Pasión
Al día siguiente me desperté lo bastante tarde como para acicalarme. Me vestí con lo primero que vi y apenas me lavé el rostro, salí disparado con el desayuno en mano y por suerte llegué a tiempo.
Me senté al costado de Celeste y el profesor aún no había llegado.
Milena entró al salón en dirección a mí, Celeste la miró con odio mientras que ella sonreía hipócritamente.
—Ariel, querido —me saludo con doble beso, a veces era muy extraña—, ¿alguna —olfateó mi cabello y se quedó pensando —hueles...
—¿Huelo mal? —si olía mal era de esperarse, no me había ni peinado.
—No, y eso me sorprende —se acercó a mi cuello y siguió oliéndome —hueles delicioso —comenzó a mirar a todo sitio desesperada —. ¡Chicas! —llamó a todo su grupo.
Celeste estaba más disgustada, estaba seguro de que ella no podía ver a las 4M y Mercedes ni en pintura.
—Chicas sáquenme de dudas —jaló el cuello de mi camiseta —huele bien, ¿verdad?
Las cinco chicas comenzaron a olfatearme como perros.
—Hueles —Miranda respiró profundo —como a madera.
—No solo madera —Marlene estaba muy cerca de mí —, huele a rosas.
Celeste tenía una cara horrible.
—Exageradas, como si oliera tan bien —se acercó a mi pecho y sus ojos se pusieron como platos —. Dios...Ariel, hueles increíble.
—¿Qué loción usas? —preguntó Mara por detrás —me encantaría que mi novio también use eso, se siente como el paraíso.
No sé si estaban molestándome, pero la mayor parte del tiempo lo hacían, olfateé mis mangas y efectivamente: madera y rosas, Gabriel impregnó su olor en mí al dormir.
Por eso atraía a tanta gente, no solo era su sonrisa perfecta, sino era su olor profundo, su dulce olor.
No dejaba de olerme, Gabriel también me traía loco.
Celeste no dejaba de mirarme, ¿qué se traía?
Antes de que alguien me hablara salí disparado a mi casa, almorcé rápido, puse toda la ropa de Gabriel en una mochila y fui corriendo a la iglesia, jamás me había divertido tanto ir ahí.
Usualmente Gabriel me espera en las escaleras de mármol, pero hoy no estaba, entré a la iglesia y me senté en la última fila. Una presencia negra se sentó a mis costados y por el peso supe que no era Gabriel.
—¿Puedo ayudarte en algo? —dijo el desconocido dulcemente.
—No —evité no mirarlo —solo estoy esperando.
—Normalmente los jóvenes vienen aquí a confesarse... ¿deseas?
—No, no se preocupe —me estaba poniendo nervioso.
El padre Leoncio me vio y se acercó a nosotros.
—Ariel que bueno que vienes —me saludó —Gabriel fue a comprar algunas cosas, puedes ir avanzando si quieres —volteé mi vista y el tipo a mi costado se sorprendió mucho al oír el nombre Gabriel —. Ah...él es David —se fue rápidamente.
—Mucho gusto —me tendió una mano —, ¿Ariel? —preguntó dudoso.
—Sí.
David era delgado, no tenía el porte de Gabriel, tenía unos ojos verdes profundos y su cabello era demasiado negro.
—Yo sí soy consagrado —sonrió, haciendo referencia a Gabriel.
Gabriel entró en el momento menos indicado, con bolsas de papel en las manos y al verme sentado con David, casi se cae. David fue por él.
—Gabiriel —sonrió maliciosamente —, ¿debería ayudarte? —pensó —por supuesto que debo ayudarte.
—Gracias —se veía desganado —y es Gabriel.
—¿Sabes por qué debería ayudarte? —dijo esperando una respuesta —Porque eres un mariquita y no puedes solo —dijo quitándole todas las bolsas y se fue.
Me miró como disculpándose.
—Él es David —dijo algo triste y se fue.
Cogí la escoba y me puse a barrer las escaleras...sin Gabriel.
—Hey—apareció David —, ¿por qué tan solo? —no respondí —dime, niño, ¿qué te dan a cambio de limpiar?
—No me dan nada —se sorprendió.
—Pero nadie hace las cosas sin ningún beneficio.
—Mi beneficio es dedicarme a los demás y tener la satisfacción de que además de ayudar a otros me ayudo a mí mismo en forma espiritual.
—No te creo —rió —te pareces al mariquita, profundo, puras palabras y poca acción, ¿es una manera nueva de ganarte a la gente? Porque conmigo no funciona.
—David...no molestes al muchacho —el padre Leoncio lo jaló de las mangas, detrás de él estaba Gabriel —nunca se porta así —susurró.
—¿Qué tal si me ayudas en la cocina? —dijo Gabriel más animado.
Gabriel comenzó a preparar un pastel de chocolate, era un amor.
Hacía algunas cosas que me decía como pasarle los ingredientes. Estar los dos solos era muy placentero para mí.
Y vino David, agarró un poco de harina y la lanzó al piso.
—Limpia, Gabiriel —Gabriel estaba a punto de agacharse para limpiar.
Cogí la escoba inmediatamente y limpié eso, David me miró de una forma extraña, rio y se fue lentamente. Puso el postre al pequeño horno y se sentó a esperar.
—Listo —sonreía siempre con todos sus dientes blancos y perfectos —¿Quieres algo de tomar? —me quedé callado —Te prepararé algo de tomar.
Gabriel hizo chocolate caliente para todos, pero nosotros preferimos quedarnos en la cocina, conversando, riendo, pasando un buen rato.
—Me gusta el chocolate caliente —le sonreí —pero me encanta el tuyo.
—Gracias, cariño —tomó un sorbo.
Me acerqué a él y le di un beso con aliento a chocolate, entrelazamos nuestras lenguas, sentía sus latidos rápidos, Gabriel me encantaba. Sonó el horno indicando que ya había terminado y nos separamos rápidamente.
—Aquí no, cariño —susurró.
Inmediatamente se puso guantes de cocina para no quemarse las manos al sacar el pastel, olía delicioso.
David se acercó a observarnos desde la puerta.
—Esto me recuerda a una familia —esperó a que dijéramos algo pero nadie abrió la boca —ya saben, los adultos en la mesa y los niños en otro sitio —miró el pastel en manos de Gabriel y fue a buscar un cuchillo —. Lo único bueno que tienes —volteó hacia mí —, le gusta cocinar —me dijo como si fuera algo malo.
David cortó pedazos para todos menos para nosotros.
—¿Vamos a mi cuarto? —guiñó dos veces.
Corté dos pedazos y fuimos sigilosamente al pequeño cuarto de Gabriel.
Comimos. Si el olor era increíble, imagínense el sabor, amaba a Gabriel por todo.
—Tengo una pregunta.
—Comenzamos con el interrogatorio de nuevo —puso los ojos en blanco.
—No, quiero que me huelas —acercó su nariz a mi cuello y lo saboreó.
—¿Qué pasa? Hueles delicioso.
—Ese es tu olor, ¿qué usas? —lo miré directamente a los ojos.
—¿Eso importa? —frunció el ceño.
—Hoy muchas personas me dieron cumplidos por eso y...
—Espera —se paró y buscó entre los cajones, comenzó a oler un montón de lociones y por fin sacó una botella de color rojo llamada "Pasión".
Me la dio y efectivamente, era el mismo olor pero más intenso.
—Si te gusta tanto te la regalo.
—¿Y tú? —lo miré inocentemente.
—Tengo muchas más —sonrió —además...solo es una cosa, no se compara con todo lo que daría y haría por ti.
Gracias, te quiero. Eso solo estuvo en mis pensamientos porque...por alguna extraña razón no podía decírselo, quería, pero no podía. Y eso me entristecía.
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