Capítulo 4: Son idénticas
El que estuviera lejos de Perú, país donde crecí, no significaba que papá desistiera de enviarme a trabajar. Habiendo pasado un mes de venir a Buenos Aires, volví a limpiar vidrios porque es lo que vengo haciendo desde que tengo memoria. Prefería cantar en los autobuses aunque mi padre se negó a que continuara haciéndolo y tampoco quiero llevarle la contraria.
Ahora estoy aquí, esperando alguna orden para poder dirigirme a un automóvil. Sonreí al no haber tenido que aguardar demasiado puesto que alguien me señaló su parabrisas indicando que necesitaba ser limpiado. Caminé esquivando autos detenidos a causa del tráfico de dicha avenida. Uno tocó el claxón tres veces apenas llegué al vehículo que limpiaría, fue raro ya que estaba detrás de este e incluso así, parecía fastidiado. Elegí ignorarlo debido a que no requería mayor negatividad, seguía teniendo atrapada a Lidia dentro mío y debía olvidarla.
—¿Cómo vas?—interrogó mi cliente pasados ciertos minutos. Normalmente no demoro mucho, sin embargo, hoy lucho por empezar de cero y olvidar asuntos del pasado.
—Ya casi está listo—respondí dándole aquel último enjuague. Espero algún día poder estar adentro de un automóvil y dejar de limpiar lunas.
—Gracias—pronunció entregándome unas cuántas monedas, ojalá ganara más para llevar a casa—. Disculpa que pregunte, ¿de acuerdo?—asentí poniéndome a el costado derecho, los autos avanzaron—. ¿De dónde eres? No pareces argentino—negué queriendo sonreírle, lucía bastante amable y di algunos pasos, alcanzándolo.
—Soy peruano, ¿usted?—inquirí rodeando ese auto y yendo hacia la acera, creo que estaría menos expuesto ahí.
—Llegué de Venezuela hace cinco años—contestó haciendo avanzar ese vehículo. Iba bien vestido, con camisa planchada y lentes de sol, nada parecido a mí. Tal vez se dirigía a una empresa o negocio.
Otra vez volvieron a adelantarse aquellos autos, entonces pasó muy rápido. El carro de atrás que antes había tocando claxón chocó ese balde de agua que traía conmigo ingresando a la vereda unos centímetros, haciendo que mojara aquella pista y acera.
—Correte, ¿querés? Estás obstruyendo nuestro paso—reclamó molesto, a lo que retrocedí no queriendo causar problemas. Pensaba despedirme del hombre anterior y dejar aquel sitio, podría volver después cuando se haya ido este señor.
—¿Por qué le hablas así? Está trabajando, ¿qué tiene de malo?—replicó en respuesta, bastante enojado por sus comentarios.
—Ni si quiera es argentino, ¿pensás vino a trabajar? De seguro pronto comienza a robar y ahí quiero verte defendiéndolo—acusó dándolo por hecho, ¿acaso tengo cara de delincuente? Jamás he robado, muchísimo menos pienso meterme a esas cosas.
—No vine a hacer nada ilegal, sólo planeo seguir trabajando para...—fui interrumpido por risas sarcástidas. Ninguna otra persona que no fuese el hombre con quien estuve hablando pensaba intervenir, de hecho la mayoría de automóviles habían avanzado despejando esa avenida, ¿no podía simplemente irse? Apuesto a que tenía mejores asuntos que tratar.
—Dejalo tranquilo, no te hizo ningún daño—refutó defendiéndome y volteando por la ventanilla de su carro a observar al sujeto—. Trata como se merece, respetalo, uno no sabe cómo puede acabar—agregó a punto de bajar. Mala idea fue venir acá, terminé causando inconvenientes.
—¿Y pensás que debemos respetar a esta gente que viene a robarnos?—cuestionó señalándome, yo retrocedí deseando desaparecer del sitio. La próxima vez iré a otro lugar.
Vi ponerse delante de mí a una chica que pasaba por allí, esto llamó mi atención y todavía más, aquello que dijo en defensa mía.
—¿Por qué no? Son personas que vienen a ganarse la vida de buena manera, ¿quiere dejar de decir estupideces?—encaró bastante decidida, habiendo escuchado su voz recordé a Violeta, hablaban muy parecido.
—¿Pero está conforme con esto?—preguntó analizándome de forma despectiva, solían verme fastidiados muchas veces aunque esa mirada la sentí distinta, incluía desprecio.
—¿Cuál esto? No es ninguna cosa, sino una persona que siente y debe ser tratado como tal—indicó ella, segura de sí. Aún no podía verla a los ojos, además traía lentes aumados—. Si sigue así voy a tener que llamar a la policía—amenazó haciendo ademán de querer sacar su teléfono.
—¿Piensa que le harán caso?—inquirió manteniendo aires de superioridad, hasta que esa chica se quitó las gafas, pasó de sentirse superior a mostrarse algo avergonzado—. Perdone, creo que no tuve buen día ayer—puso de pretexto cabizbajo, anhelaba que pudiera irse.
—Váyase si no quiere seguir quedando en ridículo—sugirió el señor de adelante mientras sonreía triunfante. Tras varios minutos de hostigamiento pude sentirme mejor una vez que se retiró del lugar.
Ella giró hacia mí, entonces supe que jamás vi unos ojos verdes tan hermosos. Sabía que no era Violeta, aunque lucían idénticas. Nos sonreíamos durante poquísimos segundos, porque cambió de repente.
—Lo siento, tengo que irme ahora—suspiró cambiando de semblante, pese a esto, nada podía borrar mi sonrisa. Sé que puede no verla de nuevo pero quisiera saber quién es.
—¿Tienes mucha prisa?—consulté tomándole de la mano, ella asintió soltándose, ¿sería bueno preguntarle cómo se llamaba? No quisiera sonar molesto—. Gracias por decir todo eso, pocas personas habrían reaccionado así—añadí agradecido, apenas pude conocerla y afirmo que debe ser linda persona.
—Descuida, pase lo que pase, no dejés que rebajen... si tengo que volver a decirlo luego, voy a hacerlo—aseguró alejándose, también sonreía. A pesar de la preciosa sonrisa que llevaba, observé que volvía a andar perdiéndose entre las calles.
Quizás pueda encontrarla después, si vengo a trabajar aquí y pasa a menudo por este sitio, podremos volver a vernos. Quienquiera que sea, espero llegue bien a donde vaya.
—Joven—llamó el hombre del auto negro, permanecía ahí estacionado, analizándome fijamente—. ¿Has buscado trabajo? Manejo una cadena de restaurantes, he abierto otra sede a tres cuadras y necesito meseros, ¿crees que puedas trabajar ahí?—ofreció confiado, justo cuando comenzaba a pensar que debería irme a casa.
—Claro que sí, se lo agradecería mucho—contesté entusiasmado. De
seguro sería menos problemático que laborar limpiando parabrisas.
Miro a ambos lados antes de cruzar la calle mientras sostengo mi teléfono y escucho a Florencia hablar, sabía que no me gustaba tener que ir a ese lugar aunque esta vez no había otra opción. Necesitaba las pastillas, vengo tomándoles desde que era niño así que son parte de todos mis días. Mamá tuvo una reunión laboral muy importante anoche, por lo que le fue imposible llegar antes del cierre de aquella farmacia donde compra los medicamentos que requiero.
—Estoy a dos cuadras, Flor—informé en tanto caminaba cabizbajo. Odio sentirme derrotado por este maldito trastorno. El hecho de consumir medicación siempre porque jamás puedo controlarme solo, hace que me sienta de esa forma.
—Milán, ¿podés hacerme un favor?—interrogó despertando sospechas. Y pensaba que llamaba para hacerme compañía durante el camino.
—Depende, ¿qué se te ofrece?—inquirí bastante intrigado. Espero que no vuelva a aprovecharse de mí, Florencia sabe que soy capaz de hacer cualquier cosa por ella y puede que decida utilizar dicho elemento a su favor.
—Es que ya me está por venir...—murmuró riendo al otro lado de la línea—. ¿Pudes traerme toallas femeninas?—preguntó con inocencia, ¿cómo se supone que compre algo así? Van a verme raro.
—¿Estás loca? Ve y compra tú, o decile a mamá que traiga cuando regrese del trabajo—sugerí negándome, ¿acaso no puede ir a comprar ella? Ni quiero imaginar las miradas que caerán sobre mi persona si comprar esas toallas.
—Milán, por favor—suplicó haciéndomelo más difícil, ¿cuándo fue la última vez que le dije que no? Creo que pasaré vergüenza pronto.
—Que no se repita—accedí finalmente, seguro Flor sonreía triunfante puesto que de nuevo pudo convencerme.
—Gracias, yo aquí te devuelvo el dinero—prometió como todas las ocasiones anteriores, de ello no tenía duda debido a que gozábamos de buenas propinas y Florencia cumplía sus palabras.
Sin embargo, luego de hacer esa compra voy a querer más que monedas.
—Devuélveme mi dignidad—imploré sintiendo que mis mejillas comenzaban a tornarse rojas.
—Qué gracioso eres, ¡adiós, hermanito!—cortó de repente entre carcajadas. Pese a que suela burlarse, sé que me quiere y ha estado conmigo cada que empiezo a sentirme pésimo.
Entré al establecimiento buscando una ventanilla disponible, no encontré ninguna por lo tanto, decidí unirme a la fila de tres personas. Detestaba venir a comprar pastillas, quizás hasta preferiría llevarle aquellas toallas higiénicas a Flor.
Llegó el momento que tanto aborrezco y tuve que pedir los medicamentos, esos que vivo tomando. Apenas intento dejarlos, vuelvo a necesitarlos y mi psiquiátra recomiendo que regrese a ellos. La señorita detrás del vidrio teclea unos minutos en su computador, luego pide que espere y regresa instantes más tarde trayendo consigo cuatro cajas de medicina.
—Aquí tiene—me entregó recibiendo a cambio cierto dinero. Di media vuelta queriendo salir de allí lo más rápido posible, no obstante, recordé el pedido de Florencia.
—Disculpe, ¿hay toallas higiénicas femeninas?—consulté avergonzado, cosas que hago por mi hermana... la quiero, a pesar de que se lo diga poco.
—No, se acabaron hace un rato—sonreí victorioso. Malas noticias para Flor, tendría que solucionar sus problemas de mujeres sola. Hice todo aquello que estuvo en mis manos.
—De todas formas gracias—giré dispuesto a irme, dirigiéndome hacia la puerta del sitio. Ojalá mamá viniera cuando se agotaran mis pastillas.
Algo hizo que frenara, o siendo exacto, alguien. Solamente pude verla de espaldas, sobre esa balanza que poseía dicha farmacia. Yacía concentrada y noté que estaba demasiado delgada, ¿por qué se pesaba entonces? No consigo hallar razones.
Volteó segundos posteriores y dudé, creí estar viendo a Celeste. Eran idénticas, lo descarté ya que esta chica llevaba largo el cabello.
—¿Qué haces pesándote ahí?—quise saber confundido. Ella palideció, haciendo aumentar aquellas inseguridades que comenzaba a tener. Hacía calor y llevaba una remera de manga larga.
—Controlo cuánto peso—respondió bajando de la báscula. Fue raro oírla decir eso pues no necesitaba ningún control sino alimentarse mejor.
—Pero estás muy delgada...—deseé referirme a ella con algún nombre, pese a esto, carecía del valor para preguntatle cuál era el suyo.
—Todavía me falta bajar algunos kilos—trató de sonreír, tampoco quería entrometerme o preguntarle mucho. Tal vez no deba ahondar en asuntos ajenos.
—¿Qué? No, de verdad te lo digo—aseguré a sabiendas de que le sería complicado creerme. Parecía cerrarse a semejante idea y jamás darse cuenta—. Espero que puedas entenderlo—añadí observándola, asintió abrazándose a sí misma y desvió la mirada.
—No eres argentino, ¿cierto?—quiso corroborar. Nunca tuve aquel acento, viví mis primeros años en la ciudad que lleva mi nombre.
—Soy italiano—aclaré sonriéndole, quisiera haberle contagiado esa sonrisa que formé—. ¿Tú de dónde vienes?—pregunté tras analizar su forma de hablar.
—Del hermoso Perú—suspiró nostálgica, apuesto a que extraña ese país. Desearía volver a viajar, regresar a los aviones y conocer aquellos destinos que aún no piso—. Debo irme ahora, adiós—se despidió con prisa, salió casi corriendo y aunque traté, vi que desapareció habiendo cruzando la puerta de salida.
Si iba a encontrármela luego, estaría dispuesto a venir yo mismo y comprar mis pastillas. Incluso podría pedirle a Flor que me contrate para llevarle toallas femeninas.
Sonreí mientras observaba la pantalla, era perfecto. Pasó un mes desde que llegaron los chicos y no habíamos salido a ningún sitio, ¿cómo era eso posible? Hasta mamá dice que debemos dejar de estar encerrados y salir más a menudo.
Abrieron un nuevo parque de diversiones, lo único malo es que queda bastante lejos y debemos cruzar una zona poco agradable. Justo cuando encuentro algo bueno, dudo que nos den permiso para ir solos.
—Juli, ¿crees que mamá tenga problema con que vayamos a este lugar? Porque está lejos y no conocemos mucho la ciudad—expuse entregándole mi tablet, ahí figuraban algunas fotos del parque y dirección exacta, que no conocíamos, aunque tal vez Daniela sí puesto que vivió aquí toda su vida.
—No, Fede, queda demasiado lejos—negó observando las fotografías. Parecía tener buenas atracciones, juegos que a los que sí merecía subirse, hasta entonces sólo he ido a parques que tenían carruceles y montañas rusas, esto iba más allá.
—A ver, pasame, de repente conozco—pidió Daniela dejando el jugo que tomaba sobre la mesa. Esperaba que pudiera darnos si quiera alguna referencia.
—Me lo hubieras dado a mí—resopló Thiago, volviendo a mirar su celular y teclando bastante rápido. Podría asegurar que Mariana estaba detrás de todo esto.
No había mucha gente aquí así que podíamos hablar sin tener que bajar nuestras voces. Miré a ambos lados por si acaso y seguí observando a Dany, quien sonreía satisfecha.
—Bien, ya sé cómo podemos llegar—anunció captando especialmente la atención de Julieta, quien volteó a verla muy a atenta—. Tenemos que...—Daniela guardó silencio ni bien escuchó cerrarse de forma brusca aquella puerta detrás nuestro.
Milán entró al hotel, trayendo consigo una bolsa que contenía pastillas, por lo que pude ver. Supuse que debían ser las que tomaba a diario debido a que padece transtorno de hiperactividad.
—Dany, querida, ¿tienes toallas higiénicas?—preguntó tomándola desprevenida, ¿a qué venía eso? Comencé a reír igual que Thiago, por esas razones nos cae de maravilla Milán. Siempre ha sido así, sus locuras hacen que sea único.
***
¡Hola!
Weno aquí tienen otro capítulo u.u en el próximo aparecerán otros personajes :') acá como se habrán dado cuenta ya se conocieron Celeste y Nicolás al igual que Violeta y Milán.
¿Vilu tendrá alguna obsesión con au peso? ¿Qué tan dispuesto está Milán para hacer cualquier cosa por Florencia? ¿Nicolás dejará de limpiar parabrisas? ¿Qué opinan de lo que hizo Celeste? ¿Los chicos irán al parque de diversiones? ¿Daniela tendrá toallas higiénicas?
Espero que les haya gustado ❤ gracias por leer y votar.
¿Cuál es su juego favorito en un parque de diversiones?
Nos leeremos pronto, ¡adiós! 👋🏻
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