Fogata
Pieck se acercó a la modesta fogata donde antes habían estado todos reunidos. Aun resultaba extraño pensar que habían establecido una tregua con aquellos soldados "demonios" de Paradise.
Los pasos de la menuda chica resonaron entre la tierra y algunos trozos pequeños de ramas, hasta que se sentó sobre un tronco caído. Frente a ella, uno de aquellos demonios eldianos, aquel que casi acabó con su vida en el ataque a Liberio. El joven siquiera alzó la mirada, para volver a perderla en las brasas de la fogata.
–Si es cargo de conciencia lo que te impide siquiera mirarme a los ojos, creo que estamos en igualdad de condiciones –dijo la chica logrando que él alzara la vista –Traté de matarte, indirectamente –continuó con voz calmada –Tú solo actuaste más tarde en consecuencia.
Jean asintió, pero no era eso lo que lo mantenía con la vista en la fogata que ya casi se extinguía. Colocó un par de palos que tenía a su lado para poder reactivar el fuego que calentaba a sus compañeros que intentaban dormir antes de la batalla.
De tanto en tanto, Jean le daba algunas miradas a Pieck. Las palabras de Reiner aun daban vuelta en su cabeza. Ese "lo siento"... que no significaba nada frente a la muerte de su amigo, a la traición de alguien que se formó como soldado. Pero sus intenciones eran las contrarias, todos ellos querían acabar con su propia raza buscando el favor de Marley. Marley que siempre los vería como animales.
–¿Realmente creías que sacrificando tu vida por la gente de Marley conseguirías la redención de tu pueblo? –preguntó Jean reflexivo.
Pieck lo miró sacando la vista del fuego. Al fin el soldado hablaba.
–Es lo que me inculcaron desde niña, ¿cómo cuestionar algo que conoces como única verdad? –cuestionó Pieck –¿Acaso no haces tú lo mismo?
Jean negó.
–Nací y crecí en un mundo que creía ser el único remanso de humanidad. Una que era constantemente asediada por monstruos que solo querían devorarnos. Si luché contra ellos, contra ustedes, fue porque era la realidad que conocía.
Pieck soltó un suspiro, luego alzó la voz:
–¿Y no ves las semejanzas entre tu realidad y la mía?
–No. Ninguna –fue la seca respuesta de Jean –Pensaba estarme enfrentando a monstruos.
Pieck miró a sus manos.
–Sabías que éramos humanos. ¿Eren Jaeger es otro "monstruo" entonces?
Contrario a lo que esperaba Pieck, Jean esbozó una ligera sonrisa algo ladeada.
–Pregunta capciosa –dijo Jean volviendo a perder la vista en el fuego –Siempre creí que era un idiota, Eren –mantuvo la sonrisa, pero se perdió en un instante y la reemplazó el ceño fruncido –Pero de ese idiota no queda nada... Finalmente se transformó en un monstruo. No por ser un titán cambiante, sino él, dentro de él. Quiero pensar que hay una razón lógica en él...
–Quizás son válidas a su parecer –comentó Pieck –Como lo es para Marley acabar con isla Paradise.
–¿Piensas lo mismo de Zeke? –preguntó Jean serio –Están en el mismo bando.
Pieck caviló.
–Sí. Algo así –respondió la chica volviendo la mirada al soldado –Me pregunto qué lo llevó a todo esto. ¿Qué es lo que pretende? Si salvar a los eldianos de Marley era su objetivo, me temo que solo conseguirá una persecución peor que la que nos llevó a los ghettos. Mientras antes actuemos, podemos detener la matanza... porque eso es lo que ocurrirá si no los detenemos. Matarán a todos. Y no tardarán en llegar aquí. Lo sabes, ¿verdad?
Jean asintió.
–He vivido con ese sentimiento desde que el titán bestia, Reiner y tú huyeron de la isla. Cuatro años pensando en que, quizás, no haya mañana. Así que, puedo entender cómo te sientes respecto a tu gente.
El gesto de Pieck se relajó. Estudió a aquel soldado un momento, mientras mantenían silencio. Cada uno en su mundo.
–Eres guapo –dijo Pieck rompiendo el silencio. Jean enarcó una ceja –Siempre tuve la creencia que la gente de Paradise era algo... que se le notaría el demonio dentro. Que su aspecto sería poco agraciado, incluso que daría miedo o asco. Pero, cuando llegué a la isla, noté que son tal y como nosotros. Los hay ni feos ni guapos. Los hay feos también, claro. Y también los hay guapos. Es extraño comenzar a derribar estereotipos. La gente de Paradise no parece un demonio.
–Pues, lamento haber destruido tu estereotipo –respondió Jean.
–Tranquilo, puedo vivir con eso.
Jean asintió.
–Y gracias... por el cumplido.
–No hay de qué –respondió con ligereza la muchacha –Si hay algo que soy, es honesta.
El silencio volvió a caer entre ellos. Quizás, aun cuando su mente está turbada, podría encontrar un mínimo de entendimiento. Hacer empatía con la posición de los guerreros. Si los preparaban para enfrentarse a ellos, literalmente lavándoles el cerebro con esas ideas xenófobas, tratando de cobrar algo de honor por una deuda que no era de ellos. Algo que sucedió hace mucho tiempo... Podía llegar a entender que empeñaran su vida por ¿un bien mayor?
–¿Cuántos años faltan para...? –preguntó Jean rompiendo el silencio.
–Dos –el chico no dijo nada –Pero, mi padre estaría asegurado de por vida. Él goza de un trato especial por mi... sacrificio.
Jean asintió. Pieck era una chica joven y agradable. Extrañamente se sentía a gusto con ella y, aun cuando fuesen enemigos, podían llevarse bien. Se sonrió algo avergonzado por ello, por solo pensar en eso.
Alzó la vista.
–También creo que eres guapa –dijo Jean y Pieck lo miró –Me gusta tu cabello.
La chica tomó un largo cadejo y lo observó un momento antes de soltarlo.
–¿Qué clase de halago es ese? –rió Pieck suave –Un hombre normal halagaría otra cosa. Los ojos, la boca, incluso el físico... aunque eso último me parece algo inadecuado.
–No lo sé –Jean se alzó de hombros –Me fijo en eso. Tal vez es algo ingenuo de mi parte. No me he detenido a pensar en eso realmente.
Pieck le sonrió amigable. Jean imitó el gesto.
–Me temo que sigues rompiendo el estereotipo, Jean –comentó Pieck –Eres agradable.
Un breve silencio interrumpido solo por el crepitar de la fogata
–Es una lástima que nos conociéramos tratando de matarnos mutuamente –dijo Jean volviendo a alzar los hombros –Y este contexto es aun más nefasto.
Pieck asintió.
–Sin duda no es la mejor cita que he tenido. En relación al contexto –bromeó la chica –Pero eres un tipo decente. Le gustarías a papá.
–También le gustarías a mi madre.
Unos pasos interrumpieron a ambos jóvenes justo en ese momento algo incómodo.
Reiner se detuvo junto a la fogata, imponente. Pieck lo miró desde su posición notándose claramente la enorme diferencia de estaturas.
–Justo cuando esto se estaba poniendo divertido –suspiró Pieck.
Reiner la miró con el ceño fruncido.
–Solo vengo a chequear que no estuviesen arruinando la tregua y discutiendo cosas que es mejor dejar de lado –aclaró Reiner –Él –apuntó a Jean –Es el enemigo, tal como cada uno de los soldados.
–Reiner –interrumpió Jean –Si hay algo que no somos en este momento, es ser enemigos. Tampoco creas que te he perdonado y los golpes los tienes bien merecidos. Pero... somos aliados. Aun cuando consideres que estamos malditos y por alguna razón sin asidero creas que tú y tus compañeros son en algo diferentes a nosotros. Todos estamos malditos. Todos somos demonios.
–Quizás tengas razón.
–Sí. Y soy mucho mejor que tú.
Pieck se puso de pie sacudiendo su falda.
–Escúchalo, Reiner. Puede que te convenza. Es bueno con las palabras. En eso, sí es mejor que tú.
Sin nada más comenzó a caminar alejándose de la fogata. Pero un par de pasos más allá se detuvo. Se devolvió hasta los hombres y puso sus manos en las caderas.
–Cuando estuve en Mitras vi una serie de lugares que me gustaría visitar –dijo la chica viendo a Jean –Cuando todo esto termine, ¿serías mi guía turístico?
Reiner se auto señaló.
–¿Yo?
–No tú, gorila. El guapo –indicó a Jean –¿Qué dices?
El muchacho se sonrió divertido. Esa chica descolocaba.
–Será un placer –respondió de buen humor.
Reiner se frotó las sienes.
–¿Tienes que ser así incluso con este idiota?
Pieck no respondió, solo se retiró seguida de las miradas de ambos chicos. Reiner la siguió mientras que Jean volvió a su posición inicial reflexivo ante la fogata.
Sí, una lástima era ese contexto.
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