Regresar

—Ariel...hace mucho que no hablamos —me detuvo antes de pasar a mi clase.

Le volteé los ojos y seguí con mi camino, en mi vida existían esos días en los que no deseaba hablar con las personas, me pasaba más seguido de lo normal desde la llegada de Giovanni.

—Por lo menos escúchame —decía sin detenerse.

—¿Qué? —le dirigí una de mis miradas de odio para espantarlo.

—Hoy hay una fiesta en mi casa —mordió su pulgar —, ¿vienes?

—Oh, por supuesto —dije con sarcasmo —que no. Tampoco puedo, estaré ocupado.

—Cierto...olvidé que últimamente intentas ser alguien que no eres, te enrollas con el pederasta e ignoras a tus amigos porque no tienes ganas de nadie ni de nada ya que admites haber conocido al cielo cuando solo has bajado al infierno.

—Y es el Infierno más hermoso que he conocido, Giovanni —suspiré —. Te pido por favor que no le vuelvas a decir así, pensé que te agradaba.

—Oblígame.

Y ese era el gran problema de Giovanni, no se iba a detener hasta que le diga que si quería ir a su maldita fiesta, pero no, yo no estaba de onda para soportar sus inmadureces de no aceptar un no como respuesta. Seguía jodiendo y jodiendo, pasando por alto el secreto que le había hecho guardar, me empujaba, me atormentaba, era demasiado impulsivo y no por su maldita fiesta, sino porque había cortado comunicación con todos, yo hace mucho ya había dejado esos tratos con la gente. Mi tolerancia era limitada y llegó un punto en el que no me controlé ante sus comentarios y sus hostigamientos, lo golpeé tan fuerte que lo disfruté, ¿amigos? Sí, el único problema de Giovanni era ser poco comprensivo y muy insistente.

Al final los dos terminamos en la dirección y a mí por agredir de manera física a Giovanni me suspendieron solo ese día, por suerte.

Regresé a mi casa frustrado. ¿Qué le diría a mi madre? Y más importante... ¿qué le diría a Gabriel?

Me dirigí a mi casa caminando bajo el terrible sol de la mañana y llegué en media hora, estaba hecho un asco: colorado por el sol y la caminata, sudado por el cuello y la espalda por la mochila, cansado por haber estado casi corriendo para evitar que alguien me vea. Nada podía salir peor.

Sentía que mis mejillas ardían y eso solo significaba que el sol me había hecho mucho daño.

Cerré la puerta de mi cuarto y me acosté a dormir, me odiaba porque después de muchos años siempre terminaban suspendiéndome a mí y no a Giovanni, siempre yo terminaba haciendo algo estúpido frente a todos y terminaba o castigado en los recesos o suspendido o en detención. Pude sobrevivir casi medio año sin tener faltas pero desde Giovanni...las cosas eran muy distintas, él es lo que muchos llamarían: una mala compañía.

Soñaba con Gabriel...con sus caricias, con sus besos, con sus ideas magníficas y subjetivas, soñaba con que de nuevo me diría "Yes, sir." con ese falso acento inglés y esa voz ronca y gruesa que me hacía imaginar un montón de situaciones extravagantes llenas de cosas que no me atrevo a mencionar ahora.

Me levanté como un muerto viviente exactamente a las seis de la tarde, busqué algo lindo para recibir a Gabriel, cogí las llaves del coche y me dirigí hacia el aeropuerto que no estaba tan lejos pero el tráfico a esa hora era terrible.

Llegué exactamente a las siete como lo había calculado en el viaje de mi casa al aeropuerto, solo faltaba esperar a que Gabriel Mercer se apareciera, se dignara a aparecer de una vez.

Por la sala a la que habían llegado después de que el avión aterrizara salía un montón de gente, personas con toda clase de historias, numerosas anécdotas y a pesar de eso sabía que mi historia con Gabriel era la mejor entre todas esas personas que se volvían a encontrar.

De pronto, a lo lejos de esa puerta, divisé a un chico joven: cabello castaño oscuro corto, rostro sin ningún rastro de barba y mirada inocente y sencilla que a la vez se mezclaba con un poco de arrogancia típica de él, de mi Gabriel.

Al cruzarse nuestras miradas, mi felicidad era tan inmensa que podía salir disparada de mi corazón, él como siempre sonreía y suspiraba.

—Ariel...

—Mercer —me apoyé en su maleta —, alguien se hizo un cambio extremo de look, pero dicen que cuando quieres de verdad a alguien...lo querrás hasta cuando se corta el cabello.

—¿Bromeas? —rió —He rejuvenecido diez años.

Caminamos hasta el auto sin decir ni una sola palabra, una vez más comprobábamos que las expresiones corporales hablaban más que nuestra boca.

No lo había tenido por un día y ya me desesperaba su lejanía, tal vez solo por eso disfruté recogerlo.

—¿Cómo te fue hoy? —preguntó acariciando mis mejillas sonrojadas por insolación.

Mi expresión era de dolor, tenía ganas de decirle "suéltame".

—Me suspendieron por el transcurso del día —tomé su mano para que dejara de acariciarme —, no se lo dije a mi mamá, por lo que aproximadamente a las diez de la mañana caminé media hora hasta mi casa, bajo el sol.

—¿Por qué te suspendieron? —dijo más serio.

—Porque le aventé la madre a Giovanni.

—No debiste, carpe diem...

—¿Qué?

—Goza la vida sin excesos ni conformismos, viviendo cada día como si fuera el último —sonrió —, apuesto a que no te gustaría golpear a uno de tus amigos el último día de tu vida.

—Oh —me sorprendí —, tienes razón...me gustaría golpear a todos.

Y esta fue la primera vez que Gabriel solo rió sin cesar en vez de poner sus ojos en blanco, su risa era tan melodiosa que cualquiera creería que fingía...pero no, no era así, no era la risa de un tipo sofisticado que actúa en el cine o de un conductor de televisión queriendo quedar bien, era Gabriel Mercer siendo él mismo después de mucho tiempo.

Nos limitamos a guardar silencio mientras escuchábamos la radio y cuando sonaba algo que nos gustara a los dos lo tarareábamos o lo cantábamos en caso de saber la letra. De vez en cuando volteaba a ver cómo su mirada estaba fija en el camino; la mía también lo estaba pero de un camino diferente, porque Gabriel había sido el camino que elegí, que cualquiera en mi lugar habría elegido.

Lo amaba, lo amaba tanto que después de unos minutos me acostumbré a su corte de cabello y a su rostro lampiño de nuevo, lo amaba tanto que prefería admirarlo que conducir, lo amaba tanto que...cometería cualquier estupidez que esté en mi mente.

Gabriel inesperadamente cambió la estación de radio por los numerosos anuncios que había.

—Esta canción es buenísima —dijo riendo.

Me quedé callado porque no la conocía, era un pequeño solo de guitarra.

Yo no sé...lo que me pasa cuando estoy con vos...—movía sus hombros mientras cantaba y me señalaba.

Comencé a reír, nunca imaginé que ese tipo de música le gustara a Gabriel.

Me hipnotiza tu sonrisa, me desarma tu mirada... —sonreía coqueto mientras cantaba.

—Ya lo decidí —suspiré negando y sonriendo —. Voy a cambiar la estación —bromeé.

—Todavía que te canto algo lindo por primera vez en la vida —cruzó los brazos.

—Es broma —volteé los ojos —sigue cantando, prisionero.

Dejó de cantar para verme mientras conducía, me preguntaba que estaría pensando en ese momento al observarme.

Cambió la estación antes de que la canción terminara.

—Uy...esta canción... —suspiró.

—No conozco mucho de Latin —dije sin quitar los ojos del camino —. Tú escuchas de todo, ¿no?

—Te sorprenderías si escucharas la música de mi iPod, de la nada estas escuchando rock y viene una cumbia.

Reí.

—Eso es bueno y raro...

Siempre has sido tú —siguió cantando.

—Ay —hice una mueca —, ya sé qué canción es —negué —. No me cantes eso.

—Está bien —se burló.

Sin darnos cuenta habíamos llegado a mi casa, decidimos entrar y estaba completamente vacía... ¿dónde demonios estaba mi mamá?

Lo tomé de la mano y subimos corriendo las escaleras como siempre. Eché llave a la puerta de mi cuarto y me senté junto a él en el suave colchón de mi cuarto.

Sus manos subían por mi cuello y me acercaban delicadamente a su rostro, cuando estuvimos frente a frente solo nos acariciamos con la nariz, como haciéndolo inmortal con tan solo cruzar miradas, sin pensarlo sonreía como un tonto y él solo me imitaba, ¿realmente era feliz estando así conmigo?

—Ariel te tengo que decir algo —se separó de mi rostro de manera brusca y cambió su expresión de calma y amor.

—Yo también...

—Tú primero.

No me esperaba eso, solo asentí, suspiré y me preparé para decírselo.

—Golpee a Giovanni porque cuestionó lo nuestro y estoy harto de que me juzguen, ah y...también porque le dije que no quería ir a su fiesta a mitad de semana (o sea hoy) porque tenía cosas más importantes que hacer —expliqué —, además es muy insistente y sabes que no tengo paciencia.

Asintió sonriente y me besó tiernamente, estaba preparándome para lo que él me diría.

—Antes de que te diga lo que vi —mordió su labio inferior, estaba nervioso —, quiero que me prometas que no sentirás nada.

Hizo un puño con su mano y levantó su dedo meñique, hice lo mismo y se lo prometí a pesar de que no sabía que me diría.

—Cuando te dije que vi a tu padre con la señora Lombardi —miró hacia otra dirección —no estaban sonriendo y tomándose un café, o sea sí, pero —su mirada estaba por debajo de la mía —los vi besándose.

Y cómo era una persona de palabra no sentí nada, solo escuchaba por dentro de mí como el corazón se me partía en mil pedazos. Me dolía, me quemaba, mi corazón estaba siendo estrujado por mi padre y su infidelidad.

—Siempre creí que... —no podía seguir hablando o me destruiría, o rompería mi promesa.

Gabriel supuso que me derrumbaría en todo e hizo lo mejor que un ser podría: abrazarme y darme el cariño que necesitaba en ese momento, no quería que mis lágrimas corrieran por mis ojos, aún no.

—Sé que te hice prometer que no sentirías nada, pero —remojó sus labios —desahógate un poco, tienes todo de mí ahora.

Me recosté en su hombro y las lágrimas se desprendían sin sollozos.

—¿Sabes qué quiero ahora?

—Lo que quieras te lo concederé.

—Quiero estar a tu lado toda la noche, me haces falta...

—Por un momento pensé que me pedirías alcohol o un cigarro.

—Cambié desde que te conocí, además solo he fumado una o dos veces y exclusivamente contigo —lo miré —aunque pensándolo bien...quiero fumar.

—No sabes fumar —besó mi nariz tiernamente —, pero si insistes...

De su bolsillo trasero extrajo dos cigarros normales, colocó los dos en su boca mientras buscaba con sus dos manos el encendedor, jalé el primer asesino y lo metí en mi boca remojándolo por la espera.

Caminamos hasta la ventana para no llenar mi cuarto de humo y Gabriel prendió su cigarro.

—Prende el mío también.

Negó mientras expulsaba el humo fuera de la ventana.

—Sería un abuso que te diera uno para ti solo —arqueó la ceja —toma —me pasó el suyo entre sus dedos.

Lo recibí un poco enojado e intenté no ahogarme ni toser, los intentos eran en vano ya que me había olvidado como es que Gabriel conseguía no hacerlo.

Él lanzó una carcajada por mi lamentable acción.

—Siento que mi garganta se pudre en fuego —seguí tosiendo.

Gabriel rió, quitó las cenizas, lo apagó sin haber terminado y suspiró.

—Me pasaba igual, pero es porque absorbes mucho humo —dijo dulcemente —, mi padre me enseñó a fumar.

—¿Y aprendiste algo?

—No mucho —sonrió —, debo admitir que después de tres años o más he vuelto a fumar.

Asentí mientras miraba la oscura ciudad apoyado en mi ventana.

—Prométeme que no fumarás a menos que sea conmigo.

—Será muy fácil cumplirlo —cruzó los brazos —de todas maneras no me gusta hacerlo. Es decir, no me gusta pero me relaja.

—A mí tampoco, se siente horrible —tomé su mano derecha —, te amo.

Sonrió y no dijo nada.

No dijo ni un yo también.

No dijo nada de nada.

Se acercó a mí y me besó sin más.

—Me alegra —dijo cuando se separó de mi rostro —yo también lo hago pero quería que te desesperes un rato por no recibir una respuesta inmediata.

—¿Ves esas luces de colores? —señalé.

Asintió.

—Ahí es la fiesta de Giovanni.

—¿Vamos? —él sabía que necesitaba algo así para liberar estrés.

—¿Irías a una fiesta juvenil vestido así de elegante? —lo señalé de pies a cabeza.

—No, porque sé que tú has robado ropa que me pertenece...

Suspiré y tendí en mi cama lo poco de ropa que había sacado hace mucho del cuarto de Gabriel.

—No sabía que tenía esto —levantó una camiseta gris oscuro —gracias.

—Pero, ¿por qué te quieres desvestir en mi cara?

—Somos hombres —alzó los hombros —, ¿qué problema hay?

Suspiré y me fui del cuarto.

—Cuando termines...bajas —dije fuerte desde afuera de mi cuarto.

Bajó en menos de cinco minutos y tenía razón...con el nuevo corte de cabello lucía mucho más joven de lo que aparentaba, no diez pero sí cinco años menos.

Mi mamá aun no llegaba por lo que nos fuimos como si nada pasara. La casa de Giovanni era relativamente cerca de ella, unas cuantas cuadras nada más.

Cuando llegamos en la puerta había cajas con máscaras de todo tipo.

—Yo quiero ser Jason —me coloqué la máscara.

—Yo seré —dudó —. ¿El zorro?

Se la colocó y se veía muy bien, o es que el amor me había absorbido el cerebro para diferenciar lo bello de lo feo.

Entramos a unirnos con el montón de gente que también llevaba puesta una máscara diferente y Gabriel no dejaba de observar todo lo que había.

—¿Acaso nunca has ido a una fiesta?

—Sí he ido —rió —, pero eran diferentes.

—Voy a buscar a Giovanni —le avisé —. ¿Crees que estarás bien si te dejo un rato solo?

Asintió.

Le pregunté a mucha gente si había visto al anfitrión pero nadie me dio alguna pista, estaba demorando más de lo esperado y sabía que si tardaba un segundo más las chicas se comerían a Gabriel.

Dejé mi primera búsqueda para ir con el amor de mi vida, lastimosamente cuando volví al lugar donde lo dejé ya no estaba.

Caminé desesperado, no era posible desaparecer tan rápido en la casa de Giovanni. Y cuando di todo por perdido ahí estaba él, rodeado por cuatros chicas con máscaras de animales, inferí que eran las 4M, y sí, al acercarme lo comprobé.

—Dicen que me están haciendo ronda —dijo Gabriel muy inocente.

Estallé de carcajadas, no tenía ni idea de lo que era una ronda.

—¿Saben quién es? —les pregunté a las cuatro.

Negaron.

—Pero está buenísimo —rió Milena, estaba ebria —acabo de pasarle mano y uffff.

Reí más porque apostaba a que Gabriel no notaba como unas cuatro chicas en estado de ebriedad lo deseaban para una orgía, al menos a Milena sí se le notaba.

Lo agarraba por detrás colocando sus manos en su pecho y él solo se estremecía.

—Vámonos de aquí —le dijo a Gabriel.

Él la miró confundido y se liberó de ella ejerciendo un poco de fuerza.

—¿Bebemos algo? —dijo apenas se acercó a mí.

Asentí y colocó su mano por mi espalda, dándome de rato en rato besos en la mejilla sin importarle la máscara porque la hacía a un lado.

Me la quité y no me importó que me vieran.

—¿Cómo es que terminaste estando con ellas?

—Pues —recordó —estaba ahí tranquilo parado observando el panorama, bajé la guardia y las chicas me acorralaron por delante, por atrás y por los costados, me llevaron hasta esa sala en la que estaba y sí...hacían movimientos como para provocarme pero solo me reía —sonrió —luego dijeron que me harían ronda y llegaste antes de que pudieran hacer algo peor conmigo.

Escuché su historia mientras bebía lo de los vasos, que por cierto no tenía ni idea de lo que era.

—Para mí que las han drogado para que tengan el deseo sexual más fuerte —tomé un sorbo.

—¿Por qué lo dices? —él también cogió uno de los vasos rojos de la mesa.

—Porque los rumores dicen que todas las de su grupo son como hornos microondas.

—¿O sea...?

—Calientan pero no cocinan.

Rió mientras bebía lo que sea que estuviera en el vaso.

—No lograron calentarme —dijo Gabriel orgulloso.

—Es que tú eres extraño —rodé mis ojos —. Bésame...

—¿Aquí? —dijo disgustado.

—En aquel sillón —señalé —. Todos pensarán que estamos borrachos.

Nos sentamos como dos personas normales, esperamos un poco y luego comenzamos a besarnos mientras yo cubría mi rostro sosteniendo la máscara de Jason ensangrentada.

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