Rosiel
—Fue muy interesante la forma en la que me convenciste para venir aquí —crucé mis brazos y me acomodé en el pequeño asiento.
—¡Es su primer juego! —exclamó ella —, era evidente que no podías perdértelo.
Sí, desde la lesión de uno de los jugadores del equipo, Laretti y el entrenador le habían puesto confianza a Giovanni. Confianza para poder tener victorias satisfactorias llenas de esfuerzo y cansancio, confianza para muchas cosas...porque sabían que era difícil estar ahí y porque pensaban que a Giovanni le interesaba mucho pertenecer al equipo y resaltar cómo "alguien" en la escuela por bastantes días, como un héroe, cuando la realidad de todo este asunto de unirse al equipo era otra con fines casi iguales.
Jamás entendí el básquetbol, eran muchos términos técnicos para mí...que solo juegan diez y los demás son suplentes, que el tiempo muerto es descanso, que son juegos de diez minutos y terminan siendo cómo ciento veinti tantos minutos...solo le prestaba atención a Giovanni en las bancas de suplentes mientras bebía un líquido azul que yo suponía que era una de esas bebidas energéticas para deportistas, me fijaba en otro tipo de cosas que eran ajenas a la vista de los espectadores, porque no, el básquetbol no era de mi agrado y solo fui por mi amigo.
—¡¿A dónde lanzas esa pelota?! —exclamaba Celeste, la cual estaba loca por el básquetbol, hablaba sola y gritaba cuando algo no le parecía —¡Pero estaba solo! ¡Dios mío!
—Cálmate, solo es un juego —suspiré.
—De este juego depende la reputación de la escuela —respondió —, ¿acaso no es emocionante?
—No —respondí seco —solo veo a personas corriendo tras una pelota y dándose manotazos, es todo.
Ella cerró los ojos y movió la cabeza de un lado a otro expresando negación, como diciéndome con su cuerpo: "no lo entiendes".
—¿Disfrutando del partido? —preguntó Eros, el cual apareció de la nada y se sentó a nuestro costado.
—¿Yo? Claro que sí —dijo Celeste emocionada —, ¿Ariel? Al parecer no.
Él solo asintió y animó a nuestro equipo como lo hacía Celeste, gritaba junto a ella y hasta intentaba aprenderse el lema de la escuela para gritarlo junto a todos los espectadores que pertenecían a la misma. No sé qué planeaba exactamente, ¿quería contagiarme su fiebre del deporte? ¿Quería que olvidara lo de la mañana?
—Oigan —se dirigió hacia nosotros —, ¿no tienen hambre?
—Me estoy muriendo —comentó Celeste.
—¿Palomitas y soda? —preguntó contando el dinero que traía en sus bolsillos.
Los dos asentimos, una oportunidad de que alguien te invite la costosa comida de la escuela no se podía desperdiciar de esa manera.
—Pero... ¿qué tal si me acompañas? —me preguntó dándome un codazo —Me voy a caer si es que nadie me ayuda a traer tantos envases de cartón.
Volteé mis ojos y a regañadientes lo acompañé hasta los puestos de comida que se encontraban afuera del gimnasio.
—Tres palomitas —pidió —, ¿les gusta dulce o salado?
—Salado —crucé mis brazos.
—Tres palomitas saladas y tres sodas de uva —volvió a pedir sosteniendo un billete en las manos —, ¿está bien soda de uva? A mí me gusta la de uva, no sé tú...
—Sí, está perfecto —respondí seco.
Probablemente si estuviera con Gabriel Mercer habrían sido dos palomitas saladas y una combinada (salado y dulce), y por supuesto, dos sodas de uva y una de cereza; sí, lo conocía a ese punto de saber hasta lo que podría pedir para el desayuno, era parte de ser observador y memorizar algunos de sus gustos. Gabriel Mercer, el rey de la diabetes, pediría todo dulce o al menos la gran parte, y me lastimaba pensar en él hasta en el momento de estar decidiendo que palomitas me gustaban más.
—Ariel —movió la palma de su mano ante mi vista —, no respondiste mi pregunta.
—Ah...sí, cereza —dije distraído.
—Y al parecer tampoco me prestaste la suficiente atención —suspiró lamentándose en broma —. Te pregunté sobre Gabriel Mercer, él nos dijo que no quisiste que te llevara.
—¿No quise? ¡¿No quise?! —me exalté —Es un maldito cínico, ¿en serio crees que soy tan inmaduro como para no querer que me llevara a mi casa? ¡Dios mío! —hice mi cabello hacia atrás —Me lanzó una moneda para que me vaya en el transporte público y llegué demasiado tarde a mi casa...caminando bajo el sol.
Eros recibió las palomitas y me pasó una con las tres sodas para que las pusiera en el bolsillo grande de mi sudadera mientras él se acomodaba con las dos cajas de alimentos.
—¿Eso quiere decir que podemos seguir estando juntos?
—Estás loco —reí con sarcasmo —. Eros...tú y yo no somos, no existimos, nunca fuimos algo, nuestra relación fue un error. No sé si me entiendes.
Su boca formó una "o" minúscula y sus ojos se cristalizaron, pero luego parpadeó varias veces para retomar su humor y hacer como si no hubiera dicho algo al respecto.
—Entonces —aclaró su voz ronca —, ¿volverás con Gabriel Mercer?
—Volvería con Gabriel Mercer si es que él me quisiera a su lado, por el momento creo que le daré su espacio y su tiempo —hice una mueca —y quizá, luego, si las circunstancias y los sentimientos nos lo permiten...volveremos a estar juntos —mordí mi labio inferior y pensé que si tal vez no estuviera con las manos ocupadas, estrujaría el anillo que yo usaba como collar, el que me dio cuando nos conocimos.
—Yo no creo que haberte buscado haya sido un error —añadió —, las aventuras son divertidas en cierto modo —sonrió —, ¿no?
—Puede que no haya sido un error, nada es coincidencia —pensé en que Gabriel creía mucho en el destino y me callé por un momento —. Nuestro amor fue como él de Romeo y Julieta.
—¿Es porque solo duró una semana?
—Es porque solo duró una semana y hemos terminado muriendo —lo miré directamente.
—Yo moriría por ti —caminó al revés para mirarme de frente.
—No mientas, no me gusta que me mientan.
Suspiró con tristeza y caminó a mi lado hasta la puerta del gimnasio. Desde lejos se podía ver que estábamos ganando y que Giovanni había entrado en un cambio con otro jugador.
—Ariel, antes de que entremos y todo esto se esfume así como si nada —colocó las palomitas en una mesa que estaba a nuestro costado —, cierra los ojos.
Al principio lo miré desconcertado y después volteando los ojos los cerré por fin.
—Eleva una de tus manos —ordenó —y ahora... ¿Recuerdas todo lo que te dije sobre mí el primer día?
—Más o menos —respondí sin abrir los ojos.
Sentí su tacto áspero y fuerte por mis dedos y luego cerró mi mano junto a la suya para ponerla a la altura de mi corazón. Miré mi mano de reojo y lo recordé...
—El ciclo sin fin.
—El ciclo sin fin —respondió.
Estuvimos en silencio por un largo rato hasta que el marcador aumentó.
—Alguien es especial porque influyó demasiado en tu vida y en tus decisiones, y porque sabes que no te quedarás con esa persona, pero sí la recordarás —repetí con las mismas palabras.
Eros prefirió seguir callado y avanzamos normalmente como si en realidad no hubiera pasado nada.
—Mira qué imbécil es —dijo Celeste mientras bebía su soda de una manera elegante —, lanzándole besitos a esa hueca que acaba de llegar hace un minuto, ni si quiera lo quiere.
—Ya sabes lo que dicen —habló Eros con la boca llena —: ignoras a quien te ama y amas a quien te desdeña. Oye Celeste, ¿no ha pasado algo malo?
—Nada hasta ah...
Y así, en cámara lenta, Giovanni, para impedir una canasta, tapó con un golpe mal dado a la pelota y más toda la avalancha del equipo contrario, terminaron dejándole una lesión que en instantes se hinchó hasta ponerse morada.
—¡Mierda, Eros! Tienes muy malas energías.
—Claro que no —respondió indignado —ya te dije que yo lo veo todo y lo sé todo.
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