bellas notas. La mujer vestía una túnica blanca que caía al suelo y debajo de la cual se asomaban los dedos delicados de un pie. Cerca de ella, Phidias, también sentado, tocaba un Bodhrán. Acompañaba con sus fuertes sonidos las dulces notas que escapaban del arpa.
Quería ver más. ¿Qué otro personaje estaba en aquella habitación? ¿Otros vampiros? ¿Tal vez el rey vampiro? Se escuchaban risas tanto graves como agudas, así que era probable que hubiese más seres allí dentro. Se disponía a girarse e irse cuando los ojos verdes de Phidias le encontraron. El vampiro le sonrió e inclinó la cabeza. Si no quería quedar como un mirón tendría que entrar.
El joven cazador empujó la puerta y cruzó el umbral. Tal como lo pensó, dentro había más personas. Hombres y mujeres bebían, reían y charlaban. Todos ricamente vestidos con túnicas carmesí, ocres y blancas. Las mujeres y los hombres tenían sus cuellos y brazos adornados con aros de bronce. Deslizó una rápida mirada por todo el recinto y se sorprendió de ver entre los presentes a su compañero cazador. Gwyddeon bebía de un gran tarro y en la otra mano sujetaba el muslo de un ave al que le daba mordiscos gustosos. El cazador comía cerca de una larga mesa de madera, en cuya superficie quedaban los restos esparcidos de lo que fue un gran banquete.
Había un total de diez personas entre hombres y mujeres, sin contar a las criadas que iban y venían llevando jarras en sus manos. Pero ninguno de ellos parecía el rey vampiro. De hecho, en el fondo de la sala un gran sillón de sólida madera, las patas hechas de cuernos y forrado con pieles, se encontraba vacío. Eoghan, el lugarteniente vampiro, tampoco estaba por ninguna parte.
Karan se acercó a Phidias, quien sin dejar de tocar la piel del Bodhrán, le saludó.
—Milord, ¿habéis despertado con nuestra algarabía? ¡Disculpad de ser así!
Karan negó.
—No podía dormir.
—Entonces acompañadnos en nuestra pequeña celebración previa a samhain. Ella es la princesa Lía, hermana del rey. —Le señaló Phidias a la mujer de cabello negro que a su lado tocaba el arpa.
Lía volteó y lo miró con ojos entornados. Su cara, como la de todos esos seres, era preciosa y de rasgos parecidos a los de Eoghan, la semejanza llegaba incluso a la larga y reluciente cabellera negra.
—¿Sabe tocar el arpa? —le preguntó ella con una voz tan melodiosa como las notas de su instrumento.
El muchacho negó y ella sonrió. Le hizo indicaciones a una de las doncellas de acercarse. Cuando esta llegó hasta ellos tomó su lugar con el arpa. La vampiresa se levantó dejando caer su largo cabello oscuro, cual cascada, sobre su espalda. Lo adornaban plumas de cuervo y broches de oro. Por un momento Karan tuvo la fantasiosa idea de que era la misma Morrigan materializada frente a él, bella y terrible reina espectral.
La vampiresa lo rodeó apreciándolo de arriba abajo, le sonrió y luego se alejó de él para empezar una extraña danza en el medio del salón.
Una procesión de jóvenes aldeanos hizo aparición por la puerta principal. La música se volvió más frenética y salvaje a medida que los campesinos caminaban al centro, donde Lía los recibió con su extraño baile. La voz de la vampiresa de cabello oscuro se elevó en el salón junto a las notas del bodhrán y el arpa; a estos se les sumó el sonido de un carnix de bronce y cabeza de cuervo.
Todos en el salón comenzaron a girar y danzar al son de la agresiva y tempestuosa música. Incluso los jóvenes, quienes habían perdido la apariencia frágil y temerosa con la que entraron, bailaban igual a sus anfitriones: embebidos en una enloquecedora danza.
La voz de Lía se filtraba en su mente embotándola. Su cabeza comenzó a darle vueltas. De un momento a otro se sintió en aquella campiña, persiguiendo asustado, el rubio cobrizo de los cabellos de su madre.
Las risas y la música lo mareaban, quería que pararan al igual que el canto de Lía, el cual parecía resonar solo dentro de su cabeza. Cerró los ojos, incapaz de escapar a lo que sea que hacía la música en él. Cuando los abrió de nuevo estaba en brazos de la hermosa vampiresa, giraba envuelto en sedoso cabello negro y plumas de cuervo.
El cuerpo que lo aprisionaba dejó de moverse. Karan miró a su alrededor. Cada uno de los vampiros sostenía algún joven. Los humanos permanecían en sus brazos con el rostro crispado en una inquietante expresión de placer: mejillas ruborizadas, labios entreabiertos mientras los vampiros bebían de ellos. La sangre fresca escurría por sus mentones, manchando las elegantes túnicas. La música llenaba con ímpetu avasallador el salón.
El cazador deseó escapar del abrazo que lo aprisionaba igual a cien cadenas de hierro. La risa melodiosa de Lía le acarició el oído. Al girar el rostro se encontró con los ojos violeta y una sonrisa burlona. De nuevo los brazos lo hicieron danzar, pero ahora la voz que reía era grave. El cabello, negro como la noche, no estaba adornado por plumas de cuervo sino por delgadas trenzas sujetas con pequeños anillos de bronce y oro. Eoghan lo trasladaba de un sitio a otro del salón dando vueltas, firmemente apretado contra su pecho mientras su risa cosquillaba en su oreja.
Bruma distorsionaba su mente, tinieblas le impedían distinguir la realidad de la fantasía. El carnix que solía anunciar la batalla chillaba, se entrelazaba con el arpa y el bodhrán creando sonidos salvajes. Virutas de humo dulce y opresivo salían de cada esquina, se mezclaban con el olor de la campiña donde su madre corría en sueños. La risa aguda de Lía envolvía y se separaba de la voz grave de Eoghan que susurraba en su oído.
¿Con quién bailaba?
Karan se apartó sin aliento del cuerpo que lo estrechaba. Corrió sin mirar atrás. Quería alejarse del salón, de la agresiva música, de los vampiros y sus súbditos de sangre y por sobre todo de Eoghan y de Lía. Cruzó el pasillo de piedra sin saber muy bien a donde se dirigía.
El fuego de las antorchas dispersaba poco las tinieblas del castillo, no eran suficientes. Luz y oscuridad proyectaban contra la pared su sombra. Sin saber cómo, se encontró frente a una puerta entreabierta.
Las voces y los gemidos que salían del interior de la habitación le hicieron sonrojar. Cuando se asomó vio varios cuerpos entrelazados, algunos en el suelo de piedra y otros sobre las alfombras de pieles de animales. Piernas y brazos enrolladas entre sí cual serpientes. Hombres y mujeres se besaban y copulaban. Su vista se dirigió a la cama donde un hombre de cabello rojo con delgadas trenzas estaba sobre otro cuerpo. Lo sacudía entre frenéticas embestidas.
Karan quería salir de allí pero también deseaba ver lo que pasaba. Se sentía turbado, enojado y muy a su pesar, excitado. Sus propias emociones lo confundían.
El hombre pelirrojo cambió de posición. Se sentó en el lecho de espaldas a él. En medio de un abrazo posesivo se trajo al cuerpo que embestía y lo posicionó a horcajadas sobre su entrepierna. Un gemido alto, más bien un gruñido escapó de la garganta del pelirrojo cuando el otro se sentó sobre él.
El cazador no podía apartar la mirada de la lúbrica escena, pero cuanto podía apreciar era la espalda sudorosa del pelirrojo contrayéndose con cada sacudida y el otro cuerpo de piel muy pálida, subiendo y bajando. El pelirrojo se acostó hacia atrás y entonces Karan pudo ver el cuerpo del amante que, sentado, se enterraba en su masculinidad. Era otro hombre, uno con largo cabello negro y delgadas trenzas adornados por anillos de bronce y oro. Su cara perfectamente visible. Eoghan. El vampiro abrió los ojos y clavó sus iris violetas en él. Le dedicó una sonrisa perversa y lasciva antes de abrir la boca y lanzarse sobre el pelirrojo para clavar profundamente los colmillos en su cuello.
El humano tembló entre sus brazos. «Más» pidió en medio de un gemido turbador mientras el vampiro lo mordía sin dejar de ver a Karan a los ojos.
El cazador se dio la vuelta hacia el pasillo, jadeando. Maldijo a Morrigan y a Dagda que lo habían llevado hasta allí. En ese momento su único deseo era encontrar un cambia formas y pelear una ardua batalla que lo liberara de los extraños sentimientos que experimentaba, que enfriara su sangre que sentía como lava. Le ardía el cuerpo, el corazón le latía igual al bodhrán en el banquete. Nunca antes se encontró en semejante posición.
Corrió sin prestar atención a los guardias apostados en los recodos. Entró a su habitación y se sentó en la cama con la respiración desacompasada. No podía dejar de ver en su mente los ojos de Eoghan, fijos en él mientras mordía al otro. Agachó la cabeza y la tomó entre sus manos.
Desde que su madre murió hacía diez años luego de que un cambia formas la mordiera, se había dedicado a cazar hombres lobos y vampiros. Se enlistó en la orden de Dagda y se consagró a sus preceptos. Solo cuando veía correr la sangre de alguna de esas bestias hallaba paz y sosiego. Nada de licor o abundantes comidas y mucho menos sexo. Pero ahora los malditos dioses lo ponían en ese castillo que lo inquietaba de maneras extrañas.
Se acostó y se cubrió hasta la cabeza con las mantas. Apretó los ojos y conjuró uno de sus más preciados recuerdos. Su madre le cantaba mientras él reposaba en sus piernas. Veía el rostro pálido resplandecer como si la luna se reflejara en él, sentía sobre sí el suave perfume de sus cabellos. Su madre le arrullaba con una dulce melodía. Sin darse cuenta cuando, las lágrimas surcaron sus mejillas. Apretó los ojos con fuerza y se refugió en ese cálido recuerdo, en el olor de su pelo, en el timbre bajo de su voz y poco a poco le trajo consuelo.
***Hola queridos lectores, ¿qué les ha parecido el capítulo? Karan sigue sufriendo en ese castillo jiji. En el próximo capitulo viviremos el samhain.
Arpa: Es uno de los instrumentos más antiguos del mundo, deriva de la lira. El arpa de origen irlandés o arpa bárdica no supera los 75 cm de altura, poseía cuerdas metálicas, ornamentalmente rica en tallas, dibujos e incrustaciones de metal. A este instrumento se le atribuían poderes mágicos.
El dios Dagda posee un arpa mágica, además de su maza y su caldero. Esta arpa de oro llamada daurblada, es un instrumento mágico capaz de producir música sin que nadie pulse sus cuerdas, puede producir llanto, risa gozosa o adormecimiento según la melodía que se interprete. También tiene la capacidad de controlar el inicio y el fin de las cuatro estaciones
Bodhrán: Es un tambor de marco irlandés. Habitualmente se toca sentado, sujetándolo entre el antebrazo y el tronco, con el marco reposando sobre la rodilla. Según los mitos celtas, se utilizaba para marcar el ritmo en los ritos druídicos.
Carnix o carnyx: Fue un instrumento de viento de la edad del hierro celta. desde 300 a.d al 500 d.c. Era una especie de trompeta de bronce suspendida verticalmente y con la campana con cabeza de animal. Uno de los más icónicos de su cultura, se utilizaba en la guerra para incitar a la batalla, pero también formaba parte de los actos religiosos de los druidas.
https://youtu.be/hVAWwWi0DbE
He querido colocar estos tres instrumentos en representación de la música celta, porque son los más antiguos. No incluí la gaita, a pesar de ser esta, quizás, la mas representativa de la música celta actual, ya que empezó a difundirse en Europa alrededor del siglo X d.c. Tomando en cuenta que esta novela se desarrolla en el siglo VIII, pero con la cultura de los celtas de la edad de bronce, en su línea histórica, la gaita aún no aparece.
Es difícil saber como sonaba de verdad la música de los antiguos celtas, pues lo que conocemos actualmente como música celta es en realidad la música tradicional desarrollada en diferentes regiones y paises de Europa atlántica.
Trisquel: Símbolo constituido por tres espirales unidos en el centro. Entre los celtas el número tres es sagrado, representa la perfección y el equilibrio. Es el símbolo supremo de los druidas y ellos eran los únicos que podían portarlo. Para ellos representaba el aprendizaje, y el pasado, el presente y el futuro. También representa el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu, el principio y el fin, la evolución y el crecimiento, el aprendizaje perpetuo y la eterna evolución. Era utilizado por su capacidad sanadora, para curar heridas y aliviar fiebres, y por tanto, como talismán.
Espero que les haya gustado el capitulo y ya no los aburro mas, nos leemos en Samhain.
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