Capítulo 23

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Belinda
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—¿Y sabes qué fue lo mejor? Cuando posicionó su mano en mi espalda baja y estuvo a punto de besarme, pero claro, tenía que aparecer aquella señora.

Valeria llevaba más tiempo del deseado contándome cómo fue su cita con Christian. Estaba feliz por ella y no me molestaba escuchar los cuentos de ese acontecimiento tan increíble, pero teniendo en cuenta que era la cuarta vez que me decía lo mismo, me comenzaba a irritar.

Mi amiga había tenido durante sus dieciocho años más de seis novios y no había logrado hacer clic con ninguno. Deseaba que le fuera bien con su nuevo enamorado.

Francisco se dirigió a nosotras, haciendo que Val se callara y le agradecí mentalmente. La cara del moreno llevaba una expresión triste en sus hermosos ojos, no tenían esa alegría contagiosa que siempre lo caracterizaba.

—Oye, ¿qué sucede? —pregunté.

—¿Recuerdas a la chica con la que hablaba por redes sociales? —respondió con otra pregunta.

—Sí, claro —contesté.

—Pues resulta que tiene novio, siempre lo tuvo. Dice que lo único que quiere conmigo es una amistad —informó y bajó la cabeza.

—Eso es terrible, pero no te deprimas, hay millones de chicas que están locas por ti —animó Vale y yo afirmé.

El timbre sonó y con eso daba inicio a nuestra primera clase. Mientras caminábamos hacia el interior de la escuela, unos ojos se cruzaron conmigo y sentí una punzada en mi pecho, como si la mirada azul de Noah hiciera corto circuito en mí. Por un segundo quise sonreírle a modo de saludo, pero frené el acto al recordar que mi acosador siempre estaba en todas partes. Sin pizca de ganas, me concentré en otra cosa e intenté actuar normal.

Caminé hasta mi casillero y lo abrí para guardar algunos libros. Una hoja descendió de él y observé a mi alrededor para ver si alguien estaba sospechoso, pero todos caminaban despreocupadamente por los pasillos sin inmutarse de mi presencia. Tomé el papel blanco y ya podía escuchar mi corazón latir desenfrenado, acoplando con mi respiración frenética.

—¿Regins? —escuché la voz de un profesor.

—¿Si?

—No te quedes aquí parada, ve a clases —ordenó y se marchó.

Guardé la hoja nuevamente en el casillero para tomarla después. Caminé hasta el aula de ciencias e intenté concentrarme en lo que hablaba la profesora, aunque fue en vano. Nadie con una vida tan ajetreada como la mía era capaz de centrar toda su atención en una clase.

El timbre sonó nuevamente y salí corriendo del salón, quería leer aquello que me había encontrado. Cuando me hallé otra vez delante de mi casillero, tomé la nota con rapidez y comencé a leerla.

"Estuve pensando toda la madrugada en algún lugar para vernos, creo que el parquecito que hay por el insti estaría bien. Saludos, Noah."

Sonreí a la vez que suspiraba con tranquilidad. Era él, eso me ponía muy feliz. Leer su nota me había dado esa tranquilidad que inconscientemente me pasaba buscando. Se sentía bien saber que no estaba sola, que siempre iba a tener a alguien junto a mí.

...

Francisco no se había detenido a respirar desde que nos sentamos en una mesa del comedor, la situación con aquella chica le había pegado bien fuerte. Además, comentaba que también le gustaba alguien cuyo nombre se negaba a decir. Valeria, al contrario, lo único que hacía era escribir algo en su celular y poner una sonrisita; lo más probable era que estuviera chateando con Christian.

Una notificación llegó a mí teléfono y lo tomé rápidamente, un mensaje de Noah estaba entre las notificaciones y me alegré al instante.

"¿Qué me dices? ¿Vamos al parque?"

"¿Dónde estás ahora?" —escribí.

"Justo delante de ti."

Alcé mi vista y vi al chico con el que estaba escribiendo en una mesa frente a mí. Estaba sonriente y una vez más pensé lo hermoso que se veía.

Devolví mis ojos al aparato electrónico que había entre mis manos y tecleé un nuevo mensaje.

"¿Tenías que poner una nota en mi casillero? Me asustaste :-( "

"Lo siento, me pareció interesante hacerlo."

Me enfoqué otra vez en el ojiazul que estaba en frente. Su vista fija en mí y conservaba una preciosa sonrisa en sus labios. ¿Cómo una misma persona podía ser tan tierna, sexy, misteriosa y encantadora a la vez? Noah tenía perfectamente controladas esas cualidades y sabía cuándo y cómo utilizarlas para enamorarme un poco más. Negué con la cabeza para alejar los pensamientos que comenzaban a llenar mi mente e intentar escribir.

"Ok, fue interesante, pero eso no quita el susto que me dio."

La señora Smith entró y nos pidió a todos los alumnos de último año que nos reuniéramos con ella en el teatro. Cada uno de los citados nos pusimos de pie y seguimos la orden. Mi celular vibró en mi mano derecha y observé un mensaje de Noah.

"Hoy a las ocho te paso a buscar. No acepto un no como respuesta. Seré precavido."

Miré a un lado y el pelinegro que me acababa de escribir me regaló una sonrisa de lado y un guiño de ojo.

Me guiñó el ojo. ¡Me guiñó el ojo! Podía escuchar cada una de mis hormonas gritar de felicidad. A muchos les podría parecer algo estúpido, pero a mí se me hacía estupendamente perfecto.

Con todas mis fuerzas, logré superar la escena anterior y caminar hasta el teatro. La información que dio la directora fue bastante estresante: los exámenes comenzarían la semana entrante, como ya sabía, pero de todas formas era difícil de superar. Iba a tener que estudiar, estudiar, estudiar y... oh, sí, estudiar.

Me alteraba tan solo pensar en mi carrera universitaria, pronto no tendría tiempo para decidir. Dentro de muy poco debería escoger algo. Había escuchado millones de veces a los chicos decir "estudiaré medicina porque quiero curar enfermos", "quiero estudiar derecho porque me atrae mucho", "voy a coger la carrera de profesor ya que es increíble", pero yo no pensaba en nada de eso. Nada me inspiraba, nada me atraía y nada me parecía increíble. "Lo que importa es tener el título universitario", decía siempre mi madre, y tenía razón. Pero no quería estudiar por estudiar, quería algo que realmente me llamara la atención o me identificara.

—Y con esto concluyo la reunión. Estudien, no quiero que nadie salga mal —dijo la señora Smith.

Salí del lugar a toda máquina con cero ganas de dar clases. Al parecer, el discurso sobre las pruebas me había puesto mal.

—Odio la escuela, odio a los profesores, odio cada una de las asignaturas... —Valeria no paraba de quejarse, se puede decir que estaba peor que yo.

—No te estreses, vamos a estudiar y obtendremos buenas notas. Las materias son fáciles, sólo hay que darlo todo —intenté animar, aunque no sé si esas palabras iban para mi amiga o para mí misma.

—¡Lo tengo! —exclamó Val a la vez que aplaudía y pegaba un saltito—. Hay que estudiar en casa de Noah.

—¿Por qué lo dices? Seguro quieres ver a Christian —afirmé.

—Y tú quieres ver a Noah, ¿me equivoco? —impuso.

Suspiré y sonreí un poco, creo que no era mala idea.

—Está bien, hablaré con él —informé.

—Eres lo máximo —comentó Vale y me abrazó.

...

Mi cuarto era una locura: la ropa andaba por todas partes y sólo de pensar que lo tenía que recoger me abrumaba, pero eso no era lo más importante, sino la salida con Noah. ¿Vestido? ¿Jeans? ¿Shorts? No sabía qué ponerme, eso me tenía muy nerviosa.

—¿Con quién saldrás? —interrogó mi madre, mirando el desorden con una mueca de desaprobación.

—Con Noah —contesté casual.

—Y no sabes que ponerte, ¿verdad?

—Exacto.

—Te entiendo, me pasaba lo mismo cuando iba a salir con tu papá. Quería lucir exquisitamente perfecta ante mi enamorado.

—¡¿Qué?! ¡Yo no estoy enamorada de nadie! —escandalicé.

—Lo que digas, hija —habló entre risas.

—No te burles, te digo la verdad. Ni siquiera sé por qué estoy teniendo esta conversación contigo —impuse y levanté una ceja.

—Este le va a encantar —señaló un vestido aqua y se fue.

El diseño era sencillo, corto adelante y más largo atrás. Tenía unas pequeñas mangas y no me desagradaba en lo absoluto. Me pondría ese.

Solté mi cabello y puse dos presillas plateadas del lado izquierdo. Pinté mis labios de un color coral y apliqué mi perfume Chanel.

Estoy lista.

Tomé una bocanada de aire y me dirigí a la cocina, donde estaba mi padre leyendo el New York Times. Éste me miró detenidamente, analizando cada detalle, luego se deshizo del periódico y caminó hacia mí.

—Ese chico no es drogadicto como su hermano, ¿no? —cuestionó preocupado y yo comencé a reír.

—No, él no es drogadicto, tampoco su hermano —informé.

—No te entiendo.

—Otro día te explico.

El claxon de un auto sonó y bajé rápidamente luego de despedirme de mi familia.

El perfectamente conocido Ferrari de Noah estaba estacionado junto a mi casa, abrí la puerta de éste y me senté. Cuando volteé a ver a mi compañero, sentí que algo en mi estómago se removía, ¿las famosas mariposas? Él llevaba un pantalón negro con algunas roturas casi imperceptibles y una camisa aqua. Mordió su labio inferior y luego habló.

—¿Cuándo nos pusimos de acuerdo para vestirnos del mismo color? —preguntó divertido.

Lo único que salió de mi boca fue la risa más patética que oídos humanos habían escuchado. Quise que la tierra me tragara en ese momento y me escupiera en Júpiter.

—Bien, mejor pongo esto en marcha. No quiero aburrir a mi cita —comentó.

¿Tendríamos una cita? No podía creer lo que había oído, yo pensaba que sería sólo una salida amistosa. Me mentalicé en camino al parque para expulsar los nervios lo más lejos posible. Aquello era peor que el apocalipsis. Cuando llegamos a nuestro destino, nos bajamos del auto y tomamos asiento en un banco. El lugar estaba bastante vacío, a excepción de una pareja y un grupo de amigos. Me alegró que no hubiera mucha gente, quería la mayor privacidad posible.

—Entonces ahora tenemos que escondernos —habló Noah.

—Eso parece —afirmé con voz baja—. Espero que no esté por aquí.

—¿Por qué no dijiste nada cuando te citó? —preguntó y supe que se refería a mi encuentro con el acosador.

—Tenía miedo, no quiero involucrar a nadie y que salgan heridos.

—Bela, debiste informarlo —reprochó y suspiró—. Bueno, ya no importa.

—Prometo decirte cualquier cosa a partir de ahora —aseguré, mirándolo fijamente.

El sólo sonrió y mantuvo sus ojos en los míos. De un momento a otro, sus mejillas se sonrojaron levemente y eso finalizó la conexión de miradas.

—¿Qué? —interrogué.

—Nada... simplemente me vino un recuerdo a la mente —dijo y se levantó.

—¿Un recuerdo? —repetí sus palabras y comencé a caminar junto a él.

—Sí.

—Argumenta tu respuesta, por favor —pedí con la duda reinando en mí.

—Bien —accedió y se irguió como preparándose para proceder—. Es que en este parque nos dimos nuestro primer beso, ¿recuerdas?

Sonreí en respuesta mientras pensaba "¿Cómo olvidarlo?"

—La verdad es que actúe como un completo imbécil después de eso, y de verdad lo siento mucho —continuó.

—No hay problema, tampoco fue tan bueno —alardeé.

—¿Te refieres al beso? —preguntó ofendido y yo asentí.

—Entonces habrá que intentarlo de nuevo —comentó y eso me paralizó.

Esa noche había escuchado más de lo que mi sensible corazón podía aguantar. Noah se paró frente a mí y me recorrió por segunda vez con sus azules ojos. No podía mover ni un dedo, como si me hubiera congelado. ¿Qué debía hacer? ¿Tomarlo a juego y voltear o hacer lo que tenía ganas? Quería lanzarme a él y decirle lo mucho que lo quería en tan poco tiempo y lo tanto que me enloquecía.

La mano de Noah tomó la mía y me jaló hacia su cuerpo, quedando con un espacio nulo entre los dos. Sujetó la parte de atrás de mi cuello y cortó la distancia de nuestros rostro, dejando apenas unos milímetros. Todo mi cuerpo reaccionó y en mi mente lo único que había era un cartel en tercera dimensión que decía "¡Besame ya!" Los labios del pelinegro rozaron los míos, pero no los besaron, y eso comenzaba a ser una tortura.

—Es terriblemente ofensivo que digas que beso mal —susurró y miró mi boca.

Tal vez esperaba una respuesta por mi parte, pero me era imposible articular palabra. El castigo de tenerlo tan cerca me empezaba a desesperar, y como si nuestras mentes se hubieran conectado, nos besamos al mismo tiempo. Uno de esos besos hambrientos, definitivamente muy diferente al primero. Nuestros labios coordinaban a la perfección como si estuvieran creados para juntarse toda la vida. Su mano libre se posicionó en mi cadera y yo lo envolví por la cintura.

Y ahí estábamos una vez más, en el mismo lugar, como si el destino hubiera querido darnos otra oportunidad. Nos separamos por unos segundos para mirarnos, entonces no tenía dudas de lo que sentía por él. Porque a través de sus ojos mi vida cobraba sentido. Porque en el fondo de mi corazón comenzaba a escuchar como algo me gritaba "él te puede hacer feliz."

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