Viernes

Era todo muy verídico, Gabriel me ignoraba y últimamente no hacemos las cosas que solíamos realizar, ni hablábamos las horas que solíamos platicar, ni nos besábamos las veces suficientes que solíamos disfrutar, nada de nada.

Me sentía exasperado, ¿acaso cuando consigues lo que quieres te vas sin decir más?

Suspiraba y suspiraba, daba vueltas por toda mi casa imaginando algo mejor, tocaba mi piel bruscamente y ocasionaba que se partiera, estaba lleno de ansiedad y tristeza...hasta quería comerme las uñas pero eso siempre me había parecido muy antihigiénico.

Era el primer viernes que estaba completamente solo; no amigos, no mamá, no Gabriel Mercer.

El mundo me estaba comiendo, debía ver a Gabriel, debía preguntarle qué pasaba, debía averiguar por qué era tan "así" solo conmigo.

Me revolví el cabello por la desesperación y la ansiedad que me causaba, y caminé hasta ese lugar en donde se encontraba Gabriel.

Llegué más rápido de lo que esperé y ahí estaba él, sentado en las escaleras de mármol, leyendo un libro extraño con una escoba entre las piernas, riéndose como un niño y estaba justo en el punto de sombra y de luz cuando el atardecer indica que pronto llegará a su fin.

Me quedé un buen rato admirándolo desde los pies de la escalera silenciosamente y luego subí para ver qué leía.

—Buenas tardes, Gabriel Mercer —me apoyé en su hombro —. Hermoso día, ¿verdad?

Gabriel no se había dado cuenta de que ahora estaba a su lado, y al mirarme cubrió su boca, ocultando un grito ahogado.

—¡Casi me matas de un infarto! —reclamó —¿Cómo subiste hasta aquí sin que me diera cuenta?

No sabía cómo responder eso.

—¿Qué lees? —pregunté.

—La voluntad del poder, obviamente no lo conoces.

—Sí lo conozco, es Nietzsche —afirmé ofendido —es un filósofo alemán, ateo... —solté una risita nerviosa —¿No se supone que tú no deberías estar con eso? —señalé el libro.

—Lo he leído más de diez veces, pero —mordió su labio inferior —aún no me canso de hacerlo, siéndote cien por ciento sincero es muy lógico e ilógico a la vez, tiene tantos huecos y tan vagas afirmaciones...pero también cuenta con argumentos que tienen cosas interesantes, es complicado.

Suspiré negando con la cabeza, por alguna razón quería evitar las pláticas sobre filosofía y creencias del hombre y la metamorfosis del pensamiento, decidí cambiarle el tema.

—¿Me amas?

—¿Qué es amor para ti? —preguntó sin mirarme.

—¿Otra vez?, demonios —me oculté entre mis brazos cruzados para evitar mirar ese brillo de los ojos de Mercer que me mataba.

Estando en oscuridad casi perfecta, sentí que por detrás de mí él me abrazaba, diciéndome con una voz tenue: "sí te amo".

Se puso de pie, me dijo que lo esperara y así fue, esperé y esperé.

Cuando regresó se acomodó a mi lado y me entregó una especie de volante. Lo miré con duda.

—Vigilia —estallé de la risa —. Oh, Gabriel Mercer, eres tan ocurrente —seguí riendo —esta no es la mejor forma para conseguir que yo pase una noche contigo.

—¿Qué? —tragó saliva —No, por supuesto que no —su rostro un poco pálido comenzó a teñirse de rojo intenso —Solo...pensé que sería una buena idea, digo, será divertido —soltó una risa nerviosa.

Acarició la parte posterior de su nuca como dando señal a que había metido la pata.

—Te seré honesto, estoy un poco en duda con esas cosas —levanté mis hombros —Pero...puedo hacer un sacrificio si es por ti, ¿te gustaría que vaya?

Asintió alegre, al parecer estos asuntos extrañas le emocionaban.

—¿Puede ir mi mamá?

—Trae a toda tu familia si quieres —Gabriel Mercer no dejaba de sonreír —. Solo te diré que uno de esos grupitos raros vendrá pero porque ellos lo organizaron y llegarán tarde por eso yo seré una de las personas que dirija eso al menos las primeras horas de la noche.

—¿Esos grupos de fanáticos? —pregunté asqueado.

—Sí. No me agradan del todo por varias razones pero... ¿qué se puede hacer? No soy nadie para juzgarlos —hizo una mueca.

—¿Por qué no te agradan?

—Porque dicen cosas como: "si rezas para aprobar tu examen sin estudiar...lo aprobarás." Y bueno...para mí eso no significa rezar ni orar ni suplicar ni nada, para mí Dios significa más que solo pedirle que te apruebe en el examen, por eso no me agradan tanto —suspiró —disculpa si te digo todas estas cosas pero me parece lo mejor ya que es mi fe, es lo que creo y aunque tú no lo hagas debes aceptarlo porque "me amas" —hizo comillas con sus dedos.

—Solo te dije que estaba confundido —puse mis ojos en blanco.

—Te apuesto que para el domingo serás todo un santo.

Sonreí, no porque estuviera feliz, sino porque no le creía. Esa sonrisa tonta que todos hacemos para evitar preguntas, momentos incómodos, para "afirmar cosas", para decir: no te creo.

De inmediato leyó mi expresión y me invitó a entrar, pero no a la especie de patio, sino a la iglesia...literalmente.

—¿Te has dado cuenta de que las iglesias son muy lindas? —preguntó —¿o te has fijado en todo lo brillante, en las estatuillas finas y en lo refinados que son los manteles o copas o hasta los asientos de madera?

—¿A qué viene todo "esto"? —señalé los alrededores.

—Oh —pensó —a nada, obviamente.

Estaba mintiendo, aunque lo sabía no podía descifrar por qué me había dicho todo eso, a veces Gabriel Mercer decía cosas confusas en el momento menos esperado.

—¿Es un órgano o un piano? —señalé el gran instrumento que estaba al costado de nosotros.

—Un piano —rió —hay un órgano pero el problema es que nadie sabe tocarlo así que lo pusieron en otro sitio —caminó hacia este —, ¿quieres que toque?

—Por favor.

Gabriel tomó mi mano y me llevo hasta la banca del piano de pared.

—¿Qué deseas escuchar? —movía sus dedos como preparándolos.

—Lo que salga de tu corazón —mis ojos brillaron —que sea algo lindo.

Algo que me impresionaba siempre de él era que cada día descubría que podía hacer algo nuevo, en este caso...tocar piano y cantar a la vez. Comenzó a cantar la introducción de Bohemian Rhapsody combinándola con una serie de acordes suaves y melodiosos, me hacía feliz, lo que me encantaba era que justo al comienzo de la canción ya comenzaba con algo bueno al cruzar sus manos y comenzar a cantar lo que seguía de la introducción.

"Too late, my time has come" —seguía cantando con un sentimiento único e inigualable, era arte para mis oídos.

Pero no solo significaba eso para mí, Gabriel Mercer era el sinónimo de arte en todo sentido, hasta su mal humor podía ser arte para mí, todo en él era maravilloso.

Cerré mis ojos para disfrutar su interpretación, siempre he admirado a las personas que saben algún instrumento. Pero Gabriel, ah...Gabriel Mercer, era único, él me impresionaba hasta cuando parpadeaba, sus pestañas largas marcaban la diferencia.

Un ruido estruendoso hizo que abriera los ojos repentinamente, en la puerta estaba Camilo San Román cruzado de brazos.

—Alabaré, alabaré —Gabriel cambió de repente lo que tocaba para transformarlo en una alabanza con acordes más alegres y católicos.

—¡Qué interesante, Mercer! Debo admitir que cada día me sorprendes más —Camilo no estaba molesto —, un día me dicen que te encanta leer, luego que redactas muy bien, al siguiente que cocinas delicioso y ahora también cantas y tocas piano —aplaudió tanto que el ruido volvía en forma de eco —. ¿Acaso también sabes volar aviones?

—Helicópteros —dijo bromeando.

Gabriel se disculpó y me llevó a rastras al parque más cercano. Se hacía el cabello hacia atrás, lo que significaba que estaba nervioso.

—¿Por qué te detuviste cuando viste a Camilo?

—Camilo me da escalofríos, ¿a ti no? —hizo una mueca de disgusto —, y también paré porque me congelé...no me gusta tocar para personas desconocidas.

Asentí como si lo comprendiera y le di un beso rápido dejándolo atónito.

—Aquí no, Ariel —me detuvo.

—¿Me prestas tu libro? —cambié de tema.

—Por supuesto, solo te lo presto porque ese sí me pertenece del todo —acarició mi cabello suavemente —lo dejé en la escalera, creo —se avergonzó al darse cuenta que no lo traía en sus manos —. ¿Te parece si vamos por él y luego te dejo en tu casa?

Asentí y eso hicimos, recogió el ejemplar de la gran escalera, caminamos sin contacto físico a mi casa y finalmente me quedé ahí solo...como casi siempre me sentía.

Subí hasta mi cuarto y comencé a analizar el libro. Me encantaba oler libros y verlos detalle a detalle, era algo curioso porque tenía dedicatoria y ahora nadie pone dedicatorias.

"Gabriel Mercer, es un honor para mí regalarte algo mío (o al menos de mi familia porque debo admitir que jamás en mi puta vida he leído este libro) en tu cumpleaños. Dije algo como: wow Gabriel estudia teología, apuesto que este libro le servirá de algo algún día. Y espero que así sea porque las cosas son de quien las necesita. Serás el único que no use copias esta vez, quiero que me digas cómo se siente. Por último, si es que yo te llegara a faltar (que no creo, te amo muchísimo para que pase eso) siempre tendrás un pedacito de mí vivo en tus manos, tendrás toda la vida para leer esto y tenerme a menos que lo regales. Feliz cumpleaños número diecinueve, grandulón; muchos logros para ti porque yo sé que puedes comerte al mundo y lograr lo que te propones, siempre estate fuerte, por favor.

Tú invitado más importante,

LL."

¿Le gusta mucho ese libro para releerlo una y otra vez o lo lee por quien se lo regaló? ¿Aún seguirá queriendo a ese tipo llamado León?

Me sentía mal, la curiosidad terminó matándome sin que yo quisiera. Solo me sentía extraño mas no tenía ningún vestigio de tristeza en mi ser.

Me acosté en mi cama mirando al techo y las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas sin saber por qué, si no me sentía triste. Necesitaba explicaciones.

Llamé a Gabriel Mercer.

—Mercer... —aclaré mi voz porque se oía triste —¿cómo estás?

—Extrañándote, ¿quieres que vaya a tu casa?

—¡No! —me exalté —digo...no, no es necesario.

—¿Te encuentras bien?

—No —tenía que decírselo —, yo no te oculto nada y por lo tanto tú no debes hacerlo.

—No entiendo.

—León te regaló el libro que me prestaste.

—Sí, ¿qué de malo hay en eso? —preguntó inocente —Ah...ya veo, estás celoso y te sientes frustrado por eso, quizá estás pensando en comprarme un libro y darle una dedicatoria mejor —rio —pero si te sientes así pues...si deseas no más, vamos a ver a León, para que lo conozcas.

—¿De verdad?

—Sí, pero tendría que llamar al manic...digo, centro hospitalario, solo para confirmar si sigue ahí.

—Está bien, nos vemos mañana —dije cortante.

—Hasta mañana, será una noche interesante. Espero que no te enoje que haya repartido ese volante por todo sitio.

No entendí a qué se refería con eso y le corté, estaba frustrado como él decía y solo necesitaba descansar para la noche del sábado.

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