Todos

—¡¿Dónde estabas?! —gritaba mi madre detrás de mí mientras yo subía las escaleras —Pudiste llamar, ¡nunca has llegado a estas horas!, son más de las diez. Estaba a punto de reportar tu desaparición a las autoridades, faltaban unas horas más y cumplías las veinticuatro necesarias, ¿qué pasa por tu cabeza, Ariel?

—¿Nadie te dijo dónde estaba?

—¿Crees que si lo hubiera sabido no estaría así? Ah, y tu padre está aquí.

Lo que faltaba...yo el alcahuete preferí dirigirme a mi cuarto directamente porque no podía verlo, ¿cómo alguien puede echar tantos años de matrimonio a la basura por estar en la soledad?

Al poco tiempo, mi padre entró a mi habitación sin tocar la puerta e invadió mi privacidad con sus típicas preguntas...desde: "¿cómo te ha ido?", hasta: "¿ya pensaste en qué universidad estudiar?". Y yo, como suelo ser de frío, iba desde: "bien, como siempre", hasta: "no lo sé".

—¿Te has dado cuenta de que eres muy frío? —siguió preguntando —Todas las veces me dices lo mismo.

—Todo el tiempo le digo lo mismo a todo el mundo —levanté mis hombros —, no entiendo cuál es el "problema".

Salí de mi habitación para próximamente terminar al frente de la puerta principal y solo abrirla, me daba igual su presencia desde lo que Gabriel Mercer me contó y era peor recordarlo porque no tenía a Gabriel ni tampoco tenía una familia estable y honesta.

Me dirigí a la casa de Giovanni no sin antes pasar por la iglesia, entrar un rato y luego salir porque no estaba animado y porque Gabriel Mercer no estaba...o quizá sí pero era probable que estuviera oculto por el simple hecho de haber entrado al único lugar en el que podía estar solo.

—No puedo creer que se lo hayas dicho —reclamé enfocando mi vista hacia sus pupilas.

—Tarde o temprano lo iba a saber —dijo sin mirarme por buscar su plumilla —, ya sabes lo que dicen...las mentiras tienen patas cortas y peor si es infidelidad.

Afirmé con la cabeza, en cierta parte lo que había hecho Giovanni era un alivio: 1) porque yo no tendría que decírselo, 2) porque no lastimé a Gabriel (o al menos no lo vi derrumbarse) y 3) porque ya tenía que terminar con ese asunto (no de Gabriel, sino de Eros).

—¿Sigues con ganas de darle o dedicarle algo a Eros? —preguntó afinando su guitarra

—¿Y qué hay de Gabriel Mercer?

—Sabía que dirías eso —sonrió —, igual la canción aplica para todos.

—Por eso considero que eres un imbécil.

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