Capítulo 66: Tus colores
Ha pasado un mes desde la primera vez que me colocaron la sonda nasogástrica, la cual continúa en mi nariz, llevando nutrientes hacia mi estómago. Las siete de la noche marca el reloj cuando ingresamos al hotel y no puedo evitar jugar con mis manos, nerviosa. Me dieron de alta hace unos días y he optado por centrarme en pasar a mis respectivos cuadernos los apuntes de las clases a que falté. Aunque Franco y Azul conversaron con los directivos y llegaron a un acuerdo que no me perjudicara tanto de forma académica.
Esperamos a Daimon en la sala de estar, dado que en esta ocasión venimos a dialogar con él. No se lo mencioné a nadie, pero un repentino insomnio me impidió dormir anoche. Él, junto a la ansiedad provocada por averiguar aquello que en verdad ocurrió conmigo, mantuvieron mis ojos abiertos durante la mayor parte de la madrugada. En busca de aire fresco, camino hacia el patio trasero del lugar, aprovechando que el frío en estas fechas del año. Sin embargo, me detengo al reconocer una voz.
—No se lo diré aún. No creo que este sea el mejor momento para confesarle mis sentimientos. Voltea a ambos lados y me escondo detrás de la pared—le comenta a la persona del otro lado—. Sí, tienes razón—asiente, soltando un suspiro—. ¿Piensas que sospeche algo? Ni siquiera sé cómo empezar, Nicolás—deja al descubierto el nombre de su receptor—. Lo que siento por Violeta no lo había sentido antes por ninguna otra chica. Temo arruinar el vínculo que poseemos.
Contengo el aliento, como si eso pudiera delatarme. Mis latidos se aceleran y me fuerzo a conservar los labios aplanados, pues conminan con dibujar una sonrisa en mi rostro. Me aferro a mi chaqueta y bajo la mirada al suelo, desconociendo cómo reaccionar. Una parte de mí anhela salir corriendo y otra, quedarse hasta el término de su conversación porque desea oír cada detalle. Mi mente vuela en mil recuerdos que surgen de repente, mas los aparto con rapidez.
—El que les vaya bien a Federico y Jazmín no prueba nada. Todos sabíamos que pasaría tarde o temprano—se pasa una mano por el cabello. No consigo descifrar sus facciones—. Pero yo no soy como ellos, ¿qué tal si lo estropeo? Que ambos funcionaran no significa que nosotros también gozaremos del mismo final—de pronto gira, encontrándose conmigo. No me da tiempo a ocultarme, así que me limito a permanecer inmóvil—. Perdón, debo colgar.
Guarda su teléfono y camina en mi dirección. Él siempre halla las palabras correctas para cada situación. Sin embargo, esta vez se sume en un silencio casi inquebrantable. Me aclaro la garganta, conmocionada.
—Milán...—intenta sonreírme, pese a la tensión visiblemente acumulada en él.
—¿Desde hace cuánto estás ahí? ¿Lo escuchaste todo?—develo cierta angustia en su tono. No obstante, asiento con la cabeza. Me descubrió aquí, no me servirá negarlo.
—¿Estás enamorado de mí?—inquiero, tras reunir valor.
—No planeaba contártelo todavía—observo que se rasca la nuca, inquieto. Aun así, conecta sus ojos con los míos—. Aunque no me siento cómodo guardándote secretos. Necesitaba que lo supieras de todas formas.
—No lo entiendo, ¿qué ves en mí?—interrogo, confundida. Milán me sonríe, como si fuera obvio y procedo a escrutarlo, expectante.
—La manera en que me comprendes y estás a mi lado cuando el mundo parece caerse a pedazos. Vales más de lo que crees, Vilu—pestañeo, absorta en su declaración. Sin embargo, antes de que logre procesarlo indaga—: ¿A ti te ocurre lo mismo?
Algo en los engranajes de mi mente se atasca, cerrándome una vía de posibles respuestas y me quedo en blanco unos segundos que percibo como interminables. Culminado dicho paréntesis, contesto con lo primero que cruza mis cavilaciones.
—Soy lesbiana.
Doy media vuelta y avanzo por el pasillo, dejándolo desconcertado. Por un instante se me olvida el verdadero motivo por que venimos y me reprocho al recordar la última frase que solté. Daimon nos espera en la sala de estar y mis latidos vuelven a cobrar un ritmo precipitado. Busco a mi gemela, quien de inmediato se coloca junto a mí para entrelazar nuestras manos. El despacho de Daimon se halla en el segundo piso del hotel, lo cual me alivia, porque no me apetece regresar por donde llegué.
Mientras subimos las escaleras, otra duda nace en mi interior. Dante mantiene la vista fija en su celular durante el trayecto y empiezo a preguntarme cómo hace para no trastabillar y rodar cuesta abajo. Daimon abre la puerta de su oficina y nos invita a ingresar. Azul nos señala las sillas, en una indicación de que Celeste y yo tomemos asiento. Franco nos sonríe desde la esquina en que decide ubicarse debido a la falta de sillas.
—¿Podés escribirle a Ailín que saque la carne del congelador? Se agotó la batería de mi móvil—apunta Daimon, suavizando el ambiente antes de comenzar. Dante asiente y continúa tecleando en su dispositivo.
—Dice que Álex ya lo hizo—comunica y devuelve su celular al bolsillo interno de su chaqueta. Ambos llevan saliendo poco más de un mes y, para ser honesta, me alegra verlos juntos.
—Tranquila, estaremos bien—me asegura Celeste, en voz baja—. Por fin lo sabremos todo.
—Esperamos que esto resuelva sus dudas. Daimon ha investigado bastante hasta dar con la teoría más acertada—Azul se aproxima a nosotras, quienes asentimos. Las memorias de mi plática con Milán se dispersan para enfocarse en un nuevo tema.
—Disculpen si demoramos demasiado—le sonrío a Franco. Luego clava su mirada en mí—. Perdón por no estar con vos cuando nos necesitaste cerca.
—No te culpes, ¿sí? Ahora conoceré la verdad—aparento calma, a pesar de que por dentro me carcome la ansiedad.
—Prometo que después de esto iremos por la operación de garganta que requerís—masculla y asiento. Daimon se acomoda en su sillón de cuero y abre uno de sus gruesos libros.
Azul me dio la noticia ayer por la noche, cuando menos los esperaba. Todavía albergo ciertas dudas y se me dificulta confiar en dos personas que aparecieron en mi vida para cambiarla de un momento a otro. Sin embargo, me abrazo a mí misma y por primera vez, elijo dejarme llevar. Nunca sanaré si no les otorgo una oportunidad y de sumirme en el rencor, no progresaré en lo absoluto. Necesito soltar, navegar lejos de mis malos pensamientos para desembarcar en tierra firme. De la que nunca descubriré su existencia si continúo estancada.
Al instante en que lo escucho, algo en mí se reinicia. Las cadenas que me retenían me sueltan y alcanzo el sentimiento de la libertad. Daimon nos explica lo ocurrido, utilizando como recurso principal sus investigaciones. Milo estuvo poseído por Declan, la contraparte de la madre creadora. Quien me interceptó a mitad del túnel negro que todos atravesamos al morir. Evitó mi llegada a la luz y me trajo de nuevo a este mundo con el objetivo de que sea su aliada. Él pretende destruir a la raza humana con súper poderes, la próxima que poblará este planeta.
Lo mismo realizó con Milo, sólo que escogió poseer su cuerpo por obvias razones. El de una bebé no le serviría, debía ser uno mucho más capaz. Por fortuna para mí, no prefirió el mío. Aprieto la mano de Celeste cuando Azul extrae una fotografía de su bolsillo y no tardo en darme cuenta de que se trata de su primera ecografía, donde mi hermana y yo figuramos tan sólo como diminutos puntos rojos en medio de su vientre.
El corazón me martillea dentro del pecho a causa de las dos palabras que aún retumban en mi mente. Acudí al hotel para recoger los libros de matemáticas que olvidé la vez pasada y alcancé a escuchar una conversación que no me correspondía, pero que me llenó de ilusión. No sabía que Violeta poseía dichas inclinaciones, así que me sorprendí. Aquello sólo me alentó a quitarme la máscara con que durante mucho tiempo he ocultado mi verdadero rostro. Quizás en el fondo siempre lo supe, mas la actitud tan apática de papá provocó un retroceso en mí producto del miedo. Temor a ser rechazada, a que mi familia margine. Todavía continúa presente. Sin embargo, aprendí que negarlo no serviría de nada.
Mastico rápido el último bocado de comida y bebo un sorbo de agua antes de depositar el vaso —ahora vacío— sobre la mesa. Nuestra cena se basa en Federico hablándonos acerca de Jazmín, con quien comenzó a salir hace poco. Mamá y papá le prestan atención, emocionados. Hasta que mi ánimo cae en picada cuando él espeta:
—Me alegra que por fin mantengas una relación—lo señala con su índice—. Empezaba a creer que eras homosexual y que te gustaban los hombres. Eso habría sido terrible.
Enmudezco y mi vocabulario se desvanece. Federico no demora en percatarse de ello y me sonríe, apenado. Detesta tanto como yo ese tipo de comentarios y no me equivoco al pensar que intervendrá. Jamás le han gustado las injusticias.
—¿Por qué? Si resulta así, lo aceptábamos sin problemas—establece mamá, con la frente arrugada—. Me enojaría con él si descubriera que es un delincuente o acosador.
—¿Desde cuándo eso está mal?—replica, enfadado. Lo noto porque aprieta con fuerza el tenedor en su mano—. Según me educaron ustedes mismos, lo incorrecto es discriminar a personas que no piensan como nosotros o con las cuales mantenemos diferencias.
—Pero los homosexuales confundirán a las futuras generaciones. No aportan...
—¡Basta, papá! Deja de hablar de esa forma—vocifera mi hermano. Las venas de su cuello se marcan y muerdo mi labio inferior—. No haces más que hundirte, ¿en qué te afecta que una pareja de dos chicas quiera, por ejemplo, casarse? Serán felices juntas, es lo único que importa.
—Son humanos, igual que nosotros—alega mi madre, justo cuando las lágrimas se almacenan en mis ojos—. Algunos abogados, doctores, ingenieros. Poseen sueños y su orientación sexual no debería excluirlos de la sociedad.
—No se les excluye, sino aparta para que no interfieran en el correcto desarrollo—siento un puñal clavarse en mi espalda.
No me apetece oír ni un segundo más el odio sin sentido que brota de su boca. Me levanto de mi silla y tras murmurar agradecer por la comida en voz baja, acelero mis pasos rumbo al segundo piso de nuestra casa. Escapo con una herida interna sangrando, pues algo dentro de mí se desgarró con sus improperios. Corro por el pasillo directo a mi habitación, dispusta a cerrar la puerta para no salir en un buen rato. Sé que abajo mamá y papá permanecen confundidos por mi repentina huida, mas poco me importa en estos momentos. Encontré una esxcusa creíble pronto.
No obstante, cuando me volteo para colocar el cerrojo, lo veo allí. Federico me siguió hasta aquí y sólo atina a enfundarme en un abrazo en cuanto observa las lágrimas que se deslizan por mis mejillas, nublándome la vista.
—Perdón por escapar así—mascullo, afligida y me aferro a su pecho—. Necesito confesarte algo. No puedo con esto sola, ¿qué tal si papá me echa de casa? Él aborrece a las personas como yo.
—¿Y qué tienes tú que te haga mereces eso? No diviso nada lo en ti—quizás su intención sea consolarme, mas provoca que mi llanto se intensifique—. Eres inteligente, responsable, creativa e incondicional. Jamás te cambiaría, ni por un gemelo.
—No soy quien crees—sorbo mi nariz, abrumada. Me separo, aunque cuesta mirarlo a los ojos—. Recién me di cuenta de que algo en mí me vuelve parte del grupo que él detesta.
—¿Qué quieres decir?—su sonrisa no decae y pese a ello, mis manos tiemblan al momento en que las piernas me tambalean.
—Soy lesbiana. Me gustan las chicas.
Espero que me empuje, que se vaya de mi alcoba a contarle a nuestros padres y no vuelvan a dirigirme la palabra. Incluso llego a pensar que deberé recoger mis pertenencias y armas las maletas para partir del sitio al que llamaba hogar. Sin embargo, nada de eso sucede.
—Lo sé, Juli—entrelaza su mano con la mía y suspira. A comparación de mi padre, no vislumbro en Federico ningún ápice de repulsión—. Siempre lo he sabido. Tal vez antes no lo descubrías, pero yo sí. Vi cómo mirabas a las niñas en los salones de clase que compartimos. Tu forma de adorar los arcoíris al punto de fotografiarte en todos aquellos que aparecen a tu alrededor. A mí me gustan los colores, me encantan tus colores—me garantiza mi mellizo—. También me percaté de que le mentiste a Milán el otro día para que llevara a Violeta al hotel porque querías conocerla.
—¿Y qué piensas? ¿Que estoy mal?—niega, tras soltar una leve risa.
—Papá está mal—responde, tensando su mandíbula—. No voy a decirle acerca de esto. Lo harás tú cuando te percibas preparada, sin presiones. Mientras tanto me dedicaré a defenderte cada que alguien vuelva a hablar de esa manera.
—No sabes lo aliviador que se siente soltarlo—expulso el aire retenido en mis pulmones.
—No dejaré de quererte. Eres perfecta así, gracias por ser mi hermana.
Por primera vez en la vida, aquellas interrogantes en mi interior desaparecen. Se cierran por completo, pues de pronto, todo encaja. Ahora me conozco. Sé quién soy. Encontré mis colores, son los del arcoíris.
Lo pienso mil veces antes de presionar el botón de llamada, puesto que no estoy segura al cien por ciento de lo que planeo contarles a los padres de Thiago. Sin embargo, después de lo sucedido el jueves he decidido no callarlo más. No dejaré que le sigan haciendo la vida imposible. Aquel día observé cómo unos chicos lo empujaban en medio de la loza deportiva, tirando al suelo el audífono que utiliza para escuchar mejor. No me lo negó, dado que era demasiado obvio. Sólo me pidió no comentarle nada nadie, promesa que romperé ahora mismo.
Mamá y papá tampoco lo saben, pues anduvieron más concentrados en el comportamiento de Camilo para develar sus poderes. No obstante, de mi mente aún no salen los mensajes que hallé al interior del teléfono de Thiago. Trago saliva, nerviosa, y suplico en mis adentros que no sea él quien atienda el teléfono. Aunque hay pocas probabilidades de ello, ya que pasa la mayor parte del tiempo en su habitación. Estudiando o realizando tares que no le corresponde. Por fortuna, reconozco la voz de su papá del otro lado. Cierro la puerta de mi alcoba para no ser escuchada.
—¿Manuel? ¿Puedo conversar contigo de algo importante? Es acerca de Thiago—la adrenalina se dispara dentro de mí y no paro de voltear a ambos lados, inquieta, pese a encontrarme sola.
—Claro, ¿qué sucede? ¿Se apuntaron a un trabajo grupal juntos?—tantea mi respuesta, sin darle al clavo. Esto será más difícil de lo que esperaba.
—No tiene que ver con nuestros estudios, sino con los moretones que oculta con sudaderas de manga larga—contesto, bajando sin querer mi volumen. Aun así, sé que él consigue oírme.
—¿Golpes?—cuestiona, confundido, y asiento. No me apetece recordar las escenas que presencié, mas necesito ayuda para intervenir.
—Unos chicos lo molestan en la escuela—no hay marcha atrás. Me he adueñado de la atención de su padre, así que continúo—: Esta semana lo tiraron al suelo por no pasarles bien una tarea que pidieron. Casi rompen su audífono. También descubrí mensajes en su celular donde lo amenazaban con golpearlo.
—¿A mi hijo? ¿Pero por qué? ¿Quiénes eran? ¿Dese cuándo le hacen esas cosas?—su tono se quiebra. Imagino que debe sentir la misma punzada en el estómago que yo.
—Lo lamento, no sé sus nombres. Thiago los conoce. No quiso contarme demasiado—confieso y muerdo el interior de mi mejilla. Espero estar haciendo lo correcto.
—Hablaré con él. No voy a permitir que esto se quede así. Averiguaré qué ocurre y llegaré al fondo de todo esto.
***
¡Hola!
Espero que se encuentren bien y que les gustara este capítulo ❤ gracias por leer hasta aquí.
¿Qué opinan de la actitud de Mariana? ¿Qué medidas tomará Manuel? ¿Joaquín cambiará para bien? ¿Él y Maia descubrirán lo de Julieta? ¿Qué piensan del apoyo de Federico? ¿Violeta le dirá la verdad a Milán? ¿Cómo se habrá sentido él luego de su respuesta?
Nos leeremos la próxima semana, ¡adiós! 👋🏻
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