Capítulo 8
Durante el resto de vacaciones de Navidad en La Madriguera no hubo ninguna actividad extraordinaria. Visitas de algunos amigos, excursiones muy limitadas por el miedo a cualquier ataque, reuniones de la Orden del Fénix a las que rara vez dejaban asistir al trío... El principal entretenimiento fueron los partidos de quidditch en los alrededores de la casa mientras Hermione leía o disfrutaba largos ratos sola en la cama o en la ducha pensando en el futuro.
Pronto pasaron las dos semanas y llegó el jueves en que estaba prevista su vuelta a Hogwarts. A nadie le extrañaba el entusiasmo de la castaña: siempre le había encantado aprender e ir a clase, así que no resultaba especialmente sospechosa la ansiedad extra que mostraba en esta ocasión. Aunque el tren no salía hasta medio día para llegar al colegio a la hora de la cena, a primera hora Hermione ya tenía todo su equipaje preparado. No así Harry, Ron y Ginny, cuyas pertenencias se hallaban desperdigas por toda la casa a pesar de las continuas regañinas de Molly. La castaña los ayudó a todos y a las doce del medio día estaban ya en el andén 9 y ¾ de Kings Cross.
Mientras se despedían de los padres y hermanos mayores de Ron, llegaron al el andén Narcissa Malfoy y su hijo. Inmediatamente Hermione agarró a Harry con cariño pero con firmeza para evitar que montara una escena innecesaria. El chico ya tenía la mandíbula y los puños apretados. Desde la muerte de Sirius por culpa del padre de Malfoy, la enemistad con este había aumentado desmesuradamente. Aunque el patriarca se hallaba en paradero desconocido y los aurores aún le buscaban, Harry estaba seguro de que su mujer y su hijo lo ocultaban en algún sitio. Su relación con el joven Slytherin había empeorado mucho. Ron y Ginny se unieron a su amiga y le repitieron a Harry que no valía la pena arriesgarse a ser expulsado por enfrentarse al hijo de un cobarde, que ya pagaría por sus acciones. Hermione añadió que lo que hiciese su padre no era culpa de Draco, pero que defendiera al rubio no ayudó al Elegido en absoluto. Sin embargo, consiguieron meterlo al tren y encerrarse en un compartimento sin más incidentes.
Cuando llegaron al castillo el cielo ya estaba oscuro. La presencia de aurores entre sus muros había aumentado. Seguramente como consecuencia del creciente número de muertos que sumaba el mundo mágico día a día; a pesar de que intentaran silenciarlo para no aumentar el estado de alarma, era evidente que habían extremado las precauciones al máximo.
Esa noche, Hermione estuvo preparada para la cena incluso antes que Ron y eso que si algo habían hecho durante las vacaciones, había sido comer. No obstante, su ilusión se redujo a cenizas cuando al sentarse en la mesa de Gryffindor miró hacía la de los profesores y vio que la silla donde solía sentarse la profesora de Defensa estaba vacía. No pudo evitar la tristeza, había confiado en poder al menos saludarla esa misma noche. Se preguntó dónde estaría y si estaría bien.
Durante el brindis de bienvenida, Dumbledore insistió en recordar que Hogwarts seguía siendo el lugar más seguro del mundo mágico como respuesta a los padres que tenían miedo de mandar a estudiar a sus hijos. Les transmitió que la guerra estaba próxima pero que la luz siempre se abre camino. De la ausencia de Bellatrix no comentó nada. Hermione recordó que durante ese semestre, la bruja no impartía ninguna clase los viernes (no es que se supiese sus horarios de memoria ni nada...) así que podía ser que siguiera de vacaciones y no se incorporara hasta el lunes. La preocupación y la angustia de tener que esperar tres días más le pareció insoportable. Por suerte, durante la mañana siguiente, el asunto mejoró.
Hermione estaba discutiendo con Ginny durante el desayuno la conveniencia de diseñar una liga de quidditch para elfos domésticos cuando una lechuza negra aterrizó elegantemente -nada que ver con Pigwidgeon- junto a su plato. La destinataria miró sorprendida al animal, cogió el sobre que le entregaba y le dio las gracias. Sin esperar comida o recompensa alguna, desplegó las alas y se marchó veloz. Hermione la siguió con la mirada hasta que Ron la sacó de su ensueño:
-¿De quién es esa lechuza? -preguntó con recelo - ¿Sigues hablando con Krum?
-No es asunto tuyo, pero no, Ronald. Probablemente será un libro que encargué el otro día en el Callejón Diagón -mintió ella.
Todos se dieron por satisfechos y al oír que era un libro, perdieron el interés. Hermione pensó en esperar a llegar a su habitación para abrirlo, pero tenía clases todo el día y hasta la noche no tendría oportunidad de estar a solas. No podía esperar más. Lo abrió con cuidado y vio que, efectivamente, el sobre contenía un pequeño libro cuya cubierta rezaba: "Encantamientos y maldiciones para la protección de objetos" por Pollux Black. No le sonaba el nombre, supuso que sería el abuelo de Bellatrix (y por tanto también de sus hermanas y Sirius). Volvió a meter el libro en el sobre para inspeccionarlo cuando estuviese a solas y desplegó la pequeña nota que lo acompañaba. Se notaba que había sido escrita con prisa, pero se leía claramente:
Peque, estoy bien, vuelvo el lunes. Si añoras mis clases, puedes echarle un vistazo a este libro. Sé que la necesidad y la tentación son grandes, pero intenta no serme infiel con Trelawney, ¿vale? Encontraré la forma de recompensarte cuando vuelva.
B.
Hermione no pudo evitar la sonrisa que invadió toda su cara. Miró hacia la mesa de los profesores donde estaba sentada la profesora de adivinación y ahogó una risa. Era probablemente la antítesis de Bellatrix en todos los aspectos. La profesora siguió comiendo ajena al escrutinio, sin embargo, Hermione se dio cuenta de que a su lado, Snape y Dumbledore la miraban con atención. En cuanto vieron que la joven se había percatado, el profesor de pociones apartó la mirada con desgana y el director le dedicó una ligera sonrisa. Hermione se sonrojó y volvió a centrarse en su mesa donde también Ginny la miraba con curiosidad.
El día parecía no acabar a ojos de la joven. Sin haber tocado apenas la cena, se disculpó con sus amigos, les dio las buenas noches y corrió a refugiarse en su habitación. Se metió a la cama a estudiar el libro que su profesora le había mandado. Era evidente que era antiguo, una edición no comercial y probablemente el propio ejemplar de la bruja. Sus sospechas se confirmaron cuando vio que en algunas páginas había anotaciones y correcciones en una letra que Hermione jamás confundiría. Respecto al contenido, sin duda se trataba de magia oscura: cómo maldecir objetos para protegerlos, cómo sustraerlos sin ser detectado y cosas así. A pesar de no ser un libro que pudiera incluirse en la inocua biblioteca del castillo, tampoco era nada potencialmente peligroso. Nada de un nivel comparable a los horrocruxes. Tras más de dos horas inmersa en sus páginas, la chica se quedó dormida con el libro en la cama; se acostaba con libros más de lo que le gustaría reconocer.
El fin de semana, una vez más, transcurrió despacio para Hermione. Se dedicó a adelantar los deberes de varias asignaturas y a ayudar a sus amigos con los que tenían retrasados. Por fin llegó el lunes. Esta vez, en la mesa de los profesores, la preciosa bruja oscura con su aspecto elegante de siempre conspiraba en voz baja con Snape. A los pocos minutos, la duelista giró la cabeza hacia la mesa de Gryffindor, disimuló una sonrisa y le guiñó el ojo a Hermione. La joven sonrió, se sonrojó y apartó la mirada. Su reacción no pasó inadvertida para Ginny, que siguió la dirección de su mirada y moviendo los labios sin articular sonido le preguntó:
-¿SNAPE?
-¡IMBÉCIL! -contestó ella de la misma manera sin poder evitar reírse.
Por desgracia para ella, el lunes los de último curso no tenían Defensa contra las Artes Oscuras, así que tuvo que esperar y centrarse en sus lecciones matutinas. Después de comer, tenía dos horas libres antes de las clases de por la tarde, así que se excusó con su amigos diciendo que iba a la biblioteca y fue a buscar a la duelista. Ya había estado otras veces en su despacho para pedirle algún libro o ayuda con algún encantamiento, así que no le costó llegar hasta su puerta. Respiró hondo intentando calmar los nervios y llamó con los nudillos.
-¡QUÉ! -Se escuchó el grito colérico de la bruja.
Hacía pocas horas que había vuelto, pero al parecer ya la habían sacado de quicio. Por muchas ganas que tuviera de verla, Hermione sintió miedo de sus cambios de humor. No obstante, reunió valor, entró y cerró la puerta. La profesora estaba de espaldas a ella buscando algún libro en una estantería. "Como vengas a..." empezó a amenazar sin mirar a la visitante. Entonces se giró y la rabia que durante unos segundos brilló aterradoramente en sus ojos, se desvaneció.
-¡Ah! ¡Eres tú, peque! -sonrió-. Perdona, es que llevo toda la mañana...
Hermione no pudo aguantar más. Corrió hacia ella y devoró su boca mientras pegaba su cuerpo contra el suyo lo máximo posible. "Vale", susurró la profesora gratamente sorprendida, "Mi día acaba de mejorar bastante". La chica siguió besándola y agarrando su estrecha cintura con firmeza. Bellatrix agitó su varita dos veces sin pronunciar palabra para insonorizar la habitación y para bloquear la puerta. Mientras, Hermione la empujó contra la estantería para poder hundir los dientes en su cuello. La morena ladeó la cabeza para dejarle más espacio y enredó sus manos en la melena castaña.
-Me alegra ver que me has echado de menos - comentó Bellatrix sonriendo cuando pararon para respirar.
Se sentó en la silla de su escritorio y atrajo a la joven del brazo para sentarla en su regazo.
-Mmm... Tampoco tanto -murmuró Hermione apoyando la cabeza en su hombro, cerrando los ojos y perdiéndose en el olor a fuego.
La profesora le rodeo la cintura con un brazo y apoyó la barbilla en su cabeza.
-¿Dónde has estado? - preguntó la sabelotodo en voz baja sin abrir los ojos.
-En París. Tenía asuntos pendientes.
Hermione supo que no iba a sacarle nada más. Así que cogió un desvío.
-¿Hablas francés?
-Oui, mademoiselle. Je parle parfaitement le français, comme tout ce que je fais – ronroneó Bellatrix en su oído – Mi madre era francesa.
La joven no tenía claro lo que le había contestado y siempre le había parecido una tontería la idea de que el francés fuese el idioma más sexy. No obstante, dio gracias de que la falda de la bruja le cubriera las rodillas donde la tenía sentada, porque sino Bellatrix probablemente hubiera notado la humedad provocada.
Permanecieron así un rato, abrazadas en silencio con Hermione acurrucada en el regazo de la bruja. La joven nunca se había sentido tan segura, tan en paz con el mundo (el mundo que estaba en guerra). La duelista, acariciándole el pelo, dejó que su mano resbalara hasta la clavícula de la joven y notó el contacto de su antiguo colgante. "Me alegra que lo lleves", sonrió. "Cuéntame su historia, por fa", murmuró Hermione. Quería preguntarle de dónde había salido, qué piedra era, cómo funcionaba, cómo era posible semejante encantamiento... pero era incapaz de verbalizar ninguna de ellas por miedo a romper la magia -la verdadera magia- del momento. Confió en que la mayor lo entendiera con esa simple petición. Así fue. Bellatrix comenzó a contarle la historia con voz suave:
-En la familia Black nunca han sido habituales los buenos recuerdos y mucho menos aquellos tan poderosos como para poder invocar un patronus. Mi bisabuelo, Cygnus I, que hizo fortuna con el comercio de mercancías preciosas, estaba obsesionado con encontrar la forma de replicar el hechizo sin necesidad de memorias felices. Un día, un tratante de gemas de Oriente le ofreció lo que se conoce como diamantes de hielo: una variedad del diamante tradicional muy difícil de manipular pero con inmensas propiedades mágicas si se hace bien. Es la piedra más valiosa del mundo y es tan escasa que muchos la consideran una leyenda. Se encuentran enterradas en las profundidades de cuevas heladas en los lugares más fríos del planeta y, una vez localizada una, para extraerla hacen falta meses de trabajo. No se venden porque su valor es incalculable. Por suerte para mi ancestro, el comerciante que se la ofreció era muggle y simplemente pensó que se trataba de algún tipo de diamante corriente. Así que las compró. Él y su mujer dedicaron su vida a estudiar las propiedades del diamante de hielo, hasta que ya casi al final de sus días, se atrevieron a cortar y a tallar el material. La magia del mineral era muy poderosa, pero la de los Black también, así que el diamante no rechazó su magia. Finalmente, logró ligar su patronus a un pequeño trozo y hacer que este emergiera con un simple contacto. El colgante brilla y cambia de color constantemente por el poder que alberga en su interior; pero si lo toca alguien que no sea su legítimo dueño, se apaga bajo la apariencia de un simple cristal sin valor. Mi bisabuela, tanto o más inteligente que su marido, logró replicar el resultado y detallar toda la investigación por escrito. A su muerte, dicha técnica -como todo en la familia Black- pasó a su primogénito varón, mi abuelo Pollux; quien a su vez, legó las piedras y las instrucciones a Cygnus II -explicó Bella estremeciéndose al nombrar a su difunto padre-. Él tuvo la desgracia de tener solo hijas, así que nos dio uno a cada una y el cuaderno pasó a mí por ser la mayor. La verdad es que nunca lo usé, por mucha necesidad que haya tenido de espantar dementores -y créeme que la he tenido-, prefiero que me absorban el alma a aceptar un regalo de esa gente (salvo su dinero, claro, tengo principios pero no soy imbécil). Así que prefiero que lo tengas tú.
Hermione no dijo nada por unos minutos mientras asimilaba la información. A pesar de lo extraordinario de toda la historia, tenía el corazón encogido por la primera frase: la ausencia de recuerdos felices. Bellatrix parecía hablar con pleno conocimiento de causa. "Eres muy buena contando historias", contestó finalmente la chica. Bellatrix rió y esperó la pregunta inevitable de su alumna más inteligente.
-¿Y por qué me funciona a mí? Nadie puede invocar el patronus de otra persona, según Dumbledore.
La profesora guardó silencio meditando la respuesta.
-Tuve que hacer algunas modificaciones y sinceramente no estaba segura de que fuese a funcionar. Deduzco por tus palabras que sí lo hace.
La chica asintió y la miró con expresión interrogante sospechando que eso no era todo.
-Era imposible modificar el poder de la piedra para que aceptara tu patronus en lugar del mío. No obstante, en las notas de mi bisabuela había un apunte que explicaba que aunque la magia del diamante una vez unida a un Black ya no se puede alterar, el encantamiento patronus siempre aceptaría y se fortalecería con el componente perdido en este experimento... la felicidad.
Hermione levantó la cabeza del hombro de Bellatrix, se incorporó un poco sobre su regazo y la miró a los ojos sin atreverse a intuir lo que aquella última frase suponía. La bruja oscura giró la cabeza incómoda mirando hacia otro lado y al rato susurró avergonzada: "Mi patronus responde ante ti porque mis todos mis escasos recuerdos felices tienen que ver contigo".
Hermione se la quedó mirando completamente atónita sin acertar a decir nada. Bellatrix se sentía agobiada y nerviosa. Se arrepintió de haberlo confesado; ahora parecía desesperada, una loca. Levantó con cuidado a la chica de su regazo, se alejó del escritorio, le dio la espalda y le pidió que se fuese a clase para no llegar tarde.
-Te quiero – soltó Hermione sin ser consciente de lo que decía ni de que lo decía en voz alta.
Bellatrix se giró con los ojos muy abiertos.
-Te quiero -repitió ya con total firmeza en su voz.
No supo qué contestar, eso tampoco le había pasado nunca. La joven se acercó y la cogió de las manos intentado que levantara la mirada del suelo.
-Yo... Yo no creo que... -balbuceó Bellatrix asustada.
-No espero que tú me lo digas ahora, ¿vale? Ya lo harás cuando estés preparada, si llega el momento -Bellatrix la miró y asintió despacio-. Solo dime que cenarás hoy conmigo.
-¿Qué? ¿Cómo una cita o algo así?
-Como prefieras llamarlo. Podemos cenar en tu habitación, seguro que es más grande que la mía...
Ahí Bellatrix se recuperó y su expresión cambió completamente:
-¿Pretendes que te haga la cena? No ha nacido la persona por la que Bellatrix Black se meta a una cocina -sentenció con altivez.
-¿Y tú crees que la gran Bellatrix Black podría pedirle a un elfo que le subiera la cena a su habitación?
-Pfff... -refunfuñó ella-. Odio a los elfos, el otro día casi apuñalo a uno.
-¿¡QUÉ!?
-¡Se apareció en mi baño cuando me estaba duchando! No es por nada, peque, pero eso es un espectáculo que no hay dinero que lo pague... Y menos un roñoso elfo.
-No pensé que fueras partidaria de sistemas de tortura tan muggles como el apuñalamiento -comentó Hermione intentado provocarla para vengar el honor de sus amados elfos.
Bellatrix se encogió de hombros: "Soy muy buena lanzando cosas". Hermione sacudió la cabeza dando el caso por perdido.
-Está bien -aceptó Bellatrix-, pero tendrá que ser tarde, tengo mucho trabajo acumulado. ¿Me vienes a buscar a mi despacho pasadas las once?
-De acuerdo.
-Vale. Sé que es pasado vuestro horario de deambular por los pasillos, pero seguro que encuentras la forma de que no te pillen.
-Muy bien, Bellatrix, vendré a las once.
-Bella – corrigió ella- llámame Bella cuando estemos solas.
-Que pases buena tarde, Bella -se despidió la chica sonriendo.
Con un simple movimiento de su mano, la bruja retiró los encantamientos que bloqueaban la puerta y Hermione se fue. No tenía claro qué había pasado en esas dos horas, lo único que sabía a ciencia cierta era que era la primera vez que le había dicho alguien que "te quiero" sin ser amigo o familia. Y nunca lo había dicho con tanta sinceridad.
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