Perdida de tiempo

¡Saludos, bellezas! Quise compartirles la segunda obra que escribí a mediados del 2018.  Sería muy lamentable dejarla en borrador y no compartirla con ustedes. No se puede comparar al resto de mis obras ya trabajadas, pues la trama es más "juvenil", pero aun así, espero les guste y la disfruten tanto como yo al escribirla. 

Olvidé poner la alarma anoche, por lo que cuando desperté, pude percatarme de que si no me daba prisa, llegaría tarde a la escuela por milésima vez. ¿Qué voy a hacer con mi vida? Si sigo como voy, no podré graduarme. Para completar, tengo examen a primera hora. No debí quedarme viendo el maratón de la serie hasta tan tarde, ahora me arrepiento. Sin contar a mi estúpido hermanastro que solo se la pasa haciendo de las suyas y fastidiándome. Deberían exiliar a otro planeta a los hermanos mayores; son una molestia.

—¡No puedes correr en los pasillos! —el maestro de física me llamó la atención.

—Lo siento —me detuve a disculparme hasta que entró al aula; luego seguí corriendo para mi salón.

Venía con tanta prisa que, sin darme cuenta, tropecé cayendo encima de alguien.

—¡Duele! — llevé mi mano al tobillo, pues me lo torcí por la carrera.

Todo me pasa por necia y no hacer caso. Si hubiera puesto la alarma anoche, que solo me tomaba menos de dos segundos activarla, hubiese llegado temprano y no tendría que haber estado corriendo tanto. Llegaré al aula sudada, fatigada y ahora lastimada.

—¿Te encuentras bien?

Debido a la caída solo me había concentrado en el dolor que estaba experimentando y olvidé por completo que había tropezado con alguien más. Levanté la mirada, coincidiendo con unos ojos azules, tan azules como el cielo. Su tez blanca y cabello negro le hacían resaltar aún más sus finas facciones. Nunca había visto alguien tan atractivo.

—¿También te golpeaste la cabeza? — alzó una ceja dudoso.

—Eso fue grosero— hice un puchero por su comentario.

—¿Fue aquí donde te diste? — su cálida mano acarició mi tobillo y casi me da un ataque al corazón.

Su mano es tan suave y delicada. Sentí mi rostro arder de la vergüenza.

—Ya estoy bien, no te preocupes— me levanté del suelo lo más rápido que pude —. Lo siento, no vi por dónde iba— me disculpé.

Todavía me dolía un poco el tobillo, pero no tengo tiempo para quejarme. Éramos casi de la misma estatura.

—No vuelvas a correr de esa forma o puedes volver a lastimarte. ¿No quieres ir a la enfermería?

¿Se está preocupando por mí?

—No lo haré. Estoy bien, ya me tengo que ir.

Entré al aula de clases y ya sabía lo que me esperaba con la profesora.

—¿Otro día más? Quisiera escuchar cuál es la excusa esta vez, jovencita.

Sonreí nerviosa ante la pregunta de la profesora.

—La alarma no me sonó... — omití que fue un descuido por no quedar como una tonta de nuevo ante mis compañeros.

—Deberás decirle a tus padres que compren una nueva.

—Lo siento, no volverá a pasar.

—Toma asiento.

Caminé a mi asiento y me senté. Le dediqué una mirada avergonzada a mis amigas quienes rieron. Ya conocen la razón por la cual siempre llego tarde.

—Antes de comenzar la clase, quiero que le den la bienvenida al nuevo estudiante transferido. Será su nuevo compañero; así que sean buenos con él.

Quedé sorprendida al ver que era la misma persona con la cual tropecé hace un momento. Su mirada se cruzó con la mía de nuevo y fue como una corriente en mi espina dorsal. Entre tanta gente, ¿por qué me mira a mí?

—Mi nombre es Jadiel. Espero contar con ustedes— hizo reverencia y caminó hasta sentarse en el asiento delante de mí.

No tardó en llamar la atención de todas las chicas, incluso hasta de los chicos.

—¿Cómo alguien puede ser transferido a mitad de semestre? — preguntó Ingrid; mi mejor amiga.

—No digas nada más— solté una risita nerviosa.

Jadiel tuvo que haberla escuchado.

No podía concentrarme en el examen, estaba muy ansiosa y nerviosa. Lucía muy serio cuando se presentó delante de toda la clase, no parecía en nada a la persona de hace un momento. Debe estar pensando lo peor de mí, no hace más que llegar a esta escuela y ya alguien lo hizo pasar una vergüenza. Soy tan torpe. Recosté mi cabeza en el pupitre y la profesora me regañó.

—¿Llegas tarde y ahora planeas dormir en clase?

—No, profesora, lo siento.

—Sí que es estúpida — comentó la ridícula y presumida de Francheska, y todos le rieron las gracias.

No es la primera vez que se burlan de mí. Con el pasar del tiempo he aprendido a ignorar todos esos comentarios mal intencionados.

El timbre anunció la hora de almuerzo, todos se levantaron para atacar al chico nuevo. Debe ser desesperante tener a tantas personas alrededor. Nunca me ha pasado, pero debe ser incómodo.

—¿Que ha estado pasando contigo hoy, Perla? Has estado distraída. ¿Será por el chico nuevo? — preguntó Ingrid, con una mirada picarona, en busca de sacarme una sonrisa y lo consiguió.

—No tiene nada que ver.

—Hay algo en él que no me gusta. No sé cómo pueden tratarlo con tanta confianza — comentó Abigail entre dientes.

—Así funciona todo. Si eres atractivo puedes ser popular y sino, pues ya sabes, eres descartada como el patito feo— solté.

—Por eso nadie se acerca a mí — Ingrid golpeó su frente con la pared demostrando su depresión.

—¿Qué hay con esa autoestima por el piso? No está mal ser normal. No creo que él haya querido escoger estar rodeado de tanta gente.

—¿Lo estás defendiendo?

—No, yo solo digo... — las dos se acercaron como pirañas, pero fue Ingrid quien se adelantó.

—¿No me digas que te has enamorado del chico nuevo? —inquirieron a la par.

—¿Qué rayos dices? Claro que no. Y, por favor, baja la voz—sentí mi rostro caliente de la vergüenza y por recordar mi torpeza esta mañana.

El día pasó muy rápido. Ya deseaba salir de la escuela. Hoy se estrena un nuevo capítulo de mi serie favorita y no me lo perderé por nada del mundo. La casa de mis amigas queda cerca a la mía, por eso siempre nos vamos juntas. Vimos en la entrada a Jadiel con una chica, le estaba entregando una pequeña nota y las tres nos miramos entre nosotras.

—Tal parece que se le están declarando. Algunos tienen mucha suerte hoy en día — comentó Abigail—. Las hormonas las tienen bien aceleradas.

—Sí, supongo que tienes razón — no sé por qué me sentí algo incómoda con ese escenario.

—Me recuerda a típica escena cliché sacada de la rosa de Guadalupe.

El comentario de Ingrid nos sacó una carcajada.

Cada una se fue a su casa y llegué a la mía para subir directamente a mi habitación. Al abrir la puerta de mi cuarto me topé con mi hermanastro recostado en mi cama y cubierto con la sábana. Se puso nervioso tan pronto me vio y dio un salto para apartarse de ella. Desde que mi madre se volvió a casar, mi vida no ha vuelto a ser la misma. Ni siquiera puedo tener privacidad y mi madre no hace nada al respecto.

—¿Qué haces aquí? — tiré la mochila al suelo.

—Que vida tan aburrida llevas. ¿Cuándo vas a madurar y dejarás de ver esta basura? — tomó en sus manos uno de mis discos de mi serie favorita.

—Oye, suelta eso— corrí para encima de él y traté de quitárselo.

Es más alto que yo, me paraba en puntillas, pero no lo alcanzaba.

—No es tu problema lo que vea o no. ¡Dámelo! — seguía forcejeando con él para quitárselo.

—No te lo daré. Esto que ves es una pérdida de tiempo — rompió el disco por la mitad.

—¡Eres un idiota! ¡Se lo diré a mamá!

—¿Y a quién crees que le van a creer? Te estoy haciendo un favor, tonta— tiró el disco al suelo y salió del cuarto.

No hay forma de que arregle esto. ¡Es un idiota! Sentía ganas de llorar, pero no le voy a dar el gusto. Mañana mismo iré a la tienda y compraré otro.

Como hermano mayor siempre le creen todo. Es un fastidio haber sido sustituida por él. Siempre hace este tipo de cosas. Muchas veces se mete a mi cuarto solo para molestarme. Rompe mis discos, mis juegos y hasta mis figuras. Siempre ha sido igual de malvado desde que llegó a esta casa. ¡Quisiera que desaparezca!

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