Capítulo 10

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Noah
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Primero una copa de whisky, luego otra, y así hasta que se acabó la botella. Mi mente ya no funcionaba correctamente, todos los pensamientos habían sido bloqueados, exepto uno: Belinda. No podía sacar de mi cabeza a esa chica de ojos café, cabello oscuro, piel suave y alegría contagiosa. Tenía una de las mejores oportunidades de mi vida con ella, pero era un maldito cobarde, un estúpido que le temía a algo tan simple como una relación. Cegado y contenido por mi anteriormente mala experiencia, decidí estropearlo todo. ¿Y si esta vez salía bien? ¿Y si lo intentaba y daba un buen resultado? A lo mejor era hora de atreverme.

Con el alcohol afectando mi sistema y controlando cada uno de mis movimientos, tomé mi celular y entré a mis contactos. Sin dudarlo, me dirigí a donde decía "Belinda" y lo abrí. Cuando por fin terminó el debate entre llamarla o no llamarla, oprimí "llamar". Timbre tras timbre y no respondía, hasta que por fin contestó, cuando estuve a punto de colgar.

—¿Está contigo? —preguntó una voz femenina que definitivamente no era la que esperaba oír.

—Perdón, ¿quién habla? —cuestioné extrañado.

—Soy Bler, la mamá de Belinda, ella no está por ningún lado. Dime que sabes algo, por favor —dijo la señora llorando.

—No sé nada, pero iré enseguida. ¿Está en su casa?

—Sí, te esperaré.

Luego de culminar la plática, dejé una nota en mi escritorio informando lo sucedido, por si alguien se despertaba y no me veía. Me dirigí lo más rápido posible a mi Ferrari. Conduje a máxima velocidad hacia el ya conocido departamento de mi amiga. Al llegar, me bajé ágilmente y subí las escaleras corriendo. Toqué la puerta y un señor de unos cincuenta años me abrió.

—Adelante —me invitó a pasar con el semblante serio.

En el interior se encontraban varios policías y una mujer que supuse era Bler. La misma soltaba imparables lágrimas a la vez que decía "no entiendo a dónde pudo haber ido"

—¿Usted tiene idea del paradero de la señorita? —se dirigió a mí uno de los policías.

—No, pero estoy dispuesto a ayudar —respondí rápidamente.

—Nosotros nos encargaremos de la búsqueda, ustedes permanezcan aquí por si regresa —ordenó el uniformado.

—En la cámara de seguridad que instalamos afuera se ve a la señorita subir a un auto rojo con alguien —informó otro.

—¿Quién? Muéstranos —pidió el hombre que me había abierto antes.

—El individuo portaba un verdugo, no lo podremos reconocer. Tenemos que irnos —dijo el mismo policía dirigiéndose a la salida con los demás.

Cuando estuvieron fuera, comencé a hablar.

—¿¡Y se supone que nos quedemos aquí de brazos cruzados!? —escandalicé.

—Relájate, dejemos que los profesionales se encarguen —dijo Bler.

—Mi esposa tiene razón, hay que esperar a que ellos encuentren a mi hija —comentó el hombre, confirmando mis dudas de si era el padre de Belinda—. ¿Cómo te llamas?

—Noah, ¿y usted?

—Soy Peter —respondió.

Pasó una hora y no habían noticias por parte de las autoridades. Me sentía inútil sentado en un taburete viendo las horas pasar. Quería servir de algo, buscar pistas que me llevaran a donde Bela estaba, pero nada se me ocurría. La única idea probablemente útil que se formó en mi mente, fue enviarle un mensaje a todos los de la escuela para ver si sabían algo. La mayoría no respondió, probablemente porque estaban durmiendo, no era muy normal estar despierto a las cuatro de la mañana. Los que sí contestaron, informaron no saber nada.

Peter y Bler caminaban de un lado a otro con desesperación. Una llamada de un número privado llegó a mi celular, sin dudarlo contesté.

—¿Si? —dije, intentando ocultar el nervio.

—Tu amiga está en peligro. Deja veinte mil dólares en el parque que hay cerca del colegio y todo estará bien. Si le cuentas a alguien sobre esto, ella morirá. Si vienes acompañado, ella morirá —informó alguien.

—Dame un tiempo, ¿nos vemos en una hora? —sugerí.

—¿Nos vemos? Nadie se va a ver. Tú pondrás el dinero junto al árbol central y te largas —ordenó y cortó la llamada.

—¿Quién era? —preguntó Peter, el cual me miraba fijamente con el ceño fruncido.

—Mi mamá, necesito ir a casa. Volveré pronto.

Salí del departamento y manejé más veloz que los de Rápido y Furioso. Quería entregar el dinero cuanto antes, necesitaba ayudar a Belinda.

Entré a mi casa y me encontré a mi madre viendo una película. ¿Qué hacía despierta a esta hora?

—¿Mamá? —pregunté.

—Hijo, leí tu nota. ¿Ya apareció tu amiga? —cuestionó.

—No, pero aparecerá pronto, deberías dormir —sugerí y ella me hizo caso, apagó el televisor y fue a su habitación.

Me dirigí al despacho que mi padre tenía. El negocio de construcción y diseño había dado muy buenos frutos. Abrí la caja fuerte y conté el dinero mientras lo introducía en una mochila que tenía ahí. Lo que hacía no estaba del todo bien. Robarle a mi propia familia nunca estuvo en mis planes, principalmente cuando comenzábamos a quebrarnos, pero era necesario. Tenía que hacerlo.

Sigilosamente, salí y me dispuse a ir al parque. Otra vez la llamada del número privado llegó.

—Ya tengo el dinero. ¿Dónde está Belinda? —me precipité a decir.

—Está siendo enviada a su casa. Si dejas pronto el dinero, llegará sana y salva.

—¿Cómo se que dices la verdad?

—No tienes muchas opciones, lo mejor será que confíes en mí. Te aseguro que estará bien —concluyó.

Hice exactamente lo que me pidió. Deposité la mochila a orillas del árbol y me marché, aunque no del todo, ya que me quedé oculto detrás de una cabina telefónica. Quería ver quién era, su voz no la pude reconocer, noté al instante que estaba utilizando algún filtro en ella. Alguien con una máscara blanca igual a la que vi en mi secuestro, recogió el pedido y se largó, yo hice lo mismo. Fui a casa de Bela nuevamente, loco por volverla a ver. Cuando llegué, su madre me abrió.

—¿Dónde está? —pregunté con cierta emoción.

—¿Quién? —habló extrañada la mujer.

—Su hija, ¿quién más? —dije.

—Aún no la encuentran —comentó cabizbaja.

¿Qué demonios...?

Ya debería estar ahí, hice todo lo que me pidió. ¿Qué pretendía ahora? Tal vez llegaría en breve, posiblemente estaban confirmando que di la cantidad de dinero exacta, o... no sé, sólo quería que la trajeran ya. Intenté contactar con la persona que me había llamado antes, pero no me fue posible.

Cuando me percaté, ya había pasado una hora. ¡Una maldita hora! Me engañaron, me vieron la cara de imbécil. Me la iban a pagar. Mi teléfono empezó a sonar sobre la mesa de la sala. Número privado. Fui afuera para poder hablar con más privacidad.

—¿Qué pasó? —pregunté de mala gana.

—Pasó que tu amiguita no está con nosotros. Nunca lo estuvo. ¡Has sido engañado, muchacho! —comenzó a reír y colgó.

Así que esas personas sólo utilizaron la desaparición de Belinda para sacarle más dinero a mi familia.

Felicidades, Noah, bien hecho.

Mis padres nunca me lo perdonarían, yo nunca me lo perdonaría. ¿Cómo pude confiar de esa forma? No sabía nada acerca del tipo que me llamó, no sabía si tenía a Belinda en verdad o si me engañaba, pero aún así, decidí darle todo el dinero. Supongo que estaba cegado en ese momento, lo único que quería era rescatarla, ser el héroe de esa tragedia, ayudarla alguna vez en mi vida; porque con cada cosa que hacía, sentía que la dañaba más. Veinte mil dólares no hubieran significado mucho para nosotros, los Hudson, no antes de que nuestro dinero se fuera de la noche al día. Siempre habíamos sido de las familias más ricas de toda la ciudad, aunque alguien definitivamente se había dispuesto a quitarnos esa etiqueta, y yo averiguaría quien era. Me iba a enterar de todo y entonces acabaría con quien estuviera detrás de esto.

—¿Todo en orden, Noah? —preguntó Bler sacándome de mi ensimismamiento.

—Sí, bueno no —suspiré con cansancio—. Más o menos —sonreí.

—Cuando llegaste pude notar tu terrible olor a alcohol. ¿Por qué estabas bebiendo? Y lo que es más importante, ¿por qué llamaste a mi hija a tales horas de la madrugada? —cuestionó la señora, dejándome algo desubicado.

—Bebía porque estoy al explotar de problemas, y llamé a su hija porque siento que es lo único bueno que tengo en estos momentos, la única vela que me alumbra en esta oscuridad que se forma en mi interior —me sinceré.

La esbelta e imponente mujer que se encontraba ante mí no respondió, se dedicó a observarme con detenimiento, luego se echó a llorar.

—¿Dónde puede estar? —dijo.

—Nadie lo sabe, pero lo vamos a averiguar. Todo va a estar bien, ya verá —traté de consolarla y luego la abracé.

—Querida, deberías darte un baño —interrumpió Peter.

—Sí, eso estaría bien —respondió Bler en un susurro para luego marcharse.

Cuando sólo quedamos el padre de Bela y yo, éste habló.

—No creas que me engañas.

—¿A qué se refiere? —cuestioné desubicado.

—Esa llamada que recibiste, no era tu madre, ¿cierto? —añadió, acercándose a mí tres pasos.

Pude notar que era un poco más bajito que yo, su mirada desprendía una mezcla de furia y duda que jamás había visto. No despegaba sus ojos de mí, lo cual me intimidó un poco. Dudé si debía decirle la verdad, continuar fingiendo o crear una mentira más elaborada.

—No, no era mi madre —empecé a hablar—. Era mi hermano, él es drogadicto y siempre está metiéndose en pleitos. Me llamó para que fuera a salvarle el pellejo, una vez más —argumenté.

Christian acabará conmigo si se entera de esto.

Peter vaciló por un segundo y se marchó. Entonces pude soltar el aire que no había notado estar conteniendo. Al menos pude comprender de dónde Belinda había sacado tanta potencia y sentimentalismo, era una excelente mezcla entre sus padres.

Faltaba poco para el amanecer. Me quedé mirando el cielo por unos minutos, la luna llena estaba rodeada por incontables estrellas, y sólo tuve espacio para una pregunta en mi mente:

¿Dónde estás, Belinda?

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