Capítulo 58: Poderes ocultos

Termino de servirme una taza de café cuando escucho los pasos de papá dirigirse a la cocina. El reloj marca las seis de la tarde, así que el está a punto de ocultarse. No esperaba el encuentro de ayer en el hotel, pero debido a que Violeta no demostró incomodidad opté por no discutir con Julieta y dejarlo pasar. Sin embargo, decidí contárselo a mis padres de todos modos.. Observo de reojo el calendario y realizo un rápido cálculo a fin de averiguar cuántos días faltan para salir de vacaciones. Tomo una bocanada de aire y repaso el discurso que elaboré mentalmente. Aquí va de nuevo. El tercer año consecutivo que le pido a mi padre viajar durante los dos meses que pasaré lejos de la escuela. Sé que a mi hermana, Florencia, también le entusiasma la idea. Aunque él sea el más reacio a ceder. Mamá suele mostrarse más flexible, mas reconozco que me costará convencerla de igual forma.

Esta semana me he esforzado por obtener la máxima notas en las tareas que tocaba presentar. Además de luchar por puntos extra para las evaluaciones finales. Estudié bastante con la esperanza de que quizás ello contribuye a que papá cambie de opinión y vuelva a sacar boletos de avión. Extraño sobrevolar los cielos y recorrer rutas desconocidas, con la incertidumbre de la aventura y el viento impactando contra mi rostro.

—¿Qué tal la escuela?—inquiere, apenas pone un pie dentro de la habitación.

—Genial. Mis notas suben como espuma de cerveza—contesto en seguida. Papá enarca una ceja, confundido, y me apresuro a aclarar mi inocencia—: Yo no tomo alcohol, si es que estás pensando eso. Sólo agua, agua natural mineral sin gas.

—De acuerdo...—murmura, dudoso. Me aclaro la garganta, temiendo que sospeche de mis verdaderas intenciones—. ¿Has presentado todas las tareas que te asignaron?

—Incluso las opcionales—responde de inmediato. Mi padre luce sorprendido, aunque esboza una amplia sonrisa que le ocupa casi todo el rostro—. ¿No crees que me convierto cada día en un estudiante más dedicado?

—Eh... ¿sí?—pestañea, desconcertado. Veo que a mi padre se le dificulta captar indirectas—. Me alegra que le brindes mayor tiempo al estudio. Seguro que tus calificaciones en la libreta superarán a las del año pasado.

—¿Y no piensas que es motivo para celebrar? Un viaje nos vendría de maravilla, ¿hace cuánto no cambiamos de aire?—arruga la frente y masajea sus sienes. Por consiguiente, me detengo y guardo silencio. Esto no salió como esperaba.

—No volveremos a viajar, Milán—sentencia, con una decisión que me intimida—. Jamás te subirás a un avión de nuevo. Creí que lo tenías claro.

—¿Por qué, papá? Sabes lo mucho que adoro esa sensación. Me hace sentir libre. Encerrado en estas cuatro paredes sólo me siento prisionero—replico, casi en una súplica. Entrecierro los ojos con fuerza. Sin embargo, él continúa serio.

—Si querés conocer el mundo lee libros de aventura y busca videos en Internet. Con gusto te acompaño al barrio chino si deseas, pero olvidate de los viajes—trago saliva. Nunca lo oí tan circunspecto antes. Debe notar mi desilusión y por ello, argumenta—: Son peligrosos.

—Lo que sucedió hace años no tiene que repetirse—insisto, pues no estoy dispuesto a rendirme—. Podemos tomar las medidas de seguridad adecuadas...

—Milán, por favor, no me apetece discutir ahora—me interrumpe. Desvía la mirada y la coloca en cualquier otro punto del lugar.

—¿Qué te asusta tanto?

Llevo mi mano a su pecho, de manera inconsciente. Pero mi padre comienza a llorar apenas percibe el sueve tacto que le ejerzo. Al principio desconozco de qué modo reaccionar. Sin embargo, ocupa mi mente un no tan lejano recuerdo. Lo mismo me ocurrió con Violeta, cierto día que nos encontramos en el parque. Asocio esas situaciones, pese a que no logro comprenderlas aún. Una energía de la que no sé si papá de percata brota de mi palma. Esta de desvanece y no deja más que el asombro causado en mí.

—Temo que te pase algo malo—confiesa, entre sollozos. Pocas veces lo he visto de dicha forma—. Que una maldita ameba regrese a tu cerebro o que suframos otro accidente. Me da miedo no ser capaz de cuidarte—titubea, a medida de que voz se hace menos audible—. Esa vez que el autobús chocó fue mi culpa. Yo insistí en viajar de madrugada porque quería llegar a una junta laboral. Tú me pediste sentarte en el segundo nivel, yo iba abajo. Por eso te llevaste la peor parte. Te fracturaste tres costillas y el brazo...—lágrimas ruedan por sus mejillas, mientras el corazón se me encoge. Lo rodeo en un abrazo y palmeo su espalda, intentando calmarlo.

—No te disculpes. Eres el mejor padre que pude encontrar en este mundo—me fuerzo a sonar firme, puesto que un nudo me obstruye la garganta.

Él asiente, sin ánimos de separarse, y a decir verdad, yo tampoco. Los sucesos atraviesan mi cabeza a la velocidad de la luz, más rápido de lo que conducía el chofer del ómnibus que se estrelló por exceder los límites. Ese hombre es el culpable, mi padre no.

Toca algunos acordes en el piano mientras la observo desde la barra de la cocina. Le sonrío antes de entrecerrar los ojos y me permito relajarme conforme resuena la melodía. Espero algún día aprender a maniobrar aquel órgano que ocupa gran parte de la sala de estar. Dejo que la tensión disminuya y suspiro, profundo. Estas últimas semanas han estado cargadas de sucesos que hasta hoy desconozco cómo manejar. Se parecen a un cúmulo de emociones que conminan con traspasar los límites de mi mente y estallar a mis alrededores, haciéndome sentir expuesta y vulnerable. Tamborileo sobre la mesa sin apartar mi vista en ningún momento. Recorro el lugar con la mirada y reparo en cada detalle que constituye el área.

Creí que Franco y Azul se enojarían conmigo por ir al hotel con Milán. Sin embargo, cuando les conté que me topé accidentalmente con los chicos, lo primero que me preguntaron fue cómo me encontraba. Pensé les daría igual, mas parecieron preocuparse por mí. Celeste se sorprendió al regresar junto a Nicolás y verme conversando con sus amigos, pese a que develé que le alegró que nos lleváramos bien. No son malas personas, de ello me di cuenta rápido. Ninguno alardea sobre el dinero que posee ni me comentó nada referente a mi aspecto. Ahora entiendo por qué a mi hermana le agradan.

—Sigue, no te detengas—la animo cuando noto que realiza una breve pausa. Ella asiente y continúa por un rato más. Sus manos parecen danzar sobre las teclas.

—¿Cómo me calificarías del uno al diez?—me pregunta. Guardo silencio y finjo debatirme la respuesta unos minutos, a pesar de tenerla clara.

—Diez—enarca las cejas, no muy convencida—. Deberías cantar también. Dudo que rompas algún vidrio—bromeo, causándole una risa.

Me gustaría que cantemos juntas. No obstante, los nódulos todavía perjudican mis cuerdas vocales. He considerado contarles respecto a dicho problema, pero me resulta demasiado pronto aún. Necesito una operación de garganta, a la cual planeaba someterme apenas cumpliera la mayoría de edad y recaudara el dinero requerido.

—Casi nadie me ha escuchado—admite, para mi sorpresa. Desvía su vista, como si le avergonzara platicar del tema—. Temo desafinar frente a los demás.

—¿Qué es lo peor que podría suceder?—le interrogo. Por consiguiente, se queda callada varios instantes.

Al principio deduzco que no halla contestación porque esa situación no supondría el fin del mundo. Sin embargo, decaigo en que posiblemente yace creando el peor escenario posible. Carraspeo a fin de atraer su atención y liberarla de sus pensamientos. Celeste parpadea y su mirada vuelve a conectar con la mía.

—¿Fallar delante de todos y humillarme a mí misma?—cuestiona. Cierra el piano, dudosa. Intento transmitirle seguridad, aunque me quede poco de ello.

—Sé que decirlo suena fácil, pero no dejes que la opinión del resto te destruya—asiente, en tanto acomoda unos mechones de cabello detrás de sus orejas—. Además, tus amigos no parecen del tipo que aplastaría sueños ajenos.

—¿Vos con qué soñás?—muerdo mi labio inferior. Presiento que si le miento, no tardará en percatarse. Por esa razón, agradezco que unas voces del otro lado de la puerta lleguen de repente.

Dos chicos dialogan fuera de casa y reconozco a una voz como la de Dante. Tras despedirse de alguien, percibo el sonido de sus llaves forcejando la cerradura, hasta que finalmente, asoma hacia el interior y nos sonríe. No hemos convivido mucho desde que me instalé aquí y tampoco me atreví a acercarme primero. Mi cabeza no acaba de asimilar lo ocurrido. No procesa el giro que cambió mi vida de varias maneras. No me acostumbro. El ambiente no oara de gritarme que no pertenezco.

—Buen día—saluda, con un tono amigable—. ¿Estaban haciendo música?

—Violeta no quiso cantar—Celeste se encoge de hombros. Aprieto los labios y revuelvo mis manos bajo la encimera, nerviosa.

—¿Y vos sí?—retruca, incrédulo. Mi gemela niega de nuevo—. Justo como lo sospeché. No te culpo, incluso a mí me daría pánico.

—Antes me pasaba—confieso, a medida de que recuerdo mis inicios—. Después descubrí lo gratificante que era ser escuchada y observar cómo distintas personas difrutaban de la música.

De pequeña me intimidaba presentarme frente a un público, mas pienso que quizás la necesidad influyó y me obligó a tirar las inseguridades. Celeste mantiene su sonrisa. No obstante, creo haberme excedido. En mis adentros, suplico que no me exijan cantar y, por fortuna, no sucede.

—Imagino que se necesita bastante valor para debutar delante de una multitud—expone ella y sus palabras me sumen en dudas, ¿eso significa que soy valiente? Aunque la mayor cantidad de gente me que oyó fueron las de una plaza repleta por fiestas navideñas.

—Cuando ambas deseen, me encantaría escucharlas cantar—suspiro, aliviada, al reparar en que no nos apresura—. Apuesto a que formarían un gran dueto.

—Seguro que sí.

Celeste luce contenta, por lo cual conjeturo que le gusta la idea. Tal vez en el futuro. Me encantaría compartir parte de lo que amo con mi gemela. Dante intercala vistazos entre nosotras y contengo una risa apenas noto que trate de ubicar una diferencia en nuestros rostros. Tarea difícil.

La música suena a través de los parlantes que traje y me muevo siguiendo el ritmo, a pesar de saber que este no es uno de los mejores lugares para bailar. El hotel está casi vacío a esta hora de la tarde. Mis padres pasarán a buscarme dentro de unos minutos, así que debo permanecer atenta a mi móvil, por si hay cambio de planes y debo regresar caminando. Cojo el envase de jugo ubicado encima de la mesa y me sirvo en el primer vaso que veo, mientras la canción llega a mi parte favorita: el coro. También empiezo a cantar, puesto que no puedo evitarlo.

Álex finge fastidio desde su sitio y no quita la vista de su cuaderno. Decidió adelantarse con el curso de geometría para no volver a reprobar en el último bimestre del año. Incluso Milán ha comenzado esforzarse. Como quiero obtener buenas calificaciones, llegando a casa empezaré a repasar los temas de matemáticas para las evoluciones finales. Hasta ese entonces, despejaré mi mente de cualquier pensamiento que me cause estrés. Sin embargo, el vaso resbale de mis manos y cae al suelo, rompiéndose en pedazos. Me muerdo el labio inferior.

—Y es por eso que bailar en la cocina no es buena idea—señala Álex. Ruedo los ojos, pese a que tiene razón. Busco a mi alrededor algo con qué recoger los vidrios, mas no ubico nada por ningún lado—. Allí está la escoba y el recogedor—apunta un rincón en que no me había fijado y suspiro, aliviada. De todas formas no pensaba dejarlo así.

—La próxima vez bailaré en el patio—gruño, insatisfecha.

Agarro los utensilios de limpieza y me dispongo a levantar aquellos destrozos. No obstante, me agacho a observar a detalle la escena. El jugo conforma un charco en el piso gracias a mi torpeza. Intentando ponerme de pie, choco con el recogedor y apoyo mi mano en la loseta para no caer. Sin embargo, esta aterriza sin querer en los fragmentos y sangre emana de mi piel. Ahogo un quejido.

—¿Qué sucede...?—Álex abre la boca, sorprendido. Por fortuna, no observo cristales incrustados—. ¿Te duele?

—¿Vos qué creés? ¿Que no?—cuestiono con obviedad.

Mi izquierda sufre un sangrado moderado, que probablemente tardará en curar. Utilizo mi derecha para cubrir la herida en tanto consigo un paño suave con que ejercer presión. Pero mi asombro recae en aquel resplandor que parece provenir de mí. Álex se queda igual de perplejo que yo. Porque de pronto, la hemorragia ha cesado y no hay rastros de corte alguno. Pestañeo, atónita ante la luz verde que iluminó durante escasos segundos.

***
¡Hola!

Espero que se encuentren bien junto a sus familias y que este capítulo haya sido de su agrado ❤

¿Qué creen que sucedió con Daniela? ¿Tendrá poderes? ¿Cómo Milán logró que Noah se abriera con él? ¿Volverá a viajar? ¿Comprenden la postura de Noah? ¿Las gemelas cantarán juntas algún día? ¿Violeta recuperará su voz? ¿Le dirá a sus padres acerca de los nódulos de su garganta?

Gracias por leer hasta aquí. Nos leeremos la próxima semana, ¡adiós! 👋🏻

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