El temor de no estar contigo
Mamá, ¿qué voy a hacer cuando ya no estés?
¿Qué será lo que recuerde de ti cuando nos separemos para siempre? A veces pienso que serán tus brazos reconfortantes que me arrullaban de pequeña, o tu aroma a lavanda que percibía en tus apapachos mágicos, capaces de relajarme después de un mal día.
Pero también puede que recuerde tus miradas gélidas cada que hablaba de cosas estúpidas, como cuando en mi adolescencia te hablé sobre mi deseo de estudiar filosofía. Tu lengua filosa también se grabó a fuego en mi corazón, y ahora mismo se me viene a la mente la vez que me echaste de casa cuando te confesé que tenía novia. Me gustaría decir que no te reconocí tras toda esa sarta de insultos mientras me empujabas hacia la puerta... pero lo hice. Así eres tú, mamá.
Así eres: tan implacable y devastadora cual huracán cada que avistas nubes grises en el cielo azul de tu vida ideal. De tu hija ideal. Pero, así como destruyes, tus manos también son fuertes para reparar los daños, y delicadas para recogerme de entre los escombros y abrazarme entre lágrimas de ambas, mientras me pides perdón, me recuerdas que me amas, y prometes que no volverás a hacerme daño otra vez. En esa faceta tuya, mamá, también te reconocí.
No eres perfecta, lo entiendo. Yo tampoco soy la hija perfecta. Pero ninguna es un caso perdido, y eso fue lo que nos salvó de convertirnos en desconocidas. Muchos no pueden correr con esa suerte, y por eso agradezco cada minuto el tenerte como madre.
Pero los años pasan, y desde siempre estuvo impuesto que cada día estamos más cerca del final de nuestras vidas. Separarme de ti fue un miedo que pronto apareció cuando las cosas entre ambas empezaron a marchar bien. Desde entonces me aseguré de disfrutar cada momento contigo, pues no sabía cuándo sería el último. Aun así, el solo pensarlo me hiela el alma.
Por eso, mamá, ¿qué voy a hacer cuando ya no estés? ¿Qué voy a hacer cuando por fin tenga el valor de cruzar ese aro de luz detrás de mí? La otra vida, me supongo. ¿Y si no soy capaz de recordarte siquiera? O peor aún...
¿Debería cruzar antes de que fuerces la puerta de mi apartamento y descubras mi cuerpo inerte en la habitación, acariciando con mis dedos una pistola? No sé si podré irme en paz si veo tu reacción. Posiblemente sea una muy parecida a la que tuviste cuando estuve a punto de ahogarme en el mar a los siete años.
Intento llorar, pero pronto descubro que los espíritus no pueden hacerlo. Pero el corazón se siente tan pesado como cuando aún latía. Me preparé para verte partir a ti, mamá. Yo me quedaría en este mundo recordándote con nostalgia y añorando otro de tus abrazos reparadores, o hasta una cachetada cortesía de mi insolencia contigo. Jamás pensé que yo sería la primera en irme.
Ojalá hubiera heredado tu fortaleza. Sin ella no pude hacerle frente a la vida y así terminé, decidiendo el día y la hora para ponerle un alto a mi agobio, a mi dolor. Y espero me puedas comprender, espero que repares en la carta que dejé en mi almohada con aroma a lavanda, porque hasta el último momento quise sentirte a mi lado.
Pronto escucho tus golpes en la puerta, que con el pasar de los segundos se vuelven más insistentes. Comienzo a temblar, dispuesta a enfrentarte cuando entres... Pero cuando alcanzo a escuchar tu voz pronunciando mi nombre, en un tono impaciente y a la vez cariñoso, sé que así es como te quiero recordar en la otra vida: mostrando esas dos facetas que tanto me amaron. Sonrío y por fin me levanto, alejándome de mi cuerpo, sintiéndome más ligera y preparada para caminar hacia la luz.
Gracias, mamá. Hasta en mi partida supiste cómo repararme.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top