Penúltimo

—No puedo creer que en serio estabas hablando y riéndote con ella —dije mientras peinaba con los dedos mi cabello hacia atrás —, de verdad no puedo creerlo.

—Pensé que ella te agradaba —hizo sus hombros hacia arriba como si no le importara en lo absoluto.

—No —grité —digo, sí, pero no es para que estés con ella —crucé mis brazos mientras daba vueltas por mi cuarto —, ¿cómo te sentirías tú si yo hiciera lo mismo?

Gabriel se sentó a mi costado y apoyó su mentón en sus dos manos como risueño mientras cerraba los ojos.

—Me valdría una mierda —sonrió con todos sus dientes —una grande, quizá más, una enorme mierda —rió sarcástico —, es broma, pero sí me daría igual —pasó su brazo derecho alrededor mío y empezó a estrujarme.

Suspiré e hice que me soltara, de alguna manera me sentía mal y no era por eso.

—Gabriel —mi rostro no expresó sentimientos —, la mitad de mi clase ha ingresado a la universidad y yo ni he postulado porque estuve esperando ese maldito test.

Gabriel dejó de sonreír, respiró profundo y expulsó el aire por la boca.

—No es tan difícil de lo que crees —acarició mis manos —te cuento que yo quería ser músico y luego periodista y después...no, nada más.

—¿Cómo es que de ser ab...

—¿Cómo demonios es que de ser abogado antes quise ser periodista? —preguntó completando mi interrogante —Estudié derecho para ser periodista —dijo burlándose de sí mismo —, aunque no lo creas ese fue mi objetivo principal, pero las cosas pasan por algo y al final me terminó gustando y aunque sólo ejercí en un convenio de prácticas puedo admitir que sí me gustó, la vida es tan perfecta que traza un camino especial para todos...al menos yo confío mucho en el destino, por eso mismo manejo mi vida como si alguien lanzara arena en la dirección del aire: me dejo llevar a ver qué pasa; es peor si lo piensas demasiado.

—¿Debería postular para la capital?

—¿Deberías? Tienes que hacerlo, todo es un riesgo, y sí, falta como un mes o dos pero tienes que intentarlo.

Temblé un poco por el frío y de estar a los pies de mi cama me moví hasta encontrar una posición prudente para quedar entre mis sábanas heladas. Gabriel hizo lo mismo solo para seguir a mi lado y estuvimos mirándonos como si nunca lo hubiéramos hecho, él con esa mirada penetrante y yo un poco intimidado porque mi mirada era plana y vacía, descolorida e insignificante.

No eran ni las seis de la tarde y ya hacía frío, así era el invierno aquí y aunque estaba demasiado acostumbrado, siempre me tomaba por sorpresa y me hacía ver como un inexperto ante la baja temperatura.

Gabriel acariciaba mis manos con sus pulgares y besaba cada centímetro de ellas mientras me veía a los ojos de vez en cuando y sonreía, me hacía sentir amado, y más que amado...me hacía sentir vivo.

De manera repentina, alejé mis manos de sus labios para colocarlas en su cuello y así poder acercarme más a ellos con los míos; era la primera vez que yo tomaba el control en un beso con él y me sentía bien, de vez en cuando abría mis ojos para ver su delicado y suave rostro al frente mío.

Mantuve mis ojos abiertos por un largo tiempo en el beso y de pronto Gabriel abrió los suyos, se sonrojó tanto que no quiso seguir besándome y me hizo para un lado con sus brazos.

—¿Qué tan feo me veo? —preguntó bromeando —, no sabía que usted, mi querido Ariel, mantenía los ojos abiertos en un beso nuestro, el cual solo se debería sentir y ver con los labios.

—¿Acaso tú nunca lo has hecho?

—Sí, pero por segundos muy pequeños —comentó para defenderse.

Mordí mis labios por el nerviosismo y él los acarició para que deje de ejercer presión en ellos, notaba todos mis sentimientos y no me molestaba.

—Ariel —hizo una mueca y luego respiro profundo —, te tengo que decir algo no tan agradable y... ¿Por qué tu mamá no anda en la casa?

Le presté más atención a sus palabras y en mi mente buscaba una respuesta a su pregunta inoportuna.

—Últimamente mi mamá ha estado muy extraña —levanté la mirada —, pocas veces la encuentro en la casa y en la mañana el desayuno ya está servido para que lo consuma pero ella no está en la mesa, ni en la casa —lo miré con inseguridad —, ¿qué es lo que tienes que decirme?

Él acarició mi cabello y lo envolvió entre sus dedos, colocó la frazada por encima de nuestras cabezas y la tenue luz de la tarde hacía que en nuestro rostro se reflejara un tipo de luz azulina debido a la tela.

—¿Has notado que dificultas todo este asunto? —levanté una ceja —¿Y qué dramatizas todo para hallar un ambiente romántico?

Sonrió disimuladamente y luego reincorporó su seriedad.

—Me voy a ir —hizo círculos en mis nudillos con sus pulgares — y me siento triste por eso, yo sé que tú y yo teníamos planes, en especial yo tenía planes para tus vacaciones y...

—No digas más —cerré mis ojos —, ¿a dónde te vas? ¿Cuándo regresas?

—Eso no es seguro, ni yo lo sé, tú mismo sabes cómo es la vida que llevo —posicionó sus dedos en mis sienes —. Te amo y debes continuar tu vida con o sin mí, es lo único que te pido.

Asentí sin abrir los ojos, presioné sus muñecas y mientras se me hacía un nudo en la garganta porque de nuevo sentiría su ausencia, respiraba agitadamente.

—Gabriel Mercer —abrí mis ojos —tú siempre resaltas eso de que la vida es solo una —hice una pausa para que asintiera —y me gusta mucho eso del destino y lo demás pero...hoy me gustaría hacer algo especial, algo inolvidable —intenté sonreír pero en vez de eso mi rostro mostró un gesto de dolor —el problema es que no he decidido eso especial que quiero hacer contigo, así que... ¿qué tal si solo vamos a la cocina, tomamos un café y comemos galletas de champagne mientras esperamos a que el destino ponga algo en nuestro camino?

Se paró sin energía y somnoliento dejó que yo lo condujera hacia el comedor. Moví una silla para que se sentara y puse la cafetera en marcha, cómo me encantaba el olor a café pasado de la fina selección.

—Había olvidado cómo es que el café pasado impregna toda la sala en segundos —inspiró y cerró sus ojos disfrutándolo.

—Confieso que hace mucho que no bebo café.

Gabriel aplaudió tan fuerte que casi me aturde y luego metió una galleta entera a su boca desparramando las migajas por todo sitio.

—¿Es por Olivia? —preguntó atento.

—En parte sí —respondí inseguro —, mi mamá siempre me lo preparaba o a veces me llamaba por las escaleras y me preguntaba: ¿Ariel, quieres café?; y todas las tardes después de almorzar bebíamos el típico café, yo en esa taza de Star Wars negra que me regaló mi papá y ella en una simple taza blanca...sin imágenes, sin algo característico.

—Tu mamá está muy rara, la verdad.

—¿Crees que lo sepa? —pregunté insinuando lo de la señora Lombardi.

Gabriel miró hacia arriba con su mano derecha en el mentón y luego negó con la cabeza cerrando los ojos.

El café ya estaba listo, corrí por él a la cocina para evitar más preguntas y respuestas incómodas y comencé a servirlo en dos tazas: esas de color entero; le coloqué dos cucharaditas de azúcar a cada una y luego las llevé a la mesa.

Él miró su reloj, como es de costumbre, y el tiempo había volado, en menos de un segundo ya eran las siete.

—¿Decidiste eso especial que haremos? —preguntó Gabriel luego de beber un sorbo de café.

—Me gusta tu reloj —comenté para evitar su pregunta.

—Eres increíble —musitó sarcástico, se quitó el reloj, tomó mi mano izquierda y me colocó.

—¿Ahora sí me veo como un tipo interesante con toneladas de dinero? —le presumí su reloj y solo sonrió.

Antes de que Gabriel pudiera decir algo su celular vibraba una y otra vez, al parecer una llamada. Él lo silenció y quiso pasar desapercibido pero al final terminó yendo a un lugar un poco lejos donde aún podía verlo y contestó la llamada misteriosa. Al volver, Mercer estuvo molesto, ¿qué la habían dicho?

—¿Quién era?

—Nadie importante —respondió seco —, devuélveme mi reloj.

Lo desajuste de mala gana y lo levanté ante sus ojos como si fuera a hipnotizarlo.

—Te lo doy con una condición —crucé los brazos con el reloj aún en mano —dame un beso muy intenso.

No lo pensó dos veces, se apoyó en sus manos y luego sonrió aliviado.

—Define: intenso.

—Con vehemencia —me coloqué el reloj para que empezara el juego.

Se levantó de la silla no sin antes terminar su café.

—Que quede claro que solo quiero mi reloj, no tengo ganas de esas cosas.

Al terminar con sus explicaciones innecesarias me tomó con fuerza de las caderas levantándome de la silla, caminó conmigo en brazos hasta el sillón más grande de la sala y me dejó caer.

—Si es que sientes que te ahogas porque peso mucho solo me empujas.

Gabriel apartó mis piernas de donde se iba a sentar y sus manos llegaron hasta donde las mías reposaban.

—Así de fácil no me lo quitas —posicioné mis manos debajo de mi espalda.

Suspiró y volteó su mirada oscura y profunda. Lo siguiente que hizo fue acorralarme con sus manos apoyadas en el sillón, se hundía pero me parecía sensual que hiciera lo que sea para mantenerse siempre firme; su rostro subía desde mi cuello hasta mis labios con pequeños besos y caricias con su nariz respingona y suave justo en la punta.

—Solo pedí que me besaras con vehemencia —lo detuve cuando estaba a punto de besarme de verdad.

—Eso hago, mi amor —besó mi mejilla derecha y se dejó caer en mi pecho.

El sillón era enorme por lo que me hizo a un costado enrollando sus piernas con las mías, con sus dos manos me tomó de manera delicada y me acercó a sus labios, ¿quién iba a creerle al cínico de Gabriel Mercer? Si era obvio que me deseaba tanto como yo a él.

Nuestros movimientos estaban conectados y nuestras lenguas iban a la par en esos besos que el insensible de Gabriel me daba, en uno de esos besos logró arrebatar el reloj de mis manos como si estuviera hecho de mantequilla.

—Listo —dijo Gabriel cuando consiguió su objetivo y se apoyó en mis piernas para poder sentarse de nuevo —. Por dios, Ariel —rió al tocarme —eres muy fácil de cautivar, acepto que seas un adolescente un poco inexperto que tiene hormonas alborotadas... ¡Pero no es para tanto!, solo fue un beso.

Mi rostro se tornó a un color rojo intenso, agarré un cojín del sillón para cubrirme antes de que Gabriel siguiera burlándose de mis reacciones ante su tacto.

—Te espero arriba, niño —anunció desde las escaleras y subió de manera elegante y vistosa.

Lo seguí, no sin antes ir a calmar mi calor con agua en el baño; al abrir la puerta de mi cuarto lo encontré bajo las sábanas muriendo de frío, cubierto hasta antes de los ojos mientras jugaba con sus cejas al mirarme.

—¿Mucho frío? —pregunté mientras dejaba mis zapatos al pie de la cama.

—El frío me causa sueño —balbuceó —, ¿dormimos?

Crucé mis brazos acusándolo de cobarde con mis ojos y luego me cubrí también con las sábanas a su lado.

—Mejor tengamos sexo —doblé la manta para poder ver su rostro.

—Solo piensas en eso...

—No me refiero a lo que piensas —volteé a verlo —, me refiero a hablar hasta que nos dé sueño, a desnudar nuestras almas y fusionarlas...así como lo que ocurre cuando me besas, a observarnos y descubrir que es lo que nos gusta de nosotros, a conocernos de una manera más personal e íntima sin tener que tocarnos —respondí emocionado —. No todo en la vida es un pedazo de carne, Mercer.

—Es triste que empieces a entender lo que realmente es el amor cuando estoy a punto de irme.

—Es triste que te vayas cuando por fin he aprendido a amarte.

Ante mi respuesta, él estuvo atónito por varios segundos sin saber qué decir, luego conversamos con normalidad como siempre...haciéndonos promesas que no cumpliríamos, riéndonos de chistes sin sentido que solo causaban gracia porque uno de los dos lo contaba, besándonos, gozándonos.

Había llegado la hora de dormir, la hora en la que la gran charla de conocimiento concluiría y seríamos libres de descansar de nosotros.

Mis ojos se cerraron lentamente y se abrieron de igual forma media hora después, volteé y Gabriel Mercer no estaba a mi lado, lo busqué con la mirada por todo sitio y no lo encontraba, ¿tan rápido se había ido?

De pronto, la puerta de mi cuarto se abrió y me encontré con su mirada somnolienta mientras sostenía dos vasos de agua.

—¿Buenas noches? —cubrí mis ojos con las manos y bostecé.

—Buenas noches —caminó hasta la cama y me dio uno de los vasos —, ¿también escuchas todo ese ruido?

Giré mi cabeza hacia la ventana y guardé silencio, no sabía de qué ruido me hablaba. Dejé el vaso de agua en mi mesa de noche y me paré a ver qué estaba pasando por la ventana.

—Es una fiesta.

—Lógico, es viernes —respondí seco.

—Deben estar muy ebrios como para bailar así —se burló, podíamos observar todo desde mi ventana.

—Deben estar demasiado ebrios porque han puesto salsa, nadie pone salsa.

—Son de la vieja escuela, quizá —bebió un sorbo de agua sin dejar de observar la fiesta.

Lo pensé bien por unos segundos y me di cuenta de que eso era, esa era la locura que debíamos hacer.

—Gabriel Mercer —dije entusiasmado —, creo que ya sé que locura haremos esta noche.

—Dime —suspiró.

—Vamos a colarnos en esa fiesta de ebrios para bailar salsa —mordí mis labios y luego sonreí como una psicópata.

Gabriel escupió al vacío lo poco de agua que conservaba en su boca y luego rió.

—Va a ser muy raro ver a dos hombres bailando, normalmente esto es en parejas —dudó —ya sabes...

Gabriel tenía razón, era muy extraño todo ese asunto, estaban ebrios pero no eran tontos.

—Pues —jugué con mis dedos —, nadie ha dicho que serán dos hombres bailando —sonreí de manera dulce —mi mamá tiene una peluca en su cuarto y...

—Carajo, Ariel —negó —, ni pienses que te vas a poner una peluca, antes muerto.

Caminé rápido antes de que pudiera reaccionar, busqué la peluca en el cuarto de mi madre y cuando la encontré intenté colocármela de manera que oculte mi cabello real. Era una peluca rubia, con ondas ligeras y un cerquillo que llegaba hasta mis cejas.

De nuevo llegué a mi cuarto y enrollaba mi cabello falso como esas chicas sensuales mientras Gabriel Mercer negaba con su cabeza y suspiraba.

—Quítate eso antes de que yo te lo quite —ordenó.

—Gracias, ya sé que me veo atractivo con cabello largo —reí —, ¿qué problema tienes con la peluca?

—¿En serio me preguntas eso? —dijo indignado —Número uno —levantó su dedo índice simbolizando el número —no me gustan las rubias —cruzó sus piernas y pensó —, número dos —hizo lo mismo con los dedos —te ves muy, pero muy raro y me espanta un poco —se levantó y caminó hasta a mí con pasos largos —y por último, número tres —toco mis hombros —lo que más me aterra de este asunto —señaló la peluca —es que con eso sí pareces una chica...una chica con poquito de testosterona.

Me quité la peluca, solo que no para complacerlo, sino porque quería probársela. Gabriel miró hacia arriba al ver el cabello rubio en su cabeza.

—Ariel —levantó sus cejas —, quítame eso.

—Tú pareces un cantante de metal —dije tranquilo y después me coloqué de nuevo la peluca.

Él rió divertido ante mi comentario y cedió ante la proposición de bailar salsa en una fiesta.

—Pero con esa ropa no me creo ese cuento de que eres mujer, mi querido Ariel.

—¿Crees que si me visto con un vestido o una linda falda negra parezca una chica?

—Sí, quizá —cruzó los brazos y suspiró —sigo creyendo que es una malísima idea...

Negué moviendo mi cabello falso de un lado a otro y entré al cuarto de mi mamá para buscar algo lindo y creíble.

Buscaba y buscaba entre los cajones de mi madre y los colgadores, donde solo rescaté una camisa blanca, una falda tableada y un vestido amarillo. Llevé la ropa hasta mi cuarto y se la enseñé a Gabriel.

—El vestido no —lo señaló con disgusto —, no está feo ni nada, pero fíjate que estamos yendo a una fiesta de noche y el amarillo es más para el día.

Asentí, a veces tenía razón y era obvio que sabía de esas cosas.

Ya cambiado y convertido en alguien diferente modelé ante los ojos de Gabriel para que me diera un visto bueno.

—Es una malísima idea —hizo una mueca —y te falta un poco de maquillaje.

—¿Qué piensas? No sé maquillar.

—Yo —dudó —sé un poco de eso, hace años mi mamá vendía maquillaje y me llevaba a sus cursos de aplicación.

—Debió ser hace mucho...

Gabriel aplicaba rubor y base natural con brochas mientras la esparcía con esponjas y limpiaba los excesos con algodón y con sus dedos. Al verme en el espejo, mis labios estaban más humectados y mi piel se veía más estilizada con un estilo muy natural.

—¿Te sientes bien? —preguntó inseguro.

Asentí con duda, quizá si era una mala idea pero ya no podíamos arrepentirnos porque ya estaba hecho.

Salimos de la casa y una ola de frío impactó nuestros rostros haciendo que me den escalofríos, Gabriel me puso su casaca de cuero encima de los hombros y me sostuvo del mismo lugar, apoyé mi cabeza en él mientras caminábamos en dirección a la fiesta del vecino.

—Somos novios —entrelazamos las manos —y se supone que no deberías posicionar tu mano solo detrás de mi espalda porque soy una chica, ¿no?

Los ojos de Gabriel se tornaron blancos y bajó su mano izquierda hasta un poco más arriba de mis caderas, con la otra mano apretó la mía como si fuéramos esas típicas parejas y luego la besó suavemente.

—Nancy.

—¿Qué?

—La vecina se llama Nancy —aclaré.

Al llegar a la puerta entramos sin ninguna limitación hasta que la vecina nos interceptó cerca del patio.

—Nancy, ¿cómo estás? —preguntó Gabriel sonriendo como si la conociera.

—¿Luca? —preguntó un poco ebria —¡Chicos!, Luca está aquí, nueva novia, ¿eh? —rió —como siempre, rubias.

Cuando Nancy se fue, Gabriel estalló lanzando carcajadas.

Bailamos con los invitados ebrios y bebimos con mesura, Gabriel me sostenía del mismo sitio y me dejaba guiar por sus movimientos hábiles.

—¿Sabías que no sé bailar? —pregunté mientras colocaba mi cabeza sobre sus hombros.

—Solo déjate llevar por mí —susurró a mi oído —. No puedo creer que estés con zapatillas y falda, eres como esas chicas que les gusta a todo el mundo.

—La diferencia es que no poseo curvas.

Bailábamos lentamente y de vez en cuanto Gabriel me besaba sin que le importe que alguien nos mirara debido a que nadie nos conocía de forma real y nadie sabía que yo era un chico, era la ventaja de la oscuridad y las luces rojas en las fiestas, la ventaja de ser un desconocido entre tantos conocidos, la ventaja del disfraz perfecto.

Cuando nuestros cuerpos no daban para más decidimos volver a mi casa, caminamos poco y a nuestro ritmo porque no teníamos un control específico y un tiempo determinado.

Abrimos la puerta y encontramos a mi mamá sentada en el sofá bebiendo el café de siempre en la típica taza blanca.

—¿Esa es mi peluca y mi ropa? —preguntó ella perturbada —No quiero saberlo —dijo antes de que pudiera responder —, anda a tu habitación y olvidaré que esto pasó, hola Gabriel.

Él la saludó y yo hice lo que ella me había pedido, cada prenda a su sitio, cada vestigio de maquillaje debía ser eliminado.

—Te dije que era una mala idea —Gabriel estuvo parado en la puerta —, sin embargo, me divertí —entró sin pedir permiso —, ha sido uno de los días más extraños y mejores de toda mi vida.

—Solo por ti hago estas cosas, Gabriel Mercer...

—Lo tengo muy claro —tomó mis manos —, ¿recuerdas que prometí bajarte las estrellas?

Asentí.

—Tú me has bajado la luna entera hoy día —susurró —y no pensé que alguien como tú llegaría a hacerlo, ¿es que acaso te has enamorado de mí?

—Estoy completa y locamente enamorado de ti —afirmé.

—Eso es terrible —hizo una mueca —lo siento, perdóname por irme —su expresión era triste y sombría —pero prometo hacer lo posible para regresar. Lo prometo, amor mío —besó cada centímetro de mi mano hasta mi brazo.

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