Capitulo V
Caminaba por los pasillos detrás de otra doncella, esta vez pelirroja. Evitaba verla, el sinuoso movimiento de sus caderas, el perturbador recuerdo de las manos de la otra criada sobre su cuerpo. Algo en ese castillo le comenzaba a trastornar la mente. Sentía las mejillas ardiendo de nuevo. Exhaló con fuerza tratando de enfriar su trastornada cabeza y se concentró solo en mirar sus botas. Un paso tras otro resonando en el corredor, al ritmo de los latidos rápidos de su corazón.
La doncella se detuvo y lo anunció en el gran salón.
Karan avanzó con paso firme contrario a su espíritu titubeante. Ante él había una mesa dispuesta para un festín, el aroma de diferentes platillos lo invadió despertándole el hambre voraz que traía desde que salió de Gales. Agradeció a los dioses su benevolencia, esta necesidad de su cuerpo era, sin duda, mejor que la otra. A esta sí podría satisfacerla, a la otra debía ahogarla.
Se sentó junto a Gwyddeon que lucía relajado, su rostro complacido y de alguna forma más lozano. Desde la rendija de sus ojos azules lo miró con suspicacia. Seguramente a él también le asistió una doncella. Sin duda, él no rechazó la pasión carnal, era evidente que le dio la bienvenida al regalo de su anfitrión y se regocijó en la lujuria que entrañaba.
Miró al otro comensal frente a ellos, Eoghan les observaba con una media sonrisa. El que llamaban Phidias no estaba por ninguna parte, ni la druidesa Melifer. Karan le dedicó una fugaz mirada al vampiro y decidió ignorarlo, se dedicó a dar buena cuenta de la generosa comida. Tomó un trozo de jabalí y empezó a devorarlo con verdadero placer.
—Parece que la comida es de vuestro agrado, lo cual me complace enormemente —dijo el vampiro con voz profunda—. Espero que también haya sido un acierto el baño.
Karan casi se atragantó. Cuando subió la mirada, Eoghan lo veía sonriendo, con su barbilla apoyada en sus manos entrelazadas sobre la mesa. Exhibía una cínica sonrisa, sus ojos brillaban divertidos. Maldijo el momento en que el calor ascendió a sus mejillas, se sentía como un crío. A su lado Gwyddeon rio en una sonora carcajada.
—¡Muy bueno, muy bueno el baño! Agradeceré a vuestro rey cuando tenga a bien recibirnos. Y la comida está excelente al igual que el vino.
—¿Cuándo podremos hablar con él? —preguntó Karan contrastando la rudeza de sus palabras con la lisonja en las de su compañero.
—En lo que termine la cena, él os recibirá. Seguid disfrutando y por favor, disculpadme. Dispondré todo para la reunión.
Eoghan se levantó de la mesa y no regresó más. Cuando atravesó las puertas del salón todos los sirvientes se inclinaron a su paso. Parecía que no había más vampiros que Phidias, Eoghan y el misterioso rey en aquel castillo.
Después de la cena, otra doncella los condujo al salón donde se daría la reunión con el rey vampiro.
Era extraño que la druidesa no se encontrara con ellos cuando su misión era precisamente convencer al rey vampiro de la veracidad de la profecía y la necesidad de cumplirla. Si ella no aparecía, esa tarea recaería por completo en él.
Cuando entraron, Karan se encontró en un salón cuyas paredes estaban recubiertas por grandes tapices y colgaduras, los colores del clan: azul ultramar y oro lucían por todas partes.
Opulencia, riqueza y grandeza.
Injusticia pensó él en oposición a lo que transmitía la estancia. ¿Cómo era posible que esos seres erigieran una vida de lujo y belleza sobre la sangre de los inocentes? ¡Y ahora tendría que unirse a ellos! Luchar codo a codo por el bien común. Inevitablemente volvió a dudar de esa profecía, igual a como lo hacía cada día de los dioses.
El hogar crepitaba en una de las paredes laterales esparciendo una agradable tibieza por todo el salón. En cada esquina, en unas extrañas vasijas se quemaba algo que producía un humo blanco que ascendía en virutas y llenaba el salón de un aroma dulce y amaderado. El cazador se encontró de nuevo envuelto en perfume y calor. Asfixiante.
Dos hombres vestidos con cota de malla y lanzas custodiaban las puertas del salón. Al fondo, Karan reconoció a Phidias, de pie, quien les saludó con una leve inclinación de cabeza.
—Bienvenidos cazadores de la orden de Dagda.
Los jóvenes dieron un respingo al escuchar la profunda voz que provenía de una estancia al fondo del salón, la cual se hallaba separada del resto por una delgada cortina de gasa carmesí. El rey vampiro continuaba sin mostrarse.
—Espero que os haya sido dada una agradable bienvenida. No dudéis en solicitar a mis doncellas y criados cualquier cosa que necesitéis. Mientras esté en pie el acuerdo seréis mis invitados y como anfitrión me esforzaré en complaceros.
Aquella voz profunda y grave, de acento educado, evocaba en Karan algún recuerdo ignoto. Algo se le escapaba, a la vez conocido y oculto. El hecho de que el rey vampiro permaneciera detrás del velo rojo lo mantenía en el misterio, sin dar a conocer su apariencia.
—Habéis tenido con nosotros deferencia y os agradecemos por eso —comenzó a reconocer Karan, que intentaba distinguir formas detrás de la tela—. Es el deseo de nuestra orden continuar con el tratado de paz, pero además me trae ante vos, majestad, otro menester quizás más grave.
—Hablad, cazador. Os escucho.
—Los druidas han visto una profecía. Según su visión Britania está amenazada por la oscuridad. Los vampiros y los cazadores debemos unirnos para evitar que se apodere de nuestra tierra. Eso es lo que manifestaron los videntes y me han enviado para pediros envíe una delegación en esa lucha que enfrentaremos.
— «¿Según su visión?»
—¿Cómo decís?
—Habéis dicho «según su visión» —aclaró el rey vampiro detrás del velo rojo— ¿No creéis en ella, cazador?
Karan balanceó el peso de su cuerpo a la otra pierna. ¿Qué debía contestar? La idea de luchar junto a los vampiros no era algo que le agradara.
—Por supuesto que creemos en la visión de los druidas —se apresuró a contestar Gwyddeon—. Los druidas solo transmiten el mensaje de Dagda y Morrigan, son los dioses quienes exigen nuestra unión.
El silencio se extendió en el salón, solo se escuchaba el crepitar de los maderos consumiéndose en el hogar. De pronto el calor y el perfume se tornaron mucho más opresivos, el sudor empezó a correr por la frente de Karan. «Maldito castillo» pensó, frustrado, el cazador.
—Ya conozco la profecía —confesó de pronto el rey vampiro sorprendiéndolo—. Nuestra bandrui, Cordelia, la manifestó hace varias noches. Me encuentro en la disposición de no hacer enojar a nuestros dioses. Mañana empieza Samhain así que, siguiendo la costumbre, durante la celebración realizaremos nuestra alianza, cazadores. Hasta entonces disfrutad de mi hospitalidad.
Detrás del velo una sombra se movió. El cazador supuso que el rey vampiro se retiraba. Si él ya lo sabía ¿por qué hacer toda esa falacia? Se burlaba de ellos.
Phidias se les acercó. El vampiro vestía una suave túnica hasta el muslo en color crudo con los orillos bordados en azul ultramar y pantalones negros. El largo cabello castaño lo llevaba trenzado y sujeto en una cola alta.
—Cazadores —les saludó con una pequeña reverencia—, ya habéis escuchado al rey Ryu. Acompañad a las doncellas quienes os llevarán de regreso a vuestras habitaciones. Nos veremos mañana por la noche para sellar la alianza.
—Si tu rey ya sabía de la profecía ¿qué sentido tenía todo esto? ¿Para qué hacernos venir?
El vampiro abrió grande sus ojos verdes ante el notorio enfado en la voz de Karan, luego sonrió con suavidad.
—Pero fue vuestra excelencia quien insistió en ver a su majestad. Yo solo os complací.
Karan lo miró desconcertado. Claro que él quería ver al rey vampiro porque creyó que este no tenía conocimiento de la profecía. Todo era culpa de ese Eoghan, fue él quien le hizo creer que el rey no sabía de la profecía. ¿Dónde estaba? quería increparlo. Por su culpa, ahora se encontraba obligado a pasar un día y una noche en ese sofocante castillo que lo inquietaba.
Gwyddeon le palmeó el hombro.
—Tranquilo hombre, disfrutemos nuestra estancia antes de regresar a la orden.
A diferencia de él, Gwyddeon no tenía problema en entregarse a cuanto placer le pasara por el frente. Estaba seguro que aprovecharía el tiempo fuera del fortín de la orden para hacerlo, pero él... Él no podía flaquear.
***Hola ¿cómo están? Quería aclarar algo en cuanto a la actitud, quizás mojigata de Karan al sentirse tan turbado cuando la doncella, en el capitulo anterior, intenta seducirlo.
Antiguamente los druidas (como autoridad jurídica) establecían una serie de preceptos que debían ser cumplidos por ellos mismos, por los guerreros y por el rey. Estas obligaciones eran llamadas geis. En el caso de los guerreros varios geis debían regir la vida militar como: no evitar el combate, no meterse en política, no ceder ante la seducción femenina o levantarse temprano. Así que he querido darle un poco de veracidad colocando a nuestro protagonista como alguien de tal rectitud que elude el aspecto carnal.
Voy a dejarles por acá y en vínculo externo una bibliografía de donde he basado gran parte de los aspectos culturales de los celtas y mas específicamente, los druidas.
https://www.researchgate.net/publication/342751608_Rituales_creencias_y_festividades_en_el_mundo_celta_Terraeantiquae_Iberian_9_pp_12-34_ISSN_2174-5633
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