Capítulo 68: Poder descubierto

Soy consciente de que postergarlo no me servirá de nada más que para torturarme y sobreanalizar la sintuación en que me veo envuelta. Esto no habría sucedido si no hubiese soltado la primera tontería que surcó mi mente. Sin embargo, los nervios se apoderaron de mí y me impidieron actuar con normalidad. Suspiro antes de entrar, pues alcanzo a percibie su silueta del otro lado. Juego con mi manos sin saber en qué posición mantenerlas. Le pedí a Milán que viniera al hotel porque necesitaba charlar con él y contarle la verdad, así que no puedo echarme para atrás. Aun así, dudo mucho que creyera mi excusa.

Demasiados asuntos me agobian ahora mismo, pero debo sobreponerme. Mañana me extirparán los nódulos de mi garganta, lo que me trae un poco inquieta. Celeste coloca una mano en mi hombro, animándome a avanzar. Le aseguré que no debía acompañarme si se encontraba ocupada, mas insistió en venir conmigo.

—Tranquila. Saldrá bien—me garantiza y enarco una ceja, desconfiado. Milán continúa volteado. No sé si porque no repara en nuestra presencia o prefiere que sea yo quien se acerque.

—¿Cómo estás tan segura? ¿Qué tal si todo termina peor?—cuestiono, temerosa. No me gustaría arruinar nuestro vínculo.

—O mejor—complementa mi gemela. Adoro que intente transmitirme seguridad—. Nunca lo averiguarás si te quedás aquí parada. Milán pensará que lo has dejado plantado.

—¿Por lo menos puedo permanecer acá otro rato?—mis palabras suenan como una súplica. Ella me sonríe.

—Por mí no hay problema. Pero mientras más rápido lo soluciones, más pronto pararás de carcomerte la cabeza—indica y me muerdo el labio. Tiene razón—. Sólo sé sincera. Decile la verdad. Él sabrá entenderte.

—¿Desde cuándo eres tan optimista?—le interrogo en voz baja, para que el aludido no me descubra escondida tras la pared.

—Vos sacás una mejor de mí—tomo una bocanada de aire a fin de reunir el valor que requiero y trago grueso. Estoy lista.

—Deséame suerte—la observo de reojo para después caminar hacia Milán, quien levanta su mirada apenas me cuelo en su campo de visión.

Reconozco que esboza una sonrisa forzada, dado que los hoyuelos de sus mejillas no se marcan como de costumbre. Celeste retrocede hasta desaparecer del rincón en que antes susurrábamos. Con un movimiento de cabeza, él me invita a sentarme a su costado y acepto sin rechistar. Me esfuerzo por mostrarme indiferente, aunque Milán parece notar lo tensa que me encuentro.

—¿Qué querías decirme? Lamento lo del otro día. Podemos olvidarlo si te incomoda—mi pecho se encoge. Si planea que ignore lo que escuché, está equivocado—. No sabía que me oías. Tampoco planeaba contártelo, descuida. No me enojaré si no sientes lo mismo. Ya se me pasará después. Sólo no deseo que dejemos de ser amigos.

—¿Qué te hace pensar que no me siento igual que tú?—articulo, recargando mi espalda en el sillón.

—Me dijiste que eras lesbiana—me recuerda y pienso que de verdad lo creyó hasta que ríe por lo bajo—. Sé que no te atraen las chicas. Si intentas utilizarlo a modo de excusa, no funcionó. Basta con que me aclares que no correspondes mis sentimientos. No necesitas inventar nada. Lo entenderé.

—No te miento cuando te afirmo que no eres el único que se siente así—confieso, con un revoltijo retorciendo mi estómago—. A mí también me sucede.

—Quiero que seas honesta conmigo—sus ojos conectan con los míos y por un instante, guardo silencio para perderme en su tono verdoso—. No me engañes por compromiso o para no herirme. Está bien que no me veas de esa manera.

—¿Qué debo hacer para que me creas? ¿Por qué piensas que no puedo enamorarme de ti?—le increpo, dubitativa. Milán desvía la vista y develo que le avergüenza responder.

—Porque tengo muchos problemas con que lidiar y detestaría arrastrarte a mi posición—oculta su rostro entre sus manos y me enfoca, con la mandíbula tensa—. Me encantaría no sufrir hiperactividad.

—Y a mí no padecer bulimia—me cuesta tanto pronunciarlo que me deja un agrio sabor en la boca—. Te escuché decir que este no era el mejor momento, y no voy a contradecirte en ello. Pero el que ambos estemos así no debe impedirnos ni servir como pretexto para no intentarlo.

—¿Quieres que intentemos algo juntos?—apartando la timidez que abruma, asiento.

—¿Podrías cerrar los ojos un segundo?—arruga la frente, confundido. Sin embargo, se endereza sobre el sofá y obedece.

No me detengo a meditarlo, a sabiendas de que terminaría retrocediendo. Un impulso me incita a unir nuestros labios y cedo ante este. Al principio se paraliza, mas no realiza ademán de alejarse. Rodea mi cintura para incrementar la cercanía y aproveho para despeinar su cabello. Sonrío cuando equeños mechones rojizos se enredan en mi dedos y nos separamos apenas unos centímetros. Me tranquiliza constatar que me devuelve el gesto y que no luce en lo absoluto enfadado. Temía arruinarlo todo. Jamás me alegró estar equivocada.

—Debí haberte besado muchísimo antes—se queja y codeo su brazo, reacomodándome encima del sillón—. Si algo de esto te incomoda, no dudes en comentármelo.

—Tú tampoco. Puedes confiar en mí para contarme cómo te sientes. No te juzgaré—afianzo y busco su mano para entrelazarla con la mía—. Quiero que me des la oportunidad de apoyarte.

—Lo prometo—besa mi mejilla y coloca un brazo por sobre mis hombros para abrazarme.

Olfateo el aroma que desprende su camisa y entrecierro los ojos. Un peso menos. De pronto, la mochila que cargaba se vuelve más ligera y si vislumbraba borrosos e inciertos algunos aspectos, ahora los contemplo con nitidez. La única manera de eliminar un miedo era enfrentándolo. Y lo conseguí.

Aquel viernes por la tarde, me dirijo a un parque cercano al salir de la escuela y busco una banca vacía con la mirada. Los rayos de sol que asoman de entre las nubes causaron que deseara sentarme a tocar mi ukelele un momento. Perderme en la música me ayuda a extinguir la tensión almacenada y despejar mi mente por completo. Debo entrenar con papá a las seis, pero en vista de que aún faltan tres horas, le informo donde me encuentro tras asegurarle que regresaré a tiempo. Todavía me atemoriza traspasar los espejos, mas él casi siempre viene conmigo para evitar esas situaciones y estoy aprendiendo rápido. Eso según mi padre, quien siempre me alienta y anima a superarme a mí misma.

Han transcurrido dos días desde que los padres de Thiago se acercaron a la oficina del director y no hemos vuelto a cruzar palabra. Aunque esos chicos que solían fastidiarlo tampoco ahora optan por ignorarlo. Lo cual es preferible a que lo golpeen en medio de la loza deportiva por cometer errores en una tarea de matemática que ni siquiera le correspondía. Dudo borrar con facilidad esa escena de mis recuerdos.

—¡Mariana!—reconozco a quien grita mi nombre detrás de mí y pese a que al comienzo acelero el paso, me detengo para que me alcance—. ¿Estás ocupada? ¿Podemos hablar? No te retrasaré más de diez minutos.

—Le prometí a papá que regresaría temprano para practicar—trato de colocarlo como excusa, mas veo cierta desilusión en su rostro y agrego, esperando no arrepentirme—: ¿Necesitas que te ayude en algo?

—Venía a pedirte perdón—confiesa, cabizbajo. No luce avergonzado de disculparse, sino arrepentido—. No me porté bien con vos el otro día. Nunca debí gritarte de esa forms cuando sólo querías lo mejor para mí.

—Temía que te lastimaran, por esa razón se lo conté a tus padres. Sé que te aseguré que guardaría el secreto, pero involucraba tu integridad y no pude evitarlo—admito, con un nudo instalado en mi garganta al recordar los mensajes que le escribían—. Lo lamento.

—Fue mi orgullo el que se apoderó de mí en ese momento—revela y por fin levanta la mirada. Fuerzo una sonrisa para animarlo a continuar—. No quería que me considerases débil por no saber defenderme. Me asustaba que luego te burlaras de ello y se lo contaras a todo el mundo.

—Será nuestro secreto si así lo deseas—le condiciono. Thiago asiente y suspira, aliviado—. No le comentaremos nada a nadie que no te apetezca.

—Gracias por no ser indiferente—me sonríe. Mi mano busca la suya para acariciar suavemente sus nudillos—. Esa es una de las muchas cosas que me gustan de vos.

—¿Hay más?—interrogo, siguiéndole el juego. Pese a que un cosquilleo ataca mi estómago.

—Siempre estás ahí para escucharme y jamás me dejás solo ni me das la espalda—menciona Thiago. Ambos emprendemos una caminata rumbo a la fuente situada en la parte central del lugar—. También haces que abra los ojos ante mis errores y me soltás lo que necesito oír.

—Si querés añadir otra cosa, no me opongo—informo, divertida. Thiago contiene una risa y pasa a observarme con seriedad.

—Si sigo enumerando todo aquello que adoro de vos, no acabaría—afianza y enarco una ceja—. Aún no he olvidado que nos falta grabar una canción. Ya escogí algunos temas. Puedo enviártelos hoy a ver qué te parecen.

—Claro que sí—ya culminaremos las evaluaciones finales y gozaremos de mayor tiempo libre—. Extrañaba que estuviéramos juntos.

—También yo—mi corazón salta dentro del pecho y apoyo la cabeza en su hombro—. Últimamente estuve pensando mucho en nosotros y...—traga saliva, como si de pronto yaciera nervioso—. No lo sé, Mari. Hemos sido amigos desde hace mucho y creo que ya no me siento igual que antes.

—¿Qué querés decir?—le inquiero, desconcertada. Pensé que solucionaríamos las cosas charlando, no que surgirían otros problemas.

—Que sin saberlo me enamoré de vos.

Sus palabras retumban en mi mente cual eco que no consigo acallar. Las emociones me asaltan por dentro como olas de un mar embrabecido. Me quedo inmóvil, perpleja y atónita por su declaración. Entreabro los labios, desconociendo qué responder. No comprendo lo que me ocurre. Mis latidos se han acelerado y las piernas me tiemblan, por más que batallo por mostrarme segura.

—Ya debo irme a casa, Thiago. Hablamos después—me limito a responder, y sin otorgarle ni un minuto para contestar, troto hasta el final de la calle.

Un color azul ha sustituido el tono natural de su cabello. Se mira en el espejo de la cocina, orgulloso del resultado. Cada vez le va mejor con los cambios de apariencias y es gracias a mamá, aunque ella a veces se excluya del crédito. Martín aceptó todos los consejos que le brindó y se esforzó por practicar. El fin de semana anterior casi no salió por quedarse a entrenar y tanta dedicación parece brindarle gratificantes frutos. Luce entusiasmado. Gira para enseñarme su nuevo aspecto y le sonrío, levantando un pulgar. Desconozco qué clase de poderes heredé yo y aunque mis padres no me presionen, no puedo evitar desesperarme.

—Me encanta hacer estas cosas, ¿por qué recién lo supe a esta edad? Mis disfraces de Halloween de ahora en adelante serán los mejores—me garantiza, divertido. No me sorprende que adore sus habilidad. Siempre le gustó probar cosas nuevas—. ¿Crees que sería capaz de convertirme en Frankenstein?

—¿Querés transformarte en un monstruo verde con dos tornillos en la cabeza? ¿Qué tal si piensan que sos real y te persiguen con antorchas?—retruco, en broma. Martín finge meditárselo y toquetea su barbilla.

—También podría convertirme en tu gemelo. Sólo que por ahora sólo copio apariencias básicas como el color de cabello, ojos y tatuajes—contabiliza, utilizando los dedos—. Ya iré progresando con ayuda de mamá.

—Me gustaría averiguar cuál de los poderes de nuestros padres me corresponde. Sé que no debo forzarme, pero ya transcurrió un tiempo regular—le recuerdo, entre impaciente y frustrado—. Todavía no percibo nada extraño. He intentando meterme en los espejos del baño y de la sala sin lograr nada.

—Entonces quizás esto sea lo tuyo—insinúa, encogiéndose de hombros—. Todo a su tiempo. Despeja tu mente. Que le des tantas vueltas al asunto no servirá más que para estresarte.

—Tenés razón—me lamento y suspiro, desanimado—. Si estás en lo cierto, me transformaré en tu gemelo. Creo que serías fácil de imitar. Cabello negro, ojos marrones y sonrisa sin hoyuelos. Aún no te crece bigote.

—Y espero que no—vuelve a voltearse, entretenido con su apariencia—. Aunque no sé qué tan mal me vería con este. Tal vez una barba me siente bien.

Niego mientras suelto una risa y abro el refrigerador para sacar un poco de jugo. La nevera se encuentra casi vacía, ya que ayer fuimos al supermercado por comida y atiborramos todos los niveles. Sin embargo, tiro la caja al piso generando que un gran charco empape mis zapatillas. Martín se vuelve hacia mí, sobresaltado por el ruido, y de inmediato cubre su boca repleto de asombro. Contemplo mi reflejo en la puerta del refrigerador, o mejor dicho, el de Martín. Porque adopté cada detalle de su aspecto.

***
¡Hola!

Espero que les haya gustado esta parte y que se encuentren bien ❤ Gracias por leer. Calculo que a esta historia le falta unos 5 capítulos aproximadamente para culminar. Debe estar finalizando a fines del mes que viene.

¿Cómo piensan que se sienta Camilo ahora que descubrió sus poderes? ¿Qué creen que pase entre Mariana y Thiago? ¿Ella sentirá lo mismo que él? ¿Mejorará la relación entre Violeta y Milán? ¿Qué tal le irá a ella con su operación de garganta? ¿Celeste se animará a cantar con su hermana?

Nos leemos el próximo sábado, ¡adiós! 👋🏻

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