Primera parte
I
Todo comenzó un cálido verano de aproximadamente hace dos años. Hace dos años tenía diecisiete y era mi último año para decidir mi futuro: universidades, institutos, más universidades...cuando llegas a ese límite todo explota sobre ti, especialmente la familia. Ellos eran agradables, pero conociendo mi actitud de bohemio desinteresado por lo próximo que viene, decidieron amaestrarme: no fiestas, cumplir tareas del hogar e ir a la iglesia a colaborar con labor social. Me parecían tonterías, sin embargo, son mis padres y debía hacer lo que ellos quisieran cuando ellos lo requieran porque de alguna manera creí que querían lo mejor para mí.
Todas las tardes antes de terminar las vacaciones me dirigía a la iglesia para ayudar al padre Leoncio en lo que sea. Limpiaba desde ventanas hasta el salón entero de catequesis y me entretenía porque a pesar de mi aspecto desalineado amaba el orden.
Fue un veintiuno de enero cuando el padre Leoncio me presentó a Gabriel, quien estaba en esa etapa del seminario de ayudar en un lugar como este y decidir si en realidad quería recibir ese sacramento.
II
Gabriel.
Gabriel.
Gabriel.
Gabriel.
En ese entonces no pensaba así. Por Dios...Gabriel era el sinónimo de perfección.
Esos ojos color miel, ese cabello ordenado y oscuro, esa sonrisa no me la podía quitar nadie de la cabeza.
Pero volviendo a mi yo del pasado... "Ah, Gabriel", ese día ni si quiera lo observé bien, recién estaba instalándose y el padre Leoncio me advirtió sobre el contacto visual.
"No mires a Gabriel a los ojos".
No me importaba en absoluto su presencia, de lunes a viernes limpiaba y de sábado por la noche a domingo cantaba en el coro de la iglesia.
Todo estaba fríamente calculado en mi horario, nada podía salir mal en estas vacaciones mías dadas a favor de los demás.
El padre Leoncio viajó, dejó a cargo a su mano derecha y todo iba como era establecido.
Todas las veces que veía a Gabriel estaba orando, toda esa semana no me atreví a mirarlo fijamente como para establecer mis suposiciones sobre su edad o lo que tuvo que pasarle para que termine en la etapa de apostolado del seminario.
La mano derecha del padre Leoncio no se preocupaba tanto por nosotros porque... ¿de qué habría de preocuparse? Gabriel era la persona más tranquila y pacífica del mundo, y yo por supuesto solo hacia mi labor de limpieza, además... ¿de qué manera un adolescente de diecisiete años podría corromper a un adulto de veinticinco? (En ese entonces veinticuatro)
III
—El padre Leoncio te dijo que no hicieras contacto visual conmigo —Gabriel no respetó mi espacio personal y me acorraló en la pared—. No seas tímido —dijo arrepintiéndose —, mi nombre es Gabriel, Gabriel Mercer, aunque obviamente ya sabías eso —sonrió, esos dientes tan perfectos y brillantes solo podían pertenecer a un ángel.
—Ariel —dije intentando estrechar mi mano con la suya sin que el contacto visual se dé.
—Como la película —dijo riendo más fuerte —, no me mal entiendas niño, también soy humano.
Luego de esa conversación corta y fría continuamos con nuestras labores, yo limpiaba la cocina mientras él cocinaba. Hacía de todo para no verlo, a pesar de que no había forma de evitar su figura majestuosa.
No contacto visual. No contacto visual. No contacto visual. No contacto visual.
Estaba consciente de que notaba mi nerviosismo y le divertía de alguna manera eso, como él dijo: es humano, ríe, siente, humano.
Cenamos un guiso cocinado por Gabriel y sentía su mirada acosadora cada vez que mordía un pedazo de cualquier cosa, en ese momento me di cuenta de que debí hacer caso... "no contacto visual".
IV
Gabriel Mercer era un tipo atrevido, decidido, osado, en realidad un montón de cosas; hasta podría admitir que era simpático.
Su mirada podía hacerme arder en llamas de la manera más deliciosa del mundo, podía congelarme con un gesto, derretirme con el contacto físico accidental y sobre todo...ejercía un control en mí que ni mis padres con todas las amenazas del mundo podrían conseguir.
No volvió a dirigirme la palabra después de ese momento. Teníamos contacto visual todos los días y eso era mucho para mí.
Me dediqué a observar cada uno de sus movimientos. Sus gestos al limpiar, al cocinar, al ayudar en la misa. Me encantaba.
Cuando limpiaba conmigo era alguien dulce y gentil. Cuando cocinaba conmigo era sonriente y tranquilo, escuché que le gustaba cocinar. Y como ayudante...me erizaba la piel, su rostro serio intimidaba a cualquiera.
Una semana de contacto visual. Su mirada hablaba más que sus labios, la profundidad de sus ojos todos los días me consumían, no podía soportarlo.
Exploté y dejé de ir a la iglesia a ayudar, después de todo se acababan las vacaciones y debía prepararme para otro año más de clases.
V
Habían pasado dos semanas. Dos semanas...y aún no olvidaba su rostro, su mirada, sus movimientos, su mirada, su hermosa mirada.
Es decir, sí, ahora todo es diferente, no puedes olvidar algo así. Antes era distinto, antes solo vivía rodeado de una farsa pensando que un chico de veinticinco años que estaba en el seminario me acosaba. Sin embargo, si lo ves desde esta perspectiva: yo era el que lo hostigaba.
Dejé de ir y todos los días pensaba en volver, ya no dormía, ya no comía, era muy evidente que algo estaba mal conmigo. Mis padres insistieron en llevarme al médico pero me negué porque no me pasaba nada, solo lo extrañaba, llegas a ese punto de necesitar tanto a alguien que no piensas en que tu estilo de vida está yendo en la dirección equivocada. Me lamentaba tanto por dejar que Gabriel limpie toda la cocina solo.
Y llegó.
—Ariel, alguien vino a visitarte —exclamó mi madre desde el primer piso.
No quería ver a nadie.
—Bueno lo haré pasar, espero que no te importe —no sé con qué clase de intención lo hizo, siempre hace lo contrario a lo que quiero.
Tapé mi rostro con las frazadas para evitar ver quien era y al poco tiempo sentí pasos y un peso justo en la parte inferior de mi cama.
Alguien quitó las frazadas de mi cara, decidí no ver y cubrir mis ojos, de seguro eran personas de mi clase preocupadas por no verme en la iglesia. Sentí un tacto cálido en mi frente, abrí mis ojos y ahí estaba Gabriel, sentado a los pies de mi cama.
—Estás ardiendo —dijo sonriendo sin quitar su mano de mi frente.
—Algo como decir...eres dinamita, nena —guiñé un ojo, aunque no sé por qué hice eso, los nervios tomaban el control en mí.
—Ardes en fiebre —a pesar de que sus ojos estaban blancos sabía que quería reírse, es una persona como yo.
Toqué mi frente debajo de su mano y era cierto, estaba ardiendo. Si Gabriel estaba aquí era porque se preocupó por mí, no por nada salía de su madriguera.
—El padre Leoncio me envió aquí para saber por qué ya no venías a ayudarnos —quitó su mano y se quedó serio.
No venía porque le importaba, venía porque era una orden, venía porque yo le importaba más a un hombre con cincuenta años que a él.
¿Me lastimó? Sí.
Aún no lo entendía. Gabriel hacía cosas inesperadas.
Él tan él. Yo tan yo. Nosotros tan...nosotros.
—Quiero dormir —le dije tapándome de nuevo completamente.
—¿Qué tal si haces un sacrificio? —preguntó —por alguien, por algo; por ejemplo...yo odio limpiar o bañarme con agua fría pero lo ofrezco como sacrifico a las almas y a mi padre.
—Tal vez algún día lo aprenda, pero hoy no —mis ojos se cerraron involuntariamente.
—Eres una persona buena —susurró Gabriel —te aprecio.
No estoy seguro si lo último fue un sueño o fue algo real.
Nosotros.
VI
Desperté y Gabriel se había ido.
Obviamente se fue de mi cuarto, sería muy extraño que me viera dormir. Bajé las escaleras y ahí estaba él con mi mamá preparando sopa.
—No sabía que era tan divertido joven Mercer —dijo mi mamá sonriente —y que era tan gran cocinero.
—No se preocupe señora Morriell — respondió Gabriel con la misma actitud.
—Llámeme Olivia, me haces sentir vieja —mi madre reía y reía.
Siguieron riendo y no se percataron de mi presencia hasta dentro de 10 minutos.
—No sabía que tenías un amigo tan simpático — dijo mi madre mirando a Gabriel.
—En realidad —estaba a punto de decir algo, pero Gabriel me interrumpió tomándome de la mano.
—Soy del seminario —dijo Gabriel.
—¿Tan pequeño?, joven Mercer podría disfrutar más —mi madre tan inoportuna.
—Llámeme Gabriel —dijo arqueando las cejas.
—Si cambias de opinión siempre estoy disponible —mi madre le guiñó un ojo a Gabriel.
Ella lo tocó por el pecho echándose a reír, había usado el mismo truco. ¡Aplausos! Mi madre coqueteando con un chico que podría ser su hijo. Gabriel notó mi actitud de disgusto y al sentir el tacto de mi madre, se sonrojó como nunca antes lo había visto, era obvio, mi madre no era la mujer más joven del mundo pero era atractiva. A Gabriel tal vez le agradaría más el tacto de una mujer, porque así son los mortales. Al menos los que niegan sus sentimientos frente a algo tan fuerte e incontrolable.
Gabriel preparaba manjares de dioses, no acostumbraba tomar sopa, sin embargo, estaba tan buena que podía comerme el plato para obtener la última gota.
Mientras moría de fiebre mi madre solo coqueteaba con Gabriel, y ah...Gabriel seguía su juego sucio, no sé por qué, no quería saberlo.
Fui a mi cuarto a deprimirme como las dos últimas semanas lo hice.
Es muy predecible y fácil saber lo que pasó después...Gabriel me siguió con su Biblia en mano.
—Quiero leerte algo muy hermoso —dijo Gabriel con los ojos llenos de brillo.
—¿Me leerás la Biblia? —pregunté algo decepcionado.
—¿Qué? No. Eso será después, te escribí —dudó —quiero decir, escribí un poema y me gustaría saber tu opinión.
Rojos los días aquellos
En los que acariciaba tus cabellos
Brillantes como las estrellas
Sedosos como...
—Gracias —le dije a Gabriel.
—No terminé —respondió él.
—Es hermoso y suficiente, ahora dormiré —respondí aún un poco resentido porque él coqueteó con mi madre.
No dormí, solo cerré los ojos. Necesitaba espacio para tragarme sus palabras. Por fin se paró y dejó que "durmiera".
Era acaso... ¿una declaración?
VII
—¿Echaste a Gabriel de tu cuarto? —preguntó mi mamá desde la puerta.
Respiré hondo.
—Algo así.
—No debiste hacerlo, es el único de tus amigos que me agrada de verdad.
Odiaba que Gabriel fuera tan simpático con las personas.
Volví a ir a ayudar en la iglesia y me di con la sorpresa de que un grupo de chicas perseguía a Gabriel, le preguntaban cosas bastantes idiotas como para darse cuenta a simple vista de que tenían interés por él. Y por supuesto como es ese "Gabriel", era evidente que hablaba con ellas hasta el punto de darles falsas esperanzas, las cautivaba con su sonrisa y prometía hablar con ellas de Dios si iban a misa...odiaba eso, lo detestaba.
—¿Conoces a alguna de ellas? —preguntó Gabriel por mi forma de mirarlas.
—Todas asisten a mi escuela — le respondí con frialdad.
—Interesante —respondió algo disgustado por mi forma de hablarle.
Casualmente los dos comenzamos a observar a las cinco chicas (que en realidad eran cuatro) interesadas en Gabriel. No podía negar que su risa al verlas era tan melodiosa a pesar de ser una burla hacia todas ellas. Con ese perfil tan perfecto y esa sonrisa tan brillante se me quitaron los celos de su coqueteo, podía admirarlo todo el día.
A pesar de que eran cinco conocidas mías, la explicación va en que sólo cuatro estaban interesadas en él, la sobrante era una chica que me gustó alguna vez: tan sofisticada, tan diferente a las demás, tan ella; su nombre era Mercedes, era muy distinta a todas las chicas que la rodeaban y eso en un tiempo no tan lejano me enamoró. A penas me vio se acercó.
—Hey, hola, hace mucho que no hablamos —saludó ella.
—Sí, lo sé —hablé para mí mismo —. ¡Qué mal educado soy! —traté de ocultar mi vergüenza —Mercedes...él es Gabriel, Gabriel ella es Mercedes.
—Mucho gusto, señorita singular —odiaba que Gabriel de alguna manera leyera mi mente de esa manera —es un placer c... —dijo con la sonrisa más seductora del mundo.
—Conmigo no funcionan tus coqueteos de hombre guapo pedófilo —respondió descaradamente.
Hablé con Mercedes de mi vida, de cómo mis padres decidieron que haga algo con mi futuro, por mi bien espiritual y con la sociedad. Lo que me encantaba de ella es que podía hablarle sin ningún filtro porque era diferente a otras, sabía escuchar, sabía valorar; sin embargo, fue la peor pareja que pude tener.
Sentía la mirada de Gabriel desde algún sitio, estaba espiándonos, no me importaba porque no estaba diciendo nada que él no supiera, su preocupación por mí me encantaba...solo odiaba que la camufle debajo de las personas más inoportunas.
Oh, Gabriel, ¿cuándo dejarás de actuar así para demostrar lo que en realidad sientes?
Con solo tener el peso de su mirada en mí sabía que algo no andaba bien. Y es que Gabriel podía parecer una persona dulce y carismática, pero a la vez era alguien manipulador y misterioso.
¿Qué hiciste conmigo Gabriel Mercer? No merezco eso.
Debía jugar su mismo juego, así que decidí llevar a Mercedes a otro sitio, debía confirmar que de verdad me seguía, que de verdad se preocupaba por mí, que solo quería que fuera suyo. Efectivamente, seguía sintiendo su presencia y eso me alegraba.
VIII
—¿Recuerdas que cuando decaí me contaste algo sobre un ofrecimiento? —pregunté mirándolo fijamente.
—Es muy simple —sonrió al pensar que estaba interesado —haces algo que te cueste y lo ofreces por los demás, por ejemplo muchas veces en el seminario por el simple hecho de...ya sabes, todo ese "asunto" no nos dan comodidades, ¿Alimentos? No son los mejores, ¿Agua caliente en el baño? Sale más helada que meterte al refrigerador, ¿Espacios recreativos? No hay demasiados, o al menos no demasiados que me agraden a mí, y es como estar en una prisión.
—Si no te gusta, ¿por qué es...?
—Déjame terminar —levantó la voz golpeándome con la escoba —no es que me guste o no, pero cuando haces todo ese tipo de cosas que no son tan cómodas, debes hacer algo para que lo sean.
—¿Algún ejemplo?
—Por ejemplo —pensó un poco y comenzó a observar todo a su alrededor —ahora mismo me arrepiento de estar barriendo contigo, amo la limpieza pero no me gusta hacer esto, así que cada papel o cada cosa sucia que recojo al limpiar lo ofrezco por alguien.
—¿Por quién?
—Haces muchas preguntas —me golpeó otra vez —mi padre murió hace muchos años, por lo tanto lo ofrezco por él, para que esté en un lugar mejor —suspiró —reconozco que jamás fue el mejor del mundo, pero hay que saber perdonar a las personas.
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