Cautiva
Cautiva en mi jaula, deseaba conocer el campo, sentir la brisa chocar contra mi cara, oler la grama mojada y tocar cada flor hermosa de la pradera. Me imaginaba corriendo entre el campo, descalza, conectándome con la naturaleza y su vitalidad. Y con el tiempo, aquel cerrojo que me mantenía dentro de los barrotes, se reventó, dejando una libertad inmensa expuesta a mis deseos. Y corrí, corrí con fuerza hasta la luz que me llevaba a un pasto verde, fresco y húmedo. Entonces me detuve, para tomar aire y aspirar aquellos olores que invadían mis alrededores, se respiraba seguridad y confié en la verde madre. Mis insaciables ganas de conocer más me llevaron a recorrer ese camino amarillo adentrándome más a un bosque profundo y mágico; donde encontré criaturas inimaginables que me transmitían paz, ansiedad y satisfacción. Descubrí un mundo nuevo y con él me abracé y me hice suya. Seguí cruzando riachuelos, saltando de roca en roca, ingenua al desconocer si alguna roca me haría resbalar y caer al agua. Caminé, corrí, trepé, me llené de tierra y mi cabello ya no conocía lo que era una coleta, volaba feliz, plácida, hundiendo mis pies en el lodo fresco. Descubrí flores que jamás pensé descubrir. Me sentía única, envuelta en dosis matutinas de alquimia forestal, natural, liberal.
Y un día casi resbalo de una roca, por mucho, una advertencia que me decía que no siguiera, que regresara o acampara ahí, y una voz en mi cabeza susurraba "adelante hay más rocas babosas, adelante hay más rocas babosas". Y me detuve. No fue por mucho, confiada estaba que la madre verde no dejaría que cayera. Y seguí, prevenida, pero seguí. Disfruté cada sensación natural y mística que el bosque me brindaba. Y seguí, hasta toparme con un río grande, salté hacía la primera piedra y al llegar a la segunda pestañeé, titubeé y un sonido llegó a mis oídos; era el cantar de un ave que sobrevolaba las copas de los árboles, lo vi y lo seguí tan rápido con la mirada que mi cabeza giró, mi cuerpo giró y mi pie resbaló... Me hundí en el agua y traté de agarrarme de algo, alguna rama pero no tenía nada, todo era agua y yo, una corriente turbulenta que me llevaba río abajo, meciéndome de un lado a otro en cuestión de segundos, abrupto y firme, castigándome por osar a entrar en sus aguas. Me enfrenté a un vacío abismal y eterno que terminó por sumergirme en un pozo profundo de agua dulce que removía sus moléculas de hidrógeno y oxígeno para abrirse paso alrededor de mi como si una estampida en Times Square me acorralara. Por primera vez sentí temor, sentí insatisfacción, ansiedad y desesperación, estrés y... Frío. La calidez se ha esfumado. Las salamandras que podía encontrar en las orillas ya no eran un problema al cual enfrentarme. Me esperaba algo mayor y yo, inconsciente, mientras, sumergida en aquel pozo con cero esperanzas de sobrevivir.
La luz se presentó, el brillo se intensificaba, los colores se fueron aclarando y mis ojos contemplaban mi ahora posada. Tenía cuerpo cansado y abatido, contra pasto y tierra fresca, mis pies se sentían fríos y húmedos, y ha de ser por el agua que chocaba con ellos, cada segundo, en su vaivén. Mis manos y mejillas reposadas en piedra lisa, podía oler su humedad. Me levanté y asimilé la nueva oportunidad que había recibido, la pesadilla habría terminado hace horas y yo sin haberme dado cuenta. Di cuatro pasos, dejando un camino de gotas al pasar, y de repente... Una flor... Una flor azul que en luz tenue resaltaba a mis ojos y la reconocí. Hace un par de riachuelos que la había visto. Me acerqué a ella y la observé, la acaricié y la olí. Me reconfortó, me dio paz y calmó mis angustias. Con una sensación más apacible di más pasos, muchos más. Y volví a encontrar esa flor. Me sentí feliz y disfruté su compañía. Seguí, y con más pasos descubrí una planta extraña, sin taxonomía dentro de mi mente, era toda una novedad y me resistí a compartir con ella pero más grandes fueron mis ganas de responder incógnitas biológicas. Así que la estudié, por unos minutos, y me pinché el dedo.
Como la bella durmiente, mi rueca era una planta y mi maldición un pinchazo por una de sus espinas. Caí en un profundo sueño en el que sólo podía soñar. Y recordé la jaula y me vi en ella, en un reflejo. Un par de sueños más tarde, entendí de qué se trataba la película que estaba viviendo, y decepcionada la asimilé y acepté. Me la paso caminando por campos abiertos y preciosos, rodeada de flores y exquisitos ejemplares naturales de vida. Condenada a mirarlas de lejos, pues, mi energía las marchita. Me siento triste, descolocada, sin ánimo alguno. Y veo la lluvia pero no me empapa, veo el aire moverse pero no lo siento, veo los árboles y flores vivir pero no me rozan al pasar.
De nuevo encuentro barrotes, un cuadrado perfecto en medio de toda la verde madre. Camino hacia allí y aceptando mi destino, entro. Y me encuentro, otra vez, cautiva en mi jaula. Y, a diferencia de la primera vez, esta, puedo ver todo desde aquí. Puedo ver como todo el bosque florece mientras yo me pudro. Y resisto, hasta mañana. Porque sólo mañana, sabré si volveré a salir de esta jaula y dejar de ser cautiva.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top