Capítulo 7
En cuanto llegaron a la Madriguera para pasar ahí la Navidad, tanto Harry como Hermione comprobaron que los abrazos de Molly Weasley seguían siendo capaces de cortar el aliento a cualquiera. Igual que la bronca que les echó a ambos por estar demasiado delgados. También se interesó por sus notas, por su estado de salud y les ofreció zumo de calabaza insistentemente hasta que lo aceptaron. Ambos la adoraban, para Harry era lo más cercano a una madre que había tenido.
-Qué bien, mamá -se quejó Ron-, cuatro meses sin verme y a mí ni me preguntas.
-No seas así, Ronald -le reprochó su madre-, estoy bastante segura deque tú te has alimentado bien – afirmó dándole una palmada cariñosa en la tripa.
Ron gruñó e inmediatamente Fred y George le preguntaron si quería abrazos y cariñitos suyos. Como ya era tarde, la matriarca enseguida les animó a que se instalaran en sus respectivas habitaciones y bajaran a cenar. Harry se acomodó en la habitación con Ron y Hermione hizo lo propio en la de Ginny.
Las comidas que preparaba la madre de los pelirrojos podían hacerle la competencia a las de Hogwarts perfectamente; con la diferencia de que en el castillo nadie te obligaba a comerte hasta el último bocado... El ambiente durante la cena fue agradable a pesar de la tensión general por el clima de guerra. Cada vez que alguien intentaba sacar el tema, Molly lo cortaba de raíz. No obstante, eran palpables la ansiedad y el miedo que flotaban en el ambiente. Vieron poco al señor Weasley durante las vacaciones: estaba demasiado ocupado con las misiones de la Orden.
Tras la cena, apenas les quedaban fuerzas para ponerse al día unos con otros. Estaban cansados del viaje y algunos aún seguían de resaca de la fiesta de la noche anterior, así que decidieron irse a dormir pronto. Para desgracia de Hermione que realmente moría de ganas de meterse en la cama, Ginny tenía ganas de hablar. O más bien de que la escuchara. Así que la castaña, con paciencia y buen humor, escuchó todas las alabanzas que su amiga expresó sobre Harry. Las dos gryffindor siempre habían sido buenas amigas y les encantaba cotillear juntas.
Hermione llevaba años escuchando en boca de la pelirroja todo tipo de sueños y deseos en los que "El chico que vivió" era el protagonista. Sin embargo, ahora, por primera vez, sentía que realmente comprendía ese amor tan profundo y la angustia de perderlo a manos de la muerte o de cualquier otro enemigo. Claro que Hermione había querido a sus amigos e incluso llegó a interesarse por Ron. Pero pronto se dio cuenta de que esa atracción se debía al constante clima de peligro y aislamiento que los hacia sentirse necesitados y no a una emoción real. No tenían nada en común, apenas había temas de conversación que les interesaran a ambos y las formas y modales del joven desquiciaban a Hermione. Lo querría siempre como amigo, pero nunca surgiría verdadera atracción. Y menos ahora que había comprendido y sentido en su cuerpo lo que eso suponía. Pero Ginny no parecía querer entenderlo:
-¿ Y tú y él bobo de mi hermano cuando vais a dejar de dar rodeos?
-No hay rodeo alguno, Ginny. Somos amigos y nada más. Además, él está con Lavander y realmente deseo que les vaya bien.
-Bah, seguro que eso es solo para ponerte celosa y empujarte a dar el paso a ti, él es demasiado torpe. Y tú llevas años lanzando miradas furtivas durante las comidas, créeme sé por experiencia cuando alguien está enamorado. Veo en ti todos los síntomas -expuso la pelirroja con aire solemne.
-Si realmente piensas que me puedo enamorar de Ron por su forma de comer, no me conoces en absoluto -contestó Hermione riendo.
-Ahí llevas razón...-aceptó su amiga- ¿Entonces quién es?
Hermione dejó de reír de inmediato, se retorció las manos nerviosa y tardó un segundo más de la cuenta en contestar. Así que la inteligente pelirroja la pilló de inmediato:
-¡Osea que sí hay otro chico, te lo decía en broma! ¿Quién es? ¿Lo conozco? ¿Es McLaggen? Porque ese tío es un poco cretino... pero oye, que si a ti te gusta, no pasa nada. Aunque tendré que hablar con él para dejarle las cosas claras porque...
-¡Para, para! -la cortó su amiga nerviosa- No es él, tranquila. Estamos empezando y no sé si saldrá bien así que de momento no quiero contar nada para no estropearlo... ¿lo entiendes, verdad?
-Claro, Hermione -la tranquilizó-, pero que sepas que lo averiguaré. Y en cualquier caso puedes dar gracias, porque seguro que lo tuyo no es más complicado que ser la novia de "El elegido" -suspiró Ginny metiéndose finalmente en la cama.
"Si tú supieras..." pensó su amiga metiéndose también en su cama.
Cuando una hora después Hermione seguía dando vueltas entre las sábanas, se dio cuenta de que su amiga no había elegido un buen tema para antes de acostarse. Su cabeza no paraba de dar vueltas en torno al tema con el que pretendía no obsesionarse. "¿Qué estará haciendo ahora? Dormir supongo... O igual beber. ¿Dónde estará? Supongo que sola en alguna enorme mansión de Londres. ¿Pensará en mí, se tomará en serio nuestra relación o pasará las vacaciones con algún amante millonario que pueda comprarle cosas caras y acompañarla a fiestas de la alta sociedad? ¿Será muy pronto para escribirle? Pues hombre, tú verás, genio, han pasado como ocho horas desde que la has visto..." se auto contestó. "¿Y si está con Voldemort?". Finalmente se obligó a serenarse y a pensar racionalmente. Bellatrix no era una mujer fácil, pero nunca le había hecho daño a Hermione y realmente quería creer en ella. Con ese pensamiento, finalmente se dejó llevar por los brazos de Morfeo.
A la mañana siguiente, fueron todos juntos al Callejón Diagon a hacer las compras navideñas y se dividieron para que cada uno pudiese comprar los regalos que le faltasen. Hermione empezó por la tienda de equipamiento para quidditch: como Harry, Ron y Ginny eran jugadores (aunque ese año hubieran suspendido los torneos por la guerra), ahí solucionó gran parte de sus regalos. Luego compró chucherías y dulces y también recambios de pergaminos y plumas que necesitaba. No se resistió a visitar la librería Flourish y Blotts donde casi compró más volúmenes para ella que para los demás.Cuando tuvo cubiertos los regalos de todos los habitantes de la Madriguera y también pequeños detalles para enviar a Neville y Luna, le dio vueltas a qué podía regalarle a su bruja favorita. Era una de las mujeres más ricas de Inglaterra, el último miembro de la casa Black desde que sus hermanas pasaron a ser Malfoy y Tonks, y por tanto, no se le ocurría nada que Bellatrix pudiese desear. Sabía que le gustaba leer, pero intuía que probablemente tendría en sus mansiones bibliotecas mejor surtidas que la de Hogwarts. "¿Qué más le gusta hacer?", meditó ella, "destruir cosas". "Ya, no creo que eso ayude..." se respondió "Quizá algo para liberar el estrés...".
Como no se le ocurría nada, decidió pasar a saludar a los gemelos a su tienda de artículos de broma. Como siempre, era el establecimiento más frecuentado de toda la avenida. Fred y George eran grandes empresarios. Hermione llevaba días triste pensando que por primera vez, no iba a poder comprar regalos para sus padres porque ni siquiera recordaban que tenían una hija. Para intentar animarse, decidió que los compraría igual y se los daría en cuanto acabase la guerra y los trajera de vuelta. Así que adquirió varios tipos de chucherías explosivas para su padre: le encantaban todos los pequeños artilugios chispeantes que su hija le enseñaba. Para su madre, decidió comprar bombas de baño que, al ser sumergidas en el agua, la teñían de colores y simulaban lagos o paisajes con diferentes criaturas mágicas. Eligió unas azules y rosas con efectos de sirenas y unicornios que eran sus favoritas y miró los nuevos modelos con todo tipo de criaturas. "¿Thestrals, quién demonios querría bañarse con theastrals?". Inmediatamente su cabeza respondió. Bañarse en agua negra con criaturas aladas podría coincidir con el concepto de relajación de Bellatrix Black. Las compró también. Entonces pasó a pensar si la bruja sería más de ducharse o de bañarse. Su imaginación recreó para ella ambas escenas con toda clase de detalles y su cuerpo reaccionó: se sonrojó, se le secó la boca y se le humedeció otra parte. ¡Vaya dos semanas largas iban a ser!
A medio día se reunieron todos satisfechos con sus compras para comer en un nuevo pub que habían abierto, bastante más elegante que el Caldero Chorreante. Por la tarde, Hermione insistió en visitar el Londres muggle: echaba de menos a sus padres y sentía la necesidad de pasear por Piccadilly Circus, curiosear en las tiendas de antigüedades e incluso comerse un McMenú. La comida del mundo mágico estaba bien, pero ella había crecido en la cultura del Happy Meal. Le costó mucho convencer a sus acompañantes que temían un ataque de mortífagos o cualquier peligro similar. Pero al final, Ron y el señor Weasley (que había acudido para la comida y a quien siempre fascinaban los artículos muggles) aceptaron acompañarla. Además así le hacía a Ginny el favor de proporcionarle tiempo a solas con Harry.
El centro de Londres estaba igual de concurrido y ruidoso que siempre. Hermione lo agradeció. Era un alivio pasar aunque solo fuesen un par de horas en un lugar donde nadie conocía el nombre de Voldemort. Tras dar varias vueltas por las avenidas principales, el señor Weasley empezó a aventurarse por pequeñas callejuelas. En una de ellas encontró una tienda de coches teledirigidos. Como los circuitos eléctricos eran la gran fascinación de su vida, arrastró a su hijo dentro mientras Hermione deambulaba por la librería de al lado. Cuando la chica se cansó de mirar libros y al ver que sus acompañantes habían acorralado al pobre dependiente muggle que les intentaba explicar el funcionamiento de un avión teledirigido, se acercó a la otra acera para curiosear el escaparate de una pequeña joyería. Inmediatamente llamó su atención una pulsera de obsidiana de la que colgaban calaveras de plata. Sin pesarlo y aunque no era barata, entró y la compró; por suerte sus padres eran dentistas, ganaban bastante dinero y siempre ahorraba lo que le daban por sus cumpleaños. Pensó que era el regalo perfecto: por supuesto que la bruja tendría todo tipo de joyas mil veces más caras y elegantes, pero quizá así si se la ponía y miraba su muñeca izquierda pensaría en Hermione y no en Voldemort. O eso esperaba ella.
Cuando los Weasley salieron por fin de la tienda, Hermione decidió familiarizar a Ron con el concepto de "comida rápida". Merendaron en el McDonald y al ver la cara del joven pelirrojo con su Big Mac, Hermione sonrió y se dio cuenta de que el gran amor de Ron siempre sería la comida. Cuando regresaron a casa, el resto ya habían llegado. Todos se fueron a dormir pronto para despertar ya en la mañana de Navidad, menos Hermione que decidió quedarse a escribir la carta a Bellatrix. No fue tarea fácil. Tuvo dudas desde el saludo: ¿podía empezar por "Querida Bella" si ella no le había dado permiso para acortarle el nombre? Permiso que al parecer Snape sí tenía... ¿Y decirle que el negro brillante de las obsidianas le recordaba a sus profundos ojos oscuros y a su electrizante melena era demasiado? Probablemente sí. Tras varios borradores, la carta quedó así:
Querida Bellatrix:
Me dijiste que te escribiera y siempre he sido tu alumna más aplicada, así que espero que aquí también me pongas matrícula.
¿Qué tal estás? ¿Estás haciendo algo divertido o solo destrozando y quemando cosas? Aquí en la Madriguera están siendo unas vacaciones muy agradables. Molly es como una madre para todos, aunque he debido engordar por lo menos tres kilos... Sin embargo, echo de menos a mis padres, son mis primeras Navidades sin saber nada de ellos.
Espero que te gusten mis regalos. No sabía qué comprarle a alguien que lo tiene todo, pero esas bombas de baño nos encantan a mi madre y a mí y pensé que te vendría bien para relajarte, aunque no sé si eres de darte baños. Y espero que la pulsera te guste, es evidente que el negro es tu color y veo imposible que nada quede mal en un cuerpo como el tuyo...
De cualquier forma, espero que estés bien, tengo ganas de verte.
Con todo mi cariño,
Hermione.
Tras darle muchas vueltas, decidió no cambiar nada más y dejarlo así. Juntó todo en un pequeño paquete (asegurándose de que en la caja de la pulsera no se viera que era de una tienda muggle, tampoco iba a forzar su suerte) y lo dejó preparado para enviarlo la mañana siguiente con la lechuza de Ron. Satisfecha del resultado, se fue a la cama.
Ginny dormía profundamente desde hacía horas. Hermione sintió envidia porque una vez más, el sueño no acababa de encontrarla a ella. Sus pensamientos seguían protagonizados por la misma bruja que la noche anterior. Solo que esta vez tomaron un cariz completamente diferente. La imagen de Bellatrix en el baño de los prefectos, con el pecho cubierto de espuma y guiñándole el ojo de forma seductora la obligó a quitarse la ropa interior. Desde joven estaba familiarizada con el funcionamiento de su cuerpo, sin embargo, sus dedos no eran especialmente hábiles en ese terreno y mucho menos teniendo a su amiga durmiendo en la cama de al lado. Pero llegó un momento en que no pudo más. Se tapó con las mantas, cerró los ojos, se mordió los labios para ahogar cualquier sonido y pasó varias horas sin ropa interior y con pensamientos sobre su profesora.
-Veo que tus dedos no son tan ágiles como tu cerebro -susurró una voz ronca en su oído.
Hermione abrió los ojos de golpe. La luz de la luna que entraba por la ventana a medio cerrar iluminó el rostro burlón de la mujer con cuyo pensamiento llevaba rato tocándose. Su cerebro colapsó al sentir como la bruja -con uno de sus característicos vestidos ajustados- apartaba las sábanas y se sentaba a horcajadas sobre ella inmovilizándola.
-¿Qué haces aquí? ¿Cómo has...? ¡Ginny está en la cama de al lado!-exclamó la chica en voz baja completamente shockeada.
-He sentido que me necesitabas... y viéndote, es evidente que no me equivocaba. Tengo mis métodos, ser una mortífaga tiene sus ventajas. Tu amiga está dormida... y petrificada también. Puedes intentar no hacer ruido -ronroneó la bruja mientras le mordisqueaba la oreja- pero soy muy buena haciendo gemir a la gente.
La duelista empujó una rodilla contra el centro desnudo de Hermione y la chica ahogó un grito con esfuerzo. Daba gracias a la oscuridad porque estaba completamente colorada. Aunque eso no le impidió frotarse con fuerza contra la rodilla de la bruja, humedeciéndole al momento la falda del vestido.
-¡Cuánta necesidad! Si sigues así, vamos a terminar pronto- se rió la bruja.
La estudiante sintió todavía más vergüenza, pero no por eso paró. Bellatrix aprovechó para arrancarle la camiseta que quedó hecha jirones. El roce de sus pechos contra el cuero del provocativo escote de su profesora provocó que los pezones se le endurecieran de inmediato. A la bruja le faltó tiempo para meterse uno en la boca. El cuerpo de la joven, jamás tocado por nadie, era realmente hipersensible. Arqueó su espalda para que la boca de la bruja abarcara su pecho por completo. El calor y la humedad de su boca causaban todavía más humedad entre sus piernas. Era realmente buena con la lengua. Miró hacia abajo. Bellatrix alternaba ambos pechos chupando con deseo y mirándola a los ojos con malicia.
-¿Así, te gusta así, princesa, o te lo hago más fuerte?- la provocó la mortífaga acompasando los movimientos circulares de su rodilla con los de su boca y mordiendo con ganas.
Gimió en voz realmente alta. Pensó que a aquel juego podían jugar ambas. Llevaba demasiados años fantaseando con cómo serían los pechos de su profesora como para perder la ocasión de comprobarlo. Retiró las manos de la caótica melena de la duelista y le bajó el escote del vestido hasta dejar expuesto el sujetador de encaje. Perdió la paciencia incluso antes de encontrar el cierre. Metió las manos por debajo de la fina tela y empezó a sobarle los enormes pechos de forma salvaje y sin ninguna técnica.
-¿No eres capaz ni de quitarme el sujetador? ¿Qué eres, un tío? Si no eres profesional no te daré permiso para follarme...
Aquello hizo el resto. La castaña acababa de descubrir que le ponía mucho que le hablasen sucio. Hermione se corrió gritando y empapando por completo la pierna y el vestido de su amante, que ni siquiera había bajado más allá de su pecho. "¡Qué gracioso, hemos conseguido que tengas un orgasmo y sigues siendo virgen!" se rió la bruja al ver que sus predicciones se habían cumplido. La chica, sin apenas aliento después de aquel fuerte orgasmo, iba a responder a su amante cuando vio que el hechizo petrificador de su compañera de cuarto se había desvanecido.
-¡Hermione!-exclamó Ginny- ¡¿Qué demonios es esto?! ¡Hermione!
En ese momento, la chica se despertó completamente desorientada. Analizó la situación: Estaba en la habitación con la pelirroja, bajo las sábanas y sin Bellatrix, con la camiseta puesta e intacta pero sin bragas, con su zona íntima empapada pero todo bajo control. Se había dormido mientras se acariciaba pensando en la bruja y había soñado con ella. Jamás en su vida había tenido semejante tipo de sueño. Se ruborizó solo de recordarlo.
-Estaba... teniendo una pesadilla, siento haberte despertado.
-Tranquila, me he asustado al oír gritos. Y estás empapada...
El pánico cundió de nuevo. ¿Cómo podía saber que...?
-En sudor -añadió Ginny con curiosidad al ver su expresión-, la frente, el cuello, la camiseta...
-Sí... Una pesadilla de las gordas. Voy a ducharme a ver si se me pasa...-murmuró Hermione aprovechando que su amiga se giraba para volver a ponerse la ropa interior.
Después de una ducha sospechosamente larga, ambas bajaron a desayunar. Hermione le pidió a Ron a Pigwidgeon para enviar los regalos de Luna y Neville. En cuanto el pequeño animal se posó en su hombro, Hermione le entregó el paquete para Bellatrix y confió en que supiera encontrarla. Cuando todos hubieron terminado el desayuno, se reunieron para abrir los regalos. Hermione recibió principalmente libros, una túnica nueva y el tradicional jersey de la señora Weasley. Pasaron un día muy agradable comiendo las chucherías que se habían regalado, jugando al ajedrez mágico e intentando enseñar al patriarca de la familia cómo usar sus nuevos coches teledirigidos.
Por la tarde, Molly obligó a sus hijos a ayudarla a arreglar el jardín y a eliminar las diversas plagas que lo habían invadido. Ginny pudo librarse y aprovechó para dar un paseo con Harry por los alrededores de la casa. La sabelotodo respiró tranquila y pudo empezar a leer uno de sus nuevos libros sobre criaturas mágicas junto a la chimenea. Un par de horas después, cuando se hallaba totalmente inmersa en la lectura, un ruido junto a -o más bien contra- la ventana, la asustó. Se dio cuenta de que Pigwidgeon había vuelto y le dejó entrar. Su corazón se aceleró cuando vio que la lechuza soltaba un paquete sobre su regazo con su nombre escrito en una elegante caligrafía. Subió a su habitación y se encerró para disfrutar de mayor privacidad (dentro de lo posible).
Con nerviosismo y mucho cuidado, como si de la extinta piedra filosofal se tratase, abrió el paquete. Dentro había una carta, lo que parecía un libro envuelto y otro paquete más pequeño. Decidió empezar por la carta.
Mi querida Hermione:
Si hubiera algo por encima de la matrícula, llevaría tu nombre y tu firma. Nunca nadie me había hecho un regalo pensando en mí o con una finalidad que no fuese llevarme a la cama (aunque no me importaría si tu hicieses esto último).
Me alegro de que lo estés pasando bien. Piensa que en tus próximas vacaciones estarás con tus padres y sin un pirado que amenace a tu amigo El-que-sobrevivió-a-la-muerte-pero-no-al-alcohol. Molly Weasley nunca me cayó bien. Era mayor que yo y lo poco que nos veíamos era para lanzarnos miradas asesinas. Envidia, supongo. Es evidente que ella también tiene curvas pero en absoluto tan bien puestas como las mías. Si se porta bien contigo le perdonaré la vida; pero como te moleste lo más mínimo, bueno... serás la única no-huérfana de tus amigos. Eso ha sido demasiado, ¿verdad? Dicen que a veces no tengo mucho tacto...
Yo también estoy bien. Te das cuenta de que hacer cosas divertidas y destrozar o quemar cosas es lo mismo, ¿verdad? He estado ocupada por aquí, ahora tengo que irme unos días a Francia y luego no me quedará otra que volver al maldito Hogwarts. Aunque al menos ahí estás tú...
Tampoco sabía qué regalarte, no estoy acostumbrada. Pensé en un libro de Artes Oscuras ya que te gusta impresionar a tu profesora, pero por un lado, no quiero corromperte todavía con los manuales del mal de la familia Black. Por otra parte, ya vi que tu nueva profe favorita es Trelawney, así que espero que disfrutes el libro. Lo otro es un colgante que he tenido desde pequeña y quiero que ahora lo tengas tú. Por supuesto es mágico -como toda mi persona-: si lo aprietas junto al corazón y piensas en mí, aparecerá mi patronus aunque no pronuncies el hechizo ni tengas tu varita o incluso si yo no tuviese entonces capacidad de invocarlo. Si no puede ahuyentar el peligro, me encontrará inmediatamente. Y te aseguro que yo sí podré protegerte.
Te dejo, hace diez minutos que no destrozo nada y eso no puede ser sano.
Cuídate mucho, ma chérie.
Bellatrix.
P.S. Me parece maravilloso que al no saber qué regalarme, pensaras en mí en la bañera. Soy más de ducha, pero por ti -o mejor contigo- me bañaré encantada.
Hermione estrechó la carta junto a su pecho y saltó ridículamente en la habitación. Nunca se había sentido tan protegida, ni se había reído tanto, ni había sentido tanta vergüenza por el descaro de alguien, ni había deseado tanto bañarse... Releyó aquel texto de caligrafía impoluta unas diez veces antes de abrir los otros dos paquetes. Rasgó el papel que recubría el libro y soltó una carcajada al encontrar "Lo que esconden las estrellas: astrología para principiantes". Lo ojeó y se sorprendió de que más allá de la broma, era un volumen precioso con imágenes reales de las constelaciones en el cielo nocturno. Marcó la página dedicada a la constelación de Orión -la que cuenta con la estrella que da nombre a Bellatrix- para leerlo con detenimiento más tarde.
Abrió, por último, el estuche de terciopelo negro que contenía el colgante. Se trataba de una piedra en forma de lágrima de color casi transparente como un diamante pero con reflejos multicolor que mutaban y brillaban en contacto con la piel. Era evidente que se trataba de un mineral mágico que no había visto nunca. Tendría que estudiarlo, buscaría libros al respecto. Se lo colgó con la fina cadena de plata que lo acompañaba y se miró al espejo. Resultaba espectacular. Además, la sensación de que aquel objeto llevaba toda la vida con Bella y aún así se lo había regalado la hacía sentirla persona más especial del mundo. Acarició la joya con cuidado y se preguntó si de verdad funcionaría. Nunca había oído ni leído que un patronus se pudiese invocar así. Además, siempre le habían enseñado que ningún mago podía conjurar el patronus de otro. Tenía mucha curiosidad por saber qué animal era el defensor de la bruja. Un lobo, un cuervo, quizás una serpiente... Pero le había escrito que lo usara en caso de peligro, ¿se enfadaría si lo probaba? La conocía lo bastante para imaginar que lo haría, supuso Hermione, pero aún así... La curiosidad pudo más.
Apretó la joya junto a su corazón y pensó en Bellatrix (no fue difícil). Inmediatamente sintió como una magia muy poderosa recorría todo su cuerpo. Una luz plateada surgió del colgante y de ella emergió un enorme dragón con las fauces abiertas y las alas desplegadas. Ocupaba prácticamente toda la habitación. Hermione gritó. No era posible tener una criatura mágica de patronus, siempre eran animales comunes. Aunque el de Dumbledore era un fénix... "Si él puede conjurar un fénix, ¿por qué no va a poder Bellatrix invocar a un dragón?", razonó ella encogiéndose de hombros. El poder de la bruja oscura seguía sorprendiéndola. Había leído libros sobre dragones cuando Harry participó en el Torneo de los Tres magos y reconoció la especie: era un ironbelly ucraniano, la raza más grande de dragón, el más poderoso de todos cuya capacidad de destrucción no tiene limites. Sin duda, iba bien con su dueña. Mientras admiraba a la criatura plateada, esta miró a Hermione, agachó la cabeza y la rodeó con su inmenso cuerpo de forma protectora y cariñosa.
Era una de las demostraciones de magia más alucinantes que había vivido en toda su vida. Estaba deseando compartirlo con sus amigos... hasta que se dio cuenta de que era imposible hacerlo sin mencionar a Bellatrix. Por mucho que quisiese a Harry y a Ron, no quería hablarles de su relación con la bruja. Sabía que no lo entenderían y menos con las historias que les había contado Sirius. En cuanto oyó que la puerta del piso de abajo se abría, el dragón se esfumó y Hermione ocultó el colgante bajo su jersey. Decidió que en cuanto viera a la bruja le daría las gracias con toda su energía y sin nada de ropa.
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