Capítulo 61: Visiones

Acelero el paso al percatarme de la hora. Esquivo a los transeúntes que se interponen en mi camino y me detengo frente a un semáforo en rojo. Al otro lado de la calle se encuentra la clínica en que trabaja mamá, así que no me queda mucho por recorrer para entregarle su almuerzo. Con lo apresurada que salió esta mañana, olvidó su merienda sobre la mesa del comedor y me ofrecí a llevársela. Es de las pocas doctoras que atiende los domingos, lo cual admiro bastante. Pasa con nosotros los lunes, miércoles, viernes y sábados por la noche. Por lo que tampoco nos deja de lado. Mi madre ama desempeñar su profesión y la dedicación siempre ha estado adherida a su labor.

Cuando la luz cambia a verde, ambos cruzamos la avenida y nos dirigimos al tercer edificio de aquella cuadra. Federico quiso venir conmigo, aunque le aseguré que no era necesario y que no se molestara en acompañarme si estaba ocupado. Sin embargo, su insistencia resultó mayor que la mía. Apenas ingresamos al sitio, me saco el teléfono del bolsillo y le escribo a mamá que acabamos de llegar par que descienda de las plantas superiores, donde se ubica su consultorio. Mientras eso sucede, tomo asiento en los sillos de la recepción, junto a mi mejor amigo, y aguardo a que baje hasta aquí.

—¿Cómo hace tu madre para no perderse en este lugar?—cuestiona Federico, mientras observa cada rincón con suma curiosidad—. Ni el hospital en que trababaja mi papá es así de grande. Yo no sabría ni dónde está situado el baño.

—Supongo que estará acostumbrada—me encojo de hombros, sin dejarme intimidar por las inmensas instalaciones—. Viene acá dos o tres veces por semana. El resto de días trabaja en otros hospitales.

Acomodo la lonchera sobre mi regazo y reviso entre los bolsillos de la parte trasera. Arrugo la frente al no hallar lo que quiero y prosigo con los delanteros, aún esperanzada.

—¿Qué buscas?—inquiere Federico y levanto la mirada.

Al ver que me sonríe, inmediatamente le regreso el resto. No puedo evitar detenerme observar el café de sus ojos, aunque pestañeo a fin de vover a la realidad cuanto antes.

—A veces lleva galletas de chocolate para comer luego de almorzar—explico y, pese a que de seguro ya intuye mis intenciones, opto por agregar—: Si las encuentro diré que se me cayeron en el autobús o algo así.

—¿Y piensas que Luz te creerá?—enarca una ceja, desconfiado.

—No, ella me conoce bastante bien—en parte me alegra que nuestra relación se de esa forma. Sé que pase lo pase, contaré con su apoyo—. Ni siquiera tú te tragarías eso, pero hasta que descubra que las saqué ya me las habré acabado.

—Maravillosa jugada—suelta una risa. Rebusco en el bolsillo principal, el compartimiento más obvio, y amplío mi sonrisa cuando diviso la envoltura platinada—. Vas a invitarme una como mínimo, ¿verdad?

—Claro que sí—respondo y le tiendo la bolsa abierta, que acepta al instante—. Dudo que se dé cuenta rápido.

—Pensé que no vendrían muchos pacientes hoy y he visto entrar a unos cinco—con la boca llena, señala el mostrador. Allí la recepcionista teclea en su ordenador a gran velocidad.

Ingiero dos galletas y recargo mi espalda en el sillón, con ideas naciendo dentro de mí. Me pregunto qué motivo los arrastrará a este sitio, puesto que la mayoría no acude a entregarle almuerzos a algún familiar que desempeña en esta clínica. Capta mi atención en particular una chica de cabello negro debido a su acogedora vestimenta. Estamos entrando a verano y me parece inusual que vaya tan abrigada. No obstante, cualquier hipótesis formulada cesa de golpe.

Pequeñas escenas se cuelan en mis pensamientos, las cuales provocan que me remueva en el asiento. Imágenes de ella autolesionándose me brindan una explicación acerca del atuendo que porta. En otras retrospectivas la vislumbro discutiendo con un grupo de chicas en la escuela, estas le tiran encima una bandeja de comida y más tarde, llora encerrada en el baño de damas. Incluso voces que desconozco alcanzan mis oídos y me asusto cuando oigo una proveniente de un hombre. Retengo pocas palabras, entre ellas divorcio y acoso escolar.

Una mano se posa sobre mi hombro y poco a poco, las visiones desaparecen. Mamá yace delante de nosotros y, al igual que Federico, me observa notoriamente confundida.

—¿Estás bien?—me aparto del rostro unos mechones de cabello y asiento. El paquete de galletas se encuentra abierto entre mis manos, así que he sido descubierta.

—Perdona, se supone que no debías enterarte de esto—me disculpo, tras quedar en evidencia, y las facciones de mamá se aligeran—. ¿Le chica que acaba de subir es una de tus pacientes?

—Empezó a venir hace un mes—confirma mis sospechas y trago saliva, conmocionada por lo que vi—. Le diagnostiqué depresión y está en tratamiento conmigo. Sufrió bullying en su anterior escuela y el divorcio de sus padres le afectó bastante. Hoy tenía programada una cita con el neurólogo.

—¿Por qué la pregunta?—me consulta Federico, intrigado.

—Porque la escuché platicar con la recepcionista—contesto, sin demasiadas excusas en mente.

—¿De acuerdo?—retorna su expresión desconcertada por un momento, pero se borra poco después—. Voy a llevarme el almuerzo a mi despacho, ¿regresarás al hotel, Federico?

—Iré para mi casa, le prometí a mis padres que no llegaría luego de las tres—aclara mi amigo y una agria sensación me recorre el estómago.

Esperaba seguir pasando tiempo con él. Sin embargo, no objeto nada al respecto y me limito a buscar su mano para abandonar la clínica. El hotel no se halla muy lejos de nuestra ubicación, así que bastará con tomar un autobús, bajar en la tercera parada y caminar unas cuantas cuadras. Aunque soy consciente de que Federico tomará otra ruta, pues vive en dirección opuesta a donde yo me dirijo. De todas formas, nos veremos de vuelta el lunes y almorzaremos
juntos como de costumbre.

Mis manos recorren las teclas del piano con una agilidad que hasta a mí sorprende, pero no tanto como la persona que me observa ahora. Antes solíamos pasar más tiempo juntos, mas cuando crecimos, cada uno fue por un camino diferente. Sin embargo, me alegra que aquellos momentos estén de vuelta. Incluso mamá ha reducido sus salidas a la empresa y se encuentra en casa con mayor frecuencia. Hoy salió junto a papá a ver una película en el cine y me llena de felicidad que hasta ellos estén volviendo a unirse. Al término de la melodía, levanto la mirada y recojo las partituras del atril situado a mi costado.

—¿Mama te ha oído tocar? Porque seguramente se llevaría una sorpresa—me garantiza y asiento. Su expresión no resultó muy diferente a la que ahora trae Camilo—. Has progresado mucho desde la última vez que te escuché.

—Gracias, estuve trabajando duro—tomo una bocanada de aire y rememoro todas las tardes que pasé en mi escuela de música, practicando una que otra pieza—. ¿Recuerdas cuando viniste a mi recital? Hace dos años.

—¿Fueron dos?—alza las cejas, asombrado, y no me sarisface afirmar—. No creí que hubiera transcurrido tanto. Lo siento—se lamenta—. Prometo asistir a los próximos.

—No exageraba al decir que nos distanciamos bastante, aun siendo de la misma familia y viviendo bajo el mismo techo—muerde su labio inferior. Desvía la vista hacia el suelo y por un instante, temo que se enoje conmigo.

—No es tarde para reparar nuestros errores y volver a ser una familia unida, ¿cierto?—al momento en que niego, le sonrío. Sé que papá tampoco les guarda rencor, aunque en el fondo también le doliera que tomaran distancia.

—Por supuesto que no—rechazo, por si acaso le queda alguna duda—. No estoy molesta contigo.

—¿Ya me perdonaste por estamparte la cara contra tu pastel de cumpleaños número ocho?—frunzo el entrecejo, sin olvidar aquel lamentable suceso.

—Nunca dije eso—contesto, tajante. No obstante, a Camilo parece causarle gracia—. Si gozara de los poderes de papá te habría encerrado en un espejo. Le sugerí que te castigara de esa forma pero se compadeció de ti.

—¿Serías capaz de encerrarme en ese de ahí?—resoplo y me giro a visualizar el que se localiza en la sala de estar. Uno alargado de marcos dorados con impolutas lunas que nos reflejan.

Me detengo a analizarlo unos segundos, fantaseando con la ides que aterriza en mi mente y aferro las partituras a mi pecho. Al escuchar otra segunda carcajada de Camilo, volteo ara apuntarlo con mi dedo índice mientras retrocedo. Él se cruza de brazos y lo escudriño, desafiante.

—¡Ni se te ocurra repetirlo este año porque voy a...!—no consigo terminar. De pronto, tropiezo con la pata de un mueble y caigo hacia atrás.

Espero chocarme con el espejo, provocar que este se rompa en pedazos y que alguno cristales acaben clavándose en mis piernas. A pesar de ello, lo que siento a continuación es una energía traspasar mi cuerpo. Apenas abro los ojos tras el impacto, reparo en que me encuentro rodeada de vegetación y una nave de estilo espacial descansa junto a mí. Asustada por dicha visión, me reincorporo un poco y aún diviso a mi hermano del otro lado.

Sólo la mitad superior de mi cuerpo ha traspasado esta especie de portal, así que me apresuro a ponerme de pie. La sensación que me invadió al caer reaparece cuando atravieso las lunas del espejo y vuelvo a donde pertenezco. En casa, Camilo ha palidecido producto de la escena y no descarto que mis facciones sean las mismas. Me volteo y trato de introducir mi mano, la cual atraviesa de nuevo el cristal sin mayor problema. Aun así, desando y trago saliva, atónita por lo ocurrido.

—¿Qué has...? ¿Cómo entraste ahí?—articula Camilo, perplejo y con los ojos desorbitados.

—No tengo ni la menor idea.

Me dejo caer en el sillón, abatida y estupefacta. No puedo evitar darle vueltas al acontecimiento, segura de que esto no lo ha ocasionado mi imaginación. Camilo presenció cada momento, convirtiéndose en el principal testigo. Se acomoda a mi costado y suspira, para después intercalar miradas entre el espejo y yo.

Imagino que su corazón debe ir a mil por hora, porque desde que llegamos no deja de jugar con las manos, introduciéndolas en sus bolsillos y luego sacándolas de allí. Por eso mismo acabo entrelazándola con la mía. Acaricio sus nudillos en un intento de calmarlo, aunque dudo que sea tan fácil. Dado que Milo no parecía dispuesto a brindarle información a Nicolás, vinimos a platicar con Gala, quien quizás se muestre más cooperativa. Esperamos en el patio a que termine de atender una llamada referente a su trabajo y regrese, pese a que aún no sabe qué deseamos cuestionarle. Vuelve con una sonrisa de oreja a oreja y toma asiento delante de nosotros. Nos ofrece una disculpa por la interrupción y cierra el portátil en que escribía.

—¿Sobre qué vinieron a hablarme?—me volteo hacia Nicolás, a la expectativa de una respuesta. Sin embargo, él enmudece.

—Está bien, podés decírselo—lo animo en un susurro y toma una bocanada de aire antes de aclararse la garganta—. No pasa nada, Nico. No me iré de aquí.

—¿Sucede algo malo?—inquiere, al develar la preocupación en sus ojos. No parará de darle vueltas a dicho asunto si no obtiene las contestaciones que merece.

—Me preguntaba si sabe lo que le ocurrió a mi mamá—suelta de repente. Gala enarca las cejas y desvía la vista de forma casi automática, gestos suficientes para demostrar que sí.

—¿Qué te ha mencionado Milo sobre Valentina?—saca un nombre nuevo a la mesa sin siquiera darse cuenta.

—¿Así se llama? ¿Valentina?—nos sonríe Nicolás. Las comisuras de Gala tiemblan, pues incluso a mí me duele lo poco que conoce él acerca de su madre.

—Sí, somos mejores amigas—le contesta. No obstante, reconozco cierto grado de dolor en su mirada y ladeo la cabeza, confundida—. ¿Qué te contó tu padre?

—Cuando estaba poseído me dijo que mamá me abandonó—Gala frunce el entrecejo y aprieta los labios, con un visible enojo—. Ayer quise interrogarle al respecto, pero sólo puso evasivas.

—No te dejó tirado, eso tenlo por seguro. Valen jamás haría algo así. Ella te ama—afianza sin ningún vestigio de duda y la sonrisa de Nicolás se amplía.

—¿Ustedes continúan en contacto? ¿Por qué se fue? ¿Porque me tuvo demasiado joven? ¿Discutió con papá?—estalla en interrogantes. Mi corazón se encoge, pues no me agrada verlo de esa forma.

—No, Nicolás. Tu mamá...—sus ojos se llenan de lágrimas y vislumbro en ellos una profunda tristeza.

—¿Qué pasó con Valentina?—intervengo, puesto que él permanece perplejo ante dicha reacción.

—Lo siento. No creo ser la persona indicada para contártelo, pero dejame hablar con tu papá y si él está dispuesto puedo...—carraspea para que su voz recupere su característico tono firme—. Responder las preguntas que tienes—complementa, en tanto rehúye nuestras miradas—. Aún conservo algunos videos de tu madre cantando. A Valentina le encantaba tocar la guitarra y el piano, ¿te gustaría que te los pasara por correo?

El rostro de Nicolás se ilumina por completo y asiente enérgicamente. Me reconforta que hayamos encontrado siquiera unos ligeros indicios de la vida de su madre. En aquellas filmaciones, debe aparecer mirando a la cámara y así, él logrará conocerla finalmente. Sin embargo, el principal misterio en que indagamos sigue sin destaparse. No sabemos qué sucedió y la incertidumbre nos carcomerá a ambos mientras nadie acabe con ella. Le aseguré que estamos juntos en esto y no pienso dejarlo solo.

Después se aquella charla, nos dirigimos a la sala de estar para toparnos con Violeta y Milán. No pensábamos que estarían aquí, pero voy directo a abrazar a mi hermana apenas la veo. Me gusta que se esté acostumbrando a venir y a encontrarse con algunos de nuestros amigos de vez en cuando. Nicolás sube las escaleras junto a su amigo y me despido de él para quedarme con Violeta. Imagino que querrá ponerlo al tanto de todo lo conversado.

—Gracias, acabas de salvarme. Milán me había pedido que cantara una canción—suelta y enarco las cejas, extrañada. No parece ser la persona que sufriría pánico escénico, o al menos, presiento que hay otro motivo de fondo.

—Creí que te agradaba la música—puntualizo, desconcertada. Frunzo el entrecejo y me cruzo de brazos, expectante.

—Así es—titubea, y por cómo evita mirarme a los ojos, denoto que ha hablado de más—. Sólo que... me da vergüenza a veces.

—¿Segura que no ocurre otra cosa?—insisto, preocupada porque se trate de algo de mayor importancia. Observo que se muerde el labio inferior y, entonces, descubro un detalle no marcha bien.

—¿Prometes no decírselo a Franco y Azul por ahora?—asiento, sólo para que continúe y le coloque fin al enigma—. Tengo nódulos en las cuerdas vocales. Necesito una operación bastante costosa que no soy capaz de pagar y si canto me arriesgaría a perder mi voz para siempre.

—¿Desde cuándo estás así? Entiendo que no sea fácil confiar, pero debiste...

No alcanzo a culminar. Demasiado tarde reparo en la persona que yace parada detrás de nosotras. Papá vino a buscarnos al hotel sin previo aviso y parece haber escuchado cada palabra. Violeta se sobresalta, voltea y retrocede, un tanto atemorizada. No comprendo sus razones para no comentárselo, ¿no deseaba que la ayudáramos? Nuestros padres lo habrían hecho sin pensarlo dos veces.

—¿Y por qué no nos lo dijiste antes?—interviene, exaltado.

—No creí que les interesaría—masculla y por la expresión de mi padre, deduzco que le dolió oír aquello—. Además, la cirugía cuesta bastante dinero, el cual ahorro...

—¿Podés dejar de pensar que somos unos desalmados?—cuestiona, entre enojado y afligido—. Queremos ayudarte y necesitamos que nos cuentes lo que ocurre. Si te aíslas, impedís que lleguemos a vos. No hace falta que construyas una barrera.

—¿Y por qué me abandonaron? No lo entiendo—murmura, cabizbaja. Luego levanta la vista con brusquedad—. Ustedes me dejaron a mi suerte. No pretendan que después los idolatre.

—Vilu...—paso un brazo alrededor de su cintura y apoya la cabeza en mi hombro.

—No vuelvas a decir eso, nunca lo hicimos—la orden de papá se parece más a una súplica—. Sé que estás repleta de dudas, nosotros también. Pero al menos intentamos reparar los años que no estuvimos a tu lado.

—No necesito nada ustedes, puedo sola.

Se gira hacia mí y me dedica una mirada que desconozco de qué manera interpretar. Suspira, aparta unos mechones de cabello de su rostro y sale del hotel. Ambos la seguimos hasta afuera, aunque papá acelera el paso y llega primero al final del pasillo que nos separa de la calle. Escucho que grita el nombre de mi hermana y después, oigo el motor de un auto. El alma se me cae a los pies cuando presencio cómo un vehículo empuja a Violeta y más tarde, se da a la fuga.

***
¡Hola!

Gracias por leer hasta aquí, espero que se encuentren bien junto a sus familias ❤ cuídense mucho.

Se vienen fuertes acontecimientos claves en la historia :3 por lo que el capítulo de hoy se extendió poco más de la cuenta.

¿Quién creen que atropelló a Violeta? ¿Cómo saldrá ella? ¿Nicolás verá los videos de su madre? ¿Le habrá contado a Milán lo poco que averiguó? ¿Obtendrá respuestas? ¿Mariana le dirá a sus padres que entró al espejo? ¿Lo que vio Jazmín serán parte de sus poderes?

La principales dudas y tramas se cerrarán pronto. Nos leeremos la próxima semana, ¡adiós!










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