Tormento
I.
En el cuarto de almacenamiento había varios objetos olvidados, estorbosos u otros que estaban ahí para ahorrar espacio, campanas entre muchas otras cosas, como el monaguillo de la iglesia que se encontraba sentado contra la puerta desde ya hace unas horas. Ya era pasando de la media noche, el silencio tanto como la oscuridad delatan que todos debían estar dormidos. Eran pocos los sonidos que acompañaban el pesado respirar del rubio que apenas y mantenía los ojos entre abiertos. En aquella habitación empolvada se escuchaban las patas de al menos dos roedores, al igual que el "tic-tac" de varios relojes, todos avanzando a tiempos diferentes en una desafinada y molesta melodía que no cesaba por más que pasaran los minutos y las horas. Fue aquella desafinada melodía que había despertado al rubio del limbo en el que se había encontrado sin recordar por cuanto tiempo con exactitud. Volvió a la realidad respirando hondo y abriendo los ojos a par en un intento de ubicarse en la oscuridad. Fue en ese momento que todos sus sentidos parecieron despertar, primero el tacto, hizo un movimiento brusco que lo hizo azotar sobre la madera húmeda al intentar alejar su mano de la pequeña nariz rozada que había estado olfateando. Un grito se vio ahogado por el agudo dolor que de pronto había dejado su cuerpo paralizado.
—No, esto no. . .
Susurro el rubio, entre sollozos todo a causa del dolor que no lograba comprender del todo. Respiro hondo, ignorando el polvo que entraba en su garganta hasta que comenzó a toser, fue entonces que noto lo mucho que le dolía la garganta como si hubiera estado gritando por horas hasta desgastar su voz por completo. Nada de eso tenía sentido, no hasta que sintió como la tela de su ropa se iba humedeciendo desde el hombro hasta el pecho, trago saliva para hidratar su garganta conforme alzaba la mano derecha para tocar su hombro por encima de la ropa. En ese instante las nubes dejaron de bloquear la luna y tras la pequeña ventana de aquel almacén se hizo la luz, suficiente para poder ver su propia mano. Al ver su propia sangre de color vibrante escurrir por su mano sintió la cabeza ligera y como su cuerpo se iba descomponiendo parte por parte una vez más. Aquel color rojo había hecho que algo conectara en su memoria, aquel mismo recuerdo que comenzaba a causarle nauseas por el acto o pecado al que había sucumbido y por el cual ahora sentía tanto cuerpo como alma destrozados.
Lo sucedido en el altar volvía a su mente, humedeciendo nuevamente sus ojos no solo por el dolor físico si no por la culpa. Mientras se encontraba en el piso busco culpables, señalar dedos para compartir el castigo, eso hasta que sus sentidos se iban apagando y el dolor entumecía su cuerpo una vez más. Conforme la imagen de su mano sangrienta se Biblia borrosa pudo soltar un suspiro de alivio tanto como de decepción tras encontrar una respuesta satisfactoria, no se arrepentía en lo absoluto, el placer había valido cada herida, morete o mordida en su cuerpo. En algún momento en la mañana del día siguiente, otro de los monaguillos había dado con Alone, que había permanecido inconsciente por bastantes horas en el piso. La segunda vez que abrió los ojos ya no se encontraba en aquel almacén empolvado, si no en la habitación que compartía con otros huérfanos a quienes la iglesia había acogido en algún momento de su niñes.
— ¿Que fue lo hiciste?
Alone que había permanecido durmiendo, ignoro la pregunta mientras veía su mano, asegurándose de que no hubiera sangre en ningún lado y en efecto sus heridas habían sido tratadas. Ahora tan solo sentía el cuerpo ligeramente adolorido y pesado al igual que se encontraba aturdido por lo cual había pasado por alto la pregunta, incluso cuando la escucho en al menos otras dos ocasiones seguidas. Hasta que el anciano que había estado de pie alado de la cama se retiró tras no obtener una respuesta o siquiera una mirada. Lo que Alone no pudo ignorar fue cuando logró escuchar las últimas palabras que le dedicó el sacerdote, "Que te perdone dios". Aquellas palabras habían hecho que abriera los ojos por fin, recordando detalladamente lo que había deseado olvidar y lo que había negado en sueños. No era momento para lamentarse si no para enmendar un error, si bien les ensenaban en ese mismo lugar que dios era un ser bondadoso y de corazón puro que otorgaba el don de perdonar y abriría las puertas del cielo a cualquier pecador. Por un momento, en la mirada de Alone se pudo ver la tranquilidad tras recordar lo que escuchaba casi a diario durante la misa, eso hasta que a su lado sintió la cortante mirada de sus compañeros de cuarto. En un instinto de cobardía se dio la vuelta para quedar frente a la pared e incluso entonces sentía las filosas miradas de desaprobación.
II.
Pasaron los días, semanas en los que para Alone, era como caminar con espadas enterradas en la espalda, una por cada mirada de la que se percataba. De pronto todo lo que hacía era cuestionado a la vez que el mismo cuestionaba todo lo que el sacerdote cantaba durante cada misa, eran mentiras. No lograba comprender como podía hablar de perdón y misericordia, mientras a puertas cerras no podía otorgarle el perdón a un alma joven que había caído ante la tentación. Tras negarse a hablar sobre lo ocurrido había acudido al confesionario, no cual pecador buscando la luz, si no como criminal en interrogatorio. Uno en el cual el padre se encontraba atrás de un escritorio y en el que no había privacidad alguna. La puerta estaba abierta y detrás había una monja anciana cuyas manos delgadas sobre sus hombros no brindaban calma, todo lo contrario se sentía como el agarre de un verdugo bestial. De reojo podía ver las sombras de sus compañeros que escuchaban todo de manera poco discreta. Su atención volvió al anciano cuando sintió las manos de la monja apretar sus hombros para hacerlo voltear,
— Una vez más, niño, lee esto otravez. — dijo el sacerdote golpeando con la palma de su mano el enorme libro que era la biblia, señalando a un párrafo en específico.
Hubo silencio en la oficina, Alone negó con la cabeza mientras miraba al sacerdote, implorando con la mirada no tener que leer de nuevo. Fue el rubio quien termino cediendo tras agachar la cabeza impulsada por la mano de la anciana detrás.
— N-no. . No te acostarás con un hombre como con una mujer. Eso es una abominación.
Alone se mordió la lengua conforme leía en silencio el final del verso. Aquel que lo condenaba al infierno por sus actos. De pronto sintió nauseas conforme lo leía una y otra vez. El palpitar de sus tímpanos se escuchaba cada vez más y más fuerte resonando con los latidos acelerados de su corazón, golpeando contra el pecho una y otra vez amenazando con salirse. Aunque justo en esos momentos desearía haber muerto que haber cometido tal pecado en la iglesia.
— ...Un acto abominable y los dos serán condenados a muerte, de la cual ellos mismos serán responsables en el infierno!
Se escuchó la voz ronca del anciano terminar el párrafo, en un tono de autoridad tan hipócrita que el ex-monaguillo podría jurar le causo nauseas. En ese momento se podía escuchar todo, desde los murmullos en el pasillo hasta como el padre repetía una y otra vez aquel infernal párrafo acompañado por los reproches de la monja detrás de él. Era como un ataque de nervios o algo peor, un malestar que venía desde adentro y era más que solo la culpa. Busco una escapatoria en las paredes pero tan solo veía pinturas de esos mismos santos que observaron cómo se entregó al pecado justo en el altar, hasta que vio una pintura hecha por su misma mano, eran Ángeles. Todos con rostros tan familiares, pero a la vez no tenían nombre. Sus ojos eran rojos, un rojo con el que jamás estuvo satisfecho. Sus propios ojos azules buscaron sedientos alguna salida a aquel infierno y a las voces que lo aturdian. Justo cuando estaba por llegar a su límite sus ojos se llenaron de lágrimas, listo para romper en llanto de desesperación.
— Silencio!
Grito Alone cubriendo sus oídos con ambas manos, la flama de todas y cada una de las velas en el lugar se elevó a la par de su voz, algunas alcanzando las cortinas y los estantes de libros iniciando pequeños incendios en la oficina. Fue en ese momento que hubo silencio, hasta que los monaguillos que habían estado husmeando entraron de prisa a apagar el fuego. La tranquilidad duro apenas unos segundos, cuando para Alone volvieron las náuseas, por las cuales tuvo que levantarse de la silla y salir del lugar dejando detrás al atónito sacerdote que en algún momento se había caído de la silla y a la monja quien se encontraba contra la pared rezando con un rosario viejo en las manos.
Después de aquel día, hacia Alone ya no eran dirigidas miradas solo de desaprobación, si no algunas de miedo. Incluso unas de desagrado cuando los síntomas de mareos, desmayos y nauseas hablaron por sí mismos sin dejar espacio a secretos, pero si a supersticiones y rumores. Entre practicar brujería hasta que se había metido con el mismo Rey del infierno y que cargaba con el Anticristo en su vientre. Se volvió más pesada la estadía en ese lugar, conforme pasaban más semanas estaba al tanto de que no deseaba seguir ahí ni mucho menos cagar con el hijo de alguien a quien ni siquiera conocía. Para ambas cosas había soluciones, pero no era tan fácil como al joven le hubiera gustado parte de la iglesia quería que se fuera mientras que otra quería mantenerlo cerca por miedo a la imagen de la iglesia y el hecho de que creían que aún había salvación tanto para el como para lo que cargaba en el vientre. Desde aquel accidente había pasado días en los que no salía de su habitación, que ahora tenía una propia en el sótano donde pasaba la mayor parte de su tiempo pintando o lamentándose cada vez que entraba alguien a orar por su alma, o incluso en una ocasión a intentar aplicarle un exorcismo. Tanto tiempo a solas había permitido que despejara su mente en la oscuridad, poco a poco recordaba nombres y rostros de personas a quien alguna vez había amado y odiado. Aquella noche en particular, había terminado una de tantas pinturas desde su encierro, cuando estuvo por soplar el fuego de la vela que estaba en su mano, miro con atención la pintura. Dos gemelos de alas negras, la única diferencia siendo el color de su cabello.
— Thanatos e Hypnos..
Murmuro Alone en una voz casi inaudible, suficiente para el mismo escucharla. De pronto volvían a su mente más rostros, más nombres y más de sus propios pecados que eran en verdad imperdonables. Fue entonces que comenzó a sudar frio mientras miraba el rostro en específico del gemelo rubio. Lo poco que quedaba de su mente comenzó a despedazarse abriendo camino para que volvieran los recuerdos de su vida pasada. El rompecabezas se juntaba poco a poco, conforme cuestionaba el cómo había terminado en esa era y en ese sitio. Respiraba agitado y sudaba frio conforme lentamente soltó el pincel para deslizar la mano hasta su vientre que aún seguía plano. La mirada de Alone viajo de un lado a otro, teniendo un momento de claridad desde el día que había entrado a la iglesia, todo había sido un error pero jamás se había sentido tan aliviado como en ese momento. Al fin pudo respirar, pensar con claridad. Soltó un suspiro suave conforme se sentaba cómodamente en el colchón mientras buscaba entre los tres cajones alado de la cama, donde sabía que encontraría la respuesta que había estado buscando.
— Parece que después de todo, solo se trataba de una broma cruel.
Dijo el rubio en una voz suave mientras lentamente alejaba la mano de su vientre y exhalaba profundamente, en completa tranquilidad antes de cerrar los ojos. En cuestión de segundos el colchón se tiño de color carmesís, el rojo más hermoso que existía. La solución había estado a su lado durante varias noches, en forma de una navaja oxidada con la que le había sido recomendado el suicido, pero ahora esa misma navaja se clavaba en lo más profundo del vientre del joven, permitiéndose incluso apuñalar una y otra vez el mismo sitio hasta llegar a la inconsciencia.
IV.
Lo que paso después de aquel incidente no era importante, en el presente Alone no recordaba más que haber despertado una vez más con vida y rodeado de bastantes llamas al igual que los gritos de auxilio implorantes de misericordia conforme él se alejaba, arrastrando los pies lejos de aquel lugar. Acompañado de un can quien era su guía a donde encontraría la verdadera salvación; en el Inframundo.
V.
El dia era bastante tranquilo, al menos si a eso se le podía llamar tranquilidad en el infierno. Fuera de el hecho de que se vivía entre muertos, no había absolutamente nada turbio acerca del reino de Hades, el cual en la actualidad se veía comandado por Alone desde Giudecca.
— Alone, —Se escuchó el sutil rechinar de la puerta cuando el dios menor, Oneiros se hizo presente en la habitación.
— Toma, te compre esto.
Cerberos quien tomaba la apariencia de un cachorro, yacía a los pies de su dueño y fue el primero en mostrar interés en lo que el dios menor sostenía en sus mano. El ahora azabache, Alone no mostro mucho interés, suponiendo que se trataría de alguna tontería que terminaría por causar una discusión infantil entre ambos. Al final gano la curiosidad y dejo el lápiz con el que había estado dibujando para tomar aquel objeto de la mano de Oneiros. En efecto, se trataba de una tontería pero también de algo bastante irónico. Se trataba de unos anticonceptivos, en una caja con la ilustración caricaturesca de una mujer arrojando un bebe por los cielos. Por su mente corrieron muchas imágenes y recuerdos, incluso llegó a sentir cierto dolor en el pecho, uno tan fuerte y doloroso que casi pudo sentirlo en el vientre. Sin más, tuvo la suficiente fuerza de voluntad de ignorar y olvidar. Tomo un par de segundos más observando aquella caja, para para después reír mientras dejaba los anticonceptivos sobre el escritorio.
— Ya te dije que no hay manera de que yo quede esperando.
— Estas seguro? — Pregunto el dios menor mientras hacia un intento de alejar al can que mordía su zapato izquierdo en un intento de robarlo.
— Si, Bastante seguro.
. . .
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