Capítulo 21

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Belinda
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Las palabras de Noah transmitieron una corriente de electricidad por todo mi cuerpo. No podía creer lo que me había dicho. Estaba paralizada, hasta que por fin logré voltear para alcanzar a ver un rostro totalmente dañado: su maquillaje de payaso estaba corrido y en sus mejillas había varios moretones. Con mi dedo índice, acaricié su labio, el cual estaba sangrando levemente.

—¿Te duele? —pregunté.

—Un poco —respondió sin despegar su mirada de la mía.

Un pequeño ruido proveniente de un extremo de la azotea llamó nuestra atención. Cuando giré mi cabeza hasta el lugar donde lo había escuchado, quedé helada e inmóvil. Mike se encontraba del otro lado del barandal con sus pies sobre el diminuto filo de piso que sobresalía, su cabeza hacia abajo con la vista fija en el suelo que yacía tres pisos debajo de su cuerpo.

—Espera aquí —ordenó Noah comenzando a acercarse al individuo.

Los pasos del ojiazul eran firmes y calculados. Cuando por fin se encontró cerca de Mike, comenzó a hablar.

—Por favor, sal de ahí. Sea lo que sea que te esté pasando, esta no es la solución. Déjame ayudarte —escuché a lo lejos—. Dame la mano, puedes contarme lo que sea.

Mike, con los ojos llenos de lágrimas,  observó la mano que Noah le había ofrecido, pero volvió su vista a donde antes se encontraba. Quería acercarme, pero podía ser una mala idea, así que permanecí en mi lugar.

En un abrir y cerrar de ojos, el chico que me tenía con el corazón en la boca, se dispuso a saltar, pero Noah fue más rápido y, en un movimiento ágil, lo agarró con ambas manos llevándolo junto a él. Tomé mi pecho con alivio y comencé a correr en dirección a los chicos.

—Mike, ¿estás bien? —dije abrazándolo.

No obtuve respuesta, pero sabía que ya estaba a salvo. Aunque lo podía volver a intentar y eso me preocupaba.

—¿Por qué hiciste eso? —cuestionó Noah con la voz dulce.

—Yo... —comenzó a decir Mike, pero rompió en llanto.

—Puedo ir contigo al psicólogo, ahí te pueden ayudar —habló Noah nuevamente.

Mike se lo pensó por un momento y luego asintió.

—Te llevaré a tu casa, ¿está bien? —dijo el de disfraz de payaso.

—¡No! A casa no —insistió el de los ojos miel.

Intercambié una mirada extrañada con Noah, el cual terminó por decir "puedes quedarte en mi casa."

Los dos chicos se fueron en el Ferrari negro y yo me fui con Valeria, la cual, después de una gran búsqueda, apareció.

...

A las siete de la mañana Noah pasó a buscarme. Insistió en que no era necesario que fuera también al psicólogo, pero me sentía en la obligación de ir.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunté a Mike en cuanto me monté en el auto.

—Mejor —respondió éste.

En poco tiempo nos encontrábamos en nuestro destino. Los tres nos adentramos por unos pasillos y nos detuvimos en una puerta marrón. Noah dio tres toques y una señora de unos cuarenta años abrió.

—Noah, cuánto tiempo. Extraño verte por aquí, aunque a la vez me alegra que ya no tengas que venir —comentó la trigueña mujer.

Me quedé un poco perdida. ¿A qué se refería con todo lo que había dicho?

—He venido a traerle a un amigo —informó Noah ignorando el comentario anterior.

—Oh, eso es muy bueno, está en buenas manos —sonrió la señora.

Luego Mike y ella se adentraron en la habitación y yo quedé afuera, esperando con Noah. Quería hacer muchas preguntas, pero no quería ser
imprudente. El chico a mi lado se percibía nervioso y pensé que posiblemente era por lo que yo le pudiera cuestionar. Su rostro aún estaba con moretones y una postilla se hallaba en su labio.

—Cuanto siento que hayas terminado así —comenté, mirando su cara.

—No fue tu culpa, Bela —sonrió.

Pasó aproximadamente una hora y la psicóloga salió del departamento. Estaba sola, por lo que supuse que quería hablar con nosotros sin la presencia de Mike.

—El chico tiene Trastorno Depresivo Mayor. Las causas posibles incluyen una combinación de fuentes biológicas, psicológicas y sociales de angustia. Cada vez son más las investigaciones que sugieren que estos factores pueden ocasionar cambios en la función cerebrar, como la actividad anormal de ciertos circuitos neuronales en el cerebro. Al parecer él tiene ciertos problemas familiares que han ido alimentando su trastorno —concluyó la mujer.

—¿Cuál es su tratamiento? —pregunté.

—El tratamiento principal son los medicamentos, la terapia conversacional o una combinación de ambos. Es subaguda, por lo que se puede curar en cuestión de meses —explicó la doctora.

Mike salió con su típica expresión de tristeza y sentí mucha pena por él. La psicóloga dio la fecha de la próxima consulta y se despidió de nosotros cordialmente.

Dejamos a Mike en su casa tras la decisión de éste. Luego, Noah fue en dirección a mi departamento, pero en lugar de seguir recto como debía, se desvío.

—¿A dónde vamos? —cuestioné.

—Tengo que contarte algo —dijo únicamente.

Estacionó junto a una cafetería y luego nos adentramos a ella. Tomamos asiento en uno de los puestos vacíos y pedimos dos batidos de chocolate.

—Me di cuenta de tu expresión de duda hace un rato, cuando la psicóloga habló conmigo —comenzó a hablar.

Yo asentí y él prosiguió a dar su explicación.

—Lo que te voy a contar implica una parte muy dura de mi pasado, algo que es muy privado y sólo las personas más importantes para mí conocen. Hace un tiempo estuve en terapia, tenía Trastorno Explosivo Intermitente.

Una vez había escuchado de esa enfermedad en Internet. Según la información adquirida, trataba sobre episodios repentinos y repetidos de conductas impulsivas, agresivas y violentas, o arrebatos verbales agresivos en los que reaccionas con demasiada exageración para la situación.

—Fue muy difícil superarlo —continuó—. La terapia de Aceptación y Compromiso me ayudó mucho a manejar la agresividad. Tomé distancia de mis pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones para, de esa forma, no disparar automáticamente las respuestas.

Estaba sorprendida por lo que acababa de escuchar. ¿Quién diría que una persona como él podía haber tenido un pasado así? Pero a la vez me alegraba que tuviera la confianza de contármelo todo. Ojalá algún día yo también tenga el valor de abrirle mi pasado.

—Vaya, Noah, entiendo lo duro que debió haber sido todo eso. Pero ya estás bien —tomé su mano para quitar tensión.

—Eso no es todo —dijo él—. Mi última novia, Ágata, fue un blanco fácil para mi trastorno. Tuvimos muchas peleas en las cuales yo actúe de una forma inapropiada, incluso estuve a punto de pegarle una vez; eso puso fin a nuestra relación. ¿Recuerdas la herida qué tenía en la mano cuando hablamos por primera vez? —preguntó y yo asentí—. Pues me la hizo el actual novio de Ágata, al parecer ella le contó todo —bajó la cabeza avergonzado.

—Todo fue producto de tu condición...

—Tenía que controlarlo —me interrumpió y suspiró—. Tengo miedo de iniciar una relación contigo y que esa parte de mí despierte. No quiero hacerte daño, Bela —mencionó en tono suave y puso su otra mano sobre la mía—. No quiero decepcionarte.

—Y no lo harás, ya eso no está en ti, tienes que seguir adelante y dejar el pasado donde debe estar: atrás —informé.

Él me dedicó su sonrisa más triste y prosiguió.

—Conocí a Mike en un programa psicológico de verano. Casi no hablamos, pero siempre lo recordé perfectamente —me contó.

Un mensaje proveniente de mi celular cortó nuestra charla.

"Ven esta noche a la escuela. Te espero a las once. No se te ocurra hablar de esto con alguien o terminarán muertos."

El número privado había vuelto después de un tiempo de paz. Miré los ojos de Noah, los cuales reflejaban duda.

—Era mi padre, ¿puedes llevarme a casa? —mentí con una sonrisa.

—Claro —accedió y comenzamos a caminar en dirección a su auto.

Mantuve silencio en todo el camino, tenía miedo de lo que pudiera pasar. Podía llamar a la policía, podía decirles a mis padres, podía informarme al chico a mi lado; pero también podían morir. Estaba bien consciente de lo mal que se sentía cargar con la muerte de alguien. Sólo podía hacer algo, y ese "algo" era mantenerme callada.

Cuando estacionamos frente a mi casa, me despedí con una sonrisa y bajé del Ferrari. Subí las escaleras y entré a mi departamento, en él pude encontrar a mis padres viendo una película románticamente.

—Hola, hijita —saludó mi mamá.

Yo no dije nada, me limité a ir a mi habitación y prepararme mentalmente para lo que iba a venir. De tan sólo pensar en el hecho de que iba a estar nuevamente a solas con ese psicópata, el corazón se me sobresaltaba y las manos me comenzaban a temblar. Tomé un baño y luego dormí un poco para intentar relajarme.

Mi padre me despertó y lo primero que me dijo fue "estás rara", a lo que yo sólo respondí "para nada." Luego miré la hora, eran las 10:40 de la noche, se me iba a hacer tarde para el encuentro. Me puse un pantalón negro, una blusa y encima un abrigo azul. Quería estar lo más cubierta posible, mientras menos le mostrara al degenerado que iba a ver, mejor.

Salí de mi habitación y vi a mi madre sentada en el taburete, me miró seria y tomó la palabra.

—Belinda, ¿a dónde vas?

—A casa de Valeria —inventé.

—No has comido nada desde que llegaste —dijo preocupada.

—Tranquila, comí algo con Noah hace rato.

Mi madre vaciló por un instante y luego asintió.

—Está bien. Ve en tu auto y vuelve rápido.

—Mamá...

—Querida, sabes que debes superarlo. —habló.

—Prefiero ir caminando.

—Yo te llevaré.

—¡No! —me precipité a decir.

—Entonces no irás.

Busqué una solución en mi mente, pero no sabía que decir o hacer para evitar que mi madre me llevara.

—Está bien —accedí en voz baja.

Fuimos a casa de Valeria y pedí que me dejara afuera. Cuando el auto de mi mamá se perdió de vista, me dirigí a donde debía. Sabía que una chica de diecisiete años sola por la calle a tales horas no podía traer nada bueno. Era peligroso, sí, pero más peligroso aún era lo que me estaba esperando en la escuela. Hacía frío y agradecí haber llevado el abrigo, mi labio inferior temblaba y la verdad no sabía si era por el clima o por el nervio.

Llegué al odiado lugar y en la acera me esperaba un hombre. Al igual que aquella vez que lo vi, tenía el verdugo puesto. Con pasos temblorosos, me estacioné frente a él y esperé a que hablara, aunque no dijo nada. Se dedicó a mirarme con sus ojos "morados" de pies a cabeza.

—Mucha ropa —se dignó a decir con una voz baja y algo ronca.

—Hacía frío —respondí.

—Te cité aquí porque me parece urgente que hablemos —informó.

—Te escucho.

No sabía lo que iba a salir de su boca y realmente temía por ello. Cada segundo que pasaba, me parecía una hora. Estaba ansiosa por irme, por saber quién era, por que todo terminara.

—Dijiste que Noah no importaba. Entonces, ¡¿por qué rayos estaba contigo hoy en la cafetería?!

—¿Me estás siguiendo? —pregunté incrédula a la vez que sentía una punzada en el pecho.

—Sí, pequeña. Responde mi pregunta.

¿Qué diablos digo?

—Yo... no me importa Noah, sólo... fue una charla amistosa —logré decir.

—¿Amistosa? —cuestionó.

—Sí.

—Pues tampoco quiero que sean amigos.

Puse todas mis neuronas a funcionar en busca de un rostro bajo ese verdugo. ¿De quién era esa voz? La había escuchado, eso no lo dudaba, pero dónde.

—¿Sabes qué? Vete, ya te he advertido muchas veces y me cansé —volvió a hablar.

—¿Qué harás? —interrogué preocupada.

—Lo que tú me hagas hacer —concluyó y se fue, dejándome con millones de dudas en mi cabeza.

Con lágrimas en los ojos, caminé hasta casa de Valeria. Cuando estuve afuera, llamé a mi mamá. En breve me fue a buscar y volví a mi departamento. En cuanto entré por la puerta fui a mi cuarto para dormir, para cerrar los ojos e imaginar que todo estaba bien.

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