Capítulo 51: Relámpagos en el cielo
Avanzo los últimos pasos para llegar a casa, con la lluvia cayendo del cielo cual regadera. Las nubes han cubierto cualquier rayo de sol, brindándole un tono grisáceo que le provoca una imagen lúgubre. Me estremezco cuando cierta ráfaga de viento impacta contra mi cuerpo y me giro a observar a ambos lados, como si una parte de mí esperase encontrarla allí. Contemplar el clima frío instala en mi cabeza su imagen. No sé dónde está, ni cómo. La realidad, ¿acaso no debería ser otra? Daría lo que sea por tenerla conmigo.
Vengo de hablar con Daimon, Noah y Milo. A él quería pedirle información respecto al paradero de Violeta. Sin embargo, su respuesta fue que la había visto por última vez hace un par de días y que, desde entonces, no sabía a absolutamente nada. Nuestra segunda opción es preguntarle a Milán, puesto que mantiene contacto con mi hija. Hasta que ella aparezca, mi angustia seguirá creciendo. Suspiro, agobiada por lo pensamientos que me invaden, y cierro la puerta. Apenas ingreso, me quedo petrificada.
La reconozco. Incluso antes de que voltee. Sus ojos conectan con los míos de inmediato, por lo que noto cuando estos se llenan de lágrimas. Intento acercarme, pero retrocede y termina chocando con la alacena de atrás. Su cabello castaño largo cae por sus hombros y las comisuras le tiemblan.
—Violeta—articulo como puedo, porque de pronto un nudo se instala en mi garganta y lágrimas resbalan por mis mejillas. Ahogo un sollozo—. Soy yo—me aclaro la garganta, sintiendo apagarse mi voz—. Azul.
—Perdón—niego, con una estocada en el pecho al oírla disculparse—. No debí venir así.
—Te estaba buscando—pronuncio, sin saber bien qué decir. Camino a donde se encuentra, rodeando la encimera. No obstante, vuelve a desandar.
—¿A mí? ¿Después de casi quince años quieres verme?
Sus palabras me sientan como una patada en el estómago. No imaginaba nuestro encuentro así. Esperaba que se alegrara, pues lo único que vengo deseando es fundirla en un abrazo. Uno que nunca llega, porque no hace otra cosa que alejarse con cada paso que doy hacia ella. Develo que también lucha por no echarse a llorar, lo cual para mí resultó imposible.
—Escuchame, por favor—le suplico, a pesar de su resistencia. Analizo cada sus facciones, mientras la respiración me sale entrecortada—. Quizás pensás que te abandoné, pero yo nunca...
—Vilu—una voz familiar se escucha a mis espaldas. Me volteo, por inercia, topándome con su hermana gemela.
Verlas a ambas juntas, en la misma habitación, me hace cuestionarme si esto realmente sucede o se trata de otro de mis sueños. Porque tantas veces he fantaseado con este momento que me cuesta asimilarlo.
—Celes—Violeta se aparta de mí, para caminar a su lado. Aquel rechazo me duele, aunque comprendo sus motivos.
—¿Vos la trajiste aquí?—le pregunto, dejando entrever una sonrisa. Ella asiente, regresándome el gesto.
—No iba a dejarla afuera—asegura, posicionada junto a Violeta, quien acaricia sus brazos para entrar en calor—. Hace frío.
—Agradezco que te...—traga saliva. Parece incomodarle estar aquí y sentirse intimidada por cada rincón— preocupes por mí, ¿sí? Pero debo irme.
—¿A dónde?—increpo, echándole un vistazo a la ventana. No deja de diluviar. La lluvia empapa las calles y, por las nubes cada vez más grises, conjeturo que le seguirán los truenos.
Franco y Dante tienen que darse prisa. No creo que quieran permanecer fuera mucho tiempo con dicho clima. Celeste luce inquieta, y sé por qué. Jamás le han gustado los relámpagos. Violeta observa el cielo con extrañeza y curiosidad, hasta que un estruendo la sobresalta.
—¿Dónde estás quedándote?—insisto, más para desviar su atención. Dudo que le agraden los rayos. Ni siquiera a mí me gustan.
—Alquilé un cuarto con mis ahorros—escucharla me encoge el corazón. Aparenta cansancio y fatiga, tal vez por trabajar durante horas—. Y necesito regresar.
—No puedes quedarte sola en un lugar que no conoces con gente que...
—¿Ahora te importo?—cuestiona, para mi sorpresa. Celeste se muerde el labio inferior y le sujeta la mano.
—Nunca dije que no me importaras—contesto, disimulando la aflicción que me causan sus evasivas.
—Lo siento, Celes—se vuelve a ver a su hermana, y tras safarse bruscamente de su agarre, espeta—: Me largo.
—Esperá, Violeta—la llamo, cuando me percato de que se dirige a la puerta. Voy detrás para impedir que se marche, temiendo que algo malo le suceda.
Sin embargo, no requiero de ningún esfuerzo extra. Un segundo trueno resuena en el cielo, ocasionando que su mano abandone la manija. Entonces empieza a temblar, no sé si a causa del gélido aire proveniente del patio o producto de un repentino miedo a los relámpagos.
—Será mejor que duermas aquí, por lo menos esta noche—sugiere Celeste. Mi corazón suspira, anhelando una respuesta afirmativa.
—Esta no es mi casa—murmura. Tal vez a bajo volumen para que no la oigamos titubear.
—¿Y eso qué? No voy dejarte sola—Celeste le sonríe. Violeta duda unos segundos, mas luego accede, en vista de que no posee otras opciones y de que no vamos a permitir que se vaya así.
—Puedes descansar en la habitación de huéspedes.
Evita mirarme a los ojos, lo cual no ocurre con Celes. Apenas desaparecen por el pasillo, marco el número de Franco para contarle lo ocurrido y pedirle que venga tan rápido como le sea posible.
La habitación de Celeste es mucho más grande de lo que imaginaba. Posee un asiento junto a la ventana y paredes tapizadas. El clóset se ubica en la esquina izquierda, a pocos metras de la puerta de entrada. Me siento diminuta, apenas al entrar. No encajo ni pertenezco aquí. Ella sí. Un ruido ocasiona que voltee al instante y la encuentre revolviendo algunos abrigos de su armario. El frío se cuela por las rendijas de la ventana, causando que me estremezca.
—¿Cuál querés? Creo que la marrón abriga más.
Tardo unos segundos en comprender a qué se refiere. Alza dos chaquetas que podrían cubrirme hasta los muslos. Considero rechazar su oferta, puesto que no quiero causarle molestias. Sin embargo, la baja temperatura me prohíbe negar.
—Cualquiera estará bien—suspiro, helada. Un aliento se me escapa mientras froto mis brazos.
Me ayuda a colocarme el abrigo y lo que viene después, me sorprende. Apoya su cabeza en mi hombro y me abraza por detrás. Al principio no sé cómo reaccionar, mas termino sediendo ante su tacto. Me gusta que estemos juntas. Aunque de pronto empiezo a llorar, pues los sollozos se rehúsan a permanecer contenidos en mi garganta. Esta situación me sobrepasa. No tengo a dónde ir. No me gusta el hotel en que he pasado los últimos días. Allí viven hombres que llegan a altas horas de la noche pasados de copas y con un olor a cigarro que alcanza a colarse en mi habitación. La dueña del lugar parece no tomarle importancia, pero a mí me inquieta.
—Estaba preocupada por vos—confiesa Celeste. Me aferro a sus brazos y esbozo una pequeña sonrisa, entre lágrimas—. No sabía a dónde habías ido.
Su voz se quiebra, lo que revuelve mi interior. Recorro su cuarto con la mirada, buscando a Rocky en algún rincón. Me intranquilizo al no ubicarlo, mas no tardo en verlo acurrucado bajo la cama. Él parece haber encontrado su lugar aquí, ¿yo también podré hallar el mío? Porque justo ahora no dejo de sentirme perdida, como si estuviera en un sitio que no me corresponde.
—¿Crees que de verdad le importo a tu madre?
—Nuestra madre—me corrige y no protesto para no desatar ninguna discusión—. Entiendo que te duela todo esto. Sentís que es demasiado, ¿no?—asiento, sorprendida ante su capacidad de descifrarme—. Quizás no nos conozcamos mucho, pero no me separaré de vos.
Oírla me reconforta. No obstante, aún poseo mis dudas. Temo confiar y equivocarme, aunque algo me indica que Celeste jamás me fallaría. Nuestros rostros son idénticos, puedo asegurarlo pese a la luz apagada de su alcoba. Un relámpago la ilumina, pero no me detengo a inspeccionarla porque pego un respingo.
—¿Hay tormentas bastante seguido?—consulto, intimidada. Celeste se muerde el labio inferior en un asentimiento—. En Perú no caen rayos, al menos no donde yo vivía.
—¿Te gusta la música?—inquiere, porque cuando se aparta de mí para encender las luces contempla la guitarra que traje conmigo
—Aprendí a tocar en un taller de la escuela—contesto sin más, temiendo por el rumbo de nuestra conversación. Creo saber hacia qué punto va esto—. Pero no es mía, la compartía con Nicolás.
Una sonrisa aparece en sus labios. Enarco las cejas, divertida. Estoy al tanto de lo sucedido entre esos dos, pero elijo no comentarle nada.
—La llevó un día a su trabajo y me obligó cantar—rió sin ser capaz de evitarlo. Celeste achina sus ojos y aprieta los labios—. No te burles.
—Lo siento—aclaro mi garganta—. No me burlaba de ti, sino de él.
Rueda los ojos y me lanza la primera almohada que ve. Se la regreso fingiendo molestia, aunque me delatan las carcajadas que no me esfuerzo por contener. Me encantaría que estuviésemos así mayor tiempo. Quiero seguir viéndola, que mantengamos contacto y no tomemos caminos separados.
Poseo delante de mí el botón. No necesitaría más que presionarlo para iniciar una llamada, si es que decidiera contestarme, claro está. La lluvia golpea los cristales de mi ventana, otorgándole al ambiente cierto aire melancólico. A pesar de que una alegre canción resuene desde el cuarto de mi hermana. Podría ir a fastidiarla un rato, mas de seguro terminaría echándome y quejándose con nuestros padres, quienes ahora tienen mejores asuntos en los que enfocarse.
Mamá me comentó de regreso del hospital lo que Gala conversó con Nicolás una vez que ingresó a verlo. La buena noticia es que se recuperará pronto, ya que el disparo no comprometió órganos importantes. Sin embargo, Violeta parece haber desaparecido luego de una discusión que mantuvo con Milo, mientras este se encontraba poseído. No han vuelto a saber nada de ella, por tanto, me debate en si llamarla o no. Tampoco quiero incomodarla. De pronto, me saca de mis pensamientos la iluminación de la pantalla de mi celular y, aunque me quedo inmóvil al principio —sin saber cómo reaccionar—, finalmente contesto el teléfono.
—¿Vilu? ¿Dónde estás?—me muerdo el labio. Quizás no debí preguntar. No deseo bombardearla de interrogantes, pero el clima allá afuera no luce nada agradable.
—En casa de Celeste.
Me paso las manos por el cabello, atónito. No esperaba oír esa respuesta, pese a que en parte me alivia. Guardo silencio para culminar de procesar dicha información y ella debe darse cuenta, porque carraspea del otro lado.
—¿Has visto a...?—no me deja culminar, hecho que agradezco, pues no sé de qué modo referirme a sus padres.
—Sí, Milán—me confirma, sin explayarse demasiado, y por ende, me abstengo de realizarle preguntas—. Voy a quedarme con ellos esta noche.
De nuevo, aquella información me sorprende. No deber ser fácil para ella. Quizás no pueda verla, pero de seguro yace confundida y, sobre todo, dolida. Ha de estarse formulando miles de interrogante, las cuales nadie contesta y ello le resultará frustrante.
—¿Y cómo va todo?—consulto, aunque no sé si deseo que me conteste. Su silencio deja a la luz mis sospechas: no para de darle vueltas a la situación.
Y siendo sincero, no la culpo. Si me coloco un minuto en su lugar, estaría igual. No sabría cómo manejarlo y ya hubiese estallado, probablemente. Me la imagino caminando de un extremo a otro de la habitación de Celeste y deteniéndose a repasar lo sucedido.
—¿Tú por qué crees que me hayan abandonado?—inquiere, con voz temblorosa. Entonces descubro lo mucho que anhelo darle un abrazo.
—No creo que hicieran algo así—intento apartar esa idea de su mente. No la encontramos, pero estoy seguro de que hay una explicación distinta.
—Cada vez entiendo menos—me confiesa. Le sonrío al teléfono y luego al cielo, que parece disfrutar del agrio clima.
—¿Podemos vernos después de esto?
—¿Quieres hablar conmigo?—asiento, a pesar de que no me visualice. No aguarda a que continúe, sino que acepta sin rechistar—: Bien, imagino que no se te ocurre otra cosa en qué desperdiciar tu tiempo.
—Si quisiera malgastar mi tiempo, haría tarea.
Escucharla reír levemente me revuelve el estómago y no puedo evitar increparme al respecto. Jamás me he sentido así, ¿por qué ahora sí? Trato de desechar el pensamiento, debido a cierto temor no deseo desatar.
***
¡Hola!
Espero que se encuentren bien ❤ gracias por leer hasta aquí.
¿Qué creen que suceda entre Violeta y Milán? ¿Vilu se relacionará mejor con sus padres? ¿Azul se ganará la confianza de Violeta? ¿Celeste seguirá apoyando a su hermana? ¿Vilu pasará a vivir con sus padres? ¿Cuándo le darán de alta a Nicolás?
Nos leeremos la próxima semana, ¡adiós! 👋🏻
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