Rosas

—¿Y ya sabes con quién iras al baile de promoción? —preguntó Milena abrazando sus libros mientras me miraba.

—Creo que —pensé en todas mis posibilidades haciendo muecas —con nadie, lamento decepcionarte, pero no tengo ninguna posibilidad con alguna chica.

—Yo iré con Giovanni —afirmó contenta.

Me detuve a verla parándome en frente de ella y tomé sus hombros.

—Pensé que ya no eran absolutamente nada.

—Lo sé, muchos dicen que el chico es quien le pide a la chica, pero creo que yo cambiaré la historia de esta maldita escuela.

—¿Me estás pidiendo ayuda?

—Le estoy pidiendo ayuda a todo último año —mordió su labio inferior —, hay que aprovechar que lo suspendieron por una semana, es tan valiente... —suspiró —ofreciéndose por los débiles, protegiéndolos.

—¿Débiles? —pensé —Te informo que no hay ningún débil ahí, Giovanni me protegió porque somos amigos y porque me la debía.

En ese momento, Milena abrió mucho los ojos sin perder mi mirada, observaba mi ser de pies a cabeza una y otra vez.

—Entonces no te importará que tome tu mano —hizo lo que sus palabras anunciaron y apoyó su cabeza en mi brazo —. Dios mío, siempre quise tener un amigo gay.

Me reía internamente por sus actitudes, si creía que Gabriel Mercer era impredecible...Milena era el doble de impredecible.

—Pero comprenderás que el que antes era el único gay de último año que reveló su homosexualidad es un poco extraño —comentó —, supongo que sabrás estas cosas porque...bueno, eres gay y los gays hacen eso.

—Está bien, sígueme llenando de tus estereotipos —reí.

—Claro —me dio un codazo —, oye hoy no vino ninguno de tus amigos, ¿quieres sentarte con mis amigas y yo a comer en el receso?

Asentí y me despedí de ella con la mano. Las clases se sentían más solitarias de lo normal sin Giovanni ni Celeste; comenzaba a pensar que yo era una bomba de destrucción masiva, tan descomunal y dañina que ocasioné la suspensión de uno y el shock de la otra.

Era una de las pocas veces en las que me ponía a reflexionar sobre la clase y los temas que llevé todo el año.

Al ser salida, me dirigí hacia la puerta principal de la escuela y encontré a todos mis compañeros sosteniendo cartas y rosas haciendo un camino humano. Era nada más y nada menos que Milena y sus extraños planes, sus espectaculares peticiones y sus grandes expectativas que según ella sería apoteósica.

Ella, al verme, se dirigió hacia mí.

—El plan es este —señaló a todos —: tú, como buen amigo de Giovanni, irás a su casa y tocarás su timbre, él saldrá y se encontrará con Mercedes que sostendrá una rosa y una carta, más allá estarán más de nuestros compañeros formando un sendero humano con lo mismo en manos y caminarán todos hasta llegar aquí, a la puerta principal de la escuela, en donde mis amigas sostendrán ese cartel gigante de ahí —señaló un montón de cartulina —donde está escrita la proposición, él me dirá que sí, soltarás esta cosa que desprende confeti, nos aplaudirán y seremos felices todos.

—Solo no te ilusiones tanto —advertí.

—¿Qué estás queriendo decir? —preguntó cruzando los brazos —Por favor, Ariel, hazlo por tu amiga Milena.

Volteé los ojos y caminé rápidamente hasta la casa de Giovanni, el camino era largo, pero por la adrenalina lo recorrí en menos de quince minutos. Al llegar a su casa, toqué el timbre como el plan lo exigía y él salió a recibirme, hasta ahora todo lo que había dicho Milena estaba pasando.

—Ariel —saludó —, así que aún no te olvidas de tu amigo, ¿qué te trae por estos lares?

—No hay tiempo para explicaciones —jalé su brazo y nos encontramos con Mercedes en el camino, todo iba bien.

La mirada de Giovanni era de confusión cada vez que recibía una rosa y leía la respectiva carta, me observaba con ojos de querer respuestas y yo solo tragaba saliva porque realmente no tenía ni la menor idea de lo que estaba pasando.

Así estuvimos de persona en persona, cada uno se acoplaba al resto como un zombie más del grupo y caminaban detrás de nosotros.

Al llegar a la escuela de nuevo, ahí estaba Milena, con una sonrisa hermosa y el cabello bien recogido en una coleta de caballo.

Giovanni giró la cabeza y leyó con detenimiento el cartel que Milena tenía preparado para él, todos esperan la respuesta.

—¿Y...? —preguntó Milena acercándose.

Él bajó la mirada y acomodó sus lentes como tomando valentía.

—Milena —comenzó —, los dos sabemos que eres una persona increíble, eres linda, dulce, tienes un carisma impresionante, eres la chica que cualquiera querría llevar al baile de promoción...pero, me temo que por todo lo que pasó, yo no me puedo permitir tener ese placer; ni mi corazón, ni mi moral, ni mis sentimientos, ni todas las veces que me humillaste me permiten ir contigo, no sé si es rencor, no sé si es algo más, lamento decirte que no por esta vez, disculpen todos a Milena porque la incomodidad no sirvió para nada.

Todos estuvieron callados por un momento, era como decir indirectamente que guardaran un minuto de silencio por la persona que acababa de morir.

La mayoría de las personas prefirió irse sin dejar rastro porque sabíamos cómo era Milena, no le gusta que sientan pena por ella y menos en un momento así.

Recogí una de las rosas más lindas que se encontraban en el suelo y me acerqué hacia ella, la cual estaba sentada en los escalones de la entrada principal abrazando sus piernas.

—¿Quieres ir al baile de promoción conmigo? —pregunté mirándola directamente.

Ella recibió la rosa sin hacer algún comentario destructivo y asintió con la cabeza mientras las lágrimas caían por sus mejillas sin hacer ruido alguno, el maquillaje no dejaba de correrse por su rostro y lo único que yo podía hacer era acariciarla con mi dedo pulgar y secar sus ojos sin arruinar más el color negro de sus sombras.

—Deja de llorar, por favor —intenté sonreír amigablemente para hacerla reír —. Hay que hablar, ¿de qué color es tu vestido? Es un tema muy importante.

Ella secó sus lágrimas otra vez y limpió su rostro con la manga de su suéter.

—Es —sollozó —rojo vino.

—Tenemos que combinar, obviamente.

Ella asintió cubriéndose la boca y cerrando los ojos.

—He visto una tienda por el centro comercial que está cerca de aquí donde venden esas cosas —chasqueé mis dedos para intentar recordar el nombre —, ¿Orquídea? ¿Corsage?

Ella volvió a asentir sin mirarme.

—Lo tradicional sería que tú me des la corbata pero si deseas yo la consigo...

—Ya la compré —me interrumpió y su llanto comenzó de nuevo.

Me estaba desesperando, era muy complicado calmarla debido a que cualquier cosa que decía terminaba relacionada con su plan perfecto que se arruinó porque Giovanni le dijo que no de manera pública.

Sostuve mi teléfono celular entre las dos manos y busqué el nombre de Gabriel Mercer entre mis contactos.

ARIEL_16:40

Ayúdame, por favor.

GABRIEL_16:42

¿Cuándo no quieres ayuda? ¿Qué pasó?

ARIEL_16:42

Milena está llorando y no sé cómo calmarla porque soy imbécil y hago que llore más.

GABRIEL_16:42

Carajo... ¿Por qué haces llorar a las chicas? Eso no se hace, Ariel.

ARIEL_16:43

¿Yo? Fue el pedazo de mierda.

GABRIEL_16:43

¿Giovanni? Pero se moría por ella.

ARIEL_16:43

Tuvieron problemas...ya luego te cuento, ayúdame.

GABRIEL_16:43

Solo porque tú me lo pides y porque esa chica me agrada, nada más...llego en cuanto pueda, tú solo intenta hablarle de otras cosas, invítale algo de comer, yo que sé. Me avisas.

Guardé mi teléfono en donde Milena no pudiera verlo y la convencí de ir conmigo al lugar de malteadas extrañas. Nuestra caminata fue silenciosa, yo no dejaba de mirarla y ella solo tenía la vista en el piso, como si no tuviera más razones para mirar al horizonte, ni para ver el atardecer, ni para sentir la brisa del viento.

La misma chica que me atendió esa vez que estuve con Gabriel Mercer se encontraba siendo la que tomaba órdenes, ella al verme con Milena tuvo un rostro de satisfacción y tranquilidad.

Gabriel como era él, tenía mi ubicación en tiempo real por una aplicación por defecto que conectaba nuestros teléfonos por ser de la misma marca, no sería difícil encontrarme.

Milena solo agarraba la cuchara y removía la crema, moviéndola en círculos, en parte me lastimaba que esa felicidad y seguridad que construyó desde hace mucho se vea quebrantada en menos de un segundo gracias a un "no". Y cómo era típico del cambio climático...comenzó a llover, lluvia en una estación antes del verano, lluvia ácida, ácida como su actitud frente a la frustración.

Sin que se diera cuenta, porque tenía la mirada baja, Gabriel Mercer entró por la puerta con sus pasos silenciosos, tomó una silla y la colocó en donde nosotros estábamos. Ella seguía sin notar su presencia y yo trataba de disculparme por Milena haciendo gestos para que la comprendiera.

Él tosió a propósito para que notara que lo estaba ignorando por un pedazo de azúcar con crema.

Ella levantó la mirada y se encontró con los redondos ojos de Gabriel Mercer, por su expresión...estos la habían atrapado hasta dejarla sin palabras, sin gestos, sin acciones al respecto. Acomodó los largos mechones de cabello detrás de sus orejas y simuló estar estable y feliz.

—Ariel —murmuró —, ¿por qué no me dijiste que Gabriel Mercer estaría aquí para consolarme?

—No creí que fuera importante —respondí como si no supiera lo que pasaba.

Seguimos con la charla, él le hablaba como si la conociera de toda la vida y ella a gusto le respondía cualquier cosa para continuar con la amena conversación.

—Y así fue como me rechazaron, en frente de todos —Milena sonrió al terminar con la historia de lo que había sucedido hace unos minutos.

—A mí me han rechazado un montón de veces —intervino Gabriel.

—¿A ti? ¿Cómo? —rió ella —Si eres guapo, simpático y alto, todo lo que una chica quiere.

Él negó absorbiendo la malteada con ayuda de la pajilla y buscó en sus bolsillos algo, extrajo su billetera y sacó una fotografía enmarcada y desgastada.

—Observo esta foto cada vez que me da ansiedad.

—¿Un...niño gordito? —preguntó ella con duda.

Tomé la foto y la acerqué a mis ojos lo suficientemente cerca para observarla bien, era Gabriel Mercer, se notaba por los ojos.

—Soy yo cuando tenía dieciséis o diecisiete, no me acuerdo —dijo inseguro —. Pero es increíble cómo es que un minúsculo niño de esa edad puede comer tanto y puede engordar en tan solo seis meses...

—Estrés y comida, igual a desastre —comenté.

—Pues ahora yo te veo muy bien —dijo Milena como para consolarlo.

—Imagínate...mi padre comenzó a rechazarme por mi peso y tuve que hacer ejercicio por casi un año y medio, quizá un poquito más —sacó otra foto —. Ahí más o menos tenía entre diecinueve o veinte, no lo sé.

—Te ves más...

—Con más cachetes que ahora —completé lo que iba a decir Milena.

—Es que ese era mi peso ideal —sonrió —, pero luego vino de nuevo el estrés, y el estrés no siempre reacciona de igual manera...me deprimí, mi padre tenía cáncer y yo estaba devastado, dejé de comer y de dormir, y por supuesto, dejé de hacer ejercicio. Por eso ahora estoy todo flácido —tocó su brazo jalándose la piel —. Y te aseguro que no soy guapo...tengo nariz extraña, mis labios son algo deformes y lo único lindo son mis ojos, aunque ni tanto, solo son casi amarillos, supongo que eso atrae mujeres por las leyendas urbanas de los hombres lobo que tienen los ojos de esa clase de colores.

—Los licántropos —sonrió ella —. Oye, Ariel, ¿eres tú el de la foto? —ella tecleó algunas palabras en su teléfono y me mostró la foto indecente que Celeste había tomado en mi cumpleaños.

—Pensé que la habían borrado —mi cuerpo se enfrió, no por la foto, sino porque Gabriel estaba con nosotros.

—Claro que no —rió —todo el mundo la tiene, menos el director porque Giovanni partió en mil pedazos la única evidencia que tenían, eso les pasa por no usar los medios digitales. Un usuario anónimo de la escuela que sube confesiones y secretos de los estudiantes colgó la foto en su cuenta de Instagram, pero solo por unas horas porque luego la borró.

—Disculpa porque tengas que ver eso —Gabriel hizo una mueca —, el alcohol me comió un poco el raciocinio y no pensé en lo que hacía, créeme que para mí es vergonzoso que veas eso...

La piel de Milena también se tornó en un color claro, blanco casi papel, soltó el teléfono como si fuera una roca caliente y un sonido sordo inundó la mesa.

—¿Eres tú, Gabriel Mercer?

—Ariel, pensé que le habías dicho —me reclamó.

—Me dijo que él era homosexual pero no que tú eras el otro chico de la foto —le respondió —. La verdad es que no sé me habría ocurrido, ¿quién demonios iba a pensarlo? ¿Y por qué los chicos guapos siempre son del otro lado?

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