Tercera parte

I

Me sentía tan inútil, la tristeza que emitía era tan intensa que podía marchitar sin problema a las rosas de aquel jardín vacío, solitario, sin Gabriel y yo jugando a ser libres y felices.

Algunas personas lloran gimiendo y hasta tienen dificultades para respirar, yo...yo era diferente, ponía una cara triste y las lágrimas solo caían indistintamente, suspiraba y en poco tiempo mi rostro estaba lleno de agua con sal que provenía de mis ojos.

—Hijo, ¿estás bien? —el padre Leoncio se apareció de la nada a mi costado.

¿Acaso solo aparecía cuando me sentía terrible?

Rápidamente me limpié la cara con las mangas del suéter que me había robado hace semanas del cajón de Gabriel.

Asentí, estaba bien, o al menos así debía sentirme.

—Si tú lo dices —era un "no te creo" en su idioma —. Tengo que presentarte a alguien —se paró y me dio una señal para que lo siga.

La última vez que me dijo eso fue cuando llegó Gabriel, ¿otro Gabriel?, no quería a otro Gabriel.

Dejé que me guiara hacia el patio lleno de flores que ya conocía.

—Él es el padre Camilo San Román, será mi reemplazo ya que yo ya no puedo tener tantas responsabilidades —sonrió amablemente.

Frente a mí tenía a mi confesor, yo no era idiota, sabía que era él por el nombre, ¿él sabría quién era yo?

Me presenté de una manera muda dejando que el padre Leoncio hablara, de seguro tenía mi voz en su memoria de corto plazo, no podía permitir que supiera quien era yo.

Luego de un momento incómodo de silencio, llevé al padre Leoncio a una habitación vacía para hablar.

—Padre, no me puede hacer esto —reclamé —yo lo aprecio mucho, ¿qué haré sin usted? ¿Quién seré si usted no está?

El padre Leoncio se rio de mis palabras en mi cara, me sentí más inútil.

—¿Qué cosas estás diciendo, Gabriel? —río más y luego se dio cuenta de su error —Lo siento, Ariel, sus nombres son muy parecidos, ¿lo has notado?

Puse mis ojos en blanco, no tenía caso hablar con él, no tenía sentido.

—Conozco al padre San Román, es responsable y trabajador —tocó mi hombro —sé tus inquietudes, aún Gabriel no lo sabe, estoy seguro de que todos se volverían locos, no es fácil recibir a alguien nuevo, pero quiero que tú lo comprendas, Ariel —suspiró —tengo síntomas de un enfermedad muy grave y no puedo hacerme cargo de todos ellos, lo hacía hace un tiempo pero ahora...será lo que Dios quiera —besó el rosario que tenía en la mano y me dejó solo.

Me quedé solo en el cuarto pensando, observando y escuchando.

Frente a mí había un conflicto en los sentimientos de Gabriel.

El padre le estaba explicando todo, podía leer sus labios, luego le presentó a Camilo San Román, como siempre...la primera impresión cuenta y Gabriel Mercer era un experto en causar las mejores impresiones.

Repitió el mismo procedimiento con David y con los otros a los que no conocía, y es que no me acercaba a los otros, no me permitían hacerlo. No porque estaba mal, sino porque ellos simplemente no querían establecer una relación que cruzara los límites de buenas tardes y hasta luego.

Ver a Gabriel Mercer con la escoba que yo usaba hacía que se me forme un nudo enorme en la garganta, pero algo en mí impedía que manifieste mis emociones de una manera muy libre, Camilo San Román.

Solo cubrí mis ojos como si los rayos del atardecer dañaran mi vista, quedándome así un buen rato. Quería llamar la atención de Gabriel, que me viera, que nos viéramos, que nuestros ojos se junten en una sola mirada ocasionando el contacto visual con el que empezamos. Quería que todo se vuelva como un círculo vicioso, sería vicioso porque así volviera a nacer y repitiera el veintiuno de enero todas las veces que desee, no cambiaría nada; es más, haría lo mismo siempre, mirarlo.

Mirarlo no solo por curiosidad como en ese entonces, mirarlo por amor, mirarlo por admiración, mirarlo por deseo, mirarlo porque sabía que él hacía que mi vida tenga más sentido y más pasión; tenía lo que muchos llaman "pasión por la vida" gracias a Gabriel Mercer.

Mi vida tenía una gran división que marcaba dos espacios: Ariel antes de Gabriel Mercer y Ariel después de Gabriel Mercer. Si antes pensaban que estaba triste por no inmutarme por temas importantes de la vida, ahora pensarían que tenía depresión por sentir mucho y expresarme sin ningún filtro ni limitación, así era la vida, así era el amor.

Me fui lo más rápido posible para dejar de atormentarme con Gabriel Mercer y mi tonta idea sobre superarlo.

Cuando llegué a mi casa lo primero que hice fue ir a mi habitación y recostarme sobre mi cama, pensando, había una probabilidad de que él esté en mi mente.

Tenía tantas cosas que pensar y todas se relacionaban con Mercer, me pregunto cómo puede existir alguien tan precioso con tan fea actitud.

Toda esa noche me dediqué a pensarlo, recordaba cada uno de los detalles de lo que hasta ahora sabía de su vida; ¿el ciclo volvería a repetirse?, si León de alguna manera condenó el destino de Gabriel... ¿Mercer condenaría el mío también?, de alguna manera me agradaba esa idea, era como tener un pedacito de la vida de Gabriel conmigo por siempre, de verdad anhelaba eso. Quería que me condenen y que me juzguen por ser tan estúpido, por amar a alguien que posiblemente me haya mentido mucho sobre sus sentimientos; quería que la gente lo haga pero hasta ahora el único que dificultaba mi existencia era Gabriel con su actitud sumamente fría y distante.

Quiero ser el típico adolescente que comete errores irremediables, quiero ser la típica persona de la ficción que disfruta sin medir las consecuencias, que vive sin importar qué, que siente sin lamentarse; y por encima de todo...quiero ser uno más del montón con la naturaleza de ambicionar todo lo que existe, quiero desear y obtener hasta que la realidad me lo permita.

En otras palabras...deseo a Gabriel Mercer, cueste lo que cueste.

Desearlo no me dejaba dormir, no había dormido bien en muchos días, ¿qué de diferencia habría si esta vez realmente no lo intento?

Me paré de mi cama y seguiría con mi papel de Ariel Mercer, aún el show no había terminado. Me abrigué con la primera sudadera que encontré y me coloqué zapatos cómodos para salir a caminar por la madrugada.

¿Qué haría Gabriel Mercer ahora? Probablemente me iría buscar y me asustaría en la noche solo para decir cuánto me quiere. Sí...eso no pasaría justo ahora, era tiempo de que yo colabore en esta relación de días, me escabullí por debajo del muro del patio principal de la Iglesia y entré llenándome de tierra, caminé hasta la puerta antigua del cuarto de Gabriel, de la única entrada a mis sueños. Abrí la puerta y entré silenciosamente, frente a mí tenía a un ángel dormido, sus mejillas ligeramente encendidas le daban vida a mi madrugada, su rostro sumergido en fantasía me causaba ternura; quería que se dé cuenta de mi corpulenta sombra de película de terror.

Pero, no, o yo era muy silencioso o él tenía el sueño muy pesado.

Me senté en el espacio vacío que tenía una almohada y comencé a peinar su cabello con mis dedos, esas mechas castañas a la luz de la luna se veían artísticas, se notaba que no se había afeitado desde que fuimos al súper mercado a comprar algunos encargos del padre Leoncio. Me quedé un largo rato acariciando su cabello suave y haciéndole ondas con mis dedos mientras dormía.

—¿Esto es un sueño? —dijo Gabriel abriendo los ojos delicadamente, aún seguía teniendo sueño.

—Lo es.

—Obviamente lo es —quitó mi mano de su rostro y la agarró con fuerza —el verdadero Ariel no vendría a buscarme a mitad de la madrugada, cuando el sol aún no sale por el horizonte —río débilmente —tampoco vendría a buscarme después de cómo lo traté, me odio —suspiró —confírmame que es un sueño.

—Te amo.

—Definitivamente es un sueño, un buen sueño —cerró los ojos y sonrió plácidamente —déjame disfrutarte un momento, Ariel imaginario, mañana si te atreves a venir te trataré como a una mierda, te lo prometo —cerró sus ojos con más fuerza —por cierto, yo también te amo.

—¿Por qué me... —tosí para que olvidara lo que dije —¿por qué tratas a Ariel así? —por fin pregunté.

—Ya te lo dije noches atrás —se durmió por un rato —no puedo...permitir que lo sepan, prefiero que piensen que peleamos y que vean que somos como todos, que nos arreglaremos pronto porque así es la amistad, además estoy irritado y estresado.

—¿Por qué?

—Te estás convirtiendo en una pesadilla, pero a veces es bueno hablar con alguien sobre eso... —envolvió de manera intensa mi brazo —hay tiempo para la vida humana, para el servicio y para el estudio, se supone que debería acabar ya mi apostolado, por eso decidí alejarme de Ariel, para que no me extrañe —seguía con los ojos cerrados —, pero cuando Camilo San Román llegó...alargó mi plazo, dijo que se encargaría de mí, lo conocía porque eso me dijeron antes pero recién ahora nuestro acercamiento es oficial, todo el día de mi cumpleaños me la pase leyendo —bostezó —dijeron que sabía muchas cosas, que estaba preparado para la última parte de esta etapa, que había avanzado muy rápido —su voz se entristeció —y es que avancé muy rápido porque había estudiado esto antes pero de una forma más general orientada hacia otros temas, solo que yo soy una persona extraña —se estremeció —que mi espíritu aún no estaba listo ya que me faltaba experiencia, que debía afirmar que tenía la vocación en mis venas —sus ojos estaban entreabiertos —. Camilo San Román me enseñarán lo que me falta, ya sabes antes hacían misa en otro idioma, tengo que aprender eso; no sé por qué, pero dicen que soy un buen partido, que ya no pueden contenerme dentro de cuatro paredes algo alejadas de la realidad, sino que tengo que hacer servicio y darme a los demás para demostrar que estoy hecho para esto y que... —dijo inseguro —que literalmente tenía que predicar, que si cambiaba la mente de los más duros de corazón en esta pequeña ciudad podría lograr todo lo que me propusiera, muchos afirman que este es mi trágico destino, soy feliz e infeliz de que me hayan alargado el apostolado, por eso siento pasión por la vida que tengo ahora porque seguiré con Ariel, o al menos seré una compañía irritable para él.

—¿Y qué opinas sobre dejarlo?, el seminario...

—No lo he pensado con la seriedad del caso, un 2% de los estudiantes se retira por amor, el otro 98% por otro tipo de situaciones...es como que se arrepienten.

—¿Tú te arrepientes?

—¿La verdad? —nos quedamos en silencio —no, definitivamente no me arrepiento, todo lo que construye cosas positivas en mí, como la fe y la madurez me ayuda a querer crecer como persona, superándome cada día, así que...si pienso en dejarlo debería recalcar que ha sido una gran experiencia para formar quien soy ahora, una persona con objetivos a medio trazar —su voz era tan ronca —y yo pensé que había confundido a Ariel, cuando el confundido ahora soy yo.

II

Le cerré los ojos como a los muertos y me fui, repitiendo el mismo procedimiento.

¿Debía arriesgar mis sentimientos para recuperarlo? ¿Para demostrar que realmente me importaba?

Me sentía exhausto, creo que fue una mala idea ir a verlo en la madrugada sabiendo que al siguiente día había clases, no importaba.

No me interesaba dormirme en clase debido a que antes salía más y regresaba horas antes de ir a la escuela, era costumbre mía, una costumbre que había cambiado desde que conocí a Gabriel Mercer. Tampoco interesaba no tomar atención a la clase, ya que, así duerma todas las horas académicas sabía que Celeste tomaría apuntes por mí, aunque yo no haría lo mismo por ella, era una buena amiga.

Por suerte salimos a las once de la mañana, había reunión de padres y debían arreglar la escuela para que se vea como un lugar decente.

Al llegar a mi casa, tomé una ducha con agua helada y me dirigí a ver a Gabriel.

Usualmente, Gabriel siempre me esperaba en las escaleras de mármol con una enorme sonrisa y una mirada de satisfacción por haberme extrañado todo el día, hoy...fue diferente. Hoy estaba David ahí, el mismo que critica a Gabriel por lo que hace.

—¡Qué gran sorpresa! —me burlé de verlo y aplaudí sarcásticamente.

—Hola Ariel, para mí es más sorprendente hacer esto —se señaló completo y levantó la escoba —, ¿vienes a ayudarme?

—Para nada —negué con la cabeza —. ¿Dónde está Gabriel?

—Ah —hizo una mueca —, ¿Mercer? —se acarició la barbilla como si no lo supiera —, está estudiando en su madriguera, no creo que quiera verte.

Ignoré sus "advertencias" y haciéndolo a un lado pasé para ir a verlo. David agarró mi hombro con fuerza para que no vaya a buscarlo y negó con su cabeza.

—Mercer tiene un carácter horrible y fuerte —dijo asustado —no lo haría si fuera tú —actuó como si tuviera escalofríos.

—Está bien —puse los ojos en blanco —. Vengo a buscar a Camilo San Román.

—Todo el mundo dice su nombre completo cuando lo busca o cuando le dice algo —río —, está adentro.

Agradecí con una sonrisa y luego entré rápidamente.

—Y Ariel —giré para verlo —no busques a Mercer, realmente no quiere verte, me lo dijo —susurró un poco para que solo yo lo escuchara —probablemente pienses que lo que te estoy diciendo es mentira, te preguntarás: ¿por qué Mercer le diría algo así a David?, pues solo lo hizo, al parecer supuso que pasaría esto.

Obviamente no quería ver a Camilo San Román, debía evitar darle información a ese tipo tan extraño que sabía cosas demasiado profundas de mí. Sí, estaba adentro, con la cabeza gacha y con los ojos en dirección hacia el suelo, de alguna manera la tranquilidad de Camilo San Román me recordaba a Gabriel, solo que más viejo... ¿cuántos años tendría? ¿Treinta y cinco? ¿Cuarenta y uno?

Me acerqué a la misma banca en la que él estaba sentado e imité su postura, la única diferencia era que yo lo estaba mirando a él y no al piso.

Él, al darse cuenta de que lo estaba mirando fijamente puso su espalda recta, cruzó los brazos y me hizo un gesto para que dijera que era lo que quería.

—Solo quería saludarlo —sonreí falsamente.

—Hola Ariel —recordaba mi nombre —, ¿a qué se debe esta visita por el medio día?

—Me aburro en mi casa, supongo que estar aquí me hace sentir bien —miré todo el lugar para que pensara que me encantaba estar ahí.

Él asintió dándome razón a lo que había dicho.

—¿No dormiste bien?

—¿Por qué lo dice? —pregunté exaltado.

—Te ves cansado, quizá es por un trabajo, una tarea, una visita en la madrugada —pronunció visita con más énfasis que sus anteriores ejemplos.

Lo sabía, Camilo San Román era más astuto que los demás y él si se daba cuenta un poco de las cosas.

Reí con duda, luego él lo hizo, David extrañado nos miró desde la entrada y luego nos callamos.

—Acordémonos que estamos ante la presencia del señor —hizo una reverencia y los dos nos fuimos a un lugar más tranquilo a conversar.

Me preguntó sobre las clases, sobre qué iba a estudiar...las típicas cosas que le puedes preguntar a un adolescente, yo le respondía cosas como "no lo sé, es probable, supongo, quizá, tal vez...".

—¿Y...Gabriel Mercer? —pregunté inoportunamente.

—Ah...Mercer —ya estaba respondiendo como David, su humor cambió al escuchar su nombre —como te dijo David, está en su habitación, pero no está estudiando, en realidad está leyendo un libro que le presté, le dije que lo terminara hoy —sonrió maliciosamente —no creo que salga dentro de mucho...

Lo que él no sabía era que Gabriel Mercer leía demasiado rápido, no sé si exageraba pero hace mucho me dijo que podía leer seiscientas palabras por minuto

—¿Le dio un libro sobre Dios?

—No, para nada —dijo riendo al oír mi pregunta —, le di un libro sobre el suicidio.

Mi cara de espanto lo reveló todo, me parecía algo inaudito que le haya dado un libro sobre el suicidio.

—Es un clásico —sonrió —, Mercer es una persona muy inestable y se nota...claro que hay peores, ¿qué tal si un día decide matarse?, aunque siendo sincero ese libro le daría más alas para hacerlo.

Seguía espantado por su comentario, yo estaba seguro de que Gabriel, mi Gabriel jamás haría algo como eso.

—¿Pero por qué lo piensa? —dije angustiado.

—Porque muchos me han contado que antes de mi llegada era una persona muy feliz y que —suspiró —cuando supo que su apostolado terminaría tuvo cambios de humor bastante fuertes, por eso exigí que se quedara y que yo le daría todas las enseñanzas espirituales que necesita, tanto para salvar a otros como para salvare a sí mismo.

La luz fuerte del medio día nos iluminaba, él seguía hablándome sobre lo importante que era la vida y la salud.

Por fin Gabriel salió de su cuarto con los ojos hinchados y con un libro entre sus manos, sus pasos eran lentos y torpes, se dirigía hacia nosotros.

—¿Te gustó el libro? —dijo Camilo extendiendo sus manos para que se lo devuelva.

—Me encantó, es muy hermoso —sonreía, hace tiempo que no lo veía sonreír —creo que es una expresión muy bella, mágica y significativa del amor: trágico, romántico, simplemente precioso —suspiró —, ¿cree que soy muy sentimental por haber llorado mucho con el final?

—Un poco —rio.

Se habían olvidado que aún seguía ahí, yo solo los escuchaba.

—Lo leí cuando estaba en la escuela, pero en ese momento no era lo suficiente maduro para asimilar que es el verdadero amor —mordió su labio inferior, amaba cuando hacía eso —. Ahora por ejemplo, sigo sin saber qué es el amor, pero logro sentirlo y entenderlo mediante los pensamientos escritos y bien redactados —miró al cielo —yo no me mataría por amor, mi primera razón es porque la vida no me pertenece y la segunda razón es porque considero que las personas que aman ahora, ya están muertas en vida por el simple hecho de sentir eso, ¿qué opina?

—Quizá algún día se lo diga —dirigió su mirada hacia mí —. No has saludado a Ariel.

La sonrisa de Gabriel Mercer al mirarme se desvaneció lentamente, se apagaba cada segundo que me veía, por un momento se puso pálido al verme sentado con el padre, su rostro no emitía sentimiento alguno, sus ojos no dejaban de verme de abajo hacia arriba, ¿acaso era algo sorprendente que yo me haya vestido con lo que él me regaló?

Lo recordaba, lo recordaba todo.

Esta vez no estaba vestido con lo que me había robado de su cajón, pero que tan bien me saboreaba con la mirada, con esos ojos tristes y apagados.

Gabriel estuvo un buen rato mirándome directamente al rostro, sin emitir ningún ruido, sin respirar, sin nada.

—Mercer —lo llamó Camilo, seguía sin escucharlo —. Mercer —lo meció hasta que por fin reaccionó.

Gabriel secó las lágrimas que sin pensar habían inundaron sus ojos al verme.

—¿Qué pasa padre? —sonrió inocentemente, seguía apagado.

—Por ahí me han dicho que cocinas delicioso...

Él asintió.

—Ariel, ¿qué te gustaría comer hoy? —preguntó Camilo.

No sé a qué quería llegar con esto, pero mi respuesta era importante para los dos.

Los observé pensativo, lo que dijera era muy obvio para Gabriel y muy misterioso para Camilo San Román.

—Ravioles —dije frío.

—Sí hay ravioles —Camilo pensó.

—¿Salsa de tomate o pesto? —preguntó Gabriel, arrogante.

—Salsa de tomate —respondí, no podía negármelo.

—Entonces será pesto —estaba jugando conmigo —. ¿Carne o espinaca?

—Carne.

—Será espinaca —evitó mirarme.

El padre Camilo se quedó mirando a Gabriel suspirando y negando con su cabeza, le sorprendía su actitud tan insolente y desconsiderada, estaba haciendo todo lo contrario a lo que yo le decía.

Gabriel corrió hacia la cocina antes de que alguno de los dos dijéramos algo.

—Ariel, ¿puedes ir a ayudarlo? —preguntó Camilo, de forma amable.

—Normal por parte mía, pero —hice una mueca —él no me quiere ahí.

—Eso no te lo puedo creer —río —solo anda, haz lo que te digo.

Suspiré y fui lentamente a la cocina. Ahí estaba Gabriel sacando todos los ingredientes necesarios, me quedé en la puerta de brazos cruzados a esperar a que me vea.

Su rostro se apagó otra vez, algo tenía yo que causaba su tristeza, su melancolía.

—Ariel, con mucho respeto —dudó —quiero pedirte por favor que te vayas.

Reí aun estando en la puerta.

—Ariel no se irá a ninguna parte porque yo personalmente le pedí que te ayudara.

—Padre Camilo —detrás de su espalda apretaba sus manos hasta dejarlas sin circulación —, no lo necesito, muchas gracias por su preocupación.

—No te pregunté —lanzó una sonrisa infame —recuerda lo que te dije sobre el prójimo, la colaboración y la solidaridad.

Gabriel puso una cara extraña y solo aceptó mi ayuda gracias a Camilo San Román.

Cada que él volteaba a verme suspiraba de enojo e intentaba controlarse.

—¿En qué te puedo ayudar? —se extrañó ante mi pregunta —Ya sabes...cocina...no me gusta ser un simple espectador en estos casos.

Gabriel sacó varios tomates del refrigerador y me pidió que los cortara en rodajas.

—Pensé que sería pesto... —tomé el cuchillo para ver su reflejo.

—Ah...entonces quieres pesto.

—No, gracias, prefiero el tomate.

Puso los ojos en blanco e hizo lo que me pidió como para ayudarme, yo debería ayudarlo a él.

Estaba tan concentrado en no romper los círculos de tomate que ni lo miré, solo que para mi gran suerte podía ver que él estaba observándome.

—¿Sabías que este plato a veces depende mucho de la salsa? —no respondí —Y no es necesario que el corte sea perfecto, lo normal es que sea tomate triturado para que salga más rápido, solo que le quitas las propiedades y todas esas cosas, así que prefiero cortarlo.

Yo también podía jugar a lo mismo que Gabriel Mercer, ¿dónde está su trato de mierda? ¿Existe?

Evidentemente...no, no existe, Gabriel no puede tratar mal ni a una araña, ni a una pelusa que volaba en el aire.

Continué cortándolos de forma perfecta sin oír lo que decía.

—¿Quieres música? —preguntó mientras sonreía.

—Tal vez —trataba de enredarlo —, pero no sabes que me gusta a mí.

—No hay problema, puedo poner algo que me guste a mí.

Imbécil.

Se dirigió hacia la radio, la prendió y cambió de estación a una solo de jazz.

—¿Me estas jodiendo? —reí sarcásticamente por su elección.

—¿No te gusta el jazz? —se extrañó.

—Me encanta, pero no tengo ganas de jazz —pensé —pon algo con lo que puedas cortarte las venas —lo estaba vacilando.

Asintió con la cabeza.

—¿Cómo? ¿Así? —remangó su camisa negra para que viera unas cicatrices ya sanas en forma de líneas.

Mi expresión se tornó a una sombría y triste. Gabriel río al darse cuenta.

—No son auto lesiones —sonrió —nunca pienses eso —su expresión llena de seriedad hablaba más que lo que decía.

Cambió de estación y siguió cortando tomates mientras cantaba. Gabriel Mercer ocultaba una maraña de cosas mezcladas dentro de él, profundas y sin respuestas por el momento.

—¿Puedo preguntar qué es? —señalé su brazo.

—Si tanto te importa —suspiró —solo tenía un perro hace mucho, un día me desconoció y me atacó, dejándome el brazo así, tenía una mordida bien clara antes pero con las cremas logré recuperar una piel estética, sin embargo...eso jamás desapareció —bajó las mangas de su camisa —todo el mundo piensa que son auto lesiones, hasta el padre Camilo San Román me lo preguntó —río a carcajadas —lo que no saben es que no soy de esas personas.

Asentí y seguí cortando tomates, en silencio.

Hacía notar su incomodidad al tenerme en su sitio de guerra, y no me molestaba en absoluto.

—¿Qué libro te dio el padre Camilo? —pregunté sin mirarlo.

—Ah —pensó —es un clásico, quizá algún día se lo robe para que tú lo leas.

Intenté no mostrar emoción alguna. Gabriel Mercer era muy extraño, me dice cosas así y luego vuelve a ser un idiota, seguro por eso le desagrada tanto a Celeste.

No hablamos hasta que el almuerzo estuvo listo, era muy incómodo que en vez de pedirme amablemente los platos solo hacía señas para indicarme que los saque. Aunque a la misma vez me alegraba poder entenderlo con la mirada, me encantaba más mirarlo que ayudarlo, admitía que podía observarlo todo el día.

Me moría por preguntarle cómo le había ido, qué hacía por sus tiempos libres si es que aún los tenía y por supuesto...si todavía sentía lo mismo de antes, si su alejamiento era obra del desamor, si solo quería eso de mí para partir e ir en busca del cuello perfecto. Pero no podía, cualquiera en mi lugar lo habría hecho, solo que...era difícil, sigue siendo difícil para mí.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó él, como si leyera mi expresión, quizá solo pensábamos lo mismo.

—Bien —dije desanimado —mal —susurré para que no lo escuche, no quería que lo supiera —. ¿A ti?

—Mmmmm... —su expresión cambió completamente —no lo sé, ¿te conté que desaparecí por los exámenes?

Recordé que me dijo algo así por la madrugada, de tan solo pensarlo dejé todo lo que estaba haciendo para concentrarme en ese momento, tanto que me atraganté con la comida y Gabriel tuvo que calmarme con un vaso de agua.

—No, no me contaste —dije nervioso.

Gabriel frunció el ceño, se acercó a mí lo suficientemente cerca como para sentir su respiración.

—No soy idiota —susurró —y Camilo San Román tampoco, cuida tus movimientos.

Se agachó para estar a mi altura sentado y con su dedo índice delineó las bolsas gigantes que tenía debajo de los ojos por no haber dormido casi nada.

Gabriel sacó un cuaderno pequeño de notas y un lápiz de su bolsillo, y comenzó a escribir algo.

"Nos vemos después de una hora en esa casa del árbol que tienes en tu patio."

Leí mentalmente y no pude evitar sonreír al mirarlo. Él puso los ojos en blanco y me pasó el lápiz por si quería hacer alguna pregunta.

"¿Acaso no me lo puedes decir por palabras orales?"

A penas lo leyó negó con su cabeza indicando que Camilo San Román estaba afuera y podía escucharnos.

Lavé los trastes y fui a mi casa lo más rápido posible para estar listo. Tal vez Gabriel había planeado todo o estaba improvisando, no me interesaba ya que por fin después de mucho nosotros tendríamos una conversación normal y pacífica sobre todo lo que había pasado en este corto tiempo de la desaparición de Gabriel y su distanciamiento.

Notaba que Mercer era muy observador, casi nadie había notado que había una casa del árbol en mi jardín porque las hojas cubrían toda la madera de la pequeña casa.

Subí antes de tiempo a esperarlo y me quedé dormido en una esquina donde habían almohadas para sentarse.

Sentí el peso de Gabriel llegando hacia mí, por lo tanto decidí sentarme como una persona normal a esperarlo.

Cuando llegó hizo lo mismo que yo, vio la almohada que estaba a mi costado y se sentó en esta, a mi lado.

—Hola —dijo observando el panorama.

—Hola Gabriel.

—Quisiera decirte muchas cosas pero el tiempo vuela —tomó un temporizador de cocina de su mochila y lo colocó al frente nuestro.

—La tecnología ha avanzado exponencialmente —me burlé.

—Ay, solo cállate —río por mi comentario —al parecer Camilo San Román sabe algo —se puso serio —no algo mío, nadie sabe nada de mí, pero si sabe algo de ti porque te trata de una forma extraña.

—Define "extraña".

—Me refiero a que es lindo contigo, conmigo es una tremenda basura, no sé qué le pasa — suspiró —creía que le agradaba.

—Si eso es ser lindo no me imagino lo que será ser feo —reí —quizá no le pareció justo la manera en la que me trataste hoy.

—Sabes que solo juego —tomó mi mano —pero hablo en serio, hasta David lo ha notado, últimamente él y yo conversamos más —me observó fijamente —fue muy lindo tu gesto de ir en la madrugada a visitarme, pero no fuiste cuidadoso y al parecer Camilo San Román te vio, los escuché hablando...así es como supe que no era un sueño.

Me quedé en silencio, se supone que nadie lo sabría.

—Como mi segundo punto a tratar —me tomó con más fuerza —quiero que me disculpes por haberte tratado tan ingratamente, quizá pienses que solo no sé...quería placer y ya, y cuando lo obtuve te dejé pero no fue eso, lo siento si las cosas coincidieron.

—No se me había cruzado por la mente —sonreí.

—De todas maneras, lo siento —dejó de mirarme —tuve que dar exámenes, estudiar, prepararme...en fin, un montón de situaciones me bombardearon, no es fácil estar en un seminario, uno cree que no haces nada pero de cierta forma las personas que están ahí saben muchas cosas y tienen que tener muchos conocimientos para promover y defender lo real.

—Te disculpo.

—No me lo merezco.

Me sorprendieron mucho sus palabras, quería callarlo y besarlo, solo para probar si aún él sentía lo mismo. Me acerqué a su rostro lo más que pude y cuando estuve a punto de besarlo como se debe, él movió su rostro, en lugar de que mi beso esté dirigido a sus labios cayó en su mejilla derecha.

—No, Ariel, por favor —se entristeció.

—¿Por qué no?

—No creo que sea lo correcto, ya no estoy para esas cosas —suspiró.

—Mírame a los ojos y dime que no me amas, te dejaré en paz, lo prometo, solo dímelo.

Me arrodillé en frente de él, posé mis manos sobre sus hombros y lo miré fijamente para que me lo dijera, si había que terminar con esto debía ser de la manera correcta.

Nos quedamos en silencio en esa posición; Gabriel estaba mudo, nervioso, demostraba tantas cosas con sus movimientos torpes.

—Mejor hagamos algo que a los dos nos conviene.

—Te escucho —dejé de tener todo mi cuerpo sobre mis rodillas y me senté.

—Ariel...yo te quiero mucho, te aprecio, eres una persona increíble —sonrió al decir todo eso sobre mí —pero —estaba preparado para escuchar lo peor —necesito resolver algunos problemas, uno se llama Camilo San Román y otro tiene que ver con mi vocación espiritual, no te estoy diciendo para acabar, no creo que sea lo indicado ahora —volvió a tomar mis manos —solo te pido mucha paciencia para ver qué pasa, para ver qué tiene preparado el tiempo para nosotros y también para usar tanto situaciones buenas como malas a nuestro favor.

—No entiendo —me hice el tonto.

Gabriel me acercó a él arrastrándome y me abrazó fuerte, no me negaba, lo deseaba desde hace mucho.

Sujetó mi rostro con sus manos y me dio un beso inocente en la frente.

—¿Es lo mejor que puedes hacer, Gabriel Mercer?

—Es lo mejor que puedo hacer por ahora.

Mi rostro debajo de él divisaba el suyo, esos ojos tan melancólicos y esa sonrisa tan real solo podían pertenecer a alguien que ama. Adoraba que usara sus dedos como una peineta en mi cabello, me recordaba lo que era sentir algo lindo, lo que era perfecto.

El temporizador comenzó a sonar en el mejor momento y Gabriel estaba parándose para irse.

—¿Tan rápido? —intenté detenerlo —¿Me quieres?

—Por supuesto, pero —suspiró —al demonio el temporizador y Camilo San Román —sonrió maliciosamente.

El tiempo pasaba lento mientras me besaba; un beso puro, tranquilo, verdadero, era lo que me hacía falta en este triste mes.

—¿Puedo acompañarte? —pregunté cuando terminamos.

Gabriel lanzó una carcajada y negó con su dedo.

—¿Por qué no? —lo sostuve fuerte del brazo.

—Bueno —pensó —está bien, acompáñame pero te vas cuando estemos a media cuadra de llegar, ¿trato?

Asentí muy feliz y bajamos del árbol.

Me sentía como un niño con un juguete nuevo; jalaba a Gabriel hacia mí, lo abrazaba, le daba vueltas a pesar de que él tenía que agacharse para pasar debajo. Gabriel no dejaba de sonreír con los ojos en blanco, sabía que le parecía ridículo todo lo que hacía, pero yo me sentía feliz.

—Gabriel Mercer.

—¿Ariel? —se quedó parado.

—¿Qué pasa? —pregunté sin perder mi felicidad.

—Ya estamos a media cuadra —soltó mi mano —Nos vemos...o hablamos, no lo sé.

Gabriel se fue caminando y antes de que llegara más lejos corrí hasta él y lo abracé por detrás.

Él estaba pasmado, intentando sacar mis manos lentamente de su cuerpo.

—Ariel, suéltame —susurró —Camilo San Román —dijo entre dientes.

Mis sentidos se activaron y lo solté rápidamente, pero Camilo San Román estaba en la puerta observándonos de brazos cruzados.

Gabriel corrió y entró más rápido que un atleta, me avergoncé y solo me fui.

—Ariel, no te vayas, ¿podemos hablar? —dijo él, serio.

Me dirigí a la puerta en donde estaba parado y agaché mi cabeza para no verlo.

—Disculpe si Gabriel se retrasó, me lo encontré por ahí, conversamos...y ya.

—No lo creo —río —Ariel...no soy tonto, solo quiero que sepas eso.

—Nunca lo afirmé —dije inocente.

—Y yo sé lo que vi.

—Solo fue un abrazo, también puedo abrazarlo a usted.

Me acerqué y con el dolor de mi alma abracé a Camilo San Román, apoyé mi cabeza en su hombro y de reojo veía a Gabriel oculto entre la segunda puerta lanzando risitas, me habló solo con los labios diciendo: "eres tan ocurrente cuando se trata de salvarme".

—¿Lo ve? —dije al separarme.

Camilo San Román asintió y me deseó unas buenas noches.

Salté en todo el camino hasta llegar a mi casa, es bueno recuperar lo que creías perdido.

GABRIEL_20:43

Buzz Buzz, buenas noches estimado joven Morriell, ¿cómo se encuentra en esta hermosa noche?

ARIEL_20:43

Me encuentro demasiado bien, ¿puedes creer que sigo sonriendo? ¿Te dijo algo ese psicótico religioso?

GABRIEL_20:43

No, no me dijo nada ese maniático místico.

ARIEL_20:44

Ese lunático creyente.

GABRIEL_20:44

Ese devoto perturbado.

ARIEL_20:44

Ese chalado fervoroso.

GABRIEL_20:44

Creo que deberíamos dejar de decir tantos sobrenombres, ¿te agrada alguno para referirnos a Camilo San Román?

ARIEL_20:45

Considero que deberíamos usar todos, cariño.

GABRIEL_20:46

Entonces...estamos bien.

ARIEL_20:46

Aún no, tienes que ganarte mi amor.

GABRIEL_20:46

Pensé que lo había logrado hace mucho.

ARIEL_20:46

¿Me seguirás ocultando?

GABRIEL_20:46

Lo siento Ariel...debo de hacerlo, por cierto... ¿qué tan bueno eres actuando?

ARIEL_20:47

Oh, está bien, no te preocupes. Supongo que soy el mejor.

GABRIEL_20:47

Necesito que actúes como que me odias o no lo sé, Camilo San Román está demente, mira cosas donde no hay, bueno si hay pero...nadie debe saberlo.

ARIEL_20:48

Ya veré que hago, ¿por qué saliste hoy?

GABRIEL_20:48

Salí para recoger unas cositas, una encomienda en realidad y de paso fui por ti, estabas planeado en mi ruta.

ARIEL_20:50

¿Puedo verte?

Enseguida Gabriel comenzó a llamarme para iniciar un vídeo chat.

—Hola —dijo sonriendo cuando contesté.

—Buenas noches, Gabriel Mercer —tapé mi rostro.

—Ya me viste, ahora adiós —estaba a punto de cortar.

—No cuelgues —lo detuve —quería decirte que...tienes un bonito pijama.

—Qué linda excusa —levantó su camiseta y metió su cabeza ahí —pero toda mi ropa es negra, hablamos luego.

Colgó.

Colgó y dormí.

Colgó y dormí como nunca antes.

Gabriel

Era una tarde como cualquiera; las nubes inundaban el cielo, el clima era templado y el panorama pacífico.

Se observaba al castaño caminar rápidamente en dirección a la única casa blanca de aquella residencial, llevaba unos papeles importantes dentro de una libreta negra. Los destellos de sol le creaban una aurora iridiscente por el bruñido de las ventanas, su figura era inconfundible y llamativa.

Al llegar a la casa, esperó esbelto a que la puerta por fin se abriera, el asunto que quería arreglar era de vida o muerte.

—¿Qué lo trae por aquí?, Ariel no llega hasta las tres en punto—sonrió la pelirroja al abrir la puerta.

—Necesito que me haga un favor —levantó los papeles —es un favor muy urgente.

Lo hizo pasar al salón principal, le invitó una taza de café y conversaron acerca de los papeles llenos de letras. Gabriel Mercer la explicó toda la situación a la que estaba amarrado, si alguien se llegara a enterar lo mancillarían y sería terrible. Sin embargo, Olivia aún no encontraba una razón necesaria como para concederle ese favor tan grande, era evidente que no lo entienda y es que los pensamientos de Mercer ocultaban millones de argumentos, lo que le estaba diciendo en ese momento eran puras falacias, excusas, justificaciones innecesarias, pretextos; era cualquier cosa menos la verdad y la realidad que lo acorralaba cada noche en esa pequeña habitación cuyas paredes estaban gastadas y despintadas, como él en ese momento.

Olivia no lo pensó dos veces y sin sangre en las manos firmó cada uno de ellos, pensaba que haciéndolo iba a mejorar las cosas, o quizá a empeorarlas menos.

—Por dios, Olivia —río Mercer —usted firma los papeles como si fuese algo malo.

—No lo es —pensó —, pero es algo extraño, ¿qué clase de persona pide una transferencia vehicular?

—Sé lo que hago, créame —sonrió con sus dientes impecables, como siempre —no por nada soy licenciado en derecho —la miró fijamente— además porque...Camilo San Román está loco, y fácilmente puede averiguar mis movimientos, si se enterara de todo lo que tengo —suspiró —me quitaría hasta lo poco que me queda de vida.

Olivia se preguntaba a sí misma, ¿por qué?

—Tiene una interrogante, ¿verdad? —Gabriel lo sabía todo —si se pregunta por qué es que no puedo...es porque los religiosos no tienen nada suyo, sin embargo, usted sabe mi situación.

—Pero Gabriel...piénsalo de una vez, ¿verdaderamente quieres vivir así?

Gabriel al ver que Olivia ya había terminado con esos trámites, los guardó en su libreta y se despidió de ella amablemente.

—Solo tengo que ir a los registros a pagar.

—Piénsalo bien.

—Por eso mismo estoy demorando, debo de pensarlo bien.

Quién sabía si Camilo San Román había visto todo el protocolo que Gabriel ejecutó al conseguir esos papeles, cómo hizo que los firmaran, y luego cómo huyó con las pruebas hacia el registro para pagar una cantidad insignificante, solo que muchas veces lo pequeño nos ayuda más de lo que necesitamos.

Al regresar, Camilo San Román estaba parado en la puerta gigante con los brazos cruzados esperándolo, como usualmente lo llevaba haciendo.

Pero a Gabriel no le preocupaba eso, no le importaba nada y pensar que es una de esas personas que toman todas las actitudes como esenciales...Camilo le llegaba altamente.

III

—Mi mamá me contó que transferiste el vehículo costoso a su nombre, ¿por qué?

Gabriel soltó una risa nerviosa y no se esforzó por responder mi pregunta.

—Dime —dije cortante.

—Pronto lo sabrás —sonrió muy enamorado.

—No estarás pensando en huir hacia el otro lado del universo y haberlo puesto a nombre de otra persona por no saber cómo llevarte el auto, ¿verdad? —mis ojos se cristalizaron, ¿por qué más haría eso?

—Por supuesto que no —río —no está en mis planes —alzó las cejas —, ¿qué puedo hacer para que me creas?

—¿Lo que sea? —eso me excitaba.

Asintió asustado.

—Cuéntame algo que no le has contado a nadie.

—Tú y tus "cuéntame cosas" —puso los ojos en blanco como casi siempre —, está bien pero no te lo puedo decir aquí —señaló al patio en donde estaba Camilo San Román.

Anunció que se iba, dejando el libro que estaba leyendo mientras yo terminaba de barrer el piso, como amaba que dejara todo por mí.

—¿Has notado que últimamente estoy leyendo mucho?

Asentí e intenté tomar su mano mientras caminábamos, negó con su cabeza y caminó con las manos detrás de su espalda como en posición de "descanso".

—Leyendo mejoraré mis capacidades de orador, ya te imaginarás qué tan bueno es eso para los religiosos...

—Quizá termines siendo alguien miserable en un colegio lleno de bastardos para hablarles sobre Dios —me burlé.

Gabriel negó y me abrazó por detrás como ahorcándome, posó sus labios en mi mejilla izquierda y caminó hasta estar junto a mí de nuevo.

—Muchas cosas pueden cambiar en menos de un segundo —sus ojos le brillaron —, ¿quieres que te cuente algo que jamás le he dicho a alguien?

Asentí emocionado.

Sin querer y sin darnos cuenta habíamos terminado en uno de los muchos parques que había cerca. Él se sentó en una banca de madera la cual estaba posicionada en el lugar perfecto para evitar el sol, e hizo una seña para que me sentara a su costado.

—Ave María purísima —reí porque estaba imitando el típico procedimiento de la absolución de pecados.

—Ay, Ariel... —cubrió su rostro para que no viera como deseaba reír —tal vez pienses que no he vivido lo suficiente pero mis experiencias universitarias fueron muy extrañas.

—Cuéntame.

—Pues... —miró al cielo —cuando estaba adelantando cursos en lo que correspondía al segundo año de mi carrera, me invitaron a una fiesta.

—Gabriel Mercer en una fiesta —aplaudí —sorprendente.

—Eso no es todo, idiota —me empujó —al principio no quería ir pero no sé qué me impulsó a hacerlo, pienso que fue el hecho de que le agradaba a todos y querían tenerme ahí necesariamente ya que algunos estaban solo de intercambio por esas épocas —estaba serio —me sentí muy vivo, sin embargo —mordió su labio inferior —no recuerdo nada.

—No te creo.

—En serio —abrió completamente sus ojos —recuerdo hasta cierto punto, fue una noche muy loca, ya sabes...el sentido de la vida es la pasión.

—¿Cuál es el secreto?

—Lo tengo todo borroso, solo que sí recuerdo lo que paso al día siguiente —acarició su barbilla —, amanecimos todos en una suite presidencial del hotel más costoso de la ciudad —río al recordarlo, con una expresión traviesa —lo más raro es que estábamos todos desnudos —cubrió sus ojos riendo —y todos teníamos un tatuaje en la cadera que decía "No regrets".

—Sigo sin creerte...

—Es tan real como mi amor por ti —se apoyó en mi hombro derecho —tuve tanto miedo que desperté y me fui al hospital a hacerme exámenes para ver si tenía SIDA.

Sonaba muy convincente.

—Mercer —negué con la cabeza —si tuvieras un tatuaje lo habría notado.

—Es pequeño, ¿quieres verlo?

—Estás loco.

—Igual te lo mostraré, porque me dijiste que te cuente algo que jamás le he dicho a alguien —desabrochó su cinturón.

—Demonios, Gabriel —me espanté —no puedes hacer esto en lugares públicos.

—Claro —bajó un poco la parte izquierda de su pantalón —. ¿Lo ves?

Observé esa parte de su piel de reojo y a plena luz de la tarde se veían letras negras en mayúscula.

—¿Es marcador permanente?— no le creía.

—Es tinta inyectada en mi piel.

Traté de borrarlo pero vanos eran los intentos, realmente era un tatuaje permanente que tenía escrito solo una oración con menos de cinco palabras.

"No regrets."

—¿Y no recuerdas esa sensación horrible de irritación y malestar? —yo con mis preguntas inocentes.

—Es el frenesí de un adolescente —él con sus respuestas filosóficas —aunque sí, lo recuerdo muy bien, créeme que es asqueroso tener un parche en la cadera y no poder hacer nada con eso porque si no se te infecta o te pasa algo peor, corriendo el riesgo de que mis padres o las demás personas se enteraran de que alguien como yo tenía un tatuaje singular —suspiró —. Moraleja: no te hagas un tatuaje; o mejor aún...ten control de ti mismo en las fiestas locas de la universidad.

Reía, porque me causaba gracia o quizás porque no sabía cómo reaccionar al respecto.

¡Qué increíble eras Gabriel Mercer!, me impresionabas cada día, con cada experiencia, me conmovías con todo...

En los minutos que corrían sobre nuestra huida de Camilo San Román solo nos limitamos a mirarnos, porque así empiezan las cosas, porque así hablaban nuestros corazones, nuestros hipotálamos si hablábamos en un modo más realista.

No solo me asombraba todo lo que tenía que ver con la vida de Gabriel Mercer, me impactaba el como yo me había transformado en una persona que se sobresaltaba con todo, ya que...así te hace el amor, exalta a esa persona como si fuese lo mejor del mundo. La única diferencia era que había una gran posibilidad de que todos amemos a Mercer, todos reconocíamos tu grandeza...o es que yo estaba muy enamorado o es que el simple hecho de la existencia de Gabriel ya era aquella luz que incendiaba a la humanidad.

Gabriel levantó su mano derecha y observó la hora en el reloj que Luna le había regalado.

—No sabía que eras zurdo —yo era muy observador.

—En realidad no —sonrió arrogante —soy ambidiestro —mostró todos sus dientes en una gran sonrisa —es hora de irnos, San Román entrará en crisis si no me ve leyendo.

—¿Eso quiere decir que usas los dos hemisferios cerebrales? —pregunté persiguiéndolo —, ¿qué se siente?, debe ser una locura —corría para alcanzar sus pasos largos —, ¿puedes escribir con las dos manos a la vez?

Gabriel solo me ignoraba y seguía caminando.

—Solo una pregunta por cada cosa que te deba —por fin se detuvo —ahora vamos, por favor.

—No hasta que respondas mis preguntas —lo tomé del brazo y lo detuve —por favor.

—Sí, significa que uso los dos hemisferios, no siento nada raro por la costumbre, sí puedo escribir pero no estoy seguro si al mismo tiempo.

—Una última más —estaba ansioso —, ¿naciste así?

—No —ya se estaba molestando —lo eduqué —me jaló para que siguiera caminando —y si te preguntas qué significa eso o por qué lo hice...es porque nací zurdo pero mis padres decían que las cosas de zurdos eran...no lo sé —decía eso cuando comenzaba a balbucear —, solo dijeron que querían que sea diestro, por las mañanas en el colegio educaba mi mano derecha con dolor y por las tardes en mi casa hacía mis tareas con la mano izquierda hasta que llegó un punto en el que pintaba con las dos manos lo que me dejaban en el kínder para hacerlo más rápido. Mis padres notaron eso y dijeron "wow, nuestro niño es muy inteligente", y es que yo comprendía muchas cosas cuando tenía cinco años.

—Tienes una infancia extraña, a esa edad yo comía crayones y pintaba paredes —reí.

—A esa edad mis padres ya sabían que puesto ocuparía en la compañía familiar —se sentía el dolor en sus palabras —sabes Ariel...pensándolo bien, no quiero volver, no aún.

Asentí, la idea me parecía muy buena, yo tampoco quería volver.

El único problema era encontrar un lugar adecuado, en el que nadie tenga que ocultar nada. Caminamos varias cuadras tomados de la mano a ver si hallábamos algo correcto y perfecto; no me interesaba tener toda la mano llena de sudor y que los fluidos de Mercer se mezclen con los míos, era a lo que le tomaba menor importancia en esos instantes.

—¿Qué tal si solo vamos a la casa del árbol de mi jardín y ya? —dije aburrido.

—¿O qué tal si solo nos escabullimos en esa casa en venta de la esquina y ya? —dijo señalando una propiedad linda y acogedora.

—¿Te das cuenta cómo es que cuando estamos juntos una cosa lleva a la otra?

—¿Te das cuenta de que contigo me gusta hacer cosas que con otros me espanta?

Amaba cuando hacía eso, cuando me decía cosas que sonrojarían a cualquiera, hasta a mí.

—Permítame el honor de llevarlo al paraíso por segunda vez en la vida —hice una reverencia como un noble a su rey.

Gabriel tomó mi mano con una gran interrogante en la mirada, si está era la segunda... ¿Cuál sería la primera? Oh, eso ustedes ya lo saben.

Corrimos como dos niños a los que llevas a un restaurante donde hay juegos, corrimos como dos almas libres, como dos enamorados sin control. Yo estaba completamente perdido en lo que muchos llaman amor, ¿Gabriel sentiría lo mismo? ¿O solo sería puro capricho para vivir ese frenesí de adolescente que tanto menciona con otros términos?

Irrumpimos en la propiedad como si no supiéramos los riesgos que conllevaba realizar tal acción.

—¿Ahora qué? —pregunté observando todo el lugar.

—Ahora yo te haré una pregunta —me condujo hacia otra habitación —prefieres... ¿vivir en una casa así de grande o viajar por el mundo?, tu decisión afecta más de lo que crees.

—Las dos cosas... —dudé —bueno, viajar por todo el mundo —levanté mis manos —pienso que un lugar así sería para tener una esposa re-buena, cuatro hijos, un perro, un gato y un pez.

—Sabias palabras, mi querido Morriell —me abrazó por detrás —tiempo atrás consideré en tener una esposa re-buena, cuatro hijos, un perro, un gato y un pez.

—¿Y qué pasó?

—Descubrí que las mujeres no me abastecen —cerró sus ojos.

Me apoyé contra la pared y poco a poco fui bajando hasta terminar sentado en el piso de madera nuevo, Gabriel hizo lo mismo solo para sentirme cerca una vez más.

—¿Puedo besarte? —pregunté tomando su muslo con las dos manos.

—No, Ariel, de verdad no tengo ganas de esas cosas —suspiró —me siento horrible.

—Ya comenzamos esto, ¿te estás echando para atrás? —bajé mi mirada, no quería destruirme frente a él.

—Ariel... —bajó su pantalón lo suficiente como para que lea de nuevo su tatuaje —Sin arrepentimientos, algo que no te dije es que desde ese día es mi ley de vida, no me arrepiento de nada...comienza a emplear esa frase en tu quehacer diario.

—Joder... —hice mi cabello para atrás —quiero un tatuaje así —reí.

—Ni lo pienses... —puso sus ojos en blanco.

Ya comenzaba a gustarme cada una de sus expresiones.

Ya lo amaba.

IV

ARIEL_20:23

¿Camilo San Román te asesinó?

GABRIEL_20:25

Casi me saca los ojos, haha.

ARIEL_20:25

Gabriel Mercer...hasta yo quiero sacarte los ojos, esos hermosos ojos.

GABRIEL_20:27

No de esa manera, imagina que tú lo harías con un bisturí en forma de corazón y San Román solo lo haría con un aburrido bisturí...ni un bisturí, lo haría con un triste cuchillo de cocina, esos que ni si quiera tienen el filo suficiente como para cortarte la piel. No puedo creer que nos hayamos quedado dormidos, son tan interesantes los procesos mentales de cada persona...

ARIEL_20:27

Yo aún lo sigo asimilando, mi cabeza no procesa como es que alguien puede dormirse en un piso de madera frío y solitario.

GABRIEL_20:27

¿Solitario? Yo existo, Ariel. Tengo que hacerte una pregunta... ¿cómo es que crees que nos enamoramos?

ARIEL_20:27

Con la mirada.

GABRIEL_20:28

Sí, eso pensaba hace unos días. Sin embargo...puedo afirmar que nos enamoramos por el olfato, ¿notas que últimamente me interesa más la vida humana?

ARIEL_20:28

Explícame eso.

GABRIEL_20:30

Algo en tu piel me causa la suficiente atracción como para activar mis neurotransmisores destacando a la dopamina.

ARIEL_20:30

¿Qué hace la dopamina?

GABRIEL_20:33

Ariel eres como un niño, preguntas muchas cosas, tienes tantas dudas existenciales. La dopamina...es lo más increíble que puede existir en el cerebro humano, es lo que me encanta.

ARIEL_20:33

Puedo concluir con que la dopamina es pasión, deseo, ¿lujuria?

GABRIEL_20:34

¿Lujuria? Interesante percepción...no lo sé, siempre pensé que yo era asexual, como un vegetal o una planta.

ARIEL_20:34

Puedo creer que hasta eres heterosexual, pero asexual nunca.

GABRIEL_20:34

Me ofendes, créeme que antes de conocerte todo era demasiado distinto a como es ahora.

ARIEL_20:35

¿Podrías decir que conocerme fue como un auge en tu vida?

GABRIEL_20:35

Sí, puedo afirmarlo.

ARIEL_20:35

"Gabriel Mercer... ¿Tú me amas?"

GABRIEL_20:36

Antes de responderte eso, quiero saber qué es el amor para ti.

ARIEL_20:37

El amor para mí es un sentimiento que los seres humanos manifestamos por defecto, es intenso y se basa en el apego hacia alguien o algo. Puedo decir que el amor es como la química, está en todas partes y es inevitable.

GABRIEL_20:40

¡Qué frío tu corazón! El amor, como bien lo has dicho, es todo. El amor va más allá de la palabra sentimiento o emoción, el amor es algo que todos a lo largo de nuestra vida vamos a experimentar porque así somos, porque lo necesitamos. El amor es como respirar, ¿puedes dejar de respirar por cinco minutos? No lo creo, así como no puedes dejar de amar. Siempre vas a amar, porque no solo es sentir afecto sexual o sentimental; tú te amas a ti mismo, hasta podrías amar a las cosas. Pero... ¿realmente qué es? Es compromiso y responsabilidad, es...sobre todo, reciprocidad. Aunque no he respondido a mi pregunta del todo porque hay millones de cosas que decir...Sí Ariel, sí te amo, te amo más que a mí mismo, te amo tanto que puedo dejar mi narcisismo y mi egocentrismo para ponerte a ti primero ante todo. Eso es amor.

ARIEL_20:41

Últimamente estás peor que libro de auto ayuda...tan filosófico, pero debo resaltar que me gustó eso de compromiso, a ver si tú lo empleas más. Estoy muy aburrido en esta noche fría y desierta, ¿qué opinas sobre vernos de nuevo en la casa esa?

GABRIEL_20:41

Nos acabamos de ver hace unas horas...pero está bien, solo porque quiero demostrarte que tengo compromiso contigo, solo espero poder salir de una manera silenciosa y sin llamar la atención.

ARIEL_20:45

Eres como el hombre araña, solo escala por las paredes.

GABRIEL_20:50

No es tan fácil...

ARIEL_21:00

Te espero, Parker, adiós.

Y como si las cosas fueran tan simples, me coloqué unas zapatillas y me envolví en una manta oscura. El paso siguiente era salir, muchos insinuaban que yo tenía una vida fácil...y era cierto, bajé las escaleras como lo haría cualquier día en la mañana, abrí la puerta y salí, así sin más, nadie podía decirme algo al respecto.

La casa en venta estaba a unas cuantas cuadras de la mía, por lo que caminando lentamente llegaría en quince minutos o menos. El asunto era que nadie debía verme, no porque hiciera algo malo (pero sí, era algo un poco malo), sino porque... ¿qué clase de persona sale a altas horas de la noche? Si bien el fin de semana estaba a unas horas y era lógico que personas de mi edad harían fiestas o reuniones privadas en las que había una gran posibilidad de que la gente abunde por las calles...no debía dejar que me vieran. Ese no fue el caso en mi intento de camuflaje, eludí a todos los que me conocían y seguí mi camino como si nada ocurriera pero no valió de nada, a una cuadra observaba a Celeste en las mismas condiciones que yo: muerta de frío, caminando a quién sabe dónde. Tenía dos opciones: escabullirme entre esa intersección de las dos cuadras tomando un desvío o hacer como si no la conociera y pasar desapercibido; no era buena opción huir ya que me había visto, no sabía quién demonios era pero ya tenía mi imagen de extraño en su mente. Decidí usar mi segunda opción, pero ya era muy tarde.

—¡Ariel! ¿Qué...qué haces aquí? —dijo metiéndose las manos en la sudadera.

—Tengo que —dudé —ah...un compromiso.

—Parecer E.T —río —, ¿te vas a tu planeta?

—Pues sí...

—Yo voy a ver a Giovanni.

Giovanni era el tercer miembro de nuestro grupo: Celeste, Ariel y Giovanni, el trío perfecto. Él se había ido de intercambio por un problema que hubo el anterior año, pero no habían posibilidades de que regrese y aun así había vuelto.

—¿No te lo dijo? —preguntó al ver mi expresión de confusión.

—No, para nada.

Estaba dolido, se notaba. Me preguntaba cómo es que mi mejor amigo del kínder no me avisara que regresaría a la cuidad.

—Si quieres vamos los dos —hizo una mueca —, estoy segura de que le alegrará verte.

—Lo siento pero sabes que no me gusta ir a donde no me invitan —sonreí solo con los labios—, tengo que seguir con mi camino.

Caminé lo más rápido que pude.

—Pero tu casa está en la dirección contraria —dijo a lo lejos.

—Exacto.

Mi conversación con ella me había retrasado lo suficiente, a este paso Gabriel Mercer llegaría antes que yo a la casa en venta y me reprocharía lo del compromiso, me lanzaría toda la torta en la cara.

Seguí corriendo sin más, sin parar. Esto ya no se trataba de "compromiso", era muy infantil pero quería llegar antes que Gabriel, por una vez en la vida quería ganarle.

Cuando llegué me di cuenta de que era demasiado tarde, la cortina de la ventana por la que entramos en la tarde estaba medio abierta, significaba que él ya estaba ahí. Maldije toda mi entrada a la propiedad y ahí estaba él, esperándome.

—Tarde... —dijo golpeando el reloj con su dedo índice, esta vez lo traía en la mano izquierda —cinco malditos minutos tarde.

—¡Qué sorpresa! —negué —traes el reloj en la mano izquierda —dije para evitar sus preguntas.

—Es que no decido la mano más cómoda.

— Aplausos para — pensé—, ¿cuál es tu nombre completo?

—Gabriel Mercer —me miró fijamente, pero quería su nombre completo —. Gabriel Mercer Gratziani —puso sus ojos en blanco y seguí mirándolo, no estaba completo —, Ariel...no te daré mi segundo nombre por nada del mundo.

—Está bien...aplausos para Gabriel Mercer Gratziani —aplaudí sarcásticamente —. Lindo apellido —reí —aplausos por llegar cinco minutos antes que yo.

—Cállate y siéntate a mi lado —dijo dándole unas palmadas suaves al piso.

Hice lo que ordenó  y, apoyándome en su hombro coloqué la frazada que traía alrededor mío sobre nosotros.

Gabriel me abrazó, teníamos nuestros cuerpos demasiado juntos por el momento, cerró los ojos y rio, a veces parecía un enfermo.

—Gabriel, tengo que decirte algo...

Él asintió sonriendo aun con los ojos cerrados, me estaba escuchando.

—En el camino me encontré con Celeste y me dijo que Giovanni había vuelto.

—¿Quién demonios es Giovanni? —seguía con los ojos cerrados.

—Uno de mis amigos —suspiré —, solo que me siento muy mal porque a mí no me avisó de su llegada.

—Cariño, nunca esperes nada de nadie —abrió los ojos y negó con su mano —bueno, de mí sí, yo te puedo bajar la luna si me lo pides.

—Entonces hazlo —susurré —, lo necesito.

—Por el momento sólo puedo darte estrellas...

Gabriel acarició mi cabello y me dio el beso más extraño que mis labios habían probado, no tenía la misma dulzura de siempre, ni la misma pasión de las noches. Era distinto.

—Gabriel...sabes —saboreé mi boca de nuevo —sabes extraño.

—Lo siento —suspiró para poder oler mejor su aliento, que por el frío se notaba claramente en el ambiente —es que me he echado un cigarro.

—¿Fumas? —estaba atontado.

—A veces —levantó los hombros como si no fuera nada.

Y yo estaba cabreado, completamente. Acepto que las personas beban, y estoy consciente de que no debería permitirlo, pero fumar...eso era distinto.

—¿Dónde está? —la rabia salía por mis ojos.

Él me miraba confundido, no sabía a qué me refería.

Me paré y lo levanté quitándole la frazada, comencé a tocarlo como si escondiera droga, necesitaba saber dónde estaba esa cajetilla, esa condenada cajetilla.

Le levanté las manos, no encontraba nada. O Gabriel la había escondido bien o yo era muy torpe para encontrar esas cosas.

—¿Qué buscas? —preguntó aun confundido.

—Busco a esos diecinueve asesinos dentro de una cajetilla que debe estar en tu cuerpo.

—Debiste decir eso antes de estar tocándome — sonrió —pero sigue haciéndolo, me gusta —guiñó el ojo.

—No estoy para tus tonterías —me paré en frente de él —ahora dame esa puta cajetilla, rápido.

Se dirigió a una sudadera tirada al otro lado de la habitación, sacó la cajetilla del bolsillo grande y me la entregó.

Al recibirla, tomé a los diecinueve homicidas y se los lancé uno por uno a la cara, hice lo mismo con la cajetilla. Le decía cosas como que era un puto enfermo, porque sí, me molestaba la nicotina, me molestaban los cigarros, me molestaba su olor y su asqueroso sabor, me molestaba todo de eso.

A lo que Gabriel solo respondió con un gesto sumiso, agachándose para recoger todos los cigarrillos del piso para colocarlos de nuevo a la caja y entregármelos. Se notaba su arrepentimiento, así que solo abrí la ventana y aventé la caja lo más lejos posible.

—Gabriel Mercer...has arruinado mi noche, felicidades —estaba molesto —yo te juro que nunca en mi desgraciada vida he probado un maldito cigarrillo, nunca.

—Siempre hay una primera vez.

Eso me ofendió más, estaba siendo la persona más estúpida del mundo.

Celeste

Caminé entre el frío hacia la casa de Giovanni, no estaba tan lejos, en realidad todos vivíamos cerca. Era sorprendente llegar en diez minutos a su domicilio para que me contara cómo le había ido, cómo así volvió y lo más importante...por qué no invitó a Ariel.

—Celeste —sonrió al verme —es un gran honor tener a una señorita tan bella en la puerta de mi casa...pasa por favor —me invitó sosteniendo un vaso de agua —, ¿qué ha pasado? ¿Por qué traes esa cara? —había notado mi expresión de dolor.

—Pues fíjate que hace un rato he encontrado a Ariel...estaba raro, ¿no lo invitaste?

—Quería darle la sorpresa otro día, ¿no accedió venir contigo? ¿Se lo ofreciste?

—Por supuesto que se lo ofrecí —suspiré —pero ya sabes cómo es él...

El caso de Ariel estaba cerrado, o eso creía, lo conocía demasiado bien como para entender sus códigos inauditos de supuesta dignidad y orgullo humano. Aunque no lo creía...sí, me preocupaba. Me preocupaba que no esté en su casa y eso no era todo, me inquietaba más con la persona que podría estar. Tantos peligros en la calle a estas horas y a él no le importaban que me podía dar un infarto si mañana no lo veía en las escaleras de mármol de la Iglesia.

Giovanni quiso invitarme algo para comer, pero no podía comer a esa hora y la turbación por Ariel me carcomía el cerebro y el estómago.

—Quieres ir a buscarlo —suspiró —. ¿Te sigue gustando?

—Muchas cosas siguen sin cambiar —remoje mis labios bebiendo un poco de agua —Ariel sí ha cambiado demasiado...

—Pues deberías estar alegre —tomó mi mano —, ¿o ha pasado algo más?

—Sospecho que Ariel está con alguien y no es algo "sano", últimamente lo he visto más cercano a Milena.

Giovanni rio, se burló como nunca antes, y no lo juzgaba...si dices que Milena: una chica linda, ojos pardos, cabello castaño, delgada, curvas perfectas, sonrisa que simpatiza a cualquiera, manos de ángel, piernas largas, todo lo que un hombre quisiera tener; estaría con alguien como Ariel, pues sí, es muy difícil de creer.

Pero cuando él miró mi expresión de "hablo en serio", su cara le cambió completamente.

—Ya sé que Ariel tampoco es tan —su voz bajó —como para ella, pero debes admitir que hay muchos aspectos a su favor, como esa hermosa personalidad que tiene —seguía burlándose —no, pero hablando en serio, ¿por qué él estaría enamorado de alguien como ella y viceversa?

—Creo que es por Gabriel Mercer.

—¿Quién es Gabriel Mercer? —preguntó, era claro que no sabía nada —Mis padres me dijeron que era un pan de Dios y todo el mundo lo anda mencionando...hasta tú.

Estaba avergonzada de mencionarlo, su sólo nombre me daba escalofríos y náuseas.

—Es un estudiante...o algo así dicen, del seminario...

—Es muy poca información, pero su apellido me suena familiar —se sentó a mi lado —Mercer...Mercer —pensaba.

Algo que siempre me encantó de Giovanni es que era como un pequeño acosador, sabía mucho de todos.

—Mercer...Ace Mercer, ¿lo conoces?

Negué con la cabeza, no tenía ni puta idea de lo que hablaba.

Giovanni tomó la laptop que tenía en su sala y rápidamente ingresó el nombre que había recordado.

—Te voy a leer lentamente esto, mi querida Celeste, escúchame —hizo como si aclarara su voz —Ace Mercer, más conocido como un magnate de los negocios, es un reconocido hombre de la sociedad pudiente, destacando sus negocios como fuentes internacionales de dinero... —siguió leyendo muy rápido en voz baja —contrajo nupcias con Danielle Gratziani... —leyó más rápido.

—¿No hay hijos o algo? —estaba desesperada.

—Primogénito... —no paraba de observar la pantalla —Gabriel Mercer.

—Tenías razón.

—Pero eso no es todo —levantó su mano para que supiera que faltaban cosas —, Gabriel Alessio Mercer Gratziani... —leía cada vez más rápido —Estudios universitarios, quinto superior, heredero...vida personal —pensó —dicen que billetera mata galán —rio —pero en este caso...el galán ha matado a la billetera completamente, mira esto —me enseñó —es una foto de hace unos años pero no está mal el tipo...tiene su gracia.

—Ese no es el punto, ese "tipo" es un pendejo, le tiene ganas a todas —dije espantada.

—¿Y cómo no? —cruzó los brazos —si este tipo está ayudando a Ariel a conquistar mujeres yo también quiero esos secretos de romántico, se ve que puede con lo que sea.

—Es despreciable.

—Bueno...dejemos de hablar de él, si estás tan preocupada por Ariel vamos a buscarlo.

Recordé la dirección en la que corrió y lo más cerca que encontramos era la fiesta de Miranda, donde obviamente estaba Milena.

Creíamos que estaba con todas ellas, pero no, no estaba ahí y si no estaba ahí no sabía en donde más podría haber ido.

—¿Y si ya se fue a su casa? —Giovanni era tan pesimista.

—Lo dudo —sonreí —, sigamos de frente.

Giovanni se puso detrás de mí y me cubrió la boca indicándome que guardara silencio, ¿es que había escuchado algo?

A lo lejos se oían gritos y risas, quizá sólo eran unos vagabundos ebrios que suelen estar por todo sitio, sin embargo, tal vez era Ariel con alguien más.

Mi intuición junto con la de Giovanni era muy poderosa a los ojos de cualquiera, siempre las personas decían que él y yo éramos como un dúo dinámico.

Nos acercamos casi sin hablar ni hacer ruido, y ahí estaban dos chicos. Reconocía ese pijama negro y gris a cualquier distancia, era Ariel, con gafas y un cigarrillo entre los dedos, ¿ahora fumaba ilusiones?

Y en la vereda alta estaba un chico corpulento vestido de negro con capucha, una cajetilla llena de cigarros y unas gafas, también observé que estaba sentado en la frazada de Ariel.

—Es Ariel —susurró Giovanni —, ¿o conoces a alguien más con cabello rojo y lentes de mosquito?

No pude evitar reír en la escena del crimen, los habíamos encontrado pero por mi inmadurez ellos ya nos habían puesto un ojo encima.

Ariel caminó hasta nosotros con ese toque de personalidad que me fascinaba y saludó muy feliz a Giovanni. Hablaron un rato, intercambiaron sonrisas y pensamientos.

—Ariel —se acercó el otro chico —me parece una falta de respeto que no me hayas presentado a Giovanni Almazán —se apoyó en un hombro —. Hola Celeste —sonrió —linda noche, ¿no?

Ariel se quedó frío y mordió su labio inferior muy fuerte aun con el cigarro entre sus dedos.

—Sí, Ariel —Giovanni debía usar toda su baraja de cartas —a mí también me parece algo irrespetuoso que estés con Gabriel Alessio Mercer Gratziani y no me lo presentes —extendió su brazo para que le estrechara la mano —. Es un gusto.

Gabriel Mercer se quedó sorprendido y dudando estrechó su mano izquierda con la de Giovanni.

—Me buscaste en la wiki —Mercer se burló —. Interesante.

—Con que tu nombre es Alessio —celebró Ariel —, soy feliz —intentó fumar pero se atragantó en el intento.

—Ya te dije que no se hace así —suspiró Mercer—ven —lo abrazó del cuello y se lo llevó arrastrándolo hacia la vereda.

Comencé a pensar más, Ariel nunca en su sano juicio fumaría. Recordaba que cuando salíamos a reuniones de amigos los fines de semana, él nunca lo hacía y tampoco quería intentarlo, me preocupaba.

Giovanni tomó mi mano de nuevo y me hizo una seña para sentarnos a su costado.

Me dediqué a ser una observadora silenciosa.

—¿Quieren? —preguntó Mercer extendiendo la caja —No saben mal, tienen esencia, cigarro del fino —le susurró a Giovanni.

Giovanni con gusto cogió uno y yo hice lo mismo, solo porque quería probar, no porque quería caer bien, odiaba a Mercer.

Gabriel se puso al frente de Ariel y arrodillándose comenzó a acariciar sus rodillas frágiles.

—Mira Ariel, lo vamos a intentar una vez más —levantó el encendedor e hizo como si se sentara en un banco invisible teniendo como único soporte a sus pies —ya sabes que tienes que hacer —tomó otro cigarro de la caja y se lo metió a la boca —ah, me olvidé de ustedes —rio y sacó otro encendedor de su bolsillo para dárselo a Giovanni —te lo voy a prender y tú no vas a absorber ni a tragar humo porque te vas a atorar otra vez.

—Préndemelo —Ariel arqueó una ceja.

Gabriel se sonrojó completamente y rio.

—Siempre —siguió riendo —, solo remójalo un poco pero no absorbas.

—Ariel nunca aceptó que le enseñáramos a fumar —dijo Giovanni expulsando el humo —por cierto, ¡qué buenos cigarros!, debes darme la marca.

Y esa era su estrategia, decir algo tajante y luego calmarlo con un cumplido. Admitía que los cigarros estaban buenos, eran diferentes.

—Muy cierto —afirmé con Giovanni.

—Pues fíjense que le he dicho a Ariel que he fumado un poco esta noche y me ha lanzado toda esa caja en la cara para luego tirarla de nuevo a la calle y hacer que la recoja entera, ese niño me ha humillado —lo acusó —pero lo he convencido con que quizá, en un lejano día, todos estemos muertos y reencarnemos o tengamos un banquete grande en el paraíso, contando experiencias y tomando unas copas, sin embargo, qué mejor que contar anécdotas fumando un cigarro —estaba bromeando —Ariel no quería quedar en ridículo frente a todo el mundo, ¿no?

Ariel rio demasiado con lo que había contado esa persona tan arrogante y pudo contener el humo por un momento en su cuerpo, expulsándolo casi de la forma adecuada, solo que sin dejar de toser.

—Listo, párale —arrancó el cigarro de su boca —no quiero contaminar más esos pulmones vírgenes —lo puso detrás de su oreja —y chicos... ¿no es muy tarde para que unos menores estén fumado por las calles?

—¿No es muy tarde para un estudiante esté por aquí? —pregunté.

—Soy mayor de edad —puso sus ojos en blanco —pero ya me voy.

Se paró al frente de nosotros y le tendió la mano a Ariel. Él cedió, se veía muy cansado porque los ojos se le cerraban.

—¿Puedes caminar solo? —le preguntó Gabriel.

—Déjalo aquí con nosotros. —dijo Giovanni.

La expresión de Gabriel decía "ni loco lo dejo con ustedes".

—No se preocupen —sus labios trataban de ser amigables —yo lo dejo sano y salvo en su hermoso hogar.

—¿Y cómo te lo vas a llevar si está muriendo de sueño? —pregunté, quería que Mercer entrara en crisis.

Ariel solo sonreía mientras sobaba sus ojos para que no se cerrasen.

Gabriel observó la hora y luego a él, se agachó y tomándolo por las piernas lo cargó como a un bebé. Ariel hacía berrinches para que lo suelte pero Gabriel le susurraba cosas que lo calmaban, poco a poco se alejaron y solo quedamos nosotros, como la primera vez.

—Celeste —expulsó más humo —disculpa que te lo diga así pero a mí Gabriel Mercer me pareció un buen sujeto, mira nada más...nos ha invitado un cigarro que nunca con la edad que tenemos conseguiríamos, además ha sido muy amable al llevar a Ariel a su casa en buenas condiciones.

—¿Buenas condiciones? Recién estamos empezando con el desvelo y Ariel ya se estaba durmiendo.

Giovanni suspiró una y otra vez, seguía fumando y riendo mientras negaba con su cabeza ante mis conductas y comentarios.

—Lo que pasa es que estás celosa —él liberó un poco de humo que tenía dentro —, ¿o me equivoco?

V

Había recibido su llamada en la mañana y tenía las cosas muy claras, quería hablar de algo importante conmigo pero yo sospechaba que había otro asunto enmarañado entre el tema principal por la culpa de Celeste y quizá de Gabriel Mercer.

Me paré de la cama como al medio día, alisté la ropa que me pondría, tomé una ducha, hice lo que cualquier persona normal haría antes de salir y crucé la puerta de mi casa hacia la calle, en camino a la cafetería como siempre solíamos ir, sin Celeste esta única vez.

Cuando llegué, Giovanni ya estaba ahí esperándome, sentado en la mesa de siempre, con las sillas de siempre, tomando lo mismo de siempre, el ritual completo debía cumplirse porque así lo prometimos.

Hice lo mismo y me contó un poco de su intercambio, de vez en cuando dejaba de prestarle atención para pensar en sobre qué quería hablarme.

—Ariel te cité aquí porque Celeste me dijo algo inquietante —golpeaba la taza con sus dedos —me ha dicho que estás enamorado de Milena, ¿es cierto eso?

Con que ese era el asunto tan grave.

—¿Qué estás diciendo? —reí —Claro que no, somos amigos...no te traicionaría de esa manera, estoy demasiado consciente de que te gusta esa chica desde tiempos indeterminados.

—Me estaba preocupando...

Le cambié de tema, opinamos sobre qué tan bueno era el café de este lugar, la atención, la sanidad...

—¿Por qué ayer estabas con Gabriel Mercer?

—Quedamos en salir.

—¿A escondidas? ¿Por la noche? —preguntó serio —Disculpa —se retractó —Celeste ya me está contagiando su conducta enfermiza —negó con la cabeza.

—¿Pasó algo ayer?

—Si te lo digo prométeme no decir nada —bajó la vista —Celeste tiene celos de Mercer.

Y aunque la idea sonaba divertida, todo era muy claro.

Reímos un poco al principio pero esa alegría se fue esfumando con el transcurso de los minutos.

—No te gusta Milena, ¿verdad?

—No —respiré profundo —pero hay algo que debo decirte respecto a eso.

—¿Tiene que ver con ella?

—Tiene que ver conmigo —hice una mueca de disgusto —no es nada grave, solo es algo que no sueles escuchar todos los días —aclaré —Celeste no sabe nada y tampoco pienso decírselo, no confío mucho en ella —estaba inquieto —quizá digas "¿es en serio?" O quizá te quedes impactado...bueno no, solo estarás muy tranquilo como siempre porque esas cosas no chocan en tu rumbo de vida y...

—Ariel —tomó mi mano —déjate de idioteces y balbuceos, solo escúpelo, ladra.

—Que quede claro que confío mucho en ti.

—Ariel te voy a golpear si no abandonas esos dramas, ni que hubieras matado a alguien.

Sonreí con todos los dientes, levanté la taza de café temblando para tomar un último sorbo y disfrutarlo antes de decírselo.

—Te parecerá muy loco —me puse serio —pero me gusta Gabriel Mercer.

Giovanni miró al café, a mí, se rio, cerró sus ojos y juntó sus manos, suspiró, acarició sus sienes, me volvió a mirar para finalmente reírse e irse al baño.

Regresó con el rostro más fresco, pensaba que le estaba jugando una broma de mal gusto.

—Giovanni, hablo en serio.

Y cuando notó que le decía la verdad se puso pálido como el papel y su piel comenzó a enfriarse, se le bajaba la presión cuando recibía esa clase de noticias aunque muchos decían que no existía la presión sentimental.

—Lo único que te puedo decir es que —suspiró —desde que vi a Gabriel Mercer supe que ese tipo se podía tirar a cualquier persona pero nunca pensé que a ti, ¿estás seguro?, muchas veces solo es un capricho de todo ser humano...cuando siente que...

Lo callé colocando mi mano en su boca, yo hablaba demasiado en serio.

—Eres... ¿bisexual?

Negué con la cabeza.

—¿Y cómo nunca me di cuenta?

—No creo que es algo de lo que debes darte cuenta...

Él tenía la mirada perdida, de seguro un montón de cosas estarían corriendo por sus pensamientos.

—No me molesta que seas gay, me molesta que lo seas y jamás de los jamases me lo haya imaginado, también me molesta que recién me lo digas ahora —Giovanni estaba en un estado de crisis —. ¿Y sabes que es lo peor? —preguntó sin esperar una respuesta —Que te gusta ese hombre, ¿por qué no yo? ¿Por qué no el chico del café? —bebió otro sorbo de la taza —¿Por qué "él"? Si va a estar fuera de tu alcance cuando complete esa etapa de alumno o estudiante o seminarista o lo que sea a lo que se esté dedicando ahora.

—Quizá yo solo necesitaba salir de mi mundo ordinario y él...una aventura.

Giovanni me observó como si fuese lo más estúpido que decía en mi vida, no lo comprendía.

—¿Quién más lo sabe?

—Tú y mi mamá —no sonaba convincente —y...Marlene —suspiré —pero a ella no se lo dije, es la única diferencia.

Giovanni sacó su billetera de una manera muy brusca, lanzó un billete encima de la mesa, me tomó del cuello como ahorcándome y se despidió amablemente del chico del café, al estar en esas condiciones recién lo había observado y se veía joven.

Me dirigió hacia una banca al frente de la cafetería donde había árboles por todo sitio e hizo que me sentara.

—Ariel, si esto es una broma, dímelo ahora, por favor —rogó mientras se sentaba él también.

Negué con la cabeza y los labios sellados.

Sonrió con algo de alivio, no comprendía por qué.

—¿Y se besan o cosas así? — preguntó avergonzado.

—Últimamente él está distante, pero sí solemos hacerlo —recordé todo —me corrijo...solíamos, es complicado, no sé qué le pasa.

—¿Eres tan tonto para no darte cuenta? —preguntó riendo —Literalmente, él debía alejarse de todas esas tentaciones, debía ser un célibe y tú —me señaló completo —mi querido Satanás —acarició mi cabello —lo has arruinado, no me sorprendería que se arrepienta de todo y te ignore por el resto de sus días para evitar caer de nuevo.

—Sin arrepentimientos.

VI

¿No hay veces en las que quieres decirle a todo el mundo que me amas?

Pues eso me ha pasado,

Quisiera gritárselo al acelerado

Mundo rutinario.

A la sociedad estúpidamente ignorante,

A todos los vientos de despecho y desunión que abundan en el ambiente,

Con sinceridad...

Me encantaría decírselo a todos porque así soy yo,

Porque no hago nada malo,

Y...como primera razón ante todo,

Porque lo amo y deseo de todo corazón

Que todos sepan cuánto lo hago.

VII

Era todo muy verídico, Gabriel me ignoraba y últimamente no hacemos las cosas que solíamos realizar, ni hablábamos las horas que solíamos platicar, ni nos besábamos las veces suficientes que solíamos disfrutar, nada de nada.

Me sentía exasperado, ¿acaso cuando consigues lo que quieres te vas sin decir más?

Suspiraba y suspiraba, daba vueltas por toda mi casa imaginando algo mejor, tocaba mi piel bruscamente y ocasionaba que se partiera, estaba lleno de ansiedad y tristeza...hasta quería comerme las uñas pero eso siempre me había parecido muy antihigiénico.

Era el primer viernes que estaba completamente solo; no amigos, no mamá, no Gabriel Mercer.

El mundo me estaba comiendo, debía ver a Gabriel, debía preguntarle qué pasaba, debía averiguar por qué era tan "así" solo conmigo.

Me revolví el cabello por la desesperación y la ansiedad que me causaba, y caminé hasta ese lugar en donde se encontraba Gabriel.

Llegué más rápido de lo que esperé y ahí estaba él, sentado en las escaleras de mármol, leyendo un libro extraño con una escoba entre las piernas, riéndose como un niño y estaba justo en el punto de sombra y de luz cuando el atardecer indica que pronto llegará a su fin.

Me quedé un buen rato admirándolo desde los pies de la escalera silenciosamente y luego subí para ver qué leía.

—Buenas tardes, Gabriel Mercer —me apoyé en su hombro —. Hermoso día, ¿verdad?

Gabriel no se había dado cuenta de que ahora estaba a su lado, y al mirarme cubrió su boca, ocultando un grito ahogado.

—¡Casi me matas de un infarto! —reclamó —¿Cómo subiste hasta aquí sin que me diera cuenta?

No sabía cómo responder eso.

—¿Qué lees? —pregunté.

—La voluntad del poder, obviamente no lo conoces.

—Sí lo conozco, es Nietzsche —afirmé ofendido —es un filósofo alemán, ateo... —solté una risita nerviosa —¿No se supone que tú no deberías estar con eso? —señalé el libro.

—Lo he leído más de diez veces pero —mordió su labio inferior —aun no me canso de hacerlo, siéndote cien por ciento sincero es muy lógico e ilógico a la vez, tiene tantos huecos y tan vagas afirmaciones...pero también cuenta con argumentos que tienen cosas interesantes, es complicado.

Suspiré negando con la cabeza, por alguna razón quería evitar las pláticas sobre filosofía y creencias del hombre y la metamorfosis del pensamiento, decidí cambiarle el tema.

—¿Me amas?

—¿Qué es amor para ti? —preguntó sin mirarme.

—¿Otra vez?, demonios —me oculté entre mis brazos cruzados para evitar mirar ese brillo de los ojos de Mercer que me mataba.

Estando en oscuridad casi perfecta, sentí que por detrás de mí él me abrazaba, diciéndome con una voz tenue: "sí te amo".

Se puso de pie, me dijo que lo esperara y así fue, esperé y esperé.

Cuando regresó se acomodó a mi lado y me entregó una especie de volante. Lo miré con duda.

—Vigilia —estallé de la risa —. Oh, Gabriel Mercer, eres tan ocurrente —seguí riendo —esta no es la mejor forma para conseguir que yo pase una noche contigo.

—¿Qué? —tragó saliva —no, por supuesto que no —su rostro un poco pálido comenzó a teñirse de rojo intenso —Solo...pensé que sería una buena idea, digo, será divertido —soltó una risa nerviosa.

Acarició la parte posterior de su nuca como dando señal a que había metido la pata.

—Te seré honesto, estoy un poco en duda con esas cosas —levanté mis hombros —Pero...puedo hacer un sacrificio si es por ti, ¿te gustaría que vaya?

Asintió alegre, al parecer estos asuntos extrañas le emocionaban.

—¿Puede ir mi mamá?

—Trae a toda tu familia si quieres —Gabriel Mercer no dejaba de sonreír —. Solo te diré que uno de esos grupitos raros vendrá pero porque ellos lo organizaron y llegarán tarde por eso yo seré una de las personas que dirija eso al menos las primeras horas de la noche.

—¿Esos grupos de fanáticos? —pregunté asqueado.

—Sí. No me agradan del todo por varias razones pero... ¿qué se puede hacer? No soy nadie para juzgarlos —hizo una mueca.

—¿Por qué no te agradan?

—Porque dicen cosas como: "si rezas para aprobar tu examen sin estudiar...lo aprobarás." Y bueno...para mí eso no significa rezar ni orar ni suplicar ni nada, para mí Dios significa más que solo pedirle que te apruebe en el examen, por eso no me agradan tanto —suspiró —disculpa si te digo todas estas cosas pero me parece lo mejor ya que es mi fe, es lo que creo y aunque tú no lo hagas debes aceptarlo porque "me amas" —hizo comillas con sus dedos.

—Solo te dije que estaba confundido —puse mis ojos en blanco.

—Te apuesto que para el domingo serás todo un santo.

Sonreí, no porque estuviera feliz, sino porque no le creía. Esa sonrisa tonta que todos hacemos para evitar preguntas, momentos incómodos, para "afirmar cosas", para decir: no te creo.

De inmediato leyó mi expresión y me invitó a entrar, pero no a la especie de patio, sino a la iglesia...literalmente.

—¿Te has dado cuenta de que las iglesias son muy lindas? —preguntó —¿o te has fijado en todo lo brillante, en las estatuillas finas y en lo refinados que son los manteles o copas o hasta los asientos de madera?

—¿A qué viene todo "esto"? —señalé los alrededores.

—Oh —pensó —a nada, obviamente.

Estaba mintiendo, aunque lo sabía no podía descifrar por qué me había dicho todo eso, a veces Gabriel Mercer decía cosas confusas en el momento menos esperado.

—¿Es un órgano o un piano? —señalé el gran instrumento que estaba al costado de nosotros.

—Un piano —rio —hay un órgano pero el problema es que nadie sabe tocarlo así que lo pusieron en otro sitio —caminó hacia este —, ¿quieres que toque?

—Por favor.

Gabriel tomó mi mano y me llevo hasta la banca del piano de pared.

—¿Qué deseas escuchar? —movía sus dedos como preparándolos.

—Lo que salga de tu corazón —mis ojos brillaron —que sea algo lindo.

Algo que me impresionaba siempre de él era que cada día descubría que podía hacer algo nuevo, en este caso...tocar piano y cantar a la vez. Comenzó a cantar la introducción de Bohemian Rhapsody combinándola con una serie de acordes suaves y melodiosos, me hacía feliz, lo que me encantaba era que justo al comienzo de la canción ya comenzaba con algo bueno al cruzar sus manos y comenzar a cantar lo que seguía de la introducción.

"Too late, my time has come" —seguía cantando con un sentimiento único e inigualable, era arte para mis oídos.

Pero no solo significaba eso para mí, Gabriel Mercer era el sinónimo de arte en todo sentido, hasta su mal humor podía ser arte para mí, todo en él era maravilloso.

Cerré mis ojos para disfrutar su interpretación, siempre he admirado a las personas que saben algún instrumento. Pero Gabriel, ah...Gabriel Mercer, era único, él me impresionaba hasta cuando parpadeaba, sus pestañas largas marcaban la diferencia.

Un ruido estruendoso hizo que abriera los ojos repentinamente, en la puerta estaba Camilo San Román cruzado de brazos.

—Alabaré, alabaré —Gabriel cambió de repente lo que tocaba para transformarlo en una alabanza con acordes más alegres y católicos.

—¡Qué interesante, Mercer! Debo admitir que cada día me sorprendes más —Camilo no estaba molesto —, un día me dicen que te encanta leer, luego que redactas muy bien, al siguiente que cocinas delicioso y ahora también cantas y tocas piano —aplaudió tanto que el ruido volvía en forma de eco —. ¿Acaso también sabes volar aviones?

—Helicópteros —dijo bromeando.

Gabriel se disculpó y me llevó a rastras al parque más cercano. Se hacía el cabello hacia atrás, lo que significaba que estaba nervioso.

—¿Por qué te detuviste cuando viste a Camilo?

—Camilo me da escalofríos, ¿a ti no? —hizo una mueca de disgusto —, y también paré porque me congelé...no me gusta tocar para personas desconocidas.

Asentí como si lo comprendiera y le di un beso rápido dejándolo atónito.

—Aquí no, Ariel —me detuvo.

—¿Me prestas tu libro? —cambié de tema.

—Por supuesto, solo te lo presto porque ese sí me pertenece del todo —acarició mi cabello suavemente —lo dejé en la escalera, creo —se avergonzó al darse cuenta que no lo traía en sus manos —. ¿Te parece si vamos por él y luego te dejo en tu casa?

Asentí y eso hicimos, recogió el ejemplar de la gran escalera, caminamos sin contacto físico a mi casa y finalmente me quedé ahí solo...como casi siempre me sentía.

Subí hasta mi cuarto y comencé a analizar el libro. Me encantaba oler libros y verlos detalle a detalle, era algo curioso porque tenía dedicatoria y ahora nadie pone dedicatorias.

"Gabriel Mercer, es un honor para mí regalarte algo mío (o al menos de mi familia porque debo admitir que jamás en mi puta vida he leído este libro) en tu cumpleaños. Dije algo como: wow Gabriel estudia teología, apuesto que este libro le servirá de algo algún día. Y espero que así sea porque las cosas son de quien las necesita. Serás el único que no use copias esta vez, quiero que me digas cómo se siente. Por último, si es que yo te llegara a faltar (que no creo, te amo muchísimo para que pase eso) siempre tendrás un pedacito de mí vivo en tus manos, tendrás toda la vida para leer esto y tenerme a menos que lo regales. Feliz cumpleaños número diecinueve, grandulón; muchos logros para ti porque yo sé que puedes comerte al mundo y lograr lo que te propones, siempre estate fuerte, por favor.

Tú invitado más importante,

LL."

¿Le gusta mucho ese libro para releerlo una y otra vez o lo lee por quien se lo regaló? ¿Aún seguirá queriendo a ese tipo llamado León?

Me sentía mal, la curiosidad terminó matándome sin que yo quisiera. Solo me sentía extraño mas no tenía ningún vestigio de tristeza en mi ser.

Me acosté en mi cama mirando al techo y las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas sin saber por qué, si no me sentía triste. Necesitaba explicaciones.

Llamé a Gabriel Mercer.

—Mercer... —aclaré mi voz porque se oía triste —¿cómo estás?

—Extrañándote, ¿quieres que vaya a tu casa?

—¡No! —me exalté —digo...no, no es necesario.

—¿Te encuentras bien?

—No —tenía que decírselo —, yo no te oculto nada y por lo tanto tú no debes hacerlo.

—No entiendo.

—León te regaló el libro que me prestaste.

—Sí, ¿qué de malo hay en eso? —preguntó inocente —Ah...ya veo, estás celoso y te sientes frustrado por eso, quizá estás pensando en comprarme un libro y darle una dedicatoria mejor —rio —pero si te sientes así pues...si deseas no más, vamos a ver a León, para que lo conozcas.

—¿De verdad?

—Sí, pero tendría que llamar al manic...digo, centro hospitalario, solo para confirmar si sigue ahí.

—Está bien, nos vemos mañana —dije cortante.

—Hasta mañana, será una noche interesante. Espero que no te enoje que haya repartido ese volante por todo sitio.

No entendí a qué se refería con eso y le corté, estaba frustrado como él decía y solo necesitaba descansar para la noche del sábado.

VIII

Y así fue como la mañana del sábado voló. Yo pensando en todo lo que podría pasar, mi madre llamando a mi abuela para que vaya también (decían que era increíble que yo tenga ganas de participar en algo como eso), y Gabriel...no lo sabía, había desaparecido completamente.

ARIEL_18:29

¿Qué haremos hoy?

GABRIEL_18:32

Ya lo sabes, tendremos actividades religiosas hasta las 6 am.

ARIEL_18:32

Sí, pero... ¿no crees en que algo varíe?

GABRIEL_18:33

No lo sé, cualquier cosa que sea solo lo averiguaremos viviendo el magnífico ahora, de todas formas...es mejor no hacer planes ni imaginar nada.

ARIEL_18:33

¿Por?

GABRIEL_18:34

También tengo el presentimiento ese.

ARIEL_18:35

Quizá todos lo tienen.

GABRIEL_18:37

Si es que es así dudo que alguien lo tenga como nosotros. Una corazonada me lo indica, prepárate y déjate guiar por lo que el destino tiene para cada uno.

La actividad comenzaba a las ocho, por lo que mi mamá decidió recoger a mi abuela en el auto de Gabriel (sí, se lo pregunté antes), llegamos a las siete y media al lugar donde se realizaría la actividad porque salimos una hora antes...el tráfico a veces es terrible pero esta vez fue todo lo contrario.

Mi madre prefirió dejarme e irse con mi abuela a hacer alguna cosa, no tenía ni la menor idea.

Era una noche fría y como tenía la corazonada que Gabriel tanto mencionaba, hoy había decidido ser diferente. Por primera vez me había puesto mis lentes de mosquito para ver mejor y no solo para leer, me coloqué un gorro negro de lana para cubrirme del frío, llevaba puesto un suéter negro que también era de lana y por último, unos jeans negros ceñidos...me sentía tan frágil y sombrío por todas las prendas negras que vestía, me sentía Gabriel Mercer.

—¡Hey!, niño, aún no comenzamos... —dijo Gabriel a lo lejos.

Guardó silencio por un momento y luego me reconoció gracias a un mechón rojo que corría por mi frente, el único que dejé notar porque era lo suficiente cortó como para ocultarlo bajo el gorro, yo estaba tan diferente a otros días que ni el mismo Gabriel Mercer me distinguía. Se acercó y cuando ya estaba a punto de llegar hasta mi posición comenzó a silbar como lo haría un albañil cuando ve a una mujer sinuosa. Yo comencé a reír y lo saludé con un abrazo.

—¡Qué puntual, jovencito! —se burló Gabriel.

—Sí, un poco —bufé —mi mamá no contó con que hoy no habría tráfico por la casa de mi abuela y ahora estoy aquí con un sociópata.

Gabriel rio fuerte y luego me llevó a una habitación mientras me abrazaba del cuello. Me pidió que lo ayudara con algunas cosas como la decoración (aunque eso no importaba) y que cuando empiece lo que haría, que lo ayudé siendo su marioneta y pasando diapositivas. No me negué en lo absoluto.

Mi mamá y mi abuela llegaron a las ocho exactamente, no me sorprendía, mientras que los demás lo hicieron igual. No contaba con que vengan tantas personas que conocía, literalmente estaban todos mis compañeros de clase y uno que otro chico desconocido...nos habían separado por edades, yo suponía que era porque todos eran mayores que Gabriel, y él era el más indicado para captar la atención de jóvenes y hacerlos reflexionar, era una caja de sorpresas.

Celeste y Giovanni estaban ahí porque eran mejores amigos (conmigo, pero seguro no me pasaron la voz porque pensaron que les diría que no), las 4M (y Mercedes) estaban ahí por Gabriel Mercer, las demás personas estaban ahí o por sus padres o porque profesan la religión, hasta Noah y sus amigotes estaban ahí...más bien yo no sabía que pintaban ellos en el lugar, supongo que también era por Gabriel Mercer.

Y empezó, fui la marioneta y el pasa diapositivas de Gabriel. Hablamos de la importancia de este día, del espíritu, de los sacramentos, de varias cosas...

Amaba como es que Mercer tenía el don de la palabra para hacer que nadie se distraiga, hasta yo estaba mirándolo como un estúpido, porque sus palabras me convencían, porque solo Gabriel podía hacer milagros conmigo. Jugamos un rato (juegos religiosos, obvio), y luego nos sentamos.

—Bueno chicos —Gabriel se calló —ha sido un honor estar hablándoles y haciendo cosas con ustedes hasta la media noche, las horas se pasan rápido, ¿no? —sonreía —les tengo que dar la mala...buena noticia, el grupo ese vendrá y yo seré un espectador como ustedes.

Todos gritaron "no" al unísono, hicieron ruido porque no querían que se vaya.

—Ya, ya —puso los ojos en blanco —aún faltan diez minutos exactamente, me quedaré un momentito más, pero después...nos mezclaremos con los otros.

—¿Podemos hacer preguntas? —preguntó Noah levantando la mano —digo...estás en el seminario, creo, y puedes resolver inquietudes existenciales que tenemos.

Gabriel asintió, pero tanto él como yo sabíamos que esto no saldría nada bien.

—Solo no se desvíen del tema —sentenció.

Varios levantaron la mano y Gabriel rió y dio vueltas; hasta yo levanté la mano, sin embargo...solo quería molestar.

—¿Por qué Ariel está tan cerca de ti?

—Les dije que no se desvíen del tema...

—¿Tener sexo es malo?

—Mmmmm —Gabriel pensó —No es malo, sino que debe ser dentro del matrimonio ya que algo que siempre nos dicen es que el tener relaciones solo tiene un fin: la reproducción, por lo que...darse placer mediante otros sí se calificaría como algo inapropiado, además es peor si solo fornicas —caminaba por toda la sala —¿quieren que les dé un dato curioso de eso? —todos asintieron con la cabeza —¿sabían que masturbarse solo es de hombres por etimología?, eso también es inapropiado chicos.

—Eso me parece muy machista —dijo Celeste cruzando los brazos.

—No es eso, es que mas- es hombre y -turbar es mover enérgicamente y...ya saben.

—¿Y cómo es que eliminas fluidos estando en el seminario? —preguntó Giovanni —digo...es como sudar, respirar y hacer de tus necesidades.

—Nunca lo he pensado de esa manera —Gabriel jugó con sus dedos —en realidad no lo sé —rio.

—¿Cómo se le dice a un hombre que nunca ha tenido relaciones?

—Chicos les dije que no se desvíen —suspiró —pero se le dice casto.

—¿Y tú lo eres? —preguntó Milena parándose sensualmente para que todos la miren.

—Por supuesto —la miró a los ojos.

—Con solo tener sexo oral o anal dejas de serlo —dije un poco fuerte.

Todos comenzaron a ponerse tan locos que Gabriel se sonrojó y me dio una patada.

—Chicos les dije que no desviaran del tema y no sé cómo demonios terminamos hablando de mí y mi vida sexual.

Reí y todos me siguieron.

—¿Y cómo se vive una sexualidad sana?, si es que hacer todo eso es inapropiado —solté sin más y la sala se quedó en silencio.

—Esa es una pregunta interesante —Gabriel sonrió —sexualidad no solo es tener sexo, es decir...conversar, conocerte, informarte...cuenta mucho con eso.

—¿Es cierto que somos unas mierdas?

—Define tu pregunta —Gabriel estaba confundido.

—Recuerdo que un día la mayor parte de esta sala estuvo de retiro y los que dirigían eso nos dieron el recorrido de la reflexión para conseguir que todos lloremos y eso —contaba el chico de atrás —y literalmente pusieron un pedazo de mierd...digo caca, en una caja, apestaba —hizo una mueca de asco —la reflexión ante todo era que nosotros somos mierda sin Dios y no valemos nada.

—Por fin algo que sí puedo responder con la verdad...bueno, todos valemos algo, y todos tenemos a Dios en nuestro ser porque somos templos, no puedes bajarte a un desecho así como si nada...es el error que cometen muchos, porque es cierto, Dios es nuestro motivo y motor y todo eso —explicó —y chicos...no son mierda, son especiales, ámense. Que nadie les haga creer eso porque cada uno de ustedes es especial y es perfectamente imperfecto para mejorar cada día. Como les dije, somos un templo así lo neguemos.

Camilo San Román le hizo una señal desde la puerta a Gabriel para indicarle que ya habían llegado los fanáticos, él y yo nos sentamos en la parte final de la sala porque los mayores ya estaban inundándola. Entraron los tipos extraños con una camiseta que tenía el rostro de Jesús como estampado principal y cantaron mientras tocaban música.

Nos dirigimos hacia afuera para ver una fogata, no entendí esa dinámica. Morimos de frío porque estábamos a una temperatura muy baja y de la nada un montón de gente comenzó a amontonarse, luego a alejarse y Gabriel me hizo una seña para ver qué pasaba. Mi abuela estaba tirada en el piso, se había desmayado...quizá por falta de aire y baja presión, los fanáticos decían que era obra de Dios pero ya para mí eran tonterías que dijeran eso, no había que dejar la salud por la religión. Gabriel la levantó y vimos por conveniente llevarla a mi casa en el auto a pesar de no estar tan lejos, la colocamos en la parte trasera, Gabriel se colocó en el sitio del copiloto y eso significaba que yo tenía que manejar. Mi madre no se preocupó mucho por nosotros pero sí por mi abuela, sabía que ella estaría en buenas manos con nosotros y solo nos advirtió que llamaría para preguntar si empeoraba.

Manejé cuidadosa y lentamente evitando hoyos en la pista y rompe muelles.

—Esta situación me pone extraño —susurró.

—A mí también, ¿es el destino?

—No lo sé — posó su mano en mi muslo.

—¿Qué haces Gabriel? —pregunté soltando una risita.

—El peligro me pone —rio y eso me indicaba que estaba bromeando —tu abuela ahí atrás hace que me den ganas de ti.

Le di un codazo para que se callara, a veces me decía cosas sin sentido y solo quería reír.

Cuando llegamos a mi casa mi abuela ya se había dormido en el asiento así que Gabriel la sostuvo en sus brazos de nuevo y le indiqué que la llevara al cuarto de invitados que se encontraba en el primer piso.

—¿Y ahora qué? —me dijo en la oscuridad.

Estábamos cara a cara observándonos y sonriendo.

—Déjame decirte que los fanáticos no me agradaron, ¿qué tal si solo dormimos? —tomé su mano —en el segundo piso hay más cuartos de invitados.

Asintió y subimos juntos la escalera caracol. Le mostré el cuarto y le dije que se pusiera cómodo, que nos despertaríamos a las cinco de la mañana y nos alistaríamos para ir a la misa de las seis.

Me fui a mi cuarto sin más que decir y estuve a punto de dormir, mas no dejaba de pensar en Gabriel, en su corazonada...algo debía significar.

ARIEL_01:22

Gabriel Mercer.

GABRIEL_01:22

¿Ariel?

ARIEL_01:22

Tenías razón, todo pasa por algo.

Dejé mi celular en la mesa de noche y me fui directamente al cuarto de invitados a tocar la puerta.

—Morriell...

—Mercer —sonreí astutamente.

Estuvimos parados en la puerta mirándonos, sin decir nada, nuestro rostro hablaba más que nuestros labios. Nos besamos con una intensidad tremenda, descontroladamente, Gabriel tenía mucha razón en todo: el simple hecho de saber que mi abuela se encontraba en el primer piso y que podía encontrarnos era excitante. Por primera vez en mucho tiempo sentí que mis sentimientos tomaban el control de mis acciones, no había nada que me frene, tanto la adrenalina como la dopamina me consumían. Quería llegar más lejos de los besos.

—No Ariel —Gabriel me frenó cuando intenté besar su cuello —estamos haciendo algo mal.

—No entiendo.

—Comencemos de nuevo, vuelve a tu cuarto.

Pese a que me parecía ridículo por un lado, hice lo que me pidió. Repetí todo el procedimiento: me lancé a mi cama, le escribí mensajes a Gabriel y luego fui a buscarlo de nuevo a su cuarto.

—Mercer...

—Morriell —esta vez me miró con deseo.

—¿Crees que ya hicimos las cosas bien? —levanté mis cejas.

Asintió.

—Solo falta algo importante y esencial, y es el comienzo...es muy fácil terminar pero muy difícil empezar, porque existen mil y un maneras de empezar y solo una para terminar, o quizá es al revés...no lo recuerdo.

—¿Crees que exista solo una manera para empezar y muchas para terminar?

—Probablemente.

Seguíamos parados en la puerta, yo erguido y Gabriel apoyado en esta.

—Hagamos el amor —solté.

—Te engañaría si te dijera que sé cómo tener las cosas bajo control.

—No me refiero a eso, hacer el amor es mucho más que eso, y hoy estoy dispuesto a ser todo tuyo —extendí mis manos —, solo hoy...unas horas bastan para que me hagas tuyo, hazlo por favor.

Gabriel cuidadosamente desató su corbata negra e hizo un nudo con ella en mis muñecas, si debía hacerme suyo debía hacerlo bien.

—Es un lindo listón —le sonreí.

—Estar en estas circunstancias me hace sentir como en una película pornográfica —rio —todo puede pasar.

Intenté opinar algo al respecto pero colocó su dedo índice en mis labios indicando que debía cerrar la boca. Cogió mis manos y las puso alrededor de su cuello, teniendo nuestra mirada y respiración cerca. Me sostuvo de las caderas y comenzó a besarme por intensidades: de menor a mayor.

—Si esto fuera la película que mencionaste... ¿qué haríamos ahora?

—No lo recuerdo, pero te lo susurraré al oído y si olvido algunas partes improvisaré como si fuera experto —su respiración se entre cortó más —; primero posaré mis manos en tus caderas bajando lentamente, acariciándote como lo amerita el ambiente —me susurraba mientras hacía lo que decía —, te cargaré y te llevaré a la cama...

Otra vez sentía que mi cuerpo volaba y era ligero ante su tacto, sin pensarlo habíamos terminado recostados en la cama, dando vueltas, besándonos, acariciándonos, amándonos...

Gabriel desamarró mis manos y estaba confundido.

—Oh, Ariel...no pongas esa cara —puso los ojos en blanco —te volveré a atar pero no podemos hacer el amor vestidos como esquimales.

Se quitó el abrigo largo y negro que llevaba puesto, era pesado; luego desabrochó el cinturón que llevaba para sostener su pantalón.

—Yo quiero hacerlo —dije antes de que desabotone su camisa.

No se negó por lo que cada botón que era libre se convertía en un pase para mí, un pase para ver su cuerpo por pedazos y plantarle besos en el pecho.

Cuando terminé, Gabriel se empeñó en desvestirme sin pedirme permiso, lanzó mi gorro y toda la ropa que llevaba puesta como para dejar evidencias de que algo candente había ocurrido en el cuarto de invitados. Decía: esto no sirve, esto tampoco, esto menos...; mientras se deshacía de todo lo que traía yo miraba sus hermosos ojos que se veían como nunca en la madrugada.

—Aún sigue con pantalones, señor Mercer...

—¿Señor? —arqueó las cejas y rio —Yo pongo las reglas aquí, ya te lo dije —bajó la cremallera de sus pantalones —me encantas —susurró a mi oído dándome besos por la parte trasera de mi cabeza y posando sus manos debajo de mis bóxers.

—Hey, ¡hey! —dije para parar sus movimientos.

—¿Hice algo que no te gustó? —se detuvo.

—No, pero aún sigues con pantalones —repliqué y me vengué tocando su miembro duro y apretándolo.

De inmediato Gabriel tomó mis manos, las beso, las ajustó con el cinturón, cubrió mi boca con la corbata y siguió besándome alocadamente.

Por el movimiento sus pantalones de por sí se cayeron, otra prenda más en el piso...tendríamos arañas luego.

—Ariel —respiraba entrecortadamente a pesar de no haber comenzado aún —, no quiero hacerte daño —sus palabras eran sinceras —si te llego a hace daño solo di rojo y pararé.

Agh —suspiré y me quitó la corbata para que pudiera opinar algo al respecto —rojo me parece una palabra muy aburrida, ¿por qué no mejor "carmesí"?

Gabriel asintió y siguió besándome.

Tenía la corbata colgando como un collar y Gabriel aprovechaba eso para no dejarme ir, para que lo besara con furia.

Él terminó encima de mí y al darnos cuenta sonrió.

—¿Sabías que tienes ojos glaucos?

Negué.

Su pregunta me distrajo tanto que de un tirón me dejó completamente desnudo, yo hice lo mismo pero con mis pies porque no podía mover las manos.

—¿Preparado?

—Más que nunca.

Mentía. Nunca se está preparado para algo así, solo fluye a través del momento.

Gabriel pasó su mano debajo de él para poder insertar su miembro con más facilidad dentro de mí. En muchos vídeos porno muestran eso placentero, pero a veces creo que el placer consta de masoquismo...sentía que todos mis huesos se partían, sentía tanto dolor que solo me quedaba gemir y jadear, quería chillar; lo peor de todo es que sí sentía placer, era un maldito masoquista. Lo hacía suave y lento pero aun así dolía, quizá la clave era hacerlo más rápido y no se movía tanto por miedo a lastimarme.

—Hazlo más rápido —me aferré a su cuello jadeando.

Él asintió y aceleró el ritmo de las embestidas, eso sí era tener sexo aunque seguía doliendo.

Subió su mano porque encontró estabilidad en las embestidas y en vez de abrazarme con esta solo intentó hacerme explotar de placer acariciando me cuerpo desnudo y frágil, me estaba corriendo involuntariamente, estaba llorando sin ni si quiera pensarlo. A penas Gabriel sintió una lágrima mía en su espalda paró y se acostó a mi lado.

—Lo siento —pasó su pulgar por mi mejilla para secar mis lágrimas y besó mis ojos —. Lo siento, en serio.

—Nunca dije carmesí.

—Lo sé, pero estás llorando —se sentía culpable, sucio —, ¿duele?

Negué.

—La emoción del momento —sonreí con los ojos rojos.

—Eres muy estrecho —besó mi cuello.

—Terminemos con esto...

Lo tomé del cuello y me posicioné arriba, sonrió cuando tomé la iniciativa. Me moví porque sabía que Gabriel en esa pose no podía embestirme correctamente.

Cerraba sus ojos y mordía su labio inferior mientras acariciaba mis caderas, despeiné su cabello y lo besaba mordiéndolo, jalando con los dientes lo que me pertenecía ahora.

—Creo que soy precoz —reía mientras seguíamos haciéndolo.

—¿Terminaste?

Negó. Paró mis movimientos, haciendo que me arrodillé y luego me posicione como un perro. Peinaba mi cabello con lujuria mientras me embestía con mucha más fuerza, ahora de verdad nos encontrábamos en el clímax. Dolía en serio...tenía ganas de patearlo, pero después de todo aguantaría cualquier cosa solo para hacerlo feliz.

Cuando terminó ya lo había sentido, toda la presión ejercida se liberó en menos de un segundo, se recostó y cubrió su cuerpo con el abrigo que llevaba puesto al principio.

Me acosté al frente de él para ver su lindo rostro, él también lloraba...chillaba en realidad.

—¿Por qué lloras?

—No lo sé —evitó mirarme —. Solo abrázame.

Y eso hice, se recostó en mi pecho y acaricié su cabello con una mano mientras con la otra lo tenía junto a mí por las caderas.

—Gabriel Mercer...

Levantó su vista hacia mí.

—Te amo.

—También te amo, Ariel, no sabes cuánto te amo.

Cerró sus ojos de nuevo, se veía tan tierno y vulnerable.

—Sabes Gabriel...no me hiciste daño, no te preocupes.

—Te creo...

—¿Nos duchamos?

—Son las dos y media de la mañana...

No me importó y tomé su mano para llevarlo al baño de mi cuarto.

El agua estaba hirviendo y había vapor por todo sitio, sentía que nos relajábamos a pesar de ser algo no tan saludable.

Tomé la esponja con jabón líquido y llenaba con espuma todo el cuerpo de Gabriel.

—No serán tus bombas de baño o como se llamen, pero huele bien.

Me dirigió la mirada y me acorraló en la ducha besándome bajo los delgados chorros de agua. También dejé que él me limpiara porque lo necesitaba, él tenía ojos en donde los míos ya no podían observar y quitaba todos los fluidos suyos de mi cuerpo.

Cuando terminamos ya eran las tres de la mañana y solo teníamos dos horas para dormir. Caímos como dos cadáveres en mi cama y nos acurrucamos en las sábanas.

Desperté a Gabriel a las cinco y él estaba sonámbulo, lo vestí con la misma ropa que horas atrás habíamos arrojado al suelo, no sin antes capturar ese desastre en una fotografía, sería gracioso de recordar cuando Gabriel y yo seamos mayores...yo veía mucho futuro en nosotros, era muy soñador.

Mucha gente se había quedado en la vigilia pero Gabriel se moría más de sueño que cualquiera en la ceremonia de misa. No paraba de bostezar y me daba ternura.

—Fue un gran día —me dijo cuando la ceremonia terminó.

—Deberías descansar al parecer estás muy agotado.

—Absorbiste toda mi energía, luego te escribo —bostezó y se fue lentamente a su habitación real.

Le había dicho que lo amaba y me correspondió.

¿Era real?

Pasado

—Mira lo que me compré —exclamó emocionado.

—¡Qué lindo horario! —le sonreí —, me alegra que quieras ser más organizado.

León buscó un lugar plano para escribir, seguro pondría cosas como: lunes piso número cuatro de siete de la mañana a una de la tarde, martes...

Pero vi que ponía cosas en la tarde.

—¿Qué es eso? —señalé el horario.

—Oh... —se puso nervioso —nada importante.

Cubrió el horario y como León siempre escribía con tinta líquida...toda esta de corrió dejando una pequeña mancha justo en el día lunes.

Sus ojos se abrieron al ver la mancha de lapicero negro.

—Solo es una pequeña mancha, le pones un poco de corrector y listo —acaricié su cabello.

—No te atrevas a tocarme...

—Pero...

—Cállate, Gabriel Mercer, ¿no ves que acabas de arruinar todo?

León sin pensarlo comenzó a rayar el horario y a correr la tinta una y otra vez, hasta llenarlo de manchas y rayones innecesarios, luego lo partió en pedazos y poco más lo incendia.

—Dios mío, ¿qué pasa contigo? —estaba espantado.

Él se fijó bien en lo que había hecho y entró en crisis.

—¿Qué hice?

—¿Te has dado cuenta de cómo hiciste enorme un pequeño problema? Solo era una letra corrida y ahora es un montón de basura porque está rayado y roto.

Lo metió a su bolsillo y se encerró en su burbuja de depresión, ¿cuándo se volvió así? ¿Cuándo dejó de ser lindo? ¿Cuándo dejó de existir?

Y todo se resumía en que estaba enamorado de alguien que existió, pero que había desaparecido. Estaba enamorado de una máscara, de un mecanismo de defensa social.

Era lindo con otras personas pero conmigo se comportaba de una forma distinta; no podía decir ni hacer nada sin antes pensarlo porque podía lastimarlo, porque él creía que era un inútil, porque él era una persona demasiado egoísta y con sueños mediocres.

IX

Vivo muriendo,

Atrapado en tu recuerdo,

Encadenado a tus caricias,

Ahogándome en tus respiros,

Suspirando en tus consuelos,

Disfrutando nuestros momentos;

Vivo muriendo,

Sin planearlo ni pensarlo,

Con intenciones de no hacerlo,

Porque cuando estás conmigo vivo,

Y cuando te vas sigo muriendo.

X

GABRIEL_12:09

Te extraño.

GABRIEL_13:30

Siento que el sábado robaste algo de mí, algo que no quiero recuperar pero que me deja un vacío cuando tú no estás; siento que necesito tu sonrisa, tus manos, tus ojos, tus preguntas, tus comentarios graciosos hacia mí, tu compañía, todo de ti... ¿qué me has hecho, Ariel? ¿Qué demonios has causado en mí? Estoy tan confundido que no puedo dejar de pensar en ti ni por un segundo, me siento atado a ti y eso no significa que sea una condena.

GABRIEL_13:45

Ariel...

GABRIEL_14:07

¿Acaso ya no me quieres?

GABRIEL_15:55

Me siento muy triste...si te interesa, nos vemos a las cinco en la casa abandonada, llega puntual o me tiraré la cajetilla entera yo solo.

GABRIEL_16:00

Una hora...solo falta una hora.

GABRIEL_16:28

Espero que llegues.

GABRIEL_16:49

Ya estoy en camino.

GABRIEL_16:50

Espero que tú también.

GABRIEL_16:52

Te amo, más de lo que imaginas.

GABRIEL_16:59

Me pregunto cómo es que tú puedes olvidarme e ignorarme así de fácil.

ARIEL_17:00

Llegué mucho más antes que tú—digo con los ojos en blanco, así como Mercer—encuéntrame, y disculpa si recién te respondo ahora.

GABRIEL_17:00

Me alegra que estés aquí (y que te burles de mí, créeme que yo sí tengo los ojos en blanco ahora).

ARIEL_17:00

Me alegra que quieras buscarme.

GABRIEL_17:00

Me alegra que...no lo sé, ¿dónde estás?, solo espero que no me estés jugando una broma."

ARIEL_17:00

Me alegra que confíes tanto en mí, busca y encontrarás.

GABRIEL_17:05

Estoy como un imbécil dando vueltas por toda la casa.

ARIEL_17:05

¿Así? No escucho tus pasos, ah verdad...olvidé que das miedo y no haces ruido al caminar, mierda.

GABRIEL_17:06

Muy gracioso (de nuevo).

ARIEL_17:07

¿Qué tal si gritas «carmesí» desde la habitación en la que te encuentras ahora y yo te digo si estás cerca?

GABRIEL_17:07

Está bien.

ARIEL_17:08

Frío, helado, nivel: polo Norte.

Tibio.

Como estabas hace unos días.

GABRIEL_17:08

¿Cómo?

ARIEL_17:09

Caliente. HAHAHA.

Gabriel cruzó la puerta de la habitación en la que estaba y se dio con la sorpresa de que lo esperaba con unas sodas frías y un paquete de patatas. De inmediato se sentó en el piso conmigo, cruzando las piernas, y abrió la bolsa que contenía grasas, se las comió como si nunca lo hubiera hecho en su vida.

—No te las acabes todas...yo también existo —repliqué.

—Oh, perdón, hace mucho que no cómo estas cosas —seguía comiendo —, ¿por qué recién me respondiste hace unos minutos?

—Olvidé mi celular.

Asintió y nos quedamos en silencio bebiendo soda y comiendo papas, era lo que necesitábamos...la comida basura siempre arreglaba las cosas.

—Estuve pensando...

—Siempre lo haces —suspiré.

—Pero esta vez más —su mirada se veía sincera —y me pregunté cómo es que sabes el nombre de León si es que yo jamás te lo dije.

Eso era cierto, lo iba sospechando desde hace días pero nunca me había atrevido a confirmarlo con él hasta la dedicatoria del libro y la imagen de Gabriel abrazando al león que siempre llevaba en mi mente, enloquecí así sin más y Gabriel me lo confirmó sin darse cuenta.

—El libro.

—Ahí solo decía LL, o sea, León Luján —sonrió —y si te lo digo recién ahora es porque no quiero que haya secretos entre nosotros, ¿cómo lo supiste?

—Eres muy evidente, así lo supe.

Apenas dije eso, Gabriel me creyó ciegamente y asintió contento. Me acerqué a él porque me gustaba sentirlo, me gustaba tenerlo cerca y acariciar su rostro hidratado y suave, me gustaba plantar mis labios en sus mejillas encendidas porque suponía que era como besar a las nubes. Y eso hice, llenarlo de besos hasta terminar en una guerra de estos, donde solo ganaba quien terminaba matando al otro de amor.

—Ariel —se alejó de mí como si no quisiera seguir —, mañana me voy, pero solo por unos días.

—¿Cuántos?

—Dos o tres, si es que tengo suerte solo será uno.

—¿Qué harás?

—Nada interesante, de paso me relajo...

Gabriel miró directamente a la ventana que estaba por encima de nuestras cabezas y se podía sentir la brisa de los árboles cada que parpadeaba, como si sus ojos determinaran la dirección del viento...como si él fuera amo y señor del universo.

—¿En qué piensas? —preguntó arqueando una ceja.

—¿Yo? En nada.

—Te quedas como un idiota mirándome —rio —sabes que puedes decirme lo que quieras.

En tantas cosas Gabriel, tantas que no puedo ni contarlas.

—En mi tarea de lingüística y literatura.

—Te ayudo mientras sigo aquí —sonrió dulcemente —, ¿en qué puedo servirlo?

En ese momento me congelé y busqué en mi mente la tarea de lingüística y literatura, si es que existía una tarea de eso.

—Tengo que hacer un símil —dije aliviado.

—Pues eso es fácil, así como la marea es iluminada por los tenues rayos del sol al amanecer...así tus ojos azules como las mismas se esclarecen al verme —mordió su labio inferior.

Me parecía muy extraño y romántico que haya elegido hacer un símil con mi mirada, solo hacía que me sonroje, solo controlaba mi mente para que me enamorara más de él y lo más frustrante era que lo conseguía, conseguía que renuncie a mí mismo por él.

—Tus ojos son como el café: agrios y adictivos, quizá también como la miel: dulces y melosos.

—¿Ves? No es tan difícil —suspiró.

—La diferencia es que tengo que hacer un símil relacionado a la literatura.

Gabriel estaba confundido y solo esperó a que le explicara con más detalles lo que tenía que hacer.

—Digamos...Dante Alighieri, debo comparar algo con un elemento o un aspecto de la obra de algún autor como por ejemplo el que acabo de mencionar.

Gabriel pensó mientras tocaba su cabello suave y sedoso.

—El infierno.

—No entiendo —dije confundido.

—El amor es como el infierno de La divina comedia.

—Sigo sin entender...

—Corrígeme si me equivoco, —pensó —si bien en la obra de Dante menciona tres estados como el infierno, el purgatorio y el paraíso...podemos tomar uno para compararlo. No recuerdo en cual habían personas deformes y en llamas que estaban condenadas de acuerdo a su falta...creo que el purgatorio, no lo recuerdo; pero algo que sí sé es que a veces el amor es monstruoso, deforme y está en llamas pero solo lo averiguas cuando lo experimentas, y podemos concluir con que amar es como pecar: que se queda en tu mente y consciencia torturándote de acuerdo a tus acciones y haciéndote daño y siendo a la misma vez tentador por lo que todos lo cometemos...además es lo que muchas veces nos lleva a la desgracia.

—Grandísima explicación —de verdad me había dejado con la boca abierta.

Jamás nadie me habría podido decir algo así, porque Gabriel era extraño y tenía una perspectiva diferente de la vida, mucho más diferente que la de cualquiera, porque indirectamente me hablaba de él mismo sin mencionarse.

Saqué el celular de mis bolsillos y comencé a anotar cada palabra que Gabriel había dicho, sin omitir nada, solo tenía que investigar si pasaba eso en el infierno o en el purgatorio...yo no había leído La divina comedia pero estaba seguro de que Gabriel sí lo había hecho.

—Y... ¿leíste La divina comedia?

—Sí, pero hace más de una década —rio.

—O sea...cuando tenías quince...

—Más o menos, pero yo era tan estúpido que había leído un montón de libros así sin si quiera saberlo porque todos los libros de la biblioteca de mi padre estaban forrados con una especie de cuero negro —me encantaba cuando recordaba —después de dos años o por ahí me di cuenta de que los libros que leí habían causado gran impacto en la sociedad y por lo tanto eran importantes.

Después de que se calló los dos nos quedamos en absoluto silencio, Gabriel mirando a la nada y yo mirándolo a él, preguntándome cómo es que alguien así termina estando conmigo...yo no tenía nada interesante que ofrecerle, es decir, ni mis pensamientos eran interesantes. En cambio él...él hacía interesante todo, hasta mi aburrida vida.

—¿En qué piensas? —volvió a preguntar.

—En nada.

Suspiró mientras se acercaba más a mí.

—Sabes que puedes decírmelo, y esta vez no puedes ponerme la excusa de tus tareas porque sé que no tienes nada en mente.

Bufé y crucé mis brazos, él seguía acercándose más y más.

—¿Y bien?

—Nada...

Gabriel posó sus manos sobre mis hombros y daba suaves caricias, erizaba mi piel poniéndome nervioso, odiaba que haga eso, sobre todo que me toque él.

—¿No te gusta? —sonreía de oreja a oreja mientras seguía acariciándome con más frecuencia.

Solo me estremecía de dolor evitando sollozos porque me desesperaba, si bien no tenía problemas con sus caricias agresivas a propósito...me molestaba que me toque cerca del cuello, tenía y sigo teniendo esa clase de debilidades.

Gabriel rio descaradamente y se paró a ver por la ventana, yo pensaba que su tortura había culminado.

—¿Te molesta que lo haga de esa manera?

—No me molesta, me causa escalofríos.

—¿Miedo?

—Quizá son traumas —suspiré —. ¿Qué tal si salimos de aquí y fumamos un poco?

Al principio la expresión de Gabriel reflejaba confusión por mi pedido tan fuera de lo común para alguien como yo, luego asintió y solo tal vez pudo comprender que necesitaba sacarme varias cosas de la cabeza por una vez en la vida.

Salimos por la ventana de siempre y él colocó dos cigarros en mi boca: uno bien puesto y el otro de lado contrario, para jalarlo con sus labios una vez que haya encontrado el encendedor. Teniéndolo en su mano prendió el mío y seguidamente el suyo, nos sentamos en una banca muy cerca de la casa, él tan bien sentado como era de esperarse y yo...todo desparramado sin importarme.

—Si yo te cuento un trauma mío... ¿tú me contarás uno tuyo?

Asentí sin dirigirle la mirada, estaba concentrado en no ahogarme con el humo, no obstante seguía sintiendo esa sensación de incinerar mi garganta intencionalmente.

—Tal vez te parezca estúpido lo que voy a contarte —habló luego de expulsar el humo —pero quiero pedirte que por nada del mundo te rías.

—No te prometo nada, pero haré mi mejor esfuerzo —le guiñé un ojo para que sienta seguridad.

Gabriel nunca me contaba nada que no venga al caso y esta primera vez para mí era muy importante.

—Algunos le temen a la oscuridad o a los proxenetas pero a mí me dan miedo los globos.

—No. Jodas —empecé a reírme a carcajadas, tenía razón, era lo más estúpido que me habían dicho.

—Muchas personas también lo hacen —puso sus ojos en blanco —sabía que te reirías —suspiró.

—¿Estás hablando en serio? —seguí riendo.

Asintió.

—¿Cómo? ¿Cuándo?

—Tenía cinco años, quizá menos, estaba inflando un globo...y explotó en mi cara —sonrió —me corrijo, me da miedo inflar y reventar globos, aunque también su sola presencia me causa pavor.

Expulsamos el humo a la misma vez y reímos, yo estaba seguro de que a Gabriel no le daba vergüenza hablar sobre sus temores.

—A mí solo me da escalofríos que me toquen por el cuello o por otra parte de mi cuerpo, y más si lo hacen agresivamente —coloqué el cigarro entre mis dedos para hablar mejor —cuando tenía unos diez estaba comiendo en un restaurante de comida rápida y como era lo suficientemente "grande" para ser independiente, mi mamá dejó que vaya solo al baño porque decía que ya no podía colarme al baño de mujeres. Obvio no estuve adentro de uno privado porque me creía muy maduro, como siempre...cuando era pequeño era muy alto para ser hombre y tener mi edad—reí —, me fui a un urinario y al casi terminar un tipo me acarició del cuello y me presionó contra su cuerpo cubriéndome la boca, intentó tocarme así que lo mordí y me fui llorando donde mi mamá pidiéndole que nos vayamos del restaurante de una vez, nunca lo supo...hasta ahora y sigo recordándolo.

—Eso es terrible —dijo indignado.

—Lo sé, la gente es muy enferma.

—Lo siento...

—Oh, no te preocupes, tú no tenías ni la menor idea.

Asintió y seguimos fumando, ya no me ahogaba tanto y hasta encontraba esto como una buena/mala forma de liberar estrés.

El cigarrillo se nos hacía muy largo, demasiado en realidad, ¿sería porque ninguno de los dos tenía aquel hábito?

—Mis labios están secos.

—¿Más que los míos? —me apoyé en su hombro.

Tomó mi barbilla entre sus manos y plantó un beso en mis labios para demostrarme su sequedad. Y era muy claro que mentía, sus labios estaban hidratados como siempre, sin embargo, esas mentiras me daban gusto, me encantaba que buscara excusas solo para besarme.

No te vayas, quería decirle, pero había tantas cosas que me lo impedían, y a pesar de solo ser uno, dos o tres días sabía que me causaría un vacío tremendo, un vacío que ni la esencia de cigarro más deliciosa podía llenar.

XI

ARIEL_20:18

¿Cómo te va en tu primer día sin mí?

GABRIEL_20:18

De la perfección, no podría salir mejor...

ARIEL_20:18

¿En serio? <\3

GABRIEL_20:18

No. Hoy vi a tu padre...

ARIEL_20:18

Oh... ¿viajaste por asuntos de negocios?

GABRIEL_20:18

Por supuesto que no, mi querido Ariel. Pero estaba cruzando la calle y lo vi reír con una mujer rubia y joven mientras bebían café.

ARIEL_20:19

Mi padre estaba trabajando en algunos proyectos de su interés propio, quizá es eso...

GABRIEL_20:19

Puede ser, casi nunca es bueno pensar mal. ;)

ARIEL_20:19

¿Cómo era ella?

GABRIEL_20:19

Rubia, esbelta, ojos grises, tez pálida...ya sabes, cómo cualquier rubia.

ARIEL_20:19

Ah...debe ser la señora Lombardi, mi padre me dijo que estaba pensando surgir con una empresa de él y de esa socia que estaba consiguiéndose, lo que no entiendo es por qué la socia no es mi mamá.

GABRIEL_20:19

A veces es mejor no involucrarse mucho con los seres cercanos y la familia.

ARIEL_20:20

Tienes razón.

GABRIEL_20:20

Quiero darte un beso, anhelo hacerlo.

ARIEL_20:20

Yo igual...quiero chupártela, amor. ;)

GABRIEL_20:20

Haha, estábamos hablando de que te extraño y quiero besarte y tú solo quieres sexo... (imagina que pongo mis ojos en blanco). No me digas «amor», no me gusta, prefiero «cariño».

ARIEL_20:20

¿Y qué opinas de «mi amor»?

GABRIEL_20:21

Eso me gusta más, hazme de tu propiedad. Algo como Gabriel Morriell.

ARIEL_20:21

Mejor queda Ariel Mercer.

GABRIEL_20:21

Si algún día nos casamos (no creo que pase, odio los compromisos), ¿te gustaría llevar mi apellido?"

ARIEL_20:21

Me encantaría. (Nada es imposible en esta vida)

GABRIEL_20:21

Entonces, en un caso hipotético...seríamos los Mercer.

ARIEL_20:21

Por supuesto.

GABRIEL_20:22

Oye, Ariel... ¿y qué pasaría si tu padre y la señora Lombardi estuvieran juntos?

ARIEL_20:22

¿Por qué la pregunta?

GABRIEL_20:22

Pura curiosidad, imaginé una novela en mi mente...nada más que eso.

ARIEL_20:22

Pues...no creo que mi padre sea tan imbécil de querer hacerse cargo de una viuda con dos mocosos tucanes; pero...en una vida alterna, si es que eso se cumpliera, opinaría que es un tremendo hijo de puta, que no merece a mi madre, que es un pobre diablo, lo odiaría tanto que ni si quiera lo invitaría al día del padre de mi escuela. Evidentemente...eso no pasará.

GABRIEL_20:23

Regreso mañana en la noche.

ARIEL_20:23

Así que...tuviste suerte.

GABRIEL_20:23

Algo así, tuve éxito porque la suerte no existe. Cuéntame cómo te fue hoy.

ARIEL_20:24

Te cuento si me llamas. ;)

GABRIEL_20:24

Imagina que pongo mis ojos en blanco de nuevo...

Luego de leer su mensaje mi celular vibraba y sonaba, después de todo yo también podía tomar el control de las cosas al exigirle que me llame.

—Gabriel Mercer —dije contento.

—Ariel —suspiró —, ¿qué te pasó hoy que quieres estar cerca de mí a pesar de la distancia?

—Pues estuve pensando... ¿tú por qué crees que existimos?

—A ver si adivino —siguió suspirando —, ¿tienes una historia/ anécdota que te acaba de ocurrir hoy para contarme y esta tiene que ver con filosofía de la vida y preguntas sin respuesta que te hacen pensar y reflexionar pero que a la vez te desesperan?

—Adivinaste perfectamente —sonreí a pesar de que no pudiera verme —hoy estaba reforzando en inglés lo que es la voz pasiva —hacía pausas para ver si quería que siga hablando —y había un ejemplo que hablaba sobre Hamlet y Shakespeare...entonces lo que entendí (que está mal) fue que lo ponen al revés por así decirlo, porque resaltan más el producto que el productor, ¿do you understand, sweetie?

Yes, sir —reía.

—Y me puse a pensar un poco sobre qué era más importante, si Shakespeare (el autor) o si Hamlet (una de sus obras cumbre), por lo que reflexioné sobre qué hubiera sido de Shakespeare sin Hamlet, y Hamlet sin Shakespeare...si Shakespeare escribe y Hamlet es lo que lo llevó a la fama... ¿los dos importan? ¿Uno debe ser necesariamente más importante que otro? Si Shakespeare no hubiera escrito Hamlet no sería tan reconocido, y si Hamlet no hubiera sido escrito por Shakespeare... ¿Quién más lo habría hecho? ¿Existe Shakespeare sin Hamlet y Hamlet sin Shakespeare?

—¡Ariel! —reía con más fuerza —, cállate, por favor, no hay Hamlet sin Shakespeare y no hay Shakespeare sin Hamlet...punto; así el concepto de voz pasiva diga que uno es menos importante que otro si lo pones en ese contexto los dos son importantes.

—Pero la verdadera pregunta es... ¿somos quienes creemos ser o solo somos nuestro producto?

—Posiblemente solo somos nuestro producto, afirmar que somos quienes creemos ser sería algo utópico; es como que me digas que te interesa más la vida de Newton que lo que dejó para el mundo, las dos cosas pueden tener la misma importancia pero una debe tener más prioridad...así es cómo funciona la vida, por eso existimos.

—No puedo creer que te haya dicho tanto para que al final me digas que somos nuestro producto y que nos debemos limitarnos a eso —estaba insatisfecho con su respuesta tan obvia —así que hoy viste a mi padre...

—Oh —se puso nervioso —, prefiero no hablar de eso ahora, ¿te ha llamado?

—No, para nada, a veces creo que es un mal padre —bromeé.

—Extraño mirarte...

—¿Has notado que casi siempre me pierdo en tu mirada?

—Tengo una interesante apreciación acerca de eso.

—Dímela.

—Usualmente nos perdemos en lo desconocido.

—En realidad, creo que me pierdo en tu misterio —pensé —, quizá me pierdo en lo desconocido de ti porque aún me falta mucho por conocer, porque no podemos conocer a alguien más como nos conocemos a nosotros mismos. ¿Te molestaría que vaya por ti mañana al aeropuerto?

—Me encantaría...pero no tienes por qué molestarte, puedo tomar un taxi —se hacía el sufrido —. Mentira, mañana a las siete.

Colgó el teléfono y finalmente me había quedado solo, desde Gabriel andaba solo...no sabía si porque tenerlo a él me impedía estar con mis amigos o quizá porque él me absorbía tanto que ya no salía con otras personas o porque estando a su lado me daba cuenta de que era la única persona interesante que necesitaba; tal vez solo él podía saciarme, solo alguien como él podía llenarme.

XII

—Ariel...hace mucho que no hablamos —me detuvo antes de pasar a mi clase.

Le volteé los ojos y seguí con mi camino, en mi vida existían esos días en los que no deseaba hablar con las personas, me pasaba más seguido de lo normal desde la llegada de Giovanni.

—Por lo menos escúchame —decía sin detenerse.

—¿Qué? —le dirigí una de mis miradas de odio para espantarlo.

—Hoy hay una fiesta en mi casa —mordió su pulgar —, ¿vienes?

—Oh, por supuesto —dije con sarcasmo —que no. Tampoco puedo, estaré ocupado.

—Cierto...olvidé que últimamente intentas ser alguien que no eres, te enrollas con el pederasta e ignoras a tus amigos porque no tienes ganas de nadie ni de nada ya que admites haber conocido al cielo cuando solo has bajado al infierno.

—Y es el Infierno más hermoso que he conocido, Giovanni —suspiré —. Te pido por favor que no le vuelvas a decir así, pensé que te agradaba.

—Oblígame.

Y ese era el gran problema de Giovanni, no se iba a detener hasta que le diga que si quería ir a su maldita fiesta, pero no, yo no estaba de onda para soportar sus inmadureces de no aceptar un no como respuesta. Seguía jodiendo y jodiendo, pasando por alto el secreto que le había hecho guardar, me empujaba, me atormentaba, era demasiado impulsivo y no por su maldita fiesta sino porque había cortado comunicación con todos, yo hace mucho ya había dejado esos tratos con la gente. Mi tolerancia era limitada y llegó un punto en el que no me controlé ante sus comentarios y sus hostigamientos, lo golpeé tan fuerte que lo disfruté, ¿amigos? Sí, el único problema de Giovanni era ser poco comprensivo y muy insistente.

Al final los dos terminamos en la dirección y a mí por agredir de manera física a Giovanni me suspendieron solo ese día, por suerte.

Regresé a mi casa frustrado. ¿Qué le diría a mi madre? Y más importante... ¿qué le diría a Gabriel?

Me dirigí a mí casa caminando bajo el terrible sol de la mañana y llegué en media hora, estaba hecho un asco: colorado por el sol y la caminata, sudado por el cuello y la espalda por la mochila, cansado por haber estado casi corriendo para evitar que alguien me vea. Nada podía salir peor.

Sentía que mis mejillas ardían y eso solo significaba que el sol me había hecho mucho daño.

Cerré la puerta de mi cuarto y me acosté a dormir, me odiaba porque después de muchos años siempre terminaban suspendiéndome a mí y no a Giovanni, siempre yo terminaba haciendo algo estúpido frente a todos y terminaba o castigado en los recesos o suspendido o en detención. Pude sobrevivir casi medio año sin tener faltas pero desde Giovanni...las cosas eran muy distintas, él es lo que muchos llamarían: una mala compañía.

Soñaba con Gabriel...con sus caricias, con sus besos, con sus ideas magníficas y subjetivas, soñaba con que de nuevo me diría "Yes, sir." con ese falso acento inglés  y esa voz ronca y gruesa que me hacía imaginar un montón de situaciones extravagantes llenas de cosas que no me atrevo a mencionar ahora.

Me levanté como un muerto viviente exactamente a las seis de la tarde, busqué algo lindo para recibir a Gabriel, cogí las llaves del coche y me dirigí hacia el aeropuerto que no estaba tan lejos pero el tráfico a esa hora era terrible.

Llegué exactamente a las siete como lo había calculado en el viaje de mi casa al aeropuerto, solo faltaba esperar a que Gabriel Mercer se apareciera, se dignara a aparecer de una vez.

Por la sala a la que habían llegado después de que el avión aterrizara salía un montón de gente, personas con toda clase de historias, numerosas anécdotas y a pesar de eso sabía que mi historia con Gabriel era la mejor entre todas esas personas que se volvían a encontrar.

De pronto, a lo lejos de esa puerta, divisé a un chico joven: cabello castaño oscuro corto, rostro sin ningún rastro de barba y mirada inocente y sencilla que a la vez se mezclaba con un poco de arrogancia típica de él, de mi Gabriel.

Al cruzarse nuestras miradas, mi felicidad era tan inmensa que podía salir disparada de mi corazón, él como siempre sonreía y suspiraba.

—Ariel...

—Mercer —me apoyé en su maleta —, alguien se hizo un cambio extremo de look, pero dicen que cuando quieres de verdad a alguien...lo querrás hasta cuando se corta el cabello.

—¿Bromeas? —rio —He rejuvenecido diez años.

Caminamos hasta el auto sin decir ni una sola palabra, una vez más comprobábamos que las expresiones corporales hablaban más que nuestra boca.

No lo había tenido por un día y ya me desesperaba su lejanía, tal vez solo por eso disfruté recogerlo.

—¿Cómo te fue hoy? —preguntó acariciando mis mejillas sonrojadas por insolación.

Mi expresión era de dolor, tenía ganas de decirle "suéltame".

—Me suspendieron por el transcurso del día —tomé su mano para que dejara de acariciarme —, no se lo dije a mi mamá, por lo que aproximadamente a las diez de la mañana caminé media hora hasta mi casa, bajo el sol.

—¿Por qué te suspendieron? —dijo más serio.

—Porque le aventé la madre a Giovanni.

—No debiste, carpe diem...

—¿Qué?

—Goza la vida sin excesos ni conformismos, viviendo cada día como si fuera el último —sonrió —, apuesto a que no te gustaría golpear a uno de tus amigos el último día de tu vida.

—Oh —me sorprendí —, tienes razón...me gustaría golpear a todos.

Y esta fue la primera vez que Gabriel solo rio sin cesar en vez de poner sus ojos en blanco, su risa era tan melodiosa que cualquiera creería que fingía...pero no, no era así, no era la risa de un tipo sofisticado que actúa en el cine o de un conductor de televisión queriendo quedar bien, era Gabriel Mercer siendo él mismo después de mucho tiempo.

Nos limitamos a guardar silencio mientras escuchábamos la radio y cuando sonaba algo que nos gustara a los dos lo tarareábamos o lo cantábamos en caso de saber la letra. De vez en cuando volteaba a ver cómo su mirada estaba fija en el camino; la mía también lo estaba pero de un camino diferente, porque Gabriel había sido el camino que elegí, que cualquiera en mi lugar habría elegido.

Lo amaba, lo amaba tanto que después de unos minutos me acostumbré a su corte de cabello y a su rostro lampiño de nuevo, lo amaba tanto que prefería admirarlo que conducir, lo amaba tanto que...cometería cualquier estupidez que esté en mi mente.

Gabriel inesperadamente cambió la estación de radio por los numerosos anuncios que había.

—Esta canción es buenísima —dijo riendo.

Me quedé callado porque no la conocía, era un pequeño solo de guitarra.

—Yo no sé...lo que me pasa cuando estoy con vos...—movía sus hombros mientras cantaba y me señalaba.

Comencé a reír, nunca imaginé que ese tipo de música le gustara a Gabriel.

—Me hipnotiza tu sonrisa, me desarma tu mirada... —sonreía coqueto mientras cantaba.

—Ya lo decidí —suspiré negando y sonriendo —. Voy a cambiar la estación —bromeé.

—Todavía que te canto algo lindo por primera vez en la vida —cruzó los brazos.

—Es broma —volteé los ojos —sigue cantando, prisionero.

Dejó de cantar para verme mientras conducía, me preguntaba que estaría pensando en ese momento al observarme.

Cambió la estación antes de que la canción terminara.

—Uy...esta canción... —suspiró.

—No conozco mucho de Latin —dije sin quitar los ojos del camino —. Tú escuchas de todo, ¿no?

—Te sorprenderías si escucharas la música de mi iPod, de la nada estas escuchando rock y viene una cumbia.

Reí.

—Eso es bueno y raro...

—Siempre has sido tú —siguió cantando.

—Ay —hice una mueca —, ya sé qué canción es —negué —. No me cantes eso.

—Está bien —se burló.

Sin darnos cuenta habíamos llegado a mi casa, decidimos entrar y estaba completamente vacía... ¿dónde demonios estaba mi mamá?

Lo tomé de la mano y subimos corriendo las escaleras como siempre. Eché llave a la puerta de mi cuarto y me senté junto a él en el suave colchón de mi cuarto.

Sus manos subían por mi cuello y me acercaban delicadamente a su rostro, cuando estuvimos frente a frente solo nos acariciamos con la nariz, como haciéndolo inmortal con tan solo cruzar miradas, sin pensarlo sonreía como un tonto y él solo me imitaba, ¿realmente era feliz estando así conmigo?

—Ariel te tengo que decir algo —se separó de mi rostro de manera brusca y cambió su expresión de calma y amor.

—Yo también...

—Tú primero.

No me esperaba eso, solo asentí, suspiré y me preparé para decírselo.

—Golpee a Giovanni porque cuestionó lo nuestro y estoy harto de que me juzguen, ah y...también porque le dije que no quería ir a su fiesta a mitad de semana (o sea hoy) porque tenía cosas más importantes que hacer —expliqué —además es muy insistente y sabes que no tengo paciencia.

Asintió sonriente y me besó tiernamente, estaba preparándome para lo que él me diría.

—Antes de que te diga lo que vi —mordió su labio inferior, estaba nervioso —, quiero que me prometas que no sentirás nada.

Hizo un puño con su mano y levantó su dedo meñique, hice lo mismo y se lo prometí a pesar de que no sabía que me diría.

—Cuando te dije que vi a tu padre con la señora Lombardi —miró hacia otra dirección —no estaban sonriendo y tomándose un café, o sea sí pero —su mirada estaba por debajo de la mía —los vi besándose.

Y cómo era una persona de palabra no sentí nada, solo escuchaba por dentro de mí como el corazón se me partía en mil pedazos. Me dolía, me quemaba, mi corazón estaba siendo estrujado por mi padre y su infidelidad.

—Siempre creí que —no podía seguir hablando o me destruiría, o rompería mi promesa.

Gabriel supuso que me derrumbaría en todo e hizo lo mejor que un ser podría: abrazarme y darme el cariño que necesitaba en ese momento, no quería que mis lágrimas corrieran por mis ojos, aun no.

—Sé que te hice prometer que no sentirías nada pero —remojó sus labios —desahógate un poco, tienes todo de mí ahora.

Me recosté en su hombro y las lágrimas se desprendían sin sollozos.

—¿Sabes qué quiero ahora?

—Lo que quieras te lo concederé.

—Quiero estar a tu lado toda la noche, me haces falta...

—Por un momento pensé que me pedirías alcohol o un cigarro.

—Cambié desde que te conocí, además solo he fumado una o dos veces y exclusivamente contigo —lo miré —aunque pensándolo bien...quiero fumar.

—No sabes fumar —besó mi nariz tiernamente —, pero si insistes...

De su bolsillo trasero extrajo dos cigarros normales, colocó los dos en su boca mientras buscaba con sus dos manos el encendedor, jalé el primer asesino y lo metí en mi boca remojándolo por la espera.

Caminamos hasta la ventana para no llenar mi cuarto de humo y Gabriel prendió su cigarro.

—Prende el mío también.

Negó mientras expulsaba el humo fuera de la ventana.

—Sería un abuso que te diera uno para ti solo —arqueó la ceja —toma —me pasó el suyo entre sus dedos.

Lo recibí un poco enojado e intenté no ahogarme ni toser, los intentos eran en vano ya que me había olvidado como es que Gabriel conseguía no hacerlo.

Él lanzó una carcajada por mi lamentable acción.

—Siento que mi garganta se pudre en fuego —seguí tosiendo.

Gabriel rio, quitó las cenizas, lo apagó sin haber terminado y suspiró.

—Me pasaba igual, pero es porque absorbes mucho humo —dijo dulcemente —mi padre me enseñó a fumar.

—¿Y aprendiste algo?

—No mucho —sonrió —, debo admitir que después de tres años o más he vuelto a fumar.

Asentí mientras miraba la oscura ciudad apoyado en mi ventana.

—Prométeme que no fumarás a menos que sea conmigo.

—Será muy fácil cumplirlo —cruzó los brazos —de todas maneras no me gusta hacerlo. Es decir, no me gusta pero me relaja.

—A mí tampoco, se siente horrible —tomé su mano derecha —, te amo.

Sonrió y no dijo nada.

No dijo ni un yo también.

No dijo nada de nada.

Se acercó a mí y me besó sin más.

—Me alegra —dijo cuando se separó de mi rostro —yo también lo hago pero quería que te desesperes un rato por no recibir una respuesta inmediata.

—¿Ves esas luces de colores? —señalé.

Asintió.

—Ahí es la fiesta de Giovanni.

—¿Vamos? —él sabía que necesitaba algo así para liberar estrés.

—¿Irías a una fiesta juvenil vestido así de elegante? —lo señalé de pies a cabeza.

—No, porque sé que tú has robado ropa que me pertenece...

Suspiré y tendí en mi cama lo poco de ropa que había sacado hace mucho del cuarto de Gabriel.

—No sabía que tenía esto —levantó una camiseta gris oscuro —gracias.

—Pero, ¿por qué te quieres desvestir en mi cara?

—Somos hombres —alzó los hombros —, ¿qué problema hay?

Suspiré y me fui del cuarto.

—Cuando termines...bajas —dije fuerte desde afuera de mi cuarto.

Bajó en menos de cinco minutos y tenía razón...con el nuevo corte de cabello lucía mucho más joven de lo que aparentaba, no diez pero sí cinco años menos.

Mi mamá aun no llegaba por lo que nos fuimos como si nada pasara. La casa de Giovanni era relativamente cerca de ella, unas cuantas cuadras nada más.

Cuando llegamos en la puerta había cajas con máscaras de todo tipo.

—Yo quiero ser Jason —me coloqué la máscara.

—Yo seré —dudó —. ¿El zorro?

Se la colocó y se veía muy bien, o es que el amor me había absorbido el cerebro para diferenciar lo bello de lo feo.

Entramos a unirnos con el montón de gente que también llevaba puesta una máscara diferente y Gabriel no dejaba de observar todo lo que había.

—¿Acaso nunca has ido a una fiesta?

—Sí he ido —rio —pero eran diferentes.

—Voy a buscar a Giovanni —le avisé —. ¿Crees que estarás bien si te dejo un rato solo?

Asintió.

Le pregunté a mucha gente si había visto al anfitrión pero nadie me dio alguna pista, estaba demorando más de lo esperado y sabía que si tardaba un segundo más las chicas se comerían a Gabriel.

Dejé mi primera búsqueda para ir con el amor de mi vida, lastimosamente cuando volví al lugar donde lo dejé ya no estaba.

Caminé desesperado, no era posible desaparecer tan rápido en la casa de Giovanni. Y cuando di todo por perdido ahí estaba él, rodeado por cuatros chicas con máscaras de animales, inferí que eran las 4M, y sí, al acercarme lo comprobé.

—Dicen que me están haciendo ronda —dijo Gabriel muy inocente.

Estallé de carcajadas, no tenía ni idea de lo que era una ronda.

—¿Saben quién es? —les pregunté a las cuatro.

Negaron.

—Pero está buenísimo —rio Milena, estaba ebria —acabo de pasarle mano y uffff.

Reí más porque apostaba a que Gabriel no notaba como unas cuatro chicas en estado de ebriedad lo deseaban para una orgía, al menos a Milena sí se le notaba.

Lo agarraba por detrás colocando sus manos en su pecho y él solo se estremecía.

—Vámonos de aquí —le dijo a Gabriel.

Él la miró confundido y se liberó de ella ejerciendo un poco de fuerza.

—¿Bebemos algo? —dijo a penas se acercó a mí.

Asentí y colocó su mano por mi espalda, dándome de rato en rato besos en la mejilla sin importarle la máscara porque la hacía a un lado.

Me la quité y no me importó que me vieran.

—¿Cómo es que terminaste estando con ellas?

—Pues —recordó —estaba ahí tranquilo parado observando el panorama, bajé la guardia y las chicas me acorralaron por delante, por atrás y por los costados, me llevaron hasta esa sala en la que estaba y sí...hacían movimientos como para provocarme pero solo me reía —sonrió —luego dijeron que me harían ronda y llegaste antes de que pudieran hacer algo peor conmigo.

Escuché su historia mientras bebía lo de los vasos, que por cierto no tenía ni idea de lo que era.

—Para mí que las han drogado para que tengan el deseo sexual más fuerte —tomé un sorbo.

—¿Por qué lo dices? —él también cogió uno de los vasos rojos de la mesa.

—Porque los rumores dicen que todas las de su grupo son como hornos microondas.

—¿O sea...?

—Calientan pero no cocinan.

Rio mientras bebía lo que sea que estuviera en el vaso.

—No lograron calentarme —dijo Gabriel orgulloso.

—Es que tú eres extraño —rodé mis ojos —. Bésame...

—¿Aquí? —dijo disgustado.

—En aquel sillón —señalé —. Todos pensarán que estamos borrachos.

Nos sentamos como dos personas normales, esperamos un poco y luego comenzamos a besarnos mientras yo cubría mi rostro sosteniendo la máscara de Jason ensangrentada.

XIII

Estaba envuelto en un sueño profundo hasta que el despertador dio su primer aviso como siempre a las cinco de la mañana. Normalmente sonaba tres veces: cinco, cinco y media y seis; para eso ya me tenía que haber despertado, bañado y alistado.

Desperté asustado pensando que todo fue un sueño pero cuán equivocado estaba. Al abrir mis ojos, Gabriel estaba durmiendo a mi lado; y al sentarme con dolor de cabeza en mi cama, mi madre me observaba con los brazos cruzados.

—Me prometiste no ir a fiestas en el transcurso de cualquier semana laboral —sonrió arrogante —viernes y sábado harías lo que querías, ¿qué pasó?

—Yo no pensaba quedarme, —dije arrepentido —es más, no sé ni cómo llegué aquí.

—Gabriel Mercer me llamó y al parecer ustedes dos y toda la fiesta estaban drogados porque en sus bebidas pusieron algo extraño —dijo molesta —Y estás aquí vivo, sano y salvo gracias a Gabriel, si no fuera por su responsabilidad y sensatez apuesto que estarías tirado en alguna calle o durmiendo en la banca de un parque.

Reí.

—Pero él me animó a ir.

—¿No te acuerdas de lo que pasó?

Negué.

—Entonces es buen momento para contarte una historia.

XIV

—Me sorprende que estés aquí con ganas de hacer clases —dijo Giovanni sentándose a mi lado —. Pensé que te dejarían descansar en tu casa.

—Estoy tratando de no faltar.

La cabeza me explotaba aunque Gabriel me dijo que se me pasaría poco a poco.

—¿Tan mal estaba? —pregunté.

—No tanto —pensó —, o sea...sí estabas mal pero no mucho por tu actitud sino por cómo te veías.

Suspiré y me aplasté en la silla intentando recordar todo lo ocurrido. No distinguía si era bueno o malo no saberlo, quizá hay cosas de las que no me sentiría tan orgulloso.

Cubrí mis ojos con las mangas largas de mi suéter holgado ya que aun estos no se acostumbraban a la luz natural del ambiente.

De pronto sentí una vibración en mi bolsillo, era Gabriel.

GABRIEL_09:12

Buenos días mi hermoso niño, ¿cómo amaneciste? Me habría gustado despedirte con un beso y un abrazo para desearte éxito en tu día pero tenía demasiado sueño, no sentí cuando te fuiste. Espero que te vaya bien en tus clases, ya sabes...no esfuerces mucho tu vista y tu mente, sino el dolor seguirá y no se irá hasta dentro de unas horas. Una vez más... ¡te amo y buen día!

Gabriel a veces se comportaba muy lindo conmigo, apuesto que si fuera un día normal solo me diría: Buenos días, Ariel. Que te vaya bien, adiós.

Me sentí casi feliz al ver su mensaje, significaba tantas cosas para mí el simple hecho de recibir un mensaje de él, y más si era lindo por una vez en la vida.

ARIEL_09:15

Estoy aquí...muriendo, quiero irme. Ah, y buenos días, aunque... ¿qué tienen de bueno?, literalmente me explota la cabeza, ¿es normal?

GABRIEL_09:15

Mmmmm...supongo, ¿qué más sería?

ARIEL_09:15

No lo sé, Gabriel. Tú eres el enfermero, haha.

GABRIEL_09:17

¿Quieres que vaya a recogerte?

ARIEL_09:17

Ufff, re-cógeme todas las veces que quieras...

GABRIEL_09:18

Ariel, hablo en serio.

ARIEL_09:19

Recógeme ahora, odio estar aquí.

GABRIEL_09:19

No puedo...pero sí a la salida, te lo prometo.

Suspiré y guardé mi celular, a veces odiaba que Gabriel sea tan correcto como para no querer sacarme de la escuela y tampoco quería seguir con esa conversación porque al final terminaría igual que siempre, es decir, sería un no.

—¿La conversación con tu pederasta dejó de ser interesante? —preguntó Giovanni, no se cansaba.

—Le dije que me saque de la escuela porque no quiero seguir aquí —cubrí mi rostro de nuevo, la luz de verdad me molestaba.

—Y te dijo que no...

Asentí aún sin mirar.

Giovanni tomó su mochila del piso y comenzó a abrir un montón de cierres como si buscara algo.

—Toma —dijo dándome un codazo —, los uso para caminar en el sol y no dañarme los ojos, tú los necesitas ahora.

Al abrir mis ojos, él estaba sosteniendo unos lentes oscuros y ofreciéndomelos.

—Oh, no tenías por qué, muchas gracias.

—Para eso están los amigos —sonrió.

Me coloqué los lentes e hice como si nada pasara, ya pronto llegarían los demás o quizás no, y debía disimular para no llamar tanto la atención...me gustaba pasar desapercibido.

Gabriel tenía razón, poco a poco el dolor se fue reduciendo y más los lentes el sol ya no me afectaba del todo, deseaba con todas mis ansias irme de una vez y no me refería a la salida, sino de la escuela, de mis compañeros, de todo.

Las horas se pasaban más rápido cuando hablaba con Giovanni, aunque él no fuera la mejor persona del mundo me divertía conversar de cosas sin sentido, hablábamos desde las cosas más simples como "que hiciste hoy" hasta por qué existíamos y cual era nuestra labor en el universo; Giovanni era uno de esos amigos que nunca iba a faltar: divertido, hablador, sin secretos, que jamás iba a fallarte.

—¿Y qué tal vas con Gabriel? —preguntó de manera espontánea.

—Vamos bien —no quise darle más detalles.

—Una pregunta, así por pura curiosidad —levantó los brazos para hacerse inocente —, ¿quién es el activo y quién el pasivo?

Reí negando con la cabeza, Giovanni era increíble en un mal sentido.

—¿Tú qué crees? —bajé un poco los lentes para que pudiera ver mis ojos.

—Pues —junto sus manos y las movió como si fuese una mosca —después de observar exhaustivamente a Gabriel Mercer: sus actitudes, su conducta, su manera de hacer las cosas y de tomar decisiones —me miró maliciosamente —, él es el pasivo, Gabriel de verdad es un marica y parece una mamita sobre protectora, es una puta con pantalones. Parece bien hombrecito el tipo pero...luego ves su interior y es una zorra arrogante: elegante por fuera y petulante por dentro. Sin embargo: es guapo, tiene una personalidad matadora, es alto y me agrada —enumeró con los dedos —. Las personas manipuladoras y egocéntricas tienen un espacio muy grande en mi corazón y en mi lista de amigos V.I.P, si Gabriel Mercer fuera una hermosa dama yo estaría en una bandeja de plata para él, otra opción es hacerme gay —guiñó un ojo —confírmame lo que te acabo de decir.

Sonreí por todo lo que me había dicho, pensé un rato en mi amado Gabriel y reí como un idiota.

—Te tengo una buena y una mala noticia —suspiré.

Movió la cabeza para que hablara.

—La buena es que me has dado una muy buena descripción de Mercer, muy jocosa, por cierto —lancé una carcajada estruendosa —la mala es que —suspiré apenado otra vez —yo soy el pasivo.

Giovanni me miró completamente asombrado y justo sonó el timbre de salida.

Metí los cuadernos en mi mochila, me despedí de él con una sonrisa y salí con satisfacción para encontrarme con Gabriel Mercer.

Lo buscaba con la mirada y no lo encontraba, ¿se había olvidado?

Me quité los lentes oscuros y decidí seguir con mi búsqueda, pensaba que con la luz natural de la tarde lo encontraría pero nadie llegaba.

De pronto alguien cubrió mis ojos y plantó un beso en mi nuca, era Gabriel, lo sentía.

—¿Quién soy? —preguntó fingiendo la voz.

—Oh, ¿quién podrás ser? —palpé sus manos —manos suaves y con dedos largos —me hice el tonto —creo que podrías ser...no lo sé —sonreí —Gabriel Mercer.

Me soltó y me acercó a él pasando su mano alrededor de mi espalda.

—No podrás creer lo que me pasó hoy, quizá otro día te lo cuente...

—Tienes tantas cosas que contarme —lo miré feliz —gracias por venir.

Gabriel me devolvió la sonrisa y miró al horizonte mientras me sostenía. Hizo que me detenga y arrebató la vieja mochila negra que llevaba en los hombros.

Si él quería cargarla no tenía ningún problema, me liberaba de algo más.

Amaba caminar con él por el único sendero hacia mi casa, el viento corría en la dirección contraria, las hojas caían y se revolvían en el piso, el sol se ocultaba poco a poco entre los montes, el ambiente daba una sensación de seguridad y romance del bueno, aunque Gabriel no notaba que lo miraba una y otra vez...imaginaba miles de situaciones acerca de lo que podría pasar; como besarlo, o sentarnos en los árboles para esperar que una brisa fuerte ocasione que las hojas caigan sobre nosotros y así podamos dar vueltas sobre ellas mientras nos besábamos, o empujarlo y hacer que caiga sobre el pasto seco para terminar acostados en este mirando las formas de las nubes y luego besarnos.

Todas eran escenas llenas de cliché que se metían en mi mente, atiborrándola, el amor me volvía idiota.

—Me gustas —le dije mordiendo mi labio inferior.

—¿Y eso? —frenó sus pasos largos y rápidos para mirarme a los ojos.

Negué con la cabeza para que olvidara lo que acababa de decir, pensaba en voz alta y eso no me beneficiaba. Reí al imaginar escenas llenas de amor y dulzura.

Gabriel me apegó más a él bajando su mano que al principio reposaba en mi hombro hasta mis caderas. Acarició mi mejilla izquierda con el tacto de su respingada nariz y luego me besó dejando claros los límites: en casa los besos podían ser donde cualquiera de los dos lo deseara, pero cerca de la iglesia y de la escuela los besos eran limitados y solo se podían dar en las mejillas, era para simular una gran amistad entre nosotros cuando solo Gabriel y yo sabíamos lo que ocurría de verdad.

—Pensé que habíamos decidido no mostrar tanto afecto en público —interrumpí la escena romántica.

—No pude resistirme —me soltó —, además solo fue un besito inocente, me da igual que me vean y lo sabes.

—Los dos sabemos que no es cierto —suspiré —si alguien llegara a delatar nuestra relación "secreta" —hice comillas con las manos —te irías de aquí y tendrías que hacer una vida normal, no sin contar los detalles de... —pensé —que sales con un menor.

—No eres un "menor", ¿menor que yo? Nadie puede negarlo —intentó entrelazar nuestras manos —estás en el límite de menor y mayor de edad, ¿te das cuenta?

—¿Quién eres tú y qué has hecho con Gabriel Mercer?

Rio.

—He pensado en dejar el seminario.

—¿Y? —alcé los hombros.

—No, la verdad no —sonrió —pero...agh —cerró los ojos —lo pienso todos los días.

—Tómate tú tiempo —hice una mueca —dijiste que resolverías todo ese asunto.

Era el momento perfecto para que Gabriel decida dejar el seminario y quedarse conmigo para revolcarnos en las hojas secas sin tener miedo de que alguien nos encontrase, pero lo arruiné, estaba en sus siete segundos de demencia y solo le dije que pensara, ahora tendría que esperar hasta el último día del año para saber su decisión final.

De todas formas...me sentiría mal si hubiera influido en su decisión porque me estaría aprovechando de los sentimientos que manifestó en el momento, sería para la próxima vez.

—¿Sabes qué quiero hacer ahora? —preguntó con una media sonrisa en el rostro.

Negué.

—He observado que no apartas la vista de los montículos de hojas secas —cogió mis lentes oscuros de mi rostro y los colocó en el suyo —. ¿Te gustaría sentarte a los pies de un árbol a charlar un rato?

Sonreí, tomé su mano y me dirigí al árbol más frondoso y sombrío.

Saqué una casaca de mi mochila y se la amarré a Gabriel alrededor de la cabeza, debía reconocer que con los lentes y con el cabello cubierto como un árabe no se le reconocía en lo absoluto.

Él estaba apoyando en el tronco del árbol mientras yo me dejaba guiar por la postura que él ponía, lo miraba directamente, tomaba su rostro entre mis dos manos y depositaba largos besos en sus labios, él sonreía a gusto con mis acciones.

De pronto una persona se sentó a nuestro lado, era Giovanni.

—Disculpen si los interrumpo chicos, pero me siento muy solo —suspiró —sigan con lo que hacen yo solo les haré compañía mientras fumo un cigarro.

Gabriel rio y continuó besándome, ignorando completamente la presencia de Giovanni a su lado.

—¡Oh, vamos! —exclamó —¿En serio planean ignorarme mientras se siguen besando en un lugar público? —preguntó.

—Sí —respondió Gabriel.

—No —le quité los lentes —lo siento, ¿quieres hablar?

—Quizá —arqueó sus cejas —. Hoy Milena me habló, por primera vez solo se dirigió hacia mí.

Gabriel me miró con una cara extraña y luego miró a Giovanni.

—¿Te gusta Milena? —preguntó con sorpresa.

—Y también tú le gustas a él —bromeé dirigiéndome a Gabriel.

Gabriel estalló de risa, tanto que ya no podía reír, no sabía si porque le dolía o porque ya no emitía sonido alguno.

Giovanni solo me observaba callado, guardándose las ganas de golpearme porque había revelado lo que me confió en clases.

—Quiero que me lo diga tu amigo, a ti no te creo —Gabriel nos señaló.

—Sí, me gusta Milena —dijo Giovanni sereno —creo que es alguien linda y con una gran personalidad.

—No olvides que también dijiste que te gustaba Gabriel —seguí molestándolo, me debía demasiado con lo de la suspensión y la fiesta.

—¿Es cierto? —Gabriel preguntó, acercándose mucho a Giovanni.

Gabriel Mercer seducía a quien quería, cuando quería, en cualquier lugar, hasta en frente de mis ojos sabiendo cómo era yo.

Le susurró algo a Giovanni y yo para evitar sentirme incómodo saqué mi celular y vi la pantalla de bloqueo porque nada interesante me pasaba, no quería verlos.

Mercer le seguía preguntando y fue también la primera vez que alguien como Gabriel intimidaba e incomodaba a Giovanni.

Evitaba mirarlos, era imposible porque de reojo podía ver cómo Gabriel seguía y seguía.

—Gabriel ya déjalo —suspiré —, era una broma...

—Oh, está bien —sonrió y parpadeó rápido, se había dado cuenta de que yo mentía al decirle que era una broma.

—La verdad es que Ariel no miente —intervino Giovanni, ¿qué estaba haciendo? —le dije hoy que si fueras una chica me gustarías mucho.

Y como siempre...Gabriel se metió en la mente de Giovanni para evitar que yo lo proteja con mis mentiras, lo odiaba.

Gabriel asintió, estaba claro que él era una de esas personas que sabía que volvía loco a todo el mundo; por mi lado, odiaba eso, odiaba que hasta yo caiga en sus acciones para decirle todo, odiaba que él pudiera obtener lo que sea con tan solo pedirlo.

—Gabriel Mercer —solté —tú haces que cualquiera dude de lo que le gusta o no.

—No lo creo —levantó los hombros —, ¿hacemos un experimento? —susurró solo para que yo lo escuche.

Dije que sí con la cabeza y con la mirada expresando miedo, ¿qué haría?

Yo no apartaba mi vista de él y de Giovanni, el cual solo revisaba su celular ya que lo habíamos estado ignorando por un buen rato. Gabriel llamó la atención de Giovanni tocándolo por la espalda molestamente y apenas volteó su mirada hacia él, lo tomó del cuello acercándolo a sus labios...ocasionando contacto entre ellos, compartiendo todo. Por primera vez en la vida yo había visto de cerca un beso entre dos personas del mismo sexo y no un beso cualquiera, un beso bueno, donde Gabriel dominaba a Giovanni con cada movimiento, donde se notaba quien dirigía el beso. De reojo, Gabriel me miraba, eso significaba que no lo quería, la rata de laboratorio había caído en el vil truco.

Gabriel rompió con el beso y Giovanni sufría porque demostraba que quería más con sus gestos.

—Bueno —dijo Gabriel mientras se ponía de pie —es hora de irnos —me ofreció su mano para levantarme —, suerte con Milena, Giova.

Giovanni se cubrió la boca con sus dos manos y no despegaba su mirada de Mercer mientras nos alejábamos.

—No entendí tu experimento —dije después de un largo tiempo.

—Es simple, ¿recuerdas cuando nos besamos por primera vez?

—Sí, es un hermoso recuerdo —sonreí.

—Compara tu reacción con la de tu amigo...

Pensé en todas las diferencias.

—Tú seguiste seduciéndome para obligarme a besarte porque te gusta cuando yo tomo las riendas...sin embargo, él —respiró profundo —se quedó estúpido, tanto que no pudo hablar para reaccionar al respecto.

—No entiendo, yo vi que quería más.

—Exacto, le gustó la sensación de que por una vez en la vida alguien decida sobre él en vez de decidir sobre alguien, siempre se ha sentido así, pero cuando yo lo besé le habría gustado que no fuera yo —desvío su mirada —que fuera una linda chica, ¿te das cuenta? —preguntó asombrado —apuesto a que mañana querrá buscarme porque él está tan confundido como tú y yo por lo que acabo de hacer.

—¿No será que quisiste darme una lección por haber besado a Celeste?

Negó con la cabeza.

—No soy tu maestro y nunca lo seré —tomó mis manos —solo te demostraré que nadie dudaría lo que es por alguien, menos por mí.

XV

GABRIEL_22:01

Oye Ariel...necesito hacerte una pregunta.

ARIEL_22:01

Dímelo.

GABRIEL_22:02

¿De qué manera está organizada tu escuela? Ya sabes...clases y eso.

Su pregunta me parecía extraña.

ARIEL_22:05

Pues...antes cada sección tenía su clase y eso, pero ahora...todos nos movemos constantemente, por ejemplo: si me toca biología tengo que ir al salón B-3 o al LB-4, si es un curso de ciencias o de emprendimiento depende mucho lo que nos diga el delegado del salón. ¿Por qué?

GABRIEL_22:05

¿Me puedes decir todas tus clases de mañana?

ARIEL_22:05

Mierda... ¡qué controlador!, mañana: R-2, B-3, A-5, L-5, FR-1.

GABRIEL_22:06

¿R es la clase de religión?

ARIEL_22:07

¡Acertaste!, pero hay dos clases con diferentes maestros, por eso estoy en la 2. Aunque créeme que no soporto a esa vieja loca, nos deja un montón de tarea...está enferma.

GABRIEL_22:07

¿Puedo ayudarte?, ya sabes...religión, yo sé de esas cosas.

Y sin pensarlo le pasé todo lo que tenía que hacer, el trabajo era gigante, inmenso, enorme; no me entraba en la cabeza como es que la vieja loca que me enseñaba quería que su curso fuera uno de peso.

Gabriel como siempre me ayudo en casi todo: yo le pasé información y él me pasó un documento con la información seleccionada de la más relevante a lo que no sirve, subrayado respectivamente y resumido mediante colores, solo alguien como él era tan organizado...

Había terminado prácticamente todo el trabajo, solo debía llegar a la clase, cortar las imágenes y pegar todo.

A la mañana siguiente llegué temprano a la escuela y preferí adelantarme con la elaboración de mi "trabajo en clase", ya que sabía cómo era la maestra, era capaz de darnos media hora por un trabajo tan extenso. Poco a poco todos llegaron y algunos esperaban pacientemente a la señorita Berenice, mientras que otros solo deseaban que no llegue.

De pronto, la puerta que cerraron mis compañeros se abrió dejando el pase no a  la señorita Berenice, sino...a Gabriel Mercer. Con una belleza natural y espectacularmente arrogante, como siempre me impactaba, llevaba puesto un traje negro con camisa blanca y corbata roja; se veía mejor que cuando usaba camisa negra, mejor que nunca.

—Buenos días... —dijo observando a todos.

Le respondimos al unísono parándonos, y mientras lo hacíamos él caminó rápidamente al escritorio a dejar el maletín, se apoyó en la mesa con una pose interesante y cruzó sus brazos.

—Quizá esperaban a la señorita Berenice —sonrió —, lastimosamente no pudo venir por un compromiso así que para su mala suerte yo estoy aquí. Tal vez algunos me conocen —bajó sus ojos hacia mí —, para los que no —tomó un plumón negro y escribió en la pizarra —mi nombre es Gabriel Mercer, y solo por unos cuantos días, tal vez menos de lo esperado, estaré a cargo del curso de religión por los inconvenientes que les comenté anteriormente —suspiró —, comenzaremos con el trabajo de una vez —prendió el proyector —les daré una breve explicación sobre el tema del Infierno y lo que resta de la hora estará destinado al trabajo manual —cogió las hojas que estaban dentro de su maletín —. En la rúbrica dice que solo es un tríptico dedicado a la evangelización —arqueó las cejas —, pero es muy aburrido y confuso...por lo que pueden hacer tríptico, collage o infografía, ¿empezamos?

Todos lo miraban estupefactos y como a mí no me sorprendía empecé con el trabajo de una vez porque ya había leído la información y tenía cierto conocimiento del tema.

—¿No quieren trabajar? —dijo riendo —Está bien, ¿qué desean hacer?

Nos mirábamos entre todos, estaba claro que Gabriel Mercer los intimidaba hasta a los más bravos.

—Queremos conversar —gritó alguien desde atrás.

Gabriel lo pensó un momento.

—¿Y si conversamos mientras trabajan?

Todos asintieron y comenzaron el trabajo de una vez, aunque yo ya tenía casi más de la mitad avanzado.

—Y de paso me dicen los temas que desean saber —sonrió —cumpliría con lo que dice en todos los documentos —levantó un file lleno de papeles —, pero los leí ayer y no son la gran cosa, estoy seguro de que odian que les repitan lo mismo una y otra vez, cansa.

Algunos seguían estupefactos, nadie en su sano juicio había dicho que los temas de la señorita Berenice eran repetitivos y sofocantes.

—¿Usted es "seminarista"? —preguntó Noah.

—Sí, por supuesto.

—¿Y qué significa eso? —preguntó Milena.

—Significa que soy un estudiante de seminario —sonrió —; pero también significa ser piadoso, amable, estar lleno de amor constante —suspiró —y...es renunciar a ti mismo y renunciar a todo aquello que te aleja de Dios.

—Entonces no eres uno realmente —dije balbuceando.

—¿Disculpa? —Gabriel se apoyó en mi mesa y me miró directamente a los ojos.

—Nada...

Gabriel se acercó al computador y colocó sus documentos.

—Dentro de un momento les proyectaré algunos datos sobre el infierno, si tienen más preguntas solo levanten la mano.

Jamás en mi vida había visto que mi clase sea tan tranquila y tan callada, me sorprendía que nadie quiera hacer alboroto, que solo lo miraran como a un ángel y no hicieran nada para hacer que se moleste.

Se sentó en el escritorio y cogió su celular para revisar quién sabe qué.

Vi que levantó la mirada, pero no para dirigírmela a mí: detrás estaba Giovanni levantando una mano, ¿qué quería de Gabriel?

—¿Puedo hablar con usted? —preguntó tímido.

Asintió y Giovanni se acercó al escritorio. Por suerte yo me sentaba al frente del escritorio del docente y podía escuchar todo.

No escuchaba nada, no obstante veía sus gestos y mientras Giovanni al parecer le decía algo serio, Gabriel solo lo vacilaba y ponía expresiones simpáticas y divertidas. Por último, Gabriel le dijo algo tajante y Giovanni regresó a su sitio un poco dolido y triste.

Me hice el desentendido y evité mirarlo a pesar de que estuviera frente a mí, no quería que supiera que yo era un maldito espía.

—¿Te ayudo en algo? —preguntó en voz baja.

—¿Te puedo tutear o me tengo que dirigir a ti como "usted"? —pregunté y crucé mis brazos.

Rio y negó con la cabeza.

—No es necesario, Ariel —sentí que saboreó mi nombre cuando lo dijo.

Él cogió una de las hojas de imágenes u empezó a cortar una por una.

—¿Qué tal si hoy almorzamos juntos? —pregunté entusiasmado.

—¿A qué hora es tu almuerzo?

—A la una y media.

Dejó de cortar para buscar en el maletín un horario pequeño, revisó todas las horas y efectivamente, su almuerzo también era a esa hora.

—Está bien, hoy almorzamos juntos.

Gabriel se levantó de su sitio y comenzó a merodear por la clase, se notaba que quería ver los trabajos y a veces se quedaba quieto mirando algún trabajo solo para incomodar al alumno.

—Bueno chicos —dijo fuerte y claro —, ahora si me dirán los temas que quieren tratar, pero antes necesito alguien que anote eso —miró a todos —, ¿quién se ofrece?

La única que levantó la mano fue Milena por lo tanto ella ahora era su esclava, no sexual pero era su esclava.

—¿Qué cosas quieren saber? —preguntó.

—Los ángeles —dijo alguien de atrás.

—Seres maravillosos —respondió.

—El Apocalipsis.

—Puede ser, pero no puedo hablarles mucho de eso porque podría equivocarme, sin embargo, haré mi mejor esfuerzo si es que no hay temas mejores.

—La homosexualidad en la iglesia —solté yo.

Por única vez en mi vida de estudiante había llamado tanto la atención solo por decir homosexual en voz muy alta.

Gabriel se sorprendió y pensó.

—Sí puedo responderte eso, ahora —lo había incomodado —. Pues...ni yo, ni tú, ni nadie tiene la capacidad de juzgar a alguien que sigue su camino de creación y que respeta y sigue a la iglesia, considero que todos existimos por algo y si alguien de aquí es homosexual y se aleja de la Iglesia por ese motivo me parecería algo demasiado estúpido ya que según todo lo que sé solo Dios puede juzgarte.

—¿Eso no sería afectar la naturaleza? —preguntó otro chico.

—¿Cuál es tu nombre?

—Ulises.

Gabriel cargó la silla del escritorio del maestro y la posicionó al frente de Ulises, quien se notaba intimidado y arrepentido por preguntar.

—¿Qué es "natural" para ti? —se apoyó en el espaldar.

—Un hombre y una mujer —tragó saliva —, porque así pueden procrear y eso, no creo mucho en que la homosexualidad tenga una esperanza de vida en esta sociedad, además no sé...son tan repugnantes.

—Yo como seminarista, considero que hay una gran diferencia entre causar escándalo y amar, ¿no? —hizo que todos asintieran —Si dices que son repugnantes... ¿qué pasaría si te digo que soy homosexual? ¿Me mirarías de la misma forma? ¿Me hablarías? ¿Permitirías que me acerque a ti? ¿O solo sería un ser repugnante? ¿Qué pasaría si te digo que tus amigos son "antinaturales"? ¿Seguirías estando con ellos? ¿Tus juicios indebidos harían que rompas toda amistad con ellos? ¿Qué pasaría si te dijera que ser natural es repugnante? ¿Seguirías pensando así?

—No debemos alterar el orden de las cosas —titubeó —leí que era una enfermedad y...

—Es como que digas que todos estamos enfermos por ser como somos y seguir lo que nuestro corazón nos dice —dijo serio —nadie puede juzgar a nadie, ellos no te juzgan a ti y tú no juzgas a los demás, ¿alguna otra pregunta?

Giovanni, Marlene y yo éramos las únicas personas que sabíamos por qué Gabriel había atacado tanto al pobre Ulises, y era porque lo ofendió y ofendió su ser. Los tres nos miramos disimuladamente y miramos a Gabriel, se había exaltado un poco pero siempre con una actitud tranquila.

Al terminar su hora, Gabriel buscó a Milena para que le diera los temas que ella había anotado y todos nos fuimos a otra clase no sin antes entregarle el respectivo trabajo en clase.

Yo fui el último a propósito y me quede sentado en la mesa.

—Ariel —levantó su mirada —, ya tienes que ir a tu otra clase...

—Me iré apenas me des un beso —señalé mis labios y me acerqué a su escritorio.

Rio y observó a todas las esquinas.

—¿En los salones hay cámaras?

Negué con la cabeza y me acerqué a su rostro, él plantó un agresivo beso en mis labios, mordiéndolos, haciendo lo que se le plazca con ellos, acariciando nuestras bocas, casi comiéndonos. Y de pronto la puerta se abrió haciendo que yo me separe de él.

—Oh, ¿interrumpí algo? —preguntó Giovanni, el cual había entrado a la clase sin tocar.

—No, nada —respondió Gabriel sarcástico e inmediatamente se separó de mí.

Me despedí de Gabriel y salí con Giovanni para llegar a tiempo a nuestra próxima clase, él me observaba de una forma extraña y confusa, odiaba que me mire así.

—¿Por qué me miras así? —le pregunté dándole un codazo.

Inmediatamente dejó de mirarme y continuó caminando a paso rápido para llegar puntual.

La mayoría de mis clases eran con Giovanni, a veces Giovanni y Celeste y difícilmente solo Celeste. Según ellos, yo actuaba de una forma extraña, Celeste decía que yo era increíblemente decepcionante: hacía cosas inesperadas, nunca sabían cómo iba a reaccionar y mi liderazgo solo surgía cuando lo ameritaba; pero eso de cautivar y alejar es parte de la vida, o eso creía yo.

Cuando llegó el primer receso corrí a ver a Gabriel, y aunque no sabía su horario supuse que estaba de vago en su clase corrigiendo trabajos. Lo vi desde la pequeña ventana de la puerta y la empujé para entrar.

—Eres elegante hasta para comer una manzana —bromeé.

—Obviamente —rio fanfarroneando.

—¿Qué haces... —me acerqué —con todas estas cosas?

—No puedes quedarte aquí... —exhortó —estoy leyendo el reglamento y ningún alumno puede quedarse en clases, te pediré amablemente que te vayas.

Estuve pasmado por lo que me había dicho, él era más decepcionante que yo, quizá decepcionantemente increíble.

—No quiero irme —hice una mueca triste como burlándome del estúpido reglamento —el receso es mierda.

—¿Así? —preguntó divertido y se paró del escritorio —Entonces vete a la mierda.

Gabriel me empujó hasta la puerta y la cerró con llave en mi cara, me miraba a través de la ventana y con su aliento logró empañarla del todo, en ella escribió "lo siento".

Gabriel no me preocupaba tanto, después de todo él era así...apegado a un reglamento, siempre correcto; él jamás permitiría que alguien lo corrompa, menos yo.

Ya solo faltaban dos horas o quizá menos para poder almorzar con Gabriel, me ponía tan ansioso que a veces iba al baño para pasar por su clase, y eso que había otro cerca a la mía. Tan solo pensar en la sensación que tendría al ver almorzar a Gabriel, sentía que mi estómago se revolvía...muchos llaman a eso "mariposas".

—¿Hoy almorzamos juntos? —le pregunté a Giovanni a penas toco el timbre.

—Siempre lo hacemos, a menos que tú quieras estar solo...

—Estará Gabriel —sonreí —, ¿te molesta?

Él negó con la cabeza y nos paramos de la silla para ir al comedor.

Recogí mi almuerzo como siempre y escogí una mesa no tan central para no llamar tanto la atención, no sabía si empezar a comer o comer cuando él recién llegara.

A lo lejos, Gabriel caminaba con una bolsa y un archivador, por suerte nadie lo vio, sin embargo, era extraño que almuerce con nosotros debido a que los profesores tenían su propia mesa.

—Hola Gabriel —saludé risueño.

—Solo los amigos me llaman así —bromeó.

—¿Qué traes en esa bolsa? —preguntó Giovanni intentando mirarla.

—Ah...eso —bajó su mirada —, hoy me tocó también con primer año, insistí en que se quedarán con sus manzanas pero no quisieron y ahora tengo como treinta.

—Jamás he entendido esa tradición de las manzanas —intervine.

—Se puede asociar con varias cosas —sonrió Gabriel —como signo de sabiduría por la Biblia o como signo de gratitud y de pago, eso daban en varios países cuando había crisis y era como un agradecimiento a los profesores: manzanas.

—Te dieron manzanas verdes —observó Giovanni.

—Sí, dijeron que la señorita Berenice solo come manzanas verdes...

—¿No almuerzas? —pregunté.

—Aquí tengo mis manzanas —tomó la bolsa y comenzó a moverla.

—Comida de verdad —insistí.

—Las manzanas son comida —rio —. ¿A quién engaño?, la verdad es que olvidé traer dinero...

Rebusqué mi bolsillo entero y encontré un billete, lo puse encima de la mesa y se lo pasé a Gabriel.

—El millonario —se burló Giovanni.

—Gracias —Gabriel miró primero el billete y luego a mí.

Regresó con una bandeja igual a la que yo tenía y comenzó a comer como si no lo hubiera hecho antes.

—¿Y cuándo nos entregarás los trabajos? —preguntó Giovanni sin quitarle la vista al archivador.

—Hoy —respondió con la boca llena —. ¿Acaso ustedes no son amigos de Celeste? ¿Por qué no está aquí?

—Al parecer tu sola presencia aquí le incomoda y por eso se fue al grupo que antes odiaba —señalé a las 4M y Mercedes.

Gabriel volteó a verlas y ellas rieron al sentir su mirada y le coquetearon con risas traviesas.

—Oye Ariel —sonrió malicioso —, ¿a cuál le gusto más?

Giovanni y yo nos reímos simultáneamente ante la amena pregunta de Gabriel.

—Dime, Gabriel —Giovanni agarró una manzana de la bolsa y la mordió —, ¿cuál es tu truco para conquistar mujeres?

—Pues —cogió otra manzana también y la mordió, luego cruzó sus brazos apoyándose en el espaldar de la silla aun con la manzana en sus manos —, no hago nada, quizá a ellas —miró a la mesa de las 4M —les gusta ser ignoradas.

—No es cierto —tomé otra manzana y la mordí —tú le coqueteas hasta a mi mamá.

—Fuertes revelaciones —Giovanni siguió comiendo su manzana.

Los tres reímos como si nada más importara y al terminar el receso cada quien fue por su camino.

A la última hora Gabriel recorrió los salones en búsqueda de los alumnos para entregarles sus trabajos, diciendo que si había algún reclamo se acercaran a él a la salida, pero para ser sinceros yo tenía una de las máximas notas: un diez, nota sobresaliente; y me intrigaba saber si porque mi trabajo había sido bueno o si era porque me amaba...

XVI

—¿A qué hora sales de tu hoyo, mi amor? —pregunté coqueto sin miedo a que alguien me escuche.

—Esperaré quince minutos más a ver si alguien viene a reclamarme por su nota, cariño —su respiración hacía notar un aire de nerviosismo —, ¿crees que alguien venga?

—No lo sé, ¿cuál fue la mínima nota que colocaste?

—Fue tres —suspiró —. No entiendo como alguien puede tener tantas faltas al momento de escribir... ¿qué le cuesta poner tildes?

Reí mientras me dirigía al salón de Gabriel.

—Te espero afuera, ¿de acuerdo?

—Absolutamente.

Al quedarme afuera mandándole mensajes me encontré con varias personas, las cuales tenían miedo de entrar al salón, ¿tan intimidante era Gabriel? ¿O sería que ya me había acostumbrado a él que no causaba terror en mí?

Poco a poco las personas se iban yendo, no se atrevían a entrar, yo me quedaba feliz porque así nadie le robaría el tiempo a mi hermoso Gabriel Mercer.

—¿Debería entrar? —detrás de mí preguntó Ulises.

Volteé a mirarlo, estaba devastado por su nota.

—Depende, ¿cuál fue su explicación para bajarte puntos? —pregunté como si me hablara a mí.

—No poner nombre.

—¿Cuánto te bajó? —pregunté intentando tomar su trabajo.

—Cinco malditos y mal nacidos puntos —se moría de rabia al decirlo —, ¿crees que haya sido por lo que le dije?

—Lo dudo, es tu punto de vista —levanté los hombros —, creo que sí deberías entrar.

Al mirarme de rio por lo que había dicho, no lo veía gracioso.

—Me da miedo, siento que me tratará como la basura que cree que soy —suspiró.

—Él te trata como lo que tú crees que eres.

—¿Entro?

—¿Qué le dirás?

Eso era lo más importante, o acrecentaba el fuego de Gabriel Mercer o lo apagaba como un bombero experto, probablemente Ulises por ser como era lo acrecentaría más.

—Pues —mordió su pulgar —, que no es justo.

—Será para que te patee y te haga llorar —reí —mejor dile lo que te voy a escribir, te voy a dar la fórmula secreta para ganarte a Gabriel Mercer —dentro de mí reía —solo debes estar arrepentido o al menos parecerlo, ¿aceptas? —escribía en un papel apoyándome en la pared.

Ulises asintió y sin nada de delicadeza, arrancó el papel de mis manos.

—Esto —señaló el papel y río —suena marica.

—Es la única manera...

Ulises contó hasta cinco, intentó provocarse el vómito para tener los ojos cristalizados y entró al salón donde Gabriel Mercer estaba. Yo entré oculto por detrás para que ni él ni Mercer se dieran cuenta de mi existencia en la sala.

—Buenas tardes, profesor —dijo inseguro la palabra profesor.

Gabriel levantó la mirada arrogante y se dio cuenta de que era Ulises, sonrió de oreja a oreja, se quitó los lentes y cruzó los brazos.

—¿Cuál es tu reclamo? —preguntó mirando a otro sitio.

—En realidad...

—No tengo todo el tiempo del mundo —lo calló —al grano.

—No le vengo a reclamar por mi nota, ni mucho menos vengo a reclamarle algo —sonaba arrepentido —vengo a disculparme con usted y si se puede con su clase porque le he faltado el respeto y le he arrebatado la dignidad a las personas criticándolas de manera desmesurada —suspiró —admito mi error y en este poco tiempo, quizá por las malas, he aprendido lo que es valorar a cada persona que existe en el mundo —ya estaba dramático —o al menos en la clase —hizo su cabello para atrás —por favor discúlpeme si ofendí alguna de sus enseñanzas, me arrepiento mucho.

Gabriel estuvo pasmado por unos minutos, nunca se habría imaginado a Ulises ofreciendo disculpas de esa manera. Por último, Ulises se arrodilló ante Gabriel Mercer y comenzó a llorar ofreciendo disculpas una y otra vez.

—Niño —lo agarró de la cabeza —, no te humilles tanto, creo que fue suficiente.

Gabriel me vio y con sus labios dijo "fuera", negué rotundamente con la cabeza y suspiró.

—Bueno —se paró —muchas gracias.

Ulises caminó hasta la puerta y Gabriel lo detuvo.

—Si es que en realidad estás arrepentido por todo lo que dijiste —suspiró —hoy has ganado muchas cosas, incluyendo que solo te baje dos puntos por no colocar nombre, tu trabajo se me hizo muy interesante por lo que tienes ocho, ya no cinco —sonrió —y tu otra compañera que sacó tres...tiene seis y ya no tres, avísale y anda con Dios.

Ulises se fue del salón contento y yo salí solo para que me diera las gracias aprovechando que Gabriel Mercer ordenaría todas sus cosas para irse.

Cuando Ulises me vio corrió a estrujarme hasta levantarme.

—Te pasaste, bro —sonrió —muchas gracias, te daré lo que quieras.

—Luego te digo lo que quiero —susurré porque Gabriel Mercer estaba saliendo.

Lo seguí y salimos juntos de la escuela, él solo era un sustituto por lo que no era necesario que se quede hasta las cinco de la tarde como los demás. Yo caminaba posicionando mis manos en los tirantes de la mochila que recaían sobre mis brazos y trataba de caminar erguido para no verme tan pequeño a su lado, y él caminaba de manera elegante con el maletín negro de cuero cuya correa pasaba por su cuello y sus manos reposaban en sus bolsillos como si ocultara algo. Aunque tenía su compañía me sentía muy solo, Gabriel Mercer no me dirigía la palabra, ¿estaba molesto conmigo?

Lo siguiente que Gabriel hizo fue extraer un cigarrillo de uno de sus bolsillos y del otro un encendedor, sin embargo, no prendió el objeto de nicotina, solo lo dejó entre sus labios como si fuera lo más normal del mundo.

—Pareces asustado —habló con el cigarro entre su boca —, ¿pasa algo?

Inmediatamente me sonrojé y evité mirarlo, ¿yo? ¿Algo pasaba conmigo?, si yo era el raro... ¿él qué sería?

—¿Quieres contaminar tus pulmones un rato? —preguntó agitando el encendedor con una sonrisa atrevida.

—Pensé que al fumar no te contaminabas tanto, al menos no como un fumador pasivo.

—Te pregunté si querías ser un fumador pasivo —suspiró —debido a que no sabes fumar.

Levanté los hombros como si no me importara y seguimos caminando. Llegamos hasta un parque, cuya vereda era muy alta. Los dos nos sentamos ahí como si el tiempo no corriera y esperé a que Gabriel pusiera un tema de conversación.

—Hoy fue un día muy extraño para mí —prendió el cigarrillo —quizá con extraño me refiero a malo —sus ojos se cristalizaron.

—No siempre salen bien las cosas...

—No es que no me hayan salido bien las cosas —bajó la mirada y expulsó el humo —sino que me gustaría poder complacer a todo el mundo pero no puedo, estoy consciente de que cada persona es un mundo diferente, y como cada uno de estos...tiene un vacío —apoyó los codos en sus piernas —y me gustaría poder llenar ese vacío que muchos poseen, admitiendo que algunos son más grandes que otros, pero no puedo, me siento muy impotente.

—Gabriel —acaricié su espalda para que me mirara —te va a parecer muy feo lo que te voy a decir —suspiré —, pero a veces debes ser egoísta, no dejes que esos vacíos y esa gente tan horrible te afecte, ¿te sientes impotente? La única manera de no sentir nada es que no te importe, ¿por qué te importan unos mocosos que no conocen la vida?

—Porque recién la están empezando, porque muchos me recuerdan a mí.

Volteé mis ojos, quizá parezca una persona horrible pero era muy tonto preocuparse por alguien que ni si quiera conocía.

—Me odio porque me importa en cierto grado —una lágrima vacía cayó de sus ojos.

—Mierda, a veces me dan ganas de golpearte.

—¿Quieres golpearme porque lloro? —rio con sus ojos vidriosos.

—No —respondí escandalizado —quiero golpearte porque eres muy bueno y dedicas eso a personas que no valoran nada, ¿te refieres a los chicos de mi clase? Porque si es así haré algo al respecto, me llena de rabia que llores.

—Hoy he aguantado muchas cosas —hizo una mueca —quizá no sirvo de profesor sustituto porque al final todo termina explotándome por dentro.

Yo estaba completamente indignado, ¿quién demonios había hecho que Gabriel piense así?

—¿Bromeas? —reí —eres el mejor del mundo.

Alguien como Mercer necesitaba muchas veces de esas palabras, de esas que aunque muchos se las repetían una y otra vez, solo las valorarían y les gustaría escucharlas del aliento de una sola persona. No sabía si era única persona que Gabriel Mercer quería oír era yo, pero de todas formas se lo dije, y no porque él lo necesitara...sino porque yo necesitaba decírselo, porque yo también exploto por dentro a veces y necesito liberar tensión diciendo cosas que pienso y porque lo amo, lo amaba.

—Mi "profesor" sustituto favorito —revolví su cabello y reí.

—Odio ser tu profesor —tomó el cigarro con sus dedos —, odié mucho mirarte hoy directamente y no poder besarte...por cierto, tengo una pequeña duda existencial con respecto a ti.

—Dime.

—¿Por qué te sientas al frente del pupitre del profesor? —preguntó un poco molesto.

—Es una explicación muy estúpida con un gran motivo —sonreí inocente —primer motivo: este año me propuse sacar buenas notas y si se puede...un mérito de primer puesto.

—¿Y eso qué tiene que ver? —tomó un papel y enrolló la colilla del cigarro.

—Me distraigo mucho, créeme que mis notas siempre fueron un asco por sentarme atrás —apoyé mis manos en el pasto —y la segunda razón es porque si quiero ganarle al enemigo debo de usar la misma arma pero mejorada al cien por ciento.

—Explícame eso.

—Me he dado cuenta en todos estos años estudiando en esa maldita escuela que los lame medias sacan buenas notas —lo miré —y no estoy convirtiéndome en uno, solo estoy siendo simpático con los profesores, ¿puedes creer que en mi boletín anterior de calificaciones salí en el cuarto puesto?

Gabriel aplaudió feliz y me sonrió con mucho amor, sabía que me costaba sacar buenas notas aun cuando todo estuviera arreglado y comprado.

—Eso amerita un buen trago.

—Gabriel —negué —eso fue el mes anterior.

—Pero nunca me lo dijiste —levantó su mirada.

—Quería darte la buena noticia cuando antes de vacaciones de medio año saque el primer puesto.

—Será tuyo, he visto que te has esforzado —sonrió como si en realidad lo supiera.

—Sí, claro —dudé.

—Por supuesto, mi pequeño Ariel —se apoyó en mi hombro derecho —, toda la mañana me la pasé buscando tus notas a ver qué tan bien estabas y me di con la sorpresa de que tus calificaciones eran casi perfectas, amerita un buen trago.

Dejé caer mi rostro sobre mis manos las cuales descansaban en mis piernas y comencé a reír, un buen trago decía.

—Según tú —levanté mi cabeza para mirarlo —, ¿qué es un buen trago?

Gabriel sonrió sensualmente y dijo que dentro de diez minutos nos viéramos en la casa abandonada: él llevaría la bebida y yo las copas.

Busqué dos copas decentes e iguales para que se viera elegante y cuidadosamente las metí en una bolsa para no andar caminando mostrándolas.

Cuando llegué, ya la ventana tenía vestigios de su entrada y al entrar él estaba en el piso sentado revisando el pequeño maletín de cuero.

—Dime un número del uno al tres —dijo Gabriel sonriente.

Hice un dos con mis dedos y esperé su reacción frente mi elección. Gabriel rio internamente, extrajo una botella con agua tibia y dos sobres de café con crema.

—¿Café en copas? —levanté mi ceja ante el descubrimiento del número dos —¿qué sigue? ¿Vino en tazas?

Gabriel volteó los ojos y comenzó a mezclar el café.

—Pensé que te gustaba el café.

—¿Elegí la mejor opción?

—¿Te gusta el jugo en caja? —preguntó divertido.

—Solo si es de naranja —esperé una respuesta —con gajos —hice otra pausa porque su rostro me afirmaba que el número tres o el uno era eso —, olvídalo, prefiero brindar con café —sonreí —se ve más maduro.

Hacía mucho que no bebía café. Sí, Gabriel influía mucho en mi comportamiento; sí, dejé el café solo para complacerlo y también para que mis dientes regresaran un poco a su color original. Por lo que esa copa de café fue tan gratificante para mí que lo sentía como si fuese alcohol, o más bien como si hubiera estado en un desierto por mucho tiempo y esa fuera la gota de agua que necesitaba para tener fuerzas y vivir, así era el café para mí, un mundo. Podía admitir que beber café era como amar a Gabriel Mercer: adictivo, placentero, gratificante, fantástico y todos los adjetivos buenos que puedan existir. Al ver el café en la copa transparente sabía que sentir el café con mis papilas gustativas era como inundarme en los ojos de Gabriel, aunque cuando los veía más bien pensaba más en la infusión de manzanilla que en el café cargado.

—¿En qué piensas, pequeña criatura? —preguntó Gabriel tocando mi frente.

—En —callé, no quería subir su ego —que tú no bebes café.

Gabriel sonrió solo con sus labios, sus gestos corporales eran claves para que yo sepa que él se había dado cuenta de mi mentira.

—No es que no me guste —movió la copa de un lado a otro —, no me gusta exceder con mis adicciones, me hacen débil —bebió un sorbo —ahora es tiempo de los cigarros, además...haría lo que sea por ti, ¿aún no lo comprendes, dulzura?

—¿Lo que sea? —bebí un sorbo corto y rápido —me pregunto si cuando algún día, no muy lejano, y estemos en cama...bebamos café como una buena pareja con futuro, ¿qué opinas?

Gabriel rio e ignoró mi comentario, saboreó el café y me dio un beso en la mejilla como para que yo también lo olvidara.

—El café no estuvo nada mal —comentó Gabriel.

Y yo también noté que había evadido uno de mis comentarios. Usualmente en una relación estable y normal, por así llamarlo, se habla sobre el futuro: la convivencia, las actividades que harán juntos, lo que comerán, las películas que verán en los tiempos libres...pero no, a Gabriel Mercer le espantaban los compromisos o más bien le espantaba el futuro y mi gran error fue pensar que podía luchar contra sus traumas y sus monstruos internos.

—Ahora que lo pienso —bebí la copa completa —necesito alcohol.

—¿Con la cafeína no es suficiente?

Negué y comencé a rebuscar sus bolsillos traseros.

—¿Planeas abusar de mí o quitarme la billetera para comprar alcohol? —tomó mis dos muñecas y me detuvo —si hay cafeína no hay alcohol, eso podría deshidratarte y mañana tienes clases.

Besó mis muñecas y me soltó de inmediato. Maldito Mercer, siempre tan correcto, siempre tan aferrado a las reglas, siempre tan...diplomático.

—Entonces solo dame tu billetera —extendí mi brazo —sabes que me encanta revisar cosas.

Gabriel suspiró profundamente y me entregó su billetera, esta tenía varias cosas: tarjetas negras, identificaciones, boletas de pagos con las tarjetas negras y como era de esperarse...una estampita de un santo, pero no de cualquiera, sino de San Judas Tadeo...santo de las causas perdidas.

—No me mires así, Ariel —dijo cuando vio mi expresión al encontrar la estampa —mi padre me la dio —pasó sus dedos por sus sienes —Ariel —dijo exasperado —no saques la estampa.

A pesar de su lenguaje corporal igual saqué la estampa, algo singular de estas era que a veces tenían oraciones y yo, con curiosidad como siempre, quería leerla. Sin embargo, al sacar la estampa, observé una foto extraña detrás y también decidí sacarla. Era una foto mía durmiendo, al parecer sí usaba la cámara que le regalé por su cumpleaños.

—Además de ser una causa perdida también eres un acosador —levanté la foto como prueba del delito —está bien que no hagas ruido al entrar en un lugar y eso, pero no puedes andar como un paparazzi por la vida tomándome fotos, y peor es si estoy durmiendo.

—¿Solo puedo tomarte fotos cuando estás despierto? —preguntó arrebatando la foto.

—Ni eso, deberías avisarme —bufé —es...raro.

—Es que le quitarías la naturalidad a la foto.

—Digo...tienes buen ojo y todo —me apoyé en su hombro —pero no hagas eso, ¿tienes más?

Sus ojos brillaron y sacó su celular para mostrarme varías fotos en donde yo sonreía naturalmente, las fotos no eran malas...es decir, para ser mías eran perfectas, yo siempre salía mal en las fotos hasta que Gabriel me mostró todo eso.

—Me gusta esa —señaló —, me encanta como es que la luz natural del sol te favorece tanto, genera una sombra linda en tu rostro y lo resalta más por lo que lo primero que miras en la foto son tus rasgos —sonrió —principalmente los que van desde tu frente hasta tu clavícula, pasando por tus pómulos llenos de lindas pecas.

Y así me fue describiendo un montón de fotos que le gustaban de mí; que mis ojos, que mis labios, que mis mejillas...que todo mi rostro era perfecto para él, solo lo escuchaba aunque sabía que no era cierto. Mis ojos solo tenían un color bonito y nada más, mis labios eran secos y pequeños, mis mejillas...no resaltaban tanto porque mi rostro es un tanto escuálido, ¿qué de atractivo tenía un chico pelirrojo y desabrido? Solo Gabriel Mercer podía responder a eso, solo Gabriel Mercer podía hacer que florezcan rosas en el desierto.

—Oye, Mercer —interrumpí sus abultadas descripciones —, está oscureciendo, ¿no deseas ir a mi casa a disfrutar de unas galletas?

¿Y qué clase de persona se negaba unas galletas?, Gabriel Mercer era extraño pero no se negaba a los dulces jamás, y menos si tenía mi compañía en una noche desolada y triste de luna nueva.

Caminamos hasta mi casa y entramos escalando por el árbol gigante, me gustaba más que entrar por la puerta, además... ¿para qué entrar por la puerta? Prefería distraerme salvando mi pellejo en el árbol que fingir mirar a mi madre como si no pasara nada con mi padre.

—Mañana hay clases —dijo Gabriel.

—¿Y? Quiera o no siempre asisto —me recosté en la cama —, más ahora que hay un sustituto guapo al que me encanta mirar cuando finjo ir al baño.

—A mí ya me gustó ir —se recostó a mi lado —, más aún porque los de primer año me dan manzanas verdes, y también porque me gusta ver al chico de cabello rojo que cursa el último año.

Él se acercó mucho más a mí y comenzó a acariciar mis labios con sus pulgares como una antesala a un gran beso, sonreía mientras me miraba directamente a los ojos y susurraba que me amaba, ¿cómo no creer en sus palabras si me las decía de una manera tan hermosa?, si acariciaba todo mi rostro para finalmente acercarse a mis labios y rozarlos con los suyos ocasionando que dentro de mí haya una explosión de emociones resumidas en éxtasis y pasión, si con su tacto hacía que se me revuelva el estómago haciendo que las famosas mariposas se liberen, si con sus besos me llenaba de excitación y de amor...porque nosotros no teníamos sexo, porque yo pensaba que hacíamos el amor.

—Deberías dormir —besó mi puntiaguda nariz —es tarde.

—Tiempo atrás me contaban historias de amor para dormir...

—¿Qué haré contigo? —rio y suspiró, lo único que tenías que hacer, querido Gabriel Mercer, era complacerme —Amor, ¿verdad? —esperó a que asintiera y nos escondimos debajo de las sábanas —no sé tantas historias... ¿te molestaría que fueran mitos griegos?

—No soy amante de los griegos —pensé —pero si me das una breve explicación de lo que me contarás no tengo ningún problema, de paso que me ubico un poco.

—Hay un mito que trata sobre Perséfone y Hades, es...

—¿Se amaban? —interrumpí.

Gabriel hizo una mueca y siguió pensando.

—Hay otra de Apolo y Dafne, interviene Eros...

—¿Eros? —pregunté levantando una ceja.

—Más conocido como Cupido hablando de romanos —explicó —, ¿sabías que algunos pensaban que él era el encargado de unir a dos hombres? ¿Y sabías que podía hacer que las personas se enamoren, pero él no podía enamorarse?

—Creo que sí sé esa historia —tomé sus manos —pero no se amaban, todo fue parte de la venganza de Eros.

Gabriel dejó de mirarme para ponerse recto como un tronco en la cama, pensaba dirigiendo la mirada al techo blanco.

—Y... ¿conoces a Ganímedes? —preguntó sonriendo.

Negué con la cabeza.

—Pues —apoyó su cabeza pasando sus manos por detrás —, se dice que un día Ganímedes estaba en un monte con sus ovejas y Zeus lo raptó porque quedó impresionado por su belleza.

—Espera, espera —lo callé —. Primeramente, Zeus siempre se coge a todos; y segundo...Ganímedes es hombre y Zeus también...pero Zeus es mucho mayor, es como pedofilia.

—¿No que no sabías de griegos? —preguntó ofendido.

—O sea sí, pero no —suspiré —por ejemplo, jamás había oído de ese del que me hablas.

—Continuando...lo raptó y le encomendó el puesto de copero del Olimpo —volvió a mirarme —participaba de orgías y eso...

—En conclusión —interrumpí de nuevo —es el amante gay de Zeus.

—Hay dos versiones de la historia, no soy muy buen narrador —pasó su brazo detrás de mi espalda y me apegó a él —la primera cuenta que fueron eternamente felices, y en la segunda versión...Ganímedes se suicida porque creía que su relación con Zeus ya era solo por deseo carnal, se corta las venas con una daga desde el cielo y cae en un lugar donde reposaba el vino, su sangre se mezcla con la sustancia etílica, Zeus lo encuentra y llora creando la constelación Acuario.

—El vino dejó de ser dulce porque él ya no lo servía...

—Eres todo un poeta —susurró burlándose —disculpa si no soy tan bueno en esto, hago mi mejor esfuerzo.

—Oh, no hay problema —me acurruqué —, tus descripciones tan aburridas y secas me causan sueño —bostecé —. Buenas noches.

XVII

Los días siguientes veía a Gabriel por la pequeña abertura de la puerta de su clase. Él a veces pasaba por mis clases a propósito y me sonreía con el rostro más tentador del mundo, nos encontrábamos en el baño y conversábamos acerca de nuestro día, aunque solo había pasado una semana y faltaba otra más para salir de vacaciones me fascinaba estar así...si los días de escuela fueran de esa manera siempre me encantaría ir.

Era viernes, último día de la semana laboral, otro viernes solo...o quizá con Mercer.

Gabriel a veces me mandaba notas de colores escondidas por la escuela, yo le respondía de la misma forma. Me mandó mensajes en todo el segundo día y me decomisaron el celular, recién me lo devolvían hoy en la salida; por eso hoy, en el día cinco, ya nos habíamos acostumbrado a las notas pegadas por todo sitio, desde el día dos hasta hoy...el día cinco. Quedamos en que siempre la primera nota del día estaría en el baño más cerca de mi primera clase, y que luego la primera letra que lleve mayúscula en el mensaje sin contar nombres (a menos que no hubiese nada más) revelaba el lugar (la clase) siguiente de la nota; amaba jugar con Mercer, amaba que hiciera mis días interesantes.

De: Mercer

Para: Morriell

no recuerdo bien Lo que significaban los colores de las notas...necesito ayuda, tantos días así me confunden.

Psdt: te amo.

Recogí la nota que se encontraba debajo del lavado y la leí mientras caminaba a mi clase de nuevo, Mercer chocó conmigo y me guiñó un ojo mientras yo solo reía como un estúpido.

Pensaba en qué cosa debería responder y en donde estaría la siguiente nota de Gabriel.

—Oye, Celeste —susurré para que me hiciera caso —, ¿qué lugares comienzan con L?

Ella me miró extraño ya que por esos cuatro días le había preguntado varios lugares con iniciales especiales.

—El salón de lingüística, el laboratorio...aunque ese es LB —mordió su lápiz —, luego está también el laboratorio de inglés...pero ese es LI.

Asentí y comencé a escribir una nota de color amarillo.

De: Morriell

Para: Mercer

lo que habíaMos quedado fue:

-verde si nos gustó mucho la nota (como respuesta, claro).

-amarillo si estábamos neutrales.

-celeste si alguno se siente mal.

-rojo si es una emergencia (verdadera) y necesitamos vernos, solo en ese caso sí se pone el lugar especificado.

Psdt: también te amo.

Pegué la nota debajo de un lavado y me fui discretamente a mi clase de nuevo, dentro de poco Gabriel tendría su respuesta y yo en una hora o menos debía ir al salón de lingüística para encontrar su nota y luego dejar la mía en el salón de matemáticas, así mi día se hacía menos aburrido.

—¿Qué se siente haber perdido tu celular gracias a Gabriel Mercer? —preguntaba Giovanni mientras nos trasladábamos a la clase de lingüística.

—No está tan mal —traté de no ser dramático —, la verdad es que es horrible, pero nos comunicamos mediante papeles...

—Sí he notado que escribes en post-its y luego escapas de clase —rio —, me causan diabetes.

—La nota que me dejó está en el salón de lingüística —intenté caminar más rápido —, ¿crees que alguien la encuentre?

Giovanni negó con su cabeza y a penas llegamos a esa clase comenzamos a buscarla.

Pasé mi mano derecha por la silla del profesor y encontré una nota roja pegada, nadie revisaría el escritorio del maestro.

—¿Han hecho eso desde que te decomisaron el teléfono?

Asentí mientras leía su nota y sonreía como idiota.

De: Mercer

Para: Morriell

mera formalidad eso de los colores...recuérdame quién puso esa regla. y...Ariel, hoy estás muy lindo, siempre me pregunto por qué rara vez usas el negro si te queda tan bien, hoy te he saboreado todas estas malditas horas y me enteré de algo interesante: los jefes de área tienen junta por lo que tu maestro de lingüística se retrasará mínimo media hora, encuéntrame en el R-2 (y luego seguiremos con las notas en el salón que tú y yo nos quedamos).

—Creo que tengo que irme —tomé mi mochila de los tirantes y corrí antes de que Giovanni me siguiera.

Él solo estuvo parado en medio de la clase, lleno de confusión e hizo su trabajo: separar dos sitios, uno al frente del profesor y otro detrás.

Cuando llegué al R-2 encontré a Gabriel solo, corrigiendo trabajos. Entré sin tocar la puerta y sonrió de oreja a oreja, me estaba esperando.

—Ariel —cruzó los brazos en su asiento.

—Mercer —levanté la nota roja y me dirigí a su sitio —, ¿cuál es la emergencia?

—Oh, nada —rio —, solo quería verte...

Suspiré, tomé una silla y me senté al frente de él.

—Dijimos que no podíamos hacer "eso".

—Lo sé, pero quería verte y aprovechar que no hay profesores reales rondando por los pasillos —respondió seguro.

Gabriel Mercer era...increíble. Estaba muy seguro sobre las reglas que establecimos porque yo solo sugerí los colores amarillo y verde, cuando él sugirió y puso las reglas del rojo y celeste, ¿se contradecía? ¿Quería algo pero se lo negaba con estúpidas reglas para al final romperlas?

—Ariel, no me mires así —acarició mi rostro molesto y confundido —, las reglas están para romperse.

—¿Incluso cuando son tus reglas?

—Incluso cuando son mis reglas...

Puse mi mochila encima de mis piernas y comencé a rebuscar entre los papeles y los cuadernos.

—¿Qué haces? —preguntó Gabriel, observando fijamente mis manos que entraban y salían.

—Me entregaron algo importante —sonreí con mis labios —y quiero que tú seas el primero en leerlo.

Cada que yo levantaba la mirada me encontraba con la suya y quería desaparecer, me comía con sus ojos, me calcinaba con sus pupilas negras y profundas.

Levanté el sobre cuando lo encontré entre las hojas de mis libros y se lo entregué.

—¿Y esto es...?

—Solo ábrelo —mordí mi labio inferior y tomé sus manos.

Gabriel le dio mil vueltas al sobre, lo abrió con cuidado y sin romperlo extrajo el contenido doblado en tres.

—Test...

—De embarazo —reí.

—Vocacional —contestó volteando sus ojos —. ¿A estas alturas te dan esto? ¿Y para qué...?

Gabriel extrajo otra hoja similar a la primera y la leyó rápidamente.

—Una es de carácter y la otra contiene información sobre el test que me realizaron —respondí —también creo que está mi coeficiente intelectual, me lo dieron ayer pero lo olvidé por completo, así que supongamos que me lo dieron hoy.

Gabriel leía las hojas, me miraba y reía negando con la cabeza, ¿era tan malo lo que me había tocado?

—¿Conducta egocéntrica? ¿Pasivo-agresivo? ¿Tendencia a deprimirse? —preguntó mirándome extraño —Yo no te conozco así, mi querido Ariel.

—Y nunca lo harás —crucé mis brazos —, ¿qué dice?

Gabriel pasó de hoja y comenzó a revisar la siguiente, tenía un montón de letras y cuadros de triple entrada.

—¿Quieres estudiar medicina? —me incriminó con la mirada.

—Ah —tragué saliva —, forense, es que vi una serie muy buena de eso pero ya quedé curado con las ciencias... ¿Entonces?

—¿Te gustan los números?

—No —suspiré —solo dime qué dice.

Gabriel reía maliciosamente mientras leía, me observaba y reía más.

—Eso explica mucho todo, no hay ninguna ingeniería.

—Soy malísimo hablando de matemáticas.

—Tu hoja de vida no dice lo mismo...

La hoja de vida era un documento en el cual los maestros escribían tanto fortalezas como debilidades, estaba seguro de que en la mía había más debilidades que otras cosas.

—Artista... ¿te gusta hacer esas cosas? —Gabriel preguntó sin mirarme.

—¿En serio dice artista? —aclaré mi garganta.

—No —sonrió —dice pintor, escultor, jardinero, cocinero, arquitecto...

Mi cara de sorpresa le divirtió tanto a Gabriel que no evitó reírse a carcajadas.

—Es broma —puso los ojos en blanco como siempre —pero sí dice cocinero —esperó para ver mi reacción —mentira, solo dice artista plástico, ¿quieres saber desde la primera hasta la tercera o desde la tercera hasta la primera?

—Tercera hasta la primera —respondí seguro.

—Tercera: área de humanidades; ya sabes: literatura, derecho, ciencias políticas y sociales, educación, filosofía...esas cosas.

No estaba tan mal, si la tercera opción me agradaba, qué sería de la segunda y la primera opción.

—Segunda —volvió a leer en voz baja —, se parece a la primera —me dirigió una mirada dudosa —ciencias de la salud, ahí está tu medicina forense —se burló —. Y por último... "arte", todo lo que engloba: artes plásticas, auditivas y corporales; ya sabes: cine, música, periodismo, dibujo.

—Bueno, no estoy muy feliz pero estoy satisfecho —arrebaté mis hojas de las manos de Gabriel —, ¿cuál era la emergencia?

—Tus labios —se acercó a mi rostro —están secos.

—Esa no es una emerge...

Era obvio que cualquier excusa que él diga haría que me quede como un idiota a su merced. Y esta no era la excepción, Gabriel me acercó a su rostro y comenzó a palpar mis labios con sus dedos; sí, estaban más secos que el desierto y todo eso era causado por el frío; y sí, me miraba con esos ojos a los que no puedo resistirme, esa cara de perro triste que me hace sentir como si le interesara y como si todo girara alrededor mío, como si de verdad me amara.

Revolvió algo entre sus cosas y extrajo un frasco con tapa circular que parecía ser de metal.

—¿Qué harás con eso? —pregunté cuando vi que ponía la sustancia viscosa en su dedo índice.

—Oh —observó su dedo —, ¿esto? —levantó el dedo y lo movió de un lado a otro —Nada, por supuesto, solo lo untaré en tus labios resecos para aportarles brillo y con esto ocasionar que se humecten ya que poseen muchas grietas y los tienes muy dañados.

Quise negarme pero Gabriel ya tenía una mano en mi nuca y otra en mis labios esparciendo ese compuesto extraño y blanquecino. Después de que los humectó me dio un breve beso, como un premio por dejar que manipule mi rostro.

—Te ves muy lindo —revolvió mi cabello.

—Esta cosa —señalé mis labios —sabe extraño.

—No te la comas —tomó mis manos —ya estás prácticamente bien, a lo que estabas...

—¿Y por qué brilla? —pregunté con disgusto.

—No creo que te molesten diciéndote joto si tienes un poco de brillo en los labios, a mí se me hace muy agradable en tu lindo cutis, te queda perfecto —besó mi frente —, ahora, jovencito, debes ir a tu clase de lingüística antes de que el profesor llegue y te ponga tardanza.

Me levanté espantado y corrí hacia la clase que me tocaba.

Mercedes

Aún mi mente no procesaba bien lo que acababa de presenciar; dicen que un día es tu ex novio y al siguiente ya no es quien solías pensar que era, llegas a inferir que todo lo que conociste en muchos años de amistad se calcinó con una sola imagen...una imagen que jamás debí ver porque yo estaba en el momento equivocado, en el tiempo erróneo, porque prefería no enterarme, al menos no de esa manera.

Toda la clase de lingüística me la pasé observando fijamente a Ariel, y es que después de dos horas de concentración recién a mitad de año me daba cuenta de que era muy evidente, salía con Gabriel Mercer y si es que no "salían" (propiamente dicho) eran algo porque a los amigos no se les besa, y menos directamente en los labios mientras están en un salón de clases completamente aislados del resto.

—Giovanni —susurré para que me hiciera caso.

Él se sentaba delante mío y más allá, como cerca del escritorio del maestro, estaba Ariel ateniendo la clase y yendo a quien sabe dónde después de un cierto tiempo determinado.

—¿Ahora qué? —respondió de mala gana.

—Necesito decirte algo privado —le diría lo que vi, era su amigo y mi ex novio, debíamos hacer que se aleje de Mercer —, es importante...

—Dímelo de una vez —suspiró mientras se quitó los lentes y comenzó a limpiarlos —, ¿qué es tan privado e importante como para que quieres interrumpir mi clase favorita?

El maestro nos calló y Giovanni volteó a ver su libro de nuevo.

—Bueno chicos, los dejaré haciendo un trabajo —el maestro levantó unos papeles —es calificado, pero es en parejas...no se preocupen.

Debía actuar rápido, Giovanni siempre trabajaba con Ariel y esta vez no podía arrebatármelo, me carcomía mantener ese secreto y si no aprovechaba ahora para decírselo él se perdería de mi vista y de mis manos.

—Trabaja conmigo —levanté mi mesa hacia la suya para que no pudiera moverse.

En ese instante, Ariel volteó para preguntarle a Giovanni si podían trabajar juntos, pero al verme hizo una mueca y esperó a que alguien se lo proponga.

—Bueno, debes estar contenta —dijo sarcástico —ya espantaste a Ariel —lo señaló con las dos manos —y ya hiciste que el amor de mi vida se vaya con él, ¡ese pude ser yo! —exclamó en cuanto Milena le preguntó a Ariel si podían ser pareja.

—De todas formas el hecho de que ella se haya juntado con Ariel no te afecta en lo absoluto —repliqué.

Giovanni hizo un mohín y se calló esperando a que yo hablara sobre el tema tan importante con el que lo atormenté.

—Hoy vi a Ariel...

—Yo lo estoy viendo ahora —dirigió su rostro al lugar en donde se encontraba el pelirrojo —y no me está gustando para nada la vista —dijo haciendo que observara cómo es que Milena y Ariel se llevaban tan bien.

—Ese no es el punto —susurré —, lo vi besándose con Gabriel Mercer en el R-2.

Noséporquénomesorprende —balbuceó —quiero decir...ya lo sabía —cruzó sus brazos y sonrió —, pero lo único que le podría decir al respecto sería: ten más cuidado si quieres amar en la escuela porque las paredes —volteó sus ojos hacia mí —tienen ojos por todas partes...oye Mer, ¿sabes la dos?

—Entonces se lo diré a Ariel en seguida —quise hacerme la atrevida —y no, no sé la dos, ni la tres, ni la cuatro, ni nada de este examen de mierda.

Giovanni puso cara de indignado, rompió una hoja de su cuaderno y con sus manos hizo bolas de papel.

—Si no sabías nada de literatura no deberías juntarte conmigo, ahora tendré que invocar al dios literata —comentó furibundo, tomó una bola de papel y se la lanzó a Ariel en la espalda.

Ariel no respondió a sus llamados. Una, dos, diez bolas de papel eran lanzadas sucesivamente.

—¿Qué carajos quieres? —volteó Ariel molesto.

—Pásanos la dos.

—No ayudo a los traidores, lo siento.

Giovanni leyó todo el examen y marcó todas las respuestas en un santiamén, luego me enseñó la práctica y ordenó a que lo copiara.

—Habla con Gabriel, es más razonable —respondió calmado —sé que no te agrada pero...es lo que queda —entregó nuestros dos exámenes y salió del salón.

Tomé mi mochila y me dirigí al R-2 casi corriendo sin medir mi velocidad ni la intensidad en la que mis movimientos sincronizaban entre sí para no matarme.

Llegué a la clase y entré sin tocar para darme cuenta de que adentro no había absolutamente nadie, ni una mosca. Detrás de mí entró Gabriel mordiendo una manzana verde y sosteniendo unas cuantas notas adhesivas, al verme no se movió por unos segundos.

—Hola, Mercedes —saludó con la mano que tenía notas amarillas —, ¿cómo te va? ¿Pasó algo? ¿Tienes algún problema?

Como si le importara.

—¿Podemos sentarnos? —fingí una sonrisa grande y satisfactoria mientras ataba mi cabello en una cola de caballo alta.

Él asintió con dudas y nos sentamos en dos escritorios que se encontraban en la parte delantera del salón.

—Y —juntó sus manos —, ¿me dirá que ha sucedido para que venga hasta aquí solo para hablarme, señorita peculiar?

—Dejemos la formalidad —tragué saliva —yo soy Mercedes, no señorita peculiar; usted...digo, tú eres Gabriel, punto final. Y sí, tengo un problema, en realidad tengo muchos pero solo me importa resolver uno por ahora porque tengo la posibilidad de hacer que las cosas mejoren un poco—apoyé mis codos en mis muslos —el problema eres tú, siempre has sido tú y jamás me di cuenta —me acerqué a su rostro —, los vi, a ti y a Ariel, aquí —susurré a su oído.

—¿Y...se lo has dicho a alguien? —preguntó con la boca llena de manzana.

Negué con la cabeza.

—¿Por qué me lo dices? —preguntó cruzando las piernas.

—Porque además de que eres un seminarista...tienes rostro de promiscuo y no quiero que le hagas daño a mi...a Ariel —aclaré mi garganta.

Él lanzó una carcajada golpeando la mesa al darse cuenta de lo que iba a decir, río hasta que ya no emitía sonidos y dejó la manzana a un lado para comérsela después.

—Es más claro que el agua: celos —rodó los ojos —, ¿yo? ¿Promiscuo? ¿Qué tratas de decirme?

—Como si no le coquetearas hasta a la enfermera...

—Eso se llama ser agradable —se puso en la misma posición que yo —y creo que te falta mucho de eso.

Quería pararme e irme de una vez pero algo me lo impedía, algo más profundo que mis advertencias.

—Quizá yo siga queriéndolo y al ver eso —crucé mis brazos —me aturdí un poco. No podía creer lo que mis ojos divisaban, es como que...terminó conmigo a inicios de diciembre del anterior año y luego llegas tú en enero y me olvida como si nada hubiera pasado —agaché mi cabeza para no sentir su mirada —y por supuesto, actúa como si nada.

—Espera... ¿él terminó contigo?, a mí me dijo otra cosa.

—Ah, eso —suspiré —sí, le dice a todo el mundo que terminamos los dos porque no funcionaba y más cosas así —levanté mi rostro y me acomodé en la mesa —pero no fue así, él terminó conmigo porque no quiso tener relaciones; lo presioné tanto que se sintió asfixiado y hubo un momento en el que...dejó de funcionar, si bien es cierto que nuestras personalidades chocaban mucho y tendíamos a destruirnos, él y yo hacíamos el mejor esfuerzo para arreglar todo siempre y quedar en buenos términos porque así debería de ser el amor.

Gabriel estuvo tan asombrado respecto a lo que le acababa de comentar que no dijo ni una sola palabra, quizá así quedé yo cuando los vi juntos, el silencio a veces se interpretaba como un lenguaje no verbal...las pausas inesperadas.

—Lo que me acabas de decir —por fin intervino en la conversación —es increíble; sí, es muy feo que te obliguen, a mí en lo personal no me agradaría —juntó sus manos —y con eso quiero decir que tampoco me agradaría el hecho de presionar a alguien a que haga eso por mí cuando no lo quiere, creo que simplemente hay que omitirlo en una relación y si se da de manera inesperada en un momento de inteligencia y pasión pues yo no tendría ningún problema, ya que fue amor y no obligación.

Por única vez en la vida comencé a pensar que Gabriel Mercer no era tan malo, ni tan tonto, ni tan egocéntrico, ni tan petulante, ni tan...lo que no me gustaba de él; sino que era una persona sincera que comentaba cosas maduras y tenía un sentido de empatía inmenso.

—¿Sabes? —pregunté acercando mi mesa a la suya —Si no fueras esa clase de persona que sabe que todo el mundo se muere si los miras —lo señalé —créeme que me gustarías mucho.

Él rio dulcemente y tomó mi muñeca porque aún seguía señalándolo.

—Te adelanto que no me gustan las rubias —murmuró.

—Yo te adelanto que no me muero por idiotas —le sonreí —, suéltame y prometo no decirle nada a nadie, solo necesito que me digas quién lo sabe.

Gabriel me soltó antes de que me diera cuenta y comenzó a contar con sus dedos, al parecer no era la única.

—Los padres de Ariel, Giovanni y Marlene.

—¿Marlene? —pregunté aturdida.

Asintió con la cabeza y luego me calló haciendo una seña de silencio con sus dedos y sus labios.

—Sé que estás ahí, sal de una vez —dijo aburrido.

—No puedo creer que hasta tú estés con ella hoy —Ariel salió de los escombros y comenzó a reclamarle.

—Estoy aquí porque lo sé —respondí fría.

XVIII

—No puedo creer que en serio estabas hablando y riéndote con ella —dije mientras peinaba con los dedos mi cabello hacia atrás —, de verdad no puedo creerlo.

—Pensé que ella te agradaba —hizo sus hombros hacia arriba como si no le importara en lo absoluto.

—No —grité —digo, sí, pero no es para que estés con ella —crucé mis brazos mientras daba vueltas por mi cuarto —, ¿cómo te sentirías tú si yo hiciera lo mismo?

Gabriel se sentó a mi costado y apoyó su mentón en sus dos manos como risueño mientras cerraba los ojos.

—Me valdría una mierda —sonrió con todos sus dientes —una grande, quizá más, una enorme mierda —rio sarcástico —, es broma, pero sí me daría igual —pasó su brazo derecho alrededor mío y empezó a estrujarme.

Suspiré e hice que me soltara, de alguna manera me sentía mal y no era por eso.

—Gabriel —mi rostro no expresó sentimientos —la mitad de mi clase ha ingresado a la universidad y yo ni he postulado porque estuve esperando ese maldito test.

Gabriel dejó de sonreír, respiró profundo y expulsó el aire por la boca.

—No es tan difícil de lo que crees —acarició mis manos —te cuento que yo quería ser músico y luego periodista y después...no, nada más.

—¿Cómo es que de ser ab...

—¿Cómo demonios es que de ser abogado antes quise ser periodista? —preguntó completando mi interrogante —Estudié derecho para ser periodista —dijo burlándose de sí mismo —aunque no lo creas ese fue mi objetivo principal, pero las cosas pasan por algo y al final me terminó gustando y aunque sólo ejercí en un convenio de prácticas puedo admitir que sí me gustó, la vida es tan perfecta que traza un camino especial para todos...al menos yo confío mucho en el destino, por eso mismo manejo mi vida como si alguien lanzara arena en la dirección del aire: me dejo llevar a ver qué pasa; es peor si lo piensas demasiado.

—¿Debería postular para la capital?

—¿Deberías? Tienes que hacerlo, todo es un riesgo, y sí, falta como un mes o dos pero tienes que intentarlo.

Temblé un poco por el frío y de estar a los pies de mi cama me moví hasta encontrar una posición prudente para quedar entre mis sábanas heladas. Gabriel hizo lo mismo solo para seguir a mi lado y estuvimos mirándonos como si nunca lo hubiéramos hecho, él con esa mirada penetrante y yo un poco intimidado porque mi mirada era plana y vacía, descolorida e insignificante.

No eran ni las seis de la tarde y ya hacía frío, así era el invierno aquí y aunque estaba demasiado acostumbrado, siempre me tomaba por sorpresa y me hacía ver como un inexperto ante la baja temperatura.

Gabriel acariciaba mis manos con sus pulgares y besaba cada centímetro de ellas mientras me veía a los ojos de vez en cuando y sonreía, me hacía sentir amado, y más que amado...me hacía sentir vivo.

De manera repentina, alejé mis manos de sus labios para colocarlas en su cuello y así poder acercarme más a ellos con los míos; era la primera vez que yo tomaba el control en un beso con él y me sentía bien, de vez en cuando abría mis ojos para ver su delicado y suave rostro al frente mío.

Mantuve mis ojos abiertos por un largo tiempo en el beso y de pronto Gabriel abrió los suyos, se sonrojó tanto que no quiso seguir besándome y me hizo para un lado con sus brazos.

—¿Qué tan feo me veo? —preguntó bromeando —, no sabía que usted, mi querido Ariel, mantenía los ojos abiertos en un beso nuestro, el cual solo se debería sentir y ver con los labios.

—¿Acaso tú nunca lo has hecho?

—Sí, pero por segundos muy pequeños —comentó para defenderse.

Mordí mis labios por el nerviosismo y él los acarició para que deje de ejercer presión en ellos, notaba todos mis sentimientos y no me molestaba.

—Ariel —hizo una mueca y luego respiro profundo —te tengo que decir algo no tan agradable y... ¿Por qué tu mamá no anda en la casa?

Le presté más atención a sus palabras y en mi mente buscaba una respuesta a su pregunta inoportuna.

—Últimamente mi mamá ha estado muy extraña —levanté la mirada —pocas veces la encuentro en la casa y en la mañana el desayuno ya está servido para que lo consuma pero ella no está en la mesa, ni en la casa —lo miré con inseguridad —, ¿qué es lo que tienes que decirme?

Él acarició mi cabello y lo envolvió entre sus dedos, colocó la frazada por encima de nuestras cabezas y la tenue luz de la tarde hacía que en nuestro rostro se reflejara un tipo de luz azulina debido a la tela.

—¿Has notado que dificultas todo este asunto? —levanté una ceja —¿Y qué dramatizas todo para hallar un ambiente romántico?

Sonrió disimuladamente y luego reincorporó su seriedad.

—Me voy a ir —hizo círculos en mis nudillos con sus pulgares — y me siento triste por eso, yo sé que tú y yo teníamos planes, en especial yo tenía planes para tus vacaciones y...

—No digas más —cerré mis ojos —, ¿a dónde te vas? ¿Cuándo regresas?

—Eso no es seguro, ni yo lo sé, tú mismo sabes cómo es la vida que llevo —posicionó sus dedos en mis sienes —. Te amo y debes continuar tu vida con o sin mí, es lo único que te pido.

Asentí sin abrir los ojos, presioné sus muñecas y mientras se me hacía un nudo en la garganta porque de nuevo sentiría su ausencia, respiraba agitadamente.

—Gabriel Mercer —abrí mis ojos —tú siempre resaltas eso de que la vida es solo una —hice una pausa para que asintiera —y me gusta mucho eso del destino y lo demás pero...hoy me gustaría hacer algo especial, algo inolvidable —intenté sonreír pero en vez de eso mi rostro mostró un gesto de dolor —el problema es que no he decidido eso especial que quiero hacer contigo, así que... ¿qué tal si solo vamos a la cocina, tomamos un café y comemos galletas de champagne mientras esperamos a que el destino ponga algo en nuestro camino?

Se paró sin energía y somnoliento dejó que yo lo condujera hacia el comedor. Moví una silla para que se sentara y puse la cafetera en marcha, cómo me encantaba el olor a café pasado de la fina selección.

—Había olvidado cómo es que el café pasado impregna toda la sala en segundos —inspiró y cerró sus ojos disfrutándolo.

—Confieso que hace mucho que no bebo café.

Gabriel aplaudió tan fuerte que casi me aturde y luego metió una galleta entera a su boca desparramando las migajas por todo sitio.

—¿Es por Olivia? —preguntó atento.

—En parte sí —respondí inseguro —, mi mamá siempre me lo preparaba o a veces me llamaba por las escaleras y me preguntaba: ¿Ariel, quieres café?; y todas las tardes después de almorzar bebíamos el típico café, yo en esa taza de Star Wars negra que me regaló mi papá y ella en una simple taza blanca...sin imágenes, sin algo característico.

—Tu mamá está muy rara, la verdad.

—¿Crees que lo sepa? —pregunté insinuando lo de la señora Lombardi.

Gabriel miró hacia arriba con su mano derecha en el mentón y luego negó con la cabeza cerrando los ojos.

El café ya estaba listo, corrí por él a la cocina para evitar más preguntas y respuestas incómodas y comencé a servirlo en dos tazas: esas de color entero; le coloqué dos cucharaditas de azúcar a cada una y luego las llevé a la mesa.

Él miró su reloj, como es de costumbre, y el tiempo había volado, en menos de un segundo ya eran las siete.

—¿Decidiste eso especial que haremos? —preguntó Gabriel luego de beber un sorbo de café.

—Me gusta tu reloj —comenté para evitar su pregunta.

—Eres increíble —musitó sarcástico, se quitó el reloj, tomó mi mano izquierda y me colocó.

—¿Ahora sí me veo como un tipo interesante con toneladas de dinero? —le presumí su reloj y solo sonrió.

Antes de que Gabriel pudiera decir algo su celular vibraba una y otra vez, al parecer una llamada. Él lo silenció y quiso pasar desapercibido pero al final terminó yendo a un lugar un poco lejos donde aún podía verlo y contestó la llamada misteriosa. Al volver, Mercer estuvo molesto, ¿qué la habían dicho?

—¿Quién era?

—Nadie importante —respondió seco —, devuélveme mi reloj.

Lo desajuste de mala gana y lo levanté ante sus ojos como si fuera a hipnotizarlo.

—Te lo doy con una condición —crucé los brazos con el reloj aún en mano —dame un beso muy intenso.

No lo pensó dos veces, se apoyó en sus manos y luego sonrió aliviado.

—Define: intenso.

—Con vehemencia —me coloqué el reloj para que empezara el juego.

Se levantó de la silla no sin antes terminar su café.

—Que quede claro que solo quiero mi reloj, no tengo ganas de esas cosas.

Al terminar con sus explicaciones innecesarias me tomó con fuerza de las caderas levantándome de la silla, caminó conmigo en brazos hasta el sillón más grande de la sala y me dejó caer.

—Si es que sientes que te ahogas porque peso mucho solo me empujas.

Gabriel apartó mis piernas de donde se iba a sentar y sus manos llegaron hasta donde las mías reposaban.

—Así de fácil no me lo quitas —posicioné mis manos debajo de mi espalda.

Suspiró y volteó su mirada oscura y profunda. Lo siguiente que hizo fue acorralarme con sus manos apoyadas en el sillón, se hundía pero me parecía sensual que hiciera lo que sea para mantenerse siempre firme; su rostro subía desde mi cuello hasta mis labios con pequeños besos y caricias con su nariz respingona y suave justo en la punta.

—Solo pedí que me besaras con vehemencia —lo detuve cuando estaba a punto de besarme de verdad.

—Eso hago, mi amor —besó mi mejilla derecha y se dejó caer en mi pecho.

El sillón era enorme por lo que me hizo a un costado enrollando sus piernas con las mías, con sus dos manos me tomó de manera delicada y me acercó a sus labios, ¿quién iba a creerle al cínico de Gabriel Mercer? Si era obvio que me deseaba tanto como yo a él.

Nuestros movimientos estaban conectados y nuestras lenguas iban a la par en esos besos que el insensible de Gabriel me daba, en uno de esos besos logró arrebatar el reloj de mis manos como si estuviera hecho de mantequilla.

—Listo —dijo Gabriel cuando consiguió su objetivo y se apoyó en mis piernas para poder sentarse de nuevo —. Por dios, Ariel —rio al tocarme —eres muy fácil de cautivar, acepto que seas un adolescente un poco inexperto que tiene hormonas alborotadas... ¡Pero no es para tanto!, solo fue un beso.

Mi rostro se tornó a un color rojo intenso, agarré un cojín del sillón para cubrirme antes de que Gabriel siguiera burlándose de mis reacciones ante su tacto.

—Te espero arriba, niño —anunció desde las escaleras y subió de manera elegante y vistosa.

Lo seguí, no sin antes ir a calmar mi calor con agua en el baño; al abrir la puerta de mi cuarto lo encontré bajo las sábanas muriendo de frío, cubierto hasta antes de los ojos mientras jugaba con sus cejas al mirarme.

—¿Mucho frío? —pregunté mientras dejaba mis zapatos al pie de la cama.

—El frío me causa sueño —balbuceó —, ¿dormimos?

Crucé mis brazos acusándolo de cobarde con mis ojos y luego me cubrí también con las sábanas a su lado.

—Mejor tengamos sexo —doblé la manta para poder ver su rostro.

—Solo piensas en eso...

—No me refiero a lo que piensas —volteé a verlo —, me refiero a hablar hasta que nos dé sueño, a desnudar nuestras almas y fusionarlas...así como lo que ocurre cuando me besas, a observarnos y descubrir que es lo que nos gusta de nosotros, a conocernos de una manera más personal e íntima sin tener que tocarnos —respondí emocionado —. No todo en la vida es un pedazo de carne, Mercer.

—Es triste que empieces a entender lo que realmente es el amor cuando estoy a punto de irme.

—Es triste que te vayas cuando por fin he aprendido a amarte.

Ante mi respuesta, él estuvo atónito por varios segundos sin saber qué decir, luego conversamos con normalidad como siempre...haciéndonos promesas que no cumpliríamos, riéndonos de chistes sin sentido que solo causaban gracia porque uno de los dos lo contaba, besándonos, gozándonos.

Había llegado la hora de dormir, la hora en la que la gran charla de conocimiento concluiría y seríamos libres de descansar de nosotros.

Mis ojos se cerraron lentamente y se abrieron de igual forma media hora después, volteé y Gabriel Mercer no estaba a mi lado, lo busqué con la mirada por todo sitio y no lo encontraba, ¿tan rápido se había ido?

De pronto, la puerta de mi cuarto se abrió y me encontré con su mirada somnolienta mientras sostenía dos vasos de agua.

—¿Buenas noches? —cubrí mis ojos con las manos y bostecé.

—Buenas noches —caminó hasta la cama y me dio uno de los vasos —, ¿también escuchas todo ese ruido?

Giré mi cabeza hacia la ventana y guardé silencio, no sabía de qué ruido me hablaba. Dejé el vaso de agua en mi mesa de noche y me paré a ver qué estaba pasando por la ventana.

—Es una fiesta.

—Lógico, es viernes —respondí seco.

—Deben estar muy ebrios como para bailar así —se burló, podíamos observar todo desde mi ventana.

—Deben estar demasiado ebrios porque han puesto salsa, nadie pone salsa.

—Son de la vieja escuela, quizá —bebió un sorbo de agua sin dejar de observar la fiesta.

Lo pensé bien por unos segundos y me di cuenta de que eso era, esa era la locura que debíamos hacer.

—Gabriel Mercer —dije entusiasmado —creo que ya sé que locura haremos esta noche.

—Dime —suspiró.

—Vamos a colarnos en esa fiesta de ebrios para bailar salsa —mordí mis labios y luego sonreí como una psicópata.

Gabriel escupió al vacío lo poco de agua que conservaba en su boca y luego rió.

—Va a ser muy raro ver a dos hombres bailando, normalmente esto es en parejas —dudó —ya sabes...

Gabriel tenía razón, era muy extraño todo ese asunto, estaban ebrios pero no eran tontos.

—Pues —jugué con mis dedos —nadie ha dicho que serán dos hombres bailando —sonreí de manera dulce —mi mamá tiene una peluca en su cuarto y...

—Carajo, Ariel —negó —ni pienses que te vas a poner una peluca, antes muerto.

Caminé rápido antes de que pudiera reaccionar, busqué la peluca en el cuarto de mi madre y cuando la encontré intenté colocármela de manera que oculte mi cabello real. Era una peluca rubia, con ondas ligeras y un cerquillo que llegaba hasta mis cejas.

De nuevo llegué a mi cuarto y enrollaba mi cabello falso como esas chicas sensuales mientras Gabriel Mercer negaba con su cabeza y suspiraba.

—Quítate eso antes de que yo te lo quite —ordenó.

—Gracias, ya sé que me veo atractivo con cabello largo —reí —, ¿qué problema tienes con la peluca?

—¿En serio me preguntas eso? —dijo indignado —Número uno —levantó su dedo índice simbolizando el número —no me gustan las rubias —cruzó sus piernas y pensó —, número dos —hizo lo mismo con los dedos —te ves muy, pero muy raro y me espanta un poco —se levantó y caminó hasta a mí con pasos largos —y por último, número tres —toco mis hombros —lo que más me aterra de este asunto —señaló la peluca —es que con eso sí pareces una chica...una chica con poquito de testosterona.

Me quité la peluca, solo que no para complacerlo, sino porque quería probársela. Gabriel miró hacia arriba al ver el cabello rubio en su cabeza.

—Ariel —levantó sus cejas —, quítame eso.

—Tú pareces un cantante de metal —dije tranquilo y después me coloqué de nuevo la peluca.

Él rio divertido ante mi comentario y cedió ante la proposición de bailar salsa en una fiesta.

—Pero con esa ropa no me creo ese cuento de que eres mujer, mi querido Ariel.

—¿Crees que si me visto con un vestido o una linda falda negra parezca una chica?

—Sí, quizá —cruzó los brazos y suspiró —sigo creyendo que es una malísima idea...

Negué moviendo mi cabello falso de un lado a otro y entré al cuarto de mi mamá para buscar algo lindo y creíble.

Buscaba y buscaba entre los cajones de mi madre y los colgadores, donde solo rescaté una camisa blanca, una falda tableada y un vestido amarillo. Llevé la ropa hasta mi cuarto y se la enseñé a Gabriel.

—El vestido no —lo señaló con disgusto —, no está feo ni nada, pero fíjate que estamos yendo a una fiesta de noche y el amarillo es más para el día.

Asentí, a veces tenía razón y era obvio que sabía de esas cosas.

Ya cambiado y convertido en alguien diferente modelé ante los ojos de Gabriel para que me diera un visto bueno.

—Es una malísima idea —hizo una mueca —y te falta un poco de maquillaje.

—¿Qué piensas? No sé maquillar.

—Yo —dudó —sé un poco de eso, hace años mi mamá vendía maquillaje y me llevaba a sus cursos de aplicación.

—Debió ser hace mucho...

Gabriel aplicaba rubor y base natural con brochas mientras la esparcía con esponjas y limpiaba los excesos con algodón y con sus dedos. Al verme en el espejo, mis labios estaban más humectados y mi piel se veía más estilizada con un estilo muy natural.

—¿Te sientes bien? —preguntó inseguro.

Asentí con duda, quizá si era una mala idea pero ya no podíamos arrepentirnos porque ya estaba hecho.

Salimos de la casa y una ola de frío impactó nuestros rostros haciendo que me den escalofríos, Gabriel me puso su casaca de cuero encima de los hombros y me sostuvo del mismo lugar, apoyé mi cabeza en él mientras caminábamos en dirección a la fiesta del vecino.

—Somos novios —entrelazamos las manos —y se supone que no deberías posicionar tu mano solo detrás de mi espalda porque soy una chica, ¿no?

Los ojos de Gabriel se tornaron blancos y bajó su mano izquierda hasta un poco más arriba de mis caderas, con la otra mano apretó la mía como si fuéramos esas típicas parejas y luego la besó suavemente.

—Nancy.

—¿Qué?

—La vecina se llama Nancy —aclaré.

Al llegar a la puerta entramos sin ninguna limitación hasta que la vecina nos interceptó cerca del patio.

—Nancy, ¿cómo estás? —preguntó Gabriel sonriendo como si la conociera.

—¿Luca? —preguntó un poco ebria —¡Chicos!, Luca está aquí, nueva novia, ¿eh? —rio —como siempre, rubias.

Cuando Nancy se fue, Gabriel estalló lanzando carcajadas.

Bailamos con los invitados ebrios y bebimos con mesura, Gabriel me sostenía del mismo sitio y me dejaba guiar por sus movimientos hábiles.

—¿Sabías que no sé bailar? —pregunté mientras colocaba mi cabeza sobre sus hombros.

—Solo déjate llevar por mí —susurró a mi oído —. No puedo creer que estés con zapatillas y falda, eres como esas chicas que les gusta a todo el mundo.

—La diferencia es que no poseo curvas.

Bailábamos lentamente y de vez en cuanto Gabriel me besaba sin que le importe que alguien nos mirara debido a que nadie nos conocía de forma real y nadie sabía que yo era un chico, era la ventaja de la oscuridad y las luces rojas en las fiestas, la ventaja de ser un desconocido entre tantos conocidos, la ventaja del disfraz perfecto.

Cuando nuestros cuerpos no daban para más decidimos volver a mi casa, caminamos poco y a nuestro ritmo porque no teníamos un control específico y un tiempo determinado.

Abrimos la puerta y encontramos a mi mamá sentada en el sofá bebiendo el café de siempre en la típica taza blanca.

—¿Esa es mi peluca y mi ropa? —preguntó ella perturbada —No quiero saberlo —dijo antes de que pudiera responder —, anda a tu habitación y olvidaré que esto pasó, hola Gabriel.

Él la saludó y yo hice lo que ella me había pedido, cada prenda a su sitio, cada vestigio de maquillaje debía ser eliminado.

—Te dije que era una mala idea —Gabriel estuvo parado en la puerta —, sin embargo, me divertí —entró sin pedir permiso —, ha sido uno de los días más extraños y mejores de toda mi vida.

—Solo por ti hago estas cosas, Gabriel Mercer...

—Lo tengo muy claro —tomó mis manos —, ¿recuerdas que prometí bajarte las estrellas?

Asentí.

—Tú me has bajado la luna entera hoy día —susurró —y no pensé que alguien como tú llegaría a hacerlo, ¿es que acaso te has enamorado de mí?

—Estoy completa y locamente enamorado de ti —afirmé.

—Eso es terrible —hizo una mueca —lo siento, perdóname por irme —su expresión era triste y sombría —pero prometo hacer lo posible para regresar. Lo prometo, amor mío —besó cada centímetro de mi mano hasta mi brazo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top