Capitulo IX

Abrió los ojos y encontró a Ryu recostado sobre su hombro. No se resistió al impulso de tocarle el cabello negro que caía sobre su propio pecho. Hebras sedosas, brillantes, iguales a las plumas de un cuervo. Retrajo los dedos y luego dubitativo los deslizó apenas por la mejilla pálida. Fue como tocar piedra cubierta de una delicada textura: firme, pétrea y a la vez suave y fría; ya no tenía fiebre. Con algo de reticencia lo enderezó en la pared y se alejó de él.

La fogata frente a ellos casi se apagaba por completo. Karan gateó hasta ella y arrojó algunas pocas ramas secas para avivar de nuevo el fuego. Luego se volvió hacia el vampiro quien continuaba dormido. Con sumo cuidado le abrió la capa azul y observó su lesión. Parecía en mejor estado que la noche anterior, al menos ya no rezumaba ese líquido verdoso que la cubría. Pensó en su corazón latiendo en su interior y a su mente regresaron las imágenes de él recuperándose luego de beber su sangre ¿Cómo podía existir una criatura como Ryu, llena de una extraña magia oscura e inquietante?

Volvió a contemplarlo dormido y se mordió el labio frenando el impulso de tocarlo de nuevo. En su lugar tomó la antorcha y la encendió en la fogata; se levantó y se dispuso a explorar la cueva una vez más.

A medida que avanzaba se hacía más ancha. En algunos sitios se formaban extrañas construcciones de piedra y de las paredes escurría agua, más adelante incluso, goteaba desde el techo. Se paró debajo y llenó la calabaza, bebió un gran trago de agua cristalina que le aplacó la sed. La llenó de nuevo dispuesto a usarla para limpiar la herida del vampiro.

No quiso seguir avanzando, la cueva era extensa y se bifurcaba en varios caminos, temía perderse y dejar atrás a un Ryu herido que, quizás, todavía le necesitara. Desanduvo sus pasos y volvió a la entrada donde descansaba su compañero de infortunio.

Le encontró sentado y despierto.

—¿Cómo te encuentras?

—Mejor. ¿Hallaste alguna salida?

—La cueva es extensa, no he podido explorarla en su totalidad. ¿Crees poder levantarte?

Ryu asintió. Con el rostro estoico se levantó. Solo la capa azul abrigaba su torso herido cubierto por el emplaste de hierbas. El cazador lo miró, atento por si se caía, pero el vampiro se irguió sin dar muestra de debilidad.

La piedra formaba construcciones caprichosas, algunas colgando incluso del techo como si fueran lanzas amenazadoras. Caminaban lado a lado, cautos en no caer, el suelo era resbaloso debido al agua que escurría del techo y las paredes.

—Así que tu madre es una druidesa —comentó el vampiro rompiendo el silencio—. ¿Dónde se encuentra ahora?

Karan se puso rígido al escucharlo, sin querer llevó su mano al pecho dónde reposaba el medallón.

—Disculpa, no debí preguntar —se excusó el vampiro con voz suave.

—Está bien. Cuando tenía diez años un cambia formas la mordió. Mi padre la mató cuando ella se transformó.

Karan se sorprendió de la naturalidad con la que contó el evento más traumático de su vida, el mismo que todavía le ocasionaba pesadillas. Tal vez el vampiro también se asombró de su falta de emoción porque permaneció estático, mirándolo. El joven no quiso voltear a verlo, no deseaba ver lastima en sus ojos.

—Lo lamento mucho —dijo el vampiro avanzando de nuevo para caminar a su lado—. Supongo que debido a eso te hiciste cazador.

—En parte. Mi padre es el comandante de la orden de Dagda en Wessex. Supongo que era mi destino.

Continuaron caminando sin hallar más que roca resbalosa y un riachuelo que aumentaba su cauce a medida que avanzaban. De vez en cuando Karan miraba de soslayo a su compañero, observaba su rostro buscando algún signo que le indicara malestar, pero la expresión de Ryu era serena, si le dolía la herida no lo demostraba.

—En la orden piensan que los vampiros son un tipo de Aos sí, Sluagh que se alimentan de los vivos —expresó de pronto Karan—. Jamás creerán que tengan un corazón latiendo en el pecho.

Ryu sonrió antes de responderle.

—Es comprensible. Pero me parece que tú no creías eso, que fuésemos Aos sí.

Karan reflexionó. En realidad, el no creía en hadas y siempre pensó que los vampiros eran criaturas más similares a animales que a espíritus del bosque. Pero ahora, lo que creía de ellos cambiaba mientras más conocía a su extraño acompañante.

—¿Cuántos vampiros hay en tu castillo? —preguntó de pronto Karan, queriendo dar respuesta a lo que se había preguntado desde que pisó los predios de Ryu.

Su compañero de infortunio, sin embargo, lo miró de soslayo, sonriendo de medio lado lo interpeló:

—¿No crees que esa pregunta es muy osada? Después de todo, sigues siendo un cazador. —El gesto se entristeció—. Además, luego de lo sucedido no sé cuántos queden en el castillo.

Karan pensó que se refería a Phidias y su incierto destino.

—Temes por Phidias, ¿no es cierto? Estoy seguro que se encuentra bien.

La sonrisa del vampiro apareció de nuevo.

—Te agrada. Phidias es un buen hombre, pero no solo él me preocupa. Cuando lo encontremos, los dejaré solos para que le expreses tu afecto.

Karan bufó, contrariado.

—Habías demorado en hablar tonterías, vampiro.

Ryu se carcajeó.

—¡Hacerte enojar es tan fácil! También es muy divertido.

Giró los ojos y luego lo miró de soslayo preguntándose qué clase de macabro destino era ese que le obligaba a estar con Ryu.

—Mira —señaló el cazador la pared de piedra frente a ellos. Habían llegado al final del camino—, no hay nada más.

—El río —dijo Ryu, señalando con la cabeza el cauce a sus pies que se había convertido en un calmo estanque— debe venir de allí. Ha de existir una conexión entre el agua afuera y está cueva.

El vampiro se quitó la capa. Antes de que Karan pudiera decir algo, se sumergió en el agua.

El cazador escudriñó la negra superficie buscando una señal de su compañero, pero esta se mantenía quieta, un espejo perfecto de obsidiana. Empezaba a impacientarse, no dejaba de pensar en la herida del vampiro ¿Y si algo le sucedía allí abajo? Ya llevaba las manos al broche de su capa cuando la quietud del agua se rompió, la cabeza de Ryu emergió en medio de la oscuridad.

—¡Hay una salida! Un agujero un tanto estrecho. El trayecto es largo y el estanque profundo así que tendrás que sostener bastante aire en tu pecho.

La inquietud se asentó en la mente de Karan. Si ya era difícil ver dentro de la cueva aun con la flama de la antorcha, ¿cómo sería en medio de la negrura de ese lago subterráneo?

—No te preocupes —dijo el vampiro como si leyera su mente, extendiéndole la mano—, yo te guiaré.

No había tiempo para dudar, de nuevo decidió confiar en él. El cazador se quitó la capa y se sumergió en las heladas aguas del lago.

Tal como lo supuso, no veía nada. Un mundo acuoso y negro lo rodeaba, solo el firme agarre del vampiro en su mano lo guiaba. Pataleó con fuerza impulsándose hacia adelante y abajo, cuando comenzó a sentir que el aire le faltaba y su pecho dolía, Ryu le soltó.

El pánico invadió a Karan, sus brazadas y patadas se volvieron frenéticas y erráticas. Algo lo envolvió fuertemente de la cintura y se pegó a su espalda, una superficie pétrea que lo impulsaba hacia adelante. Quiso pelear, pero la fuerza que le empujaba era demasiada y a él se le agotaba la suya, así como el aire en sus pulmones. Inevitablemente se dejó llevar.

Dos corrientes se enfrentaban: la del agua en el fondo del estanque que intentaba arrastrarlo hacia atrás y eso que lo impulsaba hacia adelante. Después de una breve lucha, Karan, empujado desde atrás por la superficie dura que lo ceñía, atravesó el agujero del que le habló Ryu. Las paredes rocosas rasgaron la piel de sus brazos. Un instante después la corriente del agua lo arrastró de nuevo y de nuevo se sintió halado hacia arriba por la fuerza desconocida. Sacó la cabeza y tomó una gran bocanada de aire fresco, Ryu lo hizo detrás de él.

Las manos del vampiro permanecían alrededor de su torso. De pronto, en medio de la gélida agua, Karan sintió calor. Ryu no se separaba, sino por lo contrario, continuaba guiándolo en la mitad del río, ceñido a él. Llevado por el vampiro, llegó a la orilla.

Se tumbó junto a él, boca arriba, en las rocas de la ribera, en medio de un acceso de tos y con las mejillas encendidas.

La brisa gélida de los meses oscuros de samonios envolvió sus cuerpos mojados.

Incapaz de moverse vio como Ryu se levantaba, luego se sorprendió al sentir de nuevo las manos del vampiro rodearle, lo levantaba.

—Vamos, tenemos que alejarnos de la humedad del río y hacer fuego —le dijo mientras lo cargaba en vilo.

Jamás en toda su vida le habían tratado de esa forma, como si fuese alguien indefenso. El cazador se rebatió en sus brazos. Ryu agachó el rostro y lo miró con el ceño fruncido, luego se carcajeó.

—¿Qué sucede? Pareces un pez agonizante.

—¡Te exijo que me bajes! ¡Puedo caminar!

Ryu sonrió de una manera extraña y lo apretó más contra su cuerpo.

—Si te mantengo así, sentirás menos frío. No seas terco.

A pesar de lo que el rey vampiro le decía, Karan continuó luchando por bajarse, ahora más abochornado al estar su cuerpo tan cerca de Ryu. Se movió y revolvió en sus brazos, igual a una resbalosa serpiente marina. Incluso pensó en golpearle el pecho, pero desistió de la idea al recordar la herida que todavía no terminaba de sanar.

Cansado de su lucha, Ryu le soltó, pero las piernas de Karan no le respondieron y no cayó al suelo solo porque su compañero lo sostuvo de los hombros.

—¡Te lo dije! El frío entumece tu cuerpo —le reprochó el vampiro levantándolo para acercarlo a su costado— Deja que te caliente. Vamos hasta ese claro, allí haremos la fogata.

Sin oponer más resistencia y agachando el rostro para que el otro no se percatara de su bochorno, Karan se dejó guiar pegado una vez más al cuerpo de Ryu. Al llegar al claro, el vampiro lo apoyó contra un tronco. Por fin el cazador pudo respirar aliviado sin sentir la sofocante cercanía de ese extraño compañero que lo dioses le destinaron. Cuando levantó el rostro, Ryu continuaba de pie observándolo.

—Y bien, ¿por qué estás ahí parado mirándome?

El otro sonrió de lado.

—Debes estar hambriento. Me diste tu sangre y llevas mucho tiempo sin comer. Iré a buscar algo para ti.

Karan frunció el ceño e hizo el amago de levantarse, pero sus músculos, engarrotados por el frío, de nuevo no le respondieron. Maldijo en su interior, no quería parecer un niño indefenso frente a él, sin embargo, sin poderlo evitar empezó a castañetear.

—Tranquilo, cazador, no tienes que demostrarme nada. Espera aquí.

Sin aguardar su réplica, Ryu se adentró en el bosque.

Karan suspiró en medio de la oscuridad y se abrazó a sí mismo en un intento de paliar el frío. El clima le hacía doler el cuerpo mojado. No tenía ni idea de qué haría a continuación. Lo más sensato sería volver al fortín de la orden de Dagda, en Wessex, y contar lo sucedido. Necesitaba de todos sus hombres para buscar la guarida de los lobos y acabar con ellos, así como con los malditos druidas. Lo bueno era que por fin se separaría del vampiro.

Después de una breve espera, Ryu regresó. En sus brazos traía abundante yesca y en su mano una liebre muerta. Le dirigió una breve mirada y luego comenzó a preparar la fogata. Cuando las llamas se elevaron, se giró hacía él, de manera casual le ordenó:

—Acércate y quítate la ropa mojada para que puedas calentarte más rápido.

Karan lo miró fijo sin contestarle. Desnudarse frente a él definitivamente no era algo que quisiera hacer. Ryu, quien ya estaba descubierto de la cintura para arriba, solo se quitó las botas de caña alta, se acuclilló frente a la fogata y comenzó a despellejar el animal. Volvió a hablar al ver que el cazador continuaba vestido, empapado de pies a cabeza y temblando de manera lamentable.

—¿Y bien? ¿Acaso te quieres congelar? —Luego sonrió con malicia y continuó con la labor en la liebre— ¡Prometo no hacerte nada! ¡Así podrás conservarte para Phidias!

Karan enrojeció de rabia al escuchar su burla y sus carcajadas. Realmente lo detestaba. Enojado se quitó la túnica, la cota de malla y la túnica interior, hizo lo mismo con las botas. Pronto solo quedó el torque al cuello, el medallón y el pantalón. Se acercó al fuego mirando con odio al vampiro.

Ryu, con una sonrisa divertida, ignoró su mirada asesina. Tomó la ropa del cazador y la extendió cerca del fuego para que se secara, luego empezó a asar la liebre.

Le daba vueltas al animal y de vez en cuando sus ojos violetas se posaban sobre Karan. Su mirada intensa lo ponía nervioso, el silencio y su cercanía le incomodaban. El cazador dobló las piernas y llevó las rodillas cerca de su pecho en un intento de disminuir la exposición de su cuerpo a la mirada del otro. De soslayo le pareció ver una sonrisa en el rostro del vampiro.

Cuando la liebre estuvo lista, Ryu se la ofreció. El olor de la carne asada le hizo salivar. Karan se sentía en una posición de dependencia, el vampiro había cazado y cocinado para él como si no fuera capaz de cuidarse a sí mismo. El pensamiento le molestó, pero el rugido en su estómago no le dio opción a rechazar la comida. La tomó, sin mirarle a la cara y de manera hosca le agradeció. Después de masticar el primer bocado ya no pudo parar hasta devorarla casi por completo. Luego recordó lo que le dijeron las doncellas en el castillo, los vampiros también comían. Con algo de vergüenza le ofreció los pocos restos que quedaban de la liebre.

El vampiro, sentado muy cerca, le miraba. Tenía una pierna flexionada, apoyada en la rodilla, la mano diestra sujetaba su mentón, le había estado observando mientras comía. Karan se sintió enrojecer de nuevo. ¿Por qué lo veía de esa manera, con esa sonrisa inquietante? ¿Y por qué le ponía tan incómodo que lo hiciera?

—Come, no te preocupes por mí —le dijo el vampiro aún con la sonrisa—. Estoy bien, tu sangre ha sido un excelente alimento.

El comentario lo turbó. Los ojos del cazador se engancharon en los otros violetas que lo veían sin parpadear. De pronto, Karan ya no fue capaz de seguir sosteniéndole la intensa mirada, se sintió en la necesidad de desviarla, de hecho, quería irse lejos de su presencia.

De soslayo vio como Ryu cambió de posición y se dedicó a azuzar las llamas en la fogata. ¿Por qué se sentía así? Nunca antes le pasó algo similar con ninguno de sus compañeros. Después de un rato el vampiro habló de nuevo.

—Antes dijiste que la bandrui te mostró una visión.

—Así es —afirmó Karan colocando los restos de la comida a un lado y agradeciendo internamente que el vampiro volviera a hablar cosas coherentes y a parecer alguien normal—. Una vez en el fortín de la orden y luego cuando nos dejó en la cueva.

—¿De qué trataban?

—No lo sé muy bien —le contestó Karan desconcertado, mirando las llamas—. Eran imágenes inconexas.

—¡Muéstrame! —le pidió Ryu extendiéndole las manos.

Karan miró confundido las pálidas manos de largos dedos frente a él.

—¡Vamos! —le pidió de nuevo su compañero.

—¿Las verás en mi cabeza? —El vampiro asintió.

—¿Puedes saber lo que pienso? —preguntó asombrado el chico al comprender lo que Ryu le decía. Este asintió— ¿Por qué no supiste entonces lo que planeaban los druidas y los lobos?

—Solo puedo ver lo que piensan los humanos. Los druidas con su poder bloquean su mente y los lobos... Su pensamiento es fragmentado, es difícil discernirlo.

Karan se sorprendió. Había demasiado que no sabía de los vampiros. Reticente, extendió sus manos y colocó las palmas sobre las de Ryu. Él las apretó con suavidad. Mirándolo a los ojos sin parpadear, le pidió que pensara en la visión.

El cazador en cambio, con la mirada violeta fija en él, no podía pensar en otra cosa que no fuera el profundo abismo que se asomaba en su mirada. Por un momento quiso conocer que más guardaba el vampiro, deseó que le revelara todos sus secretos. Pero al ver la ligera sonrisa asomarse en los labios delgados de Ryu, comprendió avergonzado, que quien se revelaba era él. Cerró los ojos, apenado; su rostro encendido, de nuevo quería huir de su mirada. Apretando los párpados se concentró en las visiones de la bandrui.

Poco a poco acudieron las imágenes de muerte, desesperación y fuego. Pudo ver al alfa en una de ellas, transformado en un lobo gigantesco, desgarrando piel, igual a como lo contempló en samhain. Se vio a sí mismo y a Ryu, vagando en la oscuridad de la cueva. Antes no lo entendió, ahora que ya había pasado, las imágenes que Melifer le mostrara cobraban sentido. Después aparecieron hadas, sluagh saliendo de sus sidhe en lo que parecía la cacería salvaje. Mas oscuridad, temor, las blancas paredes de lo que parecía un templo y luego una gran espada cubierta de resplandeciente brillo. Por último, la voz de su madre. «La espada Karan, busca la espada.»

Cuando abrió los ojos, Ryu le miraba sin expresión alguna. Luego soltó sus manos.

—¿Tu madre? —le preguntó, a lo que Karan asintió—. Era muy hermosa. ¿Sabes a qué espada se refería?

—Es una pesadilla recurrente. Desde que murió la veo en sueños, siempre me pide lo mismo: "Busca la espada". ¿A qué más puede hacer referencia, sino a que me convierta en guerrero, en un cazador?

—Así que esa es la otra razón por la que te hiciste cazador —le dijo Ryu mirándolo mientras él agachaba su rostro—. Pero no creo que se haya referido solo a eso, Karan —continuó, Ryu, buscando sus ojos. El joven levantó el rostro y lo miró—. Esa espada cubierta de luz es la legendaria Claimh Solais del rey Nuada.

El joven cazador se sorprendió. Conocía la leyenda, pero para él solo era eso, un mito. Antes de que Britania fuera lo que es, en la época de los dioses, el rey Nuada luchó contra los Fomorés con esa mítica espada que, una vez desenvainada, nadie logra evadir, cuya vaina puede curar todas las heridas y proteger de la muerte. ¿Cómo podía algo así ser real?

—Creo que tu madre desea que la encuentres.

—Eso es imposible, Ryu. No se puede encontrar algo que no existe, es solo un mito.

El rey vampiro fijó de nuevo en él su penetrante mirada violeta.

—No crees en dioses, ni en hadas, ni fantasmas, sin embargo, nuestro mundo está gobernado por ellos.

Karan se removió incómodo, tenía razones para no creer.

—Mi madre era la bandrui de nuestra aldea. Siempre dispuesta a ayudar, orándole a los dioses para que bendijeran nuestras tierras con fértiles cosechas, ungiendo a los guerreros si llegaba la hora de enfrentar la muerte, sanando a los enfermos. —No quería, pero cuando continuó su voz se quebró—. Cuando fue mordida por un cambia formas y más necesitó de los dioses, ninguno vino en su auxilio. ¡¿Dónde estaban?! ¡Vi a mi propio padre tener que asesinarla antes de que ella acabara con nuestra aldea luego de su transformación!

Sin poderlo evitar las lágrimas corrieron por sus mejillas. Agachó la cabeza, furioso, no quería que Ryu le viera llorar. De un manotazo se limpió el rostro. Escuchó el suspiro del vampiro y después su voz pausada.

—Nuestro presente está forjado sobre el pasado. Sin tus vivencias no serías el guerrero que ahora eres. En tus sueños ella te guía, te habla, no te ha abandonado.

Se atrevió a levantar el rostro y mirarlo, ningún asomo de burla en sus facciones. Al contrario, sus ojos eran cálidos. El silencio permaneció entre ellos, solo sus miradas conectadas y el frío luchando contra el calor de las llamas en la fogata. Finalmente, Karan, agachó el rostro antes de hablar:

—Gracias.

—No hay nada que agradecer.

Volvieron a sumergirse en el mutismo. Era la primera vez que él le contaba a alguien lo ocurrido con su madre, que se mostraba tan vulnerable. El vampiro había dejado de lado la burla para reconfortarlo con sus palabras. Pensar que ella seguía cuidándolo lo consolaba.

—¿Cómo se supone que hallaremos la espada? —preguntó rato después, ya sereno.

Ryu se movió y se deslizó más cerca de él, inevitablemente el corazón del cazador se aceleró.

—La leyenda dice que Nuada vive en los sidhe, en un palacio subterráneo. Tendremos que encontrar la entrada.

El joven cazador bufó burlándose. Los sidhe eran la morada de los Aos sí y también de los dioses, quienes se retiraron allí hacía miles de años a vivir su vida en magníficos palacios. En el muy improbable caso de que existiera, era ilógico que Ryu pretendiera acceder a ese mundo. El vampiro de nuevo pareció saber lo que pensaba porque le explicó:

—Es samhain, ¿no? El mundo de las hadas ha abierto sus puertas. Solo tenemos que hallar la manera de entrar. Encontramos el palacio de Nuada y le pedimos la espada.

Karan achicó sus ojos. De nuevo se preguntó cómo alguien así podía ser el rey de los vampiros. Lo que decía, palabras descabelladas en sus labios sonando tan sencillo. 


***¿Qué les ha parecido el capitulo? Creo que Karan siente cositas por Ryu, aunque está difícil de aceptarlas.

En este capitulo hay otro de los elementos de la mitología celta: El rey Nuada y su espada Claimh Solais.

Cuando los Tuathá de Danann (la raza de los dioses) llegaron a Irlanda, trajeron cuatro elementos mágicos: el caldero de la abundancia de Dagda, la piedra del destino, la lanza de Lugh y de Nuada, el primer rey de los celta, Claimh Solais, la espada de la luz. Se dice que una vez que la espada es extraída de su vaina, nadie puede escapar de ella y nadie puede resistirse a ella. Cuando el rey la agitaba, la espada parecía una antorcha brillante conocida como "Cainnel de Nuadu". 

Como curiosidad, esta espada aparece en el juego Castlevania siendo una de las armas mas poderosas del mismo. En la película Hellboy 2: El ejército dorado, el príncipe Nuada con su mítica espada, es el antagonista de Hellboy. Algunos creen que de Claimh Solais se origina el mito de la legendaria Excalibur, la espada del rey Arturo.

En el próximo capitulo nos adentraremos en la terrorífica cacería salvaje,  muajajaja


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