Capítulo 30
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Noah
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El examen de química había llegado. Manejé por las abarrotadas calles de Miami en dirección a la casa de Belinda. Era bastante temprano, pero no podía aguantar ni un minuto más en mi problemática casa. Cuando llegué a mi destino, toqué el claxon, pero no salió. Tal vez se había ido con Valeria y no me había avisado. Insistí varias veces más, y cuando estuve a punto de marcharme, la puerta se abrió. La persona que apareció no era la que esperaba, sino una chica rubia y delgada con un pijama de flamencos. Bajé la ventanilla e hizo un movimiento con su mano que me dio a entender que pasara, por lo que me bajé del auto y subí las escaleras.
—Margoth —dijo extendiendo su mano.
—Noah —respondí al saludo.
—Siéntate, Belinda se está alistando —comentó—. Soy la hija de Elena, no sé si has oído hablar de mí.
—Claro —afirmé asintiendo—. Siento todo lo que pasó, debe ser muy difícil para ti.
Di unos pasos más y tomé asiento en el sillón. Ella hizo lo mismo y se sentó en un lado del sofá.
—Lo es. Hacía tanto tiempo que no veía a mi madre y... —comenzó a llorar y secó sus lágrimas rápidamente—, cuando por fin lo hice... ya no me podía responder cuando le hablaba. Ayer fue el entierro, no lo podía creer —tomó una bocanada de aire y continuó—. A pesar de estar con Belinda y el señor Regins, me siento sola, ¿sabes? Es extraño estar en Miami y no poder tenerla cerca. Había hecho planes de venir en estas vacaciones para estar juntas.
—Yo... no sé qué decir —proseguí.
Odiaba quedarme sin palabras cuando las personas se abrían conmigo y me mostraban sus sentimientos, pero ahí estaba, sin una mínima idea de qué responder.
—No tienes que decir nada —añadió, encogiéndose de hombros—. Si te cuento esto es porque necesito desahogarme y tú pareces un buen chico. Transmites paz. ¿Ya desayunaste? Te puedo ofrecer algo.
—No, gracias —decliné con una media sonrisa.
—Bueno, como quieras. Belinda es una gran persona —comentó a la vez que tomaba entre sus manos una foto enmarcada de mi novia, la cual estaba en una pequeña mesa junto al sofá —. Ella también está pasando por un mal momento. Espero que no le rompas el corazón.
—¿Cómo crees? Ella es lo más importante que tengo, no le rompería el corazón aunque fuera mi única opción.
La muchacha esbozó una sonrisa y, cuando dejó el cuadro en su lugar, se acercó un poco a mí, luego se dispuso a hablar.
—Me encantan tus ojos —soltó de repente.
Antes de que pudiera decir algo, Bela salió de su habitación y una gran sonrisa se formó al verme. Tenía el uniforme puesto y se había hecho dos coletas bajas que le daban un toque inocente que me encantó.
—Perdón por hacerte esperar, sabes que tardo un poquito —dijo.
—Yo fui el que llegué más temprano de lo habitual. ¿Nos vamos?
—Claro. Adiós, Margoth, puedes hacer lo que quieras —se despidió y la rubia asintió sonriente.
Bajamos y nos subimos a mi Ferrari. Belinda puso una canción en la radio y recostó su cabeza en el asiento a la vez que cerraba sus ojos.
—Necesito relajarme. Tengo tantas cosas en la cabeza que voy a terminar explorando —habló con la voz cansada.
—Ya sé. ¿Y tu mamá? —pregunté.
—Nada nuevo —informó en la misma posición—. ¿Todo bien por tu casa?
—No —contesté con una sonrisa irónica—. Mi padre va a terminar en un psiquiátrico o en la cárcel, mi madre no hace más que dar aburridas charlas motivacionales y mi hermano actúa cada vez vas raro con la empleada.
—Martha, ¿no?
—Sí, Martha. Al parecer tienen algo, pero no logro entender qué.
—Pensé que le gustaba Valeria —añadió observándome.
—Él es impredecible —afirmé.
Cuando llegamos a la escuela, ambos nos miramos con una completa expresión de duda. Bajamos del auto y nos dimos cuenta de que no sólo a nosotros nos había sorprendido, pues todos los alumnos estaban igual de desubicados. Belinda no dijo nada, pero noté que estaba bastante nerviosa, así que decidí tomar su mano para que supiera que no iba a pasar nada malo.
El lugar estaba abarrotado de policías que actuaban con completa normalidad, ignorando que cada uno de los ojos estaban posados en ellos. Algunos hablaban con discreción, otros observaban el entorno y los demás parecían buscar algo.
Jhon y Poul se acercaron a nosotros. Estaban serios y con la mente perdida en algún lugar.
—¿Por qué está toda esta gente aquí? —preguntó el pelirrojo.
—No sabemos, acabamos de llegar —contesté.
A unos metros había un grupo de cinco chicas que hablaba fluidamente. Me acerqué a ellas sin soltar a Belinda, siendo seguido por mis dos amigos.
—¿Saben que pasa? —les pregunté.
—No dijeron nada —respondió una de pelo rosado y luego volvieron a lo suyo.
—Señorita Regins —mencionó un policía.
El grupito detuvo su habladuría y nos miró fijamente. Belinda apretó mi mano y tragó saliva mientras jugaba con un mechón de cabello, notablemente asustada.
—¿Qué pasó? —interrogó con la voz temblorosa.
—Creemos que la escuela es una gran fuente de pistas. La persona que te acosa obviamente te conoce y lo más probable es que estudie aquí, contigo. Empezaremos haciéndole un interrogatorio a los que estudian en tu año, pero eso no será hoy. Por este día vamos a analizar el entorno, los casilleros...
—Bien, pero ¿por qué no me lo dijeron antes? —volvió a hablar ella.
—Esto lo hablamos con tu padre, pensé que te había dicho. Debo irme ahora —comentó el uniformado y se marchó.
—¡Qué emocionante! Me siento en un episodio de CSI o 911 —exclamó la del pelo rosado, causando risas escandalosas por parte de sus acompañantes. Yo voltee los ojos.
Era increíble como todo se lo tomaban a juego, si estuvieran en la piel de Belinda, seguramente no actuarían así.
El timbre sonó y todos entramos a los salones. La prueba iba a comenzar, mientras tanto, los policías registrarían nuestros casilleros y formarían un buen desorden.
—¿A dónde vas? —le preguntó Bela a Héctor, el cual iba en dirección contraria con un paso apurado.
—Creo que perdí mi bolígrafo —respondió el rubio y siguió su camino.
Al entrar al salón, el profesor repartió las hojas y cuando estuvimos a mitad del examen, un agente corpulento y de piel oscura entró, lo que capturó la atención de todos.
—Francisco Boyce. Acompáñame —ordenó el recién llegado.
—Señor, estamos en pleno exámen, ¿no puede esperar? —intervino el profesor con cansancio.
—No —volvió a hablar el policía en tono autoritario, aún parado en el umbral de la puerta.
Belinda, que había coincidido conmigo en el mismo salón, quedó anonadada. El chico se levantó y comenzó a caminar con el ceño fruncido y pasos inseguros. El uniformado tomó al moreno del antebrazo con brusquedad y lo arrastró con él. La puerta se cerró nuevamente, dejando del otro lado un misterio.
—Continuen en lo suyo, por favor —añadió el profesor.
Y eso hicimos todos, aunque ya no podía centrarme en las preguntas que se plasmaban en la hoja, pues habían unas aún más importantes en mi mente: ¿Por qué habían llamado a Francisco? ¿Acaso habían encontrado algo incriminatorio?
Sabía que Bela también se hacía preguntas como las mías, pero eran mejores amigos y no cabía en mi cabeza que él estuviera detrás de todo. Aunque uno nunca termina de conocer a las personas completamente.
El timbre que indicaba el fin del examen sonó y, en cuanto nos quitaron las hojas, salimos velozmente.
Intenté hablar con Belinda, pero se adelantó con paso apurado y la perdí entre la muchedumbre que debatía las respuestas de la anterior prueba. Una mano tomó mi hombro y giré sobre mi eje.
—No entiendo para qué la policía quería a Fran. Tenemos que hablar con Bela, ¿dónde está? —preguntó Valeria.
—No lo sé. Se fue por allá —dije, señalando un lado del pasillo.
—Entonces vamos.
Comenzamos a caminar en busca de la chica, pero no había rastro de ella. No podía estar muy lejos, apenas se había ido. En la oficina del director escuchamos unas voces, así que nos acercamos hasta quedar cerca de la entreabierta puerta. Valeria acercó su rostro a la rendija y comenzó a sacar los mechones rubios que se interponían en su rostro.
—Cuidado, te pueden ver —susurré discretamente.
—Cállate, no me dejas escuchar —soltó por lo bajo.
Imité a Valeria y me pegué más a la puerta para tratar de descifrar lo que pasaba dentro.
En el interior, una inteligible voz masculina decía algo, según yo, era el policía que había entrado antes al aula. Lo próximo que oímos fue más claro, era Francisco, y no paraba de repetir con la voz temblorosa "yo no fui. Créeme, te lo pido"
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