Capítulo 67: Cambios necesarios
Conforme trascurre el fin de semana, el término de las clases escolares se aproxima y con ello, los preparativos para mi operación de garganta van incrementándose. El martes falto al colegio para dirigirme junto a mis padres a la clínica en que me practicarán la cirugía. Mi última consulta resulta ser con un otorrinolaringólogo, quien nos indica el tiempo de duración de la intervención y las medidas que deberé tomar en el periodo de recuperación. Pienso que regresaremos a casa tras el chequeo, pues no me apetece quedarme muchas horas en la calle con un sonda ingresando por mi nariz que capta la atención de los transeúntes. Sin embargo, no rechisto cuando el auto frena delante de otro establecimiento de salud.
—¿Qué hacemos aquí?—no puedo evitar preguntar, con mil dudas naciendo en mi cabeza.
—Queremos presentarte a alguien—mamá se desabrocha el cinturón de seguridad—. Vinimos a visitar a una amiga nuestra que creemos que te ayudará. Apenas te dieron el diagnóstico los doctore nos ordenaron que te lleváramos con un especialista de salud mental—trago saliva. Ya veo por dónde va todo esto—. Luz, la madre de Jazmín, trabaja en este lugar.
—¿Ella es psiquiatra?—mi padre asiente y revuelvo las manos sobre mi regazo, nerviosa. Ni siquiera me han atendido psicólogos.
—Te acompañaremos si deseas, no pasa nada. No te dejaremos sola—me garantiza ella y fuerzo una sonrisa.
Observo el asiento vacío a mi costado y aplano los labios. A Celeste le fue imposible venir hoy, pues poseía programada una evaluación importante. Razón por la que partí únicamente con ellos. Espero contarle lo sucedido cuando regrese esta tarde. Entre nosotras no hay secretos. Ambas sabemos que podemos confiar la una en la otra. Hace poco me mostró fotografías de la época en que sufría leucemia, lo cual desconocía. Me gustaría atesorar la misma fortaleza que mi gemela.
—¿Entonces empezaré un tratamiento?—titubeo y suspiro, buscando calmarme. O por lo menos, aparentar tranquilidad.
—Lo necesitas, Vilu. No estás bien—desvío la mirada. Hago un ademán de sacarme la chaqueta debido a los tenues rayos de sol que comienzan a aflorar, pero papá me detiene—. No te la quites, tienen aire acondicionado adentro.
—No tardaremos demasiado—me asegura Azul, quien toma mi mano y acaricia mis nudillos—. Reservamos una cita previa.
Franco desciende del vehículo y me apresuro a imitarlo. Imagino a Celeste conmigo, caminando a mi par y acelero el paso directo a la entrada. Sin querer, aparece en mis pensamientos la imagen de Milán y revoltijo me pone el estómago al revés. Sus palabras continúan resonando dentro de mis paredes cerebrales, por más esfuerzos que realizo por apartar cualquir emoción desconocida. Debería hablar con él. Ambos tenemos una conversación pendiente y merece saber la verdad. Le mentí porque no se me ocurrió qué contestar, las posibles respuestas se atascaron en mi garganta y no logré expulsarlas hacia el exterior.
Me inquietan los pasillos silenciosos cuando abandonamos la recepción. Ahora entiendo por qué mi hermana detesta tanto los hospitales o clínicas, además de traerle pésimos recuerdos, de seguro. Subimos las escaleras con dirección a la tercera planta del edificio mientras me muerdo el interior de la mejilla y escudriño cada rincón. Las impolutas paredes blancas le otorgan cierto aire apacible. No obstante, todavía no consigo despejar por completo mi mente. Mamá toca la puerta entreabierta de un consultorio en que figura el nombre de la doctora. Al leerlo, corroboro que se trata del mismo que mencionó Azul. Una voz delicada nos invita a entrar, en tanto escucho el sonido de papeles mezclándose.
Sigo a Franco a la habitación y me encuentro con una mujer de afable sonrisa y bata impecable. Imagino que será la psiquiatra del centro y con la cual, mis padres planean que me lleve las terapias que requiero.
—Buen día, Vilu—me extiende la mano y se la estrecho. La amabilidad que demuestra me inspira confianza—. Vení, sentate. Puedes coger uno de los caramelos del recipiente si gustas—señala un platillo de vidrio y aunque presiento que después me reprocharé, agarro dos.
—Aquí están sus expedientes—papá le entrega un folder rojo con varias hojas dentro—. Entre estos el diagnóstico que le hicieron los médicos del hospital, podés si examinarlo sin problema.
—Nos comentaron que necesitaría sesiones de terapia y medicación—comunica mi madre—. También encontrarás allí las recetas.
—No van a internarme de nuevo, ¿verdad?—murmuro, temerosa. He oído casos en los que optan por dicha alternativa. Ojalá que el mío no sea similar.
Luz se coloca las gafas e inspecciona los archivos médicos en lo que me parece una eternidad. Azul debe darse cuenta de mi nerviosismo, pues toma asiento junto a mí. Franco permanece de pie, en silencio, hasta que la psiquiatra desliza sus anteojos por el puente de su nariz. Guarda los papeles en el folder y procede a devolvérselo a papá.
—El internamiento para muchos pacientes resulta peor y no quiero que decaigas—expulso un suspiro repleto de alivio—. Pero eso no quiero que debas iniciar un tratamiento y apegarte a la receta que te indicaré, ¿de acuerdo?
Asiento y debajo de la mesa, abro la envoltura del dulce para llevármelo a la boca. Las pastillas que me asignaron en mi estadía en ese hospital me ayudaron a sentirme, siquiera, un poco mejor. Ojalá que la terapia también me sirva. Agacho mi vista hacia mis brazos y me detengo en las cicatrices que asoman al término de mis mangas. Franco lo nota, mas no suelta ningún comentario. Se acerca para posicionarse a mi lado y depositar otro caramelo entre mis manos.
Aquel martes por la mañana, mis padres arriban a mi escuela y la coordinadora del grado pasa a buscarme al laboratorio, donde recibía la clase de química con el mismo maestro de siempre. Las dudas me carcomen por dentro y empiezo a ponerme nervioso. Nunca he sido un alumno problemático, por el contrario, me considero bastante tranquilo y responsable cuando de trabajos de trata. Así que sólo existe un motivo por que ambos acudirían a reunirse con el director, ¿pero cómo han logrado descubrirlo? Fui demasiado cauteloso y borré cada mensaje. Oculté los moretones en mis brazos, no cambié de carácter ni puse excusas para faltar.
Golpeteo el suelo con mi zapatilla y agudizo mi audición para oír a través de la puerta de la oficina. Cuando me pidieron que esperara afuera, opté por sentarme en una de las sillas junto a esta. Sin embargo, el ruido del timbre que indica el inicio del receso me sobresalta. Me enderezo en el asiento y cruzo mis brazos sobre mi pecho. El flujo de estudiantes se incrementa, dado que abren las puertas de los salones dándole paso a los alumnos. Distingo entre aquellos rostros el de Mariana, quien se despide de Daniela y Julieta para venir hacia mí.
—Thiago—me llama. Fuerzo una sonrisa y trato de eliminar cualquier ápice de preocupación en mis facciones—. ¿Ya llegaron tus padres?
—¿Cómo sabes que están aquí?—le increpo, pues no recuerdo haberle comentado nada al respecto.
—Porque yo les conté acerca de los mensajes de tu teléfono—la sangre se me congela y parpadeo, perplejo. Niego, aunque ella parece hablar en serio—. Lo cogí cuando dejaste la pantalla encendida en mi casa mientras ibas recoger tus libros. Alcancé a leer todo lo que te escribían y después te encontré ese día en el patio. Te prometí que guardaría tu secreto y lo siento, pero no puedo. No pienso permitir que pases el resto de la secundaria así. Estuvo en mis manos ayudarte y no dudé en denunciar el acoso escolar que sufrías.
Me volteo, dándole la espalda y paso una de mis manos por mi cabello. No necesito pegar mi oreja a la puerta para averiguar el tema que se ha apoderado del despacho. Trago saliva y giro mi cuello a ambos costados, deseando que ninguno de los chicos que tiraron mi audífono en la loza deportiva aparezca.
—¿Ayudarme? ¿Creés que me estás ayudando? Luego de esto sólo será peor—espeto, casi seguro. Los nervios invaden mi organismo a contrarreloj—. Me tacharán de cobarde por no enfrentar y solucionar mis problemas solo. No era necesario que te entrometieras. No tengo ocho años.
—¿Intento hacer algo por ti y me reclamas así?—cuestiona, enfadada por mi actitud. Lo noto por cómo arruga la frente—. No sé si tú hubieras actuado igual de sucederme esto a mí, pero somos amigos y te afirmé que podrías contar conmigo pasara lo que pasara.
—Acabas de empeorarlo todo, Mari—muerdo mi labio, inquieto—. ¿Por qué se lo contaste a mis padres? ¿Porque no pensabas que era lo suficientemente valiente como para encararlos?
—¿Deseas que continúen insultándote y estrellando tu cabeza contra el suelo?—resopla, elevando el mechón que caía por su sien izquierda.
—¡No! Pero gracias a vos, los rumores no tardarán en recorrer la escuela y se burlarán de mí—trato de explicarle.
—¿Y qué te importa a ti la opinión del resto? Que lo crean si gustan—desdeña y aprieto los labios, sintiendo mi dignidad caer en picada—. Yo sé que tú no eres así y no dejaré que esto se quede así. Están utilizándote, Thiago.
—¡Da igual! Algún día me graduaré y jamás volveré a ver a esos muchachos. Lo olvidaré tarde o temprano—percibo la mandíbula tensa y las palabras atascándose en mi garganta, formando un nudo.
Alguien apertura la puerta, sin otorgarle la oportunidad de rebatir a Mariana. El semblante serio de papá genera que un remolino retuerza mi estómago. La mirada de mamá, por el contrario, denota tristeza y compasión. No se lo menciono, mas me desagrada que sus ojos me escruten con lástima.
—Espero que después me agradezcas por esto—es lo último que pronuncia ella antes de alejarse por el pasillo.
No puedo negar que finjo interés cuando escucho hablar a Julieta, puesto que una extraña y amarga sensación me revuelve por dentro. El que me lo haya contado con anterioridad disminuye mi sorpresa, la cual se ve desplazada por una emoción que no logro comprender. Ella luce entusiasmada, lo noto por cómo pestañea y enreda en su dedo índice un mechón de cabello castaño. Me alegra que por fin descubriera la parte de sí que yacía enterrada en lo profundo de su corazón. Que después de todo develara sus colores y que sus sentimientos salieran a flote. Más allá de mí y de Federico ninguna persona lo sabe por el momento. Y se mantendrá así hasta que mi amiga decida contárselo a los demás.
—No quiero acabar con tus ilusiones, ¿de acuerdo? Pero no estoy convencida por completo. Violeta estuvo saliendo con Milán y aunque sé que eso no significa que no puedan gustarle las chicas también, se me hace raro—expongo, confundida. Intento encontrar un detalle que cierre el cabo suelto en mi mente, mas ubico sólo pensamientos revueltos.
—¿Porque piensas que de ser verdad Milán ya debería haberlo sabido?—interroga y asiento, desde mi pupitre situado detrás del suyo. No es fácil salir del clóset, Daniela. Ni siquiera reconocerse.
Tuerzo los labios, dubitativa, y me apresuro a copiar en mi cuaderno los apuntes de la clase de historia universal. El curso está a punto de terminar, pues la materia de computación sigue en nuestro horario y nos trasladaremos a la sala correspondiente.
—Lo entiendo, Juli—me sorprendo al contestar. Esboza una sonrisa y conecta su mirada con la mía apenas voltea en mi dirección tras cerrar su cuaderno—. Sólo no me gustaría que alguien, sea un chico o una chica, te lastimara.
—Nunca ha pasado y tampoco pasará. Cuando dé el primer paso, me aseguraré de que ocurra con la persona correcta—afirma y se halla a centímetros de tomar mi mano, al instante en que llega la maestra de cómputo.
El maestro se despide de nosotros y coge su maletín para dejarnos a cargo de la profesora. Quien nos indica que recojamos nuestra libreta de anotaciones antes de encaminarnos hacia la salida del aula. Ayudo a Julieta a tomar sus pertenencias y juntas acatamos la orden establecida. Emprendemos el trayecto rumbo al pabellón del frente, donde se localiza el laboratorio. Sin embargo, previamente nos detenemos en el baño. Dado que pasamos el reciente receso en la cafetería, no acudimos a los servicios higiénicos casi desde la primera hora.
Una voz familiar provoca que frenemos, evita que coloquemos un pie dentro y aguardamos junto al umbral de la puerta. Ocultas tras esta, para que Celeste no nos vea. Recorre el lugar mientras sostiene su teléfono y dialoga con la persona del otro lado. En un comienzo creo que se trata de Nicolás, pero lo descarto. Julieta hace un ademán de desear acercarse, mas la detengo tomándola del brazo para no ser descubiertas.
—¿Entonces le mentiste a Milán diciéndole que eras lesbiana?—cuestiona, elevando un poco su volumen. Me giro a observar a mi acompañante y me topo con un ceño fruncido—. Comprendo que te pusieras nerviosa, Vilu. Pero no podés rehuir la situación y evadirlo cada que lo veas. Debes conversar con él y aclarar las cosas. Decile si sentís lo mismo o no, sabrá aceptar tu respuesta sea cual sea.
Cuando menos reparo a mi costado, Julieta se aleja por el pasillo y necesito correr para alcanzarla. De inmediato paso un brazo por encima de sus hombros y apoyo mi cabeza en uno de ellos. Ella me sonríe y suspira, conmocionada.
***
¡Hola!
Gracias por leer hasta aquí, espero que se encuentren bien ❤
¿Qué creen que suceda entre Violeta y Milán? ¿Ella aclarará las cosas con él? ¿Empezará pronto el tratamiento que requiere? ¿Más personas se enterarán de la orientación sexual de Julieta? ¿Qué piensan de la actitud de Thiago? ¿Mariana debió obtener esa respuesta por parte de él? ¿Dejarán de molestarlo y utilizarlo?
Espero que les gustara este capítulo. Nos vemos la próxima semana, ¡adiós! 👋🏻
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