Revelaciones
Eran las seis de la tarde y ya atardecía, mi padre seguía con la idea de salir hacia el otro lado de la ciudad a comer. Una cena familiar, la idea no me desagradaba, me desagradaba tener que manejar el auto de Gabriel, en realidad me daba miedo.
—A ver muchacho, saquemos el auto —mi padre aplaudió sonriendo —. ¿Las llaves?, para sacar la funda.
—Yo —tragué saliva, demasiada —yo conduzco.
—Está bien —despeinó mi cabello —ese es mi hijo.
—¿Qué te parece si — levanté un poco la funda para abrir la puerta de la parte detrás del coche —entras? —lo empujé para que no viera el auto.
Saqué la funda y rápidamente la guardé en el maletero, subí casi corriendo y lo estacioné fuera de la casa.
Mi mamá se subió en la parte de atrás para no dejar a mi papá solo y yo aceleré para que no dé ningún comentario al respecto. Él no era tonto, ya se había dado cuenta. Asientos forrados con cuero, audio y equipos digitales, lugares espaciosos, olor a nuevo, se notaba lo nuevo y moderno que era.
—¿A dónde vamos? —pregunté nervioso.
—Hay un restaurante de carnes al frente de esa área verde espaciosa, sabes a qué me refiero.
Y sí lo sabía, Gabriel me llevó ahí. En el mismo auto, casi a la misma hora, me sonrojé de solo recordarlo y me estremecí en el asiento.
Llegamos rápido con todo lo que aceleré, conducía como un loco.
—¿Ese? —señalé al restaurante al que me llevó Gabriel.
Mis padres asintieron.
Lo estacioné en el mismo lugar y nos dirigimos al restaurante por las escaleras. Nos sentamos en la misma mesa. Y suspiraba dentro de mí recordando todo.
Lastimosamente también fue el mismo mesero, el cual no me quitaba la vista de encima, estaba claro que me había visto antes.
Las diferencias de esta vez es que 1) no estaba con Gabriel y 2) observé el menú completo, adivinen...sí, estaba carísimo.
También recordaba que Gabriel pagó con una tarjeta, ¿negra? Eso no se pregunta, la respuesta era evidente. Comimos lo mismo, tomamos...bueno no, mis padres no dejan que pruebe alcohol, ellos tomaron lo mismo, yo bebí jugo de uvas, vaya reemplazo para el vino.
—¿En qué piensas Ariel? —preguntó mi padre tomando mi mano.
—En nada —mi miraba estaba perdida, casi siempre me comportaba así.
—¿Cómo está tú novia? ¿Violeta? ¿Azul?
—Celeste —bebí un largo trago de jugo de uva para evitar reírme, fue un error, casi lo escupo —, no es mi novia.
—¿Cuándo será tu novia? —ya veo de donde saqué eso de interrogar a las personas peor que prisioneros.
—Nunca.
—¿Por qué?
—Porque no me gusta y jamás me gustará, solo es mi amiga —había terminado de comer la carne, no tenía tanto apetito.
Mi madre (o sea Olivia, como le diría Gabriel) solo nos observaba mientras bebía vino, yo tenía que decírselo, no ella.
—¿Qué tal si charlamos menos y comemos más? —dijo mi madre tratando de calmar las cosas.
—No tengo hambre —hice el plato a un costado, tomé la botella de vino y me lo serví en una copa vacía que estaba en la mesa, la sostuve y la bebí entera—. Lo siento, lo necesitaba, permiso para retirarme.
No esperé su permiso y solo me fui al auto a hacer cualquier cosa menos conversar sobre mi vida sentimental.
Mi celular comenzó a vibrar, era Gabriel.
—Hola pequeño, ¿cómo te va? —su voz era tan sensual que me relajaba.
—Hola Gabriel, mira las cosas son simples —suspiré —acabo de ser muy grosero con mis padres, tomé una copa entera de vino, de esas grandes y estoy mareado... ¿Crees que puedas venir?
Gabriel cortó al instante.
Hice el asiento hacia atrás e intenté no pensar en nada, calmarme, tomar valor para sentirme sin un peso tan grande en la vida, para sentirme libre de lo que pueda sentir y hacer, para sentirme libre y tener la seguridad de que está bien lo que hago.
Al poco tiempo sentí que alguien abría la puerta del auto.
—Perdón si tardé, hace frío, ¿no? —Gabriel entró sin avisar, vestía un abrigo largo negro, unos pantalones muy ceñidos, un suéter gris con cuello de tortuga y sus zapatillas negras —, estaba abierto, debiste ponerle seguro, ¿en qué piensas?
—Quiero decirle a mi papá —miré al techo del auto.
—Pues...es una decisión muy simple y difícil.
—¿Crees que lo entienda? —apreté su mano.
—La verdad no sabría decirte eso —suspiró y con todo el frío su aliento se notaba —es muy difícil saber cómo actuará un mayor, lo que sí te puedo decir es que tienes que tener confianza y seguridad en lo que dirás.
—No lo entiendo.
— ¿Entender qué?
—No entiendo por qué es tan difícil ser diferente es como que...
—Es como que...a dos personas les guste un sabor de helado distinto —me miró de reojo —por ejemplo a mí me gusta el mango y a ti la fresa, sin embargo, no hacemos polémicas sobre los sabores porque así como a nosotros nos gusta eso a otros les puede gustar el chocolate o la vainilla, incluso les puede gustar el limón como sabor de helado, pero tener gustos diferentes no significa que necesariamente debe estar mal.
—¿Crees que esté mal que me guste el limón como un sabor de helado?
—No —rio —a mí no me gusta, pero está bien si a ti te agrada.
Sonreí.
—¿Cómo sabías que me gustaba la fresa?— pregunté algo asustado.
—En realidad —dudó —, hace mucho una persona muy sabia me dio el mismo ejemplo, así que lo adiviné.
Me acerqué a su rostro y lo besé como nunca lo había hecho, con dulzura candente.
Gabriel se separó de mí tan rápido como oyó golpes en la ventana.
Quité el seguro, eran mis padres.
—Gabriel, qué sorpresa tenerte aquí —dijo mi padre no muy feliz.
Gabriel se bajó de auto y cambiamos de asiento, ahora yo era el copiloto.
—Mi hijo bebió solo una copa entera de vino y ya está mareado.
—Hay personas así —me sonrió—yo puedo conducir así me haya bebido una botella entera —me guiñó un ojo al recordar esa noche en su auto.
Gabriel nos dejó en casa y se fue caminando solo.
—Papá tenemos que hablar.
—¿Sobre tu actitud? —estaba molesto.
—No, en realidad —ya estaba dudando.
—Dime, sabes que puedes decírmelo.
—Conozco a Gabriel desde hace un tiempo y me gusta —solté sin filtros, me sentía sin un peso.
—Sé que muchas personas ya lo han usado pero —tapó su rostro, estaba consternado —nunca, jamás he esperado nada de ti y aun así has logrado decepcionarme.
Gabriel tenía razón, las personas tienen infinidad de formas de actuar, millones de impulsos, que aunque los conozcamos jamás sabremos cómo reaccionarán.
—No te pido que lo entiendas, solo que lo aceptes.
Se había ido.
¿Era malo lo que hacía?
Destruir a tantas personas en menos de un mes era un récord para mí.
Alisté una mochila con ropa y bajé por el árbol de mi cuarto hacia la iglesia.
Lloraba de impotencia, de dolor, de todo, los odiaba.
Entré sin que nadie me viera al cuarto de Gabriel y sin que él se diera cuenta lo abracé delicadamente, era lo que necesitaba.
Agarró mis manos algo asustado, sentía su piel erizada hasta que me vio.
—¿Qué tan mal te fue?
—Pésimo.
—¿Quieres hablar de eso?
Me quedé en silencio y solo seguí llorando.
—Dios —secó mis lágrimas con sus mangas —, no llores, diciéndote eso no haré que pares pero odio verte así y es lo único que se me ocurre.
—¿Qué opinas de todo esto?
—Opino que el mundo es una mierda —volteó a mirarme —opino que personas como tú no deberían estar sintiendo esto porque es normal que no te guste algo o alguien, o sea... te juro que me molesta verte así, es como que les digas a tus padres "hey, soy hetero", ¿hay algo de malo en eso? —negué —entonces tampoco hay algo de malo con que te gusten los hombres, debes ser fuerte, tal vez muchas personas piensen que eres un tipo que necesita sexo por el hecho de ser homosexual, porque nos ven como personas dotadas y excitadas, me joden todos, me jode más que esté tan enamorado de ti y no pueda cambiar tu humor porque alguien que de verdad no te ama arruinó tu noche.
—Hoy será una noche muy larga —las lágrimas seguían cayendo por mi rostro.
Luego de unos minutos Gabriel se sentó en el piso a verme.
—Sigue llorando —me dijo.
¿No debería decir algo como "deja de llorar"?
Después lo entendí, entendí porque se fue de la cama al piso, entendí porque quería que llore más.
El padre Leoncio atravesó la puerta del cuarto y me vio llorando, vio a Gabriel sentado en el piso.
—¿Qué pasó? —él se sentó en la cama a abrazarme.
Antes de que yo respondiera Gabriel lo hizo por mí, posiblemente arruinaría todo si respondía yo.
—Problemas familiares.
—Mañana con calma se solucionarán las cosas hijo —acarició mi cabello, ¿por qué todos hacen eso? —. ¿Quieres dormir aquí con Gabriel o conmigo?
—Que se quede aquí, somos hombres, ¿qué podría pasar?— respondió Gabriel seguro.
El padre asintió y nos dejó solos.
A penas cerró la puerta, Gabriel se subió a la cama.
—¿Cómo lo sabías?
—¿Qué vendría? —preguntó extrañado —oí que se levantaba, además preferí que te viera ahora para que no sea tan raro amanecer contigo — me abrazó por detrás —ahora sí vamos a dormir, hoy fue un día agotador.
Cerré mis ojos y la tranquilidad se fue porque el celular de Gabriel comenzó a vibrar.
—Es Olivia, ¿contesto?
Asentí.
—¿Tienes a mi mamá como "Olivia con un emoticón de corazones"? —pregunté casi riendo.
Gabriel quiso reír pero apenas contestó se puso serio.
—Hola Olivia —tomó el teléfono con seriedad —. Sí...está conmigo —miró a todo sitio —, bueno es que ahora está cansado y debe pensar bien las cosas —suspiró —, hasta mañana.
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