Capítulo 31: Nuevos planes
El frío de aquel agosto causa que me estremezca, froto mis brazos en busca de calor y suspiro. La semana pasada transcurrió más rápido de lo que esperé, y estoy bien con ello. Aunque hubiese querido que las cosas fueran diferentes, porque veo a muchos niños junto a sus padres en el parque donde estoy, mientras que yo tengo como única compañía a un cachorro de apenas unos meses. Valoro mucho el hecho de haberlo encontrado; sin embargo, me gustaría haber crecido de la misma forma que ellos. Con una familia a mi lado y sin tener que trabajar.
Escucho pasos detrás de mí y después oigo una voz familiar. Imagino que estará yendo a trabajar, eso es lo único que hace los sábados.
—¿Todo bien?—pregunta, tomándome de la muñeca derecha. Realizo un gesto de dolor y me aparto, esperando que no se haya dado cuenta.
—Sí—contesto de inmediato y acaricio la zona que aún me duele con disimulo—. ¿Qué haces tan temprano por acá? Pensé que vendrías más tarde.
—Fui a comprar algunas primero—asiento y bajo mi mirada para corroborar que Rocky sigue ahí—. ¿Segura que no te pasa nada?—insiste desconfiado.
—Pero claro—le respondo a la primera.
—Puedes decirme lo que quieras. No voy a juzgarte.
Milán se acerca a mí y me coge de la mano, sin darme tiempo a reaccionar antes. Siento como si una especie de energía tomara el control, pese a que lucho contra mis emociones, esta parece ganar y ocasionar que no pueda contener las lágrimas por más esfuerzos que haga.
—A veces que pienso que ya no debería estar aquí—sollozo y, a pesar de los esfuerzos, no soy capaz de tranquilizarme—. Que este mundo sería mejor si yo no estuviera.
—No digas eso—niega dolido. Las palabras que salen de mi boca parecen afectarle.
Percibo sus brazos alrededor de mí y no me permito abrazarlo, porque quizás eso sea lo que necesito: un abrazo. Mis manos comienzan a temblar, así que no dudo en aferrarme con mayor fuerza a él. Milán no vuelve a decir nada, se limita dejar que me desahogue entre sus brazos, y lo agradezco. Jamás había sentido algo parecido a esto, y de cierta forma me da miedo, pero decido correr el riesgo. Las cicatrices siguen provocándome dolor, uno que difícilmente podré olvidar. No obstante, ¿qué otra opción tengo además de seguir adelante? No puedo rendirme ahora. Me tocó atravesar esta vida y debo hacerle frente como pueda.
—Las cosas son más complicadas de lo que crees—intento sonreírlo y seco las lágrimas. Poco a poco, respiro con normalidad de nuevo.
—¿Puedo quedarme contigo?—interroga. Y no sé por qué suena como una súplica.
—¿No tienes que ir a trabajar?—inquiero, pues no deseo causarle ningún tipo de problema.
—Recuperaré mi turno luego, no te preocupes.
—¿Y piensas que nos quedemos acá? Hace frío, Milán—trato de poner alguna excusa. Pero eso no lo hace cambiar de opinión.
—Podemos ir a una cafetería—me sugiere, lo cual rechazo cuando recuerdo a Rocky.
—No van a dejarlo entrar—contesto y acaricio el lomo del cachorro, quien olfatea ciertos arbustos que hay en ese parque.
—Tampoco quiero dejarte aquí sola.
—Estaré bien, descuida. Tú ve a trabajar—demando cruzándome de brazos. Desde aquel abrazo que nos dimos, dejé de sentir frío.
—Prefiero quedarme acá también— sonríe Milán. Imagino que no podré hacer nada al respecto y tendré que resignarme a que me haga compañía—. Aunque sea hasta que te aburras de mí y termines yéndote a casa.
—Eso lo dudo mucho.
—¿Puedo contarte una cosa?—alzo una ceja y asiento, puesto que no sé a dónde planea llegar—. Tengo trastorno de hiperactividad. Mis profesores se han pasado la vida diciéndome que soy un inútil, así que entiendo cómo debes sentirte. Me ha pasado.
Entrecierro los ojos al escucharlo y me siento en un pequeño banco de madera. Él ríe por lo bajo y pasa su brazo izquierdo por encima de mis hombros. Aquello podría explicar de cierta forma el contexto en que nos conocimos hace varios meses. Esa mañana había ido a pesarme.
—No eres ningún inútil—rechazo completamente segura.
—A veces me cuesta creer que no.
Supongo que tenemos mucho más en común de lo que ya pensaba. Y esto comprueba con claridad que nunca se sabe lo que hay detrás de alguien. A la vuelta de su rostro, donde acaba su cuerpo y empieza su alma.
Finjo escribir algunos apuntes en mi cuaderno mientras los observo de lejos. Él parece haberse olvidado de mí por completo, porque ni si quiera voltea a mirarme y me recorre el estómago una sensación extraña. Intento concentrarme, mas resulta imposible teniendo esa escena delante de mí. Desde la semana pasada las cosas no han sido iguales, cambiaron demasiado en tan poco tiempo, por lo que no está siendo fácil adaptarme. Extraño que pasemos tiempo a solas, aunque no se lo haya dicho y prefiera darle su espacio. No quiero molestarlo, mucho menos meterme a dónde ya no soy bienvenida.
Debería irme, puesto que no sé qué estoy haciendo aquí precisamente.
—Creo que a partir de ahora vendré más seguido—le escucho decir a Jazmín, quien conversa a gusto con Nicolás.
Ellos se conocieron en la fiesta de quince años que hizo Daniela. Toda esta semana ambas hemos venido acá después del colegio, mas pareciera que yo hubiese estado ausente. He preferido quedarme al margen y no intervenir. No quiero arruinarles nada.
—Puedes venir cuando quieras, por mí no hay problema.
Ruedo los ojos y evito mirarlos. Regreso a la tarea de aparentar resolver alguna tarea para desviar mi atención de cada cosa que hacen. Sabía que se llevarían bien, pero no pensé que tanto.
—¿Puedo comer estos chocolates?—levanto la mirada y Nico asiente, después se gira hacia mí.
Nos miramos apenas unos segundos, debido a que regreso a mi cuaderno y resuelvo la operación matemática que dejé incompleta. Llevo puestos mis gafas de descanso, las cuales acomodo fingiendo estar concentrada. Resoplo frustrada. Me he quedado atascada en la resolución. Algo debo haber hecho mal, así que repaso lo que hice en busca de algún error.
—¿Necesitas ayuda?—pregunta Nicolás. Ha venido hacia mí y me sonríe, contagiándome a hacer lo mismo.
—¿No estás ocupado?—inquiero alzando una ceja. Él niega y se sienta a mi costado cuando menos lo veía venir.
—Veamos—aclara su garganta como si un maestro se tratara y me cubro la boca para reír. Analiza los cálculos que realicé en tanto lo miro de reojo, hasta que añade—: Celes, multiplicaste mal.
—¿Yo?—interrogo incrédula.
—¿Cómo que tres por dos es cinco?
—No puse eso...
—Sí lo hiciste—asegura acercándome el cuaderno.
No tardo en darme cuenta de que sí. Tiene razón. Debo andar muy distraída, y lo peor de todo es que no sé a qué se debe. Necesito un respiro. Quizás pueda aclarar mis pensamientos.
—Joder—le doy vuelta al lápiz y borro la operación, dispuesta a hacerla por segunda vez.
—¡Nico! Tenés que escuchar esta canción—suelta Jazmín desde el mostrador. Estaba a punto de decirle a algo a él, pero opto por quedarme callada.
—Ahora vengo—informa. Sin embargo lo tomo del brazo.
—Tengo que irme—anuncio cansada.
Guardo mis cosas a toda prisa mientras me observa confundido. Puede que le parezca extraño, porque apenas son las once de la mañana y suelo estar aquí mayor tiempo.
—¿A dónde? Puedo acompañarte si quieres.
—No—sentencio con brusquedad, por ello decido reponer—: Iré al estudio fotográfico de mi papá, está sólo a unas cuadras.
Todavía me aterra caminar sola, pero no quiero ser ninguna carga ni generarle problemas. Además, Milán aún no ha llegado y el lugar se quedaría vacío si viene conmigo.
Abandono mi sitio y me guardo el celular dentro del bolsillo, ya que lo había dejado encima de la mesa, y agito la mano izquierda en dirección a Jazmín. Imagino que ella querrá quedarse, lo cual no pienso impedir de ninguna manera. Luce bastante cómoda, nada que deba arruinar.
—Cuídate mucho, ¿sí? Te quiero.
Vuelvo a sentir ese cosquilleo cuando besa mi mejilla. Y hace que quiera salir corriendo al desconocer lo que sucede.
—Vos también—contesto lo primero que se me viene a la mente.
Termino despidiéndome de los dos y dejándolos solos allí. Voy a ver papá, tal vez eso me venga bien. Debo pensar en otras cosas, porque a este paso voy a acabar volviéndome loca.
Escucho unos pasos familiares bajar las escaleras. No tardo en reconocerlos. Sé a quien le pertenecen, los he escuchado toda mi vida. Con un café encima de la mesa, platicábamos mamá y yo acerca de los planes que pienso llevar a cabo, nuestra conversación tomó un buen rumbo, hasta que lo vi bajar. Ambas nos dimos cuenta de que algo no andaba bien, sin embargo, mi madre fue quien guardó silencio.
—¿Por qué lloras?—le pregunto apenas voltea a mirarnos.
—No estoy llorando.
—Como sea—le resto importancia, un tanto preocupada—. ¿Y esas ojeras? Parece que no haber dormido en toda la noche.
—Tengo insomnio—se encoge de hombros, desmotivado.
Miente, y lo noto porque no puede verme a los ojos cuando habla. Creo saber qué lo tiene de esa manera, o mejor dicho quién. Jazmín conoció a un chico durante la fiesta de Daniela y ha estado yendo a buscarlo esta semana, dejando de pasar sus tardes con Federico.
—¿Le dijiste?—me susurra mamá al oído, a lo cual niego y llevo una mano hacia mi frente. Estaba olvidándolo.
—Fede, ¿estarías de acuerdo con que celebremos nuestro cumpleaños?—él asiente, aunque no me presta demasiada atención.
—Has lo que quieras. No te preocupes por mí.
—Pensaba irnos a un safari en África, ¿no te importa?—indago haciendo reír a mamá. Federico asiente y me preocupa cuán desconcentrado está.
—¿Podemos hablar? Dudo mucho que no te ocurra nada—expone mamá, también alarmada. Este comportamiento no es característico de mi hermano. Suele ser más animado.
—Prefiero no hablar de ello
—Te explico luego—murmuro con cautela, cuidando de que Federico no me escuche.
—¿Entonces podemos hablar del safari?—inquiere nuestra madre, quien nos conoce a la perfección.
—¿Cuál safari?
Sabía que no estaba prestándome atención.
—Ninguno, no iremos de viaje—aclaro antes de que se le generan más dudas existenciales de las que ya debe tener—. ¿Recuerdas que te dije que no estaría mal celebrar nuestros quince?
—¿Quieres ir a África?
—¡Te estoy diciendo que no hay ningún safari! ¡Entiende!—exclamo exasperada. No obstante, a él parece hacerle gracia, porque de pronto ríe.
—¿Y qué tienes en mente?
—Una fiesta sobre ruedas—contesto entusiasmada, pero Federico no comprende al principio y frunce el ceño.
—¿Cómo sería?—quiere saber. Se frota los ojos con las manos y toma asiento en el sillón, frente a nosotras.
—¿Has vistos esas fiestas que hacen en autobuses? ¿No querrías algo así? A Julieta le gusta—señala mamá. Asiento moviendo el lápiz entre mis dedos y analizo la expresión de mi mellizo.
—Supongo que no estaría mal—admite con ligero grado de interés—. Pensé que harías otra fiesta en local.
—Quiero probar cosas nuevas.
Federico sonríe apenas me escucha. Y le devuelvo el gesto aunque desconozco a qué se debe su repentino cambio. Hace unos minutos lucía demacrado. Quizás platicar de otro tema le sentó mejor.
—Tienes totalmente mi apoyo.
Y quiero creer que será siempre así, que jamás me dará la espalda ni juzgará mi forma de ser. Hay preguntas que llegan a mí como si quisieran abrirme los ojos, parecen querer decirme algo todas las emociones que vienen sin avisar y me frustra caer en contradicciones en vez de descubrir qué ocurre.
—Estuve averiguando algunos servicios. Gastaremos menos si alquilamos sólo el vehículo y alguien más conduce—nos explica ella. Desde que le comenté la idea, no ha dejado de reunir información—. Y creo que podría encargarse de eso Gopal, él está disponible casi siempre.
—Además nos tendrá preparado un buen repertorio de canciones—asegura Federico. Y no tengo dudas de que sí.
***
¡Hola!
Gracias por leer hasta aquí, espero que se encuentren bien y les haya gustado este capítulo ❤
¿Qué creen que le sucede a Celeste? ¿Federico estará deprimido por Jazmín? ¿Qué sucederá entre Nicolás y ella? ¿Qué fue la energía que Violeta sintió cuando Milán se acercó a ella? ¿Qué estará ocurriendo entre ellos? ¿Cómo terminarán los planes de Julieta y Federico? ¿Gopal aceptará llevarlos?
Nos leeremos pronto, ¡adiós! 👋🏻
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