Capítulo 22
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Noah
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No hay nada peor que contarle a alguien cosas realmente importantes sobre tu vida y que luego haga como si no existieras. Así había sido con Belinda, después de abrirme y dejar salir todo lo que llevaba dentro, ella me dejó de hablar de la noche al día. Probablemente se había asustado con lo que le dije. Aunque algo en mi interior me decía que no era eso, que había algo más detrás de su silencio, y yo estaba dispuesto a averiguarlo.
—¿Estás en este mundo? —preguntó Jhon con diversión.
—Obvio no, está en Belinlandia —respondió Poul y ambos empezaron a reír.
—No es gracioso, idiotas —objeté.
—Sí, lo es —afirmó el pelirrojo entre risas.
—Bueno, bueno, no nos burlemos del pobre chico. Está claro que la pasa mal —dijo Poul posando sus ojos pardos sobre mí—. ¿Qué te sucede?
—No es nada —sonreí con melancolía.
—Puedes decirnos, para eso están los amigos, ¿no? —habló Jhon.
Había invitado a mis amigos a jugar en mi casa luego de que las clases terminaron, así que ahí estábamos, en la sala de juegos hablando tonterías.
—Batidos para todos —informó Martha, la cual entraba con una gran sonrisa.
—Gracias, justo lo que nos hacía falta —comenté.
La empleada salió y continuamos con nuestra charla.
—Belinda está rara y eso me tiene un poco mal —respondí la pregunta que me habían hecho antes.
—Baf, el amor es demasiado agotador. —expresó Jhon.
—Por eso yo no me enamoro —comentó Poul con superioridad.
Volteé los ojos ante lo que había dicho el rubio y procedí a tomarme mi batido.
Las próximas cuatro horas la pasamos jugando Súper Mario, GTA y Crazy Taxi.
...
Estaba tomando una ducha mientras sonaba la canción Rockstar de Post Malone. Me detuve debajo del intenso chorro caliente intentando que mis pensamientos se fueran junto al agua. Escuché la puerta de mi cuarto que se cerraba de un golpe y cerré la ducha rápidamente. Con una toalla alrededor de mi cadera, salí para encontrarme a Christian registrando mi armario.
—¿Qué demonios quieres ahora? —pregunté sobresaltado.
—Tranquilo, tigre —bromeó mi hermano—. Sólo quiero algo decente para mi cita con Valeria —informó y me guiñó el ojo.
—Al parecer les va bien. ¿Tú no tienes ropa? —cuestioné.
—Sí, pero me gusta mucho tu chaleco marrón, quedaría estupendo con mi pantalón negro —respondió.
—Está en la gaveta —comenté mientras me vestía.
—¿Por qué te desnudas delante de mí? Esto es asqueroso —hizo una mueca.
—Es mi habitación —aclaré, terminando de colocarme el pullover beige.
Un bullicio, que seguramente vino de la planta baja, nos hizo parar la conversación. Intercambiamos una mirada extrañada y comenzamos a caminar a paso apurado. Quedamos paralizados en el umbral de la escalera cuando tres hombres con máscaras blancas y ropa negra nos sorprendieron. Uno de ellos llevaba una pistola y los otros dos cargaban bolsas, posiblemente de dinero... nuestro dinero.
—¡Manos en alto, no se muevan! —ordenó el armado.
Los portadores de las bolsas salieron con gran rapidez y fueron seguidos por el que nos apuntaba con cautela. Cuando todos se hallaban fuera de nuestro campo visual, mi hermano y yo corrimos con la intención de alcanzarlos, pero fue demasiado tarde. Un Toyota blanco se alejaba velozmente, esquivando todo a su paso.
—¡Maldita sea! —grité.
—Papá se va a poner como una fiera —dijo Chris, pasando sus manos por su negro cabello.
—Esto no puede ser, hay que contratar seguridad —hablé alterado.
—¿Seguridad? ¿Y con qué se les va a pagar? ¡¿Con cariño y muchos mimos?! —mi hermano levantó la voz y una vena en su frente se empezó a marcar.
—Tranquilo —suspiré.
El carro de nuestros padres se estacionó frente a la casa y de él se bajó mamá con una sonrisa.
—¿Qué hacen estas bellezas aquí afuera? —interrogó y nos besó a ambos en la mejilla.
Ella pareció notar nuestra frustración y cambió su alegría por duda.
—¿Todo está bien?
—Nos han vuelto a robar —informé.
Mi padre, el cual se estaba acercando, escuchó lo que dije y se detuvo en seco para luego hablar con voz elevada.
—¿Están diciendo que les han robado en su cara?
—No fue así, ellos...
—¡Silencio! —mi papá interrumpió a Christian—. No lo puedo creer, ¿cómo entraron?
—La puerta no tenía seguro —comenté por lo bajo—, pero estamos bien, eso es lo que importa.
—Claro, ¡eso lo dicen porque ustedes son unos malditos jóvenes que no tienen ni jodida idea de lo que es el trabajo duro! —concluyó Edward y se adentró en la casa.
—Perdónenlo, ya saben cómo se pone —dijo mi madre y lo siguió.
...
La noche se había vuelto un desastre, cada cosa conllevaba a una discusión y estaba tan harto que me había encerrado en mi cuarto para ver alguna serie de Netflix con tranquilidad. La voz de mis padres peleando aún se podía escuchar con claridad y no podía estar más agotado. "Estamos acabados", "malditos imbéciles" y "no me voy a calmar" eran las frases más escuchadas. Me sorprendía como algo tan simple como el dinero podía poner patas arriba la vida de las personas. Mientras más tienes, más te duele perderlo, por eso yo nunca había sido del tipo que basaba su vida en un billete, una moneda o un cheque. Para mí lo único importante eran las personas. Eso mi padre no lo entendía, de ser así, el piso de abajo no se sentiría como un campo de batalla.
Por un buen tiempo olvidé lo que me había estado atormentando todo el día: Belinda. Sin dudarlo, tomé mi celular y le envié un mensaje.
"Hey, Bela. ¿Es cosa mía o te sucede algo?"
No obtuve respuesta y eso me entristeció un poco, bueno, bastante. Esa chica era la única capaz de ponerme en una montaña rusa sin necesidad de ir a un parque de atracciones. Me tenía en un sube y baja de emociones que me volvían loco, ella me volvía loco. Por fin mi celular sonó y con rapidez lo tomé, el esperado mensaje estaba ahí.
"Perdón, ya no sé qué hacer."
¿A qué se refería con eso? Era obvio que algo le estaba pasando, pero ¿qué? Sólo esperaba que me lo contara.
"¿Qué quieres decir?" —respondí.
El tono de llamada hizo presencia y el nombre "Belinda" tomó lugar en la pantalla. Sin pensarlo, contesté y un silencio se formó instantáneamente.
—Disculpa por llamarte, sé que debes estar haciendo cosas importantes —escuché del otro lado.
—¿Ver Netflix cuenta? —pregunté con una sonrisa tonta.
—Mmm... creo que no —respondió.
—Bueno, ¿me vas a decir qué es lo que está pasando? —interrogué.
—Verás... yo... es complicado —suspiró—. Creo que es mejor si dejamos de vernos en público —logró completar.
—¿Qué? —cuestioné dudoso.
—He vuelto a encontrarme con el acosador, me pidió que me alejara de ti o te podrá hacer daño —informó.
Ese desgraciado me estaba sacando de mis casillas. ¿Quién se creía para llegar a nuestra vida e intentar arruinarla de esa forma? Estaba enojado, triste, pero no permití que eso me afectara. Belinda la estaba pasando mucho peor que yo y lo único que quería era hacerla sentir bien, o al menos un poco mejor.
—Entiendo, entonces, ¿qué propones?
—No lo sé, dime tú.
—Ya buscaré una solución, pero no me pienso alejar de ti —afirmé y sentí una risa por parte de ella.
—No sé si alegrarme o preocuparme.
—Si lo que te preocupa es que me pase algo, puedes estar tranquila.
La puerta de mi cuarto se abrió de golpe y vi a Christian nuevamente, se notaba malhumorado.
—Me quedo a dormir aquí —informó el recién llegado.
—Bela, después hablamos, ¿sí? —dije sin despegar la vista de mi hermano.
—Claro —habló Belinda y finalizamos la llamada.
—¿Qué ha ocurrido ahora? —cuestioné.
Christian estaba acomodándose en mi cama, dispuesto a pasar la noche conmigo. No dormíamos juntos desde hacía mucho tiempo, por lo que me hacía ilusión compartir nuevamente con él de esa manera.
—La habitación de nuestros padres queda justo al lado de la mía y al parecer se han propuesto discutir toda la vida —informó.
—¿Y la de invitados?
—No dormiré ahí, es pequeña y el aire acondicionado se vuelve loco a veces.
Luego de incontables súplicas por parte del ojiazul, accedí a su petición. Vimos aproximadamente tres películas y después decidimos dormir. Se sentía como cuando éramos pequeños. Extrañaba ser pequeño, lo único que me importaba era jugar; sin embargo, al crecer todo se complica.
Cerré los ojos con el simple deseo de que todo se arreglara. Quería que parara el acoso que recibía Bela, que dejaran de robarnos, que las discusiones familiares se detuvieran, pero sabía que nada se arreglaba de la noche a la mañana... o tal vez sí.
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