Prevenciones
Era una tarde como cualquiera; las nubes inundaban el cielo, el clima era templado y el panorama pacífico.
Se observaba al castaño caminar rápidamente en dirección a la única casa blanca de aquella residencial, llevaba unos papeles importantes dentro de una libreta negra. Los destellos de sol le creaban una aurora iridiscente por el bruñido de las ventanas, su figura era inconfundible y llamativa.
Al llegar a la casa, esperó esbelto a que la puerta por fin se abriera, el asunto que quería arreglar era de vida o muerte.
—¿Qué lo trae por aquí?, Ariel no llega hasta las tres en punto—sonrió la pelirroja al abrir la puerta.
—Necesito que me haga un favor —levantó los papeles —, es un favor muy urgente.
Lo hizo pasar al salón principal, le invitó una taza de café y conversaron acerca de los papeles llenos de letras. Gabriel Mercer la explicó toda la situación a la que estaba amarrado, si alguien se llegara a enterar lo mancillarían y sería terrible. Sin embargo, Olivia aún no encontraba una razón necesaria como para concederle ese favor tan grande, era evidente que no lo entienda y es que los pensamientos de Mercer ocultaban millones de argumentos, lo que le estaba diciendo en ese momento eran puras falacias, excusas, justificaciones innecesarias, pretextos; era cualquier cosa menos la verdad y la realidad que lo acorralaba cada noche en esa pequeña habitación cuyas paredes estaban gastadas y despintadas, como él en ese momento.
Olivia no lo pensó dos veces y sin sangre en las manos firmó cada uno de ellos, pensaba que haciéndolo iba a mejorar las cosas, o quizá a empeorarlas menos.
—Por dios, Olivia —rió Mercer —usted firma los papeles como si fuese algo malo.
—No lo es —pensó —, pero es algo extraño, ¿qué clase de persona pide una transferencia vehicular?
—Sé lo que hago, créame —sonrió con sus dientes impecables, como siempre —no por nada soy licenciado en derecho —la miró fijamente— además porque...Camilo San Román está loco, y fácilmente puede averiguar mis movimientos, si se enterara de todo lo que tengo —suspiró —me quitaría hasta lo poco que me queda de vida.
Olivia se preguntaba a sí misma, ¿por qué?
—Tiene una interrogante, ¿verdad? —Gabriel lo sabía todo —si se pregunta por qué es que no puedo...es porque los religiosos no tienen nada suyo, sin embargo, usted sabe mi situación.
—Pero Gabriel...piénsalo de una vez, ¿verdaderamente quieres vivir así?
Gabriel al ver que Olivia ya había terminado con esos trámites, los guardó en su libreta y se despidió de ella amablemente.
—Solo tengo que ir a los registros a pagar.
—Piénsalo bien.
—Por eso mismo estoy demorando, debo de pensarlo bien.
Quién sabía si Camilo San Román había visto todo el protocolo que Gabriel ejecutó al conseguir esos papeles, cómo hizo que los firmaran, y luego cómo huyó con las pruebas hacia el registro para pagar una cantidad insignificante, solo que muchas veces lo pequeño nos ayuda más de lo que necesitamos.
Al regresar, Camilo San Román estaba parado en la puerta gigante con los brazos cruzados esperándolo, como usualmente lo llevaba haciendo.
Pero a Gabriel no le preocupaba eso, no le importaba nada y pensar que es una de esas personas que toman todas las actitudes como esenciales...Camilo le llegaba altamente.
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