🇭🇺-[ Única Parte ]-🇭🇺
La ropa que llevaba puesta era incómoda. La colonia lo estaba asfixiando. Sentía ganas de vomitar y que las piernas se le caerían en el momento en que decidiera dar un solo paso. No podía creer que estaba ahí, mucho menos que no podía moverse. Su garganta se le había secado repentinamente y sus ojos no dejaban de mirar embobado su largo y brillante cabello. Su bien formada cadera femenina. Sus finos labios al tararear una canción. ¿En qué momento se había convertido en... alguien diferente?
Tomó aire por la boca y exhaló lentamente, alzando la cabeza al cielo al apoyarse en la pared con congoja, incluso con nostalgia. Sintió entonces que algo estaba mal, y estaba mal porque no se atrevía a hablarle frente a frente. Gilbert nunca había sido un joven que le temiera a lo desconocido. Pero justo en ese momento se sentía tan perdido, apenado.
Nunca antes se había atrevido a pedir un consejo, y no porque no lo necesitara, sino porque jamás había sido capaz de hablar de sus emociones abiertamente. Eso era algo que constantemente se alejaba de él, igual que la pluma de un ave al viajar con el viento. Pero aquella situación lo tenía en un estado tan complicado, que incluso su hermano menor, quien jamás se había visto en la necesidad de aconsejarle, se percató de ello.
"—¿Por que no solo la invitas a pasear?" Le había dicho, pero Gilbert temblaba cuando describían a Elizabeta como a una mujer. Invitarla a salir lo veía incluso mas lejano que hablar de sus emociones. Era evidente que esa persona no era la misma que antes, cuando eran amigos. Era alguien completamente diferente y eso solo lo confundía. Por un tiempo iba a molestarle, pero con los días comenzó a adoptar cierto nivel de pena y perdió el interés.
Llevaba ya tres intentos fallidos por siquiera hablarle, y con ese día, oficialmente eran cuatro. Meneó la cabeza de un lado a otro, decepcionado, y dio media vuelta para retirarse. Comenzaba a creer que sería mejor si dejara de ir todas las semanas a verla limpiar el jardín de su jefe. Nunca sería capaz de hablarle.
Y así, Gilbert caminó cabizbajo, arrastrando los pies mientras se reprimía mentalmente por esa actitud, y entonces se tropezó con sus propios pies y cayó en un rosal. Sintió entonces cómo las múltiples espinas se ensartaban en su piel y soltó un grito de dolor, haciendo que los pájaros que atestaban las copas de los árboles, huyeran asustados. Trató de levantarse él mismo, pero las ramas del rosal lo jalaban. La paciencia se le estaba agotando. Él mismo cortaría esa planta en cuanto estuviera libre.
—¡¿Gilbert?! —y en ese momento de verdad deseó estar muerto. Escuchar esa voz lo paralizó por completo, sus ojos se abrieron mucho más al percatarse de que esa persona de su juventud, finalmente había volteado a verlo.
Pensó en susurrar su nombre, pero tan pronto como movió los labios las palabras se esfumaron junto a su aliento. La piel se le erizó, quería escapar. A partir de ese momento, su mente había quedado en blanco.
[ ... ]
—Pero vaya que eres lento. ¿Acaso no viste el tamaño de ese gran rosal? ¡Tonto! —se burló Elizabeta mientras que le limpiaba con cuidado las heridas a Gilbert cuando logró sacarlo del rosal. Lo había llevado a una pequeña banca para poder tratarlo, estaba preocupada por el—. La próxima vez podrías tratar de caerte en las margaritas. Al menos así no mancharías todo de sangre.
El contrario no dijo nada. Simplemente guardó silencio, ni siquiera la volteó a ver. La joven ladeó un poco extrañada la cabeza, y después, esbozó una sonrisa maliciosa. Puso entonces su mano en una de sus heridas de la mejilla, haciendo presión, pero el varón simplemente lo soportó. Después, ella misma elevó su puño y lo golpeo en la pierna con suma fuerza, haciendo que el contrario por fin le dedicara atención.
—¡¿Qué demonios sucede contigo?! —exclamó iracundo mientras la tomaba del brazo.
—¡¿Conmigo?! —cuestionó—. ¡¿Qué es lo que pasa contigo?! ¡He estado insultándote desde que crucé palabra alguna contigo y tú insistes en ignorarme! —respondió fiera, ignorando por completo el agarre de su contrario.
—¡¿Y qué se supone que quieres que diga?! ¡¿estás mal de la cabeza o... ?! —y entonces se percató de la forma en que le sujetaba el brazo, con algo de fuerza y brusquedad. Ese instante fue como si hubiera presionado un botón de reinicio; su semblante quedó en blanco, su corazón pareció perderse en la marea alta de su mar interno, con algo de torpeza y lentitud, le soltó el brazo.
—¿Lo ves? ¡de eso estoy hablando! Actúas como si fuera corrosiva, o como si no entendieras el idioma en el que hablo —se quejó ofendida de esa actitud—. ¿Qué pasó, Gilbert? Estás actuando extraño.
Él estuvo a punto de responder. Justo cuando iba a soltar cualquier vociferación improvisada, cerró la boca y frunció el entrecejo.
—¡¿Eso qué significa?! —exclamó ya un poco frustrada.
—¡No lo sé! ¡¿Qué se supone que haga?!
De los labios de Elizabeta salió una enérgica y burlona risotada, mientras que Gilbert solo enrojeció levemente por aquella reacción. Su corazón comenzó a acelerarse por lo nervioso que estaba, y de su frente comenzó a generar un poco de sudor.
—Dios, ¿acaso estás enfermo? —cuestionó la joven cuando por fin dejó de reír—. No seas tan rarito, ¿si? No soy un bárbaro.
—Para ti es tan fácil decirlo —respondió con algo de irritación.
—¿Y por qué de repente te es tan difícil estar conmigo, ah? Solíamos ser amigos.
—Es diferente ahora.
—¿Por qué? ¿acaso te asusta que mi jefe te eche a patadas? —rio burlesca nuevamente.
—¡Claro que no! Tu jefe no es nadie para temer, no es un oponente para mí —respondió con un poco de orgullo asomándose en su voz.
—¿Entonces qué sucede, Gil? —preguntó en un tono suave, tratando de transmitirle un poco de confianza—. Escucha, se que han pasado varias cosas, pero aunque nunca lo haya dicho antes, en verdad, en verdad me importas —susurró con gentileza, posando con cuidado su mano sobre la de su viejo amigo, y entonces el varón sintió que entró en pánico. No sabía cómo reaccionar, incluso el echo de que ella hablara tan suavemente le hacía sentir raro.
Con brusquedad se puso de pie, nervioso, haciendo que la chica se pusiera un poco asustada cuando se giro a ella con velocidad.
—¡No hagas eso! —ordenó.
—¡¿Pero qué... ?!
—Tú lo dijiste, han pasado varias cosas raras últimamente que es difícil solo aceptarlas. Antes sabía perfectamente qué hacer porque no había dudas respecto a nada entre nosotros. Pero ahora eres alguien diferente, eres diferente a todos: débil, frágil, bajita, molesta. No entiendo cómo es que sigues en pie después de todo. No eres como nosotros, eso me hace sentir extraño... ¡¿Qué se supone que debería hacer?! Si eres diferente a nosotros, ¿entonces debería cambiar mi actitud cuando estoy contigo? ¿debería tratarte igual?
—Gil...
—Incluso cambiaste tu ropa, cambiaste tu voz, cambiaste tu actitud. Eres una persona nueva, ya ni siquiera sé si seguimos siendo amigos porque antes no eras una... —Y de repente calló. Aún así, sus ojos se abrieron con asombro, y ocultó sus labios tras los dedos de su mano, como si hubiera dicho una barbaridad o algo imperdonable.
—Anda, dilo —provocó la contraria en un tono de voz áspero, frío—. Antes no era una chica, ¿verdad? ¿Qué tan malo es eso para ti que ni siquiera te atreves a decirlo en voz alta?
—No quise decir eso.
—Pero es lo que sientes.
—Elizabeta, yo...
—Te diré esto solo una vez: Gil, tal vez yo sea la mujer, pero el que se comporta como una niña eres tú.
El varón quedó estupefacto. No sabía como reaccionar ante eso. Elizabeta por su parte, fue inundada por un ingente dolor que se potenciaba agresivamente. Empuñó las manos, y con coraje se puso de pie para poder enfrentar esa situacion cara a cara. No era con Gilbert con quien debía de hablar, sino con aquel prejuicio que ella misma tenía con su propia persona.
—No eres el único que se siente confundido, ¡¿bien?! Yo tambien estoy así, estoy tan perdida que incluso creo que olvidé mi nombre. Durante toda mi vida me crié entre varones, y yo creía que era uno de ellos. Éramos parecidos en todo: tenía territorio, era soberano, tenía adversarios, ¿como podría imaginar que soy diferente?
Hubo una pausa prolongada. Gilbert tenía los labios sellados por las palabras de Elizabeta, quien aún tenía miedo de proseguir, de voltear al pasado y de asimilarlo, pero lo hizo:
—Ponte en mi lugar, Gil: un día como cualquier otro tus amigos quieren orinar antes de partir a la batalla y te das cuenta de que ellos tienen un pene y tú no. "Oh, está bien, luego crecerá." Te consuelas con ese pensamiento. Pero entonces, esa parte de abajo sangra y crees que por fin te crecerá, pero en su lugar tus pechos son los que cambian su tamaño, y tu voz se hace aguda. Solo quieres creer que son unos músculos lo que llevas en el pecho, y tratas de hacer que tu voz suene tan grave como la de todos los demás.
—Ely...
—Y terminas herido tras un ataque de los turcos, y te encuentras con un colega, que aunque es un idiota, acepta ayudarte. Te trata tan bien como siempre, incluso discuten. Pero entonces, ese idiota te mira bien, y se fija en ti, y su actitud cambia. Le da vergüenza. Se pone anormalmente amable y entiendes, y aceptas, que eres alguien diferente a todos los demás. Y aunque es difícil, tratas de probar siendo lo que se supone que debes ser pero no te gusta, nada te gusta. Las faldas y vestidos son lindos, pero extrañas las peleas y estar en el campo de batalla.
—Ely...
—No se supone que las niñas peleen, se supone que pelean por ellas. —En ese momento, Gilbert sintió un gran peso en su corazón cuando la voz de su amiga se quebró—. Pero entonces, ¿por qué extraño tanto pelear, jugar a las vencidas con mis amigos y el trabajo rudo? ¿qué se supone que debería de hacer? ¿quién es quien debo ser? ¿qué está pasando conmigo?
Entonces ella no aguantó más y las lágrimas comenzaron a fluir. Se cubrió el rostro con vergüenza, pero no tenía fuerzas para irse. Sintió frío, sintió dolor, sintió una melancolía profunda que nada podía apaciguarla, a excepción de los brazos que con gentileza la rodearon. Abrió los ojos confundida, y sintió que de repente podía respirar al percibir que Gilbert posaba una mano en su cabeza y la refugiaba en su pecho. Ella sintió que tal vez estaba en un sueño, que quizás estaba alucinando, o que quizás era él quien se había vuelto loco.
—Tú eres quien decidas ser —le dijo con la voz ronca, y con sumo cuidado le beso la cabeza con cariño—. No debería de importarte como se supone que son las niñas o los niños. Deberías de preocuparte por la persona que quieras ser.
Ella trató de reír un poco y se apoyó en el pecho de él, correspondiendo al abrazo con gratitud. De repente se sentía tranquila de escuchar esas palabras, y se dedicó a prestar atención y escuchó el corazón del varón palpitar. Estaba muy acelerado, tal vez se sentía nervioso, pero eso sólo la tranquilizó aún más. Gilbert no sabía cómo se había atrevido a hacer algo como eso, pero no había vuelta atrás. Ese abrazo era el que un hombre le daría a una mujer, y debía de aceptar que eso era lo que estaba pasando.
Durante tanto tiempo se preguntaba si estaba bien pensar tanto en Elizabeta, si era correcto el querer estar cerca de ella, o si acaso eso sería grosero. Pero, en ese momento, se acababa de percatar de que eso era lo que ella necesitaba. Incluso él mismo quería estar a su lado, aún si ella parecía ser alguien diferente. Para ayudarla y ser ayudado. Porque, en esos momentos, incluso él estaba recibiendo ayuda de ella por el simple hecho de que su mente se estaba abriendo.
Entonces, de verdad sintió ganas de besarla. Se dedicó a pasar saliva apenado, y sólo continuó acariciando su cabello. Tal vez algún día podría hacer eso.
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N/A
De verdad tenía ganas de hacer algo de este shipp tan hermoso. Me robaron el aliento en cuanto los vi.
Quiero resaltar que ambos son naciones, pero no sé, me pareció un poco incómodo que se llamaran a sí mismos Prusia y Hungría, así que esto salió (?) A este paso siento que jamás escribiré ese GerIta que me revolotea en la cabeza x''(
Muchas gracias por leer mi shot. Espero que les haya gustado.
[Trabajo editado el 04/06/2020. Muchas gracias por el apoyo]
Muy atentamente:
Yossi-Chann ❣️
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