Noviembre

Después de tantos días no dormía como lo había hecho en la madrugada, siendo consciente de mis actos y estando acompañado de mi persona favorita: Gabriel Mercer. Él era el único ser humano al cual sí era capaz de borrarle el maquillaje y cubrirlo con las sábanas de mi cama solo para que estuviera cómodo y duerma a la perfección; y aunque mis recuerdos eran vagas memorias de la madrugada, tenía la certeza de que había sido totalmente increíble.

Me desperté a las cinco de la mañana como todos los días y repasé cada cosa que había hecho el día anterior sin poder evitar sonreír y cubrir mi rostro con la sábana blanca que nos acogía, y, aunque usualmente cuando dormía con Gabriel él me abrazaba, no me molestaba en lo absoluto que me diera la espalda y temblara cada que quería tocarlo.

Poco a poco, Gabriel se estremeció más y volteó hacia mí de manera lánguida.

—¿Nunca has sentido que hay días en los que estás despierto pero no tienes ninguna razón para levantarte de la cama por las mañanas? —preguntó Gabriel, volteándose para quedar con la mirada hacia el techo.

—Creo que no —respondí acercándome a él —. Buenos días, ¿cómo dormiste?

—Me duele todo —hizo su cabello hacia atrás con las manos y luego se acomodó el supuesto vendaje de la anterior noche —, ¿crees que puedas decirme cómo terminamos aquí?

—Ah, solo nos aburrimos y caminamos hasta el patio de mi casa —pensé —y...entramos por la ventana, aclaro que te duele el cuerpo porque te caíste y te chocaste con algo...pisaste mal, luego sentiste frío así que te presté el pijama que tienes puesto, después nos cubrimos con el edredón y conversamos de estupideces y dilemas de la vida; solo recuerdo que nos dormimos y ya.

Gabriel bostezó y se volvió a acostar en la cama sin hablar.

—Si deseas levantarte estaré en la cocina —avisé —, te espero.

Como mi mamá salía todos los días así fuera día festivo aproveché la supuesta soledad de mi casa para preparar el desayuno o algo, sin embargo, al llegar al comedor, encontré a mi padre bebiendo su típica taza de café con leche, había olvidado completamente su presencia.

—No sentí a qué hora llegaste —comentó cruzando los brazos.

—Llegué hace unas horas —respondí y me senté en una silla al frente de él —, ¿cuándo te vas?

—Eso es muy grosero de tu parte, Ariel.

—Mira nada más quién habla —dije con sarcasmo —. Grosero es lo que haces con tu vida —musité.

Después de unos minutos, Gabriel se apareció en la cocina sin dejar de mirar a mi padre con confusión.

—Oh, Gabriel Mercer, no sabía que estabas aquí —sonrió mi padre —. ¿Deseas café?

Él asintió y se sentó a mi costado dándose cuenta de la mirada acusadora que le lanzaba a mi padre.

—¿Y cómo va con su mujer? —preguntó Gabriel sosteniendo la taza para verse más interesante.

—Olivia va de maravilla —suspiró —aunque lo único que ha hecho esta semana ha sido desaparecer...

—Me refería a la señora Lombardi —arqueó la ceja —, ya sabe...la rubia, no se haga el loco.

—Ariel...no le vayas a creer, sabes que solo es mi...

—Lo sé todo —respondí serio —. ¿Prefieres decírselo tú o yo se lo digo? No me gusta ser un alcahuete.

—Mejor se lo digo yo —intervino Gabriel —así es menos doloroso, a mí tampoco —desbloqueó su teléfono y mostró una foto de mi padre con la rubia —me gusta ser un alcahuete, de tal palo tal astilla... ¿No, Ariel?

—Ya hablamos de eso...

—Les juro que las cosas no son como las ven ahí —mi padre señaló la fotografía y luego cubrió su boca.

—Tengo una nota de voz que demuestra lo contrario —amenazó Gabriel —, dígame, ¿qué procede?

—Demonios, eres un maldito acosador, Gabriel Mercer —le hablé con voz fuerte, estábamos espantando a mi padre.

—Sí, fue una aventura —confesó —pero ya rompí todos mis vínculos con ella, no nos volveremos a ver nunca más, ni por trabajo.

—¿Por qué? —preguntó Gabriel mientras apoyaba los codos encima de la mesa.

—Porque tengo una familia.

—¿O será porque no puedes mantener a otra familia? —incriminé.

—No pienso hablar contigo, Ariel —respondió mi padre —. Y como les dije, lo de esa señora y yo nunca existió, y si pasó...fue efímero.

—Todo es efímero —respondió Gabriel, giró su cabeza hacia el reloj que se encontraba en donde se guarda los vasos y lo observó fijamente —. Ya es tarde, es muy tarde.

—¿Tarde para qué? —pregunté inocente.

—Hoy es día De los Santos —respondió bebiendo la taza de café de un sorbo.

Gabriel dio las gracias con una señal y antes de irse corriendo, revolvió mi cabello y luego lo enrolló en sus dedos.

—No entendí —le comenté a mi padre.

—No sabes cómo es la vida de un estudiante, ¿verdad? —esperó un poco guardando silencio para saber mi respuesta con tan solo mirarme —Todos los días escuchan misa...ya sea de difuntos o de aniversarios o alguna con cualquier otro motivo. Estoy seguro de que no conoces ni la mitad de lo que hace Gabriel en el día y cuando no está contigo, se parte el lomo estudiando y reflexionando.

—¿Aunque eso no sea para él?

—Aunque eso no sea para él —respondió asintiendo —. Quizá Gabriel Mercer sea un maldito paparazzi y tenga costumbres y formas de actuar muy extrañas, y por supuesto, me acuse de algo que está mal, pero es un buen chico, muy inteligente y educado, es de esas pocas personas que cuando hace algo lo tiene que hacer bien siempre...creo que por eso a pesar de todo lo que piense de mí yo nunca pensaría algo malo de él porque conocí a su padre y me recuerda mucho a él: su mirada penetrante y calculadora, sus dedos largos y flexibles, su actitud firme y llena de fortaleza; es el más claro reflejo de Ace Mercer, es igualito. Probablemente, conociendo a Gabriel es obvio que rezará por el alma de su padre, hoy día de todos Los Santos.

—Oye, viejo, me hablas maravillas de su padre y él ni me lo menciona —dije riendo.

Me levanté de la mesa, di las gracias y luego regresé a mi cuarto a ordenar todo el desastre de la madrugada. Las sábanas estaban regadas por el piso, la ropa estaba desparramada entre las sábanas y mi cómoda de libros estaba en el piso debido a que Gabriel se había chocado con ella cuando entramos por la ventana.

Algo que acostumbraba hacer cuando dejaba cosas en el piso era sacudirlas porque a veces las arañas se escabullían por ahí, hice eso con las sábanas y mis prendas de ropa, hasta con los libros; cuando sacudí mi pantalón, algo cayó de los bolsillos, y no eran monedas, al principio pensé que era una bolsa de comida pero mientras más me acercaba al plástico extraño más me daba cuenta de que no era así, levanté el objeto con sumo cuidado y asco, y me di cuenta de lo que era: un maldito condón con lubricante fresco lleno de marcador permanente; al doblarlo en dos en un lado, con una letra ilegible se podía visualizar "siempre" y en el otro costado con una letra más temblorosa decía "esto no está usado".

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