Capitulo II

Cada cinco años, en los días previos a Samhain, vampiros y cazadores se reunían en la isla Mon para renovar el acuerdo de paz.

El tratado les daba libertad a los vampiros de Britania de mantener en las adyacencias de sus moradas, caseríos destinados a sus súbditos de sangre. A cambio ellos les garantizaban la vida protegiéndolos de los lobos cambia formas. Los cazadores velaban porque se respetara el acuerdo, ningún vampiro debía matar a un súbdito de sangre.

Aquella mañana, Karan partió del fortín de la orden de Dagda en Wessex rumbo al norte, para embarcarse hacia la isla Mon dónde se renovaría la alianza de paz con los vampiros.

A su lado cabalgaba Gwyddion que hacía las veces de escudero. Solo ellos dos conformaban la delegación que los cazadores de Dagda enviaban para sellar el pacto. A su diestra viajaba Melifer. La druidesa tenía la misión de explicarles la profecía a los no muertos y ayudar a convencerlos de la necesidad de la nueva alianza.

Iban por el camino real atravesando colinas cubiertas de verdor. En algunas, incluso, se podían apreciar dientes de león y otras florecillas asediadas por las libélulas, las mariposas y las abejas. El cielo, a pesar de que eran los meses fríos, lucía despejado y los rayos del sol calentaban tímidamente el ambiente.

Sin embargo, Karan no apreciaba el idílico paisaje. Su mente se hallaba atrapada en la extraña visión de la noche anterior. Una y otra vez revivía las horribles escenas de destrucción y muerte y la sensación de frío y desolación que le acometió mientras la contemplaba.

No era un creyente de los dioses. Se cansó de orarles cuando él todavía era un niño. A pesar de todo lo que su padre hizo y la devoción que les tenía, de ofrecer sacrificios, de los largos rituales en el bosque, ni él ni ningún druida pudo hacer nada. Su madre murió sin que nadie atendiera esas súplicas. Desde entonces se convenció que solo existía lo que podía ver, oler y sentir. El reino espiritual plagado de fantasmas, hadas y visiones no entraba en lo que consideraba como cierto.

Pero lo que experimentó en el concilió lo desconcertó y lo aterró. La visión qué, de alguna manera, le mostró la sacerdotisa se sintió demasiado real. Un futuro oscuro se cernía sobre Britania.

Todos los miembros del concilio estuvieron de acuerdo cuando Melifer sugirió a Karan como participante en la delegación escogida para realizar la nueva alianza con los vampiros. Él tendría que convencer al delegado de los no muertos de permitirle una audiencia con su rey, y después lograr que el soberano escuchara la profecía de los druidas.

Si el rey vampiro aceptaba la demanda de los dioses, entonces realizarían la nueva alianza para enfrentar a los cambia formas que estaban más allá del perdón. De esa forma salvarían a Britania del destino de muerte al que la sometería Morrigan con el beneplácito de Dagda.

Viajaron todo el día haciendo solo las pausas necesarias para comer y liberar la vejiga. Por la noche acamparon alrededor de una fogata y para la tarde del día siguiente se encontraban frente a la costa de Gales, listos a embarcarse hacia la isla Mon.

Karan ayudó a Melifer a subir al bote de madera. Cuando tomó su brazo para brindarle apoyo, ella lo miró.

—No dudes. Este es tu destino. Todo cuanto has vivido no ha hecho sino traerte a este momento.

—Si te equivocas con esa profecía y me envías a morir a manos de vampiros...

Ella sonrió.

—¿Qué es lo peor que puede pasar? Eres un guerrero ¿Acaso no estás preparado para morir?

—¿Qué intentas decir? ¿Esto es una trampa?

—A veces los anhelos de nuestro corazón pueden convertirse en una trampa o en nuestra liberación.

—No entiendo lo que dices. Mi corazón no está pidiendo aliarse con un repugnante vampiro.

—Lo entenderás. A su tiempo lo entenderás.

Llegaron entrada la noche a isla Mon. Al desembarcar se vieron envueltos por espesa neblina que les dificultaba caminar. Karan no podía ver sus propias manos, mucho menos distinguir a sus acompañantes.

—Melifer, Gwyddeon, no se alejen.

La bandrui, que caminaba a su lado, encendió una antorcha, la flama dorada iluminó varios palmos alrededor. El líder de la élite de los cazadores no se sorprendió, aunque en ningún momento la vio tomar la lumbre y menos podía explicarse qué método usó para encenderla.

Tanto él como Gwyddeon portaban sus espadas en el cinto. No era luna llena, los cambia formas no serían un problema, pero sí los lobos comunes y los osos que abundaban en el bosque. Tendrían que estar atentos una vez dejaran la costa.

Melifer tomó la delantera alumbrándoles el camino.

Ni Gwyddeon ni él habían participado antes en la reunión de paz. Cinco años atrás todavía eran unos críos, por lo que los jóvenes desconocían el lugar de encuentro, solo Melifer, como sacerdotisa de la orden, participaba cada quinquenio para sellar la alianza.

Las olas golpeaban con fuerza contra los acantilados, la brisa marina les enredaba el cabello lleno de delgadas trenzas y sujetos en colas altas. El frío se sentía con más fuerza tan cerca del océano. A Karan las botas de cuero se le hundían en la arena oscura de la playa. A su lado Gwyddeon cargaba las alforjas. El hombre se había mantenido en silencio todo el viaje.

—Igual que en la aldea —dijo de repente el muchacho—. ¡Es la misma maldita neblina y la sensación de desesperanza!

Karan escuchó sus palabras llenas de superstición sin contestar al comentario. Varios búhos ulularon en la distancia. Los jóvenes continuaron avanzando hasta llegar donde se alzaba el acantilado. Una semi cueva se hallaba excavada en la piedra gris, a la orilla del mar.

La bandrui entró primero. La antorcha vaciló antes de iluminar parcialmente el espacio. La sacerdotisa ancló la lumbre a una argolla en la pared.

Los muchachos dieron un salto atrás al ver una cuarta figura aparecer entre las sombras. El ruido del metal hizo eco cuando Karan desenvainó su espada.

—¡Guarda eso, muchacho! —exclamó la sacerdotisa. Luego giró hacía el extraño en la cueva— Hermana, ya estás aquí.

La figura dio un paso a la luz. Karan enarcó las cejas al ver que se trataba de otra bandrui. Al igual que Melifer vestía una túnica blanca de suave tela y una gruesa capa de piel de lobos. En su cabeza de rubios cabellos trenzados, llevaba una corona hecha con ramas secas y negruzcas a diferencia de Melifer, cuya corona era de flores silvestres.

—¿Él es el elegido? —preguntó la bandrui con la corona de ramas, señalando a Gwyddeon.

Melifer negó. A Karan le pareció que cuando sonrió lo hizo con sarcasmo.

—El escogido es este. No es tan alto como el otro, pero es a quien seleccionaron los dioses.

Los chicos fruncieron el ceño sin entender del todo las palabras de la druidesa.

—¿Dónde está el vampiro? —preguntó Karan, impaciente— Terminemos con esto. Hace frío y estamos hambrientos.

—La paciencia es una virtud de la que carecen los jóvenes —dijo una voz profunda que resonó en las paredes de la caverna.

Karan y Gwyddeon giraron buscando al dueño de la voz; pero allí, donde no llegaba la luz de la antorcha, sus ojos no alcanzaban a distinguir las sombras.

Los cazadores, inquietos, sintieron el susurro de telas y el batir de muchas alas que agitaban el aire a su alrededor. Murciélagos.

—Nuestro señor está dispuesto a renovar el tratado —dijo de nuevo la voz—. No hay motivo para no hacerlo. Esperamos que la orden de Dagda esté conforme.

La aparición de dos figuras altas y esbeltas los distrajo de los murciélagos que revoloteaban en el techo de la cueva.

Ataviadas con chaquetas de cuero ennegrecido que caían hasta la mitad del muslo, envueltas en sendas capas de lana oscura cerradas por grandes broches de bronce y sobre los hombros un vellón de piel de lobos, aparecieron en la luz, cruzando las sombras.

El que habló llevaba la cabeza descubierta, dejaba ver un pálido rostro parcialmente en penumbra. El otro esperaba dos pasos atrás, con la capucha cubriéndole. Sostenía en sus manos dos alforjas. Seguro era el sirviente del primer vampiro.

Karan adelantó un paso.

—La orden de Dagda está conforme. Los acuerdos serán renovados. Pero otro asunto también nos interesa, uno que debemos discutir con vuestro señor.

—¿Dónde está vuestro comandante que ha decidido mandar a un crío en su lugar? El rey Ryu no recibe cazadores y menos niñatos. Tendréis que discutir el asunto conmigo, humano.

Karan apretó la mandíbula. Una de las cosas que detestaba era que lo humillaran y más si era un vampiro. ¿Quién se creía ese asqueroso chupasangre que, seguro, no era más que un sirviente?

—¿Y quién sois vos? —le preguntó el cazador con altivez— ¿Qué lugar ocupáis en el clan?

El vampiro enarboló una media sonrisa.

—Soy uno de sus lugartenientes.

—Pero no sois el rey Ryu y lo que yo tengo que decir le compete a él pues el futuro de vuestra raza está en juego.

—No hay más amenaza para los vampiros que los cambia formas. ¿Se trata de ellos?

—No hay más amenaza para vosotros ya que mantienen un acuerdo de paz con nosotros, de no ser así, ya los habríamos exterminado.

El vampiro soltó una carcajada.

—Tenéis gran confianza en ti, muchacho —dijo entre risas—. Eso es bueno, aunque el exceso puede ser perjudicial. ¿Cuál es esa amenaza, niño? ¡Hablad ya!

—Solo hablaré frente a vuestro líder. He traído a mi sacerdotisa para que os diga sobre la profecía.

—También tenemos nuestra sacerdotisa que nos comunica los designios de Morrigan —dijo el vampiro señalando a la mujer rubia con la corona de ramas secas.

—Entonces preguntadle si lo que os digo es mentira.

—Ningún cazador ve al rey. Ya os lo he dicho, niño.

Karan empezaba a desesperarse, el ser tratado con tanta displicencia e inferioridad le molestaba profundamente. Él era el líder de los cazadores élite, ningún asqueroso vampiro tenía derecho a tratarlo como si fuera alguien insignificante.

—¿Y por qué? ¿Acaso nos tiene miedo que debe ocultarse entre las tétricas paredes de su castillo? —El cazador levantó una de las comisuras de su boca con arrogancia— ¿O su carne antigua y muerta está tan podrida que teme mostrarla? ¿Hiede, acaso?

El vampiro se movió muy rápido. Cuando Karan se dio cuenta sintió un gran dolor en su espalda, debido a que lo había estrellado contra la húmeda pared de piedra y le presionaba la garganta con el antebrazo.

Gwyddeon reaccionó sacando su espada y colocándola en la nuca del agresor. El otro vampiro, que hasta entonces se mantuvo en las sombras, también se movió y a su vez colocó su espada en la espalda del escudero cazador, apartándolo con suavidad del enfrentamiento.

Karan sintió chocar contra su cara el aliento del vampiro. Había creído que sería frío como los muertos, pero era cálido y llevaba consigo cierta agradable fragancia. Debido a la violencia de sus movimientos, las delgadas trenzas y mechones de cabello negro y lacio se le deslizaron por la frente y le cubrieron parte del rostro.

—Por vuestra insolencia —gruñó el vampiro con voz atronadora sobre su piel— debería mataros aquí mismo. Tengo testigos que habéis ofendido a mi rey.

—¡Por favor calmaos! —medió Melifer con voz trémula— El muchacho es joven, e imprudente. No tiene claro cómo tratar con vosotros, nunca antes había estado en una reunión como esta.

—¿Y acaso es mi culpa que vuestra gente escoja con el culo a sus delegados? Debería daros una lección, así enviaran a alguien respetuoso la próxima vez.

El aliento del vampiro le quemaba la cara. No podía ver sus ojos cubiertos por el pelo oscuro que caía sobre su frente, pero sentía su mirada iracunda. Karan con dificultad tragó, comenzaba a faltarle el aire.

De pronto el vampiro lo soltó y él cayó sobre sus rodillas, tosiendo en su intento por respirar.

—Señor —imploró la bandrui de los vampiros—, tal vez debéis considerar la petición del cazador.

Ambos vampiros giraron hacia ella y luego se miraron entre sí. El encapuchado caminó hacia Karan quien levantó la cabeza para mirarlo de frente. En la penumbra de la cueva el cazador no podía distinguir totalmente sus facciones, solo el lustre de sus ojos que brillaban como gemas.

—Olvidemos está escena —dijo el encapuchado mirando al otro vampiro quien todavía tenía la respiración desacompasada por la rabia—. Mi señor Eoghan os perdonará esta ofensa, honorable cazador.

La voz del encapuchado era encantadora y suave, melódica, invitaba a la calma. Eoghan volteó a verlo.

Para Karan era obvio que el vampiro no quería perdonar la ofensa, pero no dijo nada, el otro fue el que habló zanjando el asunto.

—Antes mencionasteis que estabais hambriento. Por favor aceptad nuestra hospitalidad y cenad está noche en nuestro castillo. La bandrui Cordelia intercederá por vosotros para que nuestro rey os reciba y podáis exponer eso que os acongoja.

Cordelia asintió con fuerza, estremeciendo las ramas de su diadema.

Si el tal Eoghan estaba molesto, él también, pero tenía que cumplir su misión, así que aceptó, con un asentimiento de cabeza, la invitación del otro vampiro. 

Notas

***¿Qué les ha parecido el capitulo? ¿Qué impresiones tienen de los personajes?

Para el encuentro entre los vampiros y los cazadores me basé en la actual isla Anglesey, que en época de julio César fue llamada isla Mon. Actualmente en ella existen numerosos menhires, monolitos y dólmenes que dan cuenta de su historia y la asocia a un lugar sagrado, lleno de magia antigua.

En el año 58 d.C Los romanos decidieron acabar con los celtas y atacaron la isla, último reducto de los celtas, destruyendo sus bosques sagrados y sus templos. Poco después se alzaba la mítica reina Boadicea, que terminó de encender la rebelión de Britania contra el imperio romano y postergó la conquista de los celtas. La isla Mon y finalmente toda Britania cayó en poder de Roma en el año 78 d.C. La isla Mon ha pasado a la historia como un reducto sagrado de los druidas y los celtas.


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