♦1♦ La subasta
Narra Alia:
Hacía frío, y estaba algo incómoda por culpa de las maderas mal colocadas de aquella podrida carreta; que se clavaban en mi espalda y no me dejaban descansar en paz. Lo único que me entretenía era mirar la luna por la "ventana"«O hueco en la madera, como prefiera llamarse; pues no se si se merecía aquel nombre». La veía brillar, pero aquel día parecía poco resplandeciente... Juraría que conocía el destino que nos deparaba el futuro en unas horas y sentía lástima por los que viajábamos en aquellas carretas. Pero sabía que solo era el cielo nublado; aunque era bonito pensar que se preocupaba por mí.
Me acurruqué un poco en una de las esquinas y noté como un bultito se empezaba a quejar de mi brusco movimiento; bajé la mirada y observé la mata castaña de mi niña removiéndose entre mis brazos.
— ¿Ángel? Me has despertado... ¿Ya hemos llegado? —La pequeña Lisa frotó sus manitas por sus ojos marrones como el chocolate, en un intento de despertarse.
—No me llames Ángel Lisa, sabes que no me gusta. Y no, no hemos llegado. Puedes dormir más... —Intenté terminar dulcemente para que no se molestara conmigo, aunque supiera que por mucho que las regañara nunca se enfadarían.
—Ah... Lo siento Alia, pero sabes que para nosotras eres nuestro ángel.
— ¡Sí! —Las otras dos niñas se separaron de mis brazos, en los que estaban fuertemente agarradas, y mientras estiraban todo su cuerpo afirmaron con un gran bostezo.
—Ya... Cambiando de tema, mejor será que durmáis, no quiero que os quedéis preocupadas toda la noche. —No quería verlas llorar más, solo quería que fueran felices, pero a dónde íbamos sería imposible.
—No te preocupes: somos fuertes y estamos contigo. —Meri siempre la más positiva. La mediana de ojos verdes y melena rojiza, activa y encantadora; la cosa más revoltosa del mundo—. ¿Os acordáis de cuando Alia pegó a Handson tan fuerte que cayó al río y tardó dos días en aparecer?
— ¡No, cuéntalo! —Elisa y Lisa se sentaron rápidamente cruzando sus piernas esperando la historia de su amiga.
—Sí, eso. —Lucía, la otra mujer que había en la carreta se acercó hasta donde estábamos nosotras. Esta tenía unos treinta años, rubia, de ojos grises y bajita. Ella era vagabunda, hasta que Handson y los otros la encontraron y secuestraron, como a todos aquí.
En aquella carreta «No apta para humanos», estábamos: las tres niñas, Lucía, dos hombres adultos «Que en aquel momento dormían como cachorritos espatarrados en la otra esquina de la carreta», y yo. No éramos muchos, pero eran tres carretas más y yo que era una maga... En resumen: Handson haría dinero, cosa que parecía su única meta en la vida.
Lucía acurrucó a Elisa y Lisa a su lado, y las dejó apoyarse en sus hombros mientras escuchaban el relato. Y yo, por mi parte, escuchaba a Meri relatar la historia mientras añadía imágenes gracias a mis recuerdos, que también eran algo menos fantásticos de lo que Meri indicaba.
Hace 5 meses...
Acabábamos de parar en la entrada de un puente enorme. Los guardias nos observaban con dureza, seguramente no de acuerdo con la trata de personas, pero este era un hecho tan común en la ciudad que debieron hacer oídos sordos.
Mas sin dudarlo decidieron cachear al mismísimo Handson; hallando entre sus ropajes una desgastada daga.
«No me sorprendió que la requisaran, pues el rostro de Handson no inspiraba la más mínima seguridad para dejarle rondar por la ciudad armado».
Y por ello, el guardia nos tuvo esperando veinte minutos; provocando que Handson rabiara de furia cuando por fin conseguimos entrar en Taeris.
—Venga rápido, que no quiero tener que esperar más por vuestra culpa. —Obviamente la culpa esa suya, pero él era tan perfecto que la culpa nunca recaía sobre su persona; lo hacía sobre los demás inocentes—. ¡Niña! ¿Qué haces todavía ahí?
La niña de la que hablaba era Lisa, quien había tropezado mientras intentaba seguir el paso acelerado de Handson, lo que provocó un enfado exagerado por parte del hombre.
—Tendréis que aprender a seguir el ritmo a las malas, porque si a las buenas no podéis... —Handson se acercó peligrosamente a Lisa con un látigo que le había pasado Oken, el segundo al mando, y este portaba en la cara una estúpida sonrisa de entretenimiento por tener la oportunidad de golpear a Lisa. No lo dudé, y me interpuse entre el hombre y la niña.
— ¿Qué haces Alia? ¡Quita! —Handson se estaba impacientando y no tenía pinta de que fuera a ceder, pero yo tampoco lo haría.
—No. —Mi respuesta fue corta y firme, y por culpa de ello, su enojo aumentó y me golpeó con el látigo.
Noté como todo mi cuerpo se tensaba, y el brazo empezó a escocerme; lugar dónde me golpeó con el látigo. No obstante, aunque tuviera ese dolor no me moví un ápice, no dejaría a Handson tocar a Lisa.
— ¡Qué te quites! —Su cara estaba cada vez más roja de furia, pero no me hizo recular.
—No, y que ni se te ocurra volver a intentar golpear a Lisa. —En aquel momento tenía miedo, por supuesto; mas ese miedo era vencido por la necesidad de cuidar a la niña. De proteger a todos los que pudiera.
— ¡¿Cómo te atrev... —A Handson no le dio tiempo a terminar, pues yo, ya cansada de sus gritos; cogí uno de los palos de nuestra carreta y con él golpeé a Handson repetidas veces, haciéndole perder el equilibrio.
«Según Meri hice volteretas en el aire y lancé rayos con las manos».
El hombre tropezó con algunas piedras en el suelo y acabó cayendo al río de debajo del puente. Como este era caudaloso, Handson acabó arrastrado por la corriente...
Todavía faltaba la parte en la que Oken y Sedd me golpeaban por tirar a Handson al río, pero Meri no la terminó porque se quedó profundamente dormida; al igual que las otras dos niñas.
—Deja, yo la cojo. —Lucía acercó a Meri a ella y la dejó apoyarse en su regazo.
—Gracias. —Normalmente era yo la que se ocupaba de las pequeñas porque Lucía tenía un problema de espalda que le impedía hacer esfuerzos, así que fue de agradecer el dulce gesto de la mujer.
—Lo que no entiendo es... ¿Por qué estás aquí siendo tan poderosa? —Ben, el más joven de los dos hombres, moreno de ojos y cabello, había oído el final de la historia. Era de los más nuevos, por lo que no la presenció ni oyó anteriormente; hecho que le había provocado poner la oreja durante esa parte del relato.
—Por las niñas. Yo perfectamente podría huir sola sin hacerme ni un rasguño, pero ellas son tres; y por mucho que me esforzara alguna saldría herida...
—Pero si tus poderes son también de sanación, ¿no sería mejor llevártelas que dejar que Handson las venda? —El que habló fue Tony, el otro hombre que había en la carreta. Ambos parecían mucho más despiertos que hacía unos instantes, posiblemente por barajar la posibilidad de escapar; aunque fuera mínima.
—Sé lo que me hago Tony, y si no lo he intentado es porque tengo un plan. No dejaré que Handson toque a las niñas; y mucho menos ebrio. —«Casi todo el tiempo Handson estaba borracho, por eso Oken era el inteligente y el segundo al mando».
—Bueno, bueno; el angelito se rebela. —Ben y Tony no pararon de reír por su "ocurrencia compartida" y yo, como me habían hecho enfadar; los cogí del cuello de las camisetas y los dejé colgando, con la espalda pegada a la pared de la carreta.
—Eh, Alia, no te enfades. —Tony intentaba sonar valiente pero hasta un niño notaría su miedo. Cosa que no hizo más que provocar una leve risa, que por suerte, logré ocultar con disimulo. «Hasta el más bueno de los ángeles tiene un lado oscuro...»
—Venga, déjanos, nos callaremos, lo juramos. —Después de las palabras de Ben los hice caer a ambos al duro suelo. «Todavía no me creo que tengan treinta y cinco cada uno. Yo soy una adolescente y soy más adulta que estos dos: parecen niños».
— ¡Au! —Se quejaron al unísono los dos hombres—. Podías tener algo más de cuidado.
—Y vosotros podríais tener la boca cerrada por una vez y no me quejo. —No tenía ganas de discutir pues acababa de ver por el hueco de la carreta la muralla de Eloria, la ciudad en la que nos venderían.
—Pero... —Les hice un gesto de que callaran y señalé la muralla.
—Mierda —susurró Tony al segundo de ver la imponente muralla de piedra.
—Mejor será que despertemos a las niñas, o si no Handson se enfadará porque sigan dormidas. —Lucía me hizo un gesto de si tenía mi permiso de despertarlas y yo asentí.
Si no las levantábamos se verían cansadas en la subasta, Handson ganaría poco dinero, y la tomaría con los no vendidos. «Handson solo admitía una cantidad mínima por cada uno de nosotros, si alguien la aceptaba y otro quería a esa persona comenzaba la guerra de pujas; pero si nadie pagaba por la persona el mínimo precio tenía que esperar a la siguiente subasta».
— ¿Ya llegamos? —preguntaron las niñas al unísono.
—Sí... Pero no os preocupéis, Alia tiene un plan para salvarse. —A Lucía se le saltaron algunas lágrimas mientras veía las caras de asombro de las pequeñas, las cuales tuvieron que tapar sus bocas para no lanzar gritos de júbilo.
—Con lo que voy a hacer todos tendrán la opción de huir, pero deben estar preparados...
Comencé a explicarles el plan en voz baja a todos los de la carreta. En total eran tres carretas, pero no podía contactar con los otros, así que en el momento tendrían que apañarse.
Cuando terminé de explicar el plan todos estaban emocionados, era un muy buen plan y teníamos muchas posibilidades de huir.
Pero teníamos que parecer tristes así que no limpiamos nuestras lágrimas de alegría y oscurecimos nuestros rostros con falsos sentimientos de pena, de modo que pareciera que estábamos devastados.
Handson no tardó más de diez minutos, después de que termináramos de ajustar el plan, en llamar a todos los de dentro de las carretas para que despertáramos. Y atendiendo a su delicadeza natural cogió una gran tubería, con la que aporreó una sartén por todas las carretas, produciendo un terrible estruendo.
— ¡Despertad! Que hoy es la subasta, todos al escenario, el primero en ser subastado será Ben. —Según Handson seríamos subastados aleatoriamente, pero sé que yo seré la última, por eso ha venido a Eloria y no a otro lugar. Aquí hay una gran cantidad de adinerados y enfermedades, lo que hace que yo sea idónea; además, esta es una zona cero, donde los magos son permitidos, no muy bien vistos, pero por lo menos pueden entrar.
Y yo, según Handson, soy lo mejor. Así que lo mejor para el final. ¿O no?
Handson nos fue subiendo poco a poco al escenario, y nos puso unas esposas para que si no nos prestaban atención no pudiéramos huir. El "escenario", si podía llamarse así «Handson no se gasta dinero en casi nada: "Si sirve porque se va a cambiar", es lo que dice cada vez que le recrimino el estado de las carretas», era una gran tabla de madera levantada del suelo, con un pedestal para el subastador «Handson» y un gran telón por detrás para tapar la demás mercancía «Es decir, yo y el resto de las personas que van a ser subastadas».
La plaza en la que se iba a celebrar la subasta estaba atestada de gente, pues en la mayoría de zonas del reino estaba permitido poseer esclavos. No tendríamos que tener problemas en celebrarla de día, pero Handson siempre prefirió la noche y el amanecer; por eso se celebrará a esta incómoda hora.
Cuando todo el mundo «Según Handson» llegó a la plaza, sus ayudantes encendieron antorchas alrededor del lugar y a ambos costados del escenario. Todo el mundo soltó un pequeño grito de asombro, que justo después fue sustituido por una oleada de aplausos hacia Handson, que ya estaba en el escenario.
—Bienvenidos ciudadanos de la bella Eloria, me complace traerles estas estupendas mercancías. Los tengo desde hombres altos y fuertes, a niñas dulces y trabajadoras. Para gusto de todos y cada uno de los presentes. Y para comenzar la subasta, un hombre trabajador y que hará todo lo que le manden: Ben, por 500 taláhs...
— ¡Yo! —Una señorita con un vestido blanco de encaje y sonrisa plástica levantó la mano, segundos después de que Ben hiciera su aparición en el escenario.
—Primera puja para la señorita, ¿alguien da más o le doy la puja?
—A mí. —Otra chica algo más mayor a la anterior pero igual de extravagante llamó la atención de Handson para pujar.
—550 taláhs para la dama.
Y así estuvieron las dos chicas hasta que la puja alcanzó la suma de 1000 taláhs, de forma que ganó la primera chica que pujó. Se podía ver la desilusión en la cara de la segunda, como si esta hubiera perdido su juguete nuevo. «Asqueroso».
—Y la puja ganadora es para la señorita del vestido blanco. Cuando acabemos la subasta pagará y le será entregada su mercancía.
Handson estuvo así con todos, y no pude más que apartar la vista al tercer subastado; ya iracunda con Handson y el público. Ambos por tratarnos como a simples objetos sin valor aparente, solo el que ellos estén dispuestos a pagar. <mantuve mi postura hasta la entrada de Elisa, momento en el que no pude apartar la vista, tanto por la llamada de socorro en los ojos de la pequeña como por las lágrimas que sin previo aviso comenzaron a caer de mis ojos.
—Venga, no se cansen señores que estamos a la mitad de la subasta y todavía queda mucha mercancía. La siguiente en ser subastada es Elisa. —En ese momento, Elisa subió al escenario. 8 años, la mayor de las tres. De pelo rubio oscuro y ojos ónix lucía sucia en el vestido hecho de harapos que le llegaba por la rodilla. Elisa intentaba forzar una sonrisa, y aunque solo le salía una mueca, se podía apreciar la belleza de su rostro—. Comenzaremos la puja con 450 taláhs.
—Yo pujo. —Un anciano señor, vestido con traje y sentado en una silla ornamentada elevó la mano. Tras él pude distinguir a un muchacho, algo mayor que yo, que observaba con pesar a Elisa y sujetaba con una mano la silla en la que se sentaba su señor.
—La puja es para el señor de traje ¿Alguien da más? —Todos se quedaron callados, pero poco a poco la puja empezó a subir, hasta llegar a la cifra de 800 taláhs. Estos fueron pagados por una señora algo rellenita, vestida con un extravagante vestido de volantes y con la cara demasiado maquillada.
La puja siguió y Lisa y Meri fueron vendidas por 750 taláhs cada una, Lucía por 600 taláhs y Tony por otros 1000 taláhs. Todos habían sido ya subastados, y para la suerte de Handson, a todos los habían comprado por lo que él pedía o por más. Por lo menos estaría contento y poco destructivo en un par de días. Y todavía quedo yo...
Desde el comienzo de la subasta hasta ahora la plaza podía contener el doble de expectación que antes, mucha de esta seguramente presente por mí. «Suena terriblemente egoísta, además de ser un comentario de superioridad, pero no puedo negar lo obvio; por mucho que me duela admitirlo».
—Vengan damas y caballeros, señores y señoras, niños y adultos. La subasta está a punto de acabar, ya solo queda una oportunidad de llevarse una buena mercancía a sus hogares, y viene con espectáculo. Presten atención porque he dejado lo mejor para el final. La siguiente es una oportunidad única, ¿quién no querría tener la posibilidad de curar todas sus heridas y enfermedades instantáneamente, además de tener al mejor guardián o guerrero? Les presento a Alia, la maga ángel. —Cuando Handson terminó la presentación se escuchó un gran estruendo de aplausos, y algún que otro grito, además de una multitud de cuchicheos.
Salí lentamente y observando a todos los presentes. La mayoría eran gente normal, «Bueno, normal para lo que había allí reunido, pues esas ropas y peinados eran de todo menos normales» pero los que me llamaron la atención fueron algunos chicos y chicas encapuchados.
Entre la multitud y la falta de luz era difícil percatarse de su existencia, pero gracias a mis agudos sentidos los pude distinguir. Todos iban con capas oscuras, y todos eran chicos jóvenes, el más mayor no podía tener más de veinte. Además, estaban repartidos por diferentes puntos de la plaza, pero se notaba que estaban relacionados.
Handson ya me estaba llamando la atención para que me acercara a él, pero antes pude ver la cara a uno de los encapuchados que estaba por delante del escenario. Sus ojos, verdes y brillantes me dejaron petrificada, y eso que solo los vi unos segundos, pues cuando se dio cuenta de que lo observaba se alejó de mi vista. Por su parte, la paciencia del hombre era tan minúscula y de mala calidad que antes de que pudiera darme cuenta estaba en el suelo; siendo liberada por él, para así comenzar el que sería un "gran espectáculo".
—Venga, Alia, demuestra a todos nuestros espectadores de lo que eres capaz. —Handson articuló una horrenda sonrisa mientras hablaba con el público, haciendo que no recordaba el empujón ni el trato.
Me levanté lentamente y le dirigí las peores de mis miradas «Si pudiera matar con ella estaría muerto, y atado con cadenas para no poder huir del infierno», consiguiendo que este flaqueara; cosa que aumentó mi autoestima lo suficiente para comenzar con el plan.
Me acerqué lentamente a un lado del escenario, en el que estaba el chico de la capa, e hice aparecer un círculo blanco brillante a mis pies. Este comenzó a recorrerme hacia arriba, y cuando acabó ya no iba vestida con aquel sucio vestido de harapos.
Llevaba una falda blanca como la nieve, con encajes en dorado, y más corta por delante que por detrás. También un corpiño blanco a juego con la falda, con una cinta dorada que recorría mi hombro izquierdo y me llegaba justo encima del ombligo. De zapatos unas sandalias blancas atadas a mis piernas hasta la rodilla, y pequeñas alas blancas de ángel que decoraban mis tobillos. Mi cabello estaba completamente liso, y tenía un flequillo recorrido por dos líneas verticales en azul hielo que antes quedaban opacadas por la suciedad de mi cabello. Y mis alas, de suaves plumas blancas como la seda, eran fuertes y estupendas para luchar.
Miré al público, y había todo tipo de miradas y reacciones. Desde asombro «Llegando a bocas abiertas de la impresión», a ojos vidriosos de la emoción aplaudiendo efusivamente, pasando por sonrisas macabras y todo tipo de reacciones lujuriosas.
—Alia, ¡Demuestra de lo que eres capaz! —Handson se estaba regodeando, seguro estaba sintiéndose un dios por tenerme como mercancía. Que mejor momento que este para arruinarlo todo. Le di una mirada rápida a las niñas, que estaban observándolo todo, y supieron que era la señal.
—Como ordene maestro. —Handson se giró sorprendido al oírme, pues hasta él se dio cuenta de lo sospechosas que sonaban esas palabras en mi bosa; sobre todo si iban dirigidas hacia él. Luego de que se girara le hice una pequeña reverencia. «Seguro que pensará: "Por fin se da cuenta de quién manda aquí". Y mejor que siga pensando así». En un rápido gesto logré que una espada dorada como el más puro oro se posara en mi mano hábil, y la blandí en su dirección; despidiendo ira por mis ojos.
Tras mi gesto de desafío el hombre desenfundó su arma, una pistola tan traicionera como su dueño. Sin mediar palabra empezó a disparar, pero con elegancia logré detener todas y cada una de las balas; dejando en el escenario algunas cortadas a la mitad. Poco a poco me fui acercando al hombre, y recordando una de mis muchas clases de esgrima posé la punta de mi arma en su corazón.
Al segundo de estar acorralado Handson comenzó a reír, produciendo carcajadas teñidas de poder y alcohol. Este gesto por su parte me hizo temer, temer de lo que pudiera haber preparado.
— ¡Oh Alia! ¿Crees de verdad que soy tan estúpido como para dejarte libre, tú con tus grandes poderes, y no traer ayuda para controlarte?
En ese instante diez sombras enormes salieron de debajo de las antorchas. Fui muy descuidada, y al fijarme en las personas de las capas no vi a los que se escondían. El de delante, que parecía ser el líder, se quitó la capucha que cubría su rostro.
El pelo del hombre estaba limpio y peinado, y era de un color plata que parecía rojizo por la luz de las antorchas. Sus ojos eran pequeños y completamente negros, y lo que más atraía la atención de su rostro era el gran tatuaje negro que cruzaba toda la parte derecha de este. El hombre se adelantó al resto, y comenzó con un discurso bastante preparado, que acompañaba con una fría mirada sin sentimiento.
—Te damos dos opciones que te mantendrán con vida y otra que no. Te vienes con nosotros sin intentos de huir. De ese modo nosotros te dejaremos con vida, y podrás formar parte de nuestro clan, o... Te quedas aquí para que te vendan a otro postor. Lo harías por las buenas y acabarías como lo que sea que te hagan hacer y nosotros nos llevamos parte del dinero que el hombre gane por ti. —En ese momento señaló con la cabeza a Handson que parecía muy seguro con lo que el hombre decía, pensando seguramente que le pagarían mi precio si yo decidía acompañarles—. Si no aceptas acabarás muerta, así que elige. Tienes tres opciones, pero solo con dos verás la luz de un nuevo día. Ah, que grosería la mía. Llámame Hunt. —Y a eso último el hombre añadió una sonrisa de lado que hizo que sintiera las ganas de vomitar.
Empecé a temblar al escuchar las primeras palabras de Hunt, pero a medida que hablaba odio y repugnancia era lo que sentía en lugar del miedo inicial. Miré de reojo al público, pues algunos de los presentes «La mayoría», estaban aplaudiendo a las palabras del hombre. «En serio son tan egoístas, yo también les quiero gente».
Mientras miraba a los presentes para encontrar algún atisbo de pena «Cosa que fue imposible», vi al tipo de la capa junto con los otros. «Mis sospechas fueron acertadas...». Todos parecían hablar entre susurros, pero de vez en cuanto podía ver como uno de ellos se giraba hacia el escenario. Sin contar al chico que mantenía la mirada pegada a mí todo el tiempo.
De repente, un grito de un muy colérico Hunt me devolvió a la realidad, pues me había pasado más tiempo del recomendado intentando ver el rostro del encapuchado,
— ¿Vas a decir algo, "plumas"? —Miré confusa al hombre cuando me dijo "plumas" « ¿A qué viene eso?» y este me devolvió una sonrisa cargada de entretenimiento—. Por fin despiertas, y plumas, por las alas, ¿no es obvio?
En ese momento comenzó a reír e instó a todos sus ayudantes a imitarle. En su cabeza debía sonar de lo más ocurrente, pues para el resto era un simple chiste sin gracia formulado por un hombre de mismo porte. Pero parecía feliz con su ocurrencia. Y a medida que transcurrían los segundos su risa era más psicópata, y no podía responder del miedo que me había paralizado de repente. Mi voz parecía haber desaparecido, y pude ver de soslayo la vara que uno de sus compañeros hacía girar; produciendo un brillo para nada sospechoso. «Brujos oscuros... Sucia artimaña la de despistarme para atacar por la espalda».
— ¿Qué pasa, el angelito se quedó sin palabras? Qué pena que sucumbas al miedo que te doy, pensé que eras más fuerte, pero parece ser que no. Y como no me respondes, tendré que matarte. —En ese momento un rayo negro salió de una especie de vara que el hombre portaba. Y yo, por instinto me cubrí con mis brazos y alas esperando el golpe; pero este nunca llegó.
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