Marlene

Ezequiel a pesar de ser un año menor era alguien intenso, ejemplar, y sobre todo educado. Me encantaba.

Desde la primera vez que lo vi supe que era para mí, solo había un problema: era un desperdicio, o solo pongámoslo como...alguien que no era mi tipo, o al menos alguien con quien nunca podría compartir momentos fuera de una amistad hermosa y sincera.

Y ahí estaba yo como estúpida, al otro lado de la ciudad en un parque lleno de parejas, y por supuesto...con Ezequiel.

Otro san Valentín con Ezequiel. Otro catorce de febrero siendo solo amigos.

—¿Qué te pareció la actividad de hoy? —sonreí, porque solo sonriendo obtenía éxito.

—Me pareció interesante —Ezequiel comió un pedazo de chocolate que yo le regalé —y a esto me refiero con tu amigo, el pelirrojo.

—¿Ariel? —tosí un poco, ¿qué tenía que ver él en esto?

—Sí, era muy extraño —llevó otro pedazo a su boca.

—¿A qué te refieres? —mordí un poco mi labio inferior, Ariel era el único puente hacia Gabriel.

—Sé lo que estás pensando —suspiró —, pero el hecho de ser bisexual no significa que me guste, eso es un juicio demasiado tajante en comparación a lo que te diré.

Me disculpé con una seña. Y es que yo más que nadie sabía que Ezequiel prefería más a los hombres que a las mujeres.

—¿Qué tiene Ariel? —no lo miré a los ojos.

—Me parece haberlo visto por aquí —comenzó a mirar a todo sitio —. Oh, justo ahí —sonrió mientras señalaba a una pareja de dos chicos vestidos de negro riéndose en un árbol.

—Él no puede ser Ariel porque —tenía que decir un argumento convincente —porque Ariel no conoce esta parte de la ciudad —seguía sin convencer a Ezequiel —porque Ariel no tiene auto como para llegar aquí —Ezequiel negaba con su cabeza —porque Ariel no es gay.

—Sabía que había algo extraño en él —lanzó carcajadas.

—No es Ariel, él siempre sale con su amiguita extraña.

—Apostamos —le brillaron los ojos porque pensaba que tenía razón —si es cierto lo que digo tendrás que hacer lo que yo diga y viceversa.

—Me parece bien...

Ezequiel se levantó y fue directamente hacia los dos chicos, cuando llegó a su lugar se sentó a su lado y ellos no se dieron cuenta hasta después de un largo rato. Veía que hablaba con ellos, yo solo los observaba, Ezequiel no podía tener razón. Seguía hablando y luego me señaló, por sus gestos me vi obligada a ir donde estaban. Qué incómodo.

Caminé hacia ellos y mientras más cerca estaba me daba cuenta de que sí era Ariel, lo que quería averiguar era... ¿Quién es su acompañante?

—Te dije —Ezequiel sonrió con todos sus dientes e hizo una seña con sus manos para que me sentara, para que los cuatro compartamos el mismo espacio de incomodidad.

Miré a Ariel directamente y notaba algo extraño en él.

—Hola Ariel —dije insegura, ¿qué estaba pasando?

Ariel saludó tímidamente sin decir ni una palabra, así era él.

El otro chico me saludó con un beso en la mejilla.

—Hola Marlene —dijo él sensualmente cerca de mi oído, me erizó la piel al instante, era irresistible.

Cuando nos separamos me di cuenta de que ese toque de poner nerviosa a la gente solo lo tenía Gabriel, y observando bien al chico era él, el mismísimo Gabriel Mercer.

Después de todo eran amigos, creo, ¿por qué no salir el catorce de febrero a un parque romántico?

—¿Vinieron al parque? —preguntó Ezequiel sonriendo abiertamente.

—No —respondió Gabriel rudo —vinimos al restaurante que está al frente, lo señaló.

El restaurante que señalaba era uno de los mejores de la ciudad, tenía una de esas políticas de los tenedores. Mientras más tenedores más costoso.

Ariel estaba más tímido que de costumbre, sosteniendo un retrato. Como estaba tan distraído y las conversaciones entre dos personas extrañas como Gabriel y Ezequiel me aburrían, le arrebaté el retrato de las manos, se quedó sorprendido, pero yo me sorprendí más por lo que vi en la foto que tenía. Era una foto de ellos dos, besándose en el puente de los candados.

Gabriel me quitó el cuadro.

—¿No crees que es una buena foto? —la mostró desde su posición enseñándola. Obviamente me lo preguntó a mí —se hace tarde —miró al horizonte —yo los llevo, díganme dónde viven.

Todos nos dirigimos a un auto negro con lunas polarizadas, daba algo de miedo.

Gabriel nos abrió las puertas y todo el asiento trasero estaba lleno de bolsas de ropa. Ropa asquerosamente hermosa por lo poco que vi, y de marca.

Los cuatro nos quedamos en silencio, había tensión e incomodidad.

—No quiero que digan nada —Ariel volteó a vernos, sus ojos azules se oscurecían por su seriedad.

Asentimos.

Cuando llegamos a mi casa, Ezequiel se bajó conmigo y subimos a mi cuarto porque éramos amigos, muy buenos amigos.

—¿Se avergüenza de su sexualidad? —preguntó Ezequiel dudoso.

—No es eso —suspiré —el chico que lo acompañaba está en el seminario y creo que...es una desventaja, una muy grande, además Gabriel es uno de los chicos más deseado por mis amigas y hasta podría decir que todas le tienen ganas.

—Sí, tiene unos ojos hermosos —sonrió —podría unirme a su club de fans.

—¿Y yo? —me acerqué a su rostro lo suficiente como para que viera mis ojos fijamente.

Nos quedamos en silencio oyendo los latidos de nuestros corazones. Lo que seguía era predecible. Predecible y mágico.

Soñar algo para hacerlo realidad. Hacer algo real para convertirlo en un sueño, porque nada es para siempre, porque todo es pasajero.

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